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El nombre de Erzsébet Báthory quedará grabado por siempre entre la galería de personajes

infames de la historia de la humanidad. A lo largo de toda su vida, esta despiadada mujer es


conocida por su búsqueda de la eterna juventud a través de la sangre de sus víctimas.

Erzsébet, cuya traducción al español sería Isabel, nació en 1560 en Byrbathor (Hungría) como
miembro de una de las familias más prominentes de esa nación, considerada por ese entonces
como “el más salvaje de la Europa medieval”.

De acuerdo a una investigación realizada por la escritora francesa Valentine Penrose para su libro
“La Condesa Sangrienta”, Erzsébet sufrió una serie de ataques de epilepsia a los 4 años que su
familia atribuyó a una posesión demoníaca, aunque luego ese tema fue olvidado y ella recibió una
gran educación que incluyó tres idiomas.

Como correspondía a aquella época, los padres de Erzsébet arreglaron su boda con su primo, el
conde Ferenc Nadasdy, cuando ella tenía 15 años y él 26. El matrimonio tuvo tres hijos y vivieron
en el castillo de Ecsed, junto a la madre de Ferenc, con quien Erzsébet no se llevaba nada bien.

Pero a pesar de ello, Erzsébet se impuso y administró los dominios de su esposo con mano de
hierro durante sus ausencias a causa de las guerras que se libraban por aquellos tiempos; y su
personalidad quedó reflejada en una serie de cartas dirigidas a Ferenc en la que expresaba su
crueldad abiertamente.

Entre otras cosas, Erzsébet le contaba cómo castigaba a las criadas del castillo propinándoles
mazazos y pinchándoles los dedos con agujas bajo las uñas. Este comportamiento, llevó a los
investigadores, entre ellos Penrose, a determinar que a la condesa le atraían sexualmente las
mujeres y utilizaba esas prácticas para amilanar a aquellas que pensaran en negarse a sus
requerimientos.

Pero en 1604, tras la muerte de su marido, la condesa cedió a su enfermedad mental echó a todos
los parientes de éste, entre ellos su suegra, para dedicarse a cumplir sus más secretas fantasías.

Con la ayuda de una supuesta bruja llamada Darvulia, Erzsébet instaló un laboratorio en los
sótanos del castillo para dedicarse a las prácticas de la magia negra. El motivo para todo esto era
uno sólo: buscar la manera de mantenerse por siempre joven; y para ello buscó obtener la sangre
de las jóvenes campesinas que habitaban su condado.

Durante años, Erzsébet secuestró, torturó, mutiló y asesinó a centenares de jóvenes, muchas de las
cuales fueron a parar a la “Virgen de hierro”, una especie de féretro con afiladas agujas que
desangraban a sus víctimas hasta la muerte.

Una vez obtenido el líquido vital, la condesa la bebía e incluso se bañaba en el mismo. Pero, luego
de la muerte de Darvulia, Erzsébet se volvió más descuidada y además de las vasallas, también
comenzó a raptar a jóvenes nobles para someterlas a sus siniestras prácticas.

Alertado por las familias, el rey Matyas ordenó Thurzo –un primo de Erzsébet con el que ésta
mantenía una manifiesta enemistad- investigar estas desapariciones, y el noble no tardó en hallar
la verdad.
Tras ingresar por la fuerza en el castillo, Thurzo y sus hombres hallaron el siniestro laboratorio de
Erzsébet, donde todavía había resto de cuerpos y litros y litros de sangre, todavía sin utilizar.

La condesa sangrienta fue enjuiciada y condenada a cadena perpetua, pena que cumplió en su
propia habitación por casi cuatro años, hasta el día de su muerte, ocurrida el 21 de agosto de 1614.

Los investigadores llegaron a determinar que a lo largo de su terrible búsqueda, Erzsébet llegó a
asesinar a unas 600 mujeres, crímenes por los que nunca llegó siquiera a pedir disculpas.

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