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VÍNCULOS SEGUROS

Scarpinelli, Juan Pablo


Vínculos seguros / Juan Pablo Scarpinelli. - 1a ed 2a reimp. -
Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : Editorial Copo de Nieve, 2021.
188 p. + otros ; 21 x 15 cm.
ISBN 978-987-88-2448-2
1. Psicología. I. Título.
CDD 158.2

EDITORIAL COPO DE NIEVE, María Belén Canto


Contacto: editorialcopodenieve@gmail.com

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Diseño de tapa: Micaela Vezzetti


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forma de reproducción, distribución, comunicación pública
y transformación de esta obra sin contar con autorización
de los titulares de la propiedad intelectual.
Lic. Juan Pablo Scarpinelli

Vínculos seguros
Razones para una psicología comunitaria

Considero necesario reformular la misión de la psicología vin-


culada a la detección de personas “falladas” a quienes se esta-
blezca una etiqueta y se las excluya de la sociedad. Este mode-
lo exige a las personas iniciar largos —y tortuosos— caminos
de rehabilitación, recuperación y reeducación. La Psicología
se enfoca en el diagnóstico y clasificación de personas sin com-
prometerse ni en la prevención de conflictos entre las personas
como tampoco en la mejora de la convivencia luego de ellos.
Por esta histórica razón, es entendible que existan dos obstáculos
para pensar la Psicología cercana a la comunidad: por un lado,
la resistencia normal de la población a ser considerada “loca” o
“enferma” y por otro lado, la falta de convicción de los Estados
en inversión en políticas públicas que faciliten el acceso a la sa-
lud mental en clave de promoción. Diría entonces que el vínculo
entre la psicología y la comunidad transita entre desencuentros.
La OMS en el 2011 plantea que los Estados no siempre tienen
un compromiso con la salud mental y considera que 1 de cada
4 personas —en algún momento de su vida— pueden precisar
asistencia en salud mental. El organismo concibe que tanto la
prevención de problemáticas ya identificadas (depresión, suici-
dio, consumo problemático de drogas, violencias contra las mu-
jeres, etc.) como la promoción de aspectos saludables vinculados
a la salud mental de la comunidad, requiere una actitud políti-
ca que implique el aumento de las inversiones ya que se estima
que no supera el 2% del porcentaje total que se destina a la salud.
Considerando a la salud mental como un derecho fundamental es
que no me es indiferente la desigualdad entre grupos sociales y la
falta de oportunidades socio-económicas que alejan a numerosas

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personas de pensarse dentro del “sistema”. Un impacto inmedia-
to en la calidad de vida de la población cuya expresión de ma-
lestar afecta la armonía familiar y deteriora la convivencia social.
La Psicología puede desarrollar un nuevo rol vincu-
lado a la promoción de la salud mental y acercar he-
rramientas para sobrellevar la vida cotidiana, logran-
do integrar el mundo de saberes necesarios para vivir.
Este texto pretende compartir las numerosas horas de estudio,
trabajo y reflexión desde la psicología para orientar a las y los lec-
tores en la prevención de conflictos en los grupos humanos como
también facilitar mínimas coordenadas para establecer vínculos
psicológicamente seguros. La génesis del vínculo humano reúne
una esencia que trasciende el cambio de época, del estrato so-
cial o de la sociedad dónde habiten las personas cobrando una
dinámica singular en función del contexto dónde se produzca.
Luego de acompañar a interminables parejas y familias en el consul-
torio como haber realizados múltiples actividades tanto de forma-
ción como de intervención grupal en instituciones (presenciales y
virtuales) he confirmado que la realidad supera enormemente a un
marco teórico referencial por lo que mantengo una actitud de con-
tinua capacitación personal. También encontré —imprevistamen-
te— ideas personales que logré sintetizar al escribir este trabajo.
Recuerdo en el año 2003 cuando comenzaba mis primeros pasos
en el consultorio, el primer paciente que demando mi asistencia
no era el que tenía en mente, ya que se presentó una pareja con
una niña recién nacida. Por un lado, sentí una desolación por no
contar con las herramientas conceptuales para abordar la proble-
mática, por el otro, nunca dejé de apreciar la red de vínculos (pre-
sentes y ausentes) detrás de cada persona con los que podía contar.
Dentro de la ética del psicoanálisis —marco referencial des-
de dónde me posiciono— nos invita a las y los analistas a rea-
lizar un análisis personal y se incentiva a la supervisión de
nuestro trabajo con referentes del campo para aprender y me-

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jorar técnica. Agregaría un paso más orientado en la trans-
misión sea mediante la docencia o también la escritura para
poder dar cuenta de la complejidad del entramado que acon-
tece entre la aplicación teórica y los fenómenos humanos.
A partir de una constante insatisfacción por la búsqueda de
marcos teóricos que permitan comprender la realidad pero
también interpelarla, inquieto por ampliar el espectro de per-
cepción sobre los motivos de sufrimiento de las personas (in-
cluso mi propia existencia) me refugié en la teoría de las confi-
guraciones vinculares, una mirada que considera importantes
aportes psicoanalíticos y logra una integración posible inclu-
so de corrientes de pensamiento que se han enfrentado en
el tiempo por buscar la mejor forma de hacer psicoanálisis.
Las configuraciones vinculares es una mirada superadora de
estas tensiones convirtiéndose en un cuerpo plural —y di-
verso— desde dónde también se da lugar a conceptualiza-
ciones propias. La certeza desde dónde nos posicionamos los
vincularistas o los grupologos considera la capacidad trans-
formadora de los vínculos incluyendo al vínculo terapéutico.
Tengo la esperanza qué mediante esta obra, la Psicología tienda
sus redes de mutua afectación entre profesionales de múltiples
disciplinas y otros saberes de la vida cotidiana, pretendiendo un
diálogo fértil, ya que estoy convencido de que los vínculos nos
cambian y es necesario estar advertido del fenómeno vincular.
La pandemia por COVID provocó una extraña situación don-
de el mundo “se detuvo”, y en marzo del 2020 en Argentina co-
menzaron las primeras líneas de este libro. En lo personal, sen-
tí la necesidad de no estar solo, buscar no “enloquecer” y para
ello, crear redes de intercambio para transitar —lo más acom-
pañado posible— lo que imaginaba que iba a convertirse en
una lenta y agobiante experiencia emocional. Así aprendí sobre
redes sociales, y dimos nacimiento a un espacio de encuentro
virtual semanal llamado La Psicología te hace frente hablándole

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—en principio— directamente al virus apelando a la recupera-
ción individual del control mediante la gestión de las emociones
producidas por la experiencia de vivir una pandemia. La vida
en casa se convirtió en una nueva realidad a partir del estable-
cimiento de la cuarentena y los vínculos cobraron un protago-
nismo principal como fuente de sostén y también de conflictos.
La pandemia nos ha permitido enfocarnos en lo esencial, en lo
imprescindible en un contexto de múltiples pérdidas. El encuentro
con Denise Najmanovich en este naufragio emocional producto de
la incertidumbre de la vida toda, me transmitió una forma de ver
el mundo llamada cuidadanía. Este concepto nace en España en el
marco de la inauguración de un Centro Cultural dónde el encarga-
do que realizó la placa de agradecimiento provocó un error al es-
cribir la palabra ciudadanía. En términos de Denise los colectivos
feministas acuñaron el concepto como una serendipia, entendida
como un hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce
de manera accidental cuando se está buscando otro propósito. La
cuidadanía pertenece a la vida y nadie es propietario de la vida. La
vida circula siempre al cuidado en la trama de lo común y es “una
red que se va tejiendo sin tejedor“. La cuidadanía surge por un des-
vío, en similar acto mágico como el que acontece en los vínculos.
Dialogue con el término silenciosamente a lo largo de toda la obra
guiándome en cada apartado, poniendo el acto de cuidado de los
vínculos y de las personas que lo integran en el centro de la tensión.
No es fácil seguir siendo indiferente cuando se advierten de
numerosas dimensiones para cuidar de lo humano como del
mundo dónde vivimos. Los vínculos nos potencian, nos des-
vían y gracias a ello, uno adviene en una persona inesperada.
La vida continúa en un misterioso y dinámico vínculo con uno
mismo que merece un amable replanteo para predisponernos al en-
cuentro con otros asumiendo la posibilidad de bellas casualidades.

Juan Pablo Scarpinelli


La Plata, 2021
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Introducción

Los vínculos: una materia pendiente

Siempre me llamó la atención las personas que viven solas o que


nunca han estado en pareja, o cuyas experiencias vinculares no
superan algunos meses. También quienes por estar vinculados,
soportan cualquier humillación. Claramente, enfocarnos en los
vínculos es hablar del bienestar emocional pero también de la tris-
teza y la desesperación.

Por efecto de la pandemia por COVID gran parte de la interac-


ción con otros ha quedado mediatizada por dispositivos digitales,
dándose lugar a nuevas formas de encuentros. Sin duda que la tec-
nología modifica nuestra forma de vivir.

Mientras interactuamos con dispositivos electrónicos se produ-


cen nuevos fenómenos sociales como es la conexión con otros au-
sentes en espacios dónde hay otros presentes. Algunos investiga-
dores comienzan advertir del uso problemático del celular y de los
videos juegos como emergentes de un alejamiento de la realidad.
También es llamativo que —al existir mayor conectividad— en
diferentes partes del mundo se reportan las mayores experiencias
de soledad. El entretenimiento virtual se impone sobre las acti-
vidades presenciales y más allá de lo irresistible y necesario que
resulta del uso de la tecnología me pregunto ¿Qué acontece en los
vínculos que dejan de ser atractivos?

La soledad puede vivenciarse en una situación de aislamiento,


pero no hay soledad más inquietante que cuando estamos rodea-
dos de personas. Indagando por este tema, no he encontrado aún

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una definición de la soledad que no se refiera a la “falta de com-
pañía” ¿Cómo definirla por la positiva sin aludir a una desgracia?
Este libro propone una aventura larga y sinuosa orientada a la re-
visión personal que desafia las respuestas mágicas que circulan
en esta época evidente en numerosos ejemplos como puede ser el
eslogan publicitario de una empresa de delivery: “la satisfacción
al instante”.

Hablar en el presente es hacer historia y nos permite recuperar


aquellas formas de vincularnos que nos han condicionado de por
vida. La experiencia de habitar una pareja es sin duda el vínculo
que reúne la mayor complejidad a la que podemos exponernos.
Quiero alejarme de ciertas posiciones que plantean que el éxito
personal depende de estar en pareja a “costa de todo”. Al decir
del filósofo Alian Badiou “hoy más que nunca hay que defender
al amor” como una aventura, una experiencia y un misterio sin
garantías de satisfacción. La experiencia de amar —y ser amado—
no es un “producto vendible” aunque en muchas aplicaciones de
encuentros de citas así lo promocionen.

La soledad crónica puede no ser una experiencia sufrida por las y


los protagonistas y nos invita a preguntarnos en que página de esa
vida han quedado olvidados los vínculos.

Tengo una fuerte convicción de que la mayor parte de la vida ha-


bitamos vínculos inseguros psicológicamente y la fuerte conmo-
ción emocional nos sumerge en una experiencia irreflexiva al des-
conocer las causas de los problemas. Por lo que podemos habitar
situaciones insostenibles durante mucho tiempo.

En general nos sorprendemos de las reacciones personales cuan-


do interactuamos con otros y resulta fácil asignar intenciones
ajenas sin comprender demasiado nuestra responsabilidad en el

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quehacer vincular. Es fundamental estar advertidos/as de lo que
provocamos en los demás incluso también cuando se produce su-
frimiento por un mal entendido. Un vínculo necesita de “malos
entendidos” para funcionar. Lo veremos a lo largo de toda esta
obra.
Puede ser que el encuentro con este libro provenga de tu curiosi-
dad por el mundo vincular o que te hayan “mandado a leer” sobre
vínculos y descrees de la necesidad de perder tu apreciado tiempo.
Pero te invito que avances registrando los pensamientos y senti-
mientos que te despierte este tema en algún lado. Nadie sabe en
quién devendrá cuando se vincula con otro/a, y al leer, también
estamos interactuando con otro. Espero no te desvincules antes de
tiempo y anhelo que seas otro/a al finalizar esta experiencia.

Sufrimiento vincular

El sufrimiento en y por los vínculos es un motivo frecuente de


consulta en los consultorios y también los terapeutas les dedica-
mos gran parte del día a pensarlos, y a veces, sin lograr buenos
resultados. Por ello, nadie está “inmunizado” para habitar un vín-
culo sin inconvenientes y siempre estamos a tiempo de hacernos
buenas preguntas mientras sucede.

¿Quién sabe cómo vincularse?

La vincularidad es la experiencia humana más auténtica y desa-


fiante que existe en el mundo pero al mismo tiempo es la menos
estudiada. Es extraño de que en los planes de estudio de las ca-
rreras de psicología no se aborde la problemática de los vínculos.
También en el curriculum escolar del nivel medio y del prima-
rio no existe una materia sobre vínculos. ¿Por qué no se habla de
cómo debemos vincularnos? ¿Por qué no nos enseñan a resolver
conflictos en los vínculos? Mientras no se produzca este proceso

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de aprendizaje, será muy difícil mejorar la convivencia social ya
que el logro de producir acuerdos, y también acordar los desacuer-
dos, depende —en gran parte— de sumar herramientas de diálogo
y ejercitar la tolerancia a las diferencias.

He escuchado en mi época como alumno del secundario frases


del estilo: “hay que respetar al otro”, “hay que ser solidario”, “hay
que trabajar en equipo”, “hay que tener una pareja saludable”, aun-
que la verdad, no recibí ninguna orientación sobre cómo llevar a
cabo estas misiones.

Mientras me formaba en vínculos mi forma de entender las rela-


ciones humanas iba cambiando, y puede aprender que cada uno
es particular e irrepetible y lo que sucede en un vínculo no aplica
en el otro, o lo que sirve hoy, mañana no es útil ya que estamos en
un escenario dinámico y nunca acabado del todo.

Siempre tuve la sospecha de que las personas que me consultan in-


dividualmente para “curarse” solían presentarse como “víctimas”
de otras personas y en gran parte tal vez lo eran. Esta situación me
condujo mucho tiempo a pensar que mis pacientes eran los bue-
nos de las películas y por fuera del consultorio estaban los “malos”.
Al pensar el malestar en y por los vínculos noté que era una in-
quietud que comenzaba en el seno familiar y era extensible a di-
versos ámbitos como el laboral y el social. Cada vez que asisto a
una pareja revivo aquella primera consulta dónde me encontré en
un desafío técnico (aún no resuelto del todo) de lograr una posi-
ción de trabajo que represente el justo medio entre asignar la total
responsabilidad a la persona que sufre en un vínculo y aquello que
le correspondía al otro, a los otros y a la época. Es fundamental
advertir el grado de influencia que presenta cada persona con el
problema que lo aqueja para no embarcarnos en objetivos impo-
sibles ¿Quién no tuvo la intención de cambiar al otro? ¿Quién no
se resiste a los cambios de la época?

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La “suma de las partes” no alcanza para entender el problema en
los vínculos, porque debe incorporarse lo que hacen juntos, inclu-
so lo que no saben que hacen cuando están juntos.

Los vínculos “nos enojan”

Es increíble que desde que comencé hace un tiempo a interac-


tuar en las redes incentivando a los vínculos, muchas personas se
enojaban con este mensaje. Y empecé a considerar que existía un
malestar por abordar esta temática, aunque también algunos/as
empezaban a poner en palabras lo que acontecía vincularmente.
Entiendo que conmover y provocar nuevas preguntas de lo que
hacemos automáticamente produce sufrimiento por desprender-
se de los esquemas que, hasta el momento, nos brindaban alguna
comprensión posible.
Sin duda este libro debe llegar a las manos de quién dice: “Yo no
tengo problemas con nadie”, pero debo advertir que seguro exis-
ten otros que tienen problemas con él/ella, aunque no lo registre.
Según Freud, la humanidad ha recibido tres “malas noticias”.

En primer lugar, menciona la referida a la revolución copernicana


en el siglo XVI dónde se destronaba la idea de la tierra como el
centro del sistema solar. Luego, los estudios de Darwin sobre la
evolución de las especies, rompe con el discurso de que las per-
sonas somos creadas “a imagen y semejanza de un Dios” para si-
tuarnos como un eslabón más sofisticado de los monos. También
el psicoanálisis hace su aporte mediante el descubrimiento del
inconsciente demostrando que las personas no somos dueños de
nuestras decisiones, destronando de esta manera a la consciencia.

En esta oportunidad, creo estar sumando una nueva herida al co-


razón de lo humano al pensar de qué las personas no son únicas,
sino que somos sujetos múltiples, es decir, que somos tantos “yoes”
como vínculos habitamos. Somos seres vinculares.

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La idea sugiere que las personas nos construimos en y por vín-
culos —lo deseemos o no—y existen muchas experiencias agra-
dables pero, también los vínculos pueden conducirnos hacia un
padecimiento psíquico deteriorante no merecido ni elegido.
El famoso aforismo griego Conócete a ti mismo emblemática frase
que estaba inscripta en la fachada del templo de Apolo en Delfos
ha trazado el horizonte hacia dónde se dirigieron gran parte de los
estudios filosóficos y psicológicos hasta hace unos años.

Gran caudal de producciones sobre auto-ayuda como nuevas dis-


ciplinas plantean como propósito la búsqueda de “uno mismo” o
“encontrar la pasión” o “ir detrás del deseo”, “logra tu mejor ver-
sión” etc. continuando con este legado existencial que intentaré
deconstruir a lo largo de este libro. Pienso que el diálogo inimte-
rrumpido con uno mismo puede convertirse en un “callejón sin
salida” y doy fe de haberlo vivido durante mucho tiempo. La rea-
lidad, que algunas interrupciones de los otros pueden salvarnos
la vida.

Muchos autores teorizaron que toda persona construye un mundo


interno dónde habitan misterios que develados cambiaran el pre-
sente y el futuro. Y mi entender, sólo nos sumerge en laberintos
complicados, escenarios desprovistos de realidad dónde sospecho
que la fragilidad emocional de nuestra especie, puede alimentar
fantasías de desamparo que predisponga a las personas a sentirse
cada vez peor. Por esta cuestión, nada mejor que aliarse a un/a
profesional para iniciar este proceso tan necesario en alguna etapa
de la vida.

“Encerrarse en uno mismo” no es sinónimo de ayudarse, es el pro-


blema que pretendo evitar.

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Estar solo es caminar en círculos

En el año 2009, científicos del Instituto de Cibernéticas Biológi-


cas Max Planck en Tübingen (Alemania) se ocuparon de inves-
tigar el fenómeno de cuando las personas nos desorientamos en
espacios abiertos, tendemos a caminar en círculos. Dentro de sus
conclusiones sugieren que a medida que perdemos las referencias
visuales (sol, luna, estrellas, torres, etc.) la probabilidad de provo-
car desvíos aumenta. En los casos que optaron por vendarles los
ojos a los participantes, los desvíos eran más pronunciados. Los
estudios concluyen que al contrastar las experiencias personales
con dispositivos GPS, la sensación de caminar en línea recta es
engañosa y existe una tendencia a volver sobre los mismos pasos.
Por ello, nada más oscuro que dirigirnos por los senderos del
mundo interno que nos alejan de los otros exponiéndonos a per-
der las referencias de la realidad. La evidencia clínica, da cuenta
que rara vez en la soledad se encuentran respuestas a los proble-
mas humanos que surgen en interacción con los demás y si se ha
comprobado que mediante el diálogo y la participación junto a
otros es posible producir acuerdos sostenibles en el tiempo que
modifiquen —incluso— las reglas de la sociedad.

La soledad y el retiro de la realidad es la antesala de la depresión


e incluso del suicidio. La soledad sólo puede ser válida como ins-
tancia transitoria para “sanar heridas”, esclarecer alguna situación
y para tomar el envión necesario hacia el encuentro con los otros.

¿Para qué estar con otros?

En reiteradas oportunidades me han preguntado por qué alen-


taba a las personas a vincularse como si se tratara de dirigirlos
hacia un precipicio y yo repregunté para qué debíamos quedarnos
solos. El porqué alude siempre a las causas especialmente indaga

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sobre las explicaciones en el tiempo pasado. En cambio, el para
qué nos sitúa desde el presente hacia el futuro interrogándonos
por el sentido, la dirección o el objetivo. Creo que los vínculos nos
dan la esperanza de sentirnos mejor o de potenciar las habilida-
des existentes —siempre y cuando— no perdamos la visión por
el cual ingresamos a ellos. Los vínculos multiplican nuestra capa-
cidad de acción y aumentan la diversidad de oportunidades para
el desarrollo personal, profesional y laboral. También estar con
otros, desdramatiza las experiencias personales, reduce la angus-
tia y predispone al humor. Sin duda que la vida se “tiñe de gris”
cuando los vínculos que habitamos nos consumen toda la energía.

Contagiar la convicción del deseo de estar con otros, no hablo de


la necesidad de estar con otros, nos invita a cada persona a re-
flexionar sobre esta materia pendiente. No es un trabajo que pue-
da realizarse solo/a y esta invitación no tiene fronteras.

La experiencia de “contar con otros” hace que la vida sea más en-
tretenida y promueve a la aparición de nuevas ideas a partir de la
comunicación. Muchas respuestas que son buscadas individual-
mente pueden precipitarse si participamos a los otros de aquello
que estamos pensando.

El vínculo humano es el motor de los cambios en la vida social que


nos permite salir del claustro de la soledad y nos motiva para asu-
mir el desafío de involucrarnos con otros/as dejando afectarnos
para advenir en una versión inédita de uno mismo.

Como dice el escritor uruguayo Eduardo Galeano: “Ojalá poda-


mos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a
estar juntos”.
Vincularnos es “ahora”. El vínculo resuelve el dilema si el futuro
está determinado por el pasado ya que la vincularidad se sitúa en
el “aquí y ahora”. Por ello exige un esfuerzo de adaptación mucho

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más complejo que añorar lo que aconteció (que no lo podemos
cambiar, pero sí, pensar sobre él) o esperar el futuro (que no sa-
bemos que puede ocurrir) dónde si trabajamos muy tenazmente,
podremos crear junto a otros, mejores escenarios dónde convivir.

La resistencia a estudiar los vínculos es la misma resistencia de


aceptar su poder de transformación, quitándole el vigor de men-
sajes del estilo “Just Do it”, que supone un engañoso enunciado
entre líneas basado en el mandato de “querer es poder”. La verdad
es que sin recursos (materiales, tecnológicos, cognitivos, afectivos
y sociales) muchas acciones no son una opción posible en la vida.
No podemos hacer todo lo que deseamos y anhelo que muchos
deseos —que atentan contra las personas— no cuenten nunca con
el poder para materializarlos.

Evaluar el desarrollo de las personas desde una mirada meritocrá-


tica es una perspectiva injusta y equívoca ya que, muchas oportu-
nidades, se presentan por estar con otros y pertenecer a un grupo
familiar o social determinado.

Cuando nos vinculamos tenemos la oportunidad de incorporar


nueva información a la mente y a partir de ella, empezar a pensar
en algún cambio posible. Por eso sostengo como axioma que la
información es empoderamiento porque identifica situaciones y
aumenta el margen de libertad en la toma de decisiones. Para ha-
blar de vínculos, debemos vincularnos y veremos inmediatamen-
te como surgen alternativas no consideradas hasta el momento.
Somos producto de los vínculos que habitamos, elegidos o no y
podemos ser —y lograr— muchos objetivos en función de los vín-
culos que transitamos. La vincularidad nos habilita a un futuro
esperanzador especialmente en quienes sus infancias son etapas
que deseen ser olvidadas.

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Los vínculos son acción por ser presente continuo y debemos ser
cautos de no ubicarnos en lugares conocidos de los que venimos
huyendo en nuestra historia.

Cada vínculo guarda una extraña capacidad de transformación de


nuestro ser, aunque todavía no sepamos cuál será.

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Capítulo 1. El vínculo con los padres

Para comenzar a comprender que sucede cuando nos vinculamos


debemos revisar nuestra conducta en la primera “escuela vincu-
lar”: la familia. Si conocemos qué lugar ocupamos “en casa” enten-
deremos qué lugar ocupamos en el mundo.

Diremos que nuestro nacimiento biológico no coincide con el na-


cimiento psicológico por ser dimensiones que interactúan pero
que mantienen dinámicas propias. La primera diferencia que po-
demos situar es la referida al tiempo. El tiempo del cuerpo remite
a un tiempo mediado por un programa genético que comienza
a desarrollarse automáticamente y finaliza gradualmente con un
deterioro esperable hacia la muerte. El cuerpo constituye una con-
dición necesaria pero no suficiente para el desarrollo de la vida
mental. El sistema psíquico no presenta ni un comienzo tan espe-
cífico ni un final determinado.

El nacimiento psicológico pre—existe al cuerpo y podemos ubi-


carlo en el deseo de las personas gestantes que en función de los
avances tecnológicos, pueden no ser los padres. También existe
una extraña forma de inmortalidad cuando permanecemos en la
memoria de las personas. Podemos estar presentes en ausencia.
Por ello, es esencial no sólo nacer sino “nacer” para el otro para
asegurarnos la sobrevida ya que vamos a requerir —de al menos
un adulto— que nos alimente, cuide y oriente para insertarnos
satisfactoriamente en la sociedad.

Cada vez que nos vinculamos será una especie de nuevo naci-
miento psíquico dónde se reactualiza el riesgo de quedar expec-
tantes de ser reconocido en y por el vínculo. Especialmente la ex-

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periencia de pareja puede alojar a una persona o exponerla a una
situación singular de desamparo originario mediante la indiferen-
cia o malos tratos. Tengo la “mala noticia” de informarles de que
—en mayor o menor grado— la angustia potencial de no ser para
el otro nos acompañará a lo largo de toda la vida.

Muchos adultos refieren sobre su infancia que existieron perso-


nas —no familiares— que participaron de la crianza y de la edu-
cación. Si bien los padres guardan una gran impronta social y a
veces vincular, los lazos afectivos no se reducen a los de sangre.
Esta necesidad afectiva de extrañar a personas “no convivientes“
se despertó masivamente durante el aislamiento social preventivo
acción impuesta en varios países como estrategia de prevención
de contagio en el marco de la pandemia por COVID.

Los vínculos familiares y otros asistentes constituyen los vínculos


que “nos tocan” y que dependerá del hacer vincular devengan en
auténticas elecciones. También conformamos nuevos vínculos y
sugiero estar alertas para evitar caer en la trampa de reproducir lo
que deseamos evitar.

Si le sacamos una “radiografía” a cada familia podemos observar


aspectos invisibles que explican su dinámica. Para ello, necesita-
mos desbiologizar el concepto de familia y suspender todo tipo de
explicación de comportamientos de las personas del estilo “salió a
su padre/madre”, que simplifican la dimensión vincular.

Por otro lado, es necesario desexualizar los roles dentro de la fami-


lia ¿Quién no ha escuchado la frase de qué algunos padres “hacen
de madre” o madres que “hacen de padre y de madre” al mismo
tiempo?

Llamaremos parentalidad a todas las formas posibles de ejercer

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la función de padres, consanguíneas o no, incluyendo las practi-
cas relacionadas a la maternidad y la paternidad, entendiendo que
es un concepto dinámico que reviste múltiples interpretaciones.
Nuestro interés es enfocarnos tanto en el ser padres como en el
hacer en tanto tales. La forma de visualizarlo es en el discurso de
las y los hijos. Veamos la siguiente situación.

En una ocasión recibo el llamado de un padre preocupado por


su hijo porque no respetaba las normas escolares. Los cito al con-
sultorio y planteo una entrevista vincular. En el desarrollo de la
entrevista comentaba el padre que le hablaba a su hijo y no tenía
éxito. Refería que su actividad era ser Juez y se presentaba como
un “amante del orden y la seriedad”. Al escucharlo su hijo de 16
años dijo: “¿Por qué pones unas patentes falsas en el auto para
evitar las fotomultas que te hacen por exceso de velocidad cuándo
vamos de vacaciones?”

Considero que en los vínculos somos aquello que “provocamos”, y


en especial no alcanza con el deseo de ser padres o con la aparición
de los hijos para responder adecuadamente desde el rol parental.
Por ello la condición para hacer de padres es reunir cierta aptitud
que llamaremos competencia parental vincular que parafraseando
a los psicólogos chilenos Muzzio y Quintero, describen a este tér-
mino como un conjunto de habilidades y capacidades prácticas
dirigidas al cuidado, protección y educación a las y los niños para
garantizarles un desarrollo saludable y el respeto de sus derechos.
Ahí la primera deconstrucción que ser padres o madres o cuida-
dores no es una tarea fácil y natural. Debemos aprender cómo ha-
cerlo y diseñar la forma singular que requiere cada persona ya que
todas son diferentes. No es propicio aplicar la fórmula: “yo hago
todo lo contrario que hicieron conmigo”.

La parentalidad es una construcción social e histórica que el sen-


tido común y la ciencia asignaron a las mujeres el rol privilegiado

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para llevar a cabo las tareas de cuidado. Actualmente nos encon-
tramos en un proceso de revisión sobre el rol de los géneros como
por ejemplo muchas mujeres no desean ser madres (sin experi-
mentar culpa); otras eligen la experiencia de ser madres solteras
con hijos (desvincularse de sus parejas) y por el lado de los varo-
nes algunos reconsideran las tareas de cuidado y labores domés-
ticos como parte de su proyecto personal y familiar.

Es llamativo que son los colectivos de mujeres quienes visualizan


lo complejo de cuidar y criar a las y los niños al punto qué des-
estabilizan (en buena hora) teorías psicológicas —injustas— que
situaban la responsabilidad exclusiva en las madres sobre la salud
mental de los hijos invisibilizando de esta manera, la omisión o
ausencia de los varones que se enfocaban en proyectos laborales
y/o personales.

Muchas culturas se inspiraron en el parentesco para la construc-


ción de un marco normativo que regule el traspaso de los bienes
como del ejercicio de la sexualidad. Desde el campo psicológico
se advierten de múltiples desvíos en los comportamientos que nos
invitan a seguir pensando en la singularidad de cada grupo hu-
mano, ya que la ley jurídica propicia escenarios posibles pero no
alcanza para prevenir fenómenos indeseables entre las personas.
Pensar en la familia es considerar múltiples transformaciones y
por ello, hablaremos de familias. Es oportuno considerar familias
sin lugares predeterminados ni rígidos (ni madre ni padre ni hi-
jos) para extender la nominación de padres a quien ocupe el rol
de cuidador. También la función de hijo/a no debe reducirse a la
interacción con los padres, ya que se recrea con los abuelos y en
muchas situaciones laborales, con los superiores.

Para poder desbiologizar y desexualizar los roles en la familia es


necesario pensar en clave de funciones parentales. Veremos que

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no todo es lo que parece, logrando inferir aspectos no del todo”
dichos” que explican lo que verdaderamente acontece en los vín-
culos.

Bien, diremos que cualquier persona puede llevar a cabo la fun-


ción parental siempre que haya desarrollado la competencia pa-
rental para esta tarea, sin importar el género y la relación con el/
la naciente. Lo más complejo es que estas funciones se montan
sobre la fragilidad humana, con posibilidad de ocasionar un daño
psicológico sea por el exceso como por la escasez.

Funciones psicológicas que construyen identidad

Hablaré de función como una actividad asumida y deseada que


tiene como objetivo el cuidado, desarrollo e inspiración de las
personas. Para ser cuidadores debemos aprender a intervenir in-
tegralmente tanto en la satisfacción de las necesidades que propo-
ne el cuerpo (alimentación, evacuación, descanso, higiene, salud,
etc.) pero también en las que hacen a la dimensión psicológica
(humor, consuelo, regulación, juego).

Diremos que estas acciones se centran en el cuidado de las perso-


nas y alguien debe realizarlas. Pueden ser intercambiables o reali-
zadas por momentos por distintos actores. Por ejemplo: se habla
de que los padres cuidan a los hijos, pero hay momentos de la vida
dónde los hijos cuidan de sus padres.

Durante el inicio de la cuarentena en Argentina del 2020 recibo


la siguiente demanda de un muchacho de 40 años: “Me llamó el
vigilador del barrio dónde vive mi padre y me dice que notó un
descuido en la higiene de su casa cuándo fue a llevarle un sobre
el otro día. Yo trabajo con él, no veo nada raro, pero hace mucho
tiempo que no voy a su casa, no tenemos una relación muy estre-

25
cha. Él vive solo y no es nada fácil hablar de temas que no sean
del trabajo. Suele ponerme distancia cuándo le pregunto que hace
fuera del trabajo o cuándo viene más tarde”.

Luego de conversar sobre el tema consideró oportuno ir a la casa


de su padre —en su ausencia— ya que contaba con un juego de
llaves para verificar lo que estaba ocurriendo. El primer pensa-
miento que limitaba su acción era el temor de invadir la privaci-
dad de su padre, aunque la intuición de visualizarlo en una situa-
ción de riesgo, lo animó a continuar.

La dejadez que encontró era impresionante al punto que necesi-


tó contratar una empresa de limpieza para reestablecer el hogar.
Al llegar su padre se ofendió por la intervención de su hijo pero
luego pudo advertir del extremo al cuál había llegado. Él sufría
una depresión y la padecía en silencio. Los otros nos interrumpen
y detienen procesos de desamparo que no podemos afrontar en
soledad.

Funciones en los vínculos

Cuando pensamos en las invariantes que sostienen la dinámica


de un grupo familiar, la literatura plantea al menos 4 funciones
—que en un principio— se habían circunscripto a los lugares en
la estructura del parentesco: abuelos, padre, madre e hijos. Si bien
los lugares siguen vigentes, la mirada que se plantea es que el esta-
blecimiento de reglas hoy puede y debe cambiar mañana. Veamos
en detalle cada función, quién la realiza y con qué objetivo.

26
• La función de amparo: se refiere al conjunto de actividades aso-
ciadas a reducir el desamparo inherente a la indefensión inicial
de todo naciente, incluso antes del nacimiento ya que depende
de las condiciones sociales, biológicas y psicológicas en las que se
encuentra la persona gestante. Amparar es reducir la sensación
de riesgo, es utilizar el contacto físico y el lenguaje para calmar y
compadecer. Inicialmente las actividades fisiológicas están fusio-
nadas con las psicológicas como por ejemplo la alimentación. Re-
quiere de una predisposición full—time con una actitud anticipa-
dora sobre las necesidades que devendrán. También es necesario
amparar a los niños de los problemas de los adultos.

• La función de regulación, tiene el objetivo de introducir pautas


de convivencia y evitar los excesos. Desde esta función se estable-
ce un límite que permita diferenciar a la madre de sus hijos ya
que puede concebirse como una prolongación del propio cuerpo.
Esta operación pretende la inclusión de las personas a un mar-
co normativo que trasciende a la familia, por lo que constituye el
ingreso paulatino a la sociedad. Se transmiten valores indicando
lo permitido y prohibido para la vida en comunidad. Los adultos

27
aquí son referentes de la ley y es necesario considerar que la efi-
cacia recae en la aceptación de los hijos del padre/madre en ese
rol como la coherencia que tengan estos padres con lo que pro-
picia época como roles esperables. El diálogo es la vía regia para
introducir coordenadas y es esencial desarrollar la paciencia para
acompañar que los hijos vayan gradualmente haciendo suyas las
reglas. Ante situaciones límites es necesario reemplazar el castigo
físico por una sanción simbólica para incentivar a la reflexión que
promueva un cambio de comportamiento.
• La función de cambio: El nacimiento de los hijos provoca una
transformación en las parejas al mudarlos al escenario de la fa-
milia. Los hijos suelen ser los que encarnan el cambio y a quienes
se les asigna la alegría y —a veces injustamente— la desgracia de
la experiencia vincular. Desde su lugar, portan la novedad, intro-
ducen su singularidad y cuestionan las certezas que organizan al
grupo familiar. Desde lo generacional aportan una perspectiva di-
ferente sobre la vida, los valores y las costumbres que reciben en
su formación. Ningún hijo suele —ni debe— ser similar a otro,
por lo que hablamos de que cada uno agrega novedad a la familia.
• La función de acompañamiento: Los padres de los padres —como
otros referentes mayores— cooperan en el nacimiento, desarro-
llo y fortalecimiento de un nuevo grupo familiar. Es importante
brindar el aval más allá de que existan diferencias y no caer en
sentimientos de traición cuando no se continúa con la obra, mi-
sión, costumbres o emprendimientos que han sido liderado por
los ancestros. El rol de la abuelidad cuando es deseado, es una
práctica que conecta afectuosamente ambos grupos y permite el
encuentro de 3 generaciones. En muchas situaciones los abuelos
“hacen de padres” siendo adecuado cuando la escasez de los roles
de los padres originarios es permanente.
• La función de socialización: Convivir con hermanos/as permite
descentrar a la persona reconociendo a otros seres como pares
que desean, piensan y hacen algo diferente. Es frecuente que entre

28
los/as hermanos/as se viva una primera etapa de rivalidad siendo
clave el rol de los padres para regular este momento dialogando
con calma y suspender los deseos de supresión del otro. Esta in-
tervención facilita que los hermanos logren vincularse sanamente
y construyan una profunda alianza similar a la relación con los
amigos. También las y los amigos integran el grupo de vínculos
elegidos con quienes podemos encontrar un espacio de pertenen-
cia muy profundo a lo largo de la vida.
• La función de inspiración: Es una acción transversal que pue-
de acontecer en cualquier vínculo, ya que nos invita a mejorar
y transformarnos en nuestras acciones. Desde esta función se
identifican amablemente debilidades y se incentiva a la superación
personal. Este rol puede apreciarse en diferentes ámbitos como
en el deporte, el arte, la literatura y los emprendimientos ya que
fortalecen la identidad y la autoestima. Esta función es extensible
a terapeutas, familiares, referentes, jefes, compañeros trabajo, do-
centes, escritores, oradores, religiosos, políticos, etc.

Cualquier vínculo que construyamos con el tiempo puede reali-


zar algunas de estas funciones o varias de ellas en simultáneo y
es mediante el lenguaje dónde se visualizan sus intenciones y su
impacto.

Muchos padres confiesan un error sin saberlo: “Con todos mis


hijos he sido igual” ya que como ha dicho Heráclito “no podemos
bañarnos dos veces en el mismo río”, ya que estamos por un lado
desmintiendo el paso del tiempo que nos afecta directamente y
por otro, dejamos de percibir la singularidad que hace que cada
hijo, sea irrepetible.

Con la excusa de que “no hay un libro de cómo ser padres” se


realizan crianzas con notables ambigüedades y contradicciones.
Veamos qué ocurre cuando no revisamos el hacer en tanto padres.

29
Vínculo de padres en exceso

Existe una paradoja respecto a los inicios de nuestra infancia ya


que el encuentro con el otro es mediado por una necesidad de su-
pervivencia y solo el paso del tiempo como el desarrollo psico—
físico saludable permite a los niños/as desear más allá de lo que
ofrecen sus padres.

El primer vínculo es necesario, pero también es excesivo ya que los


pequeños humanos no pueden articular sus demandas mediante
el lenguaje siendo necesario que los padres o cuidadores desco-
difiquen lo que les pasan desde sus propias creencias. Es decir, el
adulto impone su interpretación de lo que ocurre ante el llanto del
niño, sin saber del todo si es lo adecuado, aunque experimenta
una notable sensación de “estar haciendo bien su trabajo”.

Al producirse la gradual maduración biológica y se adquiere ma-


yor autonomía se plantea una tensión —no del todo identifica-
ble— ya que las y los niños intentan expresar su deseo frente a la
inercia de asignar sentidos por parte de los padres. Extraña sensa-
ción se provoca en los adultos cuya madre le dice: “vas a tener frío
llevate un abrigo”.

Debemos reconocer que función realizamos con el otro, por lo que


es interesante identificar que estas funciones revisten un ejercicio
del poder. Luego de un tiempo, es necesario aceptar que el poder
se pierde conduciéndose a etapas de horizontalidad. Este fenóme-
no es móvil y necesario, aunque puede ocasionarse un gran con-
flicto cuándo algunas de las partes, se resiste a renunciar a este
poder.
Aquí señalamos la cuestión de cuando los padres no logran cam-
biar de posición de certeza que se provoca al otorgar sentidos a
las necesidades de sus hijos, precipitándose una escena de fricción
desbalanceada de fuerzas opuestas muy peligrosa para el desarro-
llo de las y los niños.
30
Las conductas tendientes a evitar o anular la expresión de la sin-
gularidad de una persona es en términos de Isidoro Berenstein un
acto de violencia ya que: “Es ni más ni menos que hacerlo desapa-
recer como un YO distinto”.

Por ello, es adecuado identificar tempranamente los primeros es-


bozos de pensamiento autónomo buscando guiar y acompañar a
los hijos a que se equivoquen sin miedo. Suponer lo que el otro
quiere puede dejar de ser una ayuda y convertirse en un acto in-
trusivo por lo que se aconseja prevenir esta situación mediante la
realización de preguntas.

Aquí debemos revisar lo imagen de la sobreprotección como una


modalidad inocente vinculada a los derechos de los padres, prefe-
rentemente la madre. Ante la resistencia para concebir la existen-
cia de una mente en otras personas, provoca un daño psicológico
profundo, que puede desembocar en violencia física, enfermeda-
des psicosomáticas y psicopatologías. Por ello, invito a pensar en
que la mente es mucho más frágil que el cuerpo en periodos tem-
pranos.

Una vuelta conocí un joven de 12 años con problemas de obesi-


dad. Recuerdo el diálogo con su madre al momento del almuer-
zo: “¿Queres otra milanesa?” y él le decía: “No gracias”. Ella decía:
“¿No te gustaron?” Y él respondía : “Sí, ma, son las más ricas que
conocí”. Su madre insistente: “Entonces, comete otra. No vas a
despreciarme así. Hacelo por tu mami que te quiere ver bien, no
seas malo”. Y el joven, volvía a servirse contra su voluntad.

Las funciones deben ser indisociables y son “caras de la misma


moneda.” La regulación es parte del cuidado porque invita a que
las personas se detengan, reconozcan riesgos y eviten conductas
temerarias que pueden provocar daños emocionales difícilmente

31
reparables. La adecuada regulación promociona personas cautas,
observadoras e inclusive retraídas. Así también, el amparo en justa
medida provoca seguridad, confianza en sí—mismo pero también
curiosidad por los demás y el deseo de transitar aventuras en los
vínculos. Quién recibe amparo, podrá ofrecerlo y cuidar a otros.
Quién haya sido desamparado en su infancia, podrá hacerlo tam-
bién con un aprendizaje y reflexión activa en el “mientras tanto.”
De todas maneras, siempre es necesario ajustar las operaciones de
cuidado de personas a cada sujeto y a cada situación. No hay me-
jores modelos de crianza sino algunos más adecuados que otros
en función de cada singularidad.

Los adultos se sorprenden de que sus acciones de cuidado pueden


ocasionar un deterioro psíquico, aunque no alcanza una sola con-
ducta para provocar un “desastre”, sino que la realización sistemá-
tica e irreflexiva —durante mucho tiempo— es la forma en cómo
se arrasa con la mente del otro. Por lo tanto, criar hijos requiere
de padres que duden y busquen consejos con otras personas para
adecuar su rol a las necesidades emocionales de los hijos.

La escasez en la competencia vincular

A partir de un intento de suicidio de un adolescente se realiza una


consulta terapéutica. En la entrevista recibía al padre que había
logrado “descolgar” a su hijo del árbol del patio de su casa evitan-
do un desenlace fatal. Confieso que era una entrevista que asumí
nervioso y con miedo por lo acontecido. Comencé a hablar de
lo difícil que es atravesar esa experiencia y comencé a consolar
al padre cuando de repente mi interrumpió y dijo: “¿Va a durar
mucho esta entrevista?” Consternado le pregunté: “¿Por qué me
pregunta? Estoy tratando de entender lo que le pasó a su hijo, me
parece muy grave.” Y él me dijo: “Porque iba a venir a mi casa una
persona interesada en el auto que estoy vendiendo”. Rápidamente
entendí que no había un hijo en esa escena siniestra.

32
Los excesos en las funciones provocan sobresaltos y conflictos en
la dinámica grupal mientras que la escasez provoca reacciones
más silenciosas, pero no menos impactantes. Las autolesiones —y
más en los jóvenes— son conductas que pueden ir en aumento
impulsados por pensamientos negativos del estilo “no soy para
nadie.” Es decir, la falta de diálogo y de interacción con otros de
auténtica implicación emocional van sumergiendo a las personas
en una situación desesperante.

Muchas personas que sufren en silencio pueden compartir mo-


mentos familiares pero fallan en la conexión emocional. Es decir,
pasan desapercibidas frente al mundo adulto o bien no pueden o
no desean ver el padecimiento. La convivencia con los niños re-
quiere aceptar cambios de planes de los adultos en su proyectos y
actividades personales. Dar “lo que sobra” o cuando “uno quiere”
puede llegar tarde o ser inoportuno.

Cuanto más desarrollemos estas funciones, podremos aplicarlas


sobre cada uno, logrando menor dependencia con el otro. Es im-
portante localizar mediante un exhaustivo análisis personal cuáles
son las fortalezas y las debilidades. También las costumbres desde
dónde iniciamos los vínculos. ¿Nos gusta posicionarnos en un rol
amparador? ¿Preferimos ser inspiradores? ¿Marcamos sistemáti-
camente errores? ¿Sabemos calmarnos cuando una situación nos
abruma?
El vínculo con los padres son vivencias emocionales plagadas de
buenas —y no tan buenas— experiencias, convirtiéndose en una
problemática frecuente de demanda de asistencia de salud mental.
Desde el psicoanálisis, se plantean novedosas presentaciones que
oscilan entre que el pasado puede determinar inconscientemente
las nuevas elecciones vinculares como aquellas otras que adhiero
que condicionan la modalidad de elección, dando lugar a una ex-
periencia inédita.

33
El término familia debe ser una noción dinámica que hoy atra-
viesa una revisión global y hablar de estos asuntos puede “dividir
las aguas”. Sin duda que la familia como modelo nuclear y hete-
rosexual ha sido un espacio de grandes alegrías, pero también de
las mayores vivencias traumáticas en la vida de muchas personas.
Puedo entender quienes deciden romper con los lazos familiares
o esperan lograr una experiencia superadora construyendo una
familia muy diferente a la conocida.

La crianza no debería reducirse al “cuidado del cuerpo” ya que la


oportunidad de la condición humana es despegarse de las nece-
sidades biológicas para comenzar a interactuar en un plano del
deseo psicológico. Tanto la necesidad como el deseo reúnen la
energía vital por la cual funcionamos. Una niña dice: “Tengo sed
papá” Su padre alcanza un vaso de agua y ella le dice: “Quiero
jugo”, su padre sirve el jugo y vuelve a entregárselo pero ella agre-
ga: “Servime en el vaso de las princesas”.

El deseo se desprende de la necesidad y cobra vuelo propio some-


tiéndonos a la paradoja de buscar y creer encontrar una forma de
satisfacción sostenible en el tiempo. Por ello, diremos que la rela-
ción con el deseo será un enigma durante toda la vida.

Las prácticas de cuidado insumen un “costo vincular” de los adul-


tos ya que invierten de su tiempo y generan numerosas renuncias
en su proyecto personal, tensión que sólo es posible soportar si
existe un auténtico deseo de parentalidad.

De ahí que la práctica de la crianza es y deberá asumirse siempre


como una aproximación nunca una certeza, aunque el resultado
de la satisfacción de las necesidades fisiológicas, alimentan la fan-
tasía de que podemos —y sabemos—— sobre el placer del otro.
Cuando las demandas se plantean en el plano afectivo, el desen-
cuentro se incrementa. No nos desanimemos cuándo vivamos un
“mal entendido” en los vínculos ya que puede ser “otra cosa.”
34
Los vínculos nos transforman

El deseo personal de quién acompañe el desarrollo de una perso-


na puede potenciar el rendimiento al alimentar la auto-confianza
pero también puede tergiversar y sobre-exigir obstaculizando el
proceso de transformación.

Provocar cambios “sin urgencias” es la clave de la superación per-


sonal y es necesario reconocer algunos tiempos lógicos: 1) Iden-
tificar una actividad, por lo que es una idea que moviliza a cada
persona a hacer algo determinado. 2) A partir de ella, comenzar
a realizar intentos, pruebas y ejercicios no del todo concluyentes.
3) Debemos amigarnos con la frustración y perdurar en el tiempo.
Desarrollar un proyecto es sentir que caminamos sobre “arenas
movedizas” con un nivel alto de incertidumbre, aunque con una
visión muy clara de lo que esperamos que suceda.

A las funciones planteadas podemos considerar aquella que el


propio sujeto aplica consigo mismo: la función de anticipación.
Esta función, nos permite revisar el pasado al tiempo de visualizar
un proyecto posible de transformación en el futuro.
Nuestra identidad se forja a partir de una persona que “nos pien-
sa” y luego podremos hacerlo por cuenta propia, desplegando la
autonomía, ejerciendo la responsabilidad y persiguiendo algún
sueño.
En palabras de Walt Disney: “Preguntate si lo que estás haciendo
hoy te acerca al lugar en el que querés estar mañana”. Podríamos
reformular la frase y sugerir una nueva mirada: “Observa si los
vínculos que habitas te impulsan en la dirección deseada”.

Porque sin dudas, lo más valioso de una transformación personal


—o profesional— es que tenga valores y un marco ético que lo
sustente ya que no todo éxito colabora con una dinámica global

35
saludable, cooperativa y de inclusión social. Trabajar solo puede
ser que con esfuerzo e idoneidad llegues muy lejos, pero el trabajo
junto a otros disfrutarás mucho más el proceso y multiplicarás las
alternativas ante eventuales obstáculos.

Tanto el exceso de anticipación como la carencia es un problema;


por un lado, la falta de orientación en la vida, por otro, la rigidez
del camino a seguir. Los vínculos, serán parte de este recorrido,
aceptemos los “desvíos”. Vayamos al encuentro que nos será más
fácil y más revelador de lo que podemos llegar a ser.

Los vínculos seguros

Las trayectorias por y en los vínculos a lo largo de la vida da cuenta


que solemos habitar vínculos desnivelados e inseguros psicológi-
camente.

Los vínculos que nos transforman son aquellos que nos provocan
la diferencia, logran que seamos la mejor versión personal. Es de-
cir, si el vínculo brilla promoverá el brillo de cada integrante.
Mirar al/la otro/a como una potencialidad en el devenir y no sim-
plemente en quién es ahora. Se requiere de visión y anticipación
desde una mirada externa que alumbre aquello que ni la propia
persona logra percibir en el presente. Todos poseemos la capaci-
dad de transformación aunque no todos identificamos facilmente
una actividad y poseemos la voluntad para para comenzar a ocu-
parnos en su desarrollo. En quienes se esfuerzan sin éxito, sugiero
reconocer el problema a tiempo e involucrar a otros que ayuden a
pensar nuevos caminos.

Podríamos partir de que todas las personas tienen algo irrepeti-


ble que las hace únicas y que pueden desarrollarlo en el tiempo.
Johann Wolfgang Von Goethe, escritor alemán decía lo siguiente:

36
“Trata a un hombre tal como es, y seguirá siendo lo que es; trátalo
como puede y debe ser, y se convertirá en lo que puede y debe ser.”
Esta mirada sobre el otro quien todavía no es ha sido denomina-
da en psicología como efecto Pigmalión. Esta idea propone una
fuerte convicción de que la creencia positiva, como también lo
contrario, influyen en el rendimiento como en el cumplimiento de
un objetivo. Hablamos de una especie de profecía autocumplida.
Este fenómeno surge como inspiración del mito griego donde
existía un escultor llamado Pigmalión quien dedicó todos sus
esfuerzos en trabajar sobre una escultura de una mujer, a la que
consideraba perfecta. El escultor rogaba a la diosa Afrodita para
que su obra se convirtiera en una mujer real. Pasado un tiempo,
Pigmalión soñó que la escultura cobraba vida y al despertar se ha-
bía producido el milagro.

A este mito, podemos hacerle varias observaciones, pero desta-


co que para lograr un vínculo seguro no alcanza con la expresión
de deseo porque requiere de un consentimiento compartido. El
mito presenta una intención amorosa con el significado del amor
como propiedad, cuestión que merece ser revisada urgentemente.
¿Galatea puede marcharse de ese vínculo? Similar fenómeno en-
contramos en la historia de Pinocho dónde su padre, el carpintero
Geppeto, también lo fabrica y anhela que se convierta en un hijo.
¿Él quiere cobrar vida? ¿Desea vivir junto a su padre? No es menor
invisibilizar la condición del otro. Ni el amor, ni la ayuda, ni la
solidaridad debe atropellar la singularidad del otro.

El efecto Pigmalión cobro adherentes por el ejemplo entre los años


1963 y 1968 en el ámbito educativo el psicólogo estadounidense
Robert Rosenthal junto Lenore Jacobson directora de una escuela
en California realizaron un estudio sobre la apreciación de los do-
cenes y el rendimiento de los alumnos. Concluyen en lo siguiente:
“Las expectativas y previsiones de los profesores sobre la forma

37
en que de alguna manera se conducirán los alumnos determinan
precisamente las conductas que los profesores esperan.”

Es importante considerar que el paso del tiempo y el deseo de


la transformación son condiciones necesarias, pero no suficientes
para que un vínculo nos transforme. Debe contar con un poder
delegado para que así sea. Muchas veces no está claro el objetivo
hacia dónde vamos, pero existe la curiosidad de recorrerlo suma-
do a la confianza en el otro que evidencia un deseo de superación
para nosotros.

La transformación no siempre es positiva, existen muchos testi-


monios de personas que no volvieron a vincularse luego de sufrir
humillaciones, abusos, violencia, engaños no pudiendo reconec-
tar con el mundo vincular.

Frente la máxima la máxima del libertador, prócer argentino Ge-


neral José de San Martín “Serás lo que debas ser sino no serás
nada” es posible pensar la impronta de los enunciados de referen-
tes y padres en los jóvenes, dónde la ambigüedad de la frase en-
cubre una exigencia inalcanzable ya que no se sabrá cuando debe
dejar de auto-exigirse. Esta demanda, nos propone revisar el rol
de educadores y profesionales que conducen a las personas hacia
ideales perdiendo de vista los recursos que cuentan las personas y
especialmente, el deseo y disfrute de este camino.

Exigir al otro un cambio o que mejore es posible —siempre y cuan-


do— exista una mínima adhesión a este proceso, aunque no este
totalmente convencido/a o no tenga fuerzas en el inicio, podrán
significarse posteriormente los resultados como una experiencia
necesaria. Imaginemos a quien sufre de depresión, seguramente
necesita una compañía que le ofrezca un devenir esperanzador.
¡Podemos advenir en vínculos que (nos) transformen!

38
Capítulo 2. Aprendiendo a vincularnos

El deseo de ser inolvidable

Una vez me propuse una pequeña investigación con mis alumnos


de filosofía de 5to año del secundario. El tema a abordar era el
“Mito de la caverna” de Platón. Más allá del contenido conceptual
pensé en una estrategia pedagógica alternativa con el objetivo de
que se produzca un aprendizaje inolvidable.

Les propuse realizar una dramatización, por lo tanto, di rienda


suelta en el aula para que “desorganicemos” el orden habitual de
los bancos así podíamos hacer una escenografía que se parezca
a “una caverna”. También bajamos las luces, cerramos ventanas,
utilizando todos los utensilios a la vista para acondicionar la esce-
na. En un intercambio de ideas de las y los alumnos mantuvimos
un clima de trabajo divertido. Estaban quienes representaban al
fuego moviendo sus pulóveres, quienes portaban objetos y los “es-
clavos” amarrados a las mesas.

Para darle un contexto “mágico” —apelando a mis conocimien-


tos básicos de música— incluí un teclado para hacer música de
suspenso. Sin duda fue una clase diferente a una exposición ma-
gistral.

Un año después, volví a cruzarme en un cumpleaños a los alum-


nos — ya egresados—y les pregunté —muy confiadamente y con
un tono arrogante— que les había parecido las clases de Filosofía.
Nadie destacó nada en particular, y cuando puntualmente —y un
poco consternado— indagué sobre lo que habían registrado de la
“fantástica” clase del Mito de la caverna se miraron entre ellos y se
encogieron de hombros. Sin duda la verdadera intención no era

39
que los alumnos no se olviden de la clase, sino de mí. He aquí mi
primera lección vincular: Sólo podemos ser queridos si el otro se
dispone a querer. Hablemos de la actitud vincular.

No hay vínculos sin actitud vincular

Te habrás dado cuenta de cómo cambian nuestras conductas


cuando estamos con otros. Hacemos comportamientos no habi-
tuales incluso “nos desconocemos” o “desconocemos” a los otros
por lo que hacen en grupo. No es posible impedir que suceda esto
ya que estaríamos desmintiendo el poder que tienen los vínculos
para transformarnos en otros.

Estar vinculados es una experiencia de fuerte conmoción emo-


cional que nos impacta en nuestras creencias e incluso en la auto-
percepción de la identidad. No existe una etapa específica dónde
aprendemos a vincularnos y nos permita transitar los vínculos de
nuestra vida sin problemas. Por un lado, no existe una educación
formal en esta competencia ni solemos reflexionar mientras su-
cede, por ello me animaría a decir que pensar en clave vincular
es hablar de desarrollar una actitud vincular como competencia
básica totalmente extensible, a cualquier relación humana.

Sugiero denominar a la actitud vincular como una disposición de


una persona hacia el encuentro con otros (conocidos o descono-
cidos) y lo ajeno (por descubrir). No hablo del deseo de encuen-
tro, no creo que alcance con el deseo aunque reconozco que es
el “motor vincular” en algunos casos, muchas veces es necesario
vincularnos sin deseo o contra nuestro deseo. El deseo por sí sólo,
no garantiza una buena experiencia vincular ni será el “encargado”
de sostener el vínculo en situaciones críticas o dónde no existan
acuerdos fértiles. También es indispensable pensarnos por fuera de
los vínculos y registrar el deseo de no vincularidad sin que por ello

40
implique una ruptura. Siempre es saludable pensarse sin el otro.

Todo vínculo oscila entre dos cuestiones nunca del todo resueltas:
dar por supuesto al otro o dar(se) la oportunidad de seguir cono-
ciéndolo.

La vincularidad es una dimensión indispensable de la salud mental


cuya producción de información es inagotable, pero vale destacar
que, vivir vinculados, requiere desplegar una inmensa capacidad
de disfrute con otro(s), aprender a compartir la tristeza y proble-
mas personales como también tolerar la frustración inherente a
que los otros, son otros. Nos olvidamos temporariamente de esta
verdad, pero volvemos a toparnos con ella cuando experimenta-
mos un “malentendido” con otro(s).

Recuerdo una familia que me consultó tiempo atrás por escenas


de violencia emocional entre las hijas y el padre. Relataron una es-
cena de vacaciones de verano que fueron a una ciudad ubicada en
la montaña para realizar actividades de trekking. Su hija de 18 años
cuando llegaba de la excursión, se conectaba automáticamente
con el celular sin participar del diálogo que su padre proponía
como reflexión de la experiencia. Él enojado, le decía: “Tenés que
desconectarte en vacaciones”, a lo que ella respondió que si estaban
de vacaciones y había que “desconectarse” no entendía por qué
atendía el celular en el medio de la montaña, incluso demoran-
do las actividades que realizan junto a otros. El padre se quedaba
sin palabras frente a esta confrontación de su hija, sin advertir el
mensaje encubierto que “estar en familia” implicaba que “no hay
lugar para otros”.

La habilidad para vincularse no es innata y requiere de la conti-


nua identificación de aspectos que provocan “malos entendidos”.
Especialmente la clave que propongo considerar es si “vamos o

41
no” al encuentro con los demás y logramos estar alertas a lo que
esperamos que suceda en los vínculos.

La actitud vincular presenta grados, entre lo que podríamos decir


de apertura a la curiosidad como de estrechez y resistencia dónde
no es posible conocer al otro o acercarse a lo ajeno. Abrirnos al
otro no sólo consiste en entrar “en confianza” y contar algún secre-
to, sino dejarnos afectar por el cruce de ideas producto del inter-
cambio de información. Saber lo de UNO y saber del OTRO. Los
vincularistas nos identificamos con la conjunción Y que es una
herramienta lingüística que oficia como nexo para unir palabras u
oraciones. La Y promueve siempre la inclusión anteponiéndose al
O que tiende a separar y diferenciar.

De esta manera, la actitud vincular nos impulsa a la acción con-


virtiéndose en un acto consciente sin garantías de buenos resulta-
dos por consistir en una aventura de la que animo a transitar con
prudencia.

Refería una joven sobre su expectativa del vínculo de pareja:


“Quiero llegar a mi casa y sentir que me acuesto en un jardín her-
moso, lleno de flores y encontrar la calma”. Un joven decía: “No
veo la hora de generar una pareja para relajarme”.

Sostengo que en los vínculos “no todo vale” ni son espacios dónde
“relajarnos” ya que vincularse es siempre sumar complejidad a la
forma de vivir, que no es sinónimo de sumar complicaciones.

La definición que acuño Sigmund Freud sobre salud mental es po-


der “amar y trabajar”, y al llevarlo a cabo en la realidad, se requie-
re de un mínimo de conflictividad considerado un roce necesario
para poner en marcha toda la potencialidad psíquica.
Estar vinculados es una actividad infinita y siempre hay trabajo

42
pendiente. De todas maneras, si los vínculos nos provocan un su-
frimiento crónico, algo debemos hacer diferente para continuar.
Los vínculos presentan por lógica un monto de frustración que
debe ser tolerable y saludable. Refiere Denise Najmanovich, epis-
temóloga argentina, quien ha trabajo sobre los vínculos. “Es im-
prescindible que el miedo ciego de paso a una confianza lúcida
capaz de reconocer el inmenso valor de los otros para nuestro
vivir y, simultáneamente, saber que a veces también pueden ser
dañinos”.

Si bien existe un gran consenso sobre que las personas somos se-
res sociales, es evidente que —en algún momento de su vida o en
toda la vida— puede prescindirse de estar con otros, dar la espal-
da al mundo social y utilizar el mundo virtual sólo para cumplir
objetivos personales, laborales o aspiraciones económicas.

Para tomar dimensión de tu actitud vincular quiero que te imagi-


nes la siguiente escena: llegas a una reunión y te encuentras dos
grupos de personas. Por un lado, quienes son conocidos o por
otro, desconocidos. ¿A dónde irás? ¿Con qué grupo pasarás la ma-
yor parte del tiempo? Si decides quedarte conversando con los
desconocidos, tu actitud vincular está creciendo.

A continuación, dejo algunas preguntas disparadoras que no


deben considerarse las respuestas correctas o incorrectas, como
tampoco reducirse al vínculo de pareja.

43
CUESTIONARIO SOBRE ACTITUD VINCULAR

* ¿Estás en pareja o intentaste en los últimos 10 meses?


* ¿Vivís solo/a?.
* ¿Conociste personas nuevas en los últimos 10 meses?
* ¿Te vinculaste con personas de otros géneros?
* ¿Te vinculaste con personas de diferentes posiciones políticas,
religiosas, clases sociales, etc.?
* ¿Realizás actividades recreativas, sociales, deportivas con otros/
as? (Virtual o presencial).
* ¿Cambiaste alguna idea o actitud por una opinión de otra perso-
na en los últimos 10 meses?
* ¿Debes cuidar de alguna persona y prefieres no hacerlo?
* ¿Decidiste acercarte a alguien?
* ¿Rechazaste alguna invitación reciente?
* ¿Te asociaste, vinculaste o interactuaste en algún espacio virtual?
* ¿Hablaste en algún vínculo sobre algún aspecto que no te hace
bien?
* ¿No recibiste llamados o invitaciones en los últimos 3 meses?
* ¿Cómo considerás que ha sido tu experiencia en los vínculos en
los últimos 12 meses?.
Hablar de los vínculos y desde los vínculos nos presenta el desafio
de cambiar la perspectiva de cómo nos pensamos cuando interac-
tuamos con otros.

Los vínculos son irrepetibles e incomparables

En los vínculos se producen múltiples fenómenos —aún no del


todo identificados— que suelen atribuirse a una parte participan-
te, sin advertirse de que los vínculos por sí mismos, nos produ-
cen una forma de ser más allá de nuestra intención. Es decir, que

44
somos una especie de reunión de tantas personas como vínculos
habitamos. No es simplemente un rol dónde uno se adapta a dife-
rentes comportamientos esperados, es más complejo aún, ya que
se producen comportamientos totalmente inesperados. Hablo de
una forma de hacer que se constituye en el aquí y ahora y que logra
convivencia con otras formas pre—existentes en otros espacios.
No sólo somos porque existimos, sino que somos lo que podemos
hacer vincularmente.

Por ello, cada vínculo es un escenario diferente con nuevos ac-


tores, y es un error cuando decimos que “todos los vínculos son
iguales”, “o que todos los hombres son iguales”, o frases por el es-
tilo.

Me gustaría revisar una expresión frecuente que nos brinda tran-


quilidad cuándo interactuamos en los vínculos: “Ya sé quién es”. Te
invito a pensar lo siguiente y es un buen ejercicio para fortalecer
tu habilidad vincular: ¿Lo conocés al otro? ¿Existe alguna situa-
ción que desconoces de su historia? ¿Has notado un cambio en el
otro?

Una nueva mirada sobre los vínculos

La novedad que propone el psicoanálisis vincular desplaza la mi-


rada que ha sido centrada durante muchos siglos en los indivi-
duos, en su interior, para en esta oportunidad, salir de la llamada
“Psicología Profunda” que de tan profunda podemos quedarnos
atrapados en las “cavernas de lo mental”.

Lo mental se hace visible en el lenguaje oral, escrito, en el cuerpo,


en las costumbres y en los sentidos que regulan la sociedad. Ad-
quirir el lenguaje o comprender muchas de las costumbres de una
comunidad son señales que hemos logrado la adquisición de un
saber del cuál debemos continuar en una incesante reflexión de
fenómenos cambiantes.
45
El encuentro con el otro y lo otro, es potencialmente una fuente de
aprendizaje y de creatividad no siempre aprovechada. Este salto
de complejidad de pensar en la interacción entre dos deja en sus-
penso el dilema filosófico de si lo que está primero es el individuo
o la sociedad, si el sujeto nace bueno y la sociedad lo corrompe, o
quién transforma a quién. También sugiero pensar en una “mente
abierta” al mundo con márgenes no del todo diferenciados entre
lo que podemos llamar adentro, lo interno y el mundo externo
o social. Las personas construimos un mundo del mundo real y
participamos de la reproducción de la cultura mediante discursos
y costumbres. El fenómeno de la vincularidad tiene una potencia
impresionante ya que puede transcender a la muerte incluso.

En mi época de estudiante universitario me habían aconsejado


que hablar frente al espejo podía mejorar mi rendimiento en los
exámenes orales pero en presencia del profesor no ocurría lo mis-
mo. A partir de esa experiencia entendí que no podemos saber de
antemano quién seremos junto a otro(s). Vincularnos es recuperar
la capacidad de asombro y de experiencia a lo largo de la vida.
Recuerdo un paciente feliz por su nuevo trabajo en una empresa
de mensajería. Relataba que integraba un grupo de pares com-
puesto por varones y pocas mujeres, que solían reunirse por fuera
del trabajo. Un compañero comenzó a seducirlo por el celular y en
una ocasión a solas, mi paciente le confiesa que le gustaba. Frente
a esto, su compañero se mostró ofendido y se ocupó de que to-
dos sepan que era gay. Comenzaron las cargadas por su identidad
sexual como también empezaron situaciones de acoso mediante
notas en la moto que utilizaba, “falsos envios” a zonas lejanas y
riesgosas, como el diseño de stickers y otros símbolos digitales
que circulaban anónimamente para ridiculizarlo. Con el tiem-
po, el deseo de asistir al trabajo fue disminuyendo solicitando un
cambio de localidad a sus superiores sin tener éxito. Lo humillan-
te, es que aún continua soportando esta situación.

46
Pensar(nos) desde una mirada vincular nos descentra y entiendo
que descoloque —incluso moleste este camino— porque colisiona
con muchos años de internalizar información de que el resultado
de nuestra vida consiste en desplegar lo que tenemos “dentro” pa-
rar cumplir nuestros deseos. La idea de la cual estoy enamorado,
concibe a cada persona como un sujeto múltiple, siendo muchos
en diversos contextos.

Considero que las personas podemos hacer cambios estructura-


les a cualquier edad –aunque no sea lo más habitual— y habitar
vínculos nuevos que nos faciliten el camino de transformación
de forma inmediata. Hablamos de que un vínculo es un cataliza-
dor, una enzima de lo que podemos hacer y llegar a ser, un atajo
real que puede tener una propuesta no del todo convincente para
quienes guardan altas expectativas de su vida, pero nos ofrecen
una forma posible de ser.

Del deseo de vínculo al trabajo vincular

Habitar un vínculo no es “gratuito”, ya que nos requiere una acti-


vidad propia y específica de cada vínculo que en el psicoanálisis
vincular se define como trabajo vincular. Esta actividad es la ex-
presión de la vitalidad de un vínculo, y consiste en interactuar con
el otro, estableciendo puntos en común que unen como también
aceptar las diferencias irreductibles que nos separan. En términos
de Janine Puget: “En lo que concierne al trabajo vincular, ese tra-
bajo tiene un costo, el de dar un lugar al otro, a ese extranjero que
habla otro idioma. He propuesto llamarlo < el impuesto a pagar>.
Ir estando entre dos o más implica despojarse de algo para dárselo
a otro que no necesariamente habrá de devolverlo.”

47
La holgazanería social

Este fenómeno es advertido por un ingeniero francés, Maximi-


llien Ringelmann en el año 1913. A partir de observar que el po-
der de dos animales tirando de un mismo carro, no duplicaba la
fuerza con respecto a sí el caballo lo hacia solo decidió pensar una
analogía con las personas.

Utilizando una cuerda notó que cuando 2 personas tiraban de la


misma usaban el 93% de su fuerza. Cuando eran 3 personas usa-
ban un 85% de su fuerza y siendo un total de 8 personas, éstas tan
solo usaban el 49% de su fuerza.

En conclusión, la holgazanería social es: “La tendencia a ejercer


menos esfuerzo en una tarea cuando los esfuerzos de un indivi-
duo forman una parte no identificable de un grupo, a diferencia
de cuando la misma tarea es realizada estando solo.”

Es importante un trabajo recíproco para mantener vital el vínculo.


A esta idea quisiera sumarle una acción más referida al trabajo
asociado al complacer el deseo del otro, de ese otro singular que
puede o bien verbalizar o dar por sentado su interés. Me gusta la
nominación propia del idioma inglés de pay attention que en la
traducción al español significa prestar atención aunque pay signi-
fica pagar, y nos referimos a un pago emocional dónde la atención
debe desanclarse del yo, del mí, para intentar el nosotros.

Esta adecuación, no del todo exitosa de la satisfacción del otro nos


exige una dinámica vincular basada en una habilidad que debe
desarrollarse por estímulo social, que es la empatía, ya que es una
competencia psicológica que nos invita a “ponernos los zapatos
del otro” y mirar el mundo desde su perspectiva. En quienes han
sufrido en los vínculos a temprana edad puede ser que —por acto

48
de supervivencia— nunca más deseen ni tengan interés en com-
placer a nadie. También están quienes más allá de sus “malas ex-
periencias” vinculares desean trabajar comprometidamente para
evitar que otros sufran “lo mismo”.

Racionalmente nos puede parecer ilógico algunas peticiones de


los otros, pero aun así, es necesario considerarle dedicación y
compromiso emocional mediante una participación activa aguar-
dando que este esfuerzo sea un código recíproco que no siem-
pre se presenta fácil. Pedir en los vínculos, y más en los de amor
resulta incómodo, ya que se espera que el otro se anticipe y nos
sorprenda con sus acciones. La realidad es que sucede muy pocas
veces. Aquí el modelo maternal clásico (si existió) es una fuente de
bienestar incluso sin desearlo. Podemos “hacer de madre” a otros
que vemos desamparados, simplemente porque nos sentimos bien
recibiendo esa atención de niños.

Lo complejo de ayudar, cuidar como todas las prácticas de pro-


tección es que pueden —sin intención— resultar abusivas y será
inteligente saber cuando es oportuno detenernos.

Recuerdo a una familia vulnerable que residía en una zona de


quintas. Dos jóvenes mellizos de 14 años asistían a un colegio pú-
blico. Desde la institución advierten de la presencia de numerosas
lesiones en distintas partes del cuerpo frente a lo que deciden noti-
ficar a las autoridades que se ocupaban de garantizar los derechos
de la infancia y adolescencia. Como acción inmediata, excluyeron
del hogar a los jóvenes iniciando una causa penal por malos tratos
a su madre. La mujer, extranjera, sin instrucción escolar se encon-
traba desolada hasta que encontró compañía y asesoramiento en
una ONG que la acompaño en todo el proceso. Su madre comen-
zó a solicitar por diversos medios legales que reintegren a sus hi-
jos. En conclusión, los jóvenes no eran golpeados por su madre ni

49
por nadie, sino que presentaban la enfermedad llamada hemofilia
que no había sido diagnosticada hasta este momento. Esta patolo-
gía consiste en un trastorno hemorrágico hereditario en el cual la
sangre no se coagula de manera adecuada por lo que se ocasionan
lesiones internas o externas por traumatismos.

Ante semejante equivocación las autoridades intervinientes bus-


caron la forma de reparar este daño otorgándole una casa a estre-
nar en el marco de un plan de viviendas. La familia aceptó la casa.
A la semana la abandonaron y la madre decía: “Nos ubicaron en
un barrio de Argentinos donde a mis hijos les pegaban todos los
días por ser bolivianos. Tampoco tenía dónde sembrar las verdu-
ras ya que la casa no tenía espacios verdes. En nuestra casa estába-
mos bien. Si no tenía algo, se lo pedía a los vecinos”.

Seguramente esta situación podía mejorarse simplemente con fa-


cilitar el traslado de los jóvenes a la escuela y garantizar el acceso
a la medicación. La solidaridad no es dar al otro lo que pensamos
que le falta, sino escuchar su deseo y trabajar conjuntamente para
que logre sus objetivos.

En los vínculos en las familias ocurre algo frecuente: “dar dema-


siado”. Esta conducta de excesiva predisposición al otro nos ubica
en una posición vulnerable al desacople con el otro, ya que no es
cuestión de abundancia sino de precisión: dar lo que hay que dar.
Mi ansiedad por iniciarme en la asistencia de grupos terapéuti-
cos precipitó una reunión con un referente del tema. En la en-
trevista le contaba que quería atender grupos y deseaba que me
enseñe como hacerlo. Al escucharme, suspendió el encuentro y
me solicitó que regresara en un año. Más allá de mi asombro de la
interrupción, con el tiempo entendí el verdadero aprendizaje de
ese desencuentro con quién consideraba un maestro que ilustro
en la siguiente oración: “Vinculate, después vemos que problemas
surgen”.

50
Es recomendable ejercitar una memoria vincular del proceso con
otros sobre lo que va transcurriendo para registrar especialmente
la repetición de hechos que provocan sufrimiento. Es necesario
encontrar el momento oportuno para poner en palabras este ma-
lestar.

Parece ilógico —pero rara vez— se habla de lo que se tiene que


hablar en el momento justo con la persona indicada. Pensar en los
vínculos —desde la reciprocidad— propone un trabajo conjun-
to —y continuo— para mantener la vitalidad del vínculo. No hay
nada peor que sentirse víctima de una “estafa vincular” cuando
se da más de lo que se recibe. Lo extraño es que muchas personas
se “dejan estafar” manteniendo un posicionamiento acrítico, irre-
flexivo y sumamente negador de lo que acontece, incluso justifi-
cando por que el otro “consume” demasiado afecto.

Veamos el siguiente desencuentro: Acontece el cumpleaños de una


mujer que llamaremos Florencia y su compañero (Lucas) ha orga-
nizado un cumpleaños sorpresa. Entre las acciones previstas colgó
una pancarta en la puerta de su casa con la inscripción: “¡¡¡Feliz
cumple Flor!!!”. Al regreso del trabajo, Florencia se encuentra con
el cartel e ingresa furiosa a su hogar dónde se encontró a su pareja
y su hija que la esperaban para el festejo. Lucas no entendía el mal
humor, comenzó una discusión que fue escalando niveles descon-
siderados y el festejo terminó en un escándalo de gritos y empujo-
nes para evitar que Florencia se retire de la casa. Tiempo después
comenzaron una terapia de pareja y esta anécdota apareció dentro
del relato de Lucas, quién decía: “Es una desagradecida. Ese día
me fui antes de la oficina para enviarle unas flores al trabajo, tenía
que retirar el lunch para la cena y buscar la pancarta para colgarla.
Todo esto lo hice con la nena encima, hasta me fui a lo mi viejo a
buscar herramientas que vive a una hora de la ciudad. Me comí un
embotellamiento terrible y después tuve que arreglar una cubierta

51
porque pinche en el camino. Llegué a casa y me puse a colgar el
cartel y casi me quedé electrocutado con un cable en el poste de
luz. Pedí una escalera a un vecino que me terminó ayudando y
después bañe a nuestra hija, limpie la casa para tener una noche
increíble, compre el vino que le gusta, puse velas, música tranqui-
la…hasta que llegó Flor”.

Florencia decía: “Yo me enojé porque hace dos años que estamos
juntos y todavía no puede incorporar que odio mi nombre. Por mí
me lo cambiaría ¡No me gusta! Y el caballero se ocupó de colgarlo
en un cartel en la puerta de mi casa para que lo vea todo el barrio”.
El nombre propio es una asignación externa, habitualmente dada
por los padres, por lo que sugiere que Florencia tendrá sus moti-
vos para renegar de este hecho.

Lo extraño de este desencuentro es que por un lado Lucas no ad-


vierte del problema aludiendo serias dificultades para el registro
del otro. ¿Cómo va a trabajar por su deseo si es un desconocido de
aspectos esenciales como su identidad? Por otra parte, Florencia
supone que Lucas debería saberlo, frente a lo que me pregunto:
¿Lo habrá comunicado efectivamente?

La “mala noticia” para los románticos es que el desafío de un vín-


culo de amor no termina con la “conquista” o los problemas se
resuelven con una “prueba de amor” heroica eventual, sino que
estar vinculados en palabras de Janine Puget es “…un trabajo per-
manente para alojar al otro, a los otros, ser alojados y habitar los
espacios vinculares”.
Lo que “viene con el otro” es también parte de este trabajo, acep-
tar su historia, los vínculos originarios y su pertenencia social. El
vínculo de pareja mejora cuándo ambos se invitan a una reflexión
amable de estas primeras experiencias.

52
En el plano vincular, muchos aportes del psicoanálisis provienen
del estudio del vínculo de pareja, aunque es mi intención poder
mirar más allá de este vínculo, no obstante a ello, le dedicaremos
un capítulo específico. Hablar de parejas, es remitirnos a los pri-
meros vínculos de nuestra vida dónde el binomio amparo—des-
amparo cobra su máxima reactualización. Uno puede sentirse
como el primer día de su vida, sin otros y consiente de esta situa-
ción.

La vincularidad es una experiencia en el “aquí y ahora” que des-


organiza necesariamente lo existente. Encontrarnos con lo “otro”
es sentir de repente un exceso que puede no caber en todas las
palabras que busquemos para nominar la situación. Es hospedar
un “inquilino inquieto” que cambia incesantemente los objetos de
lugar de “nuestro orden”, hace las preguntas obvias y nos provoca
emociones imprevistas con sus ocurrencias. La experiencia vincu-
lar nos saca del reposo emocional.

En términos informáticos un vínculo es un reseteo del programa


con el que veníamos funcionando por ello es importante visuali-
zar la etapa que estamos transitando de nuestra vida y de la posi-
ción desde nos vinculamos.

Revisar la modalidad vincular

Con intención de profundizar la reflexión en los vínculos, te su-


giero el siguiente ejercicio: Posterior a cada encuentro con el otro
deberías reparar en algunas de las siguientes consignas: ¿Qué me
pasó hoy en el vínculo? ¿Quién habló más? ¿Qué no pude decir?
¿Qué aprendí? ¿Hubo algo que me incomodó? ¿Me escuchó? ¿Lo
escuché?¿Me divertí? ¿Se aburrió? etc.

En varias oportunidades advierto —a igual que muchos pacien-

53
tes— que: “El que tendría que venir al psicólogo es el otro”. Sin
duda las personas que desarrollan —y cuidan— de su salud men-
tal pueden tomar consciencia de su sufrimiento de quien no lo
hace. Es necesario asumir que poseemos la capacidad para amar
pero también, de que podemos hacer sufrir, simplemente por ir
detrás de nuestro deseo.

Rara vez una terapia familiar o de pareja comienza con la adhe-


sión de todos los integrantes, siempre hay alguien más convencido
de esa decisión y está bien que así sea. Hay tiempo para convertir
el malestar individual en un sufrimiento compartido.

Rompiendo el mito de la soledad

Para hablar sobre la soledad y el camino de superación personal,


nada mejor que recordar la película “Into the wild” basada en la
historia real de Christopher Johnson MacCandless, guion y direc-
ción del reconocido actor Sean Penn.

Aquí nos encontramos con un joven de la localidad de Virginia,


EEUU proveniente de un grupo familiar del alto nivel adquisiti-
vo que logró finalizar las carreras universitarias de antropología e
historia con excelentes calificaciones. Ante la posibilidad de conti-
nuar sus estudios en la Universidad de Harvard, rechaza este pro-
yecto y de la “noche a la mañana” comienza un viaje austero con el
único objetivo de lograr la supervivencia por sus propios medios.
La percepción de las inconsistencias de la vida de sus padres era
vivido con sumo rechazo, observando una profunda hipocresía
de la vida que llevaban regida por las convenciones sociales del
“deber ser”. Decide huir y cortar radicalmente con ese modelo que
se le planteaba como un desenlace natural de su propia vida.
Así comienza un camino de improvisación, desprendiéndose del
dinero, su identificación y dirigiéndose a un camino errante con
destino al polo norte. Al inicio se centraba en deambular por her-

54
mosos paisajes, el disfrute de no sentir la “atadura” a nada ni a
nadie, una aparente expresión de libertad y en el transcurso de
su viaje va conociendo diversas personas con quienes comparten
algunos momentos significativos.

Las vivencias vinculares son intensas, mientras que algunos in-


tentan convencerlo de que interrumpa su viaje y vuelva con sus
padres otros lo invitan a convivir y pasar tiempo juntos con cáli-
dos gestos de hospitalidad. También aparecen otros que irrumpen
amenazantes y hostiles de los cuáles toma distancia.

Su postura, su tenacidad e incluso su arrogancia no le permiten


dudar y cada experiencia relanza su deseo para seguir con su co-
metido. En muchas oportunidades las escenas vividas le recuer-
dan a esa vida que le ofrecen sus padres frente a lo que toma nue-
vas decisiones con tal de evitarlas, exponiéndose a situaciones de
peligro incluso de ilegalidad.

Ya instalado en el anhelado destino del Polo Norte, habitando un


micro abandonado utilizado por cazadores de la región como re-
fugio temporal, ocupa gran parte del tiempo leyendo, pensando, y
escribiendo. Sin duda la experiencia más cruda es resistir al duro
invierno desplegando un fuerte autocontrol emocional con epi-
sodios angustiantes, manteniendo actividades de supervivencia
basadas en la caza y recolección de frutos.

Llegada la primavera, toma la decisión de regresar luego de varios


días sin poder alimentarse, aunque un gran río —producto del
descongelamiento de los hielos— impide su retorno. A partir de
allí comienza una enloquecedora agonía por la falta de alimentos
sumado a episodios intensos de inestabilidad emocional.

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La desesperación lo lleva a incurrir en un error en la ingesta de
plantas silvestres que practicaba asiduamente y al confundir una
variedad venenosa le implicará un desvalimiento gradual hacia la
muerte.
En el cuaderno personal deja el legado que resume el aprendizaje
en su aventura, frase que pasará a la historia del cine: “La felicidad
sólo es verdadera cuando es compartida”.

El resumen, desde una mirada vincular muchos vínculos se pre-


sentaban como “salvavidas” de este encierro al cuál había ingre-
sado a buscar respuestas. Esta aparente elección de la soledad del
protagonista sólo tenía como objetivo diferenciarse del modelo
que ofrecían los padres. Concretamente, este proceso de diferen-
ciación es normal y habitual entre el deseo personal y los manda-
tos sociales/familiares y puede realizarse “bajo el mismo techo”.

En algunas situaciones puede ser necesaria una distancia óptima


de resguardo si la situación se ha tornado insoportable o acudir
al acompañamiento del grupo de pares: las y los amigos. Las ex-
periencias difíciles, son menos difíciles si estamos acompañados.
Ante todo, es necesario perder la culpa inherente a la ruptura con
las expectativas que se depositan sobre el proyecto de vida de uno
mismo y aceptar que no se tendrá el reconocimiento externo que
valide cada paso que daremos.

Todo proceso de búsqueda personal, de construcción de la iden-


tidad, debe ser de carácter transitorio y reparador para continuar
vinculados con otros en alguna dirección posible. De ninguna
manera la soledad encierra la solución de lo que no se puede lo-
grar en los vínculos. Veremos más adelante sobre cómo aspirar a
un vínculo posible, no el mejor, sino el más saludable.

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La búsqueda de uno mismo

Aquí nos enfrentamos frente a una corriente de la auto-ayuda que


reivindicó la soledad como el mejor estado posible. Ante la falta de
herramientas para un adecuado desempeño en los vínculos, nada
mejor que afirmar que los vínculos no son necesarios y alimentar
las fantasías de auto-realización o auto-valimiento ubicando a la
persona en una situación de desamparo mayor. El reinado de lo
auto, aquello que funciona solo es sinónimo de lo existe sin con-
trol ni supervisión y alentamos, mediante la incorporación de la
dimensión vincular, complementar esta experiencia de desarrollo
personal. Veremos que ambos caminos no son excluyentes.

La bibliografía sobre la transformación personal es abundante y


ha ofrecido fuertes argumentos para “dejar de trabajar” en clave
colectiva, tomar distancia de la actividad política y adentrarse en
las profundidades de la realización personal que nunca es exitosa
y frustra a los lectores.

He escuchado un enunciado que afirma: “Nadie sabe mejor que


yo lo que me pasa”, enunciado encubridor y maléfico donde al yo
(que es parte del problema) se lo considera erróneamente como
la solución. En algunas situaciones de consumo problemático de
drogas, ocurre algo similar dónde se busca que los otros no inter-
fieran con el “aparente placer”. He escuchado a personas con pro-
blemas con el juego decir: “No te metas en mi vida”. Claramente,
hay que “entrar en su vida” para evitar un deterioro mayor.
La autoayuda plantea dos presupuestos que merecen revisión: por
un lado que las personas son una entidad factible de conocerse a
sí misma (la mente) y los vínculos son una dimensión prescindible
para vivir.

Incentivamos a iniciar un desarrollo personal en plena interac-


ción con otros, dónde el vínculo sea el rescate del encierro que nos
auto-infligimos.
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Esta propuesta considera a los vínculos como la “llave de salida”
de la soledad que nos somete el desamparo originario como espe-
cie, rompiendo con la noción de un psiquismo interno, aislado del
mundo y estático a lo largo de la vida.

La interacción con otros —quienes nos permiten la vida inicial-


mente— serán los vínculos que nos permitan un desarrollo de la
salud mental o todo lo contrario. También pueden convertirnos
en personas inmortales, cuando los recuerdos quedan circulando
en el discurso. Nada más ambicioso y exquisito que lograr la tras-
cendencia.

La vida no es lineal y nos presentará múltiples desvíos inespera-


dos provocándonos inseguridad. En el ámbito del amor, Freud de-
cía que las personas nunca estamos más vulnerables que cuando
amamos. Agregaría a lo que dijo el maestro, que ningún vínculo
concibe —en su construcción— la posibilidad de sufrir en él o
mucho menos, que será necesario en algún momento, tomar dis-
tancia. Resulta hablar de una obviedad que después aparentemen-
te nos olvidamos, que como somos elegidos, también pueden no
elegirnos. ¿Por qué será? Creo que tenemos que detenernos en la
siguiente idea.

¿Por qué no hablamos de cómo nos vinculamos?

Quisiera compartirles el siguiente ejemplo: Un adolescente juega


a la PlayStation y realiza numerosas coordinaciones con las te-
clas del control de una forma admirable, podríamos decir que es
muy bueno en lo que hace. Pero si le pidiéramos que nos explique
como lo hace, puede ser que no encuentre las palabras para hacer-
lo. Dirá enunciados del estilo: “Yo sólo sé hacerlo”.

Con los vínculos ocurre algo similar, nos vinculamos y listo. El

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acto mismo de establecer relaciones nos da la pauta de que sabe-
mos de qué se trata.
Entiendo las razones por las cuales nos cuesta dar cuenta de cómo
nos vinculamos, ya que el aprendizaje que realizamos se produce
a temprana edad sin mediar reflexión ni solemos recibir alguna
explicación al respecto.

En esta ocasión hablaremos de lo obvio y por lo tanto se nos plan-


tea una resistencia inmediata que ya ha sido advertida por la so-
ciología sobre la dificultad de estudiar aquello que nos resulta fa-
miliar o cotidiano. También Freud cuando abordó los chistes, los
sueños y los actos fallidos eran considerados conductas habituales
e incluso de descarte para el interés científico.

Pensar sobre la forma de vincularnos es encontrarnos revisando


los primeros vínculos de nuestra vida, acción no siempre gratifi-
cante y dónde podemos encontrarnos nuevamente con experien-
cias que deseamos olvidar. También es posible —sin saberlo— que
nos subordinamos frente a la idealización de las personas que nos
cuidaron.

No es la intención reducir la competencia parental clasificando


en “buenos o malos padres”, presentes o ausentes, sino aspirar a
construir una mirada integral quitando los absolutos para reco-
nocer buenas prácticas vinculares y mejorar aquellos errores que
provocaron daño (con o sin intención). Es habilitarse a realizar
preguntas abiertas que conmuevan la fuerza de las creencias.

Muchas veces he escuchado la afirmación de que alguien “no tie-


ne personalidad”, advirtiendo de un cambio de comportamiento
cuando está con otro u otros. De alguna manera, el efecto vincular
es considerado como un epifenómeno o un desvío de lo esencial
que remite a concebir una sola identidad de carácter inmodifica-

59
ble.

Una cuestión no menor para el análisis de los vínculos que des-


cubrí durante la asistencia psicológica de personas privadas de su
libertad, es la falta de registro que se tiene del otro o por el contra-
rio, aprovecharse de su vulnerabilidad.

Me dediqué exhaustivamente al estudio de las personas que ha-


bían cometido los delitos más aberrantes posibles. Entre la curio-
sidad y el deseo de comprender como una persona puede devenir
en un personaje siniestro, he encontrado historias de vida muy
difíciles aunque aclaro que nada justifica los crímenes realizados.
Mi interés recaía en sumar conocimientos para trabajar en la pre-
vención de futuras víctimas.

Respecto a las personas que habían cometido abuso sexual en ni-


ños, niñas y adolescentes, al describir a las víctimas era posible in-
ferir al menos tres cuestiones que logré identificar: por un lado, el
grado alto de indefensión producto de una precariedad material/
social y dificultades en el auto-valimiento (por enfermedad/disca-
pacidad, falta de desarrollo psico-físico, baja instrucción escolar o
alto grado de sugestión). Por otro, la acción abusiva se ejecutaba
en un entorno estratégico sin testigos, y finalmente, la presencia
de una fuerte coacción para establecer un silencio prolongado.

Muchas personas transitan gran parte de su vida sufriendo un


desvalimiento emocional no pudiendo atribuirse un valor a quie-
nes son y lo que hacen con posibilidad de exponerse a situaciones
vinculares no saludables. De identificar el problema, muchas per-
sonas suelen auto-percibirse como personas de baja autoestima.
En términos de la psicóloga argentina Claudia Salvi a partir del
estudio de víctimas nomina esta predisposición a ser dañado por

60
otro como abusabilidad destacando que la imagen de sí, del cuer-
po propio y la capacidad de resguardo se encuentran alteradas
impidiendo el despliegue de conductas de defensa. Esta predispo-
sición es de carácter inconsciente, no advertida por el/la protago-
nista y sugiere que en su máxima expresión la persona violentada
no puede hablar de lo que sucede.

La teoría de las ventanas rotas

Resulta interesante para pensar el valor propio recordar el libro


Arreglando Ventanas Rotas escrito por George L. Kelling y Ca-
therine Coles quienes refieren: “Consideren un edificio con una
ventana rota. Si la ventana no se repara, los vándalos tenderán a
romper unas cuantas más. Finalmente, quizás hasta irrumpan en
el edificio; y, si está abandonado, es posible que lo ocupen ellos y
que prendan fuego dentro. O consideren una acera o una banque-
ta: se acumula algo de basura; pronto, más basura se va acumu-
lando; con el tiempo, la gente acaba dejando bolsas de basura de
restaurantes de comida rápida o hasta asaltando coches”.

El mensaje de la no reparación es “este edificio está abandonado”.


También la falta de esclarecimiento del protagonista invita a la
repetición. “Dejar pasar” en lo individual o la rápida sanción en
los grupos del estilo “son todos/as”, invisibiliza la responsabilidad
individual.
Pensemos en que si el mensaje es “rompé tranquilo que no pasa
nada” puede atraer a quienes desean romper por la intención de
provocar un daño como aquellos que van a romper por satisfacer
sus ansias de poder y no conciben estar ocasionando un daño por
la condición de abandonado.

El lugar dónde nos ubicamos es clave para construir un vínculo ya


que continuamente damos mensajes (consciente e inconscientes)
sobre lo que el otro puede o no puede hacer con nosotros.

61
El anhelo de una cultura única

Desde una mirada macro, a nivel cultural ocurre algo similar dón-
de existen grupos sociales más explotables que otros por encon-
trarse en un grado mayor de abusabilidad. Hablamos tristemente
de vidas que valen más que otras o de vidas que viven para servir
a otros.

Revisando los enfrentamientos armados en la historia de la hu-


manidad, podemos encontrar que existieron muchos episodios
violentos dónde se intentaba imponer una única forma de cultu-
ra, de ideología, de economía, de religión, avasallando a quienes
se apartaban del modelo. Esta forma de concebir el mundo, que
llamaremos el paradigma de lo UNO sostiene la creencia de UN
mundo de elegidos y otro grupo que no merece la condición hu-
mana. Es una tentación que tarde o temprano se les plantea a los
líderes mundiales: imponer “la forma” de vivir.

Sin duda, gran parte del mundo se consterna cuando se impone


con violencia una forma de ser, pero existen niveles más sutiles
de atropello de diferencias que pueden materializarse tanto en los
discursos en los medios masivos como en las redes sociales, que
advierten de una adhesión silenciosa que otorga el aval para su
reproducción.

En el trasfondo de la cuestión existe cierta consonancia entre las


practicas totalitarias con alguna fantasía vinculada a la construc-
ción de una sociedad desprovista de inconsistencias y conflictos.
Ha quedado en evidencia la imposibilidad de lograr la homoge-
neidad mundial y las muestras del sadismo en los métodos utili-
zados dan cuenta de tal imposibilidad.

62
Si bien parece obvio, fue necesario frenar el exterminio de lo dife-
rente mediante algunas acciones globales y entre ellas surgió la ne-
cesidad de construir entidades que regulen el ejercicio de la fuerza
y promuevan la paz entre las naciones. Así nace la ONU como
también la Declaración Internacional de los Derechos Humanos
de 1948 considerándose un documento rector al cuál adhieren
muchos países y ha influenciado en la forma de diseñar marcos
normativos en los estados.

Por ello, concibo lo vincular con estatuto de VALOR a cuidar,


actualmente en riesgo de extinción por lo que invito a quienes lo
piensen —y sientan— inherente a la condición humana promover
vínculos seguros en la vida cotidiana.

63
Capítulo 3. Asumir el riesgo de vincularnos

A partir de revisar la actitud vincular podemos recrearnos una


imagen sobre la disposición al encuentro con otros y siempre es
posible mejorar cuando se trate de uno mismo.

Todos los días existe —al menos— una posibilidad para ampliar la
red de conocidos y dejarnos conmover por esa experiencia. Tam-
bién es posible —y recomendado— tomar distancia temporaria o
definitiva de los/las “estafadores vinculares” quienes intencional-
mente —o no— solo buscan saciar su interés y totalizan el encuen-
tro vincular con sus relatos, sufrimientos y éxitos.
Ser o no ser vinculable es una preocupación que todo el mundo
debiera tener como lo es alcanzar la felicidad y la realización per-
sonal. Ir al encuentro con otro(s) no debe ser la salida desesperada
de un no vínculo con uno mismo, por eso, hablamos de dos caras
de la misma moneda.

Actitud vincular + Capacidad para estar a solas

La actitud vincular es una condición indispensable para pensar-


nos en clave vincular pero necesitamos tener una “llave de salida”
si el vínculo naufraga o se convierte en lo que habitualmente se
denomina una relación tóxica. Para ello es necesario sumar otra
competencia de la salud mental que puede —o no— desarrollarse
en los primeros años de vida: la mismidad.

Esta condición “de ser uno mismo” o estar “con uno mismo” ins-
piró numerosos desarrollos teóricos. Se encuentran quienes se
posicionan en la idea de que la identidad es inalterable e inma-
nente a cada sujeto concibiéndolo como si fuera una semilla, afir-

65
mando que, la existencia de una potencialidad de ser no guarda
dependencia con el medio salvo como facilitador.

Esta problemática continúa vigente en discusiones filosóficas del


estilo: “¿Se nace o se hace líder?” “¿La persona nace buena y la so-
ciedad la pervierte?” etc.

El filósofo Jean Paul Sartre plantea una idea cercana a la nuestra,


ya que sugiere que el ser cambia en el tiempo y propone el término
de ipseidad como contrapunto de la mismidad como entidad sin
modificación.

Muchas personas no elijen la soledad, aunque con el tiempo, ter-


minan por acostumbrarse a ella. La soledad en sí misma no es ni
buena ni mala pero, en estados crónicos y duraderos, restringe
la oportunidad de pensarnos desde otro lugar. Es frecuente escu-
char que la soledad nos hace más “mañoso” o “más egoísta”, lo que
advierte de cierta robustez y automatismo de rasgos individuales
que cobran regularidad por la falta de roce con otro(s). Es decir, se
elige no ser interrumpido ni acotado por otro.

Siempre que escribo, alguna historia se activa. Recuerdo a una mu-


jer que decía: “No quiero ser soltera toda la vida” y por otro lado,
un varón que afirmaba: “estoy buscando alguien que me rompa
la cabeza”. Ambos enunciados representan unos tantos pacientes
en similar posición. Ante estas exclamaciones les dije: “¿Qué estás
dispuesto/a a perder para no estar solo/a?”

En ambas personas notaba que la presencia de otros o sus deman-


das eran vividas como situaciones amenazantes. Muchas personas
que no logran estabilizarse en un vínculo de pareja, suelen aludir
a lo intrusivo, inadecuado y molesto que resulta el encuentro con
otro invisibilizando la propia incapacidad para tolerar la experien-

66
cia. Se vive —sin saberlo— en una profecía autocumplida donde
lo vincular esta presente como discurso sufriente pero ausente en
tanto experiencia posible.

La libertad en la toma de decisiones, el valor híper—valorado del


uso del tiempo, la condición innegociable de las actividades per-
sonales son grandes motivos para evitar vincularnos. Asumirse
solo/a para toda la vida rara vez es algo que se enuncie en palabras
o que se proclame como una conquista. La historia de muchas
personas que reniegan de su soltería, no perciben —o rara vez
registran— las pequeñas actitudes que fueron gradualmente ce-
rrando el intercambio con el mundo vincular. Si en esta época le
sumamos una actitud negativa frente a las redes sociales, la po-
sibilidad de vivir experiencias de soledad aumenta considerable-
mente.

Lo engañoso, es que las personas que eligen la soledad mantienen


un diálogo con otros centrado en su mundo individual, dónde se
supone más de lo que se conoce al otro. El otro, en tanto identidad
diferenciada de uno mismo, está presente en la escena pero está
ausente en el registro que hace la persona sobre sus emociones, su
deseo y su historia. Existe un ahorro energético al interactuar con
la idea que se construye del otro que con su presencia concreta.

Aquí presento un dilema filosófico que ha enfrentado a números


pensadores sobre si ser solo —asumirse como tal— es reafirmar
una forma única de ser. El predominio de lo UNO sobre la opor-
tunidad de devenir en lo MÚLTIPLE, dejaría muchos “senderos”
sin recorrer por lo que existe una alta probabilidad de regocijarnos
en el pasado y alimentar funcionamientos psíquicos regresivos. La
tentación directa es seguir estando en el lugar de hijo y funcionan-
do desde allí el resto de la vida sin importar la edad cronológica.
También se estrechan las posibilidades de profundizar vínculos

67
sociales que potencien talentos o permitan nuevas oportunidades
para el desarrollo profesional-laboral. Muchos emprendedores no
logran visualizar el impacto negativo de su pobre actitud vincular.

Amigándonos con la soledad: el juego

Freud asombrado por la personalidad de los poetas, escribe un


trabajo magnífico en el año 1907/8 llamado el “Creador literario
y el fantaseo” dónde nos invita a reflexionar sobre el misterioso
vínculo que establece un artista con su obra.

El maestro se pregunta por la inspiración ¿Dé dónde obtiene el


artista aquello que le permite escribir? Su opinión es que todos lle-
vamos un “poeta dentro” y buscando los orígenes de la expresión
artística nos conduce a que prestemos atención al juego infantil.
Lo niños que juegan y logran hacerlo solos suelen transformar los
objetos de la realidad y dotarlos de atributos mágicos. El juego
permite la modificación del entorno, cuestión que el filósofo ita-
liano Giorgio Agamben llamó profanación. Los niños profanan el
“mundo sagrado” de los adultos y está bien que así sea.

El opuesto al juego no es la seriedad sino la realidad misma, y


la realidad no es totalmente —ni continuamente— una fuente de
bienestar. Para obtener placer hay que adaptarse activamente a la
misma, manteniendo una actitud de cierta resistencia como tam-
bién de plena imaginación, sin desprenderse de ella.

La infancia es la construcción social que mediante diversos dis-


positivos (la escuela, la familia, el juego, el deporte, el arte, etc.)
permiten mediar la interacción de las/os niños/as con la realidad y
la información que se produce en ella. Por ello, los adultos respon-
sables son quienes deben metabolizar con su discurso y ofrecer
una realidad “masticada” para que la interacción sea soportable y
en el mejor de las escenas, agradable.

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Por el año 2010, realizamos una experiencia grupal con personas
privadas de su libertad de 20-25 años en el marco de un programa
de asistencia psico-social coordinado por un equipo interdiscipli-
nario, dónde se planteó como dinámica jugar a juegos no conven-
cionales. Nos sorprendió la gran dificultad para jugar y la emer-
gencia de una fuerte incomodidad por tal motivo. La reflexión
que surgió al respecto era que no habían existido experiencias
concretas de juego por estar a temprana edad en situaciones de
desvalimiento social, deambulando con sus padres y/o hermanos/
as en la búsqueda de insumos para sobrevivir. Sin embargo, en al-
gunos, el fútbol, erigía como el único ámbito asociado a lo infantil.

A partir de esa experiencia, comencé a conversar con personas


pertenecientes a otros estratos sociales y el resultado, en muchos
casos, era similar.

En general, gran parte de los adultos no practica juegos refiriendo


que sus ocupaciones no le permiten disponer del humor necesario
para hacerlo, lo que es comprensible pero no saludable. Desarro-
llar el sentido del humor favorece la convivencia entre las personas
y amortigua el impacto de la realidad que puede ser muy frustran-
te. También facilita el encuentro entre dos por desdramatizar las
diferencias y genera un medio propicio para su reconocimiento.
La resolución de conflictos es más dinámica y los acuerdos logra-
dos, más auténticos.

Los adultos reemplazamos la interacción de objetos externos para


inclinarnos a un plano más reflexivo dónde interactuamos con
ideas. Allí es dónde nos imaginamos, fantaseamos diría Freud,
pero con el costo de un devenir en un mundo solitario e interno.
El pensamiento filosófico, la lectura, la escritura, e incluso el diá-
logo con otro sobre cuestiones existenciales provoca tal excitación
que evidencia el placer de pensar.
En la situación de las y los niños, quienes juegan solos/as nada les

69
hace falta, aunque tienen la versatilidad (algunos más y otros me-
nos) de incorporar al juego nuevas ideas o personas allegadas. La
actitud vincular se hace tangible y comparten el entusiasmo que
se desprende del encuentro que, si bien difícilmente se acepten
cambios de las reglas en el inicio, a los minutos de habitar la esce-
na la apertura al cambio se ofrece espontáneamente. Los/as niños/
as no esconden su deseo, juegan a ser adultos, aunque no tienen
tanto interés por los adultos reales mientras juegan. El encuentro
entre niños evidencia una inmediatez de interacción entre pares,
que luego del paso del tiempo perdemos esa espontaneidad y nos
cargamos de prejuicios.

De la foto al mensaje

Es emocionante cuando vemos una foto que encierra un mensaje


de aquella imagen que solo expresa la realidad del momento. Ese
plus de sentido provoca un salto convirtiendo lo real en maravilla
y belleza, por lo tanto, ingresa al universo del lenguaje. La particu-
laridad de la mente es que podemos otorgar significación a partir
de las experiencias concretas y montar una ficción sobre el mundo
desde una mirada subjetiva.
Por ello, hablamos que el rol de las y los trabajadores de la salud
mental es colaborar en las simbolizaciones de lo que aconteció
como de lo que está ocurriendo. Dar “forma” a cruda realidad me-
diante relatos inspirados en la interacción con otros, nos permite
reconocer, comprender y elaborar los afectos propios de la expe-
riencia.
La relación entre realidad psíquica y el territorio, es abordada por
el antropólogo inglés Gregory Bateson en su libro Pasos hacia una
Ecología de la Mente en 1972, quien plantea lo siguiente:
“Decimos que el mapa es diferente al territorio. Pero, ¿qué es el
territorio? Operacionalmente, alguien salió con una retina o un
palo para medir e hizo representaciones que después fueron pues-

70
tas sobre papel. Lo que está en el mapa de papel es una represen-
tación de lo que estaba en la representación retineana del hombre
que hizo el mapa; y mientras preguntas más y más, lo que en-
cuentras es una regresión infinita, una serie infinita de mapas. El
territorio nunca entra por completo”.

Diremos que el vínculo entre las personas es mucho más que el


mapa. Vivimos en un “novela” que no siempre ponemos en pala-
bras y generalmente buscamos comprobar las creencias y suposi-
ciones de lo que acontece sin analizar demasiado. ¿Quién sabe lo
que pasa en un vínculo?

Lo vincular es una interpretación compleja de las experiencias


emocionales con otros y lo que hacemos allí, determinará quienes
somos.

Volviendo a las fotos, les cuento a los más jovenes que se elegía
cada imagen, especialmente antes de la captura, cuestión inversa a
la época actual, dónde primero se hace y luego se piensa que hacer
con ella.

Un ejemplo, era esperar la vuelta de un viaje para reunirnos a


ver las fotos acompañado de un relato conjunto de los/as viajeros/
as convirtiéndose en un evento inédito de simbolización que se
fijaba como una memoria vincular. La realidad estaba procesada y
puesta a compartir.

Actualmente las personas muestran en “tiempo real” lo que acon-


tece en el aquí y ahora permitiendo producir una experiencia de
habitar escenarios —que tal vez— nunca lleguemos a conocer
directamente. Pero el efecto sistemático de ver lo otro y al otro
en VIVO, merece que nos transportemos virtualmente como un
habitante de ese territorio absorbiendo todo el tiempo disponible
que contamos. Habitar en simultaneo otras vidas sin posibilidad
de estar ausente.
71
Se construye una modalidad muy interesante dónde ambos están
en presencia, mediatizados por la tecnología y para muchas perso-
nas que viven en soledad han logrado un apoyo indiscutido. Para
quienes no están solos —o no desean entregar su existencia en la
experiencia— pueden considerar esta vivencia como un exceso de
lo que propone la/el otra/o.

La tecnología permite disminuir las experiencias de soledad al


mismo tiempo que obtura la posibilidad de un encuentro de re-
cíproca afectación, dónde algo o alguien mediante la interacción,
nos “haga cambiar”.

Para compartir es necesario acordar la forma del encuentro, lo


que ocurrirá en él es una sorpresa. La afectación emocional re-
cíproca conduce a evocar información no presente en la reunión
facilitando el despliegue de un mundo fantástico que, a partir del
vacío, propicia la creación.

Quién muestra su vida en los medios masivos, queda presentando


sin llevarse una experiencia emocional más allá de mostrar. Hoy
mostrar(se) y no correrse de esta posición, es el principal obstá-
culo para la vincularidad. La imposición real de la imagen restrin-
ge la curiosidad porque sabemos demasiado del otro. Por ello, el
sentido del humor, del buen humor y el disfrutar mismidad es una
problemática actual. No jugamos con uno mismo ni con los otros,
habitamos escenarios con presentaciones que no suelen amarrar-
se entre sí.

Luego veremos la importancia de establecer condiciones mínimas


para evitar la mostración y propiciar un encuentro seguro.

72
Necesidad de apuntalamiento

Muchas personas ayudan a otras personas mostrando gran interés


y preocupación por su bienestar. Si bien es una actitud comedida
muy agradable, la disposición al servicio sistemático indica que la
persona deviene como tal, “ayudando al otro” y no puede prescin-
dir de su presencia. Si ayuda es y si no ayuda, no es.

Existe una vulnerabilidad como condición de la especie humana


que nos sitúa como organismos incompletos. La noción de apun-
talamiento, es un concepto proveniente del psicoanálisis que da
cuenta de la necesidad de apoyo inicial del recién nacido en otro
para sobrevivir.

Somos empujados a los vínculos mediados por la necesidad de


existir y luego surgirá el deseo de “otra cosa”, nunca del todo sabi-
da, que nos ocasionará una molestia constante por no encontrar la
forma de satisfacción total. Gracias a esta incomodidad, podemos
embarcarnos en numerosas actividades que definirán el modo de
vivir y de disfrutar.

El apuntalamiento, ha recibido múltiples revisiones teóricas, pero


quisiera presentar la del psicoanalista francés René Kaes quien
nomina apuntalamientos múltiples por considerar varias alternati-
vas de apoyo frente al desamparo originario.

Plantea que solemos apoyarnos en las necesidades corporales, en


el grupo que habitamos, la cultura dónde permanecemos y tam-
bién, sobre uno mismo. Hoy podríamos también introducir el
apoyo sobre —y en— el mundo virtual. Lo veremos en el capítulo
siguiente.
Los adultos que ofrecieron su apoyo al recién nacido y lo han rea-
lizado efectivamente —con entusiasmo y dedicación—, podrán

73
incentivar a su hijo a buscar nuevos apoyos incluso tener la con-
fianza de volver a los antiguos, de ser necesario. En las separacio-
nes vinculares, los padres e incluso la pieza dónde transcurrió la
infancia, son lugares habituales de “asilo emocional”.

En cambio, existen testimonios crueles de personas que recuerdan


de su madre frases del estilo: “Yo tendría que haberte abortado”.
Sin duda el impacto destructivo que tiene estas afirmaciones ad-
vierte de que el apoyo brindado no reviste ningún tipo de deseo y
del cuál será necesario tomar distancia por la carga mortífera de
no deseo, que quedará en evidencia en el hacer vincular. Lamen-
to este relato, pero lo que más duele es la inmensidad de versio-
nes reales que he escuchado en mi rol como terapeuta. Quisiera
alentar que es posible la superación por el apoyo de profesionales
pero también, no subestimo el auto-apuntalamiento para seguir
adelante.

No sólo se ofrece el apoyo, sino que también se fortalece la autono-


mía y el desarrollo de las funciones psíquicas. La autoestima, au-
toconfianza y la capacidad de afrontar desafíos son competencias
necesarias para la supervivencia no tanto en el plano biológico,
sino en la interacción con otros. También es importante aprender
lo más difícil: ser apoyo de otras personas.

La perspectiva de género

Una vuelta me contaba una paciente sobre la dificultad que expe-


rimentaba al aprender a conducir: “No sé si manejo mal porque
manejo mal, o porque soy mujer”. Entre risas, apelaba irónicamen-
te a la cantidad de comentarios negativos que había vivido en su
familia de origen especialmente de los varones de la casa sobre sus
aptitudes y habilidades para desenvolverse en la vida cotidiana.

74
El mundo social condiciona la construcción del mundo indivi-
dual por lo tanto también influye en el vincular. Para muchas mu-
jeres el apoyo en sí misma, en el colectivo feminista han sido la
oportunidad de elegir nuevas formas de ser recuperando la auto-
determinación en el devenir.

Desde hace unas décadas, diversas autoras y militantes incluyen


la perspectiva de género como forma de visibilizar las múltiples
formas de violencias contra las mujeres y diversidades, la falta de
acceso cargos decisorios y a los trabajos mejor remunerados. Se
parte de un sesgo cognitivo que da por sentado que los varones
son las personas más aptas para ejercer el poder y esta cuestión
inhibe a las mujeres para autorizarse en el avance de su desarrollo
personal/profesional.

Una forma simple de analizar esta cuestión, es recordar a las bue-


nas alumnas compañeras de colegio y universidad, y evaluar si
existió correspondencia entre el elevado rendimiento académico
con el acceso a trabajos reconocidos y remunerados. No es un
problema de inteligencia, sino de oportunidades y desventajas que
oprimen y desalientan a las mujeres y diversidades a progresar en
su proyecto personal.

Mabel Burin, psicoanalista argentina con amplio recorrido en in-


vestigación y formación sobre estudios de género, retoma la no-
minación de techo de cristal que surge en la década del 80 a partir
de un informe sobre mujeres ejecutivas publicado en el Wall Street
Journal, aludiendo a la presencia de una barrera invisible que limi-
ta —de manera informal e indirecta— el desarrollo laboral, pro-
fesional y económico. Se apela que tarde o temprano existe un
desvío o una suspensión de su trayectoria para abocarse al rol de
madre y ocupare de la organización del hogar.

75
En Argentina durante mucho tiempo circulo la frase “andá a lavar
los platos” cuando se consideraba que una persona no era idónea
para una actividad o daba indicadores de desconocimiento/igno-
rancia sobre un tema.

La construcción social de la maternidad y la asignación de un va-


lor agregado a las mujeres que la ejercían, presentaba una carga
de responsabilidad no equitativa a los varones, quienes se des-
entendían del cuidado de los hijos y las tareas domésticas. Esta
desventaja, propiciaba una notable diferencia ya que los varones
estábamos lo suficientemente cómodos y disponibles —emocio-
nalmente hablando— para desarrollar actividades recreativas,
sociales y laborales creciendo de manera exponencial respecto a
las mujeres, simplemente, por el tiempo dedicado y no por ser
mejores.

En términos de Mabel Burin: “El techo de cristal que opera si-


multáneamente en una doble inscripción: como realidad cultural
opresiva y como realidad psíquica paralizante”.

También la nominación de piso pegajoso resulta interesante ya que


alude a la dificultad de oportunidades laborales o de acceso a car-
gos de mayor responsabilidad por deslizar cierta incompatibilidad
con la asunción de tareas de maternaje o la potencialidad de serlo
en cualquier momento. En muchos ámbitos laborales, ser mujer
es visto como “un empleado menos” cuando deberían ser vistas
como “una persona diferente” con iguales derechos.

Estos mensajes presentes más o menos explícitos, pre—existentes


a las mujeres, constituyen la impresión que aún el mundo del tra-
bajo es un territorio del otro. Burin identifica enunciados concre-
tos dónde se observa la auto-limitación: “las mujeres temen ocu-
par lugares de poder”, “no les interesa ocupar esos lugares”, “no

76
pueden afrontar situaciones difíciles que requieran actitudes de
autoridad y poder”.

Por otro lado, las mujeres que desafían estas barreras pueden sen-
tir un enorme sentimiento de culpa o incomodidad —que el varón
no siente—por alejarse del rol esperado. Muchas mujeres/ madres
sufren una “doble jornada” restringiendo su desarrollo personal
para evitar ser miradas como “malas madres”.

La falta de modelos femeninos a los cuales tomar de referencia au-


menta la incertidumbre y el miedo al error. El silencio de los varo-
nes pares como también de las mujeres que perciben a las mujeres
“que se salen del rebaño” profundizan la sensación de desamparo
con la que se perciben en el ámbito laboral, el deportivo y el po-
lítico.

Los vínculos no escapan de esta gobernanza masculina dónde la


suposición del que sabe sobre vínculos, es el varón, imponiendo
una modalidad vincular opresiva y oportunista.

Recuerdo la anécdota de un paciente varón, 40 años, deportis-


ta, empresario y muy agradable que se detuvo en la calle con su
lujoso automóvil observando a una mujer joven inmigrante que
cumplía actividades como personal doméstico en la vereda. La in-
terrumpió y le ofreció una significativa remuneración para que,
en su tiempo libre, pueda asistir a su casa para similar tarea. Al
tiempo, de una respetuosa relación, el muchacho fue gradualmen-
te borrando los límites en términos de empleador (desmintiendo
las obligaciones legales como tal) promoviendo otros intercam-
bios como compartir mates, meriendas e incluso largas conversa-
ciones. Luego de un tiempo, el trabajo quedaba sin hacerse y eran
encuentros amorosos. Después de algunas semanas, el muchacho
le dijo que prescindía de sus servicios. En sesión, relataba esta es-

77
cena dando cuenta que ya la había visto en la vereda en varias
oportunidades y le había gustado. Aquí un ejemplo de aprovecha-
miento de la vulnerabilidad social de la mujer joven inmigrante y
una clara “estafa emocional” y legal.

Finalmente, nos centramos en el apoyo en el cuerpo propio. Apo-


yarse en uno mismo, puede ser de doble filo ya que muchas perso-
nas acuden al bienestar físico de la manera que sea, considerando
excesos de todo tipo.

Algunos encuentran la calma con grandes atracones de alimen-


tos y también por el consumo desmedido de alcohol y drogas.
Es necesario encontrar formas saludables de cuidar el cuerpo y
la gestión de las emociones para que no se conviertan en motivos
para descuidar el bienestar psico-físico.

No es la idea funcionar sin apoyos diarios, pero es importante


identificar si el apoyo privilegiado es asignado a un objeto, una
actividad o a una persona. La hiperactividad deportiva también es
una forma encubierta de evitar la emergencia de afectos que están
latentes y pueden surgir cuando uno se encuentra en reposo.
La forma de apuntalarnos en situaciones críticas requiere ser crea-
tivos/as buscando formas que promuevan la organización psíqui-
ca y drenen la ansiedad propia del conflicto.
La tensión vincular puede conducirnos a situaciones límites y per-
der los “cabales” o salirse del “eje”, aunque la visualización de estos
excesos permite su pronta intervención para no descarrilar. Con-
siderar el apoyo por parte de los seres queridos, como también
de profesionales, permite construir un andamiaje adecuado para
sobrellevar el desafío del proyecto de vida sin perder el disfrute de
la experiencia.

78
La felicidad no está en los vínculos

Existe un malentendido que interactuando con las personas con-


seguiremos la felicidad. Muchas personas a lo largo de mi activi-
dad profesional me han dicho: “los buenos vínculos no te consi-
guen trabajo ni dinero, y esto nos deprime y nos hace sentir solos”.
Aquí nos encontramos con testimonios de vida que se centran en
una falla de sostén de los vínculos originarios que se encuentran
impotentes de garantizar un modelo productivo sustentable para
el grupo familiar.

El amor, en el mejor de los casos, el vínculo de pareja, tampo-


co resuelve la delicada interacción con la realidad ni reasegura el
disfrute de los bienes materiales. Por lo tanto, es importante que
la vincularidad no eclipse el desafío propio de construir un pro-
yecto de vida que favorezca la realización de las personas que la
integran.

Pero volviendo al deseo de ser feliz con otro, puede convertirse en


un obstáculo por cargar al vínculo de expectativas empastando
—y tergiversando— el sentido del estar vinculados.

Pedirle a un/a hijo/a que “haga feliz” a sus padres deslinda una
responsabilidad imposible de asumir como también reprocharles
a los padres lo que no han podido brindarnos.
Los vínculos son oportunidades de descubrimiento cuya expe-
riencia nos puede provocar momentáneamente un intenso bien-
estar imposible de lograr solitariamente. Rara vez nos reímos a
carcajadas estando solos.

Algunas preguntas: “¿Cuál es la diferencia entre jugar al frontón o


jugar al tenis?”; “¿Cuál es la diferencia entre escuchar un disco de
una banda de música o la radio?”; “¿Entre leer un libro y navegar
en las redes?”.

79
En todas estas actividades lo que diferencia es el lugar asignado
al otro. A partir de la actitud vincular nos encontramos y la par-
ticipación del otro mediante su capacidad de decir, hacer y hacer
sentir algo no previsto, será la sorpresa a lo que nos exponemos.
Por ello, vincularnos es animarnos a interactuar con algo nuevo
e inédito venciendo la inercia de quitarle la novedad al encuentro,
por asociarlo con experiencias previas. Diremos que el otro y lo
otro es irreductible a lo conocido y si continuamos escuchando
confirmaremos la diferencia entre lo conocido y lo que será inte-
resante conocer. A lo otro accedemos escuchando.

Operaciones psíquicas en la vinculación

Las personas cambiamos nuestro comportamiento cuando esta-


mos con otro o en grupos y a ese fenómeno desde el psicoanálisis
vincular lo llamamos efectos de la presencia.

La identidad es una construcción que se presenta como el resulta-


do de la interacción entre las personas que llevará varios años y es
factible de modificarse por la propia persona a lo largo de la vida
mediante la función de anticipación.

Considerando los aportes tanto de Isidoro Berenstein como Ja-


nine Puget destacamos dos operaciones psíquicas que se ponen
en juego en el inicio de un vínculo: por un lado encontramos la
identificación y por otro, la imposición. Veamos de qué se trata
cada uno de ellos:

La identificación podemos rastrear su origen en Freud como un


acto de búsqueda y de afirmación de las semejanzas, es inercial-
mente el puente que se construye entre el recién nacido junto con
los padres y los cuidadores. Interactuar desde la identificación
produce el mal entendido de estar con “alguien ya conocido” y el
acto de vinculación es percibido —engañosamente— como una
actividad fácil y espontánea.
80
El elogio de la semejanza provoca un énfasis desmesurado en los
aspectos compartidos de los cuáles se consideran los cimientos
sobre los que se construirá el vínculo. Se vivencia una fuerte segu-
ridad, el entusiasmo es la sensación que gobierna y la proyección
en el tiempo es el principal interés: “Nada nos va a separar”.

No suelen expresarse pensamientos que sugieran diferencias ni


muchos menos se concibe posible el final del vínculo. ¿Qué ocu-
rriría si en la organización de una boda el novio/la novia sugiere
dejar en claro los bienes iniciales por una eventual separación?
Aquí el primer callejón sin salida del armado de un vínculo con-
cebir su inmortalidad.

El predominio de la semejanza ha sido un orientador muy acudi-


do en la conformación de grupos de trabajo dónde existan perfi-
les que inicialmente adhieren a una ideología política o científica,
dónde se vaticina un futuro compartido y agradable por el cual
deben unirse los esfuerzos. La evidencia advierte que dónde existe
mayor intención de semejanza, se piensa menos y la capacidad de
resolución de conflictos es menor. En el mediano plazo, a partir de
las rupturas, se pierde interés por pertenecer al espacio buscando
algún culpable de romper ese idilio.

La imposición de la pertenencia

Estar vinculados supone una pertenencia al vínculo y es necesario


aceptar la afectación y transformación que se ocasionará por ha-
bitar el espacio. Esta transformación que se nos impone con fuer-
za es una simple adhesión voluntaria de la cuál en los inicios del
vínculo, no se sabrá si será una experiencia tolerable. No tenemos
muy en claro de que se tratará vincularnos. El enunciado no dicho,
que sintetiza esta situación, es: “debés pertenecer a este vínculo”.

81
Por más que reneguemos, los otros nos recordarán los compro-
misos que se desprenden de pertenecer a un vínculo, veamos las
siguientes frases: “vos estás en pareja, no podemos vernos”, “vos
tenés una familia no podés seguir así”, “vos sos del enemigo, no
pueden vernos juntos”, “…es el cumpleaños de mi madre ¿Cómo
no vas a venir?”, etc.

Podríamos pensar que la identificación y la imposición son me-


canismos sujetos a nuestra percepción, que a mayor actitud vin-
cular, más oportunidades de vincularnos con personas que sean
diferentes. Sin duda estas operaciones son solidarias, mientras la
identificación nos acerca y la imposición nos sujeta al vínculo.

Cuando las diferencias no se gestionan adecuadamente, puede vi-


venciarse una experiencia de cierta claustrofobia. La intolerancia
a la imposición puede observarse cuando a partir de algún conflic-
to dentro de un grupo familiar se escucha: “Quiero tiempo para
mí”, “A partir de ahora voy a hacer lo que quiera”, siendo expre-
siones que poco tienen de genuinas y son reacciones al carácter
“sujetador” del vínculo más que a las personas que lo integran.
Siempre transitamos con el deseo latente de suprimir al otro o lo
otro que nos exige, un esfuerzo desmedido que debe ser menor
al disfrute ocasionado por el encuentro. Por ello el aburrimiento,
es un estado de detención en los vínculos que —ante la falta de
información novedosa— es posible ahondar en los viejos y cono-
cidos problemas que nos enfrentan. De esta manera, inconscien-
temente, recuperamos la individualidad que se pierde en el dos
provocándonos un malestar.

El impacto de la presencia del otro como la nuestra, es la conse-


cuencia ineludible de la forma de ser, al vincularnos. La sorpresa
es que tenemos una identidad previa al vínculo, pero en la interac-
ción vamos mutando gradualmente sin un rumbo claro. Es decir,

82
es erróneo afirmar: “Con vos yo sería feliz” o “No serás feliz sin
mí”. Estos enunciados denotan no sólo una arrogancia particular,
sino que niegan la capacidad transformadora del vínculo.

Por ejemplo, un recién nacido también impone su presencia con


su cuerpo y las necesidades del mismo. Llora, grita o patalea y los
adultos que se ofrecen a su cuidado no saben bien que hacer, pero
lo intentan, y esta situación de suma incomodidad interrumpe la
rutina e exige una respuesta. Recuerden antaño, la sorpresa en
quienes esperaban los embarazos “a ciegas” desconociendo el sexo
del naciente hasta el momento del parto. El otro se hacía presente
en tanto otro desconocido.

En la actualidad, existe la posibilidad de tomar imágenes 4d en


los primeros meses de vida. ¿Podemos negarnos a estas prácticas?
¿Qué ocurre cuando un integrante de la pareja propone esperar la
sorpresa del nacimiento? ¿Hay lugar para ese deseo? La sociedad
también impone la forma de habitar los vínculos.

La tecnología condiciona la modalidad de encuentro e imprime


deseos que antes no eran posibles. Retomamos esta cuestión en el
análisis del mundo virtual en el capítulo 4.

Es oportuno destacar que hablar del otro en presencia del otro no


es nada fácil porque escucha lo que decimos y reacciona en con-
secuencia. Es muy llamativo cuando existen situaciones dónde
una persona habla del otro como si no estuviera presente. Para los
padres: “¿No ha pasado el tiempo?” “¿Se subestima la capacidad de
expresase por sus propios medios?

Cuando hablamos del otro debemos hacerlo con suma humildad,


ya que hemos registrado al otro —en parte consciente y en parte
no— mediante un “pequeño resumen” psíquico para darle lugar
en nuestro mundo individual.

83
Aunque se desmienta la presencia del otro, el otro no deja de exis-
tir sino que su comportamiento y su forma de expresión pueden
advenir en conductas disruptivas sin mediar un interés de esta-
blecer de acuerdos. Aquí podemos pensar el origen de muchas ac-
ciones terroristas en el mundo social como en el ámbito organiza-
cional. Es interesante la reflexión de Isidoro Berenstein cuando se
produjo el atentado a EEUU en el año 2001 dónde escuchaba que
muchas personas y medios de comunicación hablaban de una si-
tuación impensada, imposible de prevenir o de imaginarse. Frente
a esto, él dijo: “Todo lo contrario, fue una clara evidencia de que el
«otro» estaba pensando”.

El estallido social también puede ser leído en clave vincular. Si las


personas son escuchadas, la posibilidad de violencia disminuye.
Si no escuchamos, la tensión aumenta, lo emocional se desregula,
se pierde la demora propia del pensamiento y el acto se hace pre-
sente.

El trabajo vincular exige un continuo movimiento —no fácil ni


rápido— de sostener un escenario de tensión y por momentos, de
desencuentros. Sugiere un diálogo continuo buscando acuerdos
de convivencia siendo un error cuando logramos conclusiones del
estilo: “Ya lo conozco”. Con esa afirmación, dejamos de conocer al
otro y comenzaremos a equivocarnos en la atribución de intencio-
nalidades cayendo en cierta pereza para seguir indagando.

Los vínculos confiables no son vínculos seguros

En varias oportunidades me han preguntado si cuando hablaba


de vínculos seguros me refería a vínculos confiables. Tanto en los
vínculos laborales como en los de pareja la confianza es un valor
sobre el cuál se conforman y perduran en el tiempo. La confianza
es planteada como un reaseguro de continuidad y de lealtad, sien-
do la predecibilidad aquello que permite habitar el vínculo en el

84
presente en un estado de calma.
Según la Real Academia Española, la palabra confianza se asocia
a familiaridad y desde esta definición sería oportuno introducir
un concepto que el psicoanálisis vincular acuño como el opuesto
ajenidad.

La familiaridad como visión invita a que lo “conocido busque lo


conocido”. Siguiendo a Freud en Introducción al narcisismo de
1919, plantea que cuando elegimos a los vínculos nos basamos en
que sean semejantes o sean modelos posibles de imitar. Es decir,
propone que la elección de los otros es el reencuentro con uno
mismo.

Es común en el ambiente laboral la “recomendación” generalmen-


te basada en la confianza. Pero ¿Cuántas recomendaciones no lle-
gan a buen puerto? Cuando ocurren experiencias imprevistas,
aparece la sensación de que la persona “no es conocida”, por lo
tanto, algo falló. Inclusive en el amor en procesos de separación,
pareciera que estamos hablando de un “conocido” que se tornó un
desconocido del cual ya no es posible anticiparse a lo que pueda
hacer.

La confianza es un valor deseado y presente en muchos ámbitos


de la comunidad. Por ejemplo, en el año 2001 el sistema bancario
de Argentina perdió estabilidad cuándo los ahorristas “desconfia-
dos” por el rumbo económico del país fueron todos juntos a sacar
su dinero y para evitar el colapso se estableció una inolvidable
restricción para retirar el dinero llamada “corralito”.
La búsqueda de garantías en los vínculos es la aspiración más co-
diciada. En lo profundo de este anhelo encierra un extremo deseo
de control del otro y una gran subestimación al devenir.

La confianza es un catalizador del encuentro entre dos personas,

85
pero no es la razón para olvidarse de la responsabilidad afectiva,
legal y social que nos implica vincularnos. La experiencia saluda-
ble en las relaciones no se logra por un buen acuerdo inicial, sino,
por la revisión continua y espontánea de ese acuerdo.

Existe una sobreestimación de los sentidos que circulan en los


vínculos de sangre, hablamos de las familias, que sancionan otras
formas posibles de vincularse. ¿Cuántas personas podrían afirmar
que tienen confianza con sus familias pero no sienten que sean
vínculos saludables? Por ello diremos que los vínculos de pareja
estan influenciados por las historias individuales.

Entender al otro

El “misterio” de entender al otro, mejor dicho. Es necesario de-


limitar dos niveles de conocimiento sobre el otro para poder in-
tentar entenderlo: a) El otro en tanto persona diferente, con una
historia diferente y con un devenir incierto. b) Lo otro en tanto
emerge lo ajeno, lo otro de lo otro como una cuestión imprevista
y disruptiva.

Por eso, pensar en el otro y pensar desde el otro son operaciones


diferentes. Propongo no asociar la noción de vínculo seguro con el
entendimiento circunstancial con el otro.

Entendernos con el otro, desde la mirada de Berenstein nos su-


giere que es una idea de encontrarnos en una misma órbita, sin
grandes diferencias haciendo lo mismo. Cuando escuchen que
una pareja dice “no tenemos ni un sí ni un no” podemos decir que
alguno de los dos se acopla al vínculo renunciando a su singula-
ridad.

Las parejas que se entienden muy bien no son aquellas que dicen
entenderse, sino quienes logran acordar amablemente lo que no
comparten.
86
El deseo de entender al otro también aparece en el vínculo pa-
dres-hijos, como puede ser la escena del bebé a los gritos con-
vocando algo, alguien dónde sus padres —sin saber— de qué se
trata, acuden a consolarlo. También encontraremos muchas de-
cisiones que no serán comprensibles desde una óptima personal
pero tendrán sentido para el otro que será oportuno respetar.

“Quereme como soy”

Más de una oportunidad hemos escuchado esta frase que invita a


los otros/as a que se acomoden “a lo que hay”. Es visto como un
acto de amor en el vínculo de pareja y es un fatalismo que refieren
muchos padres en el modelo de crianza: “las cosas son así”.

Nada más obstaculizante que quien desea evitar el trabajo vincu-


lar y se jacta de su imposibilidad. Tendrá sus razones, pero sugiero
no entrar en ese “callejón sin salida”.

Los vínculos naturalmente proponen una transformación, es


como querer cruzar un río a pie sin mojarse. No podemos evitar el
cambio que se produce en la vincularidad, pero sí, renegar de ello
y responsabilizar una parte de aquello que no funciona: “Estaba
bien hasta que llegaste”.
El encuentro con otro/a es una oportunidad para producir cam-
bios y ha sido nominado por el psicoanalista argentino el Dr. Hec-
tor Kracov como mudanza subjetiva y dice:

“Cada vínculo exigirá a sus miembros un cambio posicional, en


tanto implica el pasaje de una posición previa a otra, que tiene ca-
rácter impredecible. Este pasaje, vivido como una mudanza sub-
jetiva, es inherente al establecimiento de todo nuevo vínculo que
pide rendimiento subjetivo y exige condiciones”.

87
Un vínculo nos exige un cambio posición. De solteros a pareja, de
pareja a familia, de pareja a ex pareja, de hijo a padres, de padres a
abuelos, de compañeros a amigos, de amigos a pareja etc.

Los primeros lugares que habitamos en nuestra vida, son lugares


designados por otros (padres, criadores, etc.). Hablamos de vín-
culos no elegidos y a medida que vamos desarrollando la capaci-
dad de elección podemos establecer vínculos con mayor libertad.
Veremos que en la conformación del vínculo de pareja la mudanza
es muy importante ya que el lugar más difícil de dejar es el lugar de
hijo/a, ya que es característico de una posición pasiva expectante
de amparo desde el otro, no siempre exitoso y eso es lo trágico de
lo que nos advierte el psicoanálisis.

Quienes se hayan mudado de domicilio —más de una vez— com-


prenderán que no es posible “llevar todo” a un nuevo espacio. Esa
situación provoca un sufrimiento agregado al cambio de residen-
cia: tener que elegir que perder y qué mantener con uno mismo.
Por ello, la conformación de los vínculos presenta el desafío de
que “no todo será posible” en el vínculo ni habrá tanto espacio
para lo que se traiga previamente. Vincularnos, es perder, aunque
veremos que también es ganar.

El otro puede evitar el naufragio

Existen creencias de lo que debe acontecer en los vínculos y deben


ser consideradas resistencias concretas o potenciales. La intención
de pretender hacer lo que uno quiere —y quisiera— se alimenta
cuando estamos con otros “silenciosos”, que pueden ser conside-
rados como medios para lograr un fin cuando, a diferencia del
encuentro con otro que inspira a la vincularidad como un valor
en sí mismo.

88
En los vínculos circula un poder muy significativo y la oportuni-
dad de influenciar en el otro es posible. Aunque esta situación, a
veces es la explicación del porqué se sostienen vínculos sin interés
en las personas que lo integran, simplemente, para lograr la satis-
facción del control sobre el otro.

Los vínculos se sostienen por el deseo de pertenecer a un vínculo


y es la suma de lo que hemos llamado actitud vincular, el trabajo
con las diferencias y la capacidad para estar a solas. Mientras que
la actitud propicia el encuentro, el trabajo favorece la dinámica
asumiendo riesgos y la mismidad nos permite tolerar el miedo a
no ser amados. Este trio inseparable es el que protege al vínculo
de su propio encierro.

Un malentendido frecuente es creer que en un vínculo será posi-


ble hacer cualquier cosa. Remito a Freud cuando reflexiona sobre
la felicidad.

Dice Freud en el Malestar de la Cultura (1929): “En primer lugar,


la satisfacción ilimitada de todas las necesidades se nos impone
como norma de conducta más tentadora, pero significa preferir el
placer a la prudencia, y a poco de practicarla se hacen sentir sus
consecuencias”.
El trabajo analítico siempre se centró en quitarle las “cadenas” al
deseo que la cultura establece, aunque consideraba la necesidad
de la presencia de un marco normativo que regule el comporta-
miento humano. Técnicamente el maestro, no aconsejo hacer lo
que el deseo desee más bien nos planteó la necesidad de vivir par-
cialmente insatisfechos, así llamó a su libro.

Pueden pensar en la cantidad de artistas, deportistas y otros per-


sonajes con notables talentos que terminan solos, enfermos o en el
peor de los casos muertos por seguir una vida plagada de excesos y

89
padecimientos psíquicos sobrevinientes como la depresión. Tam-
bién muchos profesionales de la salud idealistas se quitan su vida
cuando se encuentran acorralados ante una realidad frustrante.
Podríamos afirmar que dejar librado a las personas a que “hagan
lo que quieran” no es sinónimo de felicidad sino todo lo contrario.
Estar vinculados nos protege de estos excesos, por la consecuencia
de pertenecer a un vínculo, una familia o un grupo de pertenencia
social cuál sea la ideología y las acciones. El otro nos “hace tope”
con su presencia, por lo que nos devuelve una resistencia salu-
dable para que nuestras acciones no prosperen, aunque eso nos
enoja.

El vínculo es realidad, es aquí y ahora, nos conecta con la realidad


y se presenta en un plano de lo observable y concreto, frente a lo
que nos permite tomar conciencia y recuperar el control si lo he-
mos perdido. Cuando encontramos vínculos que nos digan “todo
que sí”, desconfiemos. Recordemos: confianza lúcida.

Esta sujeción que propone la vincularidad puede ser percibida en


algunas ocasiones como “impuesta” o “injusta” siendo una condi-
ción mínima de pertenencia al vínculo: el pago por estar allí. No
es posible habitar un vínculo sin renuncias.
Hay que distinguir de cuando nos enojamos con ese otro que in-
tegra el vínculo sea por la forma de comunicarse o las decisiones
que toma de cuando el malestar es producto de sostener el vínculo.

¿Qué nos sucede cuando nos vinculamos?

El encuentro entre las personas es un fenómeno que merece espe-


cial estudio en cada ámbito dónde se produce y entre quienes lo
hacen. En esencia, al vincularnos nos encontramos con la presen-
cia del otro y es normal no quedarnos totalmente satisfechos con
lo que decimos o hacemos en ese momento.

90
El encuentro con el otro es un intercambio vivo. Si bien tiene
sabor a un comportamiento mejorable, es importante aceptarlo
como a una conducta posible entre otras. Dentro del impacto per-
sonal, considero destacar los siguientes desafíos en el encuentro
con otro.

• Novedad: “No lo conozco”.


• Incertidumbre: “No sé qué —me va— a ocurrir”.
• Impotencia: “No puedo”.
• Miedo: “Me asusta”.
• Rechazo: “No quiero”.

Seguramente nos sentimos más a gusto cuando el otro tiene mu-


cho de UNO y poco de OTRO. Para construir vínculos seguros no
siempre el bienestar inicial es el indicador de una buena experien-
cia, y será oportuno mantener la reflexión a lo largo del proceso.
Las personas más propicias a convertirse en “personas difíciles”
en los vínculos son aquellas que no toleran perder el control, no
soportan la incertidumbre, no les gustan los cambios y no regis-
tran las emociones del otro.

Desencuentros

Cuando nos encontramos con lo ajeno sólo podemos tomar una


distancia de resguardo, siendo entendible el rechazo y el desen-
cuentro concreto que se produce cuando el otro da “señales” que
es otro.
Siguiendo la frase de la cantautora argentina Patricia Sosa quien
dice: “La vida te da señales a veces al oído y otras veces a los gri-
tos”, podríamos realizar una analogía directa con lo que pasa en
los vínculos.

91
La capacidad de sorprendernos es una de sus principales caracte-
rísticas, por lo que es necesario mantener una actitud vincular que
conciba nuevas reactualizaciones de los vínculos que sostenemos.
A mayor “ceguera vincular” más posibilidad de sorpresas desesta-
bilizantes.

Resulta que dos amigas salieron a cenar y al regreso en el auto


sufren un accidente contra un árbol. Ambas en buen estado de
salud, salen del vehículo y la acompañante le pregunta a quién
manejaba: “¿No viste el árbol?”, frente a lo que respondió: “No sé
qué me pasó”.

Claramente la situación de la conductora merece suma atención


para despejar que le ha ocurrido, pero el efecto inmediato de la
acompañante (comprensible) fue no hablarle por unos días por
sentir que su amiga “casi la mata”.

Cuando la sorpresa desorganiza al vínculo por una información


del otro, un comentario o un comportamiento no esperable, se
produce una inmediata perplejidad del pensamiento seguido de
un estado de inhibición general.

La ajenidad, lo que el otro inclusive tampoco puede dar cuenta de


lo que ocurrió o por el carácter inconsciente del mismo o por la
complejidad de lo acontecido, puede convertirse en una experien-
cia intolerable y será esperable tomar distancia del vínculo antes
de afrontarla.

El encuentro con esa discontinuidad provoca un rechazo inmedia-


to. La ruptura asoma como la primera respuesta adaptativa y de
resguardo.

Veamos la siguiente situación: un hombre de 60 años a quien lla-

92
maré Sergio solicita asistencia en salud mental. En la entrevista,
refiere que suele utilizar el teléfono de su compañera que tiene
una excelente definición para tomar fotos de objetos destinados
a la venta online. Por curiosidad, indagó en sus conversaciones y
encontró una con un hombre dónde el diálogo contenía palabras
de fuerte connotación sexual. Decía Sergio: “no es ella” y agrega
“Claudia es muy correcta, no se le escapa una coma y a demás dice
cosas que me da vergüenza”.

El impacto emocional es doble: encontrarse con que su deseo no


se agota en la pareja (se frecuenta con otro hombre) y también el
vínculo que se establece con él como si fuera otra.

Esta situación de desconocer al otro nos interpela en lo siguiente:


¿Por qué somos otros con otros? El otro propone nuevas oportu-
nidades para ser.

Cuando aparece la ajenidad en el vínculo, lo principal es poder


poner en palabras (lo que se pueda y cuando uno esté tranquilo)
para tratar de dar forma aquella información que irrumpió des-
controlando todo el vínculo.

Según la evidencia clínica de años de trabajo, percibo que muchas


personas no vuelven a hablar de aquello que los enfrentó, desilu-
sionó o separó, quedando como acto sin mediar la reflexión y del
que ambos prefieren que no haya ocurrido. Diremos que al no
ingresar al mundo simbólico no sólo que no es conversable, sino
que su rememoración es el reencuentro en su estado originario,
lo que constituye una situación delicada que queda vedada con
posibilidad de influenciar en los comportamientos.

93
Aceptar la ajenidad

Todos los vínculos tarde o temprano viven experiencias de extra-


ñeza, aunque lo auspicioso, es que podemos pensar sobre la ajeni-
dad aunque no compartamos lo ocurrido. Cada vez que aparece la
ajenidad nos invita a considerar un nuevo punto de partida en la
vida de los vínculos, dónde el otro/a, es mirado/a desde otro lugar.
Las escenas son diversas, pero es posible —en algunas situacio-
nes— encontrar una forma para seguir vinculados. El encuentro
con la ajenidad provoca una desorganización general en la vida
de las personas por lo que lleva un tiempo singular transitar el
impacto y recomponerse.

Esto me recuerda el cuento de los puercoespines de Schopenahuer


citado por Freud, dónde en el invierno deben acercarse para no
sentir frio, pero con el desafío de no lastimarse con las púas. El
mensaje es lograr la distancia óptima soportable para vincularnos,
o saber del otro “lo suficiente”.

Veamos un ejemplo: Una pareja compuesta por un varón (José)


y una mujer (Romina), ya devenidos en padres, se encuentran
distanciados por cuestiones de trabajo del varón que migró para
establecerse en la nueva localidad luego de haber quedado sin tra-
bajo en el marco de la suspensión de actividades por la pandemia.
La primera medida sanitaria que adoptaron los países fue estable-
cer un aislamiento social preventivo y obligatorio para prevenir la
propagación del COVID-19.

Esta pareja, atraviesa una experiencia novedosa e inédita ya que


se encuentran viviendo en diferentes hogares luego de haber es-
tado un año conviviendo todos los días. Luego de unas semanas
sin lograr insertarse en el grupo de trabajo, José no se encuentra
a gusto con el ámbito laboral y las tareas que le asignan en la or-
ganización. Trabaja medio día, y luego por las tardes, comienza a

94
comunicarse por teléfono con su pareja y sus hijos escalonando
–desmesuradamente— la demanda de atención.

Romina, comienza a discontinuar la comunicación, remitiéndose


a lo “justo y necesario” frente a lo que José comienza con pedidos
de explicaciones sobre lo que considera “desplantes”. Por reco-
mendación de algunos compañeros de trabajo accede a una con-
sulta de salud mental por videollamada ante síntomas de ataques
de pánico.

Concertamos unos encuentros virtuales entre los 3 con la rare-


za de estar todos en distintos puntos geográficos: Romina dice:
“Siempre fui tu bastón, no doy más. Entre los chicos y vos me
están asfixiando. Necesito tiempo para mí”. Despeja cualquier
cuestión vinculada a estar interesada en “salir de joda”, aunque
José sospecha que “ella no estaba en el mismo lugar”, algo estaba
cambiando. El estado de demanda cobra niveles excesivos llaman-
do compulsivamente y amenazando con volverse junto a Romina
y sus hijos diciendo que: “dejo mi trabajo por culpa que no me
ayudas”. Como terapeuta pido que nos centremos en lo que dice
Romina y José concluye en: “nunca se me hubiese ocurrido”, “no
pensé que era por eso que se distanciaba”.

Romina llora en cada sesión angustiada porque no siente compre-


sión de parte de José y se encuentra desbordada por sus deman-
das, dice: “no sé por qué me angustié ahora, pero no quiero seguir
así como estábamos, ¿Será que ahora que no estamos juntos pue-
do relajarme y pensar?”.

Aquí una pareja que se encuentra desencontrada y ambos perci-


ben que algo se está “muriendo” y no pueden detenerlo. El camino
es pensar a partir de ahora, modificar la forma de comunicación y
establecer nuevos acuerdos sobre como seguir. Hay presencias que

95
“nos consumen” toda la energía y otras que nos colman de alegría.
También la ausencia del otro puede aliviarnos la vida como qui-
tarnos el incentivo de seguir vivos.

96
Capítulo 4. Los vínculos desde la complejidad

Complejidad no es sinónimo de complicación

El estudio de los vínculos sólo es posible si nos posicionamos des-


de el pensamiento complejo. El principal referente de este sistema
de pensamiento es el filósofo francés Edgar Morin quien comenzó
sus desarrollos en el marco de la investigación científica y luego
migraron “clandestinamente” (así lo plantea él) a otros ámbitos de
aplicación.

El autor considera que pensar en términos de complejidad no es


“complicarse la vida”, sino tomar distancia de explicaciones sim-
plistas que se basan en la búsqueda de leyes que expliquen fenó-
menos y permitan pronosticar su comportamiento en el futuro.
Siempre que hay una teoría que habla de lo que va a pasar en el
futuro, es bienvenida porque tranquiliza a la comunidad. Por ello
al comienzo hablar sobre cómo nos vinculamos puede resultar
una tarea incómoda. Generalmente preferimos respuestas que
nos permitan sentir seguridad a las preguntas que nos despiertan
inquietudes. La ciencia pensada desde la complejidad no es para
ansiosos y la búsqueda de la verdad en los vínculos tampoco ga-
rantiza una buena experiencia.

Pensar en estos tiempos, es notar los cambios de las personas res-


pecto al pasado. Nos cuesta identificar una forma de ser y por eso
me gusta la mirada de la epistemóloga argentina Denise Najma-
novich quien nos invita a redefinir al sujeto de esta época: “El su-
jeto complejo no es ya una máquina intelectual sino un ser vivo
y afectivo en activo intercambio con su medio ambiente que in-
cluye tanto la cultura humana como el ecosistema en su sentido

97
más amplio”. De esta manera nos alienta concebir una persona
inmersa en un contexto amplio, sujetada a una trama de relacio-
nes interpersonales que define como “los juegos de los vínculos”
siempre tensos —e intensos— en su forma de vivenciarlos. No hay
total armonía sino encuentros y desencuentros.

Concebir a los vínculos como una tarea compleja requiere demo-


rar juicios inmediatos sobre lo que acontece en ellos y animarnos
a sumar la mayor cantidad de variables que condicionan el en-
cuentro entre dos o más. Seguramente si cambiamos los “ante-
ojos” veremos otros colores aún no percibidos. Es decir, ejercitar
una visión global de las personas en el contexto dónde viven con
las historias que atravesaron. Reunir pasado, presente y futuro en
el análisis de cualquier situación problemática.

Los vínculos son experiencias por lo que las diferenciamos de las


reflexiones. Son actos complejos porque tienen la capacidad de
hacernos sentir emociones opuestas: amor y odio, realización y
fracaso, por ejemplo.

Al elevar el nivel de análisis de las interacciones humanas deja-


mos en suspenso explicaciones reduccionistas del estilo A->B
para considerar una mirada sobre el entorno dónde se juegan los
vínculos.
Por ejemplo, muchos equipos deportivos integrados por perso-
najes de amplia trayectoria profesional no garantizan resultados
favorables. Diremos que existe una dimensión inédita asociada al
aquí y ahora que es el hacer juntos el cual no es el resultado de la
suma del éxito individual.

El paradigma simplista buscaría controlar, clarificar, ordenar el


aparente caos de los vínculos humanos, analizando a las partes
por separadas, partiendo de entidades absolutas que se reúnen en

98
un vínculo. Acaso no te has preguntado ¿Qué vio esa mujer en ese
hombre? ¿Qué vio la jefa en ese empleado?
Se hace énfasis en los atributos singulares que destaca la cultura,
pero se deja de lado las tres variables esenciales que desarrollamos
en los capítulos anteriores: la actitud vincular, el trabajo vincular y
la capacidad para estar a solas.

En muchas oportunidades ante un conflicto vincular se recurre


a la expresión determinantes: “Yo soy así”. Este enunciado nos
advierte de un indicador clave de resistencia a la transformación
esperable que implica habitar un vínculo. De esta manera, fuerza
el tiempo a detenerse siendo una postura incompatible con el fe-
nómeno vincular que propone inercialmente novedad. Estar en
un vínculo es encariñarse con un tiempo que alude al presente
continuo y un espacio compartido.

Existe un imponderable en todo acto vincular que solemos re-


negar a menudo: la VERDAD del otro. Recuerdo a una madre
asombrada por como su hijo adolescente había creado un sitio en
internet para dar recomendaciones sobre un juego. El desempe-
ño del joven fue tan exitoso que el mismo juego lo había premia-
do asignándole un rol como referente a quién consultar y ofrecía
—contra prestación —la elección de artículos en un catálogo. La
sorpresa de su madre es cuando su hijo de 16 años —ante llamati-
vos y costosos objetos— eligió un cortaplumas y una brújula.

Nos cuesta asumirlo y en el devenir, nos queremos olvidar de que


el otro es otro, y es muy complejo predecir sus conductas y más
cuando somos parte del vínculo. Dentro de las acciones al alcance
de las personas que integran un vínculo es posible identificar qué
lugar ocupamos en la dinámica. Saber por qué hacemos lo hace-
mos, aunque no podemos afirmar las consecuencias de nuestra
conducta.

99
La experiencia de vincularnos desde la complejidad es concebir
que un vínculo es siempre un fenómeno incompleto, inacabado,
que puede mermar su potencialidad de producción de nuevos
sentidos si se lo fuerza a un devenir específico.

Por más que existan diversos conflictos que se hayan vivido en


un vínculo, es posible recuperarse emocionalmente para revisar
la modalidad de intercambio y re-posicionarnos en lugares más
saludables que propicien el crecimiento de ambos.

Vincularnos exige aceptar un proceso de transformación. El vín-


culo es una especie de represa hidroeléctrica dónde uno aporta lo
que es y puede convertirse en energía incalculable como inago-
table. Es un problema cuando la energía la esperamos del otro
como persona y no del vínculo, ya que promovemos un vínculo
de dependencia.

Somos parte de lo que hacemos

Recuerdo un comentario de una participante en los tantos espa-


cios virtuales que sostengo en las redes quién solicitaba consejos
sobre el cómo “funcionan los hombres”. Preguntas en esa direc-
ción son: “¿Qué quieren los hombres?”, “¿Cómo entender a los va-
rones?”, diferentes formas de invitar a la reflexión, aunque con un
obstáculo inicial ya que supone la siguiente certeza: “los varones
son todos iguales y en todos los vínculos pasa lo mismo”.

Diremos que hay personas, hay varones, mujeres y otros géne-


ros también. La asignación de una categoría transversal como
“varones complicados” no nos deja ver la particularidad de la
situación— el vínculo en cuestión— y la complejidad de lo que
pudieron “arman juntos”. Yo pensaría, en cambio, las siguientes
preguntas: ¿Cómo soy aquí y ahora en este vínculo? ¿Qué aspec-

100
tos me desencuentran con el otro? ¿Qué variables son del otro y
no mías? ¿Qué tiene el otro que me gusta? ¿Por qué no puedo estar
sin el otro? ¿Qué cosas se están repitiendo de un vínculo pasado?
Entre otras…

¿Qué surge en la vincularidad?

El aporte de Morin en el estudio de planes de investigación era


jerarquizar dos dimensiones que frecuentemente la ciencia dejaba
de lado: el azar (lo imprevisto) y el desvío (del objetivo). Desde ahí,
diríamos que todo acto de vinculación es y será necesariamente
“desvío” de lo esperado. ¿Estamos en condiciones de introducir el
principal fenómeno vincular en nuestras vidas? La novedad.

Mis eternos maestros Janine Puget e Isidoro Berenstein introdu-


cen una mirada compleja sobre el origen de lo que definen como
“lo mental” que nos cambia la forma de concebir los comporta-
mientos en y por los vínculos.

Para quienes se definan principiantes en el mundo vincular, les


podría adelantar que la mente única y propia del individuo ha
sido una forma simplista de pensar a las personas que influen-
ció profundamente en la construcción de teorías científicas. La
intención es superar la puja disciplinar sobre si la consciencia o el
inconsciente guardan el secreto de la existencia y o si somos se-
res racionales o emocionales, para pensarnos también como seres
vinculares.

De la novedad a la ajenidad

En el campo organizacional es habitual la urgencia de la resisten-


cia al cambio cuando se plantea desde los líderes una modifica-
ción de la rutina. Este fenómeno se observa tanto en posiciones

101
rígidas o estereotipadas. El miedo a lo desconocido es entendible
porque no es posible dimensionar cuánto y cómo modificará a
uno mismo, por lo que se constituye como una amenaza integral
que se propaga en formato de pánico entre los pares. Para evitar
este fenómeno, se recomienda destinar un tiempo considerable en
compartir la visión y los argumentos que la sostienen y no apre-
surarse hasta lograr las condiciones de adhesión o rechazo. El re-
chazo no genera pánico, aunque si obstaculiza la implementación
de los cambios.

Por ello, los vínculos requieren una supervisión continua y la in-


troducción de sugerencias de cambios, deben ser oportunas y do-
sificadas. También la tramitación de los desvíos, que cuando son
muy ajenos de lo que se venía haciendo la perplejidad nos invade.
y nos encontraremos sin respuesta.

El encuentro con la ajenidad que propone el otro es sin duda la ex-


periencia más conmovedora que vamos a vivir. La sensación es de
desconocimiento total, confusión y detención del pensamiento.
No solemos contar con una respuesta muy elaborada y es necesa-
rio digerir la información por etapas.

El primer trabajo es asignarle realidad como un efecto de la pre-


sencia del otro. Es en principio aceptar lo acontecido y evitar tres
caminos que puede recurrir la mente para buscar la “armonía
perdida” en el impacto, que no resultan destinos saludables: la
desmentida (aquí no ha pasado nada), la negación (no es lo que
parece) o la naturalización (es más de lo mismo).

Si bien hay un tiempo necesario para vencer la negación de lo


acontecido luego será necesario conversar con ello, y sobretodo,
darle forma más cuando fueron acciones desprovistas de lenguaje.
Los actos individuales al estar en un vínculo deben ser traducidos
en clave de “nosotros”. No es fácil hablar de un nosotros.

102
Luego de poder conversar sobre el desvío en los vínculos y en-
contrar algo del otro que no conocíamos —o que tal vez el otro
tampoco sabía de su existencia— es recomendable producir un
pivot: “a partir de ahora”.

Ni adentro ni afuera: Lo mental pensado en interacción

Proponemos pensar a las personas más allá de su entidad corpó-


rea, ya que la ciencia ha encontrado —sin querer— una encerrona
epistemológica al pensar la ecuación simplista que toda persona
equivale necesariamente a una mente.

Un ejemplo para graficar esta idea —en términos de Morin— es


recurrir a los conceptos que migran “clandestinamente” de la in-
formática. Resulta que toda PC cuenta con un disco dónde se al-
macena gran parte de los programas que utilizamos. Dentro de
él se crean varias particiones (espacios virtuales) que podemos
visualizarlos con letras C, D o E. Cada unidad puede regirse por
leyes propias en función del sistema operativo que utilicemos
(Windows, Linux, etc.) Por ello, diremos que dentro de un disco
pueden existir muchas realidades posibles simultáneas.

En cada persona, concibo similar interacción de diversos mundos


y aquí presento un modelo de psiquismo en perspectiva de com-
plejidad.

Retomo el camino iniciado por Puget y Berenstein quienes de-


limitaron 3 espacios psíquicos (interno, vincular, social) 3 mun-
dos dónde vivimos experiencias vinculares. Luego Carlos Pachuk
agrega un 4° mundo —incipiente y no del todo concluido— lla-
mado mundo virtual.

103
Cabe realizar una salvedad sobre la nominación de mundo inter-
no, por parte de los autores que nos sugiere diferenciar un aden-
tro y afuera, realidad interna/psíquica y externa, lo que considero
necesario es dejar en claro que, al concebir un sistema psíquico
abierto en constante interacción no es posible determinar si un
fenómeno es totalmente propio de cada ámbito.

Esta idea de lo mental se complicaría aún más si enfrentamos la


realidad virtual a la realidad fáctica. Diremos, que todas hacen a
la realidad de la persona.

Hablar de la mente como la interacción de 4 dimensiones ya no


dentro del sujeto, sino del sujeto actuando con, para y por el otro
en un lugar en el mundo, dónde puede cobrar mayor o menor
preponderancia cualquiera de ellas o incluso no lograr un óptimo
desarrollo reduciendo la experiencia de vivir a la supervivencia
física.

Si pensáramos en que cada vínculo es una sujeción que condicio-


na la construcción de la identidad, entenderíamos que existe un
pequeño margen de maniobra singular dónde las personas pode-
mos “hacer algo” con ello que se nos impone. La libertad en juego
es que cada persona puede amortiguar, potenciar y transformar
los mundos que se le presentan.

No creo tanto en la transformación “del mundo” ya que suena


muy romántico y muchas veces no se encuentra la posibilidad al
alcance de las personas, pero sí creo —y considero saludable en
una adaptación activa— lo que nos invita poder elegir la forma de
exposición o no, de resguardo o no, de creatividad o de reproduc-
ción de lo dado.
Veamos el siguiente problema para ejemplificar la interacción de
estas dimensiones psíquicas.

104
“¿Quién soy?”

Frente a la pregunta por el ser podemos dirigirnos por dos cami-


nos para responderla. Por un lado, invitar al “Yo” a que dé cuenta
de la autopercepción sobre sí. Por otro lado, puedo preguntar a las
personas allegadas a esa persona: ¿Quién es él/ella?

Este fenómeno ha sido aprovechado por numerosos programas


televisivos dónde compiten diferentes parejas y a partir de un in-
terrogatorio en ausencia de un integrante, juegan a lograr la ma-
yor cantidad de coincidencias posibles. La pareja que más acierta,
es la pareja ganadora. Frente a lo puede resultar una entretenida
experiencia de las y los participantes no siempre los finales son los
esperados, e incluso podríamos advertir de la posibilidad de “salir
peleados” por las equivocaciones.

Veamos la pregunta por Manuel:

¿Quién es Manuel? Le preguntamos al mismo Manuel (15 años)


y dice: “Me dicen TOPO. Soy un poco tímido hasta que entro en
confianza. Me cuesta el colegio porque los profesores no me ayu-
dan especialmente en literatura”. Cuando le preguntamos a un do-
cente nos dice: “Manuel es un vago no tiene responsabilidad ni
autocrítica sobre cómo se maneja. No veo voluntad de mejorar”.
Cuando le preguntamos a sus padres: “Él es un buen hijo, colabora
con las tareas del hogar, anda de buen humor y es muy creativo
con la computadora, tiene muchos seguidores en la web y es muy
compañero”. Si preguntamos a sus compañeros: “Manu es un nerd
rebelde, que sabe un montón que prefiere no demostrarlo”.

También practica rugby y le preguntamos a los entrenadores: “El


<cabe> es uno más. Lo veo integrado con sus compañeros. Si bien
parece no aceptar las indicaciones al final lo termina haciendo

105
muy bien”. También podría leer su DNI y me encontraría con el
nombre “Juan Manuel González” despertándome la inquietud so-
bre la elección por su segundo nombre para nominarse.

No conforme con toda esta investigación, también lo buscaría en


Google y ver si utiliza redes sociales. De ser posible analizaría su
perfil, sus gustos, a qué paginas accede o juegos que frecuenta.
También puedo buscar patrones dentro de sus amigos (seguidores
o seguidos) o localizar las páginas con las que interactúa, etc.
Y entonces… ¿Quién es Manuel?

Como verán Manuel es todo eso y más, por lo que es evidente que
aquí ocurre la parábola de los ciegos y el elefante.

¿Qué es un elefante?

La parábola de los ciegos y el elefante, es un relato que presenta


múltiples versiones a lo largo de la historia, pero lo central del
cuento se trata en un grupo de personas que nunca vieron ni co-
noce un elefante y se encuentran reunidos a oscuras rodeando al
animal. El objetivo es comenzar a palparlo para “conocer” de que
se trata un elefante.

Cada persona queda ubicada solo en una parte del animal y a


partir de la experiencia verbaliza lo que descubre. Finalmente, el
mensaje de esta historia es que todos tienen la razón al describir
la porción a la que pudieron acceder aunque ninguna explicación
aislada refiere a lo que es un elefante.

Pensar desde la complejidad los vínculos, nos invita a considerar


una especie de rompecabezas de estas 4 dimensiones que nunca
encajan perfectamente. También es necesario que la organización
psíquica que se produce no obedece a un principio de la coheren-

106
cia y de la lógica por lo cual pueden producirse fenómenos con-
trarios, fragmentados e independientes, incluso dentro de cada
ámbito.

Manuel, podrá ser tímido presencialmente, pero en la red, ser


quién lidera un juego de estrategia militar dónde participan jó-
venes de diferentes partes del mundo y se comunica sin saber sus
idiomas.

Cabe advertir que de ninguna manera me animaría a considerar


que todas las dimensiones debieran guardar una adecuada y ar-
moniosa articulación, aspirando a una lógica compartida porque
estaría pensando en lo intento revisar que es la categoría de una
personalidad ÚNICA.

Sólo un observador externo puede lograr una mirada integral del


“elefante” y puede advertir contradicciones, puntos en común y
continuidades entre los ámbitos. Por ello, los vínculos son la vía
regia para esclarecer preguntas existenciales, tomar decisiones di-
fíciles o recuperarnos de una situación trágica.

Los otros son testigos inmediatos y agentes calificados para eva-


luar el desempeño que hacemos en cada mundo, advirtiendo la
prevalencia de uno sobre el otro o cuál merece prioridad por la
etapa en que estamos vivimos. Veamos a continuación de qué se
trata cada “mundo”.

Mundo singular

Hablamos de la singularidad de cada persona, su cuerpo y su


percepción del mundo. Ubicaremos a lo que conocemos como
el Yo en este. El cuerpo es una asignación forzada que debemos
aceptar aunque existen posibilidades de cambios, incluso cuando

107
no existe correspondencia entre el sexo y el género. Género es la
construcción social y el sexo es la condición biológica. También
podemos cambiar de sexo, por ejemplo.

Muchas problemáticas humanas son ubicadas en esta dimensión


singular como la locura y la delincuencia, aludiendo a ciertas fa-
llas que tendrán impacto en los otros mundos, sin incluir que esta
dimensión se constituye en interacción con ellos. El desarrollo del
lenguaje, la capacidad para pensar, la tolerancia a la frustración,
la empatía, la resiliencia son aptitudes que fortalecen los recursos
psíquicos para poder desenvolverse exitosamente en la vida.

El psicoanálisis desde Freud sostuvo que el mundo externo era la


proyección de lo existente del mundo interno, incluso para el vín-
culo de pareja, el maestro hablaba de un reencuentro con perso-
nas que ya habitaban nuestro inconsciente.

El mundo interno, es dónde centramos a nuestra historia, mie-


dos, fantasías, las características actuales de nuestra personalidad
como la potencialidad para desarrollar capacidades existentes o
incorporar nuevas habilidades.

Aquí la dimensión del otro, totalmente necesaria para la vincula-


ridad, puede ser prescindible y accesoria. Aquí al otro se le asigna
un rol pre—establecido ya conocido por el Yo, dónde suele acotar-
lo para que no aflore la alteridad.

Ver la vida desde el mundo interno es verla de una sola forma po-
sible y cualquier información novedosa del mundo externo es vista
como una amenaza a un equilibrio.

No existe técnicamente encuentro con el otro, aunque estemos


con un otro presente, es mirado como alguien ya conocido del

108
cual se destacan los rasgos semejantes. Ante alguna diferencia, no
se provoca un conflicto, y queda bajo el “mal entendido” de que
somos” viejos conocidos”. A mayor silencio del otro (psico—fí-
sico—social—virtual) menor “ruido” vincular por lo tanto, más
rienda suelta al Yo para proyectar la escena deseada en él. El otro
es lo que el Yo quiere que sea. La escena muy gráfica son los padres
vinculándose con el/la recién nacido/a. Es necesario que sepan
“algo” pero no “todo” lo que le pasa como vimos en el capítulo 1.

El mundo interno situamos lo inconsciente como un registro y pro-


ducción de fenómenos que condicionan la forma de ser de cada
quién. No poseemos el control del mundo interno como tampoco
de las otras dimensiones. Experimentamos un “saber a medias”
de lo que acontece y la comprensión siempre debe ser relativa. No
será posible conocer todo lo inconsciente.

Mundo vincular

El encuentro con los otros no es satisfactorio inicialmente. Por un


lado, por la falta de aprendizaje de modalidades saludables “cada
uno hace lo que sabe” sin mediar reflexión y por otro, por estable-
cer una discontinuidad, un salto entre dos personas que no es sin
sorpresa y sin angustia. Advertir de que parecemos iguales, que
pensamos de la misma manera o tendemos a las mismas eleccio-
nes pero no somos semejantes, es un gran desencanto no siempre
tolerable.

En alguna oportunidad el Yo responsabiliza al otro de esta “falla”


aunque es un fenómeno necesario e inherente a la vincularidad.
Veamos la siguiente secuencia: Una mujer de 40 años tiene con-
flictos con su pareja un varón de 43 años porque ella desea despe-
dir a la niñera de su hijo de 2 años. La mujer —que llamaremos
Marcela— dice lo siguiente: “Le dejo una lista con actividades, el

109
desayuno armado en el lugar adecuado. También le dejo la canti-
dad de galletitas que debe comer. Luego le dejo juegos para media
mañana para ejecutarlos en orden, y hasta le dejo preparado el
almuerzo para ella también. Luego tiene que dormir una siesta de
20min, salir al parque y le dejo una caja con juguetes que pueden
ensuciarse y otros que se usan adentro de la casa. Después, para
la merienda ya tiene anotado lo que debe darle y el programa de
TV que debe mirar luego de las 17hs. Seguro debe llevarlo al baño
antes de las 18hs y le digo que ponga música y baile 2 canciones
de su personaje favorito… Cuando llego me encuentro toda la casa
desordenada, es un desastre, no hizo nada de lo que le dejé. No
me sirve”.

Cualquier identificación que sientas con esta mujer es mera coin-


cidencia, aunque vayamos al análisis: Por un lado, es necesario
aceptar que cuando uno no está, UNO NO ESTÁ. Nada puede
seguir su curso, como si uno estuviera presente porque se estaría
desmintiendo los efectos propios de la presencia. Por otro lado, se
está negando el efecto de la presencia de quién cuida al niño. Y fí-
jense que la estructura rígida de la crianza propuesta por esta ma-
dre, sin su presencia se producen “desvíos” en los cuales su hijo,
seguramente también es protagonista de ellos. Lo que podemos
vaticinar es una adolescencia muy complicada si esta mujer no
se relaja con la prescripción de comportamientos sobre su hijo o
también un desencuentro con su pareja que puede llegar al punto
de que la separación sea un alivio para todos.

El adecuado encuentro con el otro debe superar las ansias de con-


quista del otro para fines propios.

Mundo social

Aquí nos sumergimos de lleno en considerar los discursos y prác-


ticas sociales (elegidas o no) a las cuáles nos encontramos expues-

110
tas las personas. Habitualmente el grupo originario, la familia que
rodea, va advirtiendo de la adhesión a un sector social que define
la pertenencia del grupo al cuál se le deberá lealtad, el compromi-
so emocional y la participación cotidiana en distintas actividades.

De esta manera se adviene integrante de un grupo social del cuál


será muy difícil negarse a participar, y de lograrlo, rápidamente
uno adviene en la “oveja negra” de la familia. Ni hablar de esta-
blecer vínculos con los grupos sociales considerados “enemigos”.
Lo familiar aquí tiene un peso muy importante ya que puede in-
troducir un inmenso sentimiento de culpa a las personas que se
diferencien de aquello “sagrado” que es sostenido por el grupo
como valor innegociable.

Hablamos de una forma de vivir, costumbres y modismos, sen-


tidos y criterios en las decisiones que valen para ese grupo y no
para otro. Sin duda que en la Argentina las temáticas de gran peso
específico que condicionan el armado y el establecimiento de vín-
culos son cuestiones asociadas a la religión, la cultura, la política
y el deporte, aunque todos tienen en común la expulsión de la al-
teridad.

El problema no es la definición de una pertenencia socio—cultu-


ral, sino considerarla ÚNICA, VERDADERA y NATURAL con
derecho de imposición sobre otros pensamientos.

Como dice Najmanovich: “El encuentro con el otro, como extran-


jero en la ciudad, como enemigo en la guerra, como conquistador
y como conquistado, fue generando un gran temor a lo diferente
y también una acuciante necesidad de encontrar justificaciones
para vencerlo o aniquilarlo”.

El problema histórico sobre la identificación de lo diferente es


que inmediatamente se lo asocia a expresiones peyorativas que

111
son elementos que integran el acervo humorístico de los grupos,
cuando no, que explicitan posiciones de rechazo, de odio, violen-
cia y descalificación que supone que el grupo social comparte.

Las diferencias per se justificarían el atropello y lógicamente que


el grupo que ostente el mayor poder podrá darse el gusto de ani-
quilar al otro, lo otro, impunemente. Por ello, la democracia es el
modelo político más revoltoso en su dinámica por la inclusión de
las diferencias no factibles de unificación, pero la modalidad más
justa (pero aún no del todo equitativa) para regular la convivencia
social.

La polaridad entre lo semejante y lo diferente, lo familiar y lo aje-


no, lo conocido y lo extraño puede catalizar encuentros con perso-
nas desconocidas como suspender la interacción inmediatamen-
te detectadas estas pertenencias. En el peor de los casos existen
anécdotas de personas que —a partir de una expresión— son re-
ferenciadas a grupos que ellos mismos no se consideran parte de
su identidad.

Podríamos afirmar que la máxima tensión en el mundo social es


el encuentro con las y los extranjeros, literalmente hablando, rara
vez los países resultan hospitalarios en términos del filósofo De-
rrida: “La hospitalidad se ofrece, o no se ofrece, al extranjero, a lo
extranjero, a lo ajeno, a lo otro. Y lo otro, en la medida misma en
que es lo otro, nos cuestiona, nos pregunta”.

Aquí el autor sugiere que el ingreso del inmigrante no es sin un


“pago” excesivo que debe realizar. Sugiere que impedir la lengua
materna o solicitar la adquisición de una lengua específica, es la
mayor expresión de violencia social.
La etnóloga y antropóloga francesa Francoise Zonabend en el año
1986 concluyó en un estudio sobre parejas, que el universo en el

112
cual se suele buscar un compañero/a no supera las dos mil per-
sonas, lo que expresa —más o menos— los límites reales de la
comunidad que frecuentamos y que estamos dispuestos a elegir.
Existe un largo capítulo de la aceptación de las parejas por parte
de los padres y referentes originarios. Las películas como Aladín y
otras tantas de Disney muestran lo complejo que es elegir alguien
diferente a lo esperado por el grupo de pertenencia. También en
Romeo y Julieta dónde el amor surge entre ambas personas pero
el contexto de los grupos no permitía la legitimidad de la pareja
debido al enfrentamiento que sostenían ambas familias.

Si bien la familia ha sido considerada como el grupo social de


pertenencia privilegiado, lo familiar es una experiencia que debe
incluir la capacidad de alojar las diferencias de todos sus integran-
tes. Rara vez se piensa que uno “duerme con el enemigo”.

Mundo virtual

El mundo virtual reúne todos los escenarios que propone el uso


de tecnología sea internet, videos juegos, mail, redes sociales y co-
municación vía móvil.

¿Has notado que las personas pueden expresar pensamientos y


sentimientos mediante la tecnología que no lo harían presencial-
mente? ¿Por qué una persona puede escribir, incluso agredir a
otro, como si no existieran convenciones sociales que lo regulen?
Habitamos escenarios virtuales desprovistos de legalidad dónde
queda a la buena voluntad de los participantes de convertir en una
amable y hostil experiencia con otros.
Quisiera contarles como lector inquieto que soy el siguiente pro-
blema: Cuando un libro es escaneado, más allá de despejar la au-
torización del autor para realizarlo, me encuentro con el siguien-
te conflicto: ¿Cuál es el número de la página? Verán que el libro

113
cuenta con una enumeración, pero al realizarse la copia, el pro-
grama que permite su lectura asigna una nueva numeración que
no coincide con la existente. ¿Cuál es la verdadera? Diferenciemos
lo originario de lo incipiente.

Similar interrogante se me presentó en una reunión de amigos


cuando les contaba de los nuevos amigos “virtuales” que había
realizado desde el comienzo de la pandemia y un amigo me dijo
que no eran “amigos de verdad”. Me cuesta establecer a la red
como una mentira o una fantasía, y para responderle, le dije las
siguientes preguntas: “¿Cuántos jóvenes sufren acoso por medios
electrónicos? ¿Cuántos niños son víctimas de grooming? ¿Cuán-
tos crímenes son esclarecidos por las comunicaciones telefónicas
y videos que se publican? ¿Cuántos problemas de pareja se pro-
vocan por acceder a una información, imagen o al detectar una
conducta indeseada en las redes sociales? ¿Cuántas personas tie-
nen conflictos en sus trabajos por lo que suben como contenidos
personales o por expresión de sus ideas?, ¿Cuántos fracasos se
provocan en la carrera de políticos por lo que se viraliza en redes?
¿Cuántos deportistas pierden oportunidades de crecimiento por
una imagen desafortunada? ¿Cuántas personas se hacen millona-
rias con criptomonedas?

En conclusión, mi posición es que no concibo al mundo virtual


como un espacio de mero entretenimiento y creo que la huma-
nidad no ha tomado consciencia del impacto de la tecnología en
nuestras vidas.

Me imagino una situación análoga que pueda haber vivido Freud


cuando trataba de dar cuenta del inconsciente como un nuevo es-
cenario que determinaba las conductas humanas. Desde los sue-
ños, quitándole el mote de “residuo de la mente”, el maestro nos
mostró que eran situaciones que merecían una interpretación.

114
Particularmente, los sueños de angustia, aquellos que interrum-
pen nuestro descanso y condicionan el humor de las primeras ho-
ras de vigilia, cuando no, el día entero, no cabe duda que lo que
sentimos es real. Mientras dormimos, estamos viviendo emocio-
nes totalmente genuinas que muchas de ellas tienen correspon-
dencia con lo que sentimos o no pudimos percibir en el día, o que
nos conducen a los primeros años de nuestra vida. Es decir, los
afectos en el sueño nos afectan.

Estrés vicario

En el marco del afrontamiento de la pandemia por COVID se es-


tableció en varios países la cuarentena como medida de preven-
ción para la propagación del virus. Dentro de las recomendacio-
nes sobre salud mental se planteaba la necesidad de disminuir el
consumo de información o imágenes relacionadas con la pande-
mia y chequear la fuente para despejar “fake news”.

Por ello, inherentemente al acceso al mundo virtual, se nos dispa-


ran múltiples emociones en la experiencia y muchos estudios so-
bre la asistencia en salud mental en contextos de emergencia, dan
cuenta de una situación de trauma indirecto llamado estrés vica-
rio. Se entiende por estrés vicario aquella experiencia traumática
que se presenta en las personas que escuchan, ven o acompañan a
las víctimas directas de una emergencia, de una vivencia traumá-
tica o de una catástrofe natural.

Concretamente, pueden situarse algunos relatos de quienes en el


año 2001 durante el atentado terrorista a EEUU, dónde asemeján-
dose a las mejores películas de Hollywood, se ejecutaba un plan
muy bien organizado dónde terroristas— simulando ser pasajeros
comunes—, tomaban el control de la aeronave repleta de tripula-
ción civil y estrellaban los aviones contra las torres gemelas y otros
edificios emblemáticos del país con una audacia admirable.

115
Luego del impacto, mientras las torres estaban en pie, las perso-
nas desesperadas que estaban en ellas, sin entender lo que estaba
pasando verdaderamente, pretendían desalojar las torres de cual-
quier manera. El fuego, los escombros, la altura dónde se encon-
traban y la gran cantidad personas en similar situación no favore-
cían la evacuación por las escaleras.

Rapidamente las personas que circulaban por el lugar como dife-


rentes medios de televisión comenzaron a publicar minuto a mi-
nuto lo que ocurría, haciendo foco en las personas que se asoma-
ban a las ventanas de las torres pidiendo auxilio, desesperadas, se
lanzaban al vacío.

Lo que puedo decir de mirar el horror, es que la percepción de


estas imágenes exige un costo psíquico muy alto, por saltear el
proceso de metabolización que nos propone el lenguaje ante la
exposición de una vivencia traumática. Es más tolerable que nos
cuenten una mala noticia que presenciarla personalmente. Por
ello creo más saludable los noticieros por radio que por TV.

La imagen sin metabolización

El uso de la tecnología con su amplia e infinita capacidad de alma-


cenamiento, su inmediatez para atravesar el globo terráqueo y la
publicación en tiempo real, nos posiciona como espectadores de
situaciones descontextualizadas que no ofrecen la “novela previa”
lo que dificulta la comprensión lo que está ocurriendo; al mismo
tiempo que nos horrorizan con la presentación de contenidos se-
xuales, violentos o personas agonizando.

Lo más impactante, es que las personas no tenemos posibilidad


de modificar lo que estamos viendo lo que nos provoca una gran
impotencia cuando no, culpa, que se suma a la incapacidad de

116
respuesta. Solo podemos discontinuar su reproducción y dejar de
difundirlas y recuperarnos del impacto emocional.

La red es un ámbito al cual puede acceder cualquier persona


sin mediar admisión al espacio. Se facilita la participación des-
de el anonimato y no existen condiciones para acceder a múlti-
ples contenidos salvo productos específicos o membresías dónde
se requiere de un pago regular. Si bien existe un compromiso de
las grandes empresas en establecer políticas y reglas para evitar
conflictos, se considera que los esfuerzos son insuficientes para
garantizarnos experiencias vinculares saludables.

La tecnología nos invita a presentarnos o no. La publicación tie-


ne una dirección univoca dónde el otro no puede detener ni in-
terrumpir el acto. Si partimos de la hipótesis de la evaporación
del sujeto, ¿También podemos hablar de la evaporación del otro?
¿Existe un deseo de encuentro o mera exposición de contenidos
auto-referenciales?

La presencia de cámaras y micrófonos abiertos han puesto “sobre


la mesa” múltiples problemas vinculares. Ejemplos en Argentina,
abundan: desde un diputado que en plena sesión del año 2020 se
encontraba realizando comportamientos sexuales con su pareja
hasta el joven arbitro que pateo el perro de su ex novia y fue gra-
bado por las cámaras del palier de su departamento, ambos sufrie-
ron consecuencias en sus carreras laborales. La imagen habla por
sí sola y las emociones se imponen sobre la comprensión.

La conectividad tiene su reverso la desconexión, y desde la televi-


sión por cable 24hs hasta internet no había existido un problema
sobre la necesidad de desconexión. Esta cuestión cobra relevancia
en el ámbito laboral dónde diversos sectores declaran el derecho
de desconexión para quienes mantienen una jornada en modali-
dad de home-office.
Aún continuamos aprendiendo e interactuando con una “nueva
117
normalidad” de vínculos mediatizados por dispositivos electró-
nicos y veremos con el tiempo, que comportamientos devendrán
en hábitos indispensables para el adecuado desenvolvimiento en
la comunidad.

118
Capítulo 5. Escenarios vinculares posibles

Pirámide Vincular

Podemos vincularnos pero no por ello lograr encuentros autén-


ticos. La relación entre las personas y el medio reviste diferentes
niveles de interacción.

Hemos visto que la complejidad vincular es habitar una experien-


cia con un destino que va reprogramándose continuamente. Es
movimiento y sorpresa, pero también, nos enfrentamos a desilu-
siones. Vincularnos sugiere aceptar una adecuada y tolerable do-
sis de frustración.

A lo largo de la vida vamos estableciendo vínculos con personas


que nos inspiran pero al mismo tiempo sumamos complejidad
por extender el fenómeno vincular a animales, objetos como tam-
bién ideas. Nuevamente, escucho el eco de quienes argumentan
que los vínculos con las personas son los únicos “verdaderos”,
cuestión que venimos deconstruyendo desde el capítulo anterior
cuando nos adentramos en el mundo virtual.

Desde Freud en adelante, pudo comprenderse que no existe un


objeto de amor pre—establecido desde nuestra naturaleza y que
cada persona puede elegir a quién guste en el marco de un consen-
so social que indique lo permitido y lo prohibido.

Veremos que no todos los vínculos son iguales y por ello sugiero
establecer niveles de complejidad vincular —que no deben ser en-
tendidos por grados de importancia— destacando que el vínculo
humano es la relación más exigente en tanto las operaciones psí-
quicas que se ponen en marcha para sostenerlo en el tiempo, bási-

119
camente, porque participa otro humano con sus aciertos e incon-
sistencias. Lograr un buen desempeño junto a otros no es fácil, ni
definitivo, por lo que exige un mantenimiento continuo por lo que
conlleva una inversión psíquica de la que no siempre contamos.
La versatilidad psíquica nos habilita para poder transitar satisfac-
toriamente en todos los niveles pero por diversas razones, vamos
prefiriendo unos a otros.

Una modalidad vincular integral es la que recomiendo para logar


un desarrollo psicológico significativo para vivir en contacto con
otros/as, respetar a los animales, aceptar los avances tecnológi-
cos y tomar consciencia de la preservación del medio ambiente,
tan importante en sus beneficios para el cuidado de nuestra salud
mental.

Los niveles de vincularidad son instancias que pueden intercam-


biarse o mezclarse favoreciendo una dinámica simultánea. Consi-
deremos como referencia para la clasificación dos cuestiones. Por
un lado, el lugar asignado al otro y lo otro y la singularidad de la
demanda o conflicto potencial producto de la interacción. Veamos
un gráfico con los niveles de complejidad vincular.

120
Nivel bajo de demanda

Este nivel lo descubrí al conversar con trabajadores de la salud


quienes daban cuentan de un desgaste emocional y de un cúmu-
lo de malestar a lo largo del afrontamiento de la pandemia por
COVID en el año 2020 en Argentina. Una mujer decía: “Yo no
concibo la felicidad con presencia de personas. Yo soy feliz en si-
lencio contemplando la naturaleza y no puedo salir a hacer acti-
vidad física en este momento. No puedo viajar y disfrutar paisajes
que me hacen bien”. Similar situación aconteció en personas que
cuidaban personas mayores o niños/as mientras transitaban la
cuarentena.
Dicen que los oídos no tienen “esfínteres” que impidan el ingreso
de sonidos, frente a lo que resulta imposible “no escuchar” a di-
ferencia de la vista dónde si podemos elegir “no ver”. El silencio
es prescripto para quienes se encuentren en situaciones de alta
demanda emocional o de cumplimiento de objetivos deportivos/
laborales y deben responder con un grado de eficacia muy alto.
Hablamos de personas que experimentan estrés crónico en su ac-
tividad diaria, sufriendo cuando no se cuentan con los recursos
para dar respuesta a un propósito exigente. El estrés se convierte
en una escena imposible que nos avasalla evidenciándose en tres
dimensiones: abatimiento emocional (cansancio y hartazgo); in-
sensibilidad frente a los otros (indiferencia e intolerancia) y pér-
dida de entusiasmo en la tarea (aburrimiento y desesperanza). Es
común escuchar que no se tiene “ganas de nada” y que se ha perdi-
do el disfrute dónde lo había. Es decir, es esencial considerar que
un vínculo puede “quemarnos” y quitarnos el deseo de intentar
otras experiencias.

La frase que circula cuando detectamos personas en estas circuns-


tancias es la de “bajar un cambio” y es aconsejable tomarse un
descanso o hacer “una pausa” para realizar otras acciones orien-

121
tadas a la reparación emocional. Las personas que se encuentran
frustradas por la productividad o la tensión del día a día, deben
tomar distancia de los estresores para sentir un inmediato bienes-
tar. Durante la cuarentena se estableció una estrategia posible en
muchos hogares habitados por parejas con hijos dónde —algún
día —los adultos se turnaban para dormir en otro domicilio, cues-
tión difícilmente entendible en la vida pre—pandemia.

Respecto al medio libre, el contacto con la naturaleza tiene una


ambivalencia interesante que por un lado no pide “permiso” y rea-
liza cambios abruptos, pero por otro, compone el entorno espon-
táneo muy reconfortante que acompaña el desarrollo de múltiples
actividades humanas.
Cuando las personas se encuentran desbastadas psicológicamen-
te, pueden recurrir a formas fallidas para buscar tranquilidad me-
diante el consumo de drogas estimulando al cuerpo provocando
estados artificiales de bienestar que no podrán sostenerse en el
tiempo sin prescindir de la sustancia. En estados dónde no existan
modalidades para mitigar el estrés puede ser adecuado realizar
una consulta profesional.

La naturaleza y la interacción con objetos inanimados tienen una


presencia que no interfieren —generalmente— la forma de vivir
y por ello es fácil conectarse porque no sugieren una exigencia
específica, o en el peor de los casos, uno puede evitar el estímulo
cuando las condiciones no son las favorables.

Incluyo en este nivel cualquier actividad de mantenimiento, res-


tauración de objetos, muebles, remodelación de partes de la casa
como también las actividades artísticas (pintura, dibujo, música,
etc.) pueden ocasionar una tensión, a la que pueda hacerle frente
siempre y cuando la autoexigencia no opaque la actividad. Tam-
bién la meditación, yoga o mindfulness son actividades comple-

122
mentarias para recuperar la tranquilidad y disminuir el estrés. En
síntesis, podemos entrar y salir del vínculo cuando nos plazca, co-
menzar y terminar a nuestro ritmo constituyendo acciones opor-
tunas para recuperar control emocional y fortalecer la confianza.
El descanso de más de 8hs, de forma interrumpida y una alimen-
tación balanceada son comportamientos saludables que colabo-
ran activamente para que este nivel sea realmente una instancia
de reparación. En el deporte de alto rendimiento le llaman “entre-
namiento invisible”.

Debemos advertir que en tiempos prolongados en estas activida-


des puede surgir sensaciones de soledad o aburrimiento, por lo
que sugiero considerarlas como etapas transitorias, breves licen-
cias laborales o intercaladas con los otros niveles de vincularidad.
No soy partidario que la soledad sea un estado en sí mismo.

Para muchos, estar en soledad o estar con “uno mismo” son expe-
riencias dignas de bienestar, pero la encerrona que observo, es que
el verdadero disfrute de este estado se correlaciona con la poca
tolerancia a los otros o lo otro. Solos no debemos responder a na-
die…bueno, a nosotros mismos. ¿Qué tal esta relación?

Nivel medio de demanda

Ya hace tiempo que las mascotas son parte de la vida de las perso-
nas y reciben múltiples cuidados que se extienden desde la satis-
facción de las necesidades fisiológicas hasta actividades estéticas
como la peluquería e incluso también se ofrecen servicios de asis-
tencia psicológica para mitigar el impacto emocional que provo-
can las ausencias de los dueños en tiempos prolongados.
Las aerolíneas han adaptado sus protocolos para que viajen las
mascotas y existen recomendaciones sobre “postear” fotos junto a
animales para “ganar” seguidores en las redes sociales.

123
Las mascotas también han sido indicadas como grandes colabo-
radores en el ámbito de la asistencia terapéutica (perros, caballos,
etc.) ya que facilitan la conexión con aspectos emocionales cuan-
do la dimensión cognitiva se encuentra comprometida o es nece-
sario desbloquear emociones.

Es un fenómeno histórico, no por ello debemos considerarlo


normal que muchas personas sin ningún padecimiento psíquico
naturalizan el maltrato animal lo que nos brinda información de
algunas inclinaciones agresivas que tarde o temprano podrán diri-
girse también hacia las personas, generalmente aquellas que están
en situaciones vulnerables.
Varias películas como la “Naranja mecánica” documentan una
práctica real de que muchos jóvenes disfrutan del maltrato a per-
sonas en “situación de calle” o el aprovechamiento de la situación
de desamparo de personas mayores que los convierte en candida-
tos potenciales para la comisión delitos.

Sobre los niños, recién en 1989 con la Convención de los Dere-


chos del niño, los países comenzaron a ocuparse de formular leyes
que prohíben el maltrato psico—físico sobre los niños, cuando
tiempo antes, los golpes eran prescriptos como forma adecuada
para lograr una “buena crianza”.

Queda en evidencia que los personas degradas a objetos, quitán-


dole la poca humanidad que expresan en su situación de desvali-
miento, facilita a los “canallas” la ejecución de su violencia, por no
tener resistencia, y en el peor de los casos, consecuencias.

Pero no todo es malo, si situamos en este nivel la capacidad de


responder a demandas diremos, por ejemplo, que las mascotas
pueden comunicarse y demandar hasta un cierto punto. A veces
con el mero contacto físico puede mermar la demanda, acto que

124
puede hacerse desde la comodidad de un sillón mientras se sigue
mirando la serie preferida.

Es penosa cuando se genera la reducción de las mascotas al plano


de la supervivencia, creyéndose que es la forma de vincularse con
animales sin establecer un compromiso emocional. Las mascotas
no hablan, por lo que podríamos decir que no ponen entre “la
espada y la pared” a sus cuidadores con sus deseos. ¿Qué pasara si
las mascotas comienzan con reclamos sobre el trato, las condicio-
nes dónde habitan en el hogar, demanda de tiempo o simplemente
salir del perímetro asignado? Allí es dónde, queda claro que no
hay un vínculo recíproco y es en función de las condiciones que
establezca el humano.
La mascota debe quedarse hasta morir a cambio de retroalimenta-
ción afectiva, esa es la alianza con su cuidador. En su defecto, se ha
establecido la adopción como forma saludable de desvinculación.
Dentro de los entretenimientos, situamos series televisivas, pelí-
culas, video—juegos, la realidad virtual que pueden afectar tran-
sitoriamente las emociones, aunque podemos cesar el estímulo al
tomar distancia de la tecnología.

La gran realidad es que la adhesión al consumo de tecnología se


ha convertido en problemático, provocando una demora signifi-
cativa en el contacto presencial con otras personas. La mediati-
zación de compras, la diversión sin público, termina siendo un
placer aislado en el hogar. Prevalecen los sentidos de la audición y
la vista, aunque, disminuyendo la posibilidad del azar y la vivencia
de una experiencia más intensa que no se reduce simplemente a
los minutos que dure un espectáculo sino, a toda la organización
y ejecución de un plan.

125
Nivel alto de demanda

La complejidad inherente a este nivel es sumar el lenguaje, es decir


la comunicación. El encuentro con otros mediante la red puede
ser un incentivo —o no— hacia la presencialidad. Mucho tiempo
se planteaba que los únicos vínculos posibles son los que interac-
tuamos en la realidad fáctica, pero doy fe que muchos vínculos
virtuales pueden provocar una interesante conexión.

Sugiero un nivel medianamente regulado del encuentro, porque


todavía contamos con un grado de libertad para decidir “entrar o
no”, “borrar o no”, “seguir o no”, “bloquear o no” a cualquier habi-
tante de la red.

Es verdad que no presenta la complejidad del encuentro con el


cuerpo del otro, la interacción en el medio libre o las experiencias
de reuniones grupales pero los contenidos que se comparten em-
piezan a ser profundos y provocan una identificación inevitable.
La virtualidad ha ganado territorio y es hoy una opción posible
de encuentro. En algunas situaciones se proponen actividades re-
creativas, entrenamientos físicos, encuentros artísticos e incluso
escenas eróticas. La intensidad y el resguardo frente a la alteridad
y ajenidad del otro pueden garantizar un encuentro “seguro”, aun-
que la repetición y el tiempo puede hacer que se pierda el interés o
se busque un reemplazo sin demasiado problema. En lo personal,
soy de los que se afligen cuándo alguien se marcha de un grupo
de Whatsapp sin explicación, pero es comprensible que sea una
dinámica de la época.

El peligro de este nivel, es que se fortalezca la creencia de que el


otro siempre está disponible o por el contrario, que pueda borrar-
lo cuándo me plazca y de esta manera alejarlo.

126
En la comunicación virtual se toma como patrón de interacción la
respuesta pero también es posible no responder. Pero en el nivel
siguiente nos encontraremos que el tiempo de respuesta es clave.
Veamos la siguiente situación de una escena de pareja: “¿Vos que-
rés ir a lo de mamá esta noche? (Y luego de un de dos segundos
dice) “Siempre el mismo egoísta, sabía que no querías ir”. En esta
conversación el silencio en la respuesta habla por sí mismo, cues-
tión imperceptible en la mediatización de la comunicación. Algo
similar ocurre en el ámbito virtual al no responder estando en lí-
nea, ya que, se reactualiza la escena temida de no ser reconocido
por el otro, aunque pueden sospecharse más de un motivo por la
demora.

Nivel muy alto de demanda

Existen muchos buenos escritores, pero sólo triunfan o pueden


triunfar, los que publican su obra y soportan la crítica. Es impor-
tante considerar que de otra persona, el reconocimiento de la ido-
neidad y la aprobación social son comportamientos de alta con-
notación emocional. En el otro polo, ubicamos al rechazo como
la gran “escena temida” de la mayoría de las personas. Recuerdo
que hablamos del miedo de no ser para el otro en varias oportu-
nidades.

Cambiamos nuestro comportamiento frente a algunas personas


y está bien que así sea. Es un fenómeno complejo cuando uno se
comporta “igual” en todos los vínculos, porque atropella lo ge-
nuino y lo auténtico del otro/a y lo que se produce con él/ella o
cuando —en presencia de otro— se habla como si no estuviera.
Hablamos de la interacción en presencia y del efecto que provoca
el cuerpo del otro/a.

127
Es muy difícil explicar lo que significa un abrazo, lo que se siente
en una escena sexual, lo que se despierta cuándo nos damos la
mano. Recuerdo la anécdota en terapia intensiva que relata el Dr.
Paco Maglio —médico argentino— quién nos dejó un gran lega-
do sobre el vínculo con los pacientes: “En una oportunidad una
viejita (el diminutivo es cariñoso) me pidió que le tomara el pulso.
Miré el cardioscopio y sin acceder a su pedido, le dije: <tranquila
abuela, tiene 80, está muy bien>. Pero me seguía pidiendo que le
tomara el pulso y ante su insistencia le pregunto por qué, ya que la
máquina era muy confiable y me contestó: <es que aquí nadie me
toca>. La palpábamos pero no la tocábamos”.
El cuerpo es el escenario de placer, de dolor y es el vehículo para
interactuar con la realidad. El cuerpo impone su tiempo con su re-
loj siendo diferente el tiempo de la mente que incluso puede ade-
lantarse o regresar en la línea del tiempo. Sin duda, el vínculo con
uno mismo es esencial para continuar en el acto de vinculación.
Lo extraño es que el cuerpo sufre alteraciones y la mente puede
transitar en diferido ya que tienen el trabajo de procesar los due-
los que van ocurriendo. Es necesario alojar (en la adolescencia) el
cuerpo que nos toca, sentirnos a gusto con él y también despedir-
se de los diferentes cuerpos que habitamos a lo largo de la vida.

Cuando consideramos los “complejos” que se refieren del cuer-


po, nos advierte que más allá de vincularnos o no, nos pensamos
en interacción con otro(s). Lo terrible es cuando habitar el propio
cuerpo se torna insoportable y en algunos casos la transformación
física, intervenciones médicas o estéticas, propician un vínculo
posible con uno. En algunas oportunidades el cuerpo se presenta
enfermo o con alguna discapacidad, lo que invita tanto al sujeto
como al vínculo, a un trabajo específico.

Al complejizarse los intercambios se agregan reglas que los regu-


lan, ingresando en dimensiones “no del todo regulables” como lo

128
es el amor, ya que partimos de que las personas se exponen a una
experiencia no del todo nombrable. Sin duda el amor, es la aven-
tura más misteriosa de la humanidad que propicia nuevas e inédi-
tas formas de pensar, sentir y hacer.

129
Capítulo 6. Reconociendo vínculos seguros

Cuando nos vinculamos es necesario registrar que la motivación


de base se centra en incrementar el bienestar personal. Por ello
cualquier experiencia de dolor es considerada como un obstácu-
lo, cuando en realidad, es esperable que no se cumplan todos los
deseos. Existe una primera desilusión a destacar entre el vínculo
deseado y el vínculo posible, y será oportuno aceptarlo como pro-
ducto del hacer vincular.

El desencuentro —entre lo esperado y lo posible— es una desilu-


sión normal en todas las experiencias vinculares y será oportuno
no orientar el enojo hacia el otro ni contra uno mismo.

Aprender a vincularnos con lo diferente es el lema, aceptar al otro,


renunciar a la semejanza como única posibilidad de vincularidad.
Dice Denise Najmanovich: “Sólo lo propio, lo conocido, lo seme-
jante podía ser considerado bueno, normal, verdadero. De este
modo la escisión y la pureza han ido siempre juntas en nuestra
cultura, generando un pensamiento disociado y unidimensional”.
Por ello, debemos dudar de las creencias que nos restringen la ac-
titud vincular y entorpecen el trabajo vincular promoviendo una
única forma de vincularnos. A mayor tolerancia de la frustración
mayor aceptación del vínculo posible.

Entre encuentros y desencuentros será la experiencia vincular y


preferentemente debe producirse un contexto de seguridad psico-
lógica. Veamos de dónde surge este concepto.

131
La seguridad psicológica en los grupos

Desde el psicoanálisis, el concepto de seguridad psicológica es


mencionado por el argentino Fernando Ulloa en su experiencia
como docente de la carrera de Filosofía y Letras (UNBA) y de la
interacción junto a residentes de psiquiatría en la práctica hospi-
talaria.

El maestro concebía al aprendizaje colectivo como potenciador del


aprendizaje individual, alentando a realizar un encuentro multi-
tudinario para exponer situaciones clínicas y dialogar entre todos/
as. Esta modalidad la llamó comunidad clínica y estaba convenci-
do de que era posible desplegar una actitud solidaria para com-
partir la dura experiencia del sufrimiento del otro como también
subsanar las carencias técnicas que surgían durante la asistencia.
El encuentro con otros en modalidad de asamblea permitía “dar
la cara”. En sus palabras decía lo siguiente: “Crear las condiciones
de seguridad psicológica es casi una tarea artesanal para todos los
integrantes de un aprendizaje en común”, “Es una tarea que inicia
cuando todos aceptan no sólo mirar, sino ser mirados”. Es a partir
de este acuerdo que se establece el diálogo horizontal y recíproco
pretendiendo exponer con libertad lo que se quiere decir.

En este “juego de miradas” que se produce inherentemente en


cualquier grupo inspirado en un objetivo común, surgen emocio-
nes que estrechan el campo de percepción de lo que acontece en
él, situando a la vergüenza “…cuando una persona es sorprendi-
da espiando en silencio con evidentes indicadores de inhibición”.
Mientras que en el otro extremo, observa la presentación de nu-
merosas personas posicionadas desde una alta arrogancia que
aceptan ser mirados pero no miran a nadie en particular. Mmm,
personas que no miran a nadie… Ojo con ellas.

132
Cuando las personas silenciosas logran hablar siempre tienen algo
muy importante que decir, ya que complementan, suplementan o
interpelan lo que el/la “arrogante” no dice. De esta manera se rom-
pe el fenómeno de estar espiando “por una cerradura”. En conclu-
sión, si la persona con conductas arrogantes incorpora la mirada
ajena se conforma un compromiso compartido y de esta manera
es posible reducir la “ceguera” que se produce inercialmente cuan-
do nos auto-percibimos confiados o seguros.

El gran problema es ingresar a los vínculos en silencio o dar por


sentadas las reglas de intercambios. Las salidas del silencio pueden
ser disruptivas, violentas por el cúmulo o por impotencia, pero si
hablamos en el plano de la actuación, sabemos que hemos saltea-
do la oportunidad de recurrir al mundo simbólico, al lenguaje.

La seguridad psicológica en las organizaciones

Este concepto cobró amplio desarrollo por psicólogos/as que co-


laboran con organizaciones y empresas siendo novedoso el apor-
te de la psicóloga norteamericana Amy Edmondson desde el año
1999 hasta la fecha.

La colega define a la seguridad psicológica como una creencia tá-


cita y compartida sobre la posibilidad de asumir riesgos interper-
sonales. Es decir, animarse a comportarse tal cual uno es sin expe-
rimentar la sensación de amenaza de critica o sanción por parte
de los otros.

Dentro de los riesgos que asumimos en un vínculo, las situaciones


que nos exponen potencialmente a los otros son aquellas dónde
evidenciamos inconsistencias, como por ejemplo:

133
“No sé”,
“Me equivoqué”,
“Necesito ayuda”,
“Disculpas”.

La empresa Google realiza generalmente inversiones detrás de es-


tudios de su personal para optimizar el rendimiento. En el año
2012 comenzó una investigación que implicó millones de dóla-
res mediante un equipo interdisciplinario integrado por estadis-
tas, psicólogos, sociólogos, ingenieros y otras disciplinas con el
propósito de lograr un “equipo perfecto”, y replicar los resultados
en otros grupos de trabajo. En el estudio surgieron las siguientes
preguntas: “¿Cómo son las personas que integran los equipos más
efectivos? ¿Los/as empleados/as se relacionan fuera de la empresa?
¿Tienen los mismos intereses? ¿Tienen la misma personalidad?”

Comenzaron enfocándose en las características de las personas


para luego preguntarse por las reglas explícitas e implícitas por las
que funcionaban los equipos. Luego de cinco años de trabajo se
sorprendieron que el fenómeno de que algunos grupos se desta-
caban sobre otros, se debía a un desarrollo mayor de la seguridad
psicológica, lo que permitía a los integrantes comportarse en el
trabajo, tal cual lo hacían en sus hogares. Existía la misma opor-
tunidad —y el mismo interés— para hablar sobre cuestiones del
trabajo como de asuntos personales y todos/as participaban con
un nivel de empatía muy alto.

Según Amy Edmondson, ubica al miedo como el factor limitante


en los grupos de alto rendimiento y sugiere que, a mayor expre-
sión de las ideas, más capacidad de innovación.
En las organizaciones las personas guardan sus ideas porque te-
men quedar como débiles, inseguros, poco inteligentes y desubi-
cados. La excesiva cordialidad también es encubridora y resistente

134
del establecimiento de la seguridad psicológica porque busca la
aceptación a costa de renunciar las ideas personales. Veremos lo
que la seguridad psicológica puede confundirse con las siguientes
conductas:

La seguridad psicológica NO es:

✓ Ser amables y simpáticos/as


✓ Evitar conflictos
✓ Hablar de cualquier cosa sin saber
✓ La falta de confianza en mis capacidades
✓ Sensación de comodidad
✓ Quejarse todo el día
✓ Competir anulando al/la otro
✓ Ocultar debilidades y preocupaciones
✓ Que me digan todo que sí

La seguridad psicológica en los vínculos

La seguridad psicológica es sin dudas una experiencia intransferi-


ble y es posible de construirla en cualquier ámbito dónde existan
intercambios entre personas. Puede oscilar en etapas de mayor
grado a otras de menor, y la forma de promoverla es hablar de so-
bre como nos sentimos en los vínculos. El indicador que advierte
de la ausencia de esta condición esencial de reunión es cuando
experimentamos una sensación del estilo: “algo no me gusta de lo
que está pasando”.

Es fundamental no silenciar los afectos que se despiertan al vin-


cularnos y debemos “poner en palabras” las condiciones de en-
cuentro. El establecimiento de lo que en psicoanálisis se llama el

135
encuadre, las reglas de juego. Es fundamental considerar la vin-
cularidad como una experiencia transitoria y con posibilidad de
continuidad en el tiempo, pero debe ser más una consecuencia
que un objetivo. Es tan importante mantener vigente la actitud
vincular para ir al encuentro con los mismos vínculos como co-
nocer otros nuevos.

Muchos errores se cometen por esperar que alguna de las partes


establezca las reglas propias del encuadre, cuestión no menor en
tiempos fundacionales. Es decir, buscar agradar al otro puede ser
una conducta que reste en seguridad psicológica ya que nos posi-
ciona en un lugar “aparentemente seguro” pero sin capacidad de
influencia.

Conocer los alcances del juego, es similar a lo que propone el es-


critor argentino Alejandro Dolina en su cuento “Táctica y estra-
tegia de las escondidas” del libro Crónicas del Angel Gris, quien
sugiere lo siguiente: “Es necesario que antes de comenzar el juego
se fijen expresamente los límites geográficos de su extensión. Fue-
ra de ellos estará prohibido esconderse. Algunos heresiarcas pa-
san por alto esta acotación y nos hallamos entonces ante un juego
cuyo marco es el mundo entero. Es así como muchos jugadores se
esconden en barrios alejados y aun en otras provincias, retrasan-
do el desenlace de la competencia hasta el punto de arruinarla por
completo”.

Este juego infantil consiste en que un grupo designa a un “busca-


dor” quién tapa sus ojos, cuenta un tiempo específico, permitien-
do que los y las participantes se escondan. Luego comienza la bús-
queda y frente a la verificación de algunas personas, se realiza una
carrera hacia el sitio dónde el buscador contaba, ganando quien
toque primero la pared. Si el “escondido” llega antes, mantendrá
la posibilidad de seguir escondiéndose en el turno siguiente. Pero

136
bien, lo que resulta novedoso de este juego es que sin establecer el
territorio, el juego deja de ser un entretenimiento para transfor-
marse en la búsqueda de un desaparecido.

Y, por otro lado, quien elige un lugar imposible de descubrir tam-


bién interrumpe la dinámica del juego como también cuándo el
“buscador” no se aleja de la base dónde deben aproximarse los
“escondidos”.

Es destacable quienes eligen estratégicamente un lugar extrema-


damente seguro como aquellos que se distancian del espacio de
juego interrumpen la dinámica. Para habitar el juego, es necesario
arriesgar y tolerar el miedo a perder.

En la experiencia vincular se observa similar comportamiento,


ya que las personas que buscan la “seguridad total” no se dejaran
afectar por la dinámica. Los vínculos oscilan en un diálogo entre
semejanzas y diferencias, entre las fusiones y separaciones, entre
estructuraciones y re—estructuraciones. Esta danza de opuestos
permite constituir zonas posibles de interacción, que claramente
se diferencian de una experiencia lineal, automática y totalmente
placentera.

La seguridad psicológica implica la posibilidad de suspender el


juego. Por ello, la capacidad de pensarse sin el otro, es recuperar la
capacidad para estar solas y funcionar sin otro. Este pensamien-
to de pensarse por fuera del vínculo, permite recuperar “aire” en
vínculos muy próximos y pegajosos. Vivir con otros nos invita
a compartir las semejanzas aceptando las diferencias para lograr
un entorno emocional que brinde bienestar y sea propicio para la
creatividad.

Más allá de cada experiencia vincular, siempre existe posibilidad

137
de reorganizarse vincularme y evitar círculos viciosos que condu-
cen a vínculos tóxicos o enloquecedores.

La ley protege

Existe amplia bibliografía en clave psicoanalítica sobre la cuestión


de la terceridad, la ley, la función paterna, el padre o algún otro. Al
considerar la primera “escuela vincular”, quienes realicen el am-
paro del naciente, establecen una relación necesaria pero excesiva
en carácter de una prótesis social. También los aportes de Donald
Winnicott sugieren un equilibrio adecuado en el rol de los cuida-
dores como fuentes de placer pero también de displacer.
Retomando a Fernando Ulloa, propone el concepto encerrona trá-
gica cuando en el vínculo no media una legalidad. Quedar fuera
de “las reglas”, subordinado al deseo del otro implica una desper-
sonalización muy compleja si se sostiene en el tiempo. Quedar
“encerrados”, sin salida en un vínculo, es una situación posible de
identificar y prevenir.

138
Modalidades vinculares posibles.

Cada encuentro vincular se provoca entre dos personas —o más—


y podemos clasificarlos de acuerdo al encuadre que sostienen. Las
reglas de juego son esenciales para evitar quedar —o bien— en-
claustrado en el otro o tomar de rehén al otro. Las modalidades
vinculares posibles se determinan en función de la posición (vín-
culos simétricos/asimétricos) o en función de la distancia (fusio-
nales/separados). Respecto a la distancia ubicaremos dos polos
opuestos:

Existen momentos dónde mentalmente nos sumergimos en la


vida de otras personas experimentando una sensación de com-
plementariedad y continuidad. La fusión suele ser el resultado de
una atracción poderosa, dónde jugamos emociones tan profun-
das como en la pareja y con los hijos. Se pierden las diferencias y
“todo es de todos” desde los objetos hasta la responsabilidad: “no
sabemos quién lo hizo”. Muchas personas afirman frases del estilo
“somos muy pegados” y habitualmente la presentación como fu-
sionados es mejor vista que separados.

139
Cabe aclar que son opuestos que siempre se presentan en el acto
vincular. La separación no es necesariamente desvinculación, lo
veremos más adelante.

La fusión responde al enunciado “sólo importas tú” o “sólo se trata


de mí”. El otro aparece acompañando desde su no ser. En el plano
del cuerpo es posible tanto en el acto sexual como en el embarazo
considerarlos como expresiones de fusionalidad.

Es una tendencia de interacción centrípeta, dónde el compartir


encubre las diferentes formas de pensar, sentir y hacer. Si los vín-
culos se sitúan en este polo, advertimos que cualquier movimien-
to individual es visto como una amenaza, por lo que no es posible
introducir cambios ni mucho menos acercar información de otros
vínculos. La sensación de control recíproco de expresión de celos
en las parejas, satura a la vincularidad como acto de dependencia.
Diremos que de los vínculos fusionales se sale “hablando o a los
golpes”, para pensar distancias no pegajosas manteniendo la mis-
midad.

Hay situaciones dónde la salida de este estado de confusión es


aludiendo a la separación, para introducir otra forma de hacer lo
mismo. Debemos considerar que la proximidad excesiva entre dos
impide un pensamiento propio y obstaculiza la autonomía.

Si el vínculo se ubica en el polo de la separación, la dinámica vincu-


lar tiende a ser centrífuga, dónde las personas interactúan con un
umbral bajo de afectación. Desde una mirada externa se percibe
que aparentan un equilibrio y una estabilidad, pero no logran una
afectación que provoque una novela compartida. No hay acciones
conjuntas incluso no suelen hablar de “nosotros” en público.

140
En cambio, estar desvinculados es la situación dónde se suprime
la relación, mientras que separados es un posicionamiento posible
en el devenir vincular.

Veremos sobre el capítulo de parejas que en algunas situaciones


podemos recurrir a una separación debajo del “mismo techo” que
nomino suspensión vincular.

Respecto a los lugares, existen situaciones que empoderan al/la


otro/a como lo son los roles en las familias origen, los cargos jerár-
quicos en el ámbito laboral, los profesionales, etc. En términos del
sociólogo Max Weber al poder se accede mediante las costumbres
y tradiciones en el grupo, por el conocimiento y sabiduría, o por
carisma personal y capacidad de persuasión.

Toda figura revestida en poder tiende a ser ubicado en el vínculo


en un lugar preferencial.

Reconocer el impacto de la asimetría o de la simetría es clave ya


que la búsqueda de reconocimiento de la persona subordinada es
mayor que quien tiene el poder, ya que su aspiración es lograr el
reconocimiento de otros más poderosos.

141
Debemos considerar una interacción móvil entre estos polos, lo-
grando lo que el filósofo alemán Arthur Schopenhauer llamó dis-
tancia óptima soportable.

La realidad, es que con el paso del tiempo y las aspiraciones per-


sonales cada uno intenta —o no— imponer inconscientemente la
tendencia que considera más adecuada. La seguridad psicológica
nos permite tomar conocimiento en que situación estamos para
reposicionarnos y relanzar la dinámica hacia horizontes más sa-
ludables.

Un vínculo seguro es un vínculo diferenciado pero conectado que


puede disfrutar de los acuerdos y saber qué hacer con los des-
acuerdos. Aceptar otros intereses por fuera del vínculo y poder
compartir junto a otros es la prueba más compleja a la que se en-
frenta un vínculo. Reconocer lo poco compartible y sobretodo to-
lerar lo mucho que nos separa, es un acto de sabiduría que acota
las expectativas personales y promueve el desarrollo vincular con-
virtiéndose en una fuente de bienestar insuperable.

Por ello, a los vínculos no hay que exigirles aspectos que debemos
lograr por nuestra cuenta, ya que la principal barrera de protec-
ción para no perderse en los vínculos, es saber que puede o no
puede ocurrir en ellos.
142
Resiliencia vincular

La fortaleza mental entendida como la capacidad para antepo-


nernos a situaciones frustrantes o que implican pérdidas ha sido
denominada en psicología como resiliencia o resistencia psicoló-
gica. La resiliencia es un concepto proveniente de la física y alude
al fenómeno que presentan algunos materiales para regresar a su
estado originario luego de ser sometido a una fuerza desmedida o
a una fuente de calor.

Esta nominación inspiró a múltiples desarrollos teóricos a partir


del abordaje de personas que habían sufrido experiencias traumá-
ticas o habían sido víctimas de desastres naturales.

La experiencia clínica nos permite comprobar que gran parte de


las personas logran “sanar las heridas” aunque existe un cambio
profundo en cada experiencia de vida que nos aleja del estado
mental inicial. Por ello, concebimos a la resiliencia como un pro-
ceso dinámico que nunca logra un equilibrio absoluto, sino que,
por momentos, se está resiliente.

La paradoja de los vínculos es que son fuente de inspiración pero


también nos dejan huellas imborrables. Muchas personas, cuando
hablamos de buscar estar en pareja refieren que “no quieren su-
frir” y entiendo que responde a “malas experiencias”.

Es verdad que hay que estar con energía disponible para tolerar
los vaivenes propios de la vincularidad, porque atravesamos ins-
tancias de encuentros —y también desencuentros— que deben ser
vividos en la intensidad que se merecen y no más que ello.
El sufrimiento propio de los malos entendidos nos permite despe-
garnos de la fascinación del placer que nos provoca la vinculari-
dad. Diremos que la angustia temporal es un mecanismo protec-
tor y debemos aceptarla como una invitación para producir “una
pausa”.
143
Cuándo aplicamos el concepto de resiliencia a los vínculos, habla-
mos de resiliencia vincular, y nos hacemos la pregunta que toda
persona —tarde o temprano— se hace: ¿Estaremos juntos para
siempre?

La fuente de vitalidad de los vínculos no solo debe buscarse en las


promesas realizadas en su origen (en el caso de las parejas) o por
la relación consanguínea (en las familias), sino en su capacidad de
seguir produciendo seguridad psicológica en el devenir. No es un
estado que se adquiere como un seguro, sino que lo seguro del vín-
culo remite a un trabajo continuo para mantener un grado optimo
de confianza que nos permita hablar sin miedo.

Es posible trabajar para que el amor no desaparezca. Gran parte


de los sufrimientos que refieren las y los pacientes se relaciona con
problemas interpersonales del pasado y presentes. Muchas perso-
nas quedan arrasadas e incluso imposibilitadas de hablar de estas
“malas experiencias”.

Los traumas infantiles, la violencia en la pareja como las expe-


riencias sistemáticas de malos tratos en el ámbito laboral/social
puede conducir a las personas a formas de resistencia totalmente
deteriorantes. Su comportamiento se vuelve apático y no sienten
nada. La capacidad vincular queda destruida.

En situaciones avanzadas podemos afirmar que las personas pa-


recen “muertas en vida” y es un tema que preocupo a numerosos/
as psicólogos/as. El psicoanalista argentino Luis Hornstein anali-
za esta problemática retomando la metáfora del médico y biofí-
sico francés Henri Atlan quien escribe su libro “Entre el cristal el
humo” en el año 1979.

144
El cristal es el polo de la organización psíquica dónde la informa-
ción es redundante, con adhesión a la repetición y reproducción
de lo dado. Las “mentes de cristal” presentan una rigidez tal que
un imprevisto o un cambio de planes se percibe como una amena-
za. La belleza que cuenta el cristal encierra una delicada fragilidad.

Considerando el polo opuesto situamos al humo como una si-


tuación que no logra una consistencia por el exceso de variedad
e imprevisibilidad. Su carácter evanescente no constituye forma
alguna por lo que es difícil determinar si un malestar —o una in-
comodidad— se debe a lo frustrante de la realidad o es producto
de la desorganización personal. Diremos que es como escribir en
el agua, no hay registro ni la memoria alguna.

Entre el cristal y el humo encontramos matices posibles que su


fortaleza radica en la flexibilidad y capacidad de revisión conti-
nua. Cuando lo vínculos trabajan para favorecer este estado, la
producción del quehacer juntos es sumamente significativo, versá-
til y novedoso. Cuando algún integrante por su historia personal
tiende a funcionar desde estos extremos, el intercambio es posible
aunque con una inversión alta de energía psíquica de ambos par-
ticipantes.

Para lograr vínculos resilientes es necesario desarrollar la capa-


cidad de diálogo y de respeto de las diferencias asumiendo que
existen siempre aspectos a mejorar, pero no debe imposibilitar el
disfrute del “mientras tanto”. Es mantener una actitud que propi-
cie la revisión personal y no la atribución de responsabilidad al
otro:¿Qué tengo que ver en esto que me molesta?
Los vínculos se arman, desarman, cambian o nunca se arman. Es
imposible resistirnos a que la reunión con otros presenta varios fi-
nales potenciales: un final biológico (la muerte), uno social (cam-
bios en la interacción) y también muertes simbólicas (cambios de

145
perspectiva). El vínculo se monta en un escenario cambiante que
nos exige reajustes constantes y para crear seguridad psicológica
proporciona un estado consciente de lo que acontece reduciendo
la probabilidad de sostener escenas deteriorantes y en el peor de
los casos, avanzar sin miedo hacia la desvinculación no agresiva.

Suspensión vincular

Denise Najmanovich nos invita a pensar en vínculos con acuerdos


fértiles, aludiendo a su carácter siempre revisable. Por ello suelo
desaconsejar cuando una persona toma distancia de un vínculo
como única medida para buscar una mejora ya que si existe una
alternativa es necesaria lograrla mediante un trabajo compartido.
Cuando existen situaciones límites, cuando no se sepa que hacer,
la estrategia de la suspensión vincular puede presentarse como un
acto de resguardo personal y del otro.

Suspender el vínculo es desacelerar el intercambio “casi a 0”, esta-


blecer una comunicación distante y fría, pero no por ello disrup-
tiva o querellante. Es una forma saludable para “tomarse un tiem-
po” cuando el vínculo se ha tornado insoportable y en lo posible
no marcharse del lugar, en caso de convivencia.

Muchas personas, especialmente en el vínculo de pareja, optan


por la ruptura y una distancia real, provocando una intermina-
ble situación de reproches por medio del celular sin ser efectivo.
Luego acontece algo de mayor envergadura (una pérdida de un
familiar, pérdida de trabajo, etc.) y el vínculo vuelve a retomarse
sin modificación alguna. Se recurre erróneamente a naturalizar
separaciones sin construir reglas de juego superadoras a las exis-
tentes. Es como volver a “foja 0” o tropezar dos veces con la misma
piedra.

146
La suspensión vincular se ubica en polo de la separación y de la
diferenciación siendo el silencio, la principal conducta a seguir. Es
una invitación a disminuir los intercambios diarios sin perder el
buen trato y el registro del otro, pero quedando en suspenso aque-
llas concesiones que dan cuenta del lugar privilegiado sobre otras
personas.

No subestimemos el poder de la distancia afectiva —y física—


como sanción ante alguna escena que consideremos abusiva o
egoísta.

La suspensión vincular evita la naturalización de intercambios “tó-


xicos” y es un momento oportuno para recuperar la curiosidad y el
interés por el otro. También es una forma de evaluar el compromi-
so recíproco quedando en evidencia quien prefiere no continuar y
aprovechar la distancia para terminar el vínculo. También adver-
tir situaciones concretas de “estafa vincular” y propiciar cambios
concretos que nivelen la dinámica.

Hablamos nuevamente de retomar el encuadre inicial porque el


devenir despliega nuevos e inesperables desvíos que resultan in-
teresantes transitar pero también se invisibilizan otros recorridos
mediante una especie de “corset rígido” que señala con claridad lo
posible y prohibido. En términos de Janine Puget se van produ-
ciendo acuerdos inconscientes que van congelando el ir deviniendo.
La rutina no es el problema, es el entramado de conductas apren-
didas que dan la aparente estabilidad y predecibilidad que hacen
del vínculo, un “vínculo aburrido” y sin capacidad de novedad.
He notado que muchas parejas demandan una terapia de pare-
ja donde lo primero que buscan es un juez que dictamine quién
tiene razón. Muchas veces los pacientes anonadados, me miran
perplejos cuando les digo: “Los dos tienen razón”. ¿Y ahora qué
hacemos?

147
Acordar los desacuerdos.

Sin duda el aspecto más inestable de un vínculo es aceptar lo que


no se acepta del otro. Generalmente son aspectos provenientes de
la historia familiar que enfrenta a los sujetos a una dimensión ex-
traña o ajena, inclusive pueden ser identificados como “todo lo
contrario a lo que soy”.

Las diferencias en algunas situaciones impiden el acto de vincula-


ción, mientras que en otros lo potencian. Aprender a nutrirse de
las diferencias sugiere un nivel de complejidad del vínculo impre-
sionante que pocas parejas llegan a realizar. Es decir, mueren ca-
mino a la complejidad. Difícilmente lleguemos a “amar la diferen-
cia” ya que es muy difícil asignarle un marco de elogio a aquello
que no comprendemos, no aceptamos y no soportamos.

Veamos el siguiente conflicto vincular en una pareja, que nos ofre-


ce Janine Puget en uno de sus libros: «El incidente al cual alude se
refiere a que estaban invitados a almorzar en casa de unos amigos,
se les había hecho un poco tarde, y había dos caminos posibles
para llegar al lugar del encuentro. Uno de ellos es más lindo, si
bien más largo. El otro más corto. El marido decide que tiene que
pasar por el más corto porque ya se han retrasado. Ella no está de
acuerdo y él intenta justificar su decisión en función de la hora.
No quería llegar tarde: por lo tanto, era evidente que el más corto
era el mejor.

Ella piensa que eso no tiene importancia y que realmente, en un


día hermoso, lo más importante es tomar el camino más lindo, so-
bre todo en esta época del año. No consiguen ponerse de acuerdo
y el tono se torna cada vez más virulento. Ningún argumento ló-
gico sirve. Absolutamente furioso y aparentemente resignada ella
recuerda que su marido contó está anécdota en la mesa, cuando

148
llegaron a casa de los amigos e intentó establecer una cierta com-
plicidad con los hombres de la casa. Todo eso lo dijo como si fuera
una broma”.

Existen acuerdos implícitos en este ejemplo: ¿Siempre maneja el


varón? ¿Siempre van juntos a las reuniones? ¿Saben los gustos del
otro sobre los caminos posibles? ¿Es habitual hablar de los des-
acuerdos con otros? ¿Abordan los conflictos o sólo los viven como
protagonistas pasivos? ¿La demora a eventos se debe a algo recu-
rrente? ¿La exigencia de llegar a horario responde a una lealtad a
otro que no es la pareja?

lIusiones en el vínculo

Al decir de Edgar Morin, los conceptos migran de sus disciplinas


originarias y en esta oportunidad quiero tomar prestado de la ae-
ronáutica la noción de desorientación espacial desarrollado por el
médico español Juan José Cantón Romero, doctor en medicina,
especialista en neurología con un amplio recorrido en la medicina
del trabajo vinculada a la aviación.

En la formación de los pilotos encontramos contenidos específi-


cos sobre las ilusiones, entendidas como aquella diferencia entre
lo que percibimos y lo que acontece en la realidad.

Este autor ha avanzado en la llamada desorientación espacial, fe-


nómeno estudiado también en quienes se preparan para atravesar
una experiencia en el espacio (ambiente no del todo conocido).
Dentro de sus desarrollos propone dos formas de desorientación:
Por un lado, el piloto no reconoce que está desorientado expo-
niendo él y la tripulación a un gran riesgo. Por otra parte, existe
una diferencia entre lo que percibe y la información que surge de
los instrumentos con los que interactúa para sobrellevar el vuelo.

149
Esta situación es frecuente y se resuelve satisfactoriamente, ya que
el piloto está advertido de que sus sentidos pueden engañarlo.

Aquí la experiencia previa puede jugar “en contra”, ya que por ex-
ceso de confianza y haber sorteado diversas situaciones desafian-
tes, puede perderse la novedad de la situación que se le presenta.

En la aviación se compromete la visión especialmente, pero en los


vínculos están presentes todos los sentidos, lo que cualquier plan
de vuelo podrá fácilmente alterarse.

Si bien existen personas más vulnerables que otras a sufrir des-


orientaciones nadie está exento de perder el control en el vínculo
y es necesario que así ocurra.

Para despejar si lo que acontece en el vínculo es algo saludable o


no, es importante considerar otras experiencias vinculares y ha-
blar con otros. Si no es posible dar cuenta de lo que predomina
en un vínculo seguramente se ha avanzado por carriles o niveles
que se apartaron de los patrones de comportamiento esperables.
Es entendible que lo vincular, se sufre en silencio y esta posición
de encierro promueve largos períodos de desorientación vincular,
naturalizando un desgaste emocional que dejará un deterioro du-
rante mucho tiempo impactando en toda la vida.

Por lo tanto, en situaciones críticas, lo aconsejable es disminuir


“las turbulencias”, confiar en la intuición, desconfiar de las creen-
cias y hablar con amigos o familiares.
Frente a situaciones violentas se recomienda ante todo construir
una red de apoyo coordinada por un equipo especializado en la
temática y no solo en la percepción de una persona allegada, ya
que pueden tomar decisiones que aumenten el riesgo de las/los pro-
tagonistas y obstaculizar el abordaje profesional de la situación.

150
Prevención de la desorientación vincular

Siempre que nos vinculamos es oportuno mantener una confian-


za lúcida. Recuerdo la tragedia en el año 2018 de una mujer que
falleció en la provincia de Tucumán mientras aprendía a volar en
parapente. La conclusión de investigación judicial giró en torno a
la existencia de una negligencia a cargo del instructor en las medi-
das de seguridad. También durante el año 2019 en Bs. As. se am-
putaba la pierna equivocada de una adulta mayor quien fallecería
unos días después.

Es verdad que en ambas situaciones uno queda a merced de la


lógica del otro por desconocimiento técnico de los equipamientos
que se utilizan, pero me imagino que dentro de todas las formas
de prevención debemos empoderarnos con información median-
te la realización de buenas preguntas y también solicitar todo tipo
de explicaciones antes de avanzar e incluso suspender las activi-
dades de ser necesario.

Con suma sensibilidad sobre las víctimas de siniestros sin inten-


ción de dirigir la reflexión a responsabilizarlas de lo acontecido
—que sería re victimizarlas— considero oportuno pensar sobre
los recursos protectores que pueden evitarnos estar expuestos por
exceso de confianza.
Aspiro a un cambio de cultura dónde podamos hablar sin miedo
de los vínculos, pero entiendo que merece tiempo ya que no todas
las personas tienen acceso a la salud mental y la desinformación
que circula —sumado al miedo de hablar— promueve que la pro-
blemática vincular quede sin reflexión.

La principal barrera de protección al estar vinculados es desarro-


llar habilidades de comunicación que nos permitan esclarecer, pro-
fundizar y confrontar cuando no estamos convencidos de lo que
vivimos. Algunas buenas preguntas pueden ser útiles para promo-
ver el auto-cuidado en los vínculos:
151
¿Qué está ocurriendo? ¿Desde cuándo? ¿Por qué ocurre? ¿Qué
ocurrirá a partir de ahora? ¿Qué puedo hacer ahora?

Violencia psicológica

La violencia psicológica es aquella que se presenta en la comuni-


cación y la presencia en los vínculos se debe a múltiples motivos.
Según Isidoro Berenstein la violencia es una conducta excesiva
que evidencia la no tolerancia al límite propuesto por otro sujeto
que expresa su deseo mediante sus ideas, sentimientos, su cuerpo
o simplemente con su silencio. La violencia en los vínculos debe
considerarse como una invasión y violación del límite del otro. La
expresión de la violencia física es “otra cara de la misma moneda”
y da cuenta de la falta de recursos psíquicos para resolver con-
flictos vía la palabra. También es violencia emocional cuándo se
dirige a seres indefensos u objetos del entorno.

La falta de reglas como la violación de las mismas de forma siste-


mática son actos que merecen su revisión y producir un re—po-
sicionamiento más saludable entre lo que llamamos el “pegoteo”
con el otro y la separación. La sensación es de encontrar piedras
en medio del rio dónde hacer pie y poder cruzar sin problemas,
pero siempre atentos que son puntos posibles en un contexto di-
námico.
El gran problema es cuando las personas agotadas de la lucha por
la supervivencia social encuentran en los vínculos asimétricos lu-
gares aparentemente cómodos para transitar la vida, provocando
una dependencia operativa, emocional y vincular que detiene el
proceso de transformación que propicia un vínculo seguro.
Si bien, algunos vínculos pueden resultar amparadores al inicio de
una situación de desvalimiento pero con el tiempo, puede alimen-
tarse la fantasía de propiedad de quién ofrece el cuidado. Salvando
la ficción es interesante el vínculo que se plantea en la película

152
Misery escrita por Stephen King donde se plantea una interesante
historia que comienza con un siniestro automovilístico en medio
de una nevada. Un hombre queda herido, recibe alojamiento y
también asistencia médica de una mujer. La trama se vuelve más
atrapante cuándo el hombre recuperado decide continuar su viaje,
frente a lo que la anfitriona hará lo imposible para que no se mar-
che llegando a lastimarlo para sumergirlo en el estado de invalidez
con el que se encontraron.

Construir vínculos seguros

Lo que acontece en un vínculo responde tanto a la cualidad de los


integrantes, la interacción como a las condiciones que regulan el
encuentro. Veamos a continuación algunos pasos necesarios para
construir un entorno psicológicamente seguro:

Condiciones para el armado de un vínculo

1) Establecer reglas
2) Ejercitar conversaciones emocionales
3) Aceptar cambios de y en el vínculo
4) Asumir el riesgo de perder
3) Establecer objetivos compartidos
4) Divertirse
5) Incluir a otros
6) Aceptar la frustración y pensar a partir de ella
7) Pedir ayuda y aceptar consuelo
8) Reparar el daño emocional y aceptar el tiempo singular
9) Revisar juntos las reglas fundacionales
10) Volver a vincularnos en caso de desvinculación.

153
Si bien se establecen en orden, puede existir algunas modifica-
ciones en la ejecución. Todos estos tópicos sólo pueden llevarse a
cabo mediante el diálogo y como no siempre existe una adecuada
interacción será oportuno recurrir a la comunicación asertiva.

La asertividad es la habilidad para comunicar y expresar los pen-


samientos y sentimientos sin despreciar las ideas y emociones de
las demás personas. Es la capacidad para comunicarnos de mane-
ra honesta, apropiada, respetuosa pero directa.

De esta manera, es posible conmover algunas creencias sobre uno


mismo, el otro y su historia y lo que se espera del vínculo. Es ne-
cesario identificar aquellas expresiones que por acción u omisión
desvalorizan nuestro punto de vista.

El lenguaje es el medio por el cuál logramos establecer “puentes”


con los demás, conocemos su mundo interno y diseñamos un
mundo vincular en un contexto social y virtual.

La comunicación es la radiografía del acto vincular por ello exige


un esfuerzo reparar en ella más que en las buenas intenciones que
subyacen en cada comportamiento.
Habitualmente existen personas que creen que no tienen nada im-
portante para decir, o que no merecen expresarse o desconocer
que se encuentran en una situación de desventaja en el vínculo. Lo
propio es y debe ser tan importante como la vida del otro, en clave
vincular, no hay vidas más importantes entre nosotros.

La seguridad psicológica es la principal herramienta que permite


ingresar y salir inmediatamente del vínculo cuando las coorde-
nadas que protegen a las personas que lo habitan no logran es-
tabilidad. De esta manera, al preguntarnos ¿Por qué hacemos lo
hacemos? ¿Qué es lo que nos pasa? tendremos la posibilidad de
hacer consciente aquellos pactos que nos condicionan e influyen
en nuestro comportamiento.
154
Los temas más difíciles de abordar como la sexualidad, el poder, la
relación con la familia de origen, el manejo del tiempo y el cuerpo
propio, etc. se terminan suponiendo. La posibilidad de reproducir
patrones vinculares estereotipados por el género va en aumento.
Un vínculo requiere sentir la fricción porque nos encontramos en
un entrecruzamiento de historias de vida y lograr una vida con-
junta merece coordinar múltiples aspectos.

Volviendo a la resiliencia vincular, un vínculo hablante con un


nivel de confrontación que proponga un desafío y no desanime a
las partes permitirá un devenir entretenido, complejo y atrapante.
Cabe destacar un falso camino que suele tomarse aspirando a un
vínculo confiable, que es aspirar a la transparencia del otro. Esta-
blecer vínculos es un ejercicio que “ablanda” nuestra mente per-
mitiendo el ingreso de información y nos conecta con la realidad
de otras personas. De esta manera ejercitamos la principal verdad
como seres humanos: no somos el centro del universo.

Quién habita un vínculo, con lo complejo y a veces, complica-


do que resulta, desarrolla inherentemente un aprendizaje que no
puede lograrse pensando en los vínculos desde el sillón de su casa.
Es decir, que vincularnos es una experiencia sin garantías que vale
la pena —también la alegría— realizar.

Menos es más

Necesitamos decir lo que deseamos que ocurra en un vínculo y


siempre es aconsejable hacerlo en calma, con una posición humil-
de y no desde el saber hacer. Desde el inicio del vínculo el otro no
puede hacer todo lo que pretendamos, ni tal vez quiera hacerlo.
También tendrá otra idea de cómo hacerlo y otras aspiraciones no
conocidas de antemano. Por ello, identifiquemos lo esencial, lo
básico, lo más importante, para dejar de prestarle atención a as-
pectos accesorios que es necesario dejar pasar.

155
Es decir, algo así: “De todas las cosas necesito que prestes atención
a estas que te señalo como prioritarias”. Esta posibilidad favorece
la construcción de un contrato psicológico de reunión dónde pri-
me la estrategia de reciprocidad y la modalidad basada en la ama-
bilidad. Si se pierde en el camino, siempre es bienvenido cuándo
alguno la recupera como valor a cuidar.

Finalicemos este apartado con un relato que me enseñó un amigo.


Refería que se encontraba de vacaciones con su familia. En una
oportunidad, estaba jugando junto a su hijo de 6 años en la orilla
del mar a la paleta. Su intención era que aprenda a jugar al tenis y
por ello le indicaba a su hijo como es el juego. Le dio una paleta al
niño y comenzó a arrojar la pelota. La actitud del niño no colabo-
raba ya que no sólo que no golpeaba la pelota sino que intentaba
arrojar la pelota hacia arriba e impactarla al estilo de un remate.
Esta cuestión enfurecía a su padre quién continuaba obstinado
con enseñar la dinámica del juego. Se repetía la escena ya que su
hijo dejaba pasar la pelota y luego buscaba individualmente soltar
la pelota sobre su cabeza y realizar el golpe deseado. Mi amigo,
harto de la situación le dijo a su hijo: “Con vos no se puede jugar
al tenis, no queres aprender”. La escena concluía con el padre y su
hijo enemistados. Luego de algunos minutos mi amigo logró ma-
nejar sus emociones, encontrar la calma y pensar una alternativa
posible. Ubicó a su hijo, y modificó el lanzamiento para que él
pueda hacer lo que pretendía. Intentaron varias veces hasta que el
niño impacto al estilo del remate y el juego se transformó en una
actividad divertida. Sólo había que dejar de enseñar y devenir en
otro inédito en ese vínculo y sorprenderse por el desvío.

156
Capítulo 7. El vínculo de pareja

Sin dudas nos sumergimos en el misterio más profundo de nues-


tra existencia. ¿Podemos poner en palabras todo lo que sentimos
cuando estamos enamorados? ¿Podemos explicar porque elegi-
mos a las personas? O tal vez, nos hemos preguntado: ¿Por qué
una persona puede estar toda la vida intentando recuperarse de
una separación? O ¿Por qué cuesta tanto separarse?

Entiendo que la necesidad de hablar del vínculo puede ser mo-


tivada por el sufrimiento. ¿Por qué no hacerlo también mientras
estamos entusiasmados/as? Aquí la sugerencia es sumar como he-
rramienta básica la reflexión de la experiencia vincular. ¿Cómo
podemos hacerlo mejor?

Desde la revisión de historias de pacientes percibo que muchos


finales están presentes desde el “minuto 0” del armado del víncu-
lo, frente a lo que sugiero andar con prudencia en las relaciones
amorosas y no perder de vista lo que va ocurriendo.

La imagen de amor “desenfrenado” es la enemiga de este planteo


porque sus adeptos descreen del valor de la razón y de la nece-
sidad de establecer condiciones para propiciar encuentros salu-
dables. Recuerdo una paciente triste porque iba a presentar a su
novio a sus padres y él se quedó dormido mirando televisión en su
casa. Esto es grave, muy grave.

Para pensar el vínculo de pareja, empezaremos por los finales sim-


plemente para tomar conciencia de las operaciones psíquicas que
se activan, al desvincularnos.

157
Freud, aclaró que nunca estamos más vulnerables que cuando
amamos porque nos exponemos a la posibilidad de sufrir al ser
abandonados por la persona amada. Toda pérdida —o amenaza
potencial— le exige a la mente un gasto de energía por lo que es
comprensible que nos retraigamos y perdamos interés por lo que
acontece en el mundo. Estar en duelo, no es estar sólo, sino que es
un diálogo con una ausencia que se hace presente y toma por com-
pleto a la persona. Podemos saber a quién hemos perdido pero no
saber —con claridad— lo que hemos perdido con esa persona.

La separación seguida de desvinculación es la experiencia más do-


lorosa que podemos vivir porque nos encontramos con que el otro
es otro y desea algo más. Así como el deseo del otro nos salva del
desamparo inicial también puede devolvernos al mismo estado de
indefensión.

Transitar el duelo de la desvinculación implica aceptar un tiempo


singular para volver a reconectar con los otros y es oportuno res-
petar el estilo personal de sobrellevar el proceso sin apurar a na-
die. Recuerdo en una oportunidad que una mujer que deseando
que su amiga se recupere de la separación con su novio, le había
creado una cuenta en una aplicación de citas y terminaron enfren-
tadas durante mucho tiempo.

En el dolor, hablamos con la imagen del otro, dialogamos con su


ausencia y es necesario abordar todos los temas que han quedado
pendientes como aquellos que se disparan en el momento de la
ruptura. Es normal que el duelo nos reconecte con mayor fuerza
con al amor perdido y no podemos despegarnos por la fuerza.

El tiempo de procesamiento de la pérdida lo llamamos elaboración


psíquica preparándonos emocionalmente para “aceptar y dejar ir”.

158
Existen ocasiones dónde algún integrante nunca llega a aceptar la
pérdida proponiéndose escenarios complejos —y complicados—
que propician conductas reivindicativas y deseos forzados de re-
conocimiento.

Desvincularse

¿Te preguntaste alguna vez porque existen lugares en la mesa fa-


miliar? Es frecuente que habitemos los espacios y nos adueñemos
simbólicamente de pequeñas porciones del mismo. Tanto en la
mesa familiar como en el ámbito académico las personas suelen
ubicarse en los mismos lugares, provocándose conflictos si algu-
no/a se atreve a ocuparlo. Es un acto de aprehensión de la realidad
dónde se incorpora como propiedad. Estar no se reduce solamen-
te a estar —o no estar con otro— sino que se construye un mundo
alrededor de esta experiencia. Recuerdo aquel paciente que des-
vinculado de su novia continuaba visitando a los padres de ella, al
punto que almorzaban juntos considerándose amigos.

La desvinculación elegida —o no— habla de una retirada de es-


tas energías gradualmente —o abruptamente— al Yo. Perder es
volver a uno mismo y será dinámico este proceso si hay “morada”
dónde ir. Es comprensible, aunque no justificable, la resistencia a
separarse ya que debe disponerse de energía para tal proceso y en
caso de detenerse el trabajo de duelo será oportuno pedir “auxilio
emocional”.

Cuando “al final del punto final no le siguen dos puntos suspensi-
vos” dice Joaquín Sabina estamos frente a una desvinculación. En
lo vertiginoso de la interacción en la pareja puede ser que no se
perciba el momento justo de cuando se provoca y solo con poste-
rioridad, se logre identificar el punto de inflexión.
Existen muchos finales dentro de una relación y puede ser posible

159
volver a vincularse nuevamente. Lo auspicioso es que luego de una
ruptura comience una nueva forma de interactuar. Cabe destacar
que el opuesto del amor no es odio sino la indiferencia y mientras
exista un nivel de conflictividad aceptable, el vínculo continuará.

Como sugiere el psicoanalista argentino Fernando Ulloa es opor-


tuno cuando se atraviesan escenarios adversos recurrir a treguas
para resguardar al vínculo, posicionándonos en el enunciado “no
hablemos sobre aquello que puede hacernos pelear”. Esto solo es
adecuado —siempre y cuando— se haya intentado —en reitera-
das oportunidades— hablar de temas que resulten imposibles de
acordar.

La discusión tiene un placer en sí mismo tanto por el desafio in-


telectual, en la fricción del ejercicio del poder como en la propia
catarsis psico—física que se provoca cuándo discutimos. Decía
una mujer que había sido víctima de violencia física de su pareja:
“Yo le dije cualquier cosa y sabía que lo iba a molestar. Cuando
él reacciona, yo siento que está presente”. Me pregunto ¿Cuál es
la presencia que convoca esta mujer? ¿Cómo es la forma de habi-
tar un vínculo desde el varón? De todas maneras, nada justifica
la violencia de género ni debe deslindarse responsabilidad en la
víctima.

Las consecuencias, no son buenas si se naturaliza la discusión


como forma de unión. Debe advertirse de que el vínculo, merece
una urgente transformación. Acordar los desacuerdos fomenta un
vínculo seguro.

Veamos este pequeño relato que me facilitó una colega para tomar
dimensión de la complejidad que reviste una dinámica de pareja.
En la primera consulta la pareja comenzó a discutir sosteniéndose
esta dinámica por más de una hora. Luego la colega, consterna-

160
da por lo que había escuchado introdujo la idea de la separación.
La pareja comenzó a discutir con ella de lo inoportuno de su in-
tervención afirmando que era muy apresurado y determinante su
opinión y se marcharon indignados, pero en calma.

Duelos en y del vínculo

A partir de los reiterados desencuentros el compartir se convierte


en un imposible. Existen quienes comienzan a separarse mientras
están vinculados, siendo la partida un cierre de un proceso que se
comenzó en la convivencia. En cambio, otras parejas comienzan
otra etapa y deciden continuar.

Para la desvinculación se requiere de un diálogo con el otro y rara


vez existe un acuerdo mutuo sobre el deseo de concluir la relación.
De lograrlo, hablamos de un escenario ideal y el más seguro desde
una perspectiva psicológica.

Lo que significa el vínculo para cada persona y el lugar que cree-


mos que ocupamos en él son aspectos muy subjetivos ya que nin-
gún vínculo concibe “el final” en su construcción.

Una desvinculación puede ser una experiencia lenta y delicada


como similar a quitar una calcomanía de un vidrio dónde “algo”
se puede romper más de lo que está y “algo” queda sin despegar.
Es un proceso de mutuo sostén aunque es menos convocante para
quien ya no desea continuar. La desvinculación es resistida aún
más, si se percibe una caída al vacio al recurrir a la mismidad.

Despegarse de las escenas del otro impacta directamente en la


identidad al sentir que se pierde una “porción” de uno mismo evi-
dente en la historia compartida. Es repasar una historia dónde el
otro está presente y la realidad que, de olvidarlo, implica sacrifi-

161
car momentos significativos de la vida. ¿Cómo olvidar lo que uno
fue? ¿Cómo sepultar esa persona que fuimos que nos gustaba ser
en la escena con otro?
Recuerdo graciosamente ahora —no cuándo ocurría— cuándo
mi padre sugería ubicar a las novias y novios en los extremos de
las fotos familiares aludiendo a la posibilidad de que en el futuro
no sigamos vinculados y sea posible recortarse los márgenes de la
foto.
Toda separación implica pérdida, aunque este vacío es una opor-
tunidad para seguir deviniendo en el tiempo y considerarlo como
experiencias de vida en un camino de transformación personal.

Cuando las personas demoran significativamente los procesos de


duelo existe un riesgo potencial de que ocurran “nuevas pérdidas”.
Aquí la reactivación del duelo de pareja vuelve a “estado 0” y la
calidad de vida empieza a deteriorarse por la pérdida de esperan-
za ante el registro de una vida desdichada. El contrapunto aquí,
es que lo aprendido desde y con los y las pacientes sugiero que es
mucho más fácil de sobrellevar las pérdidas cuando la vida en el
presente es atractiva e inspiradora.

El duelo se procesa mediante el lenguaje interno (pensamiento) o


junto al diálogo con otros, y tarde o temprano, el dolor cambia de
valencia, el relato se limpia de oscuridad y se logra transformar la
“tragedia” en un recuerdo sin sufrimiento.

Relataba una mujer en sesión: “Extraño desayunar juntos en la


cama. Salir a pasear mi perro. Ir a escuchar música en vivo. Tener
sexo, etc.”. Me pregunto si lo que se extraña es: ¿El? O ¿Al otro del
vínculo?

162
El vínculo de amor

El vínculo de pareja es el único vínculo dónde las personas co-


mienzan a discutir sobre alguna “diferencia” y terminan hablando
sobre la separación. Y es verdad, las diferencias nos recuerdan que
somos distintos — no obstante a ello— es necesario disfrutar, sor-
prendernos y acompañarnos en muchos emprendimientos y deci-
siones. Intentar estar en pareja es una oportunidad para cambiar
de lugar desde dónde vemos la vida, más que una situación para
ratificar las certezas logradas hasta el momento.

El amor para toda la vida puede existir, pero lo entiendo más


como una consecuencia que como un objetivo a cumplir. Dentro
de la experiencia “de a dos”, no hay que olvidarse del azar que a
veces provoca nuevos encuentros como rupturas.

Recuerdo una pareja amiga compuesta por un hombre y una mu-


jer de 35 años que habitaban un vínculo muy saludable, habían
advenido como padres mediante la adopción de dos hermanos.
Estaban felices hasta que sufrieron un accidente automovilístico.
Todos sobrevivieron, pero ella se golpeó muy fuerte la cabeza y
a partir de allí, comenzó con un cuadro de amnesia que se tornó
irreversible olvidándose completamente de su compañero de vida.
Su presencia, le resultaba invasiva y luego de varios años de inten-
tar acercarse, él decidió desvincularse tristemente.

No siempre existe un problema de salud para vivir un quiebre en


el vínculo ya que cualquier situación que vivimos puede conver-
tirse en un evento disruptivo que se impone y arrasa sin poder
detenerlo.

163
El enamoramiento como aparente coincidencia

No podemos obviar el fenómeno del enamoramiento cuándo nos


referimos a las parejas. Muchas personas buscan vincularse para
vivenciar ese estado sin poder o querer avanzar hacia el amor. El
amor, es alojar al otro dejando de ser una “simple visita”.

Siguiendo a Sigmund Freud, el enamoramiento es un estado de


sensación de bienestar interminable que despierta la fantasía de
omnipotencia. Muchos poetas dedican su obra a definir este enig-
mático estado de psicosis temporal dónde existe un deseo desen-
frenado de compartir la vida con el otro.

En cuestiones técnicas, Freud sugiere que en realidad esta expe-


riencia es un reencuentro con experiencias pretéritas asociadas
al vínculo con nuestros padres. En cambio, desde el psicoanálisis
vincular— podemos pensar en un encuentro auténtico con otro
con posibilidad de nuevas experiencias emocionales.

¿El reencuentro es con una imagen o con una experiencia vincular?


Me inclino por hacer foco en que la modalidad vincular originaria
deja una impronta muy difícil de remover. Quién se sintió aban-
donado/a, intentará no vivenciar esa experiencia, aunque con su
presencia excesiva obturará el desarrollo de la autonomía de sus
hijos

En parejas estables, la experiencia emocional puede quedar aplas-


tada por otras obligaciones que se asumen, el ritmo de vida y la
monotonía. Cuando se aborda una pareja consolidada en una se-
sión terapéutica y se encuentran en plena discusión, es llamativo
el cambio de humor que se provoca al preguntar: ¿Cómo se cono-
cieron? La rectificación del tono en la comunicación es inmediata
incluso el semblante físico también se relaja.

164
“Duele verte removiendo la cajita de cenizas que el placer, tras de
sí dejó…”; “... No soy yo ni tu ni nadie son los dedos miserables
que le dan cuerda a mi reloj” canta Sabina en su tema Amor se
llama el juego.

La etapa del enamoramiento es la más linda sin duda por ser un


momento muy entretenido, dónde la actitud vincular cobra su
máxima expresión. El deseo del otro es deseo de estar con el otro
todo el tiempo, una especie de imanes que se atraen.

El enamoramiento es sinónimo de acción, se realizan muchas acti-


vidades nuevas y se dejan de lado acciones estereotipadas que no
provocan ningún sobresalto en su ejecución habitual. Estar con
otro, al inicio todo es más: erotismo, diversión, encuentros, ganas
de estar con el otro/a e incluso de vivir, cuestiones que lentamente
irán desapareciendo salvo que se recurra al trabajo vincular.

Muchos autores consideran necesaria esta primera experiencia


idílica para poder armar el andamiaje necesario para avanzar ha-
cia la etapa del amor que presenta muchas desavenencias y exige
paciencia.

Veo auspicioso algunos vínculos que “comienzan mal”, con desen-


cuentros, no muy románticos y con ciertas dudas/inseguridades,
ya que podrá ser oportuno promover la seguridad psicológica al
dialogar sobre lo que va aconteciendo desde el origen. Poner en
marcha el trabajo vincular desde la fundación del vínculo, provo-
ca mayor estabilidad y menos desilusión.

Focalizarse en un aspecto encantador

Sin duda las personas solemos presentarnos con más o menos


“brillo” en una experiencia vincular. La seducción, la “venta de

165
uno mismo”, la posición y forma desde dónde uno se comunica
como el cuidado de la imagen y la correspondencia con el canon
de belleza de la época, han sido estudiados como elementos que
influyen notoriamente en la elección y mantenimiento de una pa-
reja.

El psicólogo norteamericano Edward Thorndike, considerado


como un precursor del conductismo y conocido por sus aportes
a la Psicología Educacional, escribe un interesante artículo en el
año 1920 llamado “El error constante en la calificación psicológi-
ca” dónde sitúa que el impacto de la presencia provocaba una in-
mediata asociación con atributos positivos sobre su persona. Este
fenómeno se corroboró en diferentes ámbitos y fue denominado
efecto halo y es considerado como un sesgo cognitivo dónde a par-
tir de un rasgo se percibe una totalidad. Aquí el consejo, es tener
presente que aspectos del otro nos atraen y provocan admiración,
para no dejar de hacer los planteos que consideramos pertinentes.

Necesitamos tiempo para saber en quién devendremos junto a


otro más allá de las buenas intenciones que se presenten. Nadie
quiere dañar al otro en el inicio.

Resulta esencial continuar registrado la mayor información posi-


ble sobre el otro, indagando su desempeño en los otros mundos
planteados (interno, social y virtual) como también el análisis de
la modalidades vinculares en la pirámide (ver Cap 5).

La pasión, los excesos y los celos

¿Cómo deconstruir lo que la cultura ha valorado como una carac-


terística del vínculo de la pareja durante tanto tiempo?

166
Las pasiones son formas impulsivas y excesivas de vincularidad
con algo o alguien. Esta evidencia de “irracionalidad” en un vín-
culo es habitualmente considerada como un indicador positivo
del compromiso emocional con una causa. La película argentina
“El secreto de sus ojos” encierra un enigma sobre el autor de un
femicidio, cuestión que obsesiona a los operadores judiciales que
investigan el caso. En la película se presenta una escena en un café
donde muestra a Sandoval (Guillemo Francella) conversando con
Benjamin (Ricardo Darín) sobre el perfil del homicida: “…el tipo
puede cambiar de todo, de cara, de familia, de novia, de religión,
de Dios, pero hay una cosa que no puede, cambiar de pasión”. A
partir de esta reflexión re— orientan la búsqueda por su elección
del cuadro del fútbol y logran interceptarlo en un estadio.

La pasión como expresión afectuosa asociada a la intensidad y la


perdurabilidad en el tiempo, nos remite a pensar en las elecciones
incondicionales. Pase lo que pase, se debe sostener la elección, que
generalmente en el caso del fútbol, la religión y la política sue-
len ser herencias forzadas sin lugar al consentimiento. Respecto al
amor, no podría quedar afuera como pilar de la familia para toda
la vida.

Necesidad del otro y deseo del otro

La necesidad de vinculación con una persona requiere despejar


las razones que subyacen a esta unión. Necesitar al otro nos ubica
en un lugar de indefensión, que muchas veces responde a algún
fragmento de nuestra historia de vida, dónde repetimos un mode-
lo vincular conocido. También, la situación de supervivencia o el
tránsito de una experiencia de desvalimiento social, física o emo-
cional puede ser que nos abracemos a un “cactus” simplemente
para no caer.

167
La diferencia entre el amor y la pasión según la psicoanalista Piera
Aulagnier no es un exceso emocional, sino que responden a lógicas
diferentes en función del lugar que se ocupa en el vínculo. Consi-
dera que la persona que ama pasionalmente desliga su responsabi-
lidad en la elección imponiéndose una obligación de permanecer
ahí, inclusive puede justificar con motivos absurdos su no influen-
cia en el otro. No es un problema sobre quién es la persona amada
y lo que hace, sino del lugar de poder absoluto dónde ha sido ubi-
cada. Situamos al otro en un lugar asimétrico y encontramos las
razones para ubicarnos debajo de él.

En los argumentos que sostienen al vínculo pasional encontramos


la experiencia de sufrimiento como un deber a soportar y la des-
vinculación es impensable.

Durante el enamoramiento, se sobreestima la capacidad de dar


placer de la persona elegida, como de la propia y el entusiasmo por
cada encuentro provoca un contraste significativo frente al estado
de soledad que puede ser visto como una experiencia horrible.

Ser exclusivo en el amor, es “sin salida”

En la pasión hay una injusticia vincular a detectar. El objeto o per-


sona ubicado en el lugar de admiración no registra a la persona
que lo sostiene allí, por lo que puede o bien ser reemplazada o
recibir un trato indiferente. A lo sumo, teme por perder “algo” de
su propiedad, lo que confunde a quién está subordinado.
Es decir, desde un lugar devaluado es imposible incidir en el com-
portamiento del otro por lo tanto el devenir del vínculo quedaría
librado a su interés. El poder sobre uno mismo ha sido entregado.
Por parte de quien queda “debajo del otro”, existen diversas expli-
caciones para invisibilizar el registro de esta dependencia, de un
reconocimiento que nunca será otorgado convirtiéndose en una

168
“elección ciega” que sumerge a la persona a un gradual desinterés
por su vida misma.

Todo vínculo de amor debe asignar un lugar privilegiado a las per-


sonas respecto al trato, atención y dedicación. En cambio, en la
pasión la persona ubica al otro en un lugar exclusivo de devoción,
sobreestimando sus actitudes y sus pensamientos. El protagonista
que se subordina no comprende totalmente lo que hace ya que
está empujado por la necesidad de sostener la relación a costa de
todo.

“La alienación supone una vivencia no nombrable y no percepti-


ble por el que la vive” refiere Piera Aulagnier y solo un observador
externo advierte de este fenómeno.

Se evita el encuentro con el futuro por ser siempre un presente


“estanco” sin movimientos. La incertidumbre del futuro, se reduce
al conectarse masivamente a un proyecto ya pensado por el otro
que otorga una “falsa seguridad” sobre el vínculo. Se renuncia a
pensar por uno mismo y se acepta sin objeción todo lo que el otro
propone. Es decir, en palabras de la autora, el yo se convierte en
un eco del pensamiento del otro, mera repetición, quitándose la
libertad de dudar sobre el devenir.

Los celos no son una enfermedad

Respecto al tema de los celos, diremos que es una expresión abusi-


va de afecto, que incluso en el caso de los varones logró legitimi-
dad en la historia de las parejas. En situaciones límites como en el
asesinato de una mujer, se sostuvo durante mucho tiempo la ex-
plicación de que se “mataba por amor” mediante figura penal del
crimen pasional, dónde la administración de justicia consideraba

169
—la horrorosa situación— como un atenuante. Gracias a la lucha
de los colectivos feministas y diversidades se logró visibilizar que
el delito es la expresión extrema de la mujer como propiedad del
varón.

En situaciones de desorientación vincular puede ser que no se per-


ciba el exceso aunque existe una vivencia de incomodidad, que
dejará de ser tal, si las personas hacen normal lo anormal y apagan
las “alarmas emocionales” que se activan frente a este riesgo.
Dentro de las creencias que promueven vínculos inseguros, se ob-
serva la de evitar el conflicto para mejorar la relación; también el
sentimiento de culpa de cuando estos excesos aparecen en escena
o la idea de que uno no puede hacer nada ante situaciones difíciles
propias de las parejas.

Lo que recomiendo hacer, es nunca darle a los celos un lugar en la


dinámica, ni como enfermedad, ni exceso ni nada. Ante su apari-
ción es necesario inmediatamente dialogar sobre la violencia que
subyace y acompañar —a los y las protagonistas— a desaprender
esta modalidad basada en estereotipos de género que mucho daño
han causado.

El desafío necesario para la continuidad de un vínculo no es infli-


gir dolor o someter al otro a pruebas humillantes como forma de
lealtad, sino promover el bienestar producto de la creatividad y el
entusiasmo compartido.
En los inicios del vínculo es oportuno establecer rápidamente
reglas que nos protejan de comportamientos de riesgo tanto del
vínculo como de las personas que lo habitan. De esta manera, se
hace “tope” y detiene el vínculo para re-posicionarnos desde el
discurso como un/a actor/a que defenderá la seguridad psicológica
hablando sin miedo de lo que haya que hablar.

170
La incondicionalidad, no es amor

Aquí también nos enfrentamos con otro baluarte del amor ro-
mántico: la incondicionalidad. La idea “de que el otro esté siem-
pre” o “esté para toda la vida o esté donde quiero que esté” han
subestimado la complejidad del sostenimiento de los vínculos ya
que no es cuestión de poner “piloto automático” para cumplir este
mandato, sino trabajar arduamente por y en el vínculo, sin olvi-
darse de uno mismo.

Una anécdota que me parece oportuna compartir, es la del psicoa-


nalista y pediatra inglés Donald Winnicott cuando le preguntaron
cuán presente debía estar una madre en las demandas de su hijo.
En el consejo práctico fue afirmar que el 100% de las demandas
deben ser satisfechas. Luego en su libro “Realidad y juego” afirma
que las madres no deben ser totalmente complacientes, inaugu-
rando el concepto de madre suficientemente buena. ¿Se contradi-
jo? Y pienso que no, ¿Cómo explicar a una persona que debe res-
ponder sólo el 50% de las demandas de su hijo? ¿Cómo establecer
prioridades? Sin duda él prefería que sobre atención y que no falte.
Lo que es difícil explicar en la vincularidad es la construcción de
matices.

La incondicionalidad suprime la sorpresa y no tolera el desen-


cuentro, para ello me gusta recordar un ejemplo que recurro al
dar clases. Resulta que una persona ingresa al mar en aguas tur-
bulentas sujetado a una soga que es sostenida por el guardavidas
desde la costa. Comienza adentrarse en la rompiente y verifica
con su mirada que el cuidador continue atento de su tarea. Luego
de ingresar en las profundidades, mira hacia la orilla y percibe que
el guardavidas se encuentra desatento y ha relajado la tensión de
la cuerda. La experiencia de seguridad se interrumpe y la posibi-
lidad de comunicación se restringe en medio el océano. Vínculos
seguros son vínculos mirados.

171
La media naranja

El amor como completud es un “imposible”. Se sufre por esta im-


potencia cada vez que se percibe una discontinuidad con el otro,
por lo que viviremos siempre en un plano de “aproximaciones” y
no de certezas. El amor ideal existe, pero no es posible encontrarlo
en los vínculos seguros.

En el encuentro con el otro existen una inercia que guiará nuestro


comportamiento, al estilo de un “embudo enjabonado” hacia la
fusión. Queriendo —o no— iremos perdiendo singularidad para
darle lugar al “nosotros”. Este estado de pérdida de los límites per-
sonales no siempre es del todo feliz, pero es necesario soportarlo.
Miguel Spivacow, psicoanalista dedicado a parejas nos habla de
inter-penetración de mundos singulares.

La transparencia no es seguridad psicológica

Un vínculo es seguro cuando nos invita a dialogar sin miedo. Es


importante asumir que no todo es dialogable ni todo cognoscible
ni todo compartible. Es necesario reconocer el límite para no for-
zar al/la otro/a a habitar escenas insoportables.

Existe una falsa idea de que es necesario “saber todo del otro” y
muchas parejas no pierden tiempo y se comparten las historias
con sus ex parejas, inclusive hasta imágenes y videos. Sin duda,
con el tiempo toda esta información nunca servirá para fortalecer
el vínculo sino que será fuente de malestar cuando se presenten
inseguridades o inquietudes sobre la relación.

Saber demasiado del otro como idealizarlo son extremos que de-
bemos evitar ya que erosionan las bases de la fundación del vín-
culo. Estar en un vínculo no exige transparencia u obediencia ya

172
que se alimenta la ilusión del control sobre las personas. Hablar de
la historia amorosa es hablar del deseo, y aceptar que una persona
desee más allá de uno es el desafío que pocas personas logran ma-
terializar en su devenir. No entremos en ese juego.

El otro no está dónde debe estar

Lo complejo del encuentro amoroso entre dos personas es que se


pone en juego dos formas de vincularidad, de las cuáles no hay
que emitir juicios sobre cuál será la más adecuada. De aquí se des-
prende una primera lección: aceptar la forma de amar que tiene
el otro.

El reproche es un comentario de expresión de insatisfacción frente


al comportamiento del/la otro/a que no cumple con las expecta-
tivas o con lo acordado. En la esencia del enunciado encontra-
mos el siguiente mensaje: “No hacés lo que tenés que hacer”. Este
enunciado, a veces dicho literalmente, presenta una fuerte carga
imperativa aludiendo a un deber ser en el vínculo, como si una
persona contara con un guion a cumplir y nunca fuera noticiado.
Reprochar, es jalar al otro a un escenario pre—establecido dónde
debe adquirir un rol específico.

El reproche, generalmente no es bien recibido y lo único que pro-


voca es el levantamiento de “muros” en quien se siente atacado.
Además, se experimentan amplios pensamientos de injusticia
porque todo reproche en una pareja se vive como una denuncia o
una evaluación negativa sobre la persona. Es necesario despejar si
la actitud de reproche es ocasional o crónica, y si es directamente
proporcional al reconocimiento de los comportamientos agrada-
bles que también acontecen en el vínculo. Creo que somos mejo-
res críticos que inspiradores de cambio.
En el reproche, se busca obligar al otro a que se aproxime a la idea

173
que tenemos de pareja, aunque la motivación de su estado crónico
es a partir de un sufrimiento del cuál no es posible recuperarse
fácilmente.
Nada nuevo ocurrirá de esta manera sino no logramos un clima
de interacción óptimo, dónde los reproches se transformen en
ideas para lograr mejores acuerdos.

Tarde o temprano nos enfrentaremos a la ilusión de que uno que-


da en el mismo lugar cuando no estamos presentes. La coordina-
ción y encuentro con otro requiere una desaceleración de las ac-
ciones personales, prepararse para lo que podemos denominar el
empalme con la presencia.

El reencuentro en el día, es transitar con éxito una distancia vin-


cular no disruptiva dónde las personas habitan otros espacios que
también desean sostener. El acople emocional no siempre es cer-
tero ya que existen demandas de atención de unos y otros que
pueden continuar conversando en su mundo interno, social o vir-
tual sin predisponerse al vínculo.

¿Cómo está la pareja?

Los psicoanalistas Berenstein y Puget nos orientan para hacer un


diagnóstico vincular. Debemos enfocarnos en tres dimensiones:
erotismo, cotidianeidad y proyectos compartidos. Estas acciones,
en consonancia pueden tender a la monogamia aunque no es un
estado que deba imponerse sino disfrutarse mutuamente como el
resultado de un gran trabajo compartido.

Refiere Janine Puget sobre este punto: “Lo llamado infidelidad


denuncia que las reglas de un encuadre no impiden que se esta-
blezcan otras relaciones, las que en algunos casos se vivan como
infracción a un contrato ilusorio”.

174
Sobre estas tres dimensiones logran –temporariamente— encon-
trarse las parejas, cobrando mayor protagonismo algún área en
función de la etapa que transiten como de la singularidad que la
constituye única e incomparable. De nada sirve extrapolar conse-
jos sobre dinámicas que funcionen en otras parejas.

En el inicio de un vínculo de pareja es esperable que se despliegue


la máxima expresión del erotismo, la atracción y el interés por
el otro. Con el paso del tiempo el erotismo “es pisoteado” por la
cotidianeidad y las parejas pueden volcarse hacia un polo más ra-
cional apuntalándose en la planificación de un futuro.

Existe una la frase muy significativa que ilustra lo que acontece en


algunas parejas: “nuestra sexualidad está muerta”.

Analicemos esta expresión. Cabe destacar que este enunciado re-


duce el erotismo a las relaciones sexuales, dejando de lado detalles,
gestos y formas de comunicarse que mantienen al deseo vigente.
Muchos aluden a que es por el cuerpo, la costumbre y refieren la
necesidad de estar con otras personas. En parte es comprensible
que el deseo no se agote en la elección amorosa pero nos equivo-
camos si reducimos la infidelidad a un plano corporal.

La “muerte del deseo” en la pareja alude a la falta de curiosidad,


a la incondicionalidad del vínculo y a la predecibilidad del inter-
cambio. Hablo que lo peor que puede ocurrirle a una pareja es
convertirse en una pareja aburrida.

175
La culpa no la tiene la convivencia

Es una expresión que pretende explicar un fenómeno esperable


en todos los vínculos cuando vivencian un estado de detención e
incluso de hartazgo en la interacción. ¿Te has preguntado por qué
esta experiencia no ocurre en los inicios de un vínculo de pareja?
La respuesta inmediata es porque hacen muchas actividades, se
disponen emocionalmente a compartir y existe una curiosidad in-
agotable sobre el otro. Se escucha mucho más al otro en ese tiem-
po que en la etapa del amor.

No hay nada más emocionalmente irresponsable que echarle la


culpa a la rutina. Claro, un vínculo no viene con un manual, así es
comprensible no entender que es lo que está ocurriendo.

Me gusta hablar de vinculación porque remite a una expresión que


reviste acción. Dentro del vértigo de la experiencia del encuentro
amoroso es necesario recurrir a espacios de intimidad con uno
mismo, para poder descansar y recuperarse del trabajo psíquico
que implica estar y vivir con otros. Esto implica que no todo debe
hacerse en pareja.

De esta manera se establecen etapas o momentos de equilibrio


dónde prima el bienestar conjunto, pero no por ello debe recu-
rrirse al “piloto automático”. Para que el vínculo no pierda la po-
tencialidad que guarda su esencia transformadora, es oportuno
introducir novedad desde la iniciativa personal y vincular.

La repetición de lo conocido encierra a los amantes en una zona


de confort, sin saber que son ellos los principales adherentes de
este estado. La preferencia a la conservación privilegia la predeci-
bilidad del vínculo disminuyendo cualquier desvío del carril que
requiera un gasto de energía, ya que está destinado todo el esfuer-

176
zo en la supervivencia socio—económica o en algunas situaciones
al cuidado de los hijos, quedando el vínculo de pareja subsumido
a estas acciones.

Muchas personas advierten de la desvalorización de la pareja y


advienen en un lugar de sufrimiento silencioso. El miedo a sufrir
en los vínculos, es una expresión frecuente en los inicios de los
vínculos de pareja y es acertada porque está plenamente en sin-
tonía que se aproxima a una experiencia de riesgo, inédita y sin
garantías de bienestar.

Habitar un vínculo implica asumir el riesgo de vincularnos, tole-


rar conflictos y resolver conflictos. Hablaremos de malestar en el
vínculo cuando el sufrimiento se presenta en un solo integrante
mientras que el sufrimiento vincular técnicamente deviene como
“dolor compartido”.

Mientas no se construya esta dimensión de alojar el malestar in-


dividual del vínculo, la relación quedará detenida en su capacidad
de innovación, creándose un contexto hostil, de reproches, de ma-
los tratos y de indiferencia mutua.

Los vínculos que se vuelven predecibles pierden interés. Ya hemos


dedicado algunas líneas que un vínculo sin trabajo vincular no
prospera. El paso del tiempo sólo puede ser testigo de vínculos
detenidos.

Estar vinculados sugiere un trabajo, es una actividad más frecuen-


temente subestimada y de las más complejas que se le presenta al
psiquismo ya que implica una apertura a “nueva” información,
moviliza hacia caminos no habituales y la presencia del azar, rom-
pe con muchos de los planes previstos. Claramente soportar lo
que implica estar vinculados es una señal de salud mental y no
debe confundirse con sostener vínculos a costa de todo.

177
La familia es un grupo riesgoso.

No hay experiencia más intensa que vivir en y hacer familia. Es un


pasaje donde la pareja —sea el género que sea sus integrantes—
deciden de forma natural, adoptiva o científica advenir como pa-
dres de hijo/a. A las dimensiones de los intercambios planteados
sexualidad, cotidianeidad y proyectos compartidos se le suma la
parentalidad como nueva función de cuidados y educación de los
niños que debe realizarse sin suspensión más allá de que la pareja,
continúe unida.

La familia como objeto de estudio ha sido durante mucho tiempo


“clausurada” sin posibilidad de revisar lo que ocurría dentro. La
verdad que el ideal de familia construido en el siglo XVIII fue per-
diendo envión ante las nuevas formas de habitar el mundo, dónde
el refugio en la soledad ha prescindido de compartir la vida con
los vínculos de origen como el deseo de vincularse lo “mínimo y
necesario” para sobrevivir.

Por citar algún libro bisagra sobre la vida en familia, menciono el


trabajo de la psiquiatra Argentina Irene Intebi llamado “El abu-
so sexual en las “mejores familias”. Sin duda el impacto del título
resume todo el relevamiento científico realizado especialmente,
al escuchar a las niñas y niños víctimas de abusos en el seno de
su familia. ¿Cómo puede ocurrir esto? Este es uno de los tantos
impensables que estaban alrededor de la familia dónde se creía
que las inconsistencias de lo humano no iban a jugarse “en casa”.
Desde los aportes del antropólogo francés Claude Levi—Strauss
quién analizo diversos grupos humanos en diferentes sectores
del planeta, llego a la conclusión que el ejercicio de la sexualidad
como también la agresión eran acciones que eran prescriptas y de-
bían dirigirse por fuera del grupo de convivencia.
La construcción del tabú del incesto existe hace mucho tiempo,

178
existen leyes que regulan y sancionan, pero no ha alcanzado la
legalidad para evitar la comisión de abusos sobre mujeres y niños/
as, por lo que debemos continuar visualizando y concientizando
lo que es saludable y no, dentro de una familia.

Hablar sin miedo de la sexualidad y de la agresión en la familia


es clave para quitarle el tabú y evitar la reproducción irreflexiva y
automática de prácticas parasitarias que se aprenden en silencio.
Por momentos pareciera que la sociedad tiene mayor tolerancia
a la expresión de la violencia que de la sexualidad, inclusive hasta
hace muy poco se recomendaba el uso de la fuerza para educar a
las niñas y niños.

La familia no nace, se funda

Me parece oportuno recuperar las ideas de los psicoanalistas ar-


gentinos Rodolfo Moguillansky y Guillermo Seiguer, en su libro
“La vida emocional de la familia” dónde afirman que una familia
se funda. Aquí un “baldazo de agua fría” para las parejas que esti-
man que pasar al próximo “nivel” es simplemente tomar la deci-
sión de tener hijos.

No es una continuidad del “envión” que se trae como pareja, a ve-


ces más o menos entusiasmados con la idea de ser padres. Muchas
parejas se suben a la inercia del enamoramiento para tomar deci-
siones muy rápido como la convivencia, negocios, hijos y luego
se dan cuenta que la situación es insostenible. Similar situación
acontece en las familias ensambladas.

Tampoco es un proyecto análogo a un viaje, una compra, una in-


versión, etc. ya que hablamos de un cambio de escenario vincular,
por lo tanto, de reglas de juego y una escalada en la complejidad
que hemos desarrollado en capítulos anteriores.

179
El primer ejercicio que les sugiero realizar es hacer consciente la
idea familia que se espera. Por un lado, encontraremos una fuerte
idealización de la familia de origen que servirá de modelo y exis-
ten quienes deseen continuar con el legado aprendido. Por otro
extremo, la familia de origen es percibida como el modelo no de-
seado por lo caótico, fragmentado e inclusive por el sufrimiento
vivido en la crianza. También en esta situación se idealiza la fa-
milia futura aspirando a que “sea todo lo contrario”, por lo que
se vuelcan expectativas de suma exigencia para lo que vendrá y
quitan al otro del vínculo de la participación.

De todas maneras, necesitamos para avanzar en la conversión a


una familia lograr el pasaje mental de concebir una familia ideal a
una familia posible en función de quienes la integren en un con-
texto específico.

Este proceso nunca realizado ya que las parejas suelen advenir al


“modo familia” en el momento de mayor esplendor afectivo que-
dando obnubilados y librados a la batalla entre personas que de-
sean repetir modelos o buscan materializar su deseo “de lo que
no fue” en su propia historia. Lo familiar puede convertirse en
un “botín de guerra” dónde cada uno desea imponer lo que debe
acontecer.

La familia no se explicará por la suma de las particularidades de


cada quien ni las voluntades que se tengan. El conflicto surge ge-
neralmente, por el exceso de certeza sobre el devenir.

Las familias de origen participan activamente en la fundación de


una nueva familia, incluso obstaculizan el proceso con su “bue-
na voluntad”. Es sin duda la principal experiencia vincular desde
dónde se toman los primeros formatos, y cada familia presenta
aspectos visibles y consensuados por todos, pero también, existen

180
secretos, tabúes y aspectos “silenciados”. Es necesario registrar que
escenas, situaciones componen la dimensión de la desmentida, lo
que no hay que hablar o lo que no se puede mencionar. En caso
de hacerlo, verán como rápidamente todo el grupo reacciona vio-
lentamente y visceralmente expulsando aquel intento de enuncia-
ción. Sugiero visualizar y evitar ser el “chivo expiatorio” de encar-
nar el rol de quién saque “la basura debajo de la alfombra”. Nada
cambiará y será ubicado injustamente, en la persona disruptiva
del grupo.

Romper con el malentendido de que hablamos de lo mismo es


esencial para formar una familia. Los ritos de pasaje colaboran en
acompañar la fundación (casamientos, festejos por convivencia,
inauguración del nuevo hogar, etc.) porque sugieren por un lado
una novedad, característica intrínseca a los vínculos y, por otro
lado, un corte con las familias de origen.

La realidad socio-económica y la organización de los hogares ha


invitado a participar a los padres u otros familiares en la vida de
jóvenes que se sumergen en la desafiante vida en familia, provo-
cándose interferencias y ruidos sobre lo que se debe hacer en fa-
milia.

Alianzas inconscientes

La presencia del otro nos provoca una interferencia, un “exceso”


de información que impacta en los canales de percepción, siendo
imposible un registro mental como si fuera de una copia. Exis-
te información que no percibimos conscientemente, que tendrá
efectos posteriormente. No todo se procesa en tiempo real, por
lo que debemos estar atentos a lo que surja en el vínculo y por el
vínculo en nosotros.

181
Los vínculos y especialmente los de pareja se sostienen por lo
creen acordar, pero también por aquello que inconscientemente
prefieren no hablar. Este fenómeno se llamó alianzas inconscientes
y tienen igual o más injerencia en la regulación del vínculo.

Muchos vínculos tienen contenidos que quedan vedados, y hablar


de ellos permite complejizar la comprensión de lo que acontece
en él cuando no, se provocan grandes conflictos. Existen muchos
desencuentros por evidenciar la “no coincidencia” sobre lo que
pensamos del otro y lo que el otro piensa de él. No conocemos al
otro, sólo armamos una imagen de lo que es tolerable pensar sobre
el otro. Las alianzas nos evitan pasar malos momentos, aunque
también nos sumerge en una zona de predecibilidad aburrida y sin
riesgos.

También agregaría el aspecto temporal y dinámico a la pregunta.


¿Por qué elegimos a las personas en un determinado momento?
Es importante reconocer que las elecciones se realizan desde una
posición no siempre estable y en una etapa de la vida. No es me-
nor el contexto dónde se construyen los vínculos.

Es más fácil volver a lo conocido, escuchar la música conocida,


volver a sentir las emociones conocidas que abrir la puerta a lo
desconocido y poner en marcha el sistema mental para una nueva
aventura.

182
Índice

Razones para una psicología comunitaria 7


Introducción. Los vínculos: una materia pendiente 11
Capítulo 1. El vínculo con los padres 21
Capítulo 2. Aprendiendo a vincularnos. 39
Capítulo 3. Asumir el riesgo de vincularnos. 65
Capítulo 4. Los vínculos desde la complejidad. 97
Capítulo 5. Escenarios vinculares posibles. 119
Capítulo 6. Reconociendo vínculos seguros. 131
Capítulo 7. El vínculo de pareja. 157
La segunda edición de este libro
se terminó de imprimir
en abril de 2022,
en Buenos Aires, Argentina.

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