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Materia: Historia. 3°.

Profesora: Silvana Satti.

Las Provincias Unidas tras la Independencia.


El derrumbe del gobierno central en 1820 como consecuencia del enfrentamiento entre
Buenos Aires y el Litoral colocó en el centro de la escena política a los caudillos provinciales.
Los caudillos eran jefes militares que tomaron en sus manos los gobiernos de sus
provincias en situaciones de emergencia. Algunos habían luchado en las guerras de la
independencia, otros, eran grandes hacendados. Todos mostraban una gran capacidad de
liderazgo y ejercían una gran influencia sobre los trabajadores de las zonas rurales; es decir,
su base de poder se hallaba en las masas rurales, a las que integraban políticamente en sus
milicias. Las elites urbanas delegaron su poder en los caudillos, y resignaron la posibilidad
de gobernar a cambio de seguridad para sus negocios y autonomía para sus provincias.
Como consecuencia, el eje de poder político pasó de la ciudad al campo.
UNITARIOS Y FEDERALES.
En los debates constitucionales de 1819 se enfrentaron dos grupos que expresaban
diferentes puntos de vista sobre la forma de organizar el país: los unitarios y los federales.
Si bien los unitarios eran mayoría en Buenos Aires, y los federales en las provincias del
Interior, en ocasiones podía darse la situación inversa.
Los unitarios impulsaban la formación de un gobierno central que concentrara el poder
político por encima de los intereses provinciales. Creían que la legitimidad del Estado
provenía de la soberanía popular, a la que consideraban única e indivisible.
Los federales, en cambio, defendían la autonomía de las provincias: según ellos, cada una
debía ejercer el derecho de redactar sus constituciones, dictar sus leyes y elegir sus
gobernantes. A su vez, pensaban que la mejor forma de gobierno era la confederación, una
asociación de provincias autónomas sin una autoridad centralizada.

DE INTENDENCIAS VIRREINALES A PROVINCIAS SOBERANAS.

La caída del Directorio dejó un espacio que de inmediato fue ocupado por un conjunto de
provincias que siguieron declarándose unidas, aunque, solo lo estuvieron mediante la firma
de pactos y tratados entre ellas; solo reconocían como vínculo común entre toda la
delegación en Buenos Aires del manejo de las relaciones exteriores. Poco a poco, las
capitales de provincia se fueron organizando como unidades políticas soberanas e
independientes. Los nuevos Estados provinciales se dedicaron, entonces, a organizarse
internamente: dictaron sus constituciones, crearon sus instituciones de gobierno y
elaboraron sistemas electorales para elegir a sus gobernantes.
Las provincias que existían a comienzos de la década de 1820 eran muy distintas de las
actuales. Se trataba de unidades territoriales que habían formado parte del régimen de
intendencias instaurado por los Borbones, conformadas por las ciudades más importantes
del interior y las zonas rurales que las rodeaban. Luego de la independencia, su estructura
y sus límites territoriales se fueron modificando.
NUEVAS INSTITUCIONES.

La implantación del régimen republicano y representativo basado en la soberanía


popular fue seguida por la creación de las autoridades de gobierno.
En cada provincia, el Poder Ejecutivo quedó a cargo de un gobernador, y el Poder
Legislativo, en manos de una Legislatura unicameral, la sala de Representantes. Además,
se fueron suprimiendo los Cabildos, instituciones heredadas del régimen colonial. Durante
algún tiempo, las nuevas Legislaturas convivieron con ellos.
Una importante diferencia entre ambas instituciones es que mientras los Cabildos
representaban los interese de las élites urbanas, las Salas de Representantes estaban
integradas por representantes del campo y de la ciudad, elegidos mediante el voto universal.
La organización de las provincias autónomas también se dio en materia económica. Casi
todas ellas organizaron nuevos sistemas de recaudación de impuestos, y, con el fin de
obtener recursos para las arcas estatales, instalaron aduanas en sus territorios.
Buenos Aires y la “feliz experiencia”.

La caída del Directorio provocó en Buenos Aires una grave crisis política, caracterizada por
una gran inestabilidad. La provincia había quedado dividida en dos facciones enfrentadas:
los unitarios, antiguos partidarios del Directorio, querían hacer prevalecer los intereses de
la ciudad sobre los de los sectores rurales; los federales, aliados de los caudillos del Litoral,
veían con buenos ojos el sistema confederal.
Luego de la derrota de Cepeda, el gobierno de la provincia quedó a cargo del Cabildo que
designó una Junta de Representantes que debía elegir un gobernador. La elección recayó en
Manuel de Sarratea, a quién se le encomendó la firma de la paz con Santa Fe y Entre Ríos.
Esta se concretó el 23 de febrero de 1820 con la firma del Tratado del Pilar. Entre varias
cuestiones, este tratado estableció que, en el futuro, los representantes de las provincias
debían reunirse para sancionar una constitución de carácter federal. Asimismo, Buenos
Aires aceptaba la libre navegación de los ríos, para que pudieran ingresar en aguas del
Litoral las naves europeas y evitar así que los productos litoraleños tuvieran que pasar por
la Aduana de Buenos Aires.
A partir de entonces, Buenos Aires vivió una situación de profunda inestabilidad política:
entre febrero y septiembre de 1820 se sucedieron diferentes gobernadores, impuestos por
Cabildos Abiertos, asambleas populares y levantamientos militares. La pacificación recién
se logró en septiembre, cuando se produjo la intervención de las milicias de campaña,
comandadas por Martín Rodríguez y Juan Manuel de Rosas. El 26 de septiembre de 1820,
la Junta de Representantes de la provincia eligió gobernador a Rodríguez. En octubre, el
nuevo gobernador derrotó a las tropas del federalismo porteño y consagró a Buenos Aires
como provincia autónoma.
Se inició, entonces, un ambicioso plan de reformas apoyado por el boom de las
exportaciones agropecuarias. Así comenzó la etapa que algunos contemporáneos
denominaron la “feliz experiencia”, un período de estabilidad política y bonanza
económica que se extendió a lo largo de cuatro años, entre 1820 y 1824.
La principal preocupación del gobernador Martín Rodríguez era apaciguar la conflictividad
política de Buenos Aires, en tanto, la de su ministro de gobierno Bernardino Rivadavia fue
la de modernizar la provincia. Para cumplir este objetivo, Rivadavia emprendió un vasto
programa de reformas políticas, jurídicas, religiosas y educativas.
La construcción de ciudades y el avance de la frontera en la
provincia de Buenos Aires (Siglo XIX).
Luego del quiebre del orden colonial y de la declaración de la independencia en 1816, la
importancia económica que había adquirido Buenos Aires y su puerto, impulsó a la elite
criolla porteña como la heredera en la construcción de un nuevo orden social, político y
territorial. Hasta 1820 las relaciones con los pueblos indígenas se habían mantenido en una
relativa paz, sin embargo, la crisis política desatada ese año –resultado de la derrota de
Buenos Aires en la batalla de Cepeda que desembocó en la conformación de estados
regionales autónomos– hizo que reapareciera la violencia en las áreas que se habían
mantenido fuera del control virreinal: las fronteras con Chaco, la Araucanía, las pampas y
Patagonia. En el caso de Buenos Aires, la reorientación de la economía porteña generó la
necesidad de obtener nuevas tierras, por ello el gobierno puso su mirada en aquellas que
cruzaban el límite con el Río Salado, territorios ocupados ancestralmente por los pueblos
originarios.

Las relaciones entre las elites criollas y los pueblos indígenas en la frontera
pampeana.
El sistema defensivo creado a través de una serie de fuertes y fortines y una fuerza regular
de blandengues estabilizó a Buenos Aires de las incursiones de los pueblos indígenas dando
lugar a relaciones pacíficas y a contener el avance de ambos lados. Un arco que iba desde el
Río de la Plata a San Carlos en Mendoza constituyó la frontera reconocida por los pueblos
originarios.
Durante la segunda mitad el siglo XVIII las relaciones se habían intensificado
principalmente a través del comercio; grupos reducidos de indígenas conducidos por un
cacique, con algunos guerreros y mujeres cruzaban regularmente con pieles y cueros,
artículos de talabartería, tejidos, plumas de avestruz y sal para ser intercambiados por telas
livianas, harinas, azúcar, yerba mate, etc. También algún vendedor se aventuraba a las
tolderías con mercancías para hacer negocios. Estas relaciones convenían a la economía
colonial.
Sin embargo, la reorientación de la economía porteña a la ganadería extensiva a partir de
1820, creó la competencia por tierras y ganados. Por ello la campaña de Martín Rodríguez,
gobernador de Buenos Aires, hacendado y hombre vinculado a la frontera, fue el primer
intento de correr la frontera. En esta campaña llegó a la fundación del Fuerte Independencia
en 1823 en la actual ciudad de Tandil.

Tandil

Martín Rodríguez, el gobernador de la provincia de Buenos Aires que fundó el


Fuerte Independencia.

Durante la Campaña de Martín Rodríguez, dieciséis caciques, firmaron con la provincia, el 7


de marzo de 1820, el Pacto de Miraflores, en el actual partido de Maipú.
Se estimó una línea de frontera en que ningún habitante podía internarse en el territorio de
los indios, y que los caciques debían devolver la hacienda robada que estaba en la sierra a
la Estancia “Los Miraflores”. Dicen que el pacto fue roto cuando atacó el malón. Luego de las
campañas, la población originaria fue desapareciendo, pero se conservan los corrales con
piedra superpuestas formando murallas de hasta dos metros de altura y cien metros de
largo, además las “pircas” que dividían potreros.

El Gobernador Martín Rodríguez, decidido a abandonar la política amistosa plasmada en


inocuos e inefectivos tratados de paz con los indígenas que “maloqueaban” sobre los
poblados del sur de la provincia de Buenos Aires, en febrero de 1823, comenzó a organizar
una expedición en San Miguel del Monte, con la intención de establecer una línea de fortines
en el sur de la provincia.
La expedición que estaba compuesta por 2.500 hombres, 250 carretas y 7 piezas de
artillería, partió desde la ribera sur del río Salado, a la altura de San Miguel del Monte en
marzo de 1823 y el 4 de abril de ese año, en un paraje conocido como “Tandil”, comenzaron
la construcción de un Fuerte, el llamado Fuerte Independencia.
Estaba ubicado en las cuatro manzanas en las que se levantan hoy la Escuela 1, la Iglesia
Matriz, la Municipalidad y su anexo el Palacio Martín Rodríguez, ex Banco Hipotecario, el
Colegio San José, la Comisaría Primera, el Templo Danés, entre otros importantes
establecimientos y edificaciones de la esfera pública y privada, en un radio comprendido
por las calles Rodríguez- Belgrano- Chacabuco- 25 de mayo.
De inmediato se levantaron las primeras casas de piedra, barro y paja destinadas a la
guarnición y a los escasos pobladores. Para su protección, el fuerte fue rodeado por un foso
de 4,33 metros de ancho por 5 metros de profundidad. El formato era el de una gran estrella.
En cuanto a las construcciones internas, pueden mencionarse la Comandancia, la Mayoría,
la Capilla, una cocina, tres cuadras para los oficiales y la tropa, un hospital y un corral.

Desde allí, su fundador despachó una carta dando cuenta de su empresa y entre otros
párrafos dice: «Campos hermosos, extendidos y quebrados, pastos fuertes y abundantes,
aguadas de un gusto exquisito, permanentes por todas partes, lugares privilegiados para
todo ramo de agricultura y fruto; sitios aparentes para establecer pueblos defendidos de los
vientos más incómodos, y poca costa. Fácilmente defendible de los ataques de la indiada y
en una ubicación privilegiada, para intentar el comercio en paz con éstos, son los elementos
que presenta reunidos la nueva fortaleza y su ubicación en la frontera”.
El general Rodríguez [...] se entusiasma con el futuro de este emplazamiento y pone de
manifiesto sus temores de que las diferentes clases productoras del país desaprovechen una
proposición que les facilite, no sólo los medios de concurrir a sus necesidades, sino también
la de engrandecer su fortuna, de un modo que puedan, en un corto tiempo, competir con las
primeras de la provincia en su clase».
La instalación de este Fuerte, provocó el rechazo de los indígenas, que, como primeros
habitantes de la región, se sentían dueños legítimos de las tierras que ocupaban y
reaccionaron violentamente ante el avance de los blancos, llevando a cabo nuevos y trágicos
malones sobre los poblados de la región. Los malones sembraron el terror en la campaña y
amenazaban a los pueblos cercanos a Buenos Aires, mediante el saqueo, la muerte y la
captura de mujeres, hombres y chicos, hasta que, envalentonados sus capitanejos, se
atrevieron a realizar una invasión devastadora que llegó hasta las puertas del Fuerte
Independencia, pero fueron rechazados por la guarnición del recientemente fundado
Fuerte, lográndose así su apaciguamiento.
El 4 de abril de 1823, el mismo coronel Rodríguez, reubicando a los numerosos pobladores
que, en territorios adyacentes, habían sido saqueados y despojados por la “indiada”, fundó
la ciudad de Tandil, único baluarte civilizado de la frontera, hasta que, en 1828, se estableció
un fuerte en Bahía Blanca. Pero a pesar de los peligros que ofrecía vivir en la frontera, este
pequeño poblado fue creciendo lentamente y el primer censo realizado en 1853 por el
alcalde Regino Barbosa dio un total de 627 habitantes, entre los que se contaban 15
españoles, 14 franceses, 6 dinamarqueses y 5 ingleses. En 1870 se estableció una colonia
danesa y en 1895 Tandil obtuvo su título de ciudad.
El poblado fue fundado por recomendación del coronel Pedro Andrés García quien vio la
necesidad de crear dos fuertes, uno en la sierra del Volcán y otro en las sierras de Tandil,
dando inicio al camino que la uniría con Carmen de Patagones. En la práctica, el principal
objetivo de la expansión de la frontera tenía como fin hacer efectiva la soberanía de la
provincia y expandir la zona de explotación ganadera. Hacia fines de su mandato hizo una
segunda campaña, en la que llegó cerca de la actual Bahía Blanca, pero no logró casi nada
más. Entre 1823 y 1875 sufrió Tandil, casi constantemente, contraataques de parte de los
indios pampas y de los ranqueles. […].

Imagen de El Eco de
Tandil tomada de
Wikimedia
Commons.
Nuevo intento de Unificación.
Cuando el gobernador Martín Rodríguez llegó al final de su mandato en 1824, la Sala de
Representantes bonaerense designó para sucederlo a Juan Gregorio de Las Heras. Una de
sus primeras decisiones fue invitar a las provincias a reunirse en un Congreso y, sancionar
una Constitución.
El Congreso inició sus sesiones en diciembre de 1824 y en 1825 sancionó la llamada Ley
Fundamental. En ella, las provincias expresaban su voluntad de lograr la unificación del
país y la sanción de una Constitución. Hasta que eso ocurriera los Estados provinciales
seguirían gobernándose por sus propias instituciones. Por otro lado, delegaban en el
gobierno porteño el manejo de las relaciones exteriores. La Ley también expresaba que,
para poder entrar en vigencia, la futura constitución debía ser aprobada por todas las
provincias. Si alguna considerara que era contraria a sus propios intereses podría
rechazarla y permanecer fuera de la unión.
Los años de la hegemonía rosista.

Consumada la disolución del gobierno nacional en 1827, las


provincias volvieron a ser autónomas. A partir de entonces,
la violencia que adquirieron los enfrentamientos entre
unitarios y federales sumergió al país en una guerra civil que
parecía no tener fin. Durante esos años, el centro de la
escena política del país fue ocupado por el estanciero Juan
Manuel de Rosas, que gobernó la provincia de Buenos Aires
durante 1829- 1832 y 1835- 1852.
Durante ese período, Rosas aprovechó la causa del
federalismo para imponer su proyecto político sobre el resto de las provincias.

La violenta lucha por el poder entre unitarios


y federales porteños, también se dio en las
provincias del Interior. Mientras Rosas se
convertía en gobernador y afianzaba su
poder en Buenos Aires, los unitarios del
Interior, liderados por el general cordobés
José María Paz, intentaron extender su
dominio territorial. En poco tiempo, las
fuerzas de Paz lograron ocupar algunos
distritos del oeste y del norte del país. A
mediados de 1830, las provincias
gobernadas por unitarios conformaron una
alianza militar llamada Liga del Interior o
Liga Unitaria. Luego de retirarle a Buenos
Aires el manejo de las relaciones exteriores,
la Liga le entregó el mando militar al general
Paz y se comprometió a organizar el país
mediante la sanción de una constitución
unitaria.
Frente a la conformación de la Liga, el 4 de marzo de 1831, Buenos Aires, Santa Fe y
Entre Ríos firmaron el Pacto Federal. (Corrientes adhirió más tarde). Se trataba de
una alianza defensiva y ofensiva, cuyos integrantes se garantizaban ayuda mutua en
el caso de que alguno de ellos sufriera un ataque interno o externo. El pacto también
aludía a la futura convocatoria de un Congreso Constituyente que debería tratar la
organización del país bajo los principios del federalismo.
Luego de otorgarle el mando de las fuerzas militares a Estanislao López, los
federales iniciaron acciones contra la Liga. En el oeste, la ofensiva estuvo a cargo de
Quiroga, que logró restablecer el control federal sobre las provincias de Cuyo. Fue
entonces cuando el general Paz, sorprendido por tropas de López, fue tomado
prisionero. La captura del líder unitario fue el golpe de gracia para la Liga, que se
desmoronó rápidamente.
Alejado del gobierno, Rosas se reincorporó a su puesto de comandante de milicias y
emprendió la organización de la llamada Campaña al “Desierto” para asegurar la
línea de frontera al sur del Río Salado. Financiada por la provincia y los estancieros
bonaerenses preocupados por la amenaza indígena sobre sus propiedades.
Rosas combinó durante la campaña la conciliación con la represión. Pactó con los
Pampas y se enfrentó con los Ranqueles y la Confederación liderada por Juan Manuel
Calfucurá.
Según un informe que Rosas presentó al gobierno de Buenos Aires a poco de
comenzar la campaña, el saldo fue de 3200 indios muertos, 1200 prisioneros y se
rescataron 1000 cautivos blancos.
El éxito obtenido por el Restaurador en la campaña aumentó aún más su prestigio
político entre los propietarios bonaerenses, que incrementaron su patrimonio al
incorporar nuevas tierras y se sintieron más seguros con la amenaza indígena
controlada.
Mientras Rosas estaba en la Campaña, en la ciudad de Buenos Aires se produjo una división
entre los federales, que afectó seriamente el ejercicio del poder. El grupo organizado por
Rosas y su esposa, Encarnación Ezcurra, denominado de los federales netos o apostólicos,
mantuvo su lealtad al gobernador saliente. El otro sector era el de los federales liberales o
doctrinarios, apodados cismáticos o lomos negros por sus adversarios; querían
organizar la provincia por medio de una constitución y la vigencia plena del sistema
representativo republicano y se oponían al liderazgo de Rosas.
El Segundo Gobierno de Rosas.
En 1835, la situación de las Provincias Unidas del Río de la Plata se agravó, cuando Facundo
Quiroga, aliado de Rosas, fue asesinado. Esta noticia conmovió a la sociedad, que empezó a
pedir mayor seguridad. En Buenos Aires, el deseo de un gobierno fuerte llevó a la renuncia
de Maza y a la elección de Rosas como gobernador. Para que éste aceptara el cargo, la
Legislatura le concedió nuevamente las facultades extraordinarias y, además, la suma del
poder público. Estos poderes significaban que el gobernador tenía atribuciones para
sancionar leyes sin el acuerdo de la Legislatura, hacerlas aplicar, administrar justicia y
castigar a quienes no cumplieran la ley. Se mantuvo el control de la opinión pública y la
represión de los disidentes políticos.
Además, se aplicó la censura a la prensa política, se excluyó a los opositores de los cargos
públicos y, en ocasiones, se apeló al terror para reducir el activismo político de las elites.
La economía en tiempos de Rosas.

Durante la época de Rosas continuó el predominio económico de Buenos Aires sobre el resto
de las provincias. Este se basó en el desarrollo ganadero, en el control porteño de su aduana
y de la navegación de los ríos interiores. Los crecientes perjuicios que esto ocasionaba en
las economías provinciales llevaron a la promulgación de una Ley de Aduanas en 1835.
La sociedad en tiempos de Rosas.

El régimen rosista creó una sociedad con valores como el orden, la propiedad y la seguridad,
opuestos a la anarquía y la violencia de los unitarios. La imposición de los símbolos
federales, como la utilización de la cinta color rojo punzó, no impidió la aparición de
disidencias políticas y culturales, como ocurrió con la Generación del 37.
Conflictos externos y rebeliones internas.

Rosas mantuvo durante gran parte de su mandato excelentes relaciones con los
comerciantes británicos y su gobierno.
Francia no había obtenido de Rosas un tratado comercial como el que Inglaterra había
conseguido de Rivadavia. Los ciudadanos franceses no estaban exentos de hacer el servicio
militar como los británicos. Rosas, además había encarcelado a varios franceses acusados
de espionaje.
Se produce un conflicto diplomático y las naves francesas que estaban estacionadas en el
Río de la Plata, bloquearon el puerto de Buenos Aires a fines de marzo de 1838.
El bloqueo se mantuvo por dos años generando una obligada política proteccionista, más
allá de la Ley de Aduana y produjo ciertas grietas en el bloque de poder. Los ganaderos del
Sur de la provincia se rebelaron contra Rosas ante la caída de los precios de la carne y las
dificultades provocadas por el cerco francés al puerto.
Durante el bloqueo se reanudó la guerra civil. Lavalle, con el apoyo francés, invadió Entre
Ríos y Santa Fe pero fracasó en su intento de tomar Buenos Aires por carecer de los apoyos
necesarios y debió marchar hacia el Norte.
En octubre de 1840, finalmente por tratado Mackau – Arana, Francia pone fin al bloqueo. El
gobierno de Buenos Aires se comprometió a indemnizar a los ciudadanos franceses, les
otorgó los mismos derechos que a los ingleses y decretó una amnistía.
Concluido el conflicto con Francia, Rosas limitó la navegación de los ríos Paraná y Uruguay.
Bloqueó el puerto de Montevideo y ayudó a Oribe a invadir el Uruguay y a sitiar la capital
en 1843.
Estas actitudes de Rosas afectaron los intereses de los comerciantes y financistas
extranjeros.
En 1845, el puerto de Buenos Aires fue bloqueado nuevamente, esta vez por una flota anglo-
francesa.
A pesar de la heroica resistencia de Lucio N. Mansilla y sus fuerzas, en la Vuelta de
Obligado, una flota extranjera rompió las cadenas colocadas de costa a costa y se adentró
en el Río Paraná.
El bloqueo no sólo afectaba los intereses de los extranjeros, también perjudicaba a los
estancieros del Litoral que no podían navegar libremente por el río Paraná y debían
comerciar sus productos por el puerto de Buenos Aires, entre los afectados estaba Justo José
de Urquiza, que gobernaba la provincia de Entre Ríos desde 1841.
Los ingleses levantaron el bloqueo en 1847 mientras que los franceses lo hicieron un año
después.

La firme actitud de Rosas durante los bloqueos


le valió la felicitación del General San Martín y
un apartado especial en su testamento: «El
sable que me ha acompañado en toda la guerra
de la independencia de la América del Sur le
será entregado al general Juan Manuel de
Rosas, como prueba de la satisfacción que,
como argentino, he tenido al ver la firmeza con
que ha sostenido el honor de la República
contra las injustas pretensiones de los
extranjeros que trataban de humillarla.»
La caída de Rosas.

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