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Mientras esperaba el bus en el Centro, un señor se me acercó. Minutos antes, lo había visto
hablar con un indigente, como quien charla con un amigo. Sin preámbulos, el señor me dijo
que ese hombre sucio y en harapos era Dios. Yo lo escuché con reservas, pensando que no
estaba cuerdo: “En serio, mijo, me dijo de todo. Donde vivía. De la enfermedad de mi
Mamá…”, y así continuó por un rato. Yo le hice un par de preguntas, pero no parecía estar
mintiendo. Luego finalizó: “¡Ah, la droga! Chao mijo”. Y se fue.
Benito
La despedida