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Para lograr esos acuerdos la República Dominicana tuvo que ceder a Haití un total de 6200
km² del territorio que le pertenecía a España por el Tratado de Aranjuez.
La isla entera, conquistada por el naciente imperialismo de España en 1492, sufrió los
embates del colonialismo. La sociedad taína (pueblo originario que abarcaban a toda la
isla), enfrentaron la violencia conquistadora, padeciendo sus consecuencias.
Como menciona Barros y Zusman […]...Las políticas territoriales en el mundo colonial buscaron en
primer lugar avanzar en su ocupación con el doble propósito... […] avanzar en las nuevas tierras
para actividades productivas y explotación, además de reducir la población indígena para
incorporarla atreves del régimen de encomienda... [...]. En esta ocupación hispánica el brutal
exterminio de la población taina y para poder explotar los recursos, debieron importar esclavos
africanos de forma masiva (1501-1520).
Haití, el primer país independiente de América y la primera república negra del mundo,
ayudaría firmemente a los dominicanos en su lucha por la restauración de la independencia
ante España y contra la tiranía de Pedro Santana entre 1861 y 1865. Los guerrilleros y
luchadores nacionalistas contra la primera ocupación norteamericana (entre 1915 y 1934
en Haití y entre 1916 y 1925 en República Dominicana) colaborarían entre uno y otro lado
de la frontera. En 1965, cuando Estados Unidos volvió a invadir Santo Domingo,
numerosos combatientes haitianos tuvieron una destacada participación, incluyendo varios
mártires caídos en suelo dominicano.
El concepto de “invasión haitiana” con el que se han justificado políticas que atentan
contra los esfuerzos de integración en América Latina y que son violatorias de la dignidad
y los derechos humanos, no es obra del pueblo dominicano ni del pueblo haitiano, que
convivieron y aún conviven en paz en muchos territorios y en las más difíciles
condiciones.
El odio, el miedo y la sospecha entre ambas sociedades han sido cultivados al punto de ser
una doctrina, de la cual se nutre un rentable negocio de las élites políticas, mediáticas y
económicas; muchas veces inseparables una de otra como suele pasar en las sociedades
dependientes y subordinadas, con oligarquías pequeñas y estrechamente fusionadas,
supeditadas históricamente a las potencias.
La contradicción entre una “inmigración” traída como “mano de obra barata” por el
postulado de una potencia ocupante y la noción de una “ola invasora”, pone de relevancia
la noción de “invasión haitiana” era ya un asunto doctrinario e ideológico de carácter
naturalizado y posiblemente ya incuestionable, aun cuando se racionalizaran sus causas y
características objetivas.
Pocos años más tarde, el tirano Trujillo llevaría a cabo la masacre de 1937, en la que se
asesinaron a miles de haitianos que “invadían” territorio dominicano, pero todos en la zona
fronteriza. No fue ultimado ni uno solo de los trabajadores haitianos de los ingenios de
azúcar, en aquella época, principalmente de capital norteamericano. En 1933, mediante una
ley, se había iniciado en el país la política de “dominicanización del trabajo”.
En el caso de Trujillo, se puede develar algo muy parecido. No sólo que mientras el tirano
señalaba y acusaba en el inmigrante haitiano todas las posibilidades de “arrebatar”
propiedades y derechos a los dominicanos, era él mismo quien se servía del poder estatal
para convertirse en el gran monopolista de las actividades económicas, financieras,
comerciales y sociales de la República Dominicana como verdadero monarca-propietario
del país. Asimismo, bajo su mandato la política de “dominicanización del trabajo”
funcionaba como un parapeto ideológico para obtener legitimidad entre la población,
siendo Trujillo el gran explotador de la fuerza de trabajo dominicana, y siendo él quien
regulara la entrada de inmigrantes haitianos como mano de obra forzada para la industria
del azúcar, continuando de manera sistematizada la política de la ocupación
norteamericana. La política de “dominicanización” fue un excelente instrumento de
domesticación y sometimiento de la fuerza de trabajo, junto a las políticas antisindicales y
represivas que desarrollaba a nivel interno.