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CANTAR DE MÍO CID.

SELECCIÓN

Estos son los primeros nueve versos de la primera obra literaria en castellano. Sí, sí,
en castellano; porque, aunque te resulte difícil de creer y entender, así se hablaba en el siglo
XIV, que es cuando Per Abbat lo copia. Así que imagínate cómo sería en el siglo XII, que
es cuando se compone.
De los sos oios tan fuerte mientre lorando
Tornaua la cabeça e estaua los catando:
Vio puertas abiertas e vços sin cannados,
Alcandaras uazias sin pielles e sin mantos,
E sin falcones e sin adtores mudados.
Sospiro Myo Çid ca mucho auie grandes cuydados.
Ffablo Myo Çid bien e tan mesurado:
Grado a ti Sennor Padre que estas en alto,
Esto me an buelto myos enemigos malos.

Te explico un poco de qué va:


El poema trata de las hazañas de Don Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador.
Nuestro héroe cae en desgracia del rey Alfonso VI, es desterrado de Castilla y debe
abandonar su hogar, a su mujer, doña Jimena, y a sus hijas, doña Elvira y doña Sol. Este es
el momento que recogen los versos de arriba. Entonces parte hacia Valencia, acompañado
de su colega Alvar Fáñez y un pequeño ejército. Por el camino encuentra tierra de moros
que va conquistando poco a poco. De cada conquista manda al rey un regalo, hasta que
consigue su perdón. El mismo rey concierta las bodas de las hijas del Cid con los Infantes
de Carrión. Después de las bodas, y de regreso a Castilla, los muy capullos de los maridos
las abandonan en el robledal de Corpes ,tras violarlas y atarlas a unos árboles. El Cid, un
pelín cabreado, pide justicia al rey y venga la ofensa. Finalmente, las niñas contraen nuevos
matrimonios con los Infantes de Navarra y Aragón y nuestro héroe se convierte en el
suegro de futuros reyes.

En el siguiente texto, una niña de nueve años, en la puerta de su casa, intenta


explicar a Don Rodrigo que no pueden darle cobijo porque el rey ha amenazado con
despojar de todos los bienes, incluidos los ojos, a quienes lo ayuden en su partida. Observa
la labia de la niña y piensa si el fragmento es realista.
Lo albergarían con gusto, pero ninguno osaba:
del rey don Alfonso, tan grande era la saña.
A1 atardecer, a Burgos llegó de él una carta
con gran sigilo, y fuertemente sellada,
con orden de que al Cid nadie le diera posada.
Y que el que se la diese, supiera que se arriesgaba
a perder sus haciendas, y aun los ojos de la cara,
y aun, además, los cuerpos y las almas.
Gran pesar tenían las gentes cristianas;
se esconden de mio Cid: no osan decirle nada.
El Campeador se dirigió a su posada,
y al llegar a la puerta, la halló bien cerrada:
por miedo al rey Alfonso, así la dejaran;
ellos no la abrirían, si él no la forzaba.
Los guerreros del Cid con grandes voces llaman;
los de dentro, no les contestan palabra.
Espoleó el Cid su caballo, a la puerta se llegaba,
sacó el pie del estribo, y le dio una patada.
No se abre la puerta, pues está bien cerrada.
Una niña de nueve anos, a sus ojos se mostraba:
-„¡Tente, Campeador, que en buena hora ciñes espada!
El rey lo ha prohibido: de él entró anoche una carta,
en gran sigilo y fuertemente sellada.
No osariámos abriros ni acogeros por nada.
De hacerlo, perderíamos haciendas y casas,
y aún, además, los ojos de la cara.
¡Cid, en nuestro mal, vos no ganaréis nada!
Dios Creador os valga, con todas sus virtudes santas.“
Esto dijo la niña y volvióse para casa.
Bien ve el Cid que, del rey, ya no tiene la gracia.
Marchóse de la puerta, y por Burgos entraba,
llegó a Santa María, allí descabalgaba.
Se hincó de rodillas, de corazón rogaba.

El siguiente fragmento es la descripción de una batalla. Vemos aquí el lado guerrero


del Cid, que lucha incansable contra los moros para subsistir y obtener el perdon del rey.
Nótese la crudeza de la descripción.
Se ponen los escudos ante sus corazones,
y bajan las lanzas envueltas en pendones,
inclinan las caras encima de los arzones,
y cabalgan a herirlos con fuertes corazones.
A grandes voces grita el que en buena hora nació:
-„¡Heridlos, caballeros, por amor del Creador!
¡Yo soy Ruiz Díaz, el Cid, de Vivar Campeador!“ [...]
Allí vierais tantas lanzas hundirse y alzar,
tantas adargas hundir y traspasar,
tanta loriga abollar y desmallar,
tantos pendones blancos, de roja sangre brillar,
tantos buenos caballos sin sus dueños andar.
Gritan los moros: „¡Mahoma!“; „¡Santiago!“ la cristiandad. [...]
A Minaya Alvar Fáñez matáronle el caballo,
pero bien le socorren mesnadas de cristianos.
Tiene rota la lanza, mete a la espada mano,
y, aunque a pie, buenos golpes va dando.
Violo mio Cid Ruy Díaz el Castellano,
se fijó en un visir que iba en buen caballo,
y dándole un mandoble, con su potente brazo,
partióle por la cintura, y en dos cayó al campo.
A Minaya Alvar Fáñez le entregó aquel caballo:
-„Cabalgad, Minaya: vos sois mi diestro brazo.“

El fragmento siguiente tiene su punto divertido. En él se pone de manifiesto la


cobardía de los Infantes de Carrión y lo malísimos que eran. Las consecuencias del
cachondeo de los hombres de Don Rodrigo serán desastrosas. Fíjate en las actitudes tan
diferentes de los infantes, de los colegas del Cid y de él mismo. Son bien diferentes.
En Valencia estaba el Cid y los que con él son;
con él están sus yernos, los infantes de Carrión.
Echado en un escaño, dormía el Campeador,
cuando algo inesperado de pronto sucedió:
salió de la jaula y desatóse el león.
Por toda la corte un gran miedo corrió;
embrazan sus mantos los del Campeador
y cercan el escaño protegiendo a su señor.
Fernando González, infante de Carrión,
no halló dónde ocultarse, escondite no vio;
al fin, bajo el escaño, temblando, se metió.
Diego González por la puerta salió,
diciendo a grandes voces: «¡No veré Carrión!»
Tras la viga de un lagar se metió con gran pavor;
la túnica y el manto todo sucios los sacó.
En esto despertó el que en buen hora nació;
a sus buenos varones cercando el escaño vio:
«¿Qué es esto, caballeros? ¿ Qué es lo que queréis vos?»
«¡Ay, señor honrado, un susto nos dio el león».
Mío Cid se ha incorporado, en pie se levantó,
el manto trae al cuello, se fue para el león;
el león, al ver al Cid, tanto se atemorizó
que, bajando la cabeza, ante mío Cid se humilló.
Mío Cid don Rodrigo del cuello lo cogió,
lo lleva por la melena, en su jaula lo metió.
Maravillados están todos lo que con él son;
lleno de asombro, al palacio todo el mundo se tornó.
Mío Cid por sus yernos preguntó y no los halló;
aunque los está llamando, ninguno le respondió.
Cuando los encontraron pálidos venían los dos;
del miedo de los Infantes todo el mundo se burló.
Prohibió aquellas burlas mío Cid el Campeador.
Quedaron avergonzados los infantes de Carrión.
¡Grandemente les pesa esto que les sucedió!
Y, por fin, el final feliz. Después de la venganza, un triunfante Campeador celebra
el compromiso de sus hijas con los herederos de Navarra y Aragón. Todo el mundo está
contento. En los últimos versos se cuenta la muerte del Cid y el juglar se despide de su
público que, a buen seguro, aplaudiría a rabiar.
Qué grandes eran los gozos en Valencia la mayor,
por honrados que quedaron los tres del Campeador!
La barba se acariciaba don Rodrigo, su señor:
"Gracias al rey de los cielos mis hijas vengadas son,
ya están limpias de la afrenta esas tierras de Carrión.
Casaré, pese a quien pese, ya sin vergüenza a las dos".
Ya comenzaron los tratos con Navarra y Aragón,
y todos tuvieron junta con Alfonso, el de León.
Sus casamientos hicieron doña Elvira y doña Sol,
los primeros fueron grandes pero éstos son aún mejor,
y a mayor honra se casan que con esos de Carrión.
Ved cómo crece en honores el que en buen hora nació,
que son sus hijas señoras de Navarra y Aragón.
Esos dos reyes de España ya parientes suyos son,
y a todos les toca honra por el Cid Campeador.
Pasó de este mundo el Cid, el que a Valencia ganó:
en días de Pascua ha muerto, Cristo le dé su perdón.
También perdone a nosotros, al justo y al pecador.
Éstas fueron las hazañas de Mío Cid Campeador:
en llegando a este lugar se ha acabado esta canción.

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