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ESTABLECIMIENTO DE LAS FRONTERAS Y LOS TRATADOS

La frontera entre la República Dominicana y la República de Haití nació tras el reparto de


la isla la Española mediante tratados de paz firmados entre España y Francia para dirimir
sus diferencias territoriales en Europa y en el Nuevo Mundo.

El primero de ellos fue el (Tratado de Nimega de 1678, legitimado diecinueve años


después por el Tratado de Ryswick en 1697), en donde España aceptó definitivamente la
división de la isla en dos colonias: Santo Domingo Español (oriental) y Santo Domingo
Francés (occidental), si bien no exista una demarcación oficial precisa de la frontera.

Posteriormente ambas metrópolis europeas firmaron varias convenciones con la intención


de delimitar sus posesiones en la isla, en particular el (Tratado de Aranjuez de 1777 y el
Tratado de Basilea de 1795).

En el Tratado de Aranjuez se relacionaron por primera vez y minuciosamente los límites


entre la parte occidental francesa y la oriental española de la isla, mientras que por el
Tratado de Basilea, Francia obtuvo también la parte española, aunque España mantuvo esta
posesión, tras superar varias invasiones, hasta la ocupación de Haití de 1822 que duró 22
años.

A partir de la independencia de la República Dominicana de Haití en 1844 y tras múltiples


reuniones infructuosas entre ambos países, fue establecida la frontera definitiva por el
Tratado Fronterizo de 21 de enero de 1929 firmado por los presidentes Horacio Vásquez y
Louis Borno, ratificado en 1936 por Rafael Trujillo y Sténio Vincent.

Para lograr esos acuerdos la República Dominicana tuvo que ceder a Haití un total de 6200
km² del territorio que le pertenecía a España por el Tratado de Aranjuez.
La isla entera, conquistada por el naciente imperialismo de España en 1492, sufrió los
embates del colonialismo. La sociedad taína (pueblo originario que abarcaban a toda la
isla), enfrentaron la violencia conquistadora, padeciendo sus consecuencias.

Como menciona Barros y Zusman […]...Las políticas territoriales en el mundo colonial buscaron en
primer lugar avanzar en su ocupación con el doble propósito... […] avanzar en las nuevas tierras
para actividades productivas y explotación, además de reducir la población indígena para
incorporarla atreves del régimen de encomienda... [...]. En esta ocupación hispánica el brutal
exterminio de la población taina y para poder explotar los recursos, debieron importar esclavos
africanos de forma masiva (1501-1520).

Haití, el primer país independiente de América y la primera república negra del mundo,
ayudaría firmemente a los dominicanos en su lucha por la restauración de la independencia
ante España y contra la tiranía de Pedro Santana entre 1861 y 1865. Los guerrilleros y
luchadores nacionalistas contra la primera ocupación norteamericana (entre 1915 y 1934
en Haití y entre 1916 y 1925 en República Dominicana) colaborarían entre uno y otro lado
de la frontera. En 1965, cuando Estados Unidos volvió a invadir Santo Domingo,
numerosos combatientes haitianos tuvieron una destacada participación, incluyendo varios
mártires caídos en suelo dominicano.

El concepto de “invasión haitiana” con el que se han justificado políticas que atentan
contra los esfuerzos de integración en América Latina y que son violatorias de la dignidad
y los derechos humanos, no es obra del pueblo dominicano ni del pueblo haitiano, que
convivieron y aún conviven en paz en muchos territorios y en las más difíciles
condiciones.

El odio, el miedo y la sospecha entre ambas sociedades han sido cultivados al punto de ser
una doctrina, de la cual se nutre un rentable negocio de las élites políticas, mediáticas y
económicas; muchas veces inseparables una de otra como suele pasar en las sociedades
dependientes y subordinadas, con oligarquías pequeñas y estrechamente fusionadas,
supeditadas históricamente a las potencias.

Las raíces de la inmigración masiva desde Haití venían señaladas en el reporte de


Henríquez y Carvajal, y están en la economía neocolonial de la ocupación de Estados
Unidos. Al mismo tiempo, el informe deja el enfoque de “derrame” de la inmigración, a la
que Henríquez en el mismo documento llama “ola invasora que luego en vano han querido
contener las leyes y los reglamentos dictados no sólo por los dominicanos que han ocupado
en estas últimas décadas el poder; sino también por el mismo gobierno militar americano”.

La contradicción entre una “inmigración” traída como “mano de obra barata” por el
postulado de una potencia ocupante y la noción de una “ola invasora”, pone de relevancia
la noción de “invasión haitiana” era ya un asunto doctrinario e ideológico de carácter
naturalizado y posiblemente ya incuestionable, aun cuando se racionalizaran sus causas y
características objetivas.

Pocos años más tarde, el tirano Trujillo llevaría a cabo la masacre de 1937, en la que se
asesinaron a miles de haitianos que “invadían” territorio dominicano, pero todos en la zona
fronteriza. No fue ultimado ni uno solo de los trabajadores haitianos de los ingenios de
azúcar, en aquella época, principalmente de capital norteamericano. En 1933, mediante una
ley, se había iniciado en el país la política de “dominicanización del trabajo”.

En el caso de Trujillo, se puede develar algo muy parecido. No sólo que mientras el tirano
señalaba y acusaba en el inmigrante haitiano todas las posibilidades de “arrebatar”
propiedades y derechos a los dominicanos, era él mismo quien se servía del poder estatal
para convertirse en el gran monopolista de las actividades económicas, financieras,
comerciales y sociales de la República Dominicana como verdadero monarca-propietario
del país. Asimismo, bajo su mandato la política de “dominicanización del trabajo”
funcionaba como un parapeto ideológico para obtener legitimidad entre la población,
siendo Trujillo el gran explotador de la fuerza de trabajo dominicana, y siendo él quien
regulara la entrada de inmigrantes haitianos como mano de obra forzada para la industria
del azúcar, continuando de manera sistematizada la política de la ocupación
norteamericana. La política de “dominicanización” fue un excelente instrumento de
domesticación y sometimiento de la fuerza de trabajo, junto a las políticas antisindicales y
represivas que desarrollaba a nivel interno.

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