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Carta de un corazón recalcitrante.

Recalcitrante: Terco, reacio, obstinado, que se aferra a una conducta u opinión incluso a pesar
de saberse equivocado.

Querido amor:

La verdad no sé como expresarme, ni como decirte todo lo que llevo dentro.

Han pasado casi 4 años desde que tomé esa decisión por los dos, y hasta ahora me cuesta
pensar que el tiempo no es justo y ha seguido su marcha despiadada.

Muchas veces mi memoria me lleva a aquella cafetería, donde el mesero se aprovechó de mi


ingenuidad y le agregó más licor del que debía al café. Recuerdo el haber salido cansada de
clases, el haber subido hasta el último peldaño de aquel edificio, recuerdo el pensar “¿me veré
bien para nuestra primera cita?” y, sobre todo, recuerdo tu mirada. Esa misma mirada que
después, en nuestros viajes y paseos, era una ventana que reflejaba la plenitud del instante
efímero en el que nos encontrábamos.

Nunca nadie debió dar el primer paso, ni el primer beso; sin embargo, nos dejamos guiar por
algo que solo nosotros podíamos comprender. Ese jugueteo de tus manos en mi cabello, esa
sonrisa con la que el mundo ponías de revés, mi mundo.

Hoy soy consciente de que, por la edad, la experiencia, o por cualquiera de esas cosas que la
vida cosifica no debíamos ser. Y no digo que no debíamos estar juntos, la vida te lleva a lugares
y a personas para darte lecciones; creo que contigo la lección principal fue hacerme ver que
aun después el caos se puede brillar.

Aún tengo vividos los momentos que pasamos, pero ninguno como aquel, donde no te
importó nada ni nadie, donde tomaste mi mano y caminamos entre los senderos de aquel
parque; donde por un instante mi corazón estuvo completo, no importaba más que tu mano
entrelazada con la mía y donde un simple beso se tornaba en el más dulce sello que tu amor
me confinaba.

¿Qué nos pasó?

¿Cuándo nos rompimos?

Tal vez cuando empezamos a lanzar palabras hirientes que luego se convertirían en balas que
terminarían con aquel amor. Un amor que nos juramos mientras mis labios, con cierta
nostalgia, esbozaban en la cama de un hotel: “Nada en esta vida podrá separarnos, te juro mi
amor…”

¿Cuándo cambiamos?

¿Cuándo dejamos de ser aquellos cómplices para convertirnos en extraños?

¿Cuándo se nos acabó el amor?


Tal vez fue cuando dejamos de soñar, cuando nos dimos cuenta de que no sería más, que una
simple ilusión, los juegos de una niña y un varón, dos almas que se encontraron en medio de la
guerra y quisieron jugar los juegos de un adulto.

Eres mi herida abierta, esa que duele, que perdura, que se siente como si fuera de un espino
enterrado en el corazón, como un dardo con somníferos que le sería proporcionado a un león
antes de morir; el punzar de un agujón, perforándote cada vez más, y más, y más hasta que…

Hasta que llegas al punto donde ya no puedes avanzar más, donde las lágrimas han creado
surcos en tu rostro y en lugar de sentirlos resbalar, sientes como cada lagrima aniquila tu razón
y vuelve a tu alma con más fuerza para hacerte sentir un poco menos viva.

Un día, me levanté y me vi al espejo: No quedaba nada de la huella de lo que fui. Mi mirada


era vacía, y en mi rostro una mueca disfrazada de sonrisa me decía con vergüenza: “¿Qué
soy?”

¡Me desconocía! Al punto de saltar horrorizada después de haberme hecho tal pregunta

¡¿Qué soy?! ¡¿Dónde quedó esa niña?!

Esa niña que tomaste un día, la que le enseñaste un mundo oscuro, con pasiones y maldad; la
que creía que su vida empezaba sus primaveras con un amor real, de esos que nacen de la
confianza y la amistad, de los años de camaradería que solo ellos conocían.

Todo se rompió…

Aún quiero saber en qué momento fallamos, o en qué fallamos… Muchas veces me gustaría
volver en el tiempo y poder advertirnos que esa no sería la mejor decisión, que aquel café,
aquel beso o aquel taxi no debían ser tomados en ese momento.

Pero no, la vida es la sucesión de la ley de” acción y reacción”. Todo lo que hacemos lleva a
una repercusión, todo lo que compartimos nos lleva a ser quienes somos hoy.

Son 6 años, mi amor, desde que este largo camino empezó…

La ultima vez que nos vimos seguías siendo el hombre del que me enamoré. Volvimos a reír, a
jugar, a cantar… Volvimos a tener las manos entrelazadas mientras nos dirigíamos por última
vez a una de esas aventuras que nos hacían vibrar el corazón.

Un café, una hallulla y una buena conversación; un silencio, un beso y un adiós.

Muchas veces me pregunto si la vida nos querrá unir una vez más, si nuestras almas separadas
se volverán a encontrar, si como Saturno regresaremos al mismo lugar.

Mientras tanto, gracias por enseñarme que para brillar se debe llorar.

Con amor,

Un recalcitrante corazón.

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