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CONTROVERSIA DE LA HUMANAE VITAE

La voz del Papa no buscaba satisfacer la opinión de los hombres, ni quedar bien;
no quería decir lo que todos querían escuchar sino ser más bien intérprete
auténtico de la conciencia y, por ende, de lo que Dios dice a cada hombre sobre
algo tan íntimo como puede ser la propia sexualidad. La voz papal rompió un
concierto monocorde y monótono que estaba empeñado en mimetizarse con la
visión dominante sobre la sexualidad.
El clamor del Pontífice iba contracorriente y sufrió un doloroso rechazo, no solo
de los medios laicistas, secularizados o de ambientes hedonistas, sino también, y
es quizá lo más triste, en el seno de la Iglesia. En efecto, a partir de su
publicación se difundió el “disenso”, es decir, la desobediencia a las enseñanzas
oficiales del Magisterio por motivos de conciencia. El efecto que ello ha tenido
para la vida de la Iglesia ha sido devastador, pues supuso el surgimiento de una
forma de catolicismo selectiva respecto de las enseñanzas y doctrinas que
adoptaba o no; una especie de religiosidad a la carta, que ha dado lugar al
extendido fenómeno de personas católicas que no tienen una mente católica.
El Beato Pablo VI sufrió una presión fuertísima, no solo por parte de la cultura
imperante, sino también de sus mismos colaboradores eclesiales para legitimar
los métodos anticonceptivos. Sin embargo, prefirió “agradar a Dios” en lugar de
“agradar a los hombres”, descubriéndoles a estos últimos la elevación moral que
pueden alcanzar con la ayuda de la gracia, advirtiéndoles de la espiral de
consecuencias que se seguiría de tomar el camino fácil. El ahora beato y
próximamente santo se daba cuenta perfectamente de cómo estaba el panorama,
por ello hizo un llamamiento a sacerdotes, profesores de moral y obispos, para
cerrar filas en torno al Magisterio, pues era consciente de que iba contra la moda
imperante. Su llamado no encontró el eco esperado y fue la última encíclica que
publicó.
¿Cuál fue la piedra de escándalo que suscitó ese vendaval doctrinal? Pocas líneas
causaron gran alboroto: “La Iglesia (…) enseña que cualquier acto matrimonial
debe quedar abierto a la transmisión de la vida”. ¿Por qué? “Esta doctrina (…)
está fundada sobre la inseparable conexión (…) entre los dos significados del
acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador”. En
consecuencia, “queda excluida toda acción que, en previsión del acto conyugal, o
en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga,
como fin o como medio, hacer imposible la procreación”. Es decir, el Papa
señaló que el uso de anticonceptivos es gravemente desordenado, constituyendo
así una falta grave.
El paso de medio siglo nos ha mostrado cómo, lamentablemente, en muchas
ocasiones se ha ignorado su doctrina, cuando no ridiculizado o caricaturizado.
Pero también, medio siglo de perspectiva nos muestra cómo tuvo razón, y fue
profeta por prever con clarividencia lo que después sucedió. Esas consecuencias
son ahora una dolorosa realidad: la proliferación de la infidelidad conyugal, la
pérdida de respeto por la mujer convirtiéndose en “simple instrumento de goce
egoísta”, o que los gobernantes terminen por intervenir de manera abusiva en
“el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal.”
Actualmente, es poco menos que incomprensible la postura papal. Se desconoce
su marco de referencia, el cual consiste en valorar al matrimonio como una
vocación en el seno de la Iglesia, un llamado a la plenitud de la vida cristiana,
es decir, a la santidad. Supone una visión tremendamente elevada del sexo, la
corporeidad y la unidad de la persona. Entiende que esta visión tiene hondas
consecuencias morales y sociales. Cuando nos sorprendemos por la proliferación
de horrendos crímenes de índole sexual, deberíamos preguntarnos si no se
hubieran podido evitar de raíz si hubiésemos tomado más en serio la invitación
de la Humanae vitae. Otros, quizá, encuentran atractiva su propuesta, pero
utópica e irreal. Efectivamente, considerada aisladamente parece serlo, pero se
olvida que forma parte de un todo, de la totalidad de la vida cristiana, la cual
cuenta tanto con la condición frágil del hombre como con la ayuda divina,
particularmente con el poder de la oración y del sacramento de la Confesión.

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