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¿Cómo es Jesús?

“Porque así nos ha mandado el Señor: ‘Te he puesto por luz de los gentiles, para
que seas salvación hasta lo último de la tierra’” Hechos 13:47.
Leía hace poco la historia de un pastor llamado Richard O’Ffill.
En su historia relata que su padre era un pastor joven cuando fue nombrado
director del Departamento de Ministerios de la Iglesia en la Asociación de
Kentucky-Tennessee, en los Estados Unidos. Una mañana, de camino a la oficina,
vio a un borracho que se tambaleaba por la acera. Cuando el auto de su padre se
le acercó, vio cómo el hombre perdía el equilibrio y caía pesadamente al suelo a
causa de la borrachera.
Inmediatamente, su padre arrimó el vehículo a un lado y se detuvo. Era un hombre
compasivo. Por eso tuvo la sensación de que si dejaba a aquel hombre en aquel
estado podía herir a alguien o la policía podía encerrarlo en la cárcel.
Decidió que lo sentaría en el asiento de atrás y se lo llevaría con él a la oficina.
Bajó la ventanilla trasera con el fin de que el hombre pudiera respirar aire fresco
mientras dormía la borrachera. Entre tanto, el padre se ocuparía de su trabajo.
Al cabo de un par de horas de trabajo, su padre fue a ver cómo seguía aquel
hombre. Al acercarse al automóvil, vio que acababa de despertarse y miraba por
la ventanilla. Tenía el cabello revuelto y parecía que no se había afeitado en una
semana.
Con los ojos todavía inyectados en sangre, el hombre vio que el padre se le
acercaba.
–¿Quién eres? –preguntó con brusquedad.
Entonces él le dijo quién era.
–¿Qué estoy haciendo aquí?
El padre le dijo que lo había visto caer en la acera y añadió:
–No quería que le sucediera nada malo.
–¿Por qué lo hiciste?
–Porque amo a Jesús.
–¿Y cómo es Jesús? –inquirió el extraño.
Entonces él dijo algo que nunca olvidaré:
–Como yo.
El otro día, navegando en Facebook, encontré un video que relataba una
experiencia un tanto similar:
Se estaba realizando un congreso de líderes juveniles en un país de Sudamérica,
y entre los organizadores y el orador de este evento decidieron hacer un
experimento social eclesiástico para observar cómo reaccionaban los jóvenes
cristianos al acercamiento de alguien “de la calle” para entrar a una actividad
espiritual, antes de dar inicio a las conferencias. El pastor ponente se disfrazó para
hacer el papel de una persona con profundas necesidades espirituales que
buscaba ayuda en los seguidores de Jesús; vistió ropa de calle, se puso tatuajes
tipo calcomanía y un par de accesorios más que hacían denotar a simple vista que
se trataba de una persona que no era creyente.
Al llegar al lugar del evento se quedó parado alrededor de una hora y media en la
entrada. Durante ese lapso de tiempo, todos los asistentes que llegaban le
pasaban por el lado, lo miraban mal y simplemente no lo saludaban. Después de
ese tiempo el pastor decide ser un poco más obvio y decide acercarse a algunos
jóvenes que estaban allí y les preguntó de qué se trataba la actividad que estaban
a punto de realizar. Cuando ellos le dicen que es un evento cristiano el pastor les
expresa su deseo de entrar para poder escuchar, y que está dispuesto a pagar su
boleto de entrada. Ellos le explican que ya no hay espacio porque,
desafortunadamente, se habían vendido todas las entradas, y todos los lugares
estaban ocupados, lo cual era cierto. Después de un rato comienzan a hacer fila
en la entrada del auditorio para dar inicio al evento, y el pastor se percata de que
nadie lo va a invitar a entrar. Entonces decide ponerse un poco más dramático;
habló con varios jóvenes explicándoles que sufría de ansiedad y de pensamientos
de suicidio. Les pide con insistencia que le dejen entrar para poder escuchar la
palabra de Dios. Algunos le hablaron de Jesús y de su amor y le dieron algunas
palabras de consuelo ante su supuesta situación, sin embargo, nadie hizo el
esfuerzo para que pudiera entrar a escuchar en el evento.
El pastor en ese momento estaba decepcionado. ¿Dónde estaba el problema?,
¿en la indiferencia?, ¿en la timidez?, ¿sería que se intimidaban por su
apariencia?, ¿o quizá la falta de determinación para romper un poco las reglas y
dejar pasar a esta persona con necesidad aun cuando no hubiera espacio en el
auditorio?
Todo parecía apuntar a que en el experimento de este pastor la iglesia había
fracasado en su deber de ayudar a otros, sin embargo, de pronto apareció alguien
que evidentemente comprendía su misión en esta tierra: una jovencita de apenas
13 años junto a su amiga se le acercó al pastor a preguntarle cuál era su
necesidad. El pastor le explicó que deseaba entrar a la actividad. Sin pensarlo dos
veces, aquella jovencita comenzó a quitarse de su muñeca la banda que
autorizaba su entrada y se la ofreció. El pastor quedó impresionado con su gesto,
pero más aún cuando éste le pregunta ¿cómo entonces ella va a entrar a la
actividad? Ella le respondió que le cedía su lugar y que ella se quedaría afuera.
En ese momento el organizador principal del evento, que sabe todo lo que está
pasando, admirado por el proceder de la jovencita, le dice que no es necesario
que alguien se quede afuera y los deja entrar a todos. Esta adolescente, al entrar
con el pastor aún disfrazado, se tomó el tiempo de guiarlo por el auditorio, le
ayudó a buscar un asiento y le dijo: “Dios te bendiga”.
Que gran sorpresa fue para ella y para todos los asistentes cuando lo presentaron
como el orador del evento.
Ahora bien, amigo lector, ¿no es así como se supone que tendría que ser?
Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12). Pero eso no es todo. Añadió que
nosotros también somos la luz de este mundo: “Vosotros sois la luz del mundo”
(Mateo 5:14).
A través de esta reflexión podemos aprender a imitar a Jesucristo en su amor por
la humanidad.
La luna no brilla con luz propia. Su luz es un reflejo de la del Sol. Por nuestra
parte, solo podremos ser luces en el mundo si mantenemos puesta la mirada en el
Sol de justicia, Jesús, nuestro Salvador. “Así alumbre vuestra luz ante los
hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que
está en el cielo” (Mateo 5:16).

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