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Paulina Cabrera Rodríguez

Proyecto - Cambios NO genéticos en la cultura del ser humano (aprendizaje)

Tienda de novias
Las manos me sudaban mientras que mi pierna izquierda brincaba de una manera
incontrolable haciendo que Krista tuviera que poner su mano en mi pierna. Le dije que cuando
me viera mover la pierna, un pequeño apretón en mi rodilla o en mi muslo me podría
tranquilizar. Eso es lo que hacía Morgana cuando Travis movía su pierna.
La mirada de incredulidad de mi padre y la mirada de sorpresa de mi madre hacia la
mujer castaña a mi lado me provocaba un poco de miedo. ¿Ellos lo sabrían?, ¿Vieron el
recibo?, esas preguntas me las hacía mi parte inconsciente de la cabeza, mientras que la otra le
repetía “¿cómo van a saberlo?, es imposible”.
Mi madre le preguntó a Krista donde nos habíamos conocido, la muchacha le dijo que
nos conocimos en una sala de juegos en línea. Ella vivía una vida aburrida en Polonia, en la
parte fea, y que al jugar por primera vez conmigo, sabía que yo era especial. La mirada
inquisidora de mi padre parecía incrementar más con cada palabra que salía de la boca de la
mujer.
De manera discreta pellizqué el dorso de su mano sobre mi pierna.
La quitó con rapidez, pero no dijo nada ni hizo alguna mueca.
Procedió a decirles que tal vez ellos la podrían tomar como una loca por mudarse al
otro lado del mundo para poder casarse con una persona que apenas acababa de conocer.
¿Ellos que iban a saber del amor en la modernidad?
La comida pasó más rápido de lo que ambos esperábamos. Rápidamente, mi mamá nos
llevó a ambos hasta la sala. Le pregunto a Krista si quería ver las fotos familiares, Krista solo
pudo regalar una sonrisa incómoda hacia la mujer mayor y asintió con la cabeza.
Mamá sacó el álbum y se sentó junto a mi Krista en el sillón.
—¿Por qué no vas con tu padre al patio?, dijo que quería hablar contigo.
Dejé a ambas mujeres solas y salí al patio. Papá estaba sentado en una silla de jardín
blanca, y estratégicamente, había una similar a su lado.
Me senté e intenté mirar a la cara de mi padre, pero él estaba mirando el sol, que
lentamente se ocultaba detrás del cerro en el que, en algún momento, me llevó para explorar.
Extraño ese tiempo padre e hijo.
Después de unos minutos en silencio, mi papá me preguntó por Pablo, que cómo le
estaba yendo con su nueva vieja, que si todavía no se tiraba de las greñas. Le contesté lo que
sabía. Poco. Pero, al menos, el cabrón estaba feliz.
Papá me preguntó si había leído el periódico del día de ayer. ¿Quién mierda lee el
periódico hoy en día?, puro anciano.
Papá sacó su teléfono y busco por algunos minutos, después de encontrar lo que
buscaba (siempre hace un sonido extraño cuando lo hace), me entrego su celular.
“Tiendas de novias: un negocio ilegal” era el título amarillista de la publicación. Le
dije que eran puras mamadas, él me interrumpió y me pidió que siguiera leyendo.
El artículo hablaba sobre la tienda “Kleinfeld”, y como, por debajo de la mesa, no solo
vendían los múltiples vestidos, zapatos y accesorios que las novias necesitaban, sino que,
también vendían a las propias novias. Sacaban a mujeres de pocos recursos de países de la
Europa Oriental, África y otras partes del mundo y las vendían por una cantidad de dinero
bastante moderada.
Recalcaban cada cinco párrafos que una vida humana valía solo unos pocos cientos de
pesos. Y que ni hace cien años, una vida humana valía tan poco.
Las cifras decían que en el año 2023, una esclava sexual valía alrededor de unos miles
de dólares, o incluso más; mientras que ahora, en el 2123, una prometida valía lo mismo que
un coche seminuevo.
Le pregunté a mi papá que porque me mostraba estas estupideces.
Con una voz pacífica y sin quitar la mirada del cerro, me preguntó que si no había ido
a Pablo a Nueva York hace unos seis meses. Le dije que sí. Luego me preguntó que si no
había sido ese mismo viaje donde Pablo había conocido a Kamali, su nueva esposa.
Mierda, nos había descubierto.
Ahora, fue mi turno de quedarme callado. Solo fijé mis ojos en el cerro, mientras le
pedía al universo que, esta fuera una señal de Krista o de mi madre para que nos llamaran.
—Bueno muchacho —su voz ronca rompió la incomodidad, mientras que su mano me
daba un fuerte y seco golpe en la espalda—. Mínimo no es violación.
Papá me explicó que antes, cuando su abuelo era un muchacho, la marihuana era
ilegal, pero que, todos conocían a alguien que la consumiera, vendiera o incluso, alguien que
la plantaba y cosechaba.
Según el artículo, si las autoridades se llegaban a enterar, podrías pasar de dos hasta
ocho años en la cárcel. La neta es bien poquito tiempo.
Papá también me contó que hace muchos más años, en la época de los abuelos del
abuelo de mi papá. Los hombres ni siquiera pagaban por las mujeres, simplemente les gustaba
la morra y se la llevaban para su rancho.
Mínimo yo pagué unos buenos billetes verdes por mi Krista.
Me pregunto qué fue lo primero que me había gustado de Krista, le dije que sus ojos.
No sus ojos como tal, si no la forma en la que mostraban rebeldía en el catálogo de la tienda.
Qué me recordaba a Morgana, la bruja de mi videojuego favorito.
Papá solo se frotó la cara con su mano. Siempre hacía eso cuando lo sacaba de quicio.
Lo cual era muy seguido. Solo soltó un suspiro y dijo que Krista era muy bonita.
Sí, Krista era muy hermosa. Parecía una puta actriz porno. Lindos pechos; unos labios
gruesos al igual que sus muslos; un coño lindo, sin nada de pelos y una piel blanca, perfecta
para poder dejar mis marcas.
Papá me confesó que pensó que yo me iba a morir virgen. Y me pidió perdón por
pensar eso
Eso es exactamente lo que quería, que mi padre me pidiera perdón por nunca haber
confiado en mí.
Ahora tengo una esposa perfecta.
Oinc, Oinc
La puerta de mi departamento sonó repetidamente, obligándome levantarme de la silla en mi
oficina y abrir la puerta.
—¿Está la señora Delia Ortiz en casa?
Dos hombres, altos como una montaña, se pararon frente a mí, mostrando un papel. El
aterrador y famoso papel verde.
No sabía que me aterraba más, si ver aquel uniforme militarizado de color marrón o
ver aquella hoja verde que intentaban restregar en mi rostro.
—Soy yo.
—El día de mañana tendrá que presentarse en el palacio municipal de Zapopan, si no,
tendremos que venir por usted a la fuerza.
El vecino de mi madre no atendió tal citatorio. Una semana después supimos que fue
brutalmente torturado hasta que murió atragantado por sus propios testículos.
—Sí señor, ahí estaré.
Uno se fue en cuanto respondí, pero el otro observó mi cara de consternación, solo
para detenerse a decir.
—Disfrute su último día en la ciudad, señora. La vida allá es muy difícil.
Ni siquiera le dije algo, porque, ¿qué diría?, ¿gracias por el consejo?, váyanse a la
verga.
Sabiendo ahora que tengo mis horas contadas, corrí hasta mi oficina y cerré mi
documento. El trabajo ya no importaba.
Abrí mi navegador y me metí a la página de mi blog, necesitaba escribir lo que estaba
pasando en México.


Todo comenzó… bueno, la verdad ya ni recuerdo cuándo comenzó. De seguro, como
todo lo relacionado con la política, comenzó mucho antes de que yo tuviera memoria,
comenzando como algo muy insignificante. Como una bola de nieve.
Pero, para llegar hasta lo que está pasando en la actualidad, tenemos que regresar unos
diez años antes, cuando el primer vegano llegó a la cámara de diputados. Ya sé, poco o nada
tiene que importar el hecho de que don Ricardo Preciado sea vegano, pero los miembros de
ultraizquierda lo vieron como una oportunidad. Después de Ricardo, llegó Josefina Villarreal,
y luego Kevin Hernández, y muchos más; incluso, hasta formaron un partido político en pro
de los animales “Partido Ético Animal”. Hasta llegaron a ganar las presidenciales de hace dos
años. Y todo fue maravilloso, hasta que pasó lo inevitable.
Como se dijo en algún momento de la historia: Todo lo que sube, tiene que bajar.
En este caso, el PEA bajó, pero bajó a la corrupción que gobierna nuestro país desde
hace siglos.
En mis años de escuela, tuve una maestra, la maestra Paola, que estuvo obsesionada
con contarnos las atrocidades que pasaron en la segunda guerra mundial, en el sur de los
Estados Unidos, en la cuarta guerra mundial y lo que sigue pasando hasta el día de hoy en
México.
La creencia de superioridad. Y que gracias a esta superioridad, una discriminación
abismal se venía con ella.
Todo comenzó con una simple lista, donde tenías que dar tu nombre completo si
llevabas algún producto de origen animal. Luego, fue una fotografía, hasta que, incluso,
llegaron a pedir huellas dactilares.
Después se fue a la humillación pública. Publicaron los nombres y las fotografías de
los “carnívoros”, e incluso, nos obligaron a traer una pulsera marrón en nuestro brazo
izquierdo, exigiendo que fuera visible para todo el mundo.
Luego, fue la limitación de alimentos NO veganos. Obligándonos a tener que
convertirnos en veganos o recurriendo a la venta no autorizada de los productos.
Para concluir en lo que respecta a nuestro día a día. La caza de carnívoros.
La presidenta Ofelia era la Hitler del siglo XXII.


El día 22 de septiembre fue mi día de detención. Me despedí de mi madre y de mi
único amigo que me quedaba entre los “carnívoros”. Me despedí de Mike, al cual le confesé
que fui carnívora, a pesar de decirle lo contrario cuando nos besamos en la tercera cita. Fueron
despedidas dolorosas, pero al menos, me dieron la oportunidad de despedirme de mis tres
seres más amados.
Llegué al palacio municipal, donde el presidente de Zapopan, Maverick, nos estaba
esperando a mí y a los otros 30 “carnívoros” que nos íbamos a ir a las granjas.
Me sujetaron las muñecas y los tobillos con unos putos mecates (los cuales, ardían
mucho más si intentabas zafarse que unas esposas). Nos dieron un sermón realmente tonto, ni
siquiera preste atención, cuando, sin darme cuenta, unos hombres se pararon atrás de nosotros,
golpeándonos en la cabeza para dejarnos inconscientes.
Cuando volví a abrir los ojos me di cuenta de que estaba encerrada en una jaula
gigante. Completamente desnuda y con un ardor incesante en mi brazo izquierdo. Al checar,
note que me habían marcado con unos números. Igual que a una vaca.
—Veo que ya estás despierta
Un hombre, vestido con una camiseta de franela a cuadros, se paró frente a la jaula,
pero estaba demasiado dormida para contestar.
Él llamó a sus compañeros y bajaron la jaula, llevándome hasta un establo solo. Cuál
peso muerto, me cargaron y me sentaron en una silla y volvieron a amarrar mis brazos y mis
piernas, lo que hacía que mis piernas estuvieran completamente abiertas.
—¿Dónde estoy? —logré preguntar medio dormida.
—Bueno, señora, bienvenida a las granjas “Bloody Mary”. Esperemos disfrute su
estadía aquí
Vi cómo el hombre de la franela empezaba a desabrocharse sus pantalones, pero no
pude ver más, ya que una persona detrás de mí me inyectó algo en mi estómago,
provocándome mucho adormecimiento hasta que me fue imposible mantener los ojos abiertos.


Cuando volví a abrir mis ojos, unos ruidos de quejidos y máquinas me despertaron
abruptamente. Y ya estando consciente empecé a sentir un ardor en mis labios vaginales.
Incluso, si bajaba mi mirada un poco podía ver rasguños en mi vientre y marcas de dientes en
mis pezones.
Asustada, comencé a gritar y a moverme, tratando de escapar de la jaula donde
nuevamente estaba metida.
Pude notar que estaba en un cuarto lleno de mujeres, unas con bebés en brazos,
mientras que otras tenían una gran panza de embarazo. Todas tenían conectados a los senos
unas grandes mangueras que absorbían la leche materna de todas.
—¿Te gusta? —preguntó el hombre detrás de mí—. Próximamente, vas a ser tu cariño
—Vete al carajo
—Ten cuidado con esa boquita, sucia carnívora
—De todas formas, ¿para qué quieren leche animal?, ni siquiera les gusta tomarla, o
que se venda
Él soltó una risa grave, la cual me provocó unos escalofríos en la nuca
—Oh cariño, ¿tú crees que esto es por el alimento? —. Gire mi cabeza para mirar sus
ojos que me veían con asco. —Porque si a ti no te importo durante AÑOS lo que sintieron los
animales al darte un placer, ¿por qué crees que nosotros no nos vamos a vengar en nombre de
ellos?

$$$
La primera vez que me metieron al cuarto oscuro vomité absolutamente todo. Ni siquiera
alcance a llegar al baño y termine llenando de vómito los colchones de algunas chicas.
No es como que haya sido mi intención, pero, aun así, muchas chicas me empezaron a
odiar. Es más, decir que “algunas” me odiaban, se quedaba corto. Todas y cada una de ellas
les hubiera gustado que el patrón me hubiera puesto unos veinte golpes más de los habituales.
Todas, excepto una. Melina.
Melina Ivanova había llegado desde Rusia. No sabía ni cómo ni cuándo exactamente,
porque a ella no le gusta hablar de su pasado, diciendo que, sí lo decreta, ella nunca volverá a
San Petersburgo.
Yo sí le conté de mí.
Una mujer que había llegado a Estados Unidos desde Afganistán porque su padre la
había vendido por unos cuantos kilos de legumbres para poder alimentar a sus otros cuatro
hijos varones. Esa es mi historia.
Al principio, ella pensó que estaba citando alguna trama de alguna película coreana,
pero, le dije que no. Eso realmente me había pasado.
Antes de que pudiéramos darnos cuenta, ambas éramos “mejores amigas”. O eso es lo
que le decíamos a la gente. Porque ambas sabíamos que las amigas no se abrazaban como
nosotras lo hacíamos, las amigas no se besaban en los labios, y definitivamente las amigas no
introducían sus dedos en la vagina de la otra. Nosotras éramos mucho más que simples
amigas.
Si era sincera conmigo misma, podría decir que Melina es absolutamente el amor de
mi vida, aunque mi padre siempre me dijera que, yo no podía saber nada de la vida y mucho
menos del amor, porque solo era una niña tonta, yo tenía una corazonada, y esa corazonada me
decía que Melina era la persona con la que yo estaba predestinada a estar.
Hasta que un día, desperté y Melina ya no estaba.
Le pregunté a Anna, Marwa y otras compañeras y todas me dijeron que no habían visto
a Melina desde ayer, antes de que ella y yo cenaremos en el pequeño patio verde que tenía la
casa donde estábamos. Nadie sabía nada de Melina.
Pensé que con el tiempo lo superaría, pero no. Desde que la rusa se fue de mi vida,
sentía que algo me faltaba.
La vida en el cuarto oscuro también se hizo más difícil. Hasta que fue mi turno de irme
de aquel lugar.
Un hombre, en alguna parte de Ohio, había decidido adquirir una esposa, y esa había
sido yo.
Fue muy difícil adaptarme a una vida completamente nueva, ahora como una mujer
casada, los días en lo que Jordan se iba al trabajo, yo limpiaba la casa de arriba a abajo, para
proceder a encerrarme en mi habitación y acostarme a llorar, provocarme el vómito en nuestro
baño privado, y a veces, cuando Jordan me utilizaba para tener lo que él llamaba un
“mañanero espectacular”, llegaba al extremo de tomar medicamentos para intentar suicidarme.
Pero los paramédicos siempre llegaban antes de que estos pudieran cumplir su objetivo.
Hasta que me acostumbre. Me fui haciendo a la idea de que esa iba a ser mi nueva
vida, me gustara o no, y que no podría escapar. Así que, en vez de odiar cada aspecto, empecé
a tomarle cariño a mi rutina. Incluso, Jordan comenzó a parecerme un hombre apuesto y un
buen marido.
Pensé que mi vida se estaba comenzando a estabilizar, hasta que la noticia llegó a mí.
—¿Te enteraste? —preguntó Jordan mientras revisaba su reloj inteligente.
—¿De qué?
—Asesinaron a una mujer a dos barrios de distancia.
—Dios mío, ¿cómo se llamaba?, ¿quién la asesinó? —pregunte mientras terminaba de
llevarle todo lo que consumimos para el desayuno.
—Se llamaba Melina Ivanova. Oye ahora que lo pienso, hay muchas mujeres rusas por
esta parte del país, ¿no?
No tuve las fuerzas para contestar a su pregunta tonta. ¿Melina Inavova?, ¿MI Melina
había sido asesinada?, ¿Melina había estado viviendo en la misma ciudad que yo?, ¿cómo no
nos habíamos encontrado en algún momento?, ¿quién había sido capaz de asesinarla?, ¿habrá
otras mujeres que nos estuvieron acompañando en el cuarto oscuro viviendo en Ohio
también?, y si es así, ¿también se habrán dado enterando de que Melina había sido asesinada?
—¿Afzal?, ¿estás bien?
¿Cuánto tiempo estuve divagando en mi cabeza?
—Sí, estoy bien
—Bien. Oye, tengo que irme a trabajar, voy a llegar tarde —se levantó y beso mi
cabeza—. Cuídate por favor
—Está bien

El rumor del asesinato solo duro algunos días. Después de los cuatro días, a nadie le
importó que una mujer haya sido asesinada. Y viendo que ni el viudo de Melina ni la propia
policía querían hacer algo, me puse a hacerlo yo.
Melina estaba casada con uno de los grandes funcionarios de un partido político
afiliado al famoso PAE, que hasta hace poco había comenzado con su reforma de
“purificación de carnívoros” en México y algunas partes de Latinoamérica. Su nombre era
Oswald Brooks. Pero, al buscar su fotografía en internet, no aparecía ninguna de él con su
esposa. Siempre salía con mujeres diferentes en cada fotografía. Incluso, encontré un artículo
completo donde se hablaba de las veinte amantes públicas que el hombre tenía. Hasta tuvo el
descaro de decir en una entrevista, que le gustaría casarse con la rubia con la cual ya lo había
visto.
Era más que evidente, él la había matado. Y no importa lo que tenga que hacer, yo le
voy a demostrar al mundo que Oswald y PAE son una puta escoria.
Esta jerarquía va a caer.

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