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Una vela en la oscuridad

Argumento cinematográfico original de J.L.P.

Bruno es un joven de 16 años que atraviesa algunos problemas: sus padres se


divorciaron recientemente, es responsable de haber provocado un incendio y tiene que
lidiar con las infidelidades de su novia, así como con una depresión que va en aumento.
Por eso está parado en medio de un puente peatonal, observando la ciudad que se
extiende frente a él, mientras considera si debería suicidarse. Grita de desesperación
con toda la fuerza de la que es capaz. Para su sorpresa, una gran cantidad de perros
comienza a aullar desde distintas direcciones.
Más tarde, trata de comunicarse con su novia, pero ella no contesta el teléfono.
Su mamá entra a la recámara y le hace una petición: tiene que ir a un pueblo remoto a
cuidar a una abuela de la que ni siquiera se acuerda. Él de inmediato protesta, pero su
madre alega que ella no puede ir por cuestiones de trabajo, por lo que él tendrá que
cuidar a la abuela por unos días.
De malas, sin quitarse los audífonos ni por un momento, Bruno viaja hasta el
pueblo donde vive su abuela materna. A las cuantas horas, descubre que la parada de
autobuses se encuentra en plena carretera, en medio de la nada.
Se baja del autobús con una expresión de desconcierto y espera junto a una
banca maltrecha. De repente, como salida de la nada, una mujer está de pie tras él.
Bruno casi se cae del susto al descubrir su presencia. Y es así como se encuentra con
Evangelina, su abuela.
La señora tiene setenta y cinco años, pero sus cabellos blancos y trenzados la
hacen parecer mucho mayor. Viste ropa humilde y sus pies descalzos no tienen ningún
problema en andar sobre las rocas o cualquier terreno que se le atraviese mientras
conduce a Bruno a una casa humilde, en donde abundan los objetos extraños y una
vegetación invasiva.
Hay un detalle que sorprende a Bruno: su abuela no habla, de manera que
resulta imposible saber qué le aqueja. Él no logra recordar si siempre ha sido muda,
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pero aquel obstáculo inesperado sólo complica más las cosas y agrava su mal humor.
Sin embargo, le espera otra sorpresa: no hay internet ni señal de teléfono en kilómetros
a la redonda. Bruno siente que los peores días de su vida están por comenzar.
Evangelina hace tareas domésticas todo el tiempo. En lugar de ayudarle, Bruno
prefiere salir a buscar señal. Su deambular lo conduce hasta la ribera de un río. Ahí se
encuentra con Ada, una joven de su misma edad. Ella se emociona por aquel
encuentro, pues asegura que los dos eran muy buenos amigos en la infancia. Sin
embargo, Bruno no se acuerda de ella. Ante la pregunta de por qué volvió después de
tanto tiempo, él contesta que por la enfermedad de su abuela, pero Ada le dice que
Evangelina está bien, y que quien les dijo lo contrario de seguro les jugó una broma.
Molesto, Bruno regresa a la casa y confronta a su abuela. La acusa de haberse
inventado una enfermedad con tal de no estar sola. Ella guarda silencio. Bruno le sigue
reclamando por todo, incluso por haberse mantenido lejos durante tantos años,
indiferente a los problemas de su familia. Su abuela lo mira con tristeza. Bruno guarda
sus cosas en la maleta y se va de ahí.
Camina hasta la parada de autobuses y espera a que pase algún vehículo. Sin
embargo, la espera se prolonga por horas. Al caer la noche, Bruno escucha ruidos a su
alrededor. Incluso ve unas siluetas oscuras que lo acechan. Y descubre un detalle que
lo asusta: las figuras no parecen animales, pero tampoco humanas. Evangelina llega al
rescate empuñando una vela. Con ayuda de aquella luz un poco más brillante de lo
normal, vuelven a salvo a su casa.
Bruno le pregunta por aquellas cosas que vio en el bosque. La abuela le da a
beber tequila para tranquilizarlo, pero no le ofrece mayores explicaciones.
Al otro día, Bruno descubre a Evangelina sentada en el suelo, tosiendo sin parar.
La acompaña hasta la cama y, preocupado, le pregunta que cómo la ayuda. Mediante
señas, su abuela le pide algo dónde anotar y escribe varias palabras con mano
temblorosa. Bruno ve que es una lista de disparates. Confiesa que no entiende qué
debe hacer con eso. Evangelina lo presiona para que vaya a conseguir esos objetos.
Bruno va a casa de Ada a pedirle ayuda. A la joven sólo le basta darle una
ojeada a la lista para entender que Evangelina sí está enferma de verdad.
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Mientras caminan por el bosque, Ada va observando las flores. Bruno le pregunta
por el significado de lo escrito en la hoja de papel. Ella, en lugar de contestar, se alegra
ante el hallazgo de una flor en un arbusto. La arranca con cuidado y la guarda en una
bolsa de tela que trae consigo. Después menciona que necesitan encontrar una hoja de
un árbol parlante. Bruno le dice que los árboles no hablan. Ada precisa que no todos,
por eso deben buscar uno que sí. Bruno, escandalizado, ve cómo la joven se aleja entre
los árboles como si tal cosa.
En otra zona del bosque, ve que Ada tiene la oreja pegada en el tronco de un
gran árbol. Bruno le pregunta que qué hace. Ella le pide que se calle, pues no la deja
escuchar al árbol. Bruno ya tuvo suficiente de tonterías: dice que va a ir a buscar un
doctor. Ada le asegura que no necesitan un doctor, que lo que Evangelina necesita es
que ellos le ayuden, y una manera de hacerlo es tratando de escuchar. La joven
convence a Bruno de pegar la oreja al tronco. Él obedece a regañadientes. De pronto,
escucha las voces de dos niños que están jugando. Y se da cuenta de que son ellos
mismos, Ada y Bruno, años atrás. Asustado, se separa del árbol y se le queda viendo
sin poderlo creer. Ella le pregunta si oyó algo. Bruno dice que no y se aleja con pasos
rápidos. Ada toma una de las hojas del árbol, a sabiendas de que Bruno mintió.
En la ribera del río, Bruno camina cabizbajo. Ada le explica que se siente
confundido porque no se acuerda de nada, ni siquiera de su abuela. Bruno alega que
no está confundido, que sólo está cansado de tantas estupideces. Ada le reclama por
estarse portando como un idiota, siendo que antes él era muy diferente. Tanto así, que
eran mejores amigos. Bruno se defiende con el argumento de que ya creció. Ada le dice
que el problema no es ése, sino que tiene miedo de recordar.
Ya en la casa, Ada se encarga de machacar los ingredientes de la lista en un
mortero. Luego pone todo en un cuenco de madera y le echa agua caliente. El
resultado es un líquido azul en el que, al fondo, alcanza a verse una piedra de río.
Evangelina bebe del cuenco a duras penas, con los ojos cerrados. Cuando los
abre, lo primero que ve es a su nieto, después a Ada. Les sonríe a ambos. Se incorpora
con algunos esfuerzos hasta quedar sentada. Ve la ventana con preocupación: está
anocheciendo. Trata de encender una vela, pero la interrumpe un ataque de tos. Bruno
le pregunta si está bien. Evangelina tose cada vez más fuerte. Incluso empieza a
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escupir sangre. Bruno le pregunta a Ada que qué hizo. Ella responde que no sabe, que
a lo mejor las cantidades no eran las correctas. Evangelina se va de lado hasta quedar
acostada. A los pocos momentos, cierra los ojos y deja de moverse.
Bruno sale de la casa a toda velocidad. Ada va tras él. Le pide que espere un
momento. Él dice que ya esperó demasiado, que va a ir por un médico, que eso es lo
que debió haber hecho desde el principio. Ada le explica que no va a saber dónde
encontrar uno, pero ella sí, por lo que le pide a Bruno que la siga mientras corre hacia el
bosque.
A los pocos minutos, escuchan ruidos a su alrededor. Asustados, los dos jóvenes
se detienen. Ada pregunta que quién anda ahí. Unas figuras oscuras salen de entre los
árboles, formando un medio círculo que se estrecha continuamente. Los dos jóvenes
dan la media vuelta y emprenden la huida.
Cuando llegan a casa de Evangelina, Bruno se encarga de revisar que las
puertas y ventanas estén bien cerradas, mientras que Ada enciende velas por toda la
casa. Con nerviosismo, él le pregunta si es muy necesario hacer eso. Como ella no
entiende cuál es el problema, Bruno confiesa que le tiene miedo al fuego. Que ha
provocado algunos incendios desde que era niño, y que no está seguro de si fueron sin
querer. Ada lo mira en silencio, sin saber qué decir. Hasta que escuchan un sonido de
pasos proveniente de afuera de la casa.
Bruno se asoma por una de las ventanas: una silueta pasa corriendo. Le
pregunta a Ada que qué son esas cosas. Mientras sigue encendiendo velas, ella dice
que demonios... o monstruos... o almas en pena: existen distintas versiones en el
pueblo. Una noche, hace muchos años, llegaron desde las montañas y se instalaron en
la región. Trajeron muertes, sequías y desgracias para todos. Bruno vuelve a mirar
hacia afuera con inquietud.
En la recámara principal, Ada limpia la cara de Evangelina con una toalla
húmeda. Bruno la ve hacer. Ella le cuenta que todo cambió el día en que Evangelina
llegó al pueblo. Nadie sabe cómo lo hizo, pero logró que aquellas criaturas volvieran a
las montañas. Desde entonces, todos han gozado de buena fortuna. Bruno pasea por la
habitación observando las fotografías de su abuela, quien sale en compañía de muchas
personas del pueblo, todas sonrientes, al igual que ella. Al centro de todas, en un lugar
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protagónico, hay una en la que aparece junto con su hija y su nieto. Pensando en voz
alta, Bruno dice que él no tenía ni idea de nada de eso. Que su mamá siempre le dijo
que Evangelina era una pésima madre y que por eso se alejó de ella en cuanto pudo.
Ada le comenta que su mamá no era como Evangelina, por eso nunca pudo entenderla.
De repente oyen el estruendo de un vidrio que se rompe en algún lugar de la casa.
Ada camina con inquietud por la estancia, sosteniendo una vela encendida.
Bruno la sigue de cerca. Descubren una ventana rota, así como una vela apagada
tirada en el suelo. Bruno pregunta si esas cosas pueden apagar las velas. En
respuesta, escuchan otra ventana que se rompe cerca de ellos. La vela más cercana
cae del mueble y rueda hasta el suelo, donde se apaga por sí sola. Ada, con miedo,
propone que mejor vuelvan al cuarto. Bruno se muestra de acuerdo.
Los dos se atrincheran en el cuarto de Evangelina. Ponen el tocador contra la
puerta y buscan con qué tapar la ventana. Sin embargo, antes de que encuentren algo,
el cristal se rompe hacia adentro. Las llamas de las velas se agitan por sí solas,
amenazando con apagarse. Ada de inmediato rodea su vela con una mano para
mantenerla encendida. Oyen pasos corriendo por la casa. Objetos que se caen, otros
que se rompen. La puerta del cuarto se agita con fuerza. Bruno corre hacia allá y
empuja el tocador para mantenerlo en su sitio. Ada, por su parte, se dedica a prender
las velas conforme se van apagando, pero no es lo suficientemente rápida. La manija
de la puerta se sacude sin control. Bruno la sujeta mientras les grita a aquellas cosas
que se vayan, que los dejen en paz. Para su sorpresa, todo queda en silencio.
Ada le pregunta que cómo lo hizo. Él contesta que no sabe, que debió ser una
coincidencia. Ada no está de acuerdo. Se planta frente a Bruno y lo mira a los ojos con
curiosidad. Él, incómodo, le pregunta que qué pasa. Ada le acerca la llama de la vela y
le pide que la toque. Él se echa para atrás y le dice que no haga eso. Ella le sujeta una
mano y la acerca a la vela. La llama crece hasta envolver la mano de Bruno, quien se
zafa con un movimiento brusco y se aleja unos pasos. Le reclama a Ada por haberlo
querido quemar. Ada baja la mirada, sonríe y niega con la cabeza. Bruno le pregunta
que qué es tan divertido. Ella le revela que es como su abuela. Él no está de acuerdo:
dice que no es para nada como su abuela, empezando por el hecho de que él no está
loco. Ada le reclama por hablar así de Evangelina, pues ni siquiera la conoce; no tiene
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ni idea de la extraordinaria mujer que es, ni de cómo ha dedicado su vida a ayudar a la


gente, así como tampoco sabe todo lo que ha sufrido por culpa de él. Bruno le pregunta
que de qué está hablando. Ada le cuenta que Evangelina se ha mantenido lejos de él
porque su hija le prohibió ir a visitarlos, no porque ella lo hubiera querido. Y que muchas
veces la encontró llorando frente a una fotografía de Bruno. Él confiesa que no lo sabía.
En eso, tocan la puerta de entrada de la casa. Los dos se quedan inmóviles, a la
expectativa. Vuelven a tocar. Ada aventura que a lo mejor es su papá. Bruno no está
seguro de querer averiguarlo. Ante la insistencia de los toquidos, ella decide ir a ver
quién es. Bruno, a regañadientes, la acompaña, sin darse cuenta de que una corriente
de aire apaga la última vela que quedaba encendida en el cuarto.
Tocan nuevamente. Ada abre. Y ve que no hay nadie. Desconcertados, los dos
jóvenes salen de la casa y se asoman de un lado a otro. La puerta se cierra con fuerza
por sí sola, dejándolos afuera. Ada intenta abrir. Al ver que la manija está trabada,
Bruno se mete a la casa por una de las ventanas rotas. Corre hasta el cuarto de su
abuela. Se detiene al descubrir que ya no hay nadie en la cama. Ni en el cuarto. Las
únicas pistas de la desaparición de Evangelina son las cobijas, que están tiradas
formando un camino hacia la ventana. Ada llega corriendo a los pocos momentos.
Bruno se asoma hacia afuera: no hay nadie. Llama a su abuela a gritos. Lo único que
oye es el canto de los grillos. Conmocionado, se sienta en la orilla de la cama. Se lleva
las manos a la cabeza, sin saber qué hacer. Ada lo abraza, tratando de consolarlo.
Bruno mira la fotografía en la que aparecen él, su mamá y su abuela. La contempla
largamente y le dice a Ada que no está dispuesto a perder a su abuela, no otra vez.
Bruno camina por el bosque. Ada lo sigue de cerca con una vela encendida en la
mano. Le pregunta si sabe a dónde va. Bruno responde que no. Ella le dice que el
bosque es muy grande. Que se pueden perder. Que deberían regresar para pedirle a la
gente del pueblo que les ayude con la búsqueda. Bruno alega que eso tardaría mucho,
y que para ese entonces su abuela podría ya estar muerta. Ada le hace ver que es más
tardado andar caminando sin rumbo fijo. Como Bruno sigue negándose a escucharla,
Ada le informa que entonces ella irá por ayuda. Antes de irse, le da a Bruno una vela
apagada junto con una caja de cerillos. Le pide que no tenga miedo de usarla. Luego,
los dos jóvenes se separan.
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Ada camina por el bosque mirando con aprensión de un lado a otro. Una figura
negra pasa corriendo a su izquierda, entre los árboles. Ada mira hacia allá. Escucha
ramas que se quiebran a su derecha. Ilumina aquella región con la vela, pero no
alcanza a ver nada. Asustada, echa a correr mientras cubre la llama de la vela con una
mano para que no se apague.
Bruno avanza por el bosque. Llama a su abuela a gritos. No hay respuesta. Grita
más fuerte. Oye aullidos de perros a su alrededor. Se detiene sorprendido. Y ve cómo
un perro blanco sale de entre los árboles y se le queda viendo.
Ada corre por el bosque cuidando que su vela no se apague. Aminora el paso y
ve extrañada de un lado a otro. Está perdida. Escucha que unas ramas se quiebran a
sus espaldas. Gira de inmediato. No hay nadie en el área que ilumina la vela, sin
embargo, alrededor del halo de luz hay varias figuras negras que se le están
acercando. Ada intenta alumbrarlas, pero al hacerlo deja otras zonas en penumbra que
las criaturas aprovechan para avanzar. Ada les suplica que se detengan. De repente, el
viento apaga la vela.
Bruno corre por el bosque. Le pide al perro que lo espere. Éste se para y lo
voltea a ver. Cuando Bruno se ha acercado lo suficiente, el perro sale corriendo
nuevamente. Siguen así por varios metros, hasta que Bruno lo pierde de vista. Continúa
avanzando hasta que llega a un claro. Ve que hay varias figuras negras agachadas
alrededor de algo. Se escucha un tosido de mujer. Bruno se acerca con curiosidad. Las
criaturas están tan concentradas que no parecen oírlo. Él aprovecha para seguirse
acercando. Ve que las figuras negras están empujando hacia abajo un cuerpo humano,
el cual se encuentra bocarriba, cubierto de tierra casi en su totalidad. Una parte de su
cara aún permanece visible: se trata de Evangelina, quien tose débilmente con los ojos
cerrados. Bruno la llama. Al instante, todas las figuras oscuras lo voltean a ver. Bruno
retrocede asustado. Con mano temblorosa, trata de abrir la caja de cerillos. Una de las
figuras negras se planta frente a él: es inmensa, como de dos metros y medio de altura.
Bruno deja de pelearse con la caja de cerillos y mira hacia arriba, intimidado. La criatura
lo empuja y Bruno sale despedido entre una nube de cerillos hasta golpearse las
costillas contra el tronco de un árbol. El joven queda tendido en el suelo, adolorido. Las
otras criaturas continúan hundiendo a Evangelina: la tierra va cubriendo las partes de
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su cuerpo que aún no habían sido alcanzadas, hasta dejarle sólo la nariz de fuera.
Bruno ve que la vela apagada se encuentra cerca de él. Se arrastra hacia ella
apretando los dientes, sufriendo un gran dolor en las costillas. Al ver eso, la criatura se
dirige hacia él. Bruno toma la vela. Busca con la mirada los cerillos. Distingue uno tirado
entre la hierba. Se arrastra hacia él. La criatura lo sujeta de un tobillo, lo levanta en el
aire y lo lanza a varios metros de ahí. Bruno cae y rueda por el suelo, provocándose
raspones en la cara y en los brazos. Cuando por fin se detiene, sacude la cabeza para
escapar del aturdimiento. Hace acopio de todas las fuerzas que le quedan y logra
ponerse de rodillas. La criatura observa que el joven aún no está fuera de combate, así
que camina hacia él. Bruno lleva un puño al frente y abre los dedos: tiene un cerillo en
la palma, mientras que en la otra mano todavía conserva la vela. La criatura se sigue
acercando, implacable. Bruno busca con qué encender el cerillo. Ve que hay una roca
cerca de ahí. Gatea lo más rápido que puede hasta ella. Pone la cabeza del cerillo
contra la roca, pero no se anima a encenderlo. Se pide a sí mismo, en voz baja, que no
tenga miedo. A sus espaldas, la criatura está a punto de alcanzarlo. Bruno frota el
cerillo y lo enciende. Un par de segundos después, el cerillo se apaga. Desconcertado,
Bruno se da cuenta de que la vela, sin embargo, está encendida. La criatura retrocede
al ver la llama. Bruno se pone de pie con determinación. Camina hacia el lugar donde
están enterrando a su abuela. Les exige a aquellas criaturas que la dejen en paz. Pone
la vela al frente. La llama crece y comienza a emitir más luz, mucha más de la que
produciría una vela normal. Bruno les grita a aquellas criaturas que se vayan. Y
funciona: las figuras oscuras salen corriendo despavoridas.
En otra zona del bosque, Ada corre en medio de la oscuridad. Tiene la ropa
rasgada, así como rasguños en los antebrazos. Dos criaturas la persiguen. Ada se
tropieza y se va de bruces. Exhausta, les pide que se detengan, pues ya no puede
correr más. Las criaturas se le acercan con las garras listas para atacar, pero se
detienen al ver que el bosque es iluminado por una luz blanca muy intensa. Aterradas,
las criaturas huyen de ahí, olvidándose de su presa. Ada mira la luz que la rodea. A
pesar del cansancio que siente, es capaz de sonreír.
El resplandor decrece hasta convertirse en la llama de una vela. Bruno se
arrodilla junto al túmulo en donde su abuela está enterrada. Deja la vela a un lado y
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quita la tierra con las manos. A los pocos momentos logra encontrar a Evangelina. La
jala hasta desenterrarla. Ve que tiene los labios morados y los ojos cerrados, además
de que no se mueve en absoluto. Con enormes esfuerzos, Bruno consigue cargarla en
brazos. Avanza unos cuantos metros, pero el dolor en las costillas provoca que se
caiga. Le pide a su abuela que despierte.
Evangelina abre los ojos. Ve a su nieto y sonríe. Bruno le pregunta si puede
caminar. Ella le dice que está orgullosa de él. Bruno se asombra de aquellas palabras.
Confiesa que pensó que era muda. Su abuela le explica que era él quien no la podía
escuchar. A continuación, tose un par de veces y revela que se está muriendo. Bruno
dice que la ayuda está en camino, que sólo debe aguantar un poco más en lo que llega
un doctor. Ella le explica que ningún doctor va a poder salvarla de la vejez. Y que no fue
por eso por lo que quiso que él viniera de la ciudad. Que la razón por la que lo llamó fue
para salvarlo a él. Bruno se queda callado, tratando de asimilar aquello. Su abuela le
pide que cuide a Ada, pues es una joven muy especial. Bruno le pregunta que por qué
es tan especial. Su abuela, sonriente, dice que no quiere arruinarle la sorpresa.
Después, con un suspiro lleno de calma, muere. Bruno, afligido, le dice adiós.
Al día siguiente, afuera de la casa de Evangelina, hay una gran cantidad de sillas
plegables, así como gente vestida de negro. Al frente hay un templete en el que se
encuentra bocarriba el cadáver de la mujer. Las personas van pasando por turnos a
darle las gracias. Sentado en la primera fila de sillas, en compañía de su madre, Bruno
ve con tristeza lo que sucede. Se da cuenta de que toca el turno de Ada y su papá de
acercarse al cadáver. Ella, llorando, le da un beso en la frente y le da las gracias por
todo, mientras que su papá toma la mano de Evangelina. Ada y Bruno se miran. Él
asiente con la cabeza a manera de saludo. Ella también.
La mamá de Bruno, viendo hacia arriba, pregunta que qué es eso. Él sigue su
mirada, al igual que la demás gente: del cielo están cayendo un sinfín de pétalos de
colores. Algunas personas extienden las manos y los atrapan al vuelo; otras sólo se
quedan boquiabiertas ante aquel espectáculo. La mamá de Bruno se pone de pie, se
quita los lentes oscuros y gira sobre sí misma para que su mirada abarque todo el cielo.
Él camina entre la gente y entre la incesante lluvia de pétalos. Llega hasta el templete y
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nota que está cubierto por una montaña de pétalos. Los quita con rapidez, hasta
descubrir que el cadáver de Evangelina ha desaparecido. Bruno esboza una sonrisa.
Un día después, la mamá de Bruno camina por el cuarto de Evangelina
examinándolo todo. Se detiene en las fotografías y las contempla detenidamente.
Bruno, cerca de ahí, está recogiendo el tiradero. Su mamá comenta que Evangelina
siempre fue un misterio para ella. Que a veces creía que estaba loca de remate, pero
otras veces pensaba que sólo era alguien muy egoísta. Bruno le dice que la abuela fue
una mujer extraordinaria. Su mamá sonríe. Comenta que le gustaría creer eso y se va.
Bruno escucha un ruido bajo la cama, como el golpetear de un objeto. Intrigado, se
asoma. Encuentra un libro grande empastado en piel, lleno de símbolos herméticos y
palabras escritas a mano: el grimorio de Evangelina. Bruno lo observa con fascinación.
Más tarde, sentado en una roca a la orilla del río, Bruno lee el grimorio. Con la
mano que tiene libre, le da vueltas a una vela blanca apagada como si fuera una
baqueta. Ada llega caminando y se sienta junto a él. Le dice que lo siente mucho. Bruno
cierra el libro, deja de jugar con la vela y comenta que él también lo siente. Ella le
pregunta si se va a regresar a la ciudad. Él contesta que en cuanto su mamá arregle lo
de la venta de la casa de la abuela. Ella ve el grimorio. Le pregunta a Bruno si se va a
volver brujo. Él contesta que no lo sabe. Le pregunta a Ada si ella sabe lo que quiere
ser de grande. Ella, con mucha seguridad, responde que presidenta. Bruno sonríe y
desvía la mirada. Ella le pregunta que por qué sonríe. Él contesta que se acordó de
algo que le comentó su abuela antes de morir. Ada le dice que es un tipo extraño.
Después le echa agua con una mano. Bruno, entre risas, protesta. Al ver que Ada no
piensa detenerse, deja la vela y el grimorio y la salpica. Ella intenta tirarlo al río, pero él
se resiste, por lo que los dos caen al agua. Ambos se salpican y ríen divertidos. De
pronto, quedan muy cerca. Se miran a los ojos. Funde a negros.
Sobre el fondo negro aparecen los créditos finales.

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