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Capítulo 3

¿Por qué algunas mujeres abandonan


el procedimiento judicial por violencia de género?
Motivos y factores que influyen en ello
Mª Jesús Cala Carrillo, Javier Saavedra Macías,
Manuel de la Mata Benítez y Mª Salud Godoy Hurtado

En los últimos años se han desarrollado diversas reformas y medidas orientadas


a facilitar el abordaje de la violencia de género desde distintos ámbitos, entre
ellos el judicial. A pesar de esto, en ocasiones, el mayor obstáculo en el procesa-
miento de los maltratadores es la renuncia de la propia mujer víctima de maltrato
a llevar al agresor ante la justicia (Ford y Regoli, 1992).
Aunque, como acabamos de ver en el apartado anterior, la inmensa mayoría de
las mujeres llegan hasta el final una vez que el procedimiento judicial se ha pues-
to en marcha, sigue existiendo, según los datos del CGPJ correspondiente a 2010,
un 12% de ellas que deciden dar marcha atrás una vez han interpuesto la denun-
cia contra su agresor. Como ya hemos señalado en la introducción, este es el
objetivo de este trabajo: conocer por qué las mujeres deciden abandonar el proce-
dimiento judicial una vez iniciado y, sobre la base de los factores encontrados,
poder predecir qué riesgo corren las mujeres de renunciar antes de finalizar. A
continuación mostraremos lo que la literatura existente nos indica acerca de di-
chos motivos, haciendo hincapié especialmente en los aspectos psicosociales y
comunitarios.
Sin lugar a dudas, las fuentes de estrés que deben afrontar las mujeres vícti-
mas de maltrato que han iniciado un proceso judicial contra sus parejas son de
distinta naturaleza que las que tienen que encarar víctimas de otra condición y
requieren un estudio específico. Antes de describir los factores psicosociales y
comunitarios que la literatura científica identifica como desencadenantes del
abandono del proceso judicial, merece la pena detenerse brevemente en repasar
estas fuentes de estrés. Entre otras razones, porque son estas fuentes de estrés las

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que parecen están relacionadas con los factores que condicionan la decisión de
seguir con el proceso o abandonarlo. No debemos olvidar que cuando nos referi-
mos a mujeres que han sufrido maltrato estamos aludiendo a una población que
no es homogénea ni en cuanto a sus circunstancias ni en cuanto a sus necesida-
des (Erez y Belknap, 1998).
Las mujeres que inician un procedimiento judicial pueden verse en distinto
grado, directamente o indirectamente, obligadas a testificar sobre algunos deta-
lles personales acerca de su relación de pareja. Los países que han desarrollado
las legislaciones más avanzadas y que disponen de una sociedad más conciencia-
da han articulado procedimientos para reducir al mínimo las situaciones
amenazantes o estigmatizadoras. Sin embargo, no es posible eliminar completa-
mente la experiencia humana de violación de la intimidad y de estigmatización
cuando se hace pública ante extraños una historia vital trágica.

3.1. FACTORES PSICOSOCIALES DEL ABANDONO DE


LOS PROCEdimientos JUDICIALES

Las mujeres que han sufrido violencia dentro de un proceso judicial pueden en-
contrarse en la situación de perder el apoyo de parte de su familia y de su entorno
inmediato ante la dificultad de explicar su decisión de denunciar a su pareja. En
ocasiones, parte de la familia puede aliarse con el abusador. Además, a todo ello
hay que sumar la reducción del apoyo material y de la red social de la víctima. La
existencia de hijos/as complica la situación, como veremos más adelante.
También, sin lugar a dudas, es necesario tener en cuenta la realidad cultural en la
que participe la víctima porque esta influirá en cómo experimenten las mujeres el
proceso judicial y en las decisiones que puedan adoptar.
Distintas investigaciones han demostrado que las mujeres que han sufrido vio-
lencia de género en la pareja son más reticentes a denunciar o continuar con el
procedimiento judicial cuando los costes de cooperar con el sistema judicial, tan-
to psicológicos como sociales o derivados de la exposición a las represalias contra
las víctimas o sus hijas o hijos son más altos que el beneficio que pudieran conse-
guir (Erez y Belknap, 1998).

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Seguidamente vamos a repasar los factores de tipo psicosocial; aquellos
relacionados directamente con el procedimiento judicial los posponemos para
apartados posteriores, aunque en ocasiones haremos referencia a los procesos ju-
diciales porque éstos son, en la práctica, inseparables de los factores psicosociales.
Antes de empezar, conviene hacer dos advertencias. La primera está relacionada
con las muestras de algunos de los estudios que vamos a citar y a los países de
origen de estas investigaciones. Algunos de los resultados que vamos a comentar
provienen de muestras muy homogéneas y diferentes de la población media espa-
ñola. Por ejemplo, algunos estudios se han realizado con muestras de un 90% de
mujeres de origen afro-caribeño. Además, como ya se ha señalado en la introduc-
ción, prácticamente todos los resultados que presentaremos provienen de países
anglosajones con sistemas judiciales muy distintos a los nuestros, por ejemplo
EEUU, UK o Canadá. Por lo tanto, aunque es necesario prestar atención a estos
resultados, entre otras razones porque no es fácil encontrar otros referidos a nues-
tro país, es necesario tener en cuenta este hecho. La segunda advertencia está
relacionada con el método de las investigaciones que vamos a reseñar. Aunque
citaremos algunos estudios de carácter cuantitativo, especialmente algunos que
han utilizado regresiones logísticas, haremos hincapié en resultados cualitativos
directamente recogidos de las opiniones de las mujeres.

3.1.1 Variables demográficas

Hemos de decir que la mayoría de los datos encontrados referidos a estas varia-
bles tienen que ver no tanto con la renuncia a continuar, sino con cómo estas
variables influyen en el hecho de iniciar el procedimiento judicial. Los estudios
cuantitativos no arrojan resultados concluyentes. Hare (2006) encontró que el ni-
vel educativo, el número de hijos y/o hijas en casa o la etnia no tenían impacto
significativo, mientras que la edad sí que lo tenía: las mujeres mayores de 30 años
eran más proclives a iniciar procedimientos judiciales. En los datos correspon-
dientes a la Comunidad Autónoma Andaluza y según datos del Informe Anual de
Violencia de Género (Consejería para la Igualdad y el Bienestar Social, 2009), el
64% de las mujeres que denunciaron se situarían entre los 21 y los 40 años.

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En el trabajo de Hare (2006) se encontró también que las mujeres casadas en el
momento de las agresiones estuvieron menos interesadas en iniciar el procedi-
miento que las mujeres no casadas. También, las mujeres que vivían en localidades
de menor de 50.000 habitantes estaban más interesadas en iniciar el proceso ju-
dicial. Otras autoras (Goodman, Bennet y Dutton, 1999) hallaron diferencias
entre las mujeres que tenían hijos en común con los maltratadores y las que no,
teniendo las primeras una mayor probabilidad de iniciar procedimientos judicia-
les. Estas mismas autoras también concluyeron que las mujeres que eran parejas
de los maltratadores (convivían con ellos), tenían menos probabilidades de ini-
ciar procedimientos judiciales que las mujeres que eran ex parejas, estaban
divorciadas o separadas. Sin embargo, no obtuvieron diferencias entre mujeres
casadas, divorciadas y separadas. Según los datos del Informe Anual de Violencia
de Género en Andalucía (Consejería para la Igualdad y el Bienestar Social, 2009),
sin embargo, figura que el 33,8% de los denunciados fueron los cónyuges de la
víctima, el 30,8% fueron hombres con los que había mantenido una relación afec-
tiva, el 22,7% fueron hombres con los que tuvieron una relación afectiva y ya
terminó y el 13,2% fueron ex-cónyuges.
A pesar de que en el trabajo de Hare (2006) la etnia de las mujeres no tenía
influencia significativa, en diferentes estudios cualitativos aparece la variable de
ser inmigrante (afro-caribeña, en la mayoría de los casos) como una fuente de
estrés debido a la falta de recursos y a las diferencias culturales, incluso debido al
desconocimiento del idioma. Todo ello puede conllevar que las mujeres inmigran-
tes o con parejas inmigrantes (afroamericanos) tengan mayores dificultades para
iniciar y continuar con el proceso judicial (Bennet, Goodman y Dutton, 1999;
Gillis, Diamond, Jebele y cols. 2006; Wright y Fitzgerald, 2007). Los datos de que
disponemos en Andalucía, y según aparece en el último Informe Anual de
Violencia de Género (Consejería para la Igualdad y el Bienestar Social, 2009), la
mayoría de las denuncias corresponden a mujeres españolas (78,7%), frente al
21,3% de las extranjeras.

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3.1.2 Aspectos psicosociales y culturales de la renuncia: la mujer
como agente activo

Una de las cuestiones a destacar a la hora de revisar la literatura es que la mayoría


de los estudios sobre la decisión de pedir ayuda y continuar el procedimiento ju-
dicial iniciado se ha centrado en las características individuales y situacionales
de las mujeres, obviando los aspectos socio-culturales (Bennet, Cattaneo,
Stuewig, Goodman, Kaltman, y Dutton, 2007; Fleury-Steiner, Bybee, Sullivan,
Belknap, y Melton, 2006; Liang, Goodman, Tummala-Narra, y Weintraub, 2005).
Frente a las visiones que enfatizan la patología de las propias mujeres víctimas
de maltrato (Campbell, Miller, Cardwell y Belknap, 1994; Koss et al. 1994), desta-
can los estudios clásicos realizados por Bennet, Goodman y Dutton (1999) y
Goodman, Bennet y Dutton (1999). Estas autoras denuncian en sus trabajos la
escasa atención que se ha prestado al posible impacto del aislamiento social y la
falta de apoyo emocional y material que sufren las mujeres. Este aislamiento y
falta de apoyo podrían jugar un papel igual de importante o más que las caracte-
rísticas psicológicas de las propias víctimas. Las autoras resaltan el papel que
juegan estos factores de apoyo en la reducción del alto estrés al que se ven ex-
puestas las víctimas de violencia de género. De hecho, sus estudios concluían que
las mujeres que no contaban con recursos económicos tendían a abandonar el
proceso con más frecuencia.
Las autoras citadas han combinado en sus estudios el uso de metodología cua-
litativa con instrumentos estadísticos muy potentes como la regresión logística.
En su segundo trabajo Goodman, Bennet y Dutton (1999) indagaron acerca de la
posible influencia de factores psicológicos, sociales (judiciales, familiares y del
entorno inmediato) y de la severidad del maltrato físico. Para ello se analizaron
las respuestas de 92 mujeres a través de un cuestionario que se administró en las
primeras 72 horas y posteriormente se evaluó la continuidad de las víctimas, es
decir, si llegaban o no a juicio, unas 12 semanas más tarde. En cuanto al porcen-
taje de la muestra que prosiguió con el proceso Goodman, Bennet y Dutton (1999)
refieren que el 55% continuó con el proceso judicial. Es importante apuntar que el
90% de la muestra era de origen afro-caribeño. Las conclusiones de este estudio
apuntan a que los factores sociales eran más significativos que los factores exclu-

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sivamente individuales, excepto en el caso de mujeres con adiciones. Entre otras
cuestiones, encontraron que las mujeres con mayor apoyo social, como por ejem-
plo contar con ayuda en las tareas diarias o el cuidado de los hijos, presentaban
mayor probabilidad de continuar con el procedimiento judicial. Otro estudio con-
cluyó, ya en el siglo XXI, que las mujeres que se ponían en contacto con los
Servicios Sociales eran las que más probabilidad tenían de continuar con el pro-
ceso judicial contra sus parejas (Dawson y Dinovitzer, 2001). Estudios posteriores
reivindican el papel relevante que los recursos y el apoyo social tiene para esta
mujeres (Guillis, Diamond y Jebely, 2006; Bell, Goodman y Dutton, 2011).
Bennet, Goodmen, y Dutton. (1999) destacan el estudio cualitativo que realizó
Ford (1983 y 1991) con 25 mujeres y que se basaba en las razones alegadas por las
propias víctimas para abandonar el procedimiento judicial. Ford concluyó que
muchas de las mujeres entrevistadas argumentaron que abandonaron porque ya
no les beneficiaba. Es interesante resaltar que Ford en este estudio describe a la
víctima como una persona activa frente a la imagen percibida, bastante frecuente
por parte de quienes la atienden, de la víctima como una mujer deprimida, sumi-
sa y apegada al agresor. Ford argumenta que muchas mujeres utilizan la justicia
estratégicamente como aliada para gestionar la violencia. Es decir, por ejemplo,
como una forma de amenaza o advertencia para controlar y frenar las agresiones.
No obstante afirma el autor que ésta puede ser sólo una más entre las muchas
causas por las que las víctimas de violencia de género puedan abandonar el pro-
cedimiento judicial. Este aspecto será abordado más adelante cuando nos
centremos en el propio proceso judicial y en las expectativas que las mujeres de-
positan en él.
Los datos revisados en este capítulo procedentes de múltiples investigaciones
no hacen sino enfatizar el importante papel que parecen jugar los factores contex-
tuales tales como compartir hijos/as, el apoyo material y la intervención de otros
profesionales ya que la motivación a iniciar el procedimiento no parece ser exclu-
sivamente de carácter interno sino también externo.

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3.1.3 Emociones relacionadas con el inicio y el mantenimiento
del procedimiento judicial

Bennet, Goodman y Dutton (1999) hallaron en el análisis cualitativo de las entre-


vistas a mujeres que habían iniciado procesos judiciales contra maltratadores
cuatro emociones esenciales: confusión, frustración, miedo y conflicto sobre la
encarcelación de sus parejas.
La confusión está relacionada con la complejidad del sistema judicial y las di-
ficultades para procesar la ingente información que se les transmite a las mujeres
maltratadas en las primeras horas o tras sufrir la agresión. Todo ello teniendo en
cuenta el estado de shock tras la agresión, el miedo inmediato por su seguridad y
la de sus hijos, las horas sin dormir o comer y los hándicaps culturales de algunas
mujeres como el desconocimiento del idioma y de las pautas culturales vigentes
en un país al cual han emigrado recientemente. Todo ello hace difícil, aun cuando
todos los agentes participantes en el proceso (policía, abogadas/os, jueces, técni-
cas/os sociales) procedan con sensibilidad y eficacia, una correcta asimilación de
toda la información para la toma de decisiones adecuadas.
La frustración está directamente relacionada con las expectativas de las muje-
res acerca del proceso judicial. Las mujeres refieren la lentitud del sistema o la
falta de la atención adecuada. Estos aspectos los trataremos más detenidamente
en otro apartado.
Las mujeres entrevistadas aluden un gran miedo, ya que, salvo en contadas
ocasiones en que el proceso judicial las libera de este sentimiento, es frecuente
que pueda aumentarlo. Dicho de otra manera, las mujeres que inician el procedi-
miento judicial no siempre se sienten más protegidas en el curso de éste. De
hecho, el 20% de la muestra estudiada por Goodman, Bennet y Dutton (1999) in-
formó que fue agredida o amenazada por sus ex-parejas tres meses después del
inicio del procedimiento. Algunas mujeres se sorprendieron de que sus abusado-
res no fueran inmediatamente encarcelados y otras mostraban un gran temor a
algunos procedimientos judiciales y a la incertidumbre de lo que iba a pasar, in-
cluyendo el momento de testificar y a la posibilidad de encontrarse con su
maltratador o hacerlo en su presencia. Estos problemas se han intentado solven-
tar en los procedimientos judiciales y en la legislación española en la última

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década. No debemos olvidar que esta investigación fue desarrollada en los EEUU
hace 12 años. En cualquier caso, la experiencia vivida en relación con el procedi-
miento judicial de mujeres que han sido maltratadas por sus parejas se abordará
más detenidamente en otro apartado.
Por ejemplo, íntimamente unido al sentimiento del miedo se encuentra la
ambivalencia ante la posibilidad de que los maltratadores vayan a la cárcel.
Especialmente relevante fue esa ambivalencia en la comunidad afro-caribeña
para la cual el sistema judicial y la policía son fuentes de racismo y discrimina-
ción (Goodman, Bennet y Dutton, 1999). De esta forma, las mujeres pueden
sentirse culpables de entregar a sus parejas al sistema y traicionar a su comuni-
dad, con la consecuencia de aumentar su aislamiento (Guillis y col 2006).
La culpa es una emoción a tener en cuenta especialmente, puesto que la en-
contramos implicada en todos los mecanismos de estigmatización y dependencia.
La culpa nos remite a una regla o norma, frecuentemente no escrita, que se teme
transgredir o que se ha incumplido y a un tribunal invisible que nos acusa. Esta
norma cuyo incumplimiento nos atormenta es la que, muchas veces, da sentido y
significado a la vida de las víctimas, por ello es tan difícil elaborar la culpa de
forma constructiva. Nos referimos, como veremos, a normas familiares, religiosas
o culturales. Sin lugar a dudas, una de las tareas más importantes y complejas
que una mujer víctima de violencia de género debe realizar es re-elaborar su rela-
ción con este conjunto de emociones y significados para logar una reconstrucción
de su identidad (Cala et al. 2011).
Una mujer citada por Guillis y cols. (2006) en sus estudios afirmaba que no
podía abandonar a su marido, enfermo mental y epiléptico, el cual dependía en
todos los sentidos de ella. La víctima se sentía al mismo tiempo culpable por el
estado en que se encontraba y sentía vergüenza, pero temía además sentir una
culpa aún más grande por abandonar a su marido.
Como ya comentamos anteriormente, Hare (2006) señalaba entre los factores
que afectaban a la continuidad en el procedimiento judicial el aspecto económico
y el compromiso emocional, si bien concluía que las mujeres entrevistadas más
que amor por el agresor, referían pena o vergüenza.
Algunas mujeres afirman que no pueden enviar a sus parejas a la cárcel puesto
que no disponen de medios económicos para el sustento de sus hijos y necesitan

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los medios económicos del padre. Además, otras mujeres afirman que su maltra-
tador es un buen padre y que no quieren sentirse culpables por impedir que su
hijo/a se relacione con su padre. Algunas mujeres se sienten responsables de la
cohesión de su familia (Guillis y col., 2006). Este sentimiento de responsabilidad
puede verse incrementado en mujeres inmigrantes. Como veremos a continua-
ción, el tener hijos/as en común con el maltratador y la inexistencia de apoyo
material son dos factores muy importantes para entender por qué muchas mujeres
abandonan el procedimiento judicial.
La existencia de hijos en común con el maltratador hace más compleja la situa-
ción en un sentido que puede parecer paradójico. Por una parte, las mujeres con
hijos o hijas afirman, como hemos apuntado anteriormente, que el miedo por de-
jar de disponer del sustento económico mínimo para los hijos/as, perder el apoyo
familiar, hacer pasar al hijo/a por una experiencia traumática al separarlo del
padre pueden inducir a las mujeres a no iniciar el procedimiento judicial o renun-
ciar a éste (Bennet, Goodman, Dutton, 1999; Gillis, Diamond, Jebeley and cols.
2006). En un estudio reciente, Elena Larrauri (2008), coincide al señalar como
motivo de abandono, y dentro de estos factores contextuales la falta de apoyo
económico, ya que las mujeres, argumenta la autora, suelen estar en una situa-
ción de inferioridad y dependencia económica respecto a los hombres; también
añade como motivos la falta de agilidad del propio sistema penal, y el temor a
represalias por parte del agresor, especialmente a la manipulación a través de los
hijos e hijas. El miedo a perder los hijos o las hijas, o a no poder protegerlos/as y
atenderlos/as afirma la autora, se convierte en una de las principales razones
para ceder a la presión del agresor. Las mujeres referían haber experimentado un
conflicto emocional con sentimientos de culpa ante el posible encarcelamiento
del agresor. Este sentimiento se incrementaba en el caso de que hubiese hijos/as
comunes de la pareja (Bennet, Goodman y Dutton, 1999).
La importancia de estos dos factores: existencia de hijos/as y gravedad de la
agresión, y su aparente influencia contradictoria merecen un apartado particular.

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3.1.4 Ser madre en el círculo de la violencia machista: consecuencias
en el procedimiento judicial

En este apartado vamos a analizar dos factores que estimamos son muy importan-
tes y que, además, se encuentran conectados. Nos referimos a la existencia de
hijos/as y a la gravedad de la violencia. Como hemos visto en el apartado anterior,
algunos estudios cualitativos afirman que la existencia de hijos/as en común pue-
de dificultar el inicio y el mantenimiento del proceso judicial (Gillis, Diamond,
Jebeley and cols. 2006; Larrauri, 2008). Sin embargo, en sentido opuesto, algu-
nas investigaciones de carácter cuantitativo han encontrado una influencia
positiva de la existencia de hijos/as en la toma de decisión de iniciar y continuar
con las medidas judiciales (Goodman, Bennett y Dutton, 1999). Las entrevistas a
mujeres en proceso de recuperación realizadas por nuestro grupo de investiga-
ción apuntan a estos efectos opuestos de la existencia de hijos/as en la conducta
de las mujeres (Cala et al., 2011). Probablemente habría que comprender esta va-
riable junto con la variable del tipo de agresión o gravedad del delito. Si la
gravedad del delito es muy alta, tanto que la vida de los hijos/as podría estar en
peligro, la existencia de hijos e hijas podría impulsar la decisión de pedir ayuda e
iniciar medidas judiciales para protegerlos/as. En relación con la gravedad del
delito, hay algunos estudios clásicos, como el de McLeod (1983), en el que se em-
plearon datos de archivo y se correlacionó el uso de “armas mortales” por el
maltratador con la cooperación de las víctimas con el sistema judicial. Por el con-
trario, si la violencia está concentrada en la mujer y su criatura no corre peligro
aparente, no adentrarse en un impredecible procedimiento judicial puede ser en-
tendido como una medida de protección del hijo o la hija por las razones que antes
apuntábamos, incluida la protección física ante las amenazas de venganza. De
hecho, en la ecuación de regresión en la que aparece la existencia de hijos/as
como factor positivo en el trabajo de Goodman, Bennett y Dutton, (1999) también
encontramos la “variable tácticas de agresión” como la más significativa (p=.01).
Las mujeres víctimas de agresiones más graves tenían 2.42 veces más posibilida-
des de cooperar con el sistema judicial que las menos graves.
Otros estudios no han usado la variable de gravedad de las agresiones, sino
la gravedad de los síntomas post-traumáticos y han encontrado, empleando

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ecuaciones de regresión, que éstos son un predictor de la petición de órdenes de
alejamiento y de la participación en procesos judiciales (Wright y Fitzgerald,
2007; Wright y Johnson, 2009). Por lo tanto, la existencia del estrés post-trau-
mático puede ser un catalizador de la toma de decisiones por parte de las
mujeres. Sin embargo estos mismo autores (Wright y Fitzgerald, 2007; Wright y
Johnson, 2009) y otros (Johnson, Palmieri, Jackson, y Hobfoll, 2007; Johnson,
Zlotnick, y Pérez, 2008) advierten que si el estrés se mantiene alto puede inter-
ferir en la eficacia de la toma de decisiones y el uso de los recursos sociales y
legales por parte de las mujeres y dirigirlas hacía un nuevo proceso de re-victi-
mización. Sin lugar a dudas, como afirman Wright y Johnson (2009), la reducción
de los síntomas de evitación, re-experimentación, y la hiperactivación de las
mujeres víctimas de maltrato a medio y largo plazo pueden mejorar la estabili-
dad psicológica, lo que conlleva una participación más eficiente y estable dentro
del sistema de justicia penal, como por ejemplo a la hora de testificar en el
juzgado.
En este contexto, la importancia de la gravedad de la agresión, la existencia de
hijos y/o hijas en común y el grado de sintomatología de trastorno de estrés post-
traumático (TPEPT) en la decisión de continuar con el procedimiento judicial
hacen necesario medidas eficaces de protección de las mujeres. No es extraño,
así, que Hare (2006) encontrase que el hecho de que la víctima hubiera recibido
previamente una Orden de Protección en contra del agresor fuera el predictor más
importante de continuación con el proceso judicial por parte de la víctima. Otras
variables relacionadas con la salud mental no se ha hallado en las investigacio-
nes cualitativas o cuantitativas que tengan relación significativa con la
continuación o no del proceso, exceptuando aquellos casos de mujeres que abu-
saban de sustancias tóxicas (alcohol y/o drogas) (Goodman, Bennet y Dutton,
1999). De hecho, estas alturas afirman que las características relacionadas con la
salud mental, como pueden ser la dependencia emocional o la depresión, no lle-
gan a explicar la actitud de rechazo o abandono de la mujer a seguir hasta el final
del procedimiento judicial.

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3.2 EL ABANDONO DE LA RELACIÓN CON EL AGRESOR

Comprobamos en el apartado sobre las variables demográficas que las mujeres


que estaban casadas con el maltratador tenían menos posibilidades de continuar
con el procedimiento judicial. Por lo tanto, es necesario analizar cómo puede in-
fluir el proceso de ruptura en las decisiones de las mujeres dentro del contexto
judicial. No podemos olvidar los trabajos realizados sobre los motivos por los que
las mujeres no abandonan la relación con los agresores, puesto que sería crucial
analizar en qué media la renuncia tiene que ver con una vuelta a la relación. De
acuerdo con estos trabajos (Barnett, 2000; 2001, Kim y Gray, 2008), uno de los
datos que se ha encontrado es que la ruptura, en muchos de los casos, no es una
decisión y acción puntual que se realice una única vez y que, una vez emprendi-
da, acabe definitivamente con la relación. Aunque se considera que es uno de los
momentos más difíciles y decisivos (Lerner y Kennedy, 2000), es frecuente que las
mujeres vuelvan a la relación que intentan abandonar en repetidas ocasiones. Por
ello, en lugar de como una decisión puntual, la ruptura es concebida en la actua-
lidad como un proceso (Anderson y Saunders, 2003) del que estas continuas idas
y venidas a la relación forman parte. Consideramos que será muy importante ana-
lizar en qué medida la renuncia al proceso judicial está relacionada con este
hecho.
Por otro lado, es importante resaltar que los datos muestran que tras la ruptu-
ra, se incrementa también la probabilidad de que la violencia de la ex-pareja
aumente (Anderson y Saunders, 2003), máxime si la ruptura ocurre con denun-
cia. La investigación realizada por Lerner y Kennedy (2000) encontró que los 6
meses posteriores al abandono de la relación puede ser el periodo más intenso
psicológicamente y de mayor vulnerabilidad. Sin embargo, muchas mujeres re-
nuncian a continuar el proceso judicial, subestimando a veces la situación de
riesgo en la que se encuentran y renunciando a la Orden de Protección consegui-
da, pudiendo acabar, en el peor de los casos, muertas a manos del agresor del que
ha renunciado a estar protegida.
En cuanto a los factores que obstaculizan la ruptura de una relación con vio-
lencia se encuentran ciertas creencias y mandatos sociales, especialmente sobre
la maternidad y la relación de pareja (naturalización de la violencia, idealización

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de la pareja, amor con sufrimiento y para siempre, etc.) que obstaculizan la salida
de una relación de maltrato. Especialmente relevante es también la creencia so-
cial de que las mujeres debemos y podemos cambiar a la otra persona. Si a esto se
une la importancia que las relaciones tienen en las vidas de las mujeres (Freixas,
2005) no es de extrañar, por tanto, que asumir que la relación no va a seguir ade-
lante y que ha “fracasado” es reconocido por las mujeres que sobreviven a una
situación de maltrato como uno de los momentos más difíciles y dolorosos del
proceso de recuperación (Cala, Godoy y Rebollo, 2009).
Por tanto, como señala Barnett (2001), ciertas creencias relativas a la sociali-
zación de género pueden contribuir a que las mujeres que sufren esta violencia no
abandonen la relación. La forma en que son socializadas y el énfasis que durante
la misma se pone en las relaciones pueden hacer pensar a las mujeres que la vio-
lencia de sus parejas representa un fracaso en su habilidad para mantener las
relaciones (Town & Adams, 2000, cit. por Barnett, 2001). El patriarcado contribu-
ye también al medir el éxito personal de las mujeres a partir de la estabilidad de
la pareja (Alberdi, 2005). No es de extrañar, por tanto, que cuando no cumplen
con este mandato de género aparezcan la culpa y la vergüenza de la que ya hemos
hablado anteriormente. Esta culpa (alimentada por supuesto por las ideas que le
ha transmitido el maltratador en la situación de aislamiento a la que la somete)
puede también jugar un factor importante en la renuncia al proceso judicial. La
denuncia a un ser que ha sido o sigue siendo querido alimenta este tipo de
sentimientos.
No podemos olvidar tampoco el ciclo de la violencia (Walker, 1980; 1984) en el
que se incluye el comportamiento de estas mujeres. El hecho de que se produzcan
periodos, aún después de una denuncia, en los que el agresor da muestras de un
supuesto arrepentimiento y realiza promesas de cambio, puede seguir alimentan-
do en las mujeres ciertas “expectativas mágicas” de que este cambio puede por
fin producirse.
Todo lo anterior puede que se encuentre en la base de lo encontrado en inves-
tigaciones sobre el sistema judicial que desarrollaremos en un apartado posterior.
En ellas se ha analizado lo que las mujeres esperan de la justicia, hallándose que
muchas de éstas no buscan sanciones penales (Hoyle y Sanders, 2000).

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Por otro lado, la literatura existente muestra que una de las mayores razones
por las que las mujeres no abandonan una relación con violencia en la pareja es
por la falta de independencia económica (Barnett, 2000), siendo éste uno de los
factores donde los resultados encontrados son más robustos y predicen en mayor
medida una posible ruptura de la relación abusiva (Anderson y Saunders, 2003).
Además, el abuso a mujeres después de tener una orden de alejamiento es más
probable que se produzca en parejas de niveles socioeconómicos bajos (Carlson,
Harris y Holden, 1999). El trabajo remunerado hace a las mujeres menos depen-
dientes tanto social como económicamente y reduce su situación de vulnerabilidad
ante la violencia (Alberdi, 2005), de forma que la falta de recursos económicos es
uno de los factores que más limitan a las mujeres.
Como decimos, entendemos que todos estos factores que bloquean el que esta
ruptura sea exitosa pueden guardar relación con los motivos que las llevan a reti-
rar las denuncias y renunciar a (o no solicitar) Órdenes de Protección.

3.3 LAS MUJERES ANTE EL SISTEMA JUDICIAL: QUÉ ESPERAN DE ÉL Y


QUÉ ENCUENTRAN

Otro de los factores que merece ser destacado es el propio sistema judicial.
Comenzaremos este subapartado señalando qué esperan las mujeres de él, así
como qué encuentran y cuál es su relación con los distintos operadores judiciales.
Lo finalizaremos con un apartado específico acerca de las Órdenes de Protección.

3.3.1 ¿Qué esperan las mujeres del sistema judicial?

Antes de comenzar es necesario tener en cuenta que cuando una mujer da el paso
de denunciar probablemente ya había iniciado otras estrategias de acción para
intentar solventar o, por lo menos aliviar, su situación fuera del sistema judicial
que fracasaron (Erez y Belknap, 1998). Por lo tanto, es fundamental considerar a
las mujeres como agentes activos y por ello es necesario responder a la pregunta
¿por qué las mujeres inician y continúan con los procesos judiciales? En el estu-

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dio ya citado de Hare (2006) en Indiana, Estados Unidos, el 40% de las mujeres
que continuaron con el proceso querían que sus maltratadores fueran castigados
por sus acciones. Un 29% de la muestra quería que sus maltratadores fueran di-
suadidos por el sistema. Este objetivo es muy conflictivo, ya que una vez que se
inicia el proceso judicial es posible que la mujer considere que el maltratador ya
ha sido disuadido y no quiera proseguir con dicho proceso. Otras mujeres afirma-
ban que querían que los hombres que las maltrataban fueran encerrados para
sentirse protegidas.
Diferentes trabajos realizados (Hare, 2006; Hoyle y Sanders, 2000; Weisz,
2002) ponen de manifiesto que muchas de las mujeres que se oponen a continuar
con dicho procedimiento lo hacen porque minimizan los abusos recibidos y con-
sideran que el delito cometido por sus parejas no justifica la pena que esperan le
puedan poner, especialmente si ésta puede ser la cárcel. En el estudio de Hoyle y
Sanders (2000) se encontró que esta era la razón que más esgrimían como motivo
de abandono del procedimiento las mujeres que no eran partidarias de continuar
con el procedimiento judicial. No esperaban, por tanto, que ellos fuesen a la cár-
cel, sino que lo que pretendían es que las dejasen en paz. Un 11% de estas mujeres
proponían la rehabilitación frente a la cárcel.
A estos datos habría que añadir otros resultados encontrados que indican que
otro de los objetivos que algunas mujeres pretenden cuando ponen una denun-
cia es conseguir disuadirlos, darles una lección y que dejen de molestarlas (Hoyle
y Sanders, 2000). Si este objetivo se consigue con la simple presentación de la
denuncia y la comparecencia ante el/la juez en las primeras 72 horas, puede que
algunas mujeres, y ante el temor de que sus parejas o exparejas puedan ingresar
en prisión, decidan no continuar con el procedimiento judicial. Como cabe la
posibilidad de que disminuya el abuso tras una denuncia, especialmente si efec-
tivamente las acciones asociadas a la denuncia tienen el efecto disuasorio
temporal que ellas buscaban, las mujeres pueden sentir que todo va a cambiar y
que con esto es suficiente, por lo que deciden no avanzar con el procedimiento
judicial.
En algunos casos, sobre todo si ellas pretenden continuar su relación con el
agresor, la denuncia puede ser utilizada como una señal de advertencia. Es decir,
no se pretende que con la denuncia se favorezca la ruptura o el distanciamiento

93
de su agresor, sino que se pretende que dicha denuncia sirva para disminuir la
violencia y mantener la relación con su agresor. El objetivo de estas mujeres sería
más disuasorio y se pretende que él reciba una lección (Ford, 1991). Estos datos
coinciden con los del estudio de Hoyle y Sanders (2000) en el que más de la mitad
de las participantes dijeron que querían que el agresor fuera detenido, si bien la
mayoría no querían que fuera enjuiciado, sino simplemente querían un arresto
sin consecuencias penales que le enseñara una lección o que solventara la situa-
ción temporalmente. Una minoría de estas mujeres quería que la policía calmara
al agresor, pero no tenían un especial interés en que fuera arrestado y unas cuan-
tas querían que la policía le advirtiera o le riñera sin arrestarle.
También es importante tener en cuenta que otro motivo por el que algunas
mujeres no buscan las sanciones penales es porque no creen que dichas sancio-
nes terminen con la violencia (Hoyle y Sanders, 2000).
Pero esto que acabamos de ver no es lo que esperan todas las mujeres que ini-
cian un procedimiento judicial por violencia de género. Algunas de ellas pretenden
con la denuncia garantizarse una distancia con el agresor (Hare, 2006), con
Órdenes de Protección si son necesarias. En el estudio de Lewis, Dobash, Dobash
y Cavanagh (2000, cit. por Fleury-Steiner y cols., 2006), se encontró que entre las
expectativas de las mujeres respecto al sistema judicial estaba el protegerse a sí
mismas y a sus hijos/as, así como también esperaban que el sistema las ayudara
en cuanto a la prevención de nuevas agresiones, disuadiendo al agresor y rehabi-
litándolo. Por tanto, lo que se ha encontrado en repetidas ocasiones es que las
mujeres que sufren violencia pueden acudir al sistema judicial buscando poner
fin a la situación de maltrato, no tanto demandando un castigo para el agresor
(también su pareja y posiblemente el padre de sus hijos/as), sino más bien
como una estrategia, una herramienta que les ayude a resolver sus necesidades
(Laurrauri, 2003; 2008).
Otras mujeres buscan, además, mandar un mensaje al agresor de que su com-
portamiento es criminal, que el maltrato es un delito y pretenden que dicho delito
sea castigado (Erez y Belknap, 1998; Weisz, 2002).
También hay que tener en cuenta que uno de los temores que las mujeres ma-
nifiestan a lo largo del procedimiento judicial es el de que dicho procedimiento
impida el pago de la manutención de sus hijos e hijas, o esperan que éste sea res-

94
tituido por el procedimiento judicial en curso (Belknap et al., 2001: Bennet et al.,
1999; Erez y Belknap, 1998; Larrauri, 2003).
De acuerdo con Hoyle y Sanders (2000), aún en aquellos casos en los que las
mujeres no se oponen al arresto pueden decidir finalmente abandonar dicho pro-
ceso. Esto puede ocurrir porque el arresto logre los cambios que la víctima
buscaba en el comportamiento de su compañero y se considera innecesario conti-
nuar con el proceso. Pero también puede ocurrir que la mujer perciba que el coste
personal del juicio sea mayor que el beneficio que se espera de él. A veces, porque
se teme que proseguir no solucione el problema o traiga más violencia, mientras
que otras veces es porque la violencia primaria es menos dañina que la que el
juicio pueda precipitar creándose un círculo vicioso donde los sentimientos de
amor y culpa pueden ser manipulados, como hemos visto previamente.
Por otro lado también se ha analizado en qué medida las diferentes expectati-
vas de las mujeres son tenidas en cuenta por los operadores judiciales,
encontrándose que, del mismo modo que las mujeres no siempre entienden el pro-
cedimiento judicial, los/as operadores judiciales no siempre tienen en cuenta las
expectativas de las mujeres, lo que no contribuye a mejorar las relaciones entre
ambas partes (Ford y Burke, 1987; cit. por Hare, 2006; Larrauri, 2003).
Finalmente, la realidad y las expectativas de las mujeres maltratadas son muy
diversas, influidas por sus circunstancias personales y sus necesidades. Esta di-
versidad reclama del sistema penal dos asuntos: establecer un procedimiento
penal que se ajuste a las necesidades de las mujeres (de protección, económicas y
de participación) y crear un derecho penal que atienda a las demandas diversas
de ellas (Larrauri, 2003).

3.3.2 ¿Qué encuentran las mujeres en el sistema judicial?

Desde nuestro punto de vista, un aspecto fundamental para conocer los motivos
de abandono y renuncia de las mujeres a proseguir los procesos judiciales contra
los maltratadores es su opinión acerca del sistema judicial en su conjunto (jueces,
policía, abogados/as…). Resulta irónico que esta opinión no haya sido requerida
en muchas ocasiones. Tradicionalmente, los análisis de la relación entre las mu-

95
jeres víctimas de violencia de género y el sistema judicial se han basado en las
percepciones de los/las profesionales que las atienden (policías, abogados, jue-
ces,…) o han utilizado documentación relacionada (tales como los informes de la
policía o el tribunal) (Erez y Belkap, 1998; Bennett et. al., 1999; Gillis et al., 2006).
Sin embargo, en los últimos años se han llevado a cabo algunos estudios en los
que se analiza la visión de las mujeres sobre su relación con el sistema judicial,
tratando de indagar también cómo esa relación ha afectado a su decisión de con-
tinuar o no los procesos judiciales contra los agresores. Aunque, como hemos
advertido previamente, estos estudios han sido realizados en países anglosajones
(EEUU, Canadá y Gran Bretaña), el hecho de que se hagan eco de las voces de las
mujeres los convierte en una aportación muy valiosa para entender los motivos
del eventual abandono por parte de éstas.

3.3.2.1 Policía. Una gran parte de la investigación sobre la respuesta del siste-
ma legal a las peticiones de las mujeres maltratadas se ha centrado en la policía
(Erez y Belknap, 1998; Coluter et al., 1999; Hoyle y Sanders, 2000; Gillis et al.,
2006). En dichos estudios se ha indagado acerca de cuestiones como los factores
que influyen en la decisión de llamar a la policía o la interacción de las víctimas
de violencia de género con la misma.
Con respecto a la primea cuestión, se ha visto que la decisión de la víctima de
un crimen de llamar a la policía está influenciada por multitud de situaciones y
factores personales. Está comprobado que las mujeres, en comparación con los
hombres, son el doble de reticentes a denunciar un crimen debido al miedo a las
represalias. Esta medida puede ser mayor si las mujeres víctimas lo son por vio-
lencia de género (Singer, 1988; Russell, Lipov, Phillips, & White, 1989).
Las experiencias previas con oficiales de la policía influirán en la decisión
de una víctima de violencia de género al denunciar un nuevo caso (Ruback,
Greenberg, & Westcott, 1984). Por ejemplo, algunas víctimas han encontrado in-
útil llamar a la policía (Hamilton & Coates, 1993).
En los últimos años se han realizado algunos estudios sobre los factores que
hacen que las mujeres maltratadas llamen o no a la policía cuando sufren agresio-
nes por parte de su pareja o ex-pareja. Así, por ejemplo, Coluter, Kuhenie, Byers y
Moya (1999) preguntaron a una muestra de mujeres que estaban en centros de

96
acogida en EEUU acerca de las razones que las llevaron a llamar o no a la policía.
Las autoras consideran llamativo que más de la mitad de estas mujeres, a pesar de
haber sufrido agresiones muy graves, no habían buscado ayuda de la policía. Era
más probable que se llamara a la policía cuando eran casos de agresiones físicas
infringidas por cualquier otra persona que en el caso de que el agresor fuera una
ex pareja. Para Coluter et al. (1999), no está claro si el significado de la baja fre-
cuencia de agresiones perpetradas debe atribuirse a que las víctimas son reticentes
a buscar ayuda si la agresión la realiza una ex pareja o a que las ex parejas reali-
zan infrecuentes agresiones de género (esto último parece poco probable si
tenemos en cuenta que en España, según los datos del Ministerio de Sanidad,
Política Social e Igualdad de 2010, de las 73 mujeres que murieron por violencia de
género, el 38,4% fueron asesinadas por sus ex-parejas o parejas de las que estaban
en proceso de ruptura). El propio estudio de Coluter et al. (1999) pone de manifies-
to la baja proporción de detenciones asociadas a estas llamadas a la policía de las
mujeres (menos de una cuarta parte). Estas, además, se produjeron sobre todo en
casos de agresiones físicas (y mucho menos ante maltrato psicológico). Ello nos
puede ayudar a entender la reticencia de las mujeres a llamar a la policía.
En el caso específico de mujeres inmigrantes en Canadá, Gillis et al. (2006)
han encontrado que la decisión inicial de contactar con la policía estaba influida
por muchos y complicados factores. Entre ellos señalan los sentimientos de sole-
dad, especialmente si no tenían respaldo familiar en Canadá. Ello las llevaba a
minimizar o racionalizar el maltrato para proteger al maltratador y mantener la
relación. Relacionados con ellos están los sentimientos de responsabilidad de
mantener a la familia unida. El concepto de familia y de ser una buena esposa de
su cultura de procedencia las llevaba a decir cosas del tipo “Como esposa tú tienes
que soportar algunas cosas y hacer que las cosas sean más fáciles”. Por otra parte,
factores como el desconocimiento del sistema legal, o los problemas lingüísticos
y culturales asociados a su condición de mujeres inmigrantes y, por supuesto, el
miedo a las represalias contra ellas y sus hijos/as y los problemas económicos con
que se encontrarían ella y sus hijos en caso de separarse actuaban como freno a
la llamada a la policía. En estas circunstancias, la decisión de contactar con la
policía era tomada usualmente después de muchos años sufriendo maltrato físico
severo (5 años o más). En muchos casos después de sufrir agresiones físicas im-

97
portantes en las que sentían que no podían protegerse y temían por sus vidas y
cuando comprendían el impacto del maltrato sobre sus hijos/as.
Otra cuestión que tiene que ver con la anterior es lo que dicen las mujeres so-
bre su relación con la policía, una vez que esta interviene. Sobre esta cuestión los
datos nos muestran que el panorama dista de ser el ideal. Así, Erez y Belknap
(1998) hallaron que, mientras casi la mitad (43%) de las mujeres señalaban que
habían recibido comentarios alentadores de los/as policías en relación con ellas y
con seguir adelante con sus denuncias, una proporción mayor (49%) alegó que
habían experimentado comentarios o actitudes desalentadoras de la policía.
Otras mencionaban comentarios policiales que podían indicar un intento de me-
diar en la situación, pero que a ellas les parecía inapropiado o indicativo de la
mala interpretación del problema, de prejuicios o, directamente, de intentos de
culpar a la víctima. En conjunto, la mitad (50%) de las víctimas creía que la poli-
cía había minimizado el alcance de sus lesiones, un 16% decía que la policía no
creía su versión o, incluso, se había puesto de parte del agresor. Finalmente, La
mayoría (66%) de las víctimas señalaron que la policía no encontró ninguna prue-
ba para procesar a los delincuentes y más de dos tercios (71%) de las víctimas
declaró que un agente de procesamiento penal trató de convencerlas de abandonar
su denuncia. En conjunto, el comportamiento de la policía recibió la calificación
más baja por parte de las mujeres, por debajo de los/las jueces, la fiscalía y la abo-
gacía. Su actuación fue considerada, además, como disuasoria con respecto a la
denuncia.
Gillis et al. (2006), por su parte, encontraron que, aunque las experiencias con
la policía de las participantes en su estudio fueron variadas, la mayoría informó
de algún hecho negativo. Muchas mujeres subrayaron que la respuesta de la poli-
cía fue uno de los factores que las desanimaron a continuar el proceso legal.
Otras, además, señalaron que la policía no se tomaba en serio los casos de violen-
cia de género. A menudo el comportamiento de la policía fue descrito como
insensible, impersonal y sin dar al caso la importancia que merecía. Finalmente,
algunas mujeres señalaron la incompetencia de la policía en el lugar de los he-
chos como la responsable de que perdieran sus casos.
El estudio de Hoyle y Sanders (2000) contrasta con los anteriores y dibuja un
panorama un poco más esperanzador. Así, las participantes de esta investigación

98
destacaban como positivo, en términos de apoyo emocional y práctico, el papel de
los y las agentes de violencia doméstica (en la terminología anglosajona). Estos/as
agentes proporcionaban un contexto dentro del cual las mujeres podían buscar
soluciones civiles o penales, terminar una relación violenta o continuar con aque-
llas acciones que sentían que podían reducir o terminar con la violencia en sus
vidas. La mayoría de estas mujeres sentían que los/as agentes les ofrecían opcio-
nes que hacían que el proceso legal fuera más fácil, que “abrían las puertas” para
ellas.
En lo que sí parecen coincidir los estudios citados en este apartado es en la
importancia del papel de los/as agentes de policía como primera instancia que
interviene en los casos de violencia contra las mujeres. Una actitud que minimice
la importancia de la agresión, abra pocas expectativas de protección o incluso
culpabilice a las víctimas parece tener un efecto disuasorio a la hora de presentar
o mantener las denuncias. Por el contrario, el ofrecimiento de información y apo-
yo (legal y emocional) por parte de los/as agentes aumenta la probabilidad de que
las mujeres se sientan amparadas por el sistema legal y judicial y continúen el
proceso contra los maltratadores.

3.3.2.2 Agentes judiciales y juicios. Además del contacto con la policía, el sis-
tema judicial implica el contacto de las víctimas con otros actores, instancias y
procedimientos judiciales. La visión de las mujeres acerca de cómo son tratadas
en estos procedimientos y por parte de estos/as profesionales resulta de gran in-
terés para entender su decisión de continuar o no con los procesos legales.
Algunas investigaciones recientes se han ocupado también de esta visión.
Entre ellas podemos referirnos al estudio ya citado de Erez y Belknap (1998),
en el que se preguntaba a las mujeres sobre su interacción con la fiscalía. Las au-
toras encontraron que la mitad de las víctimas (51%) afirmaba que la fiscalía las
había animado a seguir adelante con la acusación, mientras que la otra mitad
(49%) declaró que se las había disuadido de seguir adelante. Otras sentían que
darles a ellas la responsabilidad de decidir qué hacer, o de qué forma continuar
no era útil ni deseable. No obstante, algunas de las víctimas reconocieron que lo
que en un primer momento les parecieron comentarios desalentadores resultó ser
útil al final.

99
Aunque casi la totalidad (98%) de ellas declaraba haber cooperado con la fis-
calía, dándoles toda la información que tenían, la mitad consideraba que el/la
fiscal les había hecho preguntas que indicaban desconfianza hacia ellas y su ver-
sión de lo ocurrido o que minimizaban el alcance de la agresión. No obstante, la
valoración del comportamiento de la fiscalía fue mejor que la del resto de los
agentes del sistema judicial (por encima de jueces, defensores y policías).
El cuadro que dibujan los estudios acerca de la opinión de las mujeres sobre
agentes judiciales y juicios es muy variado. Así, por ejemplo, Bennett et al. (1999)
presentan una visión negativa del proceso judicial por parte de éstas. Las autoras
citadas señalan que las mujeres se quejan de que los procedimientos judiciales son
confusos para las víctimas de violencia de género que comienzan el proceso judi-
cial. Hay al menos dos factores que incrementan la confusión. Por una parte, la
propia agresión hace que durante el primer contacto con el sistema, en las prime-
ras 24 horas tras los hechos, la víctima sea incapaz de absorber todo lo que significa
el proceso judicial. Además, están preocupadas por sus hijos/as, su futuro, etc. Por
otra parte, los servicios de atención a las víctimas no tienen recursos suficientes
para hacer un seguimiento adecuado en todos los casos. La mayoría de estas mu-
jeres desconocen las diferencias entre los distintos procedimientos (penales y
civiles), tienen que confiar en los abogados/as y en ocasiones no comprenden las
decisiones de los/las jueces (en cuanto a las sentencias y los trámites legales).
Al mismo tiempo, las mujeres a menudo se sienten frustradas y desanimadas
por la lentitud del sistema, al cual han acudido buscando protección para ellas y
sus hijos e hijas. Muchas esperan que del primer contacto con la justicia surjan
efectos inmediatos. Ninguna espera entrar en un proceso largo, con visitas conti-
nuadas a los juzgados y con el agresor sin castigo durante meses.
El estudio de Gillis et al. (2006) ofrece datos similares a los anteriores. En primer
lugar, se centra en la experiencia de las mujeres en los juzgados. Según las autoras,
el tiempo entre el primer contacto con la policía y la fecha del juicio real suponía un
periodo de espera donde los/las trabajadores de los juzgados ofrecían muy poca
guía o información a las mujeres. Éstas describían su insatisfacción y la falta de
apoyo de la fiscalía. Sentían que habían tenido poco apoyo y poca información del
proceso y no sabían qué hacer. Al mismo tiempo, describían el proceso como inti-
midante, impersonal y humillante. Consideraban que había faltado empatía e

100
interés por los casos en el personal judicial. Por ello, se sentían silenciadas y no
escuchadas. Como conclusión, todas las mujeres del estudio informaron que nunca
volverían a usar el sistema legal en situaciones de violencia de género. Aunque al-
gunas estaban satisfechas con el resultado, decían que no volverían a hacerlo
porque había sido un proceso agotador mental y emocionalmente. Como síntesis de
las opiniones de las mujeres de su estudio, las autoras señalan lo siguiente:

• Muchas sentían que más que ser la víctima eran criminales.

• No sentían que los agresores fuesen a pagar lo que habían hecho.

• Mencionaban repetidamente los problemas con la custodia de los hijos/as que


implicaba el procedimiento legal. Sobre todo, los derechos del agresor de ver a
sus hijos/as y de mantener contacto con ellos/as por imposición legal no eran
del gusto de la mayoría de las mujeres del estudio.

• La pérdida de apoyo y cuidados tras la finalización del proceso era otro de los
temas recurrente de los grupos. Las participantes esperaban que el/la juez les
otorgara algún tipo de ayuda o compensación por parte del agresor.

Frente a las dos anteriores, la investigación de Bell, et al. (2011) presenta un


panorama algo más esperanzador. Así, la información descriptiva de tres elemen-
tos cuantitativos reveló que, en general, la mayoría de las mujeres evaluó
positivamente sus experiencias en el juzgado. Más de la mitad sentían que habían
conseguido lo que querían del juicio y un poco menos de la mitad consideró que
el tribunal había sido muy leal a ellas (calificación de 5 en una escala de 1 a 5).
Las mujeres tendían a sentirse más neutrales sobre el impacto del juicio en su
bienestar general: el 36%, dio una calificación de 3 en una escala de 1 a 5. Incluso
en este tema, sin embargo, más de la mitad de la muestra dio una calificación de
4 ó 5, indicando que el tribunal había tenido cierto grado de impacto positivo en
su bienestar.
En los análisis cualitativos que fueron el foco principal del estudio se conside-
raron dos categorías generales que abarcaban la gama y la valencia de las
observaciones formuladas por los/as participantes: cuestiones relacionadas con
los resultados del tribunal (es decir, las disposiciones de casos y cómo se aplica-

101
ron estas disposiciones) y cuestiones relacionadas con el proceso judicial (es
decir, las experiencias con el personal del tribunal y los procedimientos).
Al discutir los aspectos de los resultados judiciales que influyeron en sus pun-
tos de vista sobre sus experiencias, las participantes con mayor frecuencia
expresaron su deseo de alternativas al encarcelamiento, tales como el asesora-
miento obligatorio, manejo de la ira, o el tratamiento para el de abuso de
sustancias, y tenían la sensación de que el tiempo en la cárcel por sí solo no resol-
vía la raíz del problema. También se sintieron a menudo frustradas, cuando se
dieron cuenta de que las disposiciones judiciales apenas tuvieron consecuencias
sobre la conducta de sus parejas. Igualmente problemático para muchas mujeres
fue el fallo del tribunal al no hacer cumplir adecuadamente las disposiciones, ya
que envió el mensaje a los agresores de que las intervenciones del juzgado podían
ser ignoradas y, finalmente, las dejaba sin la ayuda que necesitaban. En cambio,
cuando el tribunal hacía un seguimiento para obligar a cumplir las disposicio-
nes, las mujeres sentían que sus parejas les tomaban más en serio, al saber que
tenían el poder del juzgado de su parte.
Con respecto a los procesos judiciales que fueron útiles o perjudiciales, se
mencionó frecuentemente cómo las mujeres fueron tratadas por el personal de
los juzgados. El apoyo, o al menos un ambiente no antagónico o apático, ayu-
dó a que muchas de ellas se sintieran menos solas y desamparadas. Esto fue
particularmente cierto en la propia sala de audiencias, donde el comporta-
miento del/a juez envió un poderoso mensaje a la víctima y al agresor sobre la
importancia del abuso. Las mujeres valoraron ser incluidas en la toma de de-
cisiones, especialmente en la medida en que esto contribuyó a la sensación de
ser tratadas de manera justa. Una segunda clave del proceso judicial que se
puso de manifiesto en la evaluación de las experiencias de las mujeres fue la
duración y el ritmo del proceso. Por desgracia, las mujeres tuvieron que regre-
sar varias veces a la audiencia y se encontraron con otros retrasos percibidos
como innecesarios. Irónicamente, cuando finalmente obtuvieron su oportuni-
dad de ser escuchadas en la corte, un buen número sintió que fue de manera
apresurada y un tanto silenciada. Proporcionar información acerca de los pro-
cedimientos judiciales ayudó a las mujeres, ya que hacía el proceso menos
confuso. La confusión sobre el proceso judicial ya fue identificada por Bennett

102
y sus colegas (1999) como un obstáculo importante al uso del sistema judicial
penal.
Para concluir este apartado, podemos señalar que tanto en el caso específico de
la policía, como en el de otras instancias y actores judiciales, los estudios realiza-
dos en el contexto de países anglosajones ponen de manifiesto un panorama
variable. Así, mientras que algunas investigaciones revelan que la opinión de las
mujeres es predominantemente negativa (Hamilton & Coates, 1993; Erez & Belknap,
1998; Bennett et al., 1999; Gillis et al., 2006), otros muestran una visión más
favorable (Hoyle & Sanders, 2000; Bell et al., 2011) según como haya sido la inter-
vención de estas instancias y agentes del sistema judicial. En todo caso, se pone
de manifiesto a nuestro juicio la importancia que tiene la respuesta que da dicho
sistema a las demandas de protección de las mujeres. Cuando dicha respuesta es
de falta de interés, minimización o incluso culpabilización de las mujeres, éstas
tienden a abandonar los procesos judiciales o a no iniciarlos ante nuevas agresio-
nes. Cuando las personas que componen el sistema legal ofrecen apoyo (en todas
sus vertientes: emocional, de asesoría…), las mujeres se muestran más dispuestas
a continuar con el procedimiento judicial.

3.3.3 La Orden de Protección (OP)

Un apartado especial dentro del análisis del sistema judicial de cómo éste puede
intervenir en el abandono del procedimiento iniciado lo merece la Orden de
Protección (OP). Dentro de este apartado analizaremos lo que se ha encontrado en
las distintas investigaciones realizadas con respecto a las situaciones en que és-
tas se solicitan, qué esperan las mujeres de ellas, su efectividad así como los
factores que pueden intervenir en su concesión.

3.3.3.1 ¿En qué ocasiones se solicitan? Las investigaciones indican que las mu-
jeres suelen buscar las órdenes de protección después de graves niveles de
victimización. Por ejemplo, los estudios muestran que la mayoría de las mujeres
que buscan órdenes de protección han experimentado un asalto físico (Carlson,
Harris, y Holden, 1999; Gondolf, McWilliams, Hart, y Steuhling, 1994; Zoellneret

103
al, 2000), golpes y asfixia (Keilitz, Davis, Efkeman, Flango, y Hannaford, 1998),
amenazas de daño o de muerte (Keilitz, Davis, et al, 1998.; Klein, 1996; Zoellner
et al, 2000); abusos sexuales (Ptacek, 1999), amenazas con un arma y acoso (por
ejemplo, Keilitz, Davis, et al, 1998) y la agresión de sus hijos/as (por ejemplo,
Gondolf et al., 1994). De la investigación también se desprende que la Orden de
Protección es más buscada a menudo, no la primera vez que ocurre la violencia,
sino más bien después de la exposición prolongada a los abusos. Por ejemplo,
Keilitz, Davis, y colegas (1998) encontraron que más del 40% de las mujeres que
solicitaron una Orden de Protección había experimentado graves abusos físicos
por lo menos cada pocos meses, y casi una cuarta parte había sufrido abusos du-
rante más de 5 años. Harrell y Smith (1996) revelaron que la duración del abuso
de una mujer antes de que se solicitara la asistencia judicial era una media de 2 a
4 años, y Zoellner y sus colegas (2000) encontraron que la mayoría de las mujeres
dijeron que el episodio más reciente no fue el primer incidente de maltrato (81%),
y sólo alrededor de un tercio (36%) indicaron que era el peor.

3.3.3.2 ¿En qué ocasiones se conceden y de qué factores depende? Una segunda
cuestión es, una vez solicitadas, en qué ocasiones se conceden las OP. Los estu-
dios muestran que sólo una minoría de las víctimas accede a ellas, y que aquellas
que lo hacen normalmente suelen hacerlo después de una exposición seria y sos-
tenida a la violencia. Como hemos señalado en el capítulo anterior, de acuerdo
con los datos del CGPJ correspondientes al primer trimestre de 2011 referidos a
España, del total de Órdenes de Protección solicitadas éstas fueron concedidas en
el 68% de los casos.
Otra cuestión que merece la pena tener en cuenta es que la literatura muestra
que la concesión de una Orden de Protección parece depender de una serie de
factores. Entre ellos se encuentra la habilidad de narrar historias en un orden
temporal, así como de especificar detalles que satisfagan las definiciones legales
del maltrato. Todo ello parece, como decimos, ser importante en la concesión de
órdenes de protección en los tribunales (Durfee, 2009).
Por otro lado los estereotipos existentes acerca de la violencia de género y de
las mujeres que lo sufren pueden influir también en las decisiones relativas a ór-
denes de protección (Durfee, 2010). Estas imágenes suponen un problema cuando

104
los agresores no se ajustan a los estereotipos de legitimidad (por ejemplo, no uso
de drogas, no violentos), a pesar de que siguen siendo víctimas de abuso.
En España, la decisión sobre la concesión de la Orden de Protección recae so-
bre los magistrados y magistradas (generalmente de Juzgados de Violencia de
Género) basándose en la declaración de la víctima y del agresor, así como en
diferentes datos objetivos como pueden ser partes de lesiones, testificales, ante-
cedentes penales del agresor, habitualidad de detenciones, condenas anteriores
por maltrato o valoración de riesgo realizada por la Policía Nacional o la Guardia
Civil. En la actualidad se está implementando un protocolo médico-forense de
valoración urgente del riesgo de violencia de género que supondrá una mejora en
cuanto a la rapidez de la valoración y la profundidad de la misma.

3.3.3.3 La eficacia de las OP. A pesar del uso extendido de las OP, hay muy po-
cos estudios sobre cómo funcionan y sobre su efectividad en la reducción de la
violencia futura. Si es o no la solución a la violencia o qué hubiera ocurrido sin la
intervención legal, es algo que todavía no está claro. Desde una perspectiva di-
suasoria, las sanciones penales asociadas con la violación de las órdenes de
protección pueden disminuir la probabilidad de que el agresor continúe con su
abuso por miedo a enfrentarse a sanciones. Como Wallace (1996) expone, “a pe-
sar de que algunos delincuentes pueden haber tenido numerosos contactos con el
sistema policial y judicial, la mayoría no han estado involucrados en una orden
directa de un/a juez que les prohíbe ciertas conductas. El fantasma de hacer fren-
te a un/a juez después de violar una orden judicial puede actuar como elemento
disuasorio para algunos maltratadores” (p. 206). Sin embargo otras voces consi-
deran que los maltratadores con antecedentes penales van a continuar ejerciendo
violencia (Cattaneo y Goodman, 2005; Klein, 1996), incluso después de la inter-
vención judicial (Klein & Tobin, 2008; Rempel, Labriola, y Davis, 2008). Grau y
colaboradores (1985) encontraron que no había diferencias significativas entre
las tasas de maltrato físico de mujeres con OP y sin ella. Sin embargo su muestra
procedía de mujeres que participaban en programas educativos sobre violencia
de género, por lo que las mujeres que no tenían OP estaban recibiendo también
algún tipo de intervención y este hecho pudo influir en la ausencia de diferencias
entre ellas. En la misma línea, algunos estudios (Harrell y Smith, 1996; Klein,

105
1996) han encontrado poca o ninguna diferencia en tasas de re- abuso entre mu-
jeres que tienen OP permanente (por un año) comparadas con mujeres que tienen
sólo OP temporal (por treinta días). En la actualidad, sin embargo, existe un deba-
te abierto sobre el maltrato que puede suponer para las mujeres estar continuamente
solicitando las OP cuando éstas son temporales y cómo en estas situaciones los
agresores pueden seguir controlando y abusando de sus víctimas. Además, tam-
bién se ha señalado que la OP no garantiza el fin del contacto entre las víctimas y
sus agresores y, por tanto, las consecuencias de dicho contacto. Como señalan
Miller y Smolter (2011), muchas mujeres experimentan las OP como herramientas
en el arsenal del agresor calculadas para desgastarlas, minar su auto-estima, y
crearles dificultades. En su estudio, las mujeres tuvieron que soportar la tensión
constante de volver al juzgado, lo que implicaba tomar tiempo fuera del trabajo,
organizando el transporte y cuidado de los/as niños/as, y llevarlos con ellas a los
tribunales si no encontraban otra opción.
También tuvieron que enfrentarse a sus agresores frente a frente. En la sala de
espera del juzgado las mujeres tuvieron que escuchar a los agresores hablando de
ellas en términos humillantes e inciertos. Los hijos e hijas que estuvieron presen-
tes, también tuvieron que escuchar estas conversaciones. Además, la necesidad
de estas mujeres de estar presentes en el juzgado respondiendo al deseo de su
agresor de cambiar una OP existente daba a los maltratadores la oportunidad de
ejercer su poder y control en un terreno donde es legalmente posible. De alguna
manera esta forma de maltrato es una extensión del concepto de Control Coercitivo
que Evan Stark (2007) discute en un libro reciente y que Michael Johnson (1995,
2007) introduce en un trabajo que distingue entre varios tipos de maltrato contra
las mujeres. Las mujeres a menudo informan que es más debilitante la violencia
psicológica que la física. Alguno de los tipos de violencia señalados son el acoso
y otras tácticas, incluido el maltrato burocrático (paper abuse). El acoso comparte
algunas características con el maltrato burocrático, tales como llamadas y cartas
indeseadas o visitas al hogar de la víctima para obtener evidencias que se usen en
el juicio, todas las cuales acosan, intimidan y amenazan a la víctima (Melton,
2007). Sin embargo, difiere del acoso tradicional en que el acusado está ejercien-
do opciones legales, más que realizando actos delictivos contra su pareja. En
ocasiones, cuando un agresor es informado de la petición de una OP contra él,

106
ellos solicitan una petición cruzada (de protección contra la víctima) para conti-
nuar acosándola. En estos casos, el juzgado debe determinar cuál es válida,
abriendo las puertas de los agresores a encontrar el favor de los/las jueces. Las
mujeres maltratadas con hijos o hijas son especialmente vulnerables a maltrato
burocrático ya que los acusados utilizan los juzgados para librar su guerra por la
custodia, el soporte económico y los derechos de visitas de los niños/as. Las ame-
nazas de llevarse a los niños/ñas son una táctica común en el abuso y las mujeres
han discutido con frecuencia las implicaciones de la búsqueda de la custodia o de
la manutención del niño/ña y las amenazas y hostigamientos que siguen (Ptacek,
1999; Rosen & O’Sullivan, 2005).
En cuanto a los factores de riesgo para el re-abuso, podemos decir que no exis-
ten muchos estudios al respecto, lo que dificulta su comprensión. Uno de los
trabajos que podemos citar en este sentido es el de Harrell y Smith (1996), en el
que se encontró que la probabilidad de re-abuso era mayor si la víctima compartía
hijos/as biológicos con el agresor. Los autores consideran que la presencia de hi-
jos e hijas comunes contribuía al incremento del riesgo que se deriva de los
conflictos y la violencia como resultado de los asuntos de custodias y visitas. Otro
factor de riesgo de re-abuso que se encontró era si el agresor había sido o no arres-
tado. Los autores encontraron que la probabilidad de agresión tras la OP era
menor si el agresor había sido arrestado durante el incidente que provocó la soli-
citud de OP. Sin embargo Klein (1996) no encontró ninguna relación entre la
detención y la probabilidad de volver a maltratar. El tercer factor de riesgo encon-
trado por Harrell y Smith (1996) es la historia previa de violencia de género. Estos
examinaron tanto la duración como la severidad del maltrato cometido anterior-
mente a la OP. No encontraron relación con la duración del maltrato, pero
identificaron que la severidad del abuso anterior era predictor de violencia más
severa tras la OP.
En resumen, la investigación ha empezado a identificar los factores más estre-
chamente asociados con mayores tasas de violaciones de las órdenes, incluyendo
la gravedad y la persistencia en el patrón de la violencia ejercida por el delincuen-
te, la presencia de los niños/ñas, la brevedad de la relación, el vivir separadas o
no del agresor, y la respuesta de la policía en el incidente que llevó a las víctimas
a solicitar una OP (Jordan, 2004).

107
La escasez de investigación sobre el tema hace que sea difícil evaluar la satis-
facción de las mujeres víctimas de violencia de género en el proceso de Orden de
Protección. La reincidencia de los agresores es la principal medida sobre la efica-
cia de la OP, y aunque numerosos estudios indican una aparente reducción de la
violencia posteriormente a la emisión de una orden del tribunal, como hemos vis-
to, sin embargo otros estudios señalan que las órdenes fueron violadas entre el
20% y el 40% de las veces (Harrel y Smith, 1996).
Por otro lado, aunque ha habido pocas investigaciones sobre la percepción de
la víctima acerca de la eficacia de la OP, las pocas que se han realizado sugieren
que las mujeres con protección informan de mejor calidad de vida, de sentirse
mejor consigo mismas, y se sienten más seguras después de haber obtenido una
OP (Fischer & Rose, 1995; Harrell, Smith y Newmark, 1993; Kaci, 1994; Keilitz,
Efkeman, y Hannaford, 1997; Logan y Walker, 2009a).
En resumen, en la actualidad no existe consenso sobre la efectividad de las OP
en la reducción de la violencia futura, e incluso se apunta a que esa violencia
puede adoptar otros aspectos, como cuando el maltratador utiliza el sistema legal
para seguir acosando a la víctima. Sin embargo, parece probado que la existencia
y consecución de este recurso aporta a las mujeres mayor seguridad y confianza
ante la andadura burocrática y judicial que inicia cuando decide denunciar a su
agresor. También se ha comprobado que existen factores externos a la propia OP
y las medidas adoptadas que aumentan o disminuyen su eficacia (dependencia
económica, convivencia con el agresor, hijos/as comunes, etc.), todos ellos facto-
res a tener en cuenta en la investigación y en la aplicación de las OP en el futuro.

3.4 CONSIDERACIONES FINALES

A partir de los resultados repasados en este apartado nos gustaría concluir resu-
miendo las evidencias más significativas.
Los recursos de los que dispone la mujer víctima de maltrato es un factor deter-
minante en la decisión de iniciar y continuar con el proceso judicial. Cuando
hablamos de recursos nos referimos a recursos económicos y apoyo social para,
por ejemplo, poder cuidar a los hijos/as o de disponer de un lugar seguro donde

108
vivir. Probablemente, la existencia de estos recursos sociales y materiales son los
factores más determinantes y evidentes que la investigación ha arrojado.
Es necesario tener en cuenta la cultura a la que pertenecen las mujeres vícti-
mas de maltrato para poder comprender las reacciones emocionales de culpa o
vergüenza que pueden contribuir a la renuncia por parte de estas mujeres. Sin
lugar a dudas, son los valores culturales los que, es posible, que al mismo tiempo
sustenten la ideología machista que padece la víctima y los que le permita sentir-
se parte de una comunidad cultural. Es necesario respetar, comprender y
acompañar a estas mujeres en su necesario recorrido para elaborar y re-construir
su relación con estos valores. También, como es lógico algunas comunidades de
inmigrantes pueden padecer más escasez de recursos por lo cual su cooperación
es más conflictiva.
La variable de gravedad de la agresión es muy importante para comprender la
decisión de iniciar los procedimientos judiciales. La gravedad del delito impulsa
a las mujeres a tomar la decisión de iniciar procedimientos. La existencia de hijos
e hijas en común parece interactuar de forma compleja con la gravedad del delito.
Mientras que la existencia de hijos/as en un contexto de violencia focalizada en la
mujer y menos grave puede disminuir la probabilidad de inicio del proceso judi-
cial, en un contexto de violencia más grave, los hijos e hijas aumentarían la
probabilidad de iniciar y continuar con el proceso.
Es esencial entender a las mujeres víctimas de maltrato como agentes activos
en la adopción de distintas estrategias para gestionar la violencia. Por ello, hay
que tener en cuenta que las metas que persiguen algunas mujeres al denunciar a
sus maltratadores,no siempre se vinculan al objetivo que intuitivamente podría-
mos suponer desde fuera del círculo de la violencia: salir definitivamente del
contexto de la violencia, liberándose del maltratador y denunciando públicamen-
te los delitos hasta sus últimas consecuencias.
Algunas investigaciones han hallado que las mujeres que eran parejas de los
maltratadores (convivían con ellos), tenían menos probabilidades de iniciar pro-
cesos judiciales que las mujeres que eran ex parejas, estaban divorciadas o
separadas. Sin lugar a dudas, la convivencia con el maltratador lo hace más difícil
tanto a nivel emocional, por los lazos afectivos que aún pueden subsistir y el mie-
do ante las amenazas, y por razones prácticas, falta de recursos, el inicio de

109
procedimientos judiciales. Otras variables demográficas como la edad y el tama-
ño del municipio han resultado significativas en estudios cuantitativos.
Junto a las consideraciones anteriores, algunos estudios han hecho recomen-
daciones concretas sobre la manera en que deben actuar los/as agentes del
sistema judicial (incluyendo a la policía).
En relación con la policía, Coluter et al. (1999) resaltan como conclusión de su
estudio la necesidad de una formación sistemática de ésta, así como el desarrollo
de políticas para atender a las víctimas de violencia de género de una forma es-
tructurada y de acuerdo con la ley. Sin esta estructura, los oficiales pueden
responder subjetivamente a esos casos y estar influenciados por su historia perso-
nal y sus propios valores. En opinión de estas autoras, el reforzamiento legal debe
contemplar un mayor reconocimiento del maltrato emocional y otras formas de
violencia de género, más allá de la violencia física. Las barreras actuales para que
las víctimas informen de abusos emocionales u otras formas de maltratos encu-
biertos pueden ser explicados por la falta de respuesta y protección a estas
víctimas. Cuando los/as agentes policiales y los miembros de la sociedad protejan
a las víctimas de todas las formas de violencia, estas pueden ser más proclives a
buscar ayuda.
En una línea similar, Hoyle y Sanders (2000) resaltan en su estudio la existen-
cia de una estrecha vinculación entre el éxito del proceso judicial contra los
maltratadores y la intervención de los/as agentes en las áreas en las que éstos/as
ofrecen una mayor cantidad de apoyo emocional y práctico. Más que cualquier
referencia o consejo, los/as agentes proporcionan un contexto dentro del cual las
mujeres pueden buscar soluciones civiles o penales, terminar una relación vio-
lenta o continuar con aquellas acciones que sientan que reducirán o terminará
con la violencia en sus vidas. En el estudio de Hoyle y Sanders (2000) la mayoría
de las mujeres sentían que los/as agentes les ofrecían las opciones que hacían que
el proceso legal fuera más fácil, que “abrían las puertas” para ellas.
Otros estudios hacen propuestas de carácter más general sobre el modo en que
los sistemas legales/judiciales deben tratar a las víctimas. Entre estas recomenda-
ciones podemos destacar las siguientes.
Es esencial proporcionar apoyo para la recuperación de las víctimas de vio-
lencia de género (Bell, Goodman y Dutton, 2011) y, más en concreto, cuando se

110
enfrentan a un proceso penal (Gillis et al., 2006.). Sobre todo porque sienten
que tienen que demostrar que han sido agredidas mientras están nerviosas y
asustadas, frente a gente desconocida, que además parece que no las creen.
También declaran que se sienten intimidadas por los hombres y su sobre-
rrepresentación en los juzgados. Por tanto sugieren que debería haber más
representación femenina en ellos. Otras sugieren que se escojan a los y las agen-
tes de policías para tratar estos casos entre aquellos o aquellas que se sientan
más proclives a ayudar a las personas, teniendo en cuenta que van a tratar con
gente traumatizada.
Un aspecto fundamental de ese apoyo es proporcionar a las víctimas más in-
formación acerca de sus derechos y del proceso legal, en general (Gillis et. al.,
2006). En este sentido, los/as fiscales y defensores/as deben tener en cuenta que
las víctimas no retienen mucha información en los primeros contactos con los
juzgados y que esta información puede guiar sus decisiones futuras (Bennett,
Goodman y Dutton, 1999). Como posibles soluciones, las autoras citadas propo-
nen dar información escrita que la víctima se pueda llevar a casa y así aclarar sus
dudas sobre el proceso judicial con un material sencillo o formar grupos de infor-
mación en los juzgados para que las mujeres puedan acudir a preguntar cuestiones
sobre el proceso. Una tercera propuesta es la creación de líneas de comunicación
donde las víctimas puedan llamar y preguntar sobre sus dudas. El personal de los
juzgados podría mantener informadas a las mujeres sobre el estado de sus casos,
lo que disminuiría la frustración de las víctimas,
En la misma línea, y para que las víctimas se sientan menos asustadas,
Bennett, Goddman y Dutton (1999) proponen crear figuras de acompañamiento
que sigan los pasos de las víctimas. Estos/as agentes judiciales podrían acompa-
ñarlas a los juicios y llamarlas para hacerles saber que están ahí.
Con respecto a la cuestión de las órdenes de protección, podemos concluir lo
siguiente:

Las mujeres suelen buscar las órdenes de protección después de haber estado
expuestas de forma prolongada a agresiones muy graves (asalto físico, golpes y
asfixia, amenazas de daño o de muerte, amenazas con un arma y acoso y la agre-
sión a sus hijos/as).

111
De todas las víctimas de violencia de género que solicitan OP, sólo una minoría
de ellas accede a dichas órdenes. Las que lo hacen normalmente suelen hacerlo
después de una exposición seria y sostenida a la violencia. En el caso de España,
en el año 2010 se concedieron 44.483 órdenes de protección, que representan un
33% de los casos en que fueron interpuestas denuncias.

• Esta concesión parece depender de una serie de factores relacionados con la


actuación de las víctimas y sus abogados/as en el sistema legal. Al mismo
tiempo, los estereotipos existentes acerca de la violencia de género y de las
mujeres que lo sufren pueden influir también en las decisiones relativas a ór-
denes de protección (Durfee, 2010).

• Entre los factores más asociados con mayores tasas de violaciones de las órde-
nes, se incluyen la gravedad y la persistencia en el patrón de la violencia
ejercida por el delincuente, la presencia de los hijos/as, la brevedad de la rela-
ción, el vivir separadas o no del agresor, y la respuesta de la policía en el
incidente que llevó a las víctimas a solicitar una OP (Jordan, 2004).

• Finalmente, aunque en la actualidad no existe consenso sobre la efectividad


de las OP en la reducción de la violencia futura, e incluso se apunta a que esa
violencia puede tomar otros aspectos, como cuando el maltratador utiliza el
sistema legal para seguir acosando a la víctima, sí parece probado que la exis-
tencia y consecución de este recurso aporta a las mujeres mayor seguridad y
confianza ante el largo proceso que inician cuando deciden denunciar a su
agresor. También se ha comprobado que existen factores que externos a la
propia OP y las medidas adoptadas aumentan o disminuyen su eficacia (de-
pendencia económica, convivencia con el agresor, hijos/as comunes, etc.),
todos ellos factores a tener en cuenta en la investigación y en la aplicación de
las OP en el futuro.

Como última consideración de este capítulo suscribimos la propuesta de Hoyle


y Sanders (2000) de un modelo de intervención policial y judicial basado en el
empoderamiento de las víctimas de violencia de género. Estas autoras distinguen
entre tres tipos de política policial y judicial seguidas en Gran Bretaña. Estas son,

112
la política de elección de la víctima, que, en la práctica, deja en manos de ésta la
continuación o finalización del caso (cuando la víctima decide no acudir a decla-
rar), la política pro-arresto, según la cual el proceso contra el agresor, una vez
iniciado, continúa aunque la víctima no siga participando en dicho proceso, y lo
que llaman política de empoderamiento de la víctima, que intenta crear las con-
diciones para ayudar a las mujeres a entender cuáles son sus intereses y las
alienta para que actúen de acuerdo con ellos, apoyándolas en sus decisiones.
En su trabajo optan decididamente por un modelo de empoderamiento de las
víctimas. Para ellas, está claro que las mujeres maltratadas deben ser empodera-
das para tomar decisiones que las lleven con mayor probabilidad al final de la
violencia. Pero ¿qué elementos deben conformar un modelo completamente ela-
borado para el empoderamiento de la víctima?
El primer requisito es que la política pro-arresto es vital, porque le da a la víc-
tima el tiempo y el espacio en el que decidir qué hacer. Sin embargo, muchos
arrestos suceden por la tarde o noche, por lo que pocas veces ofrece el tiempo
necesario para establecer comunicación con los agentes de violencia de género. El
segundo requisito es que los autores sean detenidos, en espera de una decisión de
juicio y con las condiciones adecuadas cuando sea necesario. En tercer lugar, los
agentes de violencia de género deben ponerse en contacto con la víctima lo antes
posible después del arresto para establecer o re-establecer la conexión con ella de
modo que el tiempo y el espacio proporcionados por el arresto y la garantía de la
policía se utilicen de manera constructiva. Y cuarto, los agentes junto con la víc-
tima tienen que evaluar las necesidades y los deseos de las víctimas en relación a
la violencia, la relación y cuestiones accesorias.

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