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Había una vez un hombre llamado Juan, quien siempre llevó una
vida de lucha y esfuerzos. A pesar de todas las caídas y
levantadas que experimentaba, nunca se rindió y siempre
encontraba la fuerza para seguir adelante.
Un día, mientras cruzaba la calle, un terrible accidente ocurrió.
Un automóvil lo atropelló y lo dejó tirado en el suelo,
inconsciente. Mientras su cuerpo yacía inmóvil, su espíritu salió
de él y observó la escena desde arriba.
Desde esa perspectiva, Juan pudo ver cómo su propio cuerpo
permanecía en el suelo, rodeado por una multitud de personas
curiosas. Entre la gente, comenzaron a acercarse todas aquellas
personas especiales para él, aquellos que lo apreciaban de
verdad.
Su madre, quien había sido testigo de todas sus caídas y
levantadas, se acercó con lágrimas en los ojos. "¡Mi hijo valiente,
no puedo perderte!", exclamó mientras acariciaba su rostro. Juan,
al mirarla, sintió un profundo amor y aprecio por ella.
Su novia, quien realmente lo conocía, también se acercó. Con
voz temblorosa, le dijo: "Juan, eres mi fuerza y mi inspiración.
No puedo imaginar mi vida sin ti. Por favor, lucha y vuelve a
mí". Sus palabras resonaron en el corazón de Juan, llenándolo de
determinación.
Mientras más personas se acercaban, cada una de ellas compartía
palabras de aliento y admiración por la vida de lucha y esfuerzos
de Juan. Sus amigos más cercanos, Pedro y María, se acercaron y
le dijeron: "Juan, siempre nos has demostrado que no importa
cuántas veces caigas, siempre te levantas más fuerte. Eres un
verdadero guerrero".
A medida que escuchaba a sus seres queridos hablar sobre él,
Juan empezó a reflexionar sobre su vida. Se dio cuenta de que
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