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TEORIA ETICA UTILITARISTA

Este modelo de ética se basa en el concepto de bien supremo: aquello que, entre todas las cosas
que apetecemos, nos resultara tan valioso que preferiríamos poseerlo con prioridad a cualquier otra cosa.
El bien supremo es un bien final, en el sentido de que nunca podría convertirse en un medio para
alcanzar otro bien, sino que siempre se lo quiere por sí mismo. Cada individuo puede tener su propia
idea de bien supremo: para algunos será la libertad, para otros Dios, el servicio a los necesitados, o la
realización profesional. El utilitarismo considera que esta diversidad puede englobarse en un único bien
al que todo el mundo aspira: la felicidad.
Independientemente de lo que a cada uno lo haga feliz, ¿qué significa ser feliz? El utilitarismo
responde de un modo aparentemente simple: ser feliz significa sentir placer. El argumento ofrecido a
favor de esta tesis es éste: resulta evidente que todo ser vivo, incluido el hombre, busca el placer y
rehuye el dolor, de modo que el placer y la exención del dolor son las únicas cosas deseables como fines.
La variadísima gama de cosas que la gente apetece, las apetece porque le procuran placer, o bien como
medios para obtenerlo. Este planteo parece fácilmente refutable: tomemos el ejemplo de los ascetas. Un
asceta es una persona que busca la perfección espiritual para alcanzar la plenitud; a fin de templar su
ánimo, realiza duros ejercicios para acostumbrarse a prescindir de los bienes materiales, llegando,
incluso, a practicar el tormento consigo misma. El utilitarista tiene una respuesta para eso: para el asceta,
el dolor es sólo un medio cuyo fin consiste en conquistar un estado de placer futuro, sea en ésta o en otra
vida.
Hay otra objeción más difícil de replicar: a veces la búsqueda de placer tiene como resultado el
dolor. Existen muchos ejemplos en este sentido: una comilona puede terminar en una indigestión; un
estado de embriaguez, en un insoportable dolor de cabeza, y demás. El utilitarismo intentará brindar una
solución a este problema.
El filósofo inglés Jeremy Bentham, considerado el fundador del utilitarismo junto a James Mill,
ideó un método basado en un criterio que permitiría asegurar el placer evitando posibles consecuencias
dolorosas. El criterio, que sirve tanto para evitar el dolor que puede seguir a un placer como para optar
entre diferentes placeres, supone que éstos pueden compararse entre sí teniendo en cuenta los siguientes
parámetros: intensidad, duración, certeza de que ocurrirá, cercanía, fecundidad (cuantos más placeres
trae asociados, más fecundo es un placer), pureza (un placer es más puro cuando más alejado está del
dolor) y extensión (la cantidad de gente que puede disfrutar de él). Según esto, si dos placeres son
idénticos en todo excepto en intensidad, hay que elegir el que sea más intenso: si se diferencian en
duración, se debe optar por el que dure más tiempo y así con cada uno de los parámetros. Por ejemplo, si
se trata de elegir entre comprar un libro o una vestimenta, habría que optar por el libro, porque el placer
que da la lectura es más duradero que el que otorga un vestido. A diferencia de éste, un buen libro
permanece en nuestra memoria; también es más fecundo, porque está asociado a otros placeres, tales
como el provocado por el conocimiento, por el cultivo de la imaginación o por la curiosidad de aprender
otros temas.
Las dificultades del método saltan a la vista: ¿qué ocurre cuando un placer es más intenso y el
otro, más duradero o cuando uno es más cierto, pero menos puro que el otro? ¿Cómo puede medirse la
intensidad de un placer? ¿Pretendía Bentham que la gente fuera calculando y midiendo placeres antes de
actuar?.
Bentham fue muy criticado por su método, tanto en su tiempo como después de su muerte. Pero,
para valorarlo en su justa medida, es importante destacar que el principal interés del filósofo estaba
puesto en la reforma de las instituciones, sobre todo de las educativas. En una época en la que la mayoría
de la población era inculta, pobre y explotada laboralmente, Bentham consideraba que los peores males
radicaban en la ignorancia y que todos tenían derecho a recibir educación. También creía que todos
tenían derecho a ser felices, y, como pensaba que la felicidad no escondía ningún misterio, bastaba con
unos pocos y sencillos principios, fáciles de enseñar y de recordar, para procurarla. Después de todo, la
felicidad no consiste sino en un estado de bienestar corporal y mental. Una acción será más valiosa
cuanto mayor cantidad de bienestar haga efectivo en el mundo. Esta prescripción resulta expresada en el
principio de mayor utilidad: “La mayor felicidad de todos aquellos cuyos intereses en cuestión es el
fin correcto, adecuado y universalmente deseable de toda acción humana”.

Su discípulo John Stuart Mill intentó perfeccionar la propuesta. Mill también entiende la
felicidad como placer y ausencia de dolor, además de considerar que es lo único deseable como fin y
que, por lo tanto, debe constituirse en el criterio para juzgar la moralidad de los actos. Sin embargo,
rechaza el criterio del cálculo de placeres y tiene un concepto más refinado de éstos. Si se trata de elegir
entre beber una copa del mejor coñac francés o leer un buen libro, no hay que elegir la lectura porque el
placer que nos proporciona es “más duradero” o “más puro” que el procurado por la bebida, como
sostendría Bentham, sino porque es de superior calidad.
Mill propone el siguiente criterio: si de dos placeres A y B, conocidos adecuadamente por el
sujeto, este coloca a A tan por encima de de B que lo prefiere aun cuando la cantidad de B sea mayor
que la de A, A resultará cualitativamente superior.
Mill cree que los seres humanos somos superiores al resto de los seres vivos. Por eso tenemos la
capacidad para disfrutar de cosas que sólo nosotros podemos apreciar. Así, los placeres que
proporcionan el intelecto, los sentimientos y la imaginación son superiores a los de la pura sensación.
Considera que, así como un hombre de facultades más elevadas necesita más para ser feliz, también será
capaz de sufrir más agudamente (es probable que sienta más remordimientos si daña a otros, será
consciente de la muerte que acecha a sus seres queridos y a él mismo, de los sufrimientos corporales que
puede implicar un síntoma casi insignificante, etc.) Pero hay algo, que es el sentido de dignidad, que
llevará a cualquier hombre que tenga acceso a los placeres más elevados a rechazar una existencia de un
nivel inferior, digna de animales. Y aunque Mill admite que la mayoría de la gente prefiere los placeres
“inferiores” (comida, bebida, placeres sexuales), atribuye esto a la pobreza intelectual, a la falta de
educación y a la ausencia de oportunidades para gozar de bienes superiores.
Las grandes preocupaciones que acechan a la humanidad son fundamentalmente tres: ignorancia,
enfermedad y pobreza extrema. Pero el filósofo se manifiesta optimista al respecto. La ignorancia deberá
combatirse con la difusión de la educación; la enfermedad deberá combatirse con el desarrollo de la
medicina y las ciencias que a ella confluyen y la pobreza extrema con una legislación adecuada que
permita proteger a los que menos tienen y alcanzar alguna forma de justicia social. En síntesis, todas las
grandes causas del sufrimiento humano pueden contrarrestarse considerablemente, y muchas casi
enteramente, con el cuidado y el esfuerzo del hombre. Su eliminación es tristemente lenta; una larga
serie de generaciones perecerá en la brecha antes de que se complete la conquista y se convierta este
mundo en lo que fácilmente podrá ser si la voluntad y el conocimiento no faltan.
La concepción de felicidad que conlleva su idea del placer “elevado” no guarda relación con
estados de exaltación gozosa, sino que se trata más bien de un estado que perdura a través del tiempo.
Así lo expresa Mill en El Utilitarismo:
“(...)una vida compuesta de momentos de goce, en una existencia constituida por pocos y
transitorios dolores, por muchos y variados placeres, con un decidido predominio del activo sobre
el pasivo, y teniendo como fundamento de toda la felicidad no esperar de la vida más de lo que la
vida puede dar”.
El utilitarismo es una ética consecuencialista, interesada sólo en el resultado obtenido por los
actos que procuran la mayor felicidad para la mayoría de los individuos, único criterio de valoración
moral.
“Etica” – Graciela Vidiella- Editorial Longseller
“Filosofía, esa búsqueda reflexiva” – Gabriela Salatino, Ed. AZ

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