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Hoppe - Imposibilidad Del Gobierno Limitado
Hoppe - Imposibilidad Del Gobierno Limitado
GOBIERNO LIMITADO
y
Las Posibilidades de una
Segunda Revolución Americana
ΔCRΔCIΔ
Índice
Introducción 4
I - Un país de pioneros 4
II – La Revolución americana 6
Notas 38
Introducción
En una encuesta reciente, se les preguntó a personas de
distintas nacionalidades qué tan orgullosos estaban de ser
americanos, alemanes, franceses, etcétera, y si creían o no
que el mundo sería un lugar mejor si otros países fueran
como los suyos, los países en la clasificación más alta en
términos de orgullo nacional fueron Estados Unidos y
Austria. Tan interesante como sería considerar el caso de
Austria, nos concentraremos aquí en Estados Unidos y en la
cuestión de si, y en qué medida, la afirmación americana
puede ser justificada.
Seguidamente, identificaremos tres fuentes principales de
orgullo nacional, las dos primeras de las cuales son fuentes
justificadas de orgullo, mientras que la tercera en realidad
representa un error fatídico. Finalmente, veremos cómo este
error podría ser reparado.
I - Un país de pioneros
La primera fuente de orgullo nacional es la memoria del
pasado colonial no tan distante de Estados Unidos como país
de pioneros.
De hecho, los colonos ingleses que llegaron a América
fueron los últimos ejemplos de los gloriosos logros de lo que
Adam Smith denominó “un sistema de libertad natural”: la
capacidad de los hombres para crear una mancomunidad
libre y próspera desde cero. Contrario al relato hobbesiano de
la naturaleza humana —homo homini lupus est— los colonos
ingleses demostraron no solo la viabilidad, sino también la
vitalidad y el atractivo de un orden social anarcocapitalista
sin Estado. Demostraron cómo, de acuerdo con las opiniones
de John Locke, la propiedad privada se originó naturalmente
a través de la apropiación original de una persona —su uso
deliberado y transformación— de tierras no utilizadas
anteriormente (áreas silvestres). Además, demostraron que,
basado en el reconocimiento de la propiedad privad, la
división del trabajo y el intercambio contractual, los hombres
eran capaces de protegerse a sí mismos de manera efectiva
contra los agresores antisociales; ante todo por medio de la
autodefensa (existía entonces menos crimen que ahora), y
mientras la sociedad se hacía cada vez más próspera y
compleja, por medio de la especialización, es decir, mediante
instituciones y agencias tales como registros de propiedad,
notarios, abogados, jueces, tribunales, jurados, alguaciles,
asociaciones de defensa mutua y milicias populares.1
Además, los colonos americanos demostraron la
importancia sociológica fundamental de la institución de
convenios: de asociaciones de colonos lingüística, étnica,
religiosa y culturalmente homogéneos liderados y sujetos por
la jurisdicción interna de un líder-fundador popular para
asegurar la cooperación humana pacífica y el mantenimiento
de la ley y el orden.2
II – La Revolución americana
La segunda fuente de orgullo nacional es la Revolución
americana.
En Europa no habían habido fronteras abiertas durante
siglos, y la experiencia de la colonización intraeuropea se
remonta a un pasado lejano. Con el crecimiento de la
población, las sociedades habían asumido una estructura
cada vez más jerárquica: de hombres libres (propietarios) y
sirvientes, señores y vasallos, señores supremos y reyes. Si
bien claramente más estratificadas y aristocráticas que la
América colonial, las llamadas sociedades feudales de la
Europa medieval fueron también normalmente órdenes
sociales sin Estado.
Un Estado, de acuerdo con la terminología generalmente
aceptada, se define como un monopolio territorial forzoso de
la ley y el orden (un tomador de las decisiones finales). Los
señores y reyes feudales no cumplían normalmente con los
requisitos de un Estado; solo podían “cobrar impuestos” con
el consentimiento del pagador, y en su propia tierra, todo
hombre libre era tanto un soberano (tomador de las
decisiones finales) como el rey feudal lo era en la suya.3
Sin embargo, a lo largo de muchos siglos, estas
sociedades originalmente sin Estado se habían transformado
gradualmente en monarquías absolutas (estatistas). Aunque
habían sido inicialmente reconocidos de manera voluntaria
como protectores y jueces, los reyes europeos habían logrado
finalmente establecerse como jefes de Estado hereditarios.
Resistidos por la aristocracia pero ayudados por la “gente
común”, se habían convertido en monarcas absolutos con el
poder de gravar sin consentimiento y tomar decisiones
finales sobre la propiedad de hombres libres.
Estos desarrollos europeos tuvieron un doble efecto en
América. Por un lado, Inglaterra también era gobernada por
un rey absoluto, al menos hasta 1688, y cuando los colonos
ingleses llegaron al nuevo continente, el dominio de los reyes
se extendió a América. Sin embargo, a diferencia de los
colonos que fundaron la propiedad privada y su producción
privada —voluntaria y cooperativa— de seguridad y
administración de justicia, el establecimiento de las colonias
y administraciones reales no fue el resultado de la
apropiación original (la granja) y el contrato —de hecho,
ningún rey inglés había puesto jamás un pie en el continente
americano—, sino de la usurpación (declaración) e
imposición.
Por otro lado, los colonos trajeron algo más con ellos de
Europa. Allí, el desarrollo del feudalismo al absolutismo real
no solo había sido resistido por la aristocracia, sino también
opuesto teóricamente con el recurso de la teoría de los
derechos naturales tal como se originó en la filosofía
escolástica. Según esta doctrina, se suponía que el gobierno
era contractual y que cada agente del gobierno, incluido el
rey, estaba sujeto a los mismos derechos y leyes universales
como todos los demás. Mientras que este puede haber sido el
caso en épocas anteriores, ciertamente ya no era cierto para
los reyes absolutos modernos. Los reyes absolutos eran
usurpadores de los derechos humanos y, por lo tanto,
ilegítimos. De allí que la insurrección no solo estaba
permitida, sino que se convertía en un deber sancionado por
la ley natural.4
Los colonos americanos estaban familiarizados con la
doctrina de los derechos naturales. De hecho, en vista de su
propia experiencia personal con los logros y efectos de
libertad natural y como disidentes religiosos que habían
dejado a su país natal en desacuerdo con el rey y la Iglesia de
Inglaterra, fueron particularmente receptivo a esta doctrina.5
Impregnados de la doctrina de los derechos naturales,
alentados por la distancia del rey inglés y estimulados aún
más por la censura puritana la ociosidad real, el lujo y la
pompa, los colonos americanos se levantaron para liberarse
del dominio británico.
Como Thomas Jefferson escribió en la Declaración de
Independencia, el gobierno era instituido para proteger la
vida, la propiedad y la búsqueda de la felicidad. Obtenía su
legitimidad del consentimiento de los gobernados. En
contraste, el gobierno británico real afirmaba que podía
cobrar impuestos a los colonos sin su consentimiento. Si un
gobierno no hacía lo que fue diseñado para hacer, Jefferson
declaró que “es el derecho del pueblo alterarlo o abolirlo, e
instituir un nuevo gobierno que establezca su fundamento en
tales principios y organice sus poderes de tal manera que les
parezca más probable de llevar a cabo su seguridad y
felicidad”.
Notas
1. Sobre la influencia de Locke y la filosofía política de Locke en Estados
Unidos, véase Edmund S. Morgan, The Birth of the Republic: 1763-89
(Chicago: University of Chicago Press, 1992), pp. 73-74: Cuando Locke
describió su estado de naturaleza, pudo explicarlo más vívidamente diciendo
que “al principio todo el mundo era América”. Y, de hecho, muchos
americanos habían tenido la experiencia real de aplicar el trabajo a tierras
salvajes y convertirlas en tierras propias. Algunos incluso habían participado
en convenios sociales, estableciendo nuevos gobiernos en áreas silvestres
donde no habían existido previamente. (p. 74) Sobre el crimen, la protección
y la defensa en particular, ver Terry Anderson y P.J. Hill, “The American
Experiment in Anarcho-Capitalism: The Not So Wild, Wild West”, Journal
of Libertarian Studies 3, no. 1 (1979); y Roger D. McGrath, Gunfighters,
Highwaymen, and Vigilantes: Violence on the Frontier (Berkeley: University
of California Press, 1984).
2. Al contrario de los mitos multiculturales actualmente populares,
Estados Unidos definitivamente no era un “crisol” cultural. Más bien, el
asentamiento del continente americano confirmó la idea sociológica
elemental de que todas las sociedades humanas son el resultado de familias y
sistemas de parentesco y, por lo tanto, se caracterizan por un alto grado de
homogeneidad interna, es decir, que los “parecidos” se asocian típicamente
con “parecidos” y se distancian y separan de los “no parecidos”. Así, por
ejemplo, de acuerdo con esta tendencia general, los puritanos se establecieron
preferentemente en Nueva Inglaterra, los calvinistas holandeses en Nueva
York, los cuáqueros en Pensilvania y el sur de Nueva Jersey, los católicos en
Maryland y los anglicanos y hugonotes franceses en las colonias sureñas.
Véase más sobre esto en David Hackett Fisher, Albion's Seed: Four British
Folkways in America (Nueva York: Oxford University Press, 1989).
3. Véase Fritz Kern, Kingship and Law in the Middle Ages (Oxford:
Blackwell, 1948); Bertrand de Jouvenel, Sovereignty: An Inquiry into the
Political Good (Chicago: University of Chicago Press, 1957), especialmente
el capítulo 10; ídem, On Power: The Natural History of its Growth (Nueva
York: Viking, 1949); y Robert Nisbet, Community and Power (Nueva York:
Oxford University Press, 1962). “Feudalism”, Nisbet resume en otra parte
(ídem, Prejudices. A Philosophical Dictionary [Cambridge, Mass.: Harvard
University Press, 1982], pp. 125–31).
4. Véase Lord Acton, "The History of Freedom in Christianity," en ídem,
Essays in the History of Liberty (Indianapolis, Ind.: Liberty Classics, 1985),
especialmente p. 36.
5. Sobre la herencia ideológica libertaria-liberal de los colonos americanos,
véase Murray N. Rothbard, For A New Liberty (Nueva York: Collier, 1978),
capítulo 1; ídem, Conceived in Liberty, 4 vols. (New Rochelle, Nueva York:
Arlington House, 1975); y Bernard Bailyn, The Ideological Origins of the
American Revolution (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1967).
6. Esta idea fundamental fue expresada claramente por primera vez por el
economista franco-belga Gustave de Molinari en un artículo publicado en
1849 (The Production of Security [New York: Center for Libertarian Studies,
1977]). De Molinari consideró:
«Que en todos los casos, y para todos los bienes que sirven para satisfacer las
necesidades materiales o inmateriales del consumidor, el interés del consumidor
consiste en que el trabajo y el intercambio permanezcan libres, porque la
libertad de trabajo y de intercambio tienen como resultado necesario y
permanente la máxima reducción del precio de las cosas. (…) De donde resulta:
Que ningún gobierno debe tener el derecho de impedir a otro gobierno entrar en
competencia con él, o de obligar a los consumidores de seguridad a dirigirse
exclusivamente a él para obtener este servicio». (p. 3)
9. Véase Kern, Kingship and Law in the Middle Ages, quien escribe que:
«No hay, en la Edad Media, tal cosa como la “primera aplicación de una
norma legal”. La ley es antigua; nueva ley es una contradicción en términos;
puesto que la nueva ley se deriva explícita o implícitamente de la antigua o
entra en conflicto con la antigua, en cuyo caso no es legítima. La idea
fundamental sigue siendo la misma; la ley antigua es la ley verdadera, y la ley
verdadera es la ley antigua. De acuerdo con las ideas medievales, por lo tanto,
la promulgación de una nueva ley no es posible en absoluto; y toda la
legislación y reforma legal se concibe como la restauración de la antigua buena
ley que ha sido violada». (p. 151)
25. Sobre la “lógica” de los seguros, véase Ludwig von Mises, Human
Action: A Treatise on Economics, Scholar's Edition (Auburn, Ala.: Ludwig
von Mises Institute, 1998), capítulo 6; Murray N. Rothbard, Man, Economy,
and State, 2 vols. (Auburn, Ala.: Ludwig von Mises Institute, 1993), pp.
498ff; y Hans-Hermann Hoppe, “On Certainty and Uncertainty, Or: How
Rational Can Our Expectations Be?” Review of Austrian Economics 10, n° 1
(1997).
26. Al verse obligado, por un lado, a colocar a individuos con la misma o
similar exposición al riesgo en el mismo grupo de riesgo y cobrar a cada uno
de ellos el mismo precio por valor asegurado; y al verse obligado, por otro
lado, a distinguir con precisión entre varias clases de individuos con
objetivamente (realmente) diferentes riesgos de grupo y cobrar un precio
diferente por valor asegurado para miembros de diferentes grupos de riesgo
(con las diferencias de precio reflejando con precisión el grado de
heterogeneidad entre los miembros de tales grupos distintos), las compañías
de seguros promoverían sistemáticamente la tendencia humana natural antes
mencionada (ver nota 2 arriba) de “personas parecidas” sobre las cuales
asociarse y discriminar y separarse físicamente de las “no parecidas”. Sobre
la tendencia de los Estados a romper y destruir asociaciones y grupos
homogéneos a través de una política de integración forzosa, ver capítulos 7, 9
y 10.
27. Véase también el capítulo 12; y Tannehill y Tannehill, The Market for
Liberty, capítulos 11, 13 y 14.
28. Véase sobre esto Murray N. Rothbard, “Concepts of the Role of
Intellectuals in Social Change Toward Laissez-Faire”, Journal of Libertarian
Studies 9, n° 2 (1990).
29. Sobre la importancia fundamental de la opinión pública para el poder
del gobierno, véase Etienne de la Boétie, The Politics of Obedience: The
Discourse of Voluntary Servitude (Nueva York: Free Life Editions, 1975),
con una introducción de Murray N. Rothbard; David Hume, “On the First
Principles of Government”, en ídem, Essays: Moral, Political and Literary
(Oxford: Oxford University Press, 1971); y Mises, Human Action, capítulo 9,
sección 3. Mises señala allí (p. 189):
«Quien quiera aplicar la violencia necesita la cooperación voluntaria de
algunas personas (...) El tirano debe tener un séquito de partidarios que
obedece sus órdenes por iniciativa propia. Su obediencia espontánea le provee
el aparato que necesita para la conquista de otras personas. Si tiene éxito o no
en hacer que su influencia sea duradera depende de la relación numérica de los
grupos, aquellos que lo apoyan voluntariamente y aquellos a quienes que
golpea hasta la sumisión. Aunque un tirano pueda gobernar temporalmente a
través de una minoría si esta minoría está armada y la mayoría no, a la larga
una minoría no puede mantener a una mayoría en el sometimiento».
Autor
Hans-Hermann Hoppe es un economista de la escuela austriaca
y filósofo libertario anarcocapitalista. Es fundador y presidente
de The Property and Freedom Society.