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Los 91 nombres

de Cristo

Vol. 1

Meditaciones para conocer y amar


al Dios hecho hombre

José A. Montes
Autor: José Montes
Editor: Javi Martínez
Revisión de citas bíblicas: Luis Zangla
Capítulo 1: Jesús
Capítulo 2: Cristo
Capítulo 3: Hijo de Abraham
Capítulo 4: Hijo De David
Capítulo 5: Emanuel
Capítulo 6: Rey De Los Judíos
Capítulo 7: Mi Hijo
Capítulo 8: Señor
Capítulo 9: Maestro
Capítulo 10: Esposo
Capítulo 11: Señor De La Mies
Capítulo 12: Hijo Del Hombre
Capítulo 13: Señor Del Sábado
Capítulo 14: Pastor
Capítulo 15: Justo
Capítulo 16: Hijo Del Dios Altísimo
Capítulo 17: El Verbo
Capítulo 17 (continuación): El Verbo
Capítulo 18: La Vida
Capítulo 19: La Luz del Mundo
Capítulo 19 (continuación): La Luz Del Mundo
Capítulo 21: El Cordero de Dios
Capítulo 22: “Yo Soy Antes de Abraham”
Capítulo 23: “Yo Soy La Puerta”
Capítulo 24: “Yo soy El Buen Pastor”
Capítulo 25: “Yo soy la Resurrección y la Vida”
Capítulo 26: “Yo Soy la Vid Verdadera”
Capítulo 27: La Roca
Capítulo 27 (continuación): La Roca
Capítulo 28: Yo Soy El Camino
Capítulo 29: Cabeza de la Iglesia
Capítulo 30: Santo y Justo
Capítulo 31: Autor de la Salvación o de la Vida
Capítulo 32: El Apóstol
Capítulo 33: Sumo Sacerdote
Capítulo 34 (continuación): Sumo Sacerdote.
Capítulo 35: Heredero
Capítulo 36: El Precursor
Capítulo 37: Autor y Consumador
Capítulo 38: Príncipe y Salvador
Capítulo 38 (continuación): Príncipe y Salvador
Capítulo 39: Alfa y Omega
Capítulo 40: “Jesucristo, este es Señor de todos”
Capítulo 41: Lucero de la Mañana
Capítulo 42: Mediador
Capítulo 43: Gran pastor
Capítulo 44: El libertador
Capítulo 45: Nuestra Pascua
Sobre el autor
Capítulo 1: Jesús

Al abrir cualquier Nuevo Testamento, encontramos en las


primeras páginas la siguiente expresión: “Libro de la genealogía de
Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1).
Ya que “toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Ti 3:16) es
importante tener presente que la nueva revelación que formó el
Nuevo Testamento tiene el mismo valor que las escrituras del
Antiguo Testamento y que fue el Espíritu Santo quien inspiró a
Mateo, el publicano, a escribir.
Esta declaración es de suma importancia: en primer lugar, porque
nos dice que la persona de la cual se trata tenía una genealogía, por
lo tanto, es “respetable”. En estas meditaciones nos ocuparemos de
su persona y lo que sus nombres nos revelan. Por ejemplo, el
escritor judío Josefo, se jactaba de que su genealogía sacerdotal
estaba en los registros del templo, que era donde se guardaban
todas las documentaciones, y que luego fueron quemadas por Tito y
sus soldados en el año 70 D.C. Dicho esto, a manera de
introducción veamos que nos dicen estos nombres.
La escritura afirma: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador
entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, entre Dios y los
hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).
Esta afirmación es concluyente, no hay otro medio ni camino ni
forma de salvar el abismo que nos separa de Dios, solo por este
mediador: Jesús.
Ahora bien, ¿cuál era la situación del Antiguo Testamento? Si
prestamos atención, la relación entre Dios y el hombre siempre se
realizaba por la presencia de Jehová. Los versículos que se citan en
el Nuevo Testamento certifican la deidad del Señor o sus profecías,
y su cumplimiento lo identifican con Jehová.
En Génesis, Jehová aparece en el capítulo 2 con la creación del
hombre y la mujer. En Jn. 1, se relaciona a Jesús con la creación del
mundo. Además, solo Dios debe ser adorado, como se dice en: Sal
89:8-11 y Col. 1:16, y en Sal. 22:27 cp. Flp. 2:10-11.
En primer lugar, Jesús fue llamado así por la revelación del ángel
a José (Mt. 1:21) y su significado es “Jehová salva”. Este nombre
tiene relación con Josué que significa lo mismo. También había otras
personas en esa época, citadas en los evangelios, que se llamaban
igual, pero en su caso está íntimamente ligado con su obra terrenal
por ser el Dios-Hombre que viene a dar su vida y salvar así a todo
aquel que crea en Él.
Jesús es el nombre humano, el de la humillación del Señor, el de
su encarnación. Así fue conocido por sus paisanos mientras vivió en
esta tierra, tomando forma humana (Flp. 2), pero luego de su muerte
en la cruz y su sepultura ocurre algo extraordinario relatado en Hch.
1, es llevado al cielo y los apóstoles le ven partir. En Hch. 2 el
apóstol Pedro declara en el discurso inaugural de la iglesia:
A este Jesús resucitó Dios, de los cual todos nosotros
somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios y
habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo,
ha derramado esto que vosotros veis y oís, (…) Sepa pues
ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a
quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y
Cristo.
(Hch. 2:32,33 y 36)

El Jesús crucificado y humillado ahora es el Cristo y está


exaltado, entronizado como Señor, como Dios mismo.
Así como hubo un cambio inmenso cuando tomó forma humana y
en su humillación al nacer de una virgen, ahora está nuevamente en
el trono de Dios y quiere recibir nuestra adoración. Esta afirmación
fue tan convincente para los judíos que fueron seguramente testigos
de la vida, obra de Jesús y de su muerte en la cruz, que ese mismo
día respondieron afirmativamente unas tres mil personas al
llamamiento celestial. Ese fue el comienzo de la iglesia en forma
pública y notoria.
Esta es la primera pregunta que debo hacerme: “¿Puedo decir
que realmente este Jesús es mi salvador?”. Si la respuesta es: “No”,
debo detenerme y no continuar, hasta tener la certeza absoluta que
el Señor murió por mí y resucitó para mi salvación. En caso de que
sea: “Sí”, este es el momento para agradecer a Dios y consagrar mi
vida al Señor nuevamente.
Jesús es el nombre usado principalmente en los evangelios. El
pueblo le conoció de esta manera, al llamarle así estaban afirmando
que Jehová Dios es el salvador. Esta era una verdadera declaración
de fe.
Capítulo 2: Cristo

Algunas versiones, en lugar de traducir “Jesucristo” como nombre


compuesto, dicen: “Jesús, Cristo” o “Jesús, el ungido”. La palabra
Cristo significa: “ungido” (traducción del griego). También, en su
versión hebrea: “Mesías” significa lo mismo y de allí las variantes en
las formas que tienen las traducciones.
Recordemos que, en el Antiguo Testamento, se ungían solamente a
los sacerdotes, los reyes y los profetas. Tres funciones muy especiales
y todas se aplican al mismo Señor en los evangelios y el resto del
Nuevo Testamento, aun cuando las leyes dadas por Dios no permitían
que los reyes fueran sacerdotes, ya que venían de dos líneas
genealógicas distintas.
En el libro a los Hebreos, se nos muestra al Señor como el Sumo
Sacerdote por excelencia (ver. 4:14-5:10), y en este caso se le
presenta como superior al sacerdocio de Aarón, a pesar de que no
nació de esa línea (pues solamente ellos podían pertenecer al
sacerdocio). La escritura nos señala aquí que su relación es con un
sacerdocio prefigurado por la línea de Melquisedec, esto fue muy
necesario aclarar porque los creyentes judíos rechazarían
rápidamente esta enseñanza y más aún su servicio en este aspecto, al
no tener los requisitos para ser sacerdote “aarónico”. Ahora, el Espíritu
Santo nos revela que había algo superior, un sacerdocio distinto e
indiscutido, el de Melquisedec, pues Abraham le reconoció, adoró y
ofrendó a Dios.
Los evangelios nos presentan a la vez la figura humana de Jesús,
al nacer, tuvo un padre adoptivo, José y María la mujer bendita entre
todas ellas y presenta su divinidad, al ser el “ungido por Dios” para
esta triple función de rey, sacerdote y profeta.
Recordemos cuando el Señor les preguntó directamente a los
discípulos quién creían que era: “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú
eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” (Mt. 16:16). Esta es la gran
diferencia, la gente común no podía creer esta verdad, y por el
momento dice la escritura: “Entonces mandó a sus discípulos que a
nadie dijesen que él era Jesús el Cristo” (Mt. 16:13-20). No convenía
en ese momento hacer pública esta revelación, para no levantar la
oposición antes de tiempo.
Este nombre compuesto “Jesu-cristo”, nos habla a nosotros de su
perfecta humanidad, unida a su perfecta deidad, Él fue el hombre-
Dios, mientras que “Jesús” nos recuerda su humillación, “Cristo” nos
habla de su glorificación. Recordemos el discurso de Pedro en el día
de Pentecostés, “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel,
que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis (humillación), Dios le
ha hecho Señor y Cristo (exaltación)” (Hch. 2:36).
Justamente, este reconocimiento de Jesús crucificado, resucitado,
y recibido en gloria, proclamado Señor y Cristo, debe ser la base de
nuestra vida cristiana. Cristo, el ungido de Dios, ya no es el Jesús
humano, humillado de la peor manera por los hombres. Ahora debe
ser reconocido por sus hijos, salvados por su muerte y resurrección. Él
está sentado en el trono de Dios y debe ser entronizado también en mi
corazón. Él debe ser mi Señor, mi Cristo, mi Salvador.
Este punto me hace pensar, si durante el día de hoy camino como
un hijo del Rey, del Cristo, el Ungido por Dios. ¿Cuál es el concepto
del Señor que tengo en el fondo de mi corazón?, ¿Vivo como hijo del
Rey, o estoy sujeto aún a mi carne?, ¿Vivo guiado por el Espíritu
Santo, que el Rey dejó en mi corazón para que mi vida sea victoriosa,
venciendo a Satanás, al mundo y a la carne, que batallan contra el
alma?
“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán
tiempos peligrosos”, así advertía Pablo a Timoteo (2 Ti 3:1) y, en
verdad, nosotros podemos decir que nuestros propios días son
justamente “días peligrosos”, no solo por la pandemia mundial (que
azota a la hora de escribir este libro), sino por la confusión moral y
espiritual en que se nos ha introducido. Se ha acelerado el curso de la
maldad, de la violencia familiar y social.
Debemos reaccionar, despertarnos a la realidad, poner nuestra
mirada en el Cristo exaltado a la diestra de Dios y pedir su ayuda en
nuestras necesidades espirituales. Si no lo hemos hecho, necesitamos
clamar por su perdón para poder ser recibidos y transformados en
hijos de Dios, y si lo somos, para que Él consuele nuestros corazones,
nos dé calma y reposo espiritual, que gocemos de la paz de Dios que
ha sido derramada en nuestros corazones, y que podamos en medio
de las dificultades, sentir la mano del Padre guiando nuestras vidas.
Que puedas vivir por encima de las circunstancias que el mundo te
ofrece, y caminar con la mirada puesta en la victoria.
Recordemos Heb 4:14-16:
Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los
cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.
Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue
tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia,
para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno
socorro.
Capítulo 3: Hijo de Abraham

En su evangelio, Mateo que es judío y escribe para su pueblo,


demuestra que Jesús es, en primer lugar, judío de “pura raza”, por
esta razón comienza desde Abraham, el padre de toda la nación. Esta
exposición de su genealogía, le daba al hombre Jesús un certificado
legal de su pertenencia al pueblo hebreo, a la simiente escogida por
Dios, para dar su testimonio a todas las naciones y le capacitaba a
ejercer su servicio de redentor de sus compatriotas.
Los judíos creían que ser descendientes de Abraham, les permitía
tener la salvación asegurada y, por lo tanto, vivían de acuerdo con sus
deseos dando la espalda a Dios. Juan el Bautista, en Mt. 3:9 les
recrimina esta actitud: “ustedes dicen a Abraham tenemos por padre”.
El apóstol Pablo al hablar de los privilegios que tenían los judíos,
dice: “Son descendientes de Israel, y Dios los adoptó como hijos. Dios
estuvo entre ellos con su presencia gloriosa, y les dio las alianzas, la
ley de Moisés, el culto y las promesas. Son descendientes de nuestros
antepasados; y de su raza, [Abraham] en cuanto a lo humano, vino el
Mesías, el cual es Dios sobre todas las cosas, alabado por siempre.
Amén” (Ro. 9:4-5).
Pero, recordemos que Jn. 1:11 dice: “a los suyos vino, pero los
suyos no le recibieron”. El Señor tuvo que enfrentarse con todas las
sectas judías: fariseos, saduceos, sacerdotes, miembros del Sanedrín,
y todo tipo de clases sociales. Unos pocos se destacaron como
creyentes o discípulos, por ejemplo, Nicodemo que fue un creyente en
las sombras. Además, el pueblo le seguía muchas veces por interés,
como en el episodio de la multiplicación de los panes y los peces, o
por las señales milagrosas que hacía, pero no alcanzaba a
comprender el verdadero mensaje.
Se cumplieron en esos días las profecías que habían anunciado la
venida del Mesías, Jesús, pero su pueblo no le recibió como tal. La
Biblia lo expresa así: “Despreciado y desechado entre los hombres,
varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que
escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos”
(Isaías 53:3), y la idea se repite en otros pasajes.
La segunda parte del versículo de Juan 1.12 dice: “mas a todos los
que le recibieron les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. En este
caso, somos nosotros, los gentiles (o no judíos) que le hemos
aceptado y participamos de esta bendición, como leemos en el fuerte
argumento de Pablo en Gálatas 3 el cual está dedicado a aquellos de
toda raza y nación, que aceptan a Cristo por la fe son participantes de
las promesas dadas a Abraham. Leemos en Ga. 3:6-7: “Así Abraham
creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los
que son de fe, estos son hijos de Abraham”, y en Ga. 3:14: “para que
en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a
fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”.
La característica que nos identifica con Abraham es que nosotros
hemos recibido la gracia de Dios, por la fe y pertenecemos a los que
Juan llama: “a todos los que le recibieron”. La fe nos permite entrar, en
este tiempo, a la gracia de Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo.
La fe de Abraham debe ser nuestro ejemplo “obedeció para salir al
lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber dónde iba”
(He. 11:8).
Nosotros hemos creído en Cristo como nuestro Salvador y
comenzamos nuestra caminata de fe, en un sentido como Abraham,
sin saber dónde nos llevará el Señor. La característica de la fe es la
obediencia, así dice el apóstol Pedro: “Pues para esto fuisteis
llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos
ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 P. 2:21). El Señor ha sido
nuestro ejemplo en el sufrimiento; recordemos que seguirle significa
tomar su cruz, Él no nos prometió vivir en un colchón de comodidades,
sino que tendremos que seguir su ejemplo, Él atravesó el camino del
rechazo, de la incomprensión, de la discriminación, por ejemplo:
“Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno?”( Jn. 1:46).
Teniendo esto en mente, preguntémonos: ¿cómo andamos en
nuestra vida? Podemos seguir al Señor como lo hace un niño que
sigue las pisadas de su padre sobre la arena, pisando sobre el lugar
correcto y siguiendo el camino que hizo para nosotros.
En resumen, el nombre del Señor: Hijo de Abraham, nos hace
partícipes de las promesas de Dios, por la fe en Él y, por lo tanto,
recibimos la vida eterna y el Espíritu Santo morando en nosotros nos
lo confirma. Debo vivir de manera tal que mi vida sea digna de un
genuino Hijo de Dios, para que el mundo crea.
Vienen a mi mente estos dos versículos que aplico a mi vida:
“Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores
de hombres” (Mc. 1:17).
“Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”
(Mc. 8:34).
Capítulo 4: Hijo De David

Hace muchos años estábamos una noche de sobremesa, en mi


casa, con dos o tres hermanos, entre ellos don Francisco Lacueva, ex-
sacerdote católico español, convertido al evangelio, autor y traductor
de más de sesenta libros y ya con el Señor. Le pregunté: ¿por qué la
insistencia en la palabra catorce, en el capítulo uno de Mateo? Su
reacción fue tomar una caja de fósforos que estaba sobre la mesa y
escribir en ella tres letras en hebreo. “Aquí está”, dijo, “este idioma no
tenía números, cada letra poseía un valor numérico de acuerdo con el
orden en el alfabeto.Así que David, se escribía así “DVD”, o sea:
4+6+4 que suman 14. Esto hacía que una frase se pudiera leer por los
valores numéricos, o como palabras literales, de este modo en el
versículo 17 de Mateo 1, se puede leer 5 veces el número 14, o sea, 5
veces la palabra “DAVID”. Esto remarcaba que Jesús era, sin lugar a
dudas, el Rey de los Judíos prometido desde la antigüedad,
descendiente del Rey David, cuyo nombre aparece 9 veces en este
capítulo.
Unos de los títulos para el Mesías prometido era “…el hijo de
David” que enfatizaba su línea real judía en la tribu de Judá (véase
Génesis 49:8-12). Él era de la simiente de la mujer (Génesis 3:15), de
la simiente de Abraham (Génesis 22:18), de la simiente de Judá
(Génesis 49:10) y de la simiente de David (2 Samuel 7:12-16).
Además, esta es una designación Mesiánica común en Mateo (véase
9:27; 12:33; 15:22; 20:30-31; 21:9, 15; 22:42). Nuevamente, el valor
numérico de las consonantes del nombre David en Hebreo (daleth, 4 +
waw, 6 + daleth, 4 = 14)[1].
Esto para un hebreo es muy significativo y con aquellos a los que
he testificado con estos argumentos se han quedado asombrados sin
saber qué decir, ya que, en las primeras líneas del Nuevo Testamento,
se hace esta afirmación, Jesucristo es el Rey de los Judíos porque es
descendiente del linaje de David. En este evangelio, el Señor es
llamado Hijo de David por diferentes personas, se mencionan 11 veces
más y el cartel sobre la cruz que ordenó colocar Pilato, decía:
“pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL
REY DE LOS JUDÍOS” (Mt. 27:37).
Pilato pensaba que la historia de Jesús terminaría allí: “ustedes no
lo quisieron”, “aquí lo tienen, este es vuestro rey”. Claro, él no sabía lo
que acontecería: la resurrección, y que un día él mismo será juzgado
por ese mismo Rey de los judíos.
Los apóstoles tenían en claro esta enseñanza, por ejemplo: “que
guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición
de nuestro Señor Jesucristo, la cual a su tiempo mostrará el
bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el
único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien
ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el
imperio sempiterno. Amén” (1 Tm 6:14-16).
Indudablemente el Señor es Rey, no solo de los judíos, sino de toda
la creación, y nosotros como sus hijos hemos heredado este linaje
real, por eso, el Nuevo Testamento, coloca a su iglesia como la esposa
del Rey, y dice de cada uno de nosotros: “nos hizo reyes y sacerdotes
para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los
siglos. Amén” (Ap. 1:6).
Para pensar: ¿vivo como un “pordiosero” quejándome
continuamente, o vivo alabando a Dios porque soy HIJO DEL REY?
¿Cómo es mi vida cristiana: la de príncipe o mendigo? Recordemos
esta realidad, y cada vez que seamos tentados a mirar para abajo por
las pruebas de la vida, levantemos la mirada, demos gracias por
nuestra posición y digamos: “YO SOY UN HIJO DEL REY, del cual no
perdió ninguna batalla y que las Escrituras lo señalan como el Rey de
reyes y Señor de señores”.
Muchas personas, que se dicen creyentes, no quieren leer el libro
de Apocalipsis. Estos observan los juicios que se derraman uno tras
otro sobre la tierra, pero no entienden que el libro es en sí optimista,
porque muestra la derrota definitiva y total de Satanás, de sus
huestes, de su sistema de gobierno terrenal y, finalmente, los capítulos
19 al 21 son el clímax victorioso de una ópera, a toda orquesta, con el
Rey que desciende para gobernar por toda una eternidad, ya sin
enemigos a la vista pues han sido derrotados por la llegada del que
viene: “Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre:
REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap. 19:16).
¡Las sagradas escrituras terminan con esta nota triunfal! No podía
ser de otra manera, y nosotros debemos unirnos a este deseo y
clamor mundial: “Amén, sí ven Señor Jesús” (Ap. 22:20).
Capítulo 5: Emanuel

Continuando con nuestra lectura en el capítulo 1 de Mateo, leemos


la aparición del ángel a José. Mientras dormía, estaba muy
preocupado porque pensaba que su amada, María, estaba
embarazada de otro hombre. Su corazón estaba roto. En esa época
los judíos llamaban “desposorio” a esta etapa en la que se
encontraban. Ellos estaban casados, pero esperaban un año sin
unirse sexualmente hasta el día de la boda. Antes en nuestra infancia
se celebraban fiestas para el compromiso, y en algunos casos tan
grandes como si fuera un casamiento, y de la misma manera la pareja
se tomaba un tiempo prudencial, yo he asistido a varios de estos de
algunos parientes.
Este tiempo, entre los judíos, tenía la finalidad de comprobar si la
muchacha no había mantenido relaciones sexuales y que estuviera
embarazada. Este era el gran problema de José, amaba a su novia, la
había aceptado como virgen, pero se enteraba de que había
concebido. Así que no podía dejar de pensar en un camino por el cual
su prometida no fuera difamada por esto.
Aparece un ángel que ha estado muy activo (ver el relato de Lc.
1:19-25 y Lc. 2) y le presenta el gran plan de Dios para la salvación de
la humanidad, de acuerdo con la profecía de Isaías 7:12-14. Esta tiene
un doble cumplimiento, primero, en la vida del rey Acaz, pero el
Espíritu Santo indica que fundamentalmente fue dada para este
tiempo. El niño sería llamado EMANUEL, o sea, “Dios con nosotros”.
Esto se cumple con el nacimiento del mismo Hijo de Dios, sin
intervención humana. Él es el centro de todas las profecías
mesiánicas.
El mensaje del evangelio es este: “Jesucristo es Dios con
nosotros”. Este mensaje puede verse claramente desde el principio al
final, por ejemplo, en el evangelio según San Juan, el Verbo es Dios,
también era en el principio y no solo de la historia de la creación, sino
antes de la misma y seguirá siendo Dios por toda la eternidad.
Los milagros que el “hombre Jesús” hizo, lo demuestran.
Consideremos el agua transformada en vino (Jn. 2:1-11), en la
purificación del templo dijo: “la casa de mi Padre” (Jn. 2:14-17), la
curación del hijo del noble fue hecha a distancia y manifiesta la
Omnipresencia, que es atributo de Dios (Jn. 4:43-54), la curación del
impedido en el estanque de Betesda (Jn 5:1-9), caminó sobre el mar
en tempestad (Jn. 6.16-20), el ciego fue sanado (Jn. 9:1-7), Lázaro
resucitado al tercer día (Jn. 11) o la pesca milagrosa (Jn. 21.11). Las
grandes discusiones, del evangelio de Juan, son con todos los judíos
en relación con la afirmación de que Él es Dios, y que sus enseñanzas
que conmovían los cimientos de su fe. En esto, se cumplió la profecía
de Isaías: “verlo hemos, pero sin atractivo para que le deseemos”
(53:2).
No podían creer que Jesús era el Mesías, el Dios encarnado, el
Emanuel prometido en las profecías. Ellos estaban esperando un Rey
con toda la majestad, que descendiera del Cielo en medio de
manifestaciones espléndidas y gloriosas, que deslumbraran y
destruyeran al Imperio romano, que reina con toda su gloria en
Jerusalén y que todo el pueblo judío lo hiciera con Él estableciendo un
imperio mundial. Según el libro de Apocalipsis, esto ocurrirá en el
futuro por mil años, pero antes se desarrollarán muchos eventos
profetizados en el Antiguo Testamento y en especial en ese libro del
Nuevo Testamento.
Pero, fundamentalmente, la enseñanza para nosotros es que
Jesús, el hijo de Abraham, hijo de David, es la misma presencia de
Dios con su pueblo. El mismo Señor prometió: “Porque donde están
dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”
(Mt. 18:20) y “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo” (Mt. 28:20).
Muchas veces, al leer los evangelios, comencé a imaginar: “que
bueno sería haber vivido en aquellos tiempos, estar entre los que
escucharon el sermón del Monte, o cuando resucitó a Lázaro, o
durante las discusiones con los judíos, etc.”. ¿No les ha pasado a
ustedes lo mismo? Pero, después he leído que Jesús dijo: “Porque me
has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y
creyeron” (Jn. 20:29). Nosotros somos los que creímos por fe, no por
vista y por lo tanto, recibimos esta bendición. En contraste, muchos
fueron testigos de su obra terrenal que vieron y no creyeron.
Demos gracias porque Dios nos ha permitido vivir en este
momento, para poder testificar a nuestra generación que Emanuel
quiere estar en su vida para cambiar su horizonte y dar vida y vida en
abundancia. Aún en este momento de tanta incertidumbre, en todas
las áreas de nuestra vida podemos “ser guiados por el Espíritu de
Dios, estos son hijos de Dios” (Ro. 8:14). Es importante estar
convencidos de que somos objeto del cuidado y sostén diario de Dios,
nuestro Padre Celestial.
Me pregunto si vivo de tal manera que la presencia del Señor a mi
lado es una constante, o si me olvido de esta verdad preciosa: no
estoy solo, está Emanuel conmigo y en medio de su pueblo.
Les dejo esta promesa que se extiende a todo hijo de Dios por
igual:
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más
aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra
de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos
separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o
persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?
Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el
tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en
todas estas cosas somos más que vencedores por medio de
aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la
muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni
lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna
otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es
en Cristo Jesús Señor nuestro.
(Ro 8:34-39)
Capítulo 6: Rey De Los Judíos

El capítulo 2 del evangelio de Mateo, nos trae el familiar relato de la


visita de estos “magos” orientales (otras versiones traducen “sabios”)
que estudiaban el movimiento de las estrellas, eran astrólogos y
astrónomos, que seguramente estaban muy al tanto de las escrituras
judías que anunciaban el nacimiento del Rey. Eran hombres
temerosos de Dios, mucho más que los mismos judíos de Jerusalén,
ya que salieron en un viaje largo y tedioso, de unos cientos de
kilómetros a lomo de camello o caballo, de noche viendo dónde les
guiaban las estrellas, pero siguieron adelante en la búsqueda del gran
Rey judío que cambiaría el mundo. Es notable que ellos del lejano
oriente, vinieran a adorar al Rey de los Judíos, y cuando Herodes y los
principales sacerdotes y escribas se enteraron, enseguida supieron
dónde estaba profetizado. Sabían las profecías, pero no salieron todos
corriendo a adorarle.
Les dieron las indicaciones precisas, era en Belén: “de ti saldrá un
guiador, Que apacentará a mi pueblo Israel” (Mt. 2:6, que cita de
Miqueas 5:2). Pero no fueron, todos sabemos la historia y al contrario
Herodes ordenó la matanza de los niños.
Es interesante ver que la profecía nos declara no solo el lugar
preciso, sino también las funciones del Rey, “un guiador que
apacentará a mi pueblo Israel”.
Estamos ante la presencia de una profecía de exacto cumplimiento,
la hora de Dios había llegado, el Rey Pastor había venido siglos
después de su anunciamiento por múltiples profecías, ahora Él había
nacido.
Más tarde, dramáticamente los soldados se burlarían diciéndole:
“salve Rey de los judíos” (Mt. 27:29), la multitud le proclamó Rey (Mt.
21:5), Pilato puso un cartel sobre la cruz, “ESTE ES JESÚS EL REY
DE LOS JUDÍOS” (Mt. 27:37), y la multitud, los gobernantes judíos, le
despreciaron, diciendo: Si es el REY, que descienda ahora de la cruz
(Mt. 27:42).
En el evangelio de San Juan encontramos desarrollada esta verdad
en el capítulo 10, tan amado y reconfortante para cada uno de
nosotros, el buen Pastor que da la vida por sus ovejas, que las guarda,
las defiende, las conoce por nombre, etc. Nuestro corazón se
conmueve al pensar en la presencia continua de este maravilloso Rey-
Pastor.
El mensaje de Pablo sostenía que Jesús era Rey, por eso, los
judíos le acusaron en Tesalónica: “Estos que trastornan el mundo
entero también han venido acá; a los cuales Jasón ha recibido; y todos
estos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey,
Jesús” (Hch. 17:6-7) y era un tema principal de su enseñanza a los
cristianos, “la cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo
Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores,” (1 Ti 6:15).
En el libro de Apocalipsis se le llama Rey de los santos (15:3), Rey
de Reyes y Señor de Señores (17:14 y 19:16).
El niño Rey de los judíos, rechazado por ellos, ha sido declarado
por Dios con estos títulos de Rey por sobre todas las naciones y
pueblos, sobre toda la creación. Un día no muy lejano, llegará el
tiempo prefijado para poner orden en el mundo entero y desarrollar
todos los eventos que culminarán cuando todo dominio sea derrotado,
Satanás sea condenado, y la creación resurgirá con nuevos cielos y
nueva tierra. Cristo será proclamado REY DE REYES.
En Ap. 5:6-14, en la adoración cumbre en el cielo, cantaremos al
Cordero y Rey, porque nos has hecho para nuestro Dios reyes y
sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.
Ahora bien, mientras que transcurre nuestra vida aquí en la tierra,
somos extranjeros y peregrinos, vamos camino a la Jerusalén
Celestial, nuestra mirada debe ser puesta en la esperanza
bienaventurada y debemos proclamarla.
Mientras el mundo se va cayendo a pedazos, las instituciones
humanas muestran por todos lados los signos de la corrupción, del
pecado, de la nueva moralidad, de la imposibilidad en algunos lugares
de poder predicar libremente bajo el apercibimiento legal de invadir la
privacidad de otro vecino, y esto está pasando en el mercado común
europeo, ni que hablar, en países que se proclaman musulmanes.
¿Qué imagen estoy transmitiendo con mi vida: la de príncipe o la de
mendigo?
Ahora bien, ¿cuál será mi actitud? ¿La de los nobles sabios que
ofrecieron al Señor sus dones: oro, incienso y mirra? Estos tres
presentes muy valiosos nos recuerdan al Señor. El oro su deidad y su
carácter de rey, el incienso habla de la adoración como Dios, y la mirra
se usaba en la muerte, para colocar en la mortaja con que se envolvía
el cadáver. Pero a la vez, fue la provisión de Dios a un matrimonio
pobre que urgentemente debería emprender un largo viaje a Egipto y
vivir allí, como sabemos, hasta la muerte de Herodes que quiso matar
al bebé. Ellos no soñaron con esta situación, pero Dios les estaba
guardando y proveyendo anticipadamente para semejantes gastos que
iban a tener que afrontar, el viaje y vivir en el extranjero mucho tiempo.
El Señor pide de mí hoy: “Dame, hijo mío, tu corazón, Y miren tus
ojos por mis caminos” (Pr. 23:26).
Capítulo 7: Mi Hijo

Este nombre es dado por Dios en Mateo 2:15, tomado de la


profecía de Oseas 11:1, en principio, se aplica a Israel, pero aquí se le
aplica al Señor, quién figurativamente ha seguido los pasos del pueblo
de Dios en la antigüedad. Jacob y su familia, por medio de José se
instalaron en Egipto, y Moisés le debe decir al faraón que Israel es su
hijo primogénito y que debe dejarle salir (Ex. 4:22-23).
De aquí aprendemos una regla sana de interpretación, una
escritura profética puede tener un cumplimiento doble. Se puede
referir a un hecho puntual, pero que haya otro acontecimiento
pendiente, posterior que termina de cumplirla.
Ahora, como vimos en el capítulo anterior, María, el niño, y José
fueron a radicarse a Egipto (Mt. 2:14), hasta esperar la orden de Dios
para regresar. No sabemos cuánto tiempo transcurrió desde su
nacimiento, cuando le visitan los pastores, y el momento de la
aparición de los magos o astrólogos. Recordemos que Herodes al
verse burlado por los magos, mandó a matar en Belén a todos los
niños menores de dos años. Tampoco sabemos cuánto tiempo
pasaron en Egipto esperando que el peligro pase y se les ordene
volver, pudieron ser un par de años.
El mismo título vuelve a aparecer en el bautismo de Jesús (Mateo
3:13-17). Allí ocurre un fenómeno extraordinario, cuando emerge del
agua, Juan ve el cielo abierto y el Espíritu de Dios que desciende
sobre Jesús, y se oyó una voz de los cielos que decía: “Este es mi Hijo
amado, en quien tengo complacencia”. También en Mt. 17:5 que relata
el episodio de la transfiguración, aconteció algo similar.
La deidad del Señor fue uno de los temas controversiales durante
todo su ministerio, con sus paisanos, especialmente en el evangelio de
Juan cada vez que Él decía: “YO SOY”, a los judíos la sangre parecía
congelársele, se decían: “quién es este que usa el título con el cual
Moisés tuvo la revelación de Dios mismo” (Ex. 3), este era el nombre
reservado solamente para la deidad; “aquí hay uno que dice ser Dios:
está loco o está blasfemando”. Por esto, nos relatan los evangelios
que los judíos de todas las sectas se unían para matarle, a pesar de
las evidencias.
Una señal clarísima de que Jesús es Dios es su poder de dar vida.
Durante su servicio terrenal, resucitó, al menos, a tres personas: una
adolescente que recién había fallecido (Lc. 8:49-55), otro que lo
llevaban a sepultar (Lc. 7:11-15) y Lázaro que hacía ya cuatro días
que estaba en la tumba, y daba olor (Jn. 111-44). Esto solamente Dios
lo podía hacer, pero aún, ante tales pruebas los principales dirigentes
políticos y religiosos judíos se unieron para mandarlo a crucificar.
Una de las doctrinas cristianas más atacadas y resistidas en todas
las edades ha sido justamente, la deidad del Señor, el Hijo de Dios y si
bien es cierto que en todos los evangelios encontramos las
enseñanzas que lo demuestran, es en el evangelio según San Juan
que su deidad se enfatiza, como hemos visto. Todos los milagros del
evangelio, señalan este aspecto.
En Evidencias de la deidad de Cristo y la humanidad, el Dr. Martin
Lloyd-Jones dice:
La primera evidencia es que se le adscriben ciertos nombres
divinos. Ciertamente se le adscriben unos 16 nombres en
total, cada uno de los cuales implica su deidad.
(Pág. 318, Dios el Padre Dios el Hijo)

Además:
Tengamos en claro esto. No es ninguna señal de humildad o
una característica de santidad entrar en la presencia de Dios,
dudando si Dios nos ha perdonado o no. Eso es incredulidad,
falta de fe. Eso es una incapacidad de entender la verdad.
Amigo mío, no intentes pues, nunca más dar la impresión de
que eres un cristiano tan sensible que no te gusta tener la
certeza de que tus pecados te son perdonados. ¡Nuestra
responsabilidad es saber que nuestros pecados han sido
perdonados! Menoscabamos la gracia y la gloria de Dios y la
maravilla de este Evangelio si no tenemos certeza de ello
“teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo”. No por
mis méritos, no por mi rectitud, sino por la sangre preciosa de
Jesús. Él ha abierto el camino.
(Obra citada, pág. 421)

Nuestra nueva relación con Dios desde el momento en que


creímos, como ya hemos señalado muchas veces en estas
meditaciones, nos ha transformado en miembros de la familia de Dios,
como hijos adoptivos, con todos los derechos y responsabilidades de
tales.
Que el Señor nos ayude a tener la certeza plena de que hoy
estamos caminando con la cabeza en alto, porque somos hijos del
Dios altísimo, que nos ha llamado para que seamos sus testigos en la
tierra, luz en un mundo en tinieblas, sal de la tierra para evitar su
descomposición total y nos ha llamado a ser sus testigos.
Meditemos juntos en este texto:
Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor
Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del
pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que
hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es
agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por
los siglos de los siglos. Amén.
(Hebreos 13.20-21)
Capítulo 8: Señor

En Mateo 3:3, se le atribuye por primera vez la expresión “Señor”,


citando la profecía de Isaías 40:3: “Voz que clama en el desierto:
Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a
nuestro Dios”. Aquí se reemplaza a Jehová, por Señor, o sea, Juan el
Bautista estaba anunciando a Jesús, como el mismísimo Dios que
había venido en cumplimiento de esta profecía.
Lo que él estaba viendo y proclamando era que los tiempos habían
llegado, el Jehová del Antiguo Testamento había venido a la tierra para
traer salvación a la humanidad. El reloj había marcado la hora y
debían arrepentirse porque el reino de Dios había llegado.
Su mensaje incluía palabras muy duras, incluso, decía que Aquel
que él anunciaba, podría bautizar con el Espíritu Santo y con fuego,
esto significa: “salvación” y “juicio”.
El mundo de su época no le reconoció como Señor y lo mismo
sucede en nuestra época porque implica aceptarle como Dios mismo
con toda la autoridad que esto representa. Él tiene derecho sobre
nuestras vidas porque simplemente es el SEÑOR. Reconocerlo es
aceptar su autoridad y su voluntad para con nosotros.
En Mt. 7:21, hay una seria advertencia: “No todo el que me dice:
Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Personas, tal vez
sinceras, que viven en un autoengaño, dicen ser cristianos, aún hacer
milagros en el nombre del Señor y vivir aparentemente bajo su
protección, pero el mismo Señor dice que están mintiendo y
engañando a otros con su comportamiento.
Conocí a muchos, que decían sacar demonios de la gente o
proclamar doctrinas novedosas como si fueran más profetas que los
del Antiguo Testamento y, luego, sus vidas fueron un rotundo fracaso
inclusive algunos terminaron en la cárcel o en medio de escándalos
pecaminosos. Se cumplió en ellos lo que dice el evangelio:

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de


los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está
en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor,
¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos
fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y
entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí,
hacedores de maldad.
(Mt 7:21-23)

En el libro de los Hechos, hay una declaración que marca una gran
diferencia, un cambio de época, en el discurso de Pedro en Hch. 2:36:
“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús
a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”.
Jesús, recordamos, era el nombre de la humanidad, de la
humillación del Señor. Los judíos no le reconocieron nada más que
como el hombre Jesús, que hacía milagros por Satanás, que decía
que era un profeta, o un loco, por eso, le crucificaron, sus palabras y
mensajes molestaron a todas las clases sociales, a los judíos
religiosos, a las distintas sectas, fariseos, saduceos, etc. Ellos
crucificaron a Jesús, pero venciendo la muerte por su resurrección,
apareció muchas veces y a distintas personas. En 1 Co. 15:1-8, Pablo
lo presenta como si fuera un argumento ante un tribunal de juicio de su
época, por eso, no menciona a ninguna mujer como testigo, pues en
aquella época no eran tomadas en cuenta como testigos, solo los
varones se podían presentar en esa condición ante un tribunal. Ahora
había sido ascendido (como relata Hch. 1) y proclamado Señor
estaba sentado en el mismo trono de Dios.
Esta posición de Señor debía afectar sus vidas y debe afectar la
nuestra. Es significativo que como por ejemplo en Flp. 2, donde se
habla de la humillación, allí también dice que en el nombre de Jesús
se ha de doblar toda rodilla, para reconocerle como Señor.
En este día, debemos decir, sin dudar, que el hombre Jesús, es el
Señor, y debemos reconocerle en nuestra vida práctica como el que
tiene potestad en nosotros por esta misma razón.
Personalmente, me molesta cuando escucho a muchos cristianos
hablar, en el nombre de Jesús, y referirse a Él a cada momento,
invocándole de esta manera. En las epístolas, siempre se pone el
énfasis en que Él es el Cristo, por eso, muchas veces aparece el
nombre Jesucristo o Cristo Jesús, para remarcar su humanidad, pero
también su exaltación, es una falta de respeto, hoy llamarle “Jesús” a
secas. Recordemos que Él es Señor.
Debo preguntarme: ¿En realidad vivo pendiente del Señor, del
Cristo exaltado? ¿O no le doy importancia a su “señorío” sobre mi
vida? ¿Dependo de Él o simplemente lo hago de boca para afuera?
Muchas veces, les soy sincero, he tenido que hacerme este planteo:
¿es Cristo mi Señor en todas las áreas de la vida, o tengo algunas en
las que no le dejó entrar?
Tenemos una palabra de consuelo para nosotros: “Y seré para
vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor
Todopoderoso” (2 Co. 6:18). Si aceptamos y vivimos como hijos del
Señor, desde lo íntimo de nuestro corazón, podemos disfrutar de la
presencia del Padre en nosotros, por medio del Espíritu Santo que
mora en nosotros desde el momento que hemos creído en el Señor
Jesús, o sea, la Trinidad Divina es nuestra compañía.
Capítulo 9: Maestro
Este título, que literalmente significa: “uno que es grande”, aparece
por primera vez en el evangelio Mt. 8:19: “Y vino un escriba y le dijo:
Maestro, te seguiré adonde quiera que vayas”. En el pasaje, un
hombre experto en la ley de Moisés tuvo una buena intención,
conmovido tal vez por las enseñanzas tan particulares de este nuevo
“maestro”, estuvo dispuesto y así lo expresó, a seguirle, pero al oír una
dura respuesta, se acabaron sus buenas intenciones y no estaba
dispuesto a pagar el precio de ser un discípulo del maestro que
terminaría muriendo en la cruz.
En el capítulo que sigue, el 9, un fariseo se dirige a los discípulos, y
habla del Maestro que comía con publicanos y pecadores. Esto
rebajaba su “calidad” ante su mirada soberbia y orgullosa de la
apariencia de religiosidad que tenía esta secta, que se llamaban “los
separados”, estos tampoco siguieron al Señor. Por otro lado, también
es notable que Judas, el que le entregó, lo hizo diciendo: “¡Salve,
Maestro! Y le besó” (Mt. 26:49). Además, nunca encontramos en los
evangelios que le llamara Señor, nunca este “apóstol” que escuchó,
convivió, le manejó las finanzas y vivió la intimidad del Señor, pero no
le aceptó como tal. Jamás pasó de la categoría de un maestro más
para Israel. El Señor estaba triste por saber sus intenciones más
íntimas. ¡Estar tan cerca y no reconocer que era más que un maestro!
Para Judas, Jesús nunca fue el Señor de su vida, siempre se dirigió a
Él como “maestro” (Mt. 26:25), en la última cena: “Entonces
respondiendo Judas, el que le entregaba, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Le
dijo: Tú lo has dicho”, y en el saludo al entregarle a los soldados
romanos (Mt. 26:49).
Yo conozco a teólogos muy reconocidos, de los cuales he usado
algunos de sus libros como consulta, porque son eruditos, porque
explican muy bien las verdades bíblicas, pero debo confesar que no
creo que ellos sean Hijos de Dios, porque niegan: o su deidad, o su
nacimiento virginal, o algunos de los milagros, están como Judas. Lo
reconocen como un maestro muy grande, pero no el Señor y Salvador
de su vida.
En Mt. 17:24, los que cobraban el impuesto anual para el templo,
dos dracmas o dos denarios anuales, que equivalían al salario de dos
días de trabajo de un obrero o campesino común, le dan este título.
En Mt. 22:16, lo hacen los herodianos, otra de las sectas judías,
más politizadas a favor de los romanos, también eran enemigos del
Señor.
En el Mt. 23:8-10 hay una dura advertencia a los discípulos:

Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es


vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y
no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es
vuestro Padre, el que está en los cielos, Ni seáis llamados
maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo.

Nosotros somos sus discípulos, sus hijos, sus hermanos, pero no


debemos usurpar estos títulos que solo le pertenecen a Él.
Nicodemo, un judío piadoso, le llamó “maestro” porque llegó a
reconocer, que había algo especial en la persona de Jesús y que Dios
estaba con Él (Jn. 3), y luego le vemos jugarse su propio prestigio en
Jn. 7 y 19, trayendo elementos para sepultar a Jesús cuando lo
bajaron de la cruz. Este hombre creyó en Él y aceptó llevar su cruz,
estos actos testimoniales le costaron muchos dolores de cabeza por el
rechazo de la sociedad a la cual pertenecía.
Los discípulos le llamaron “maestro”, por ejemplo, en Mr 4:38, en la
barca, pero no era habitual que lo hicieran.
Es notable que luego de su resurrección, este título no aparezca en
el resto del Nuevo Testamento, y solamente lo usa Pablo, para
referirse a sí mismo como maestro de los gentiles, dos veces en las
cartas a Timoteo, pero nunca al Señor.
El Señor es el Maestro de la iglesia y no hay otro, debemos leer sus
enseñanzas, en todos los evangelios y en el resto de las escrituras,
buscando en oración y en obediencia a sus mandamientos, seguir sus
pisadas, porque Él, nos dejó el ejemplo, ¿qué visión tengo de Él? ¿Es
solamente “un maestro” o es “mi Señor y Maestro”? ¿Qué es Cristo
para mí? No había diferencia aparente entre los apóstoles y Judas,
todos eran discípulos, pero unos le veían como el Señor y otro solo
como “un maestro más” y le entregó a los soldados romanos. Luego,
sabemos de su triste final.
De modo que hoy estamos ante un interrogante personal, debo
preguntarme a mí mismo: ¿es Cristo, “Señor” para mí? Esto involucra
que debo obedecerle en todo lo que me pida, debo estar dispuesto a
tomar la cruz y seguirle. En los evangelios nos encontramos con
muchos que parecían muy bien preparados y predispuestos a seguirle,
pero cuando tuvieron que calcular el costo, no quisieron dejar lo que
les ataba a esta tierra.
Me quedo pensando en este llamado del Señor para mí: “Y decía a
todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz cada día, y sígame” (Lc. 9:23).
Capítulo 10: Esposo
En el evangelio de Mt. 9:14-17, se dice: “¿acaso pueden los que
están de bodas tener luto, entre tanto el esposo está con ellos?” y el
Señor mismo, responde la pregunta sobre el porqué sus discípulos no
ayunaban. Esto mismo se repite en Mr. 2:18-22, cuando se le preguntó
a Jesús por qué los discípulos de Juan el Bautista, no ayunaban y,
también, en Lc. 5:34 y Jn. 3:29 a Jesús se le atribuye este título de
“esposo” de los suyos.
Luego, en el resto de las cartas apostólicas y en la culminación del
Apocalipsis se desarrolla esta doctrina con más detalle. Cristo
resucitado está formando un cuerpo de judíos y gentiles, a quién se le
llama la iglesia, su esposa.
Pablo escribe: “Porque os celo con celo de Dios; pues os he
desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen
pura a Cristo” (2 Co. 11:2).
Además, en Ef. 5 al hablar de las obligaciones de los esposos dice
lo que Cristo hizo, hace en el presente y hará por su esposa que es la
iglesia, y allí podemos entresacar esta enseñanza:

Como esposo, Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su


cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está
sujeta a Cristo, Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí
mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el
lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí
mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga
ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha, sino
que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia,
porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus
huesos. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto
de Cristo y de la iglesia.
(Ef. 5:23-32)
Cristo es el “esposo” sin igual, el Espíritu Santo nos ha dejado
plasmado este ejemplo, para que nosotros le imitemos en nuestro
comportamiento y en nuestro accionar como esposos cristianos.
En esta tierra, la iglesia, como hemos experimentado, tiene
manchas y arrugas, pero llegará un día en que será presentada como
una esposa gloriosa.
Ahora bien, nos debemos preguntar, ¿cómo dice la escritura que se
ingresa a esta nueva relación que no estaba revelada en el Antiguo
Testamento? Recordemos cuando transitamos en nuestras
meditaciones del libro de Efesios, allí lo expusimos. Cada uno de los
integrantes de este cuerpo místico, que es la iglesia, la esposa, hemos
entrado a formar parte del mismo cuando por la gracia de Dios, hemos
confesado a Cristo como nuestro único y suficiente salvador, no fue
por obras, porque nada podíamos hacer, éramos pecadores y
estábamos destituidos de la gloria de Dios, así dice Ro. 3:23, pero de
allí en adelante pasamos a formar parte de la iglesia, la esposa de
Cristo.
Es en el libro de Apocalipsis donde a Cristo, entre muchos
nombres, se le llama el Cordero, y en la culminación del libro luego de
relatar una cantidad de sucesos y juicios que caerán sobre la tierra,
con mortandades (que dejarán muy minimizados a esta pandemia que
estamos viviendo mientras escribo, a manera de anticipo, porque no
nos queda la menor duda que estamos en una preparación a los
acontecimientos apocalípticos), donde se menciona de un gobierno
centralizado y de orden mundial. Estos eventos culminarán con las
“Bodas del Cordero”.
En cuanto a esto, alguna autoridad en el norte ha dicho que lo que
el mundo precisa es un gobierno mundial en el orden sanitario, que
centralice todas las organizaciones nacionales y dicte las normas de
salud en forma preventiva y resolutiva para parar esta y otras
pandemias que vendrán. Esto no es fantasía, lo repitieron algunos
informativos nacionales. Digo esto porque una de las condiciones del
mundo venidero es que por 7 años habrá un gobierno mundial que
centralice la economía, la política, y todo lo que signifique un gobierno
único, a cargo de lo que la Biblia llama el “Anticristo”.
Recordemos nosotros, los que hemos confiado en Cristo como
nuestro “Esposo”, como el que muy pronto cumplirá las profecías,que
lo que dice Apocalipsis será una realidad, allí se expresa en términos
simbólicos:

Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender


del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para
su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el
tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y
ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su
Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no
habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque
las primeras cosas pasaron.
(21:2-4)

La iglesia es mencionada como la nueva Jerusalén, es todo


glorioso en ella. Hoy tenemos motivos más que suficientes para estar
tristes porque hay demasiadas situaciones dolorosas a nuestro
alrededor, los noticieros solo hablan de récords de muertes, cada día
la muerte es noticia, la pobreza es noticia, el dolor humano es noticia,
etc.
Pero, qué hermoso es pensar que Dios está al gobierno de todo y
que finalmente Él secará nuestras lágrimas, nos recibirá en la gloria, y
seremos consolados por toda la eternidad. ¿Creemos esto? Si es así,
salgamos a dar esta buena noticia a nuestro prójimo más cercano.
Capítulo 11: Señor De La Mies

Este título aparece en Mt. 9:37-38. El Señor veía una realidad que
sus discípulos no tenían en claro. Él recorría las ciudades y aldeas,
enseñando en las sinagogas, predicando el evangelio del Reino, y
tenía compasión de las multitudes. Al verlas desamparadas y
dispersas como ovejas que no tenían pastor, dijo: “Rogad al Señor de
la mies que envíe obreros a su mies”.
En la actualidad, la situación no ha cambiado en absoluto. La
muchedumbre vive en la época de la postverdad, en la que ya no se
sabe si lo que a la mañana es verdad, a la noche pasó de moda y es
mentira; ser inmoral es algo para ser proclamado como la cosa más
natural del mundo; o en la ventana del mundo donde existe la mayor
densidad de población del mundo, es en la que más incrédulos existen
y la que menos misioneros tiene en la mies, está abarca Asia, Medio
oriente, y África.
Los creyentes de mi generación fuimos testigos de las grandes
campañas y la trayectoria de hombres como Oswald Smith, Billy
Graham, luego siguieron otros grupos evangelísticos que despertaron
al mundo impulsando la predicación, pero aún así la tarea sigue
inconclusa.
Recuerdo a Oswald Smith, por ejemplo, en uno de sus mensajes
que ejemplificaba nuestra actividad, como si en una casa
mantuviéramos el jardín del frente muy bien cuidado y regado todos
los días, pero nuestra tarea se limitara a ese pedacito de tierra y
descuidáramos el resto del lote que tiene muchos metros cuadrados
más y está lleno de malezas que nadie quita.
Me parece que para muchos de nosotros la visión no ha cambiado.
Para muchos grupos, la obra misionera se limita al propio radio de
acción, al vecindario, donde están y de allí no se pasa más allá. Pero,
el mandato del Señor sigue siendo ir a Jerusalén, Judea, Samaria y
hasta lo último de la tierra.
En la actualidad, tenemos todos los medios posibles para expandir
nuestro radio de acción, hay hermanos nuestros que están
arriesgando sus vidas en países donde ser cristiano significa
persecución y aún la muerte.En el siglo XX se realizaron estadísticas
confiables que calculan que hubo más mártires cristianos en ese siglo
que en toda la historia de la humanidad, esto no ha cambiado en el día
de hoy. En Asia y África, millones no han escuchado el mensaje de
salvación, mientras tanto los creyentes nos callamos, Cristo, tiene la
entrada prohibida en países musulmanes, comunistas o paganos.
El pasaje que sigue tiene una tremenda actualidad, cada uno de
nosotros debería leer y no avanzar hasta no haber contestado cada
pregunta que se nos plantea, oremos para que el Señor toque “mi
corazón” y respondamos como Él quiere de cada uno:

Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu


corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si
confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en
tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca
se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel
que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay
diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de
todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo
aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo,
pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo
creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin
haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren
enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de
los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!
(Ro. 10:8-15)

Nos debemos preguntar qué hemos hecho para llegar con el


evangelio a un mundo que está necesitando oír del amor de Dios, de
la cruz, del cambio total que significa ser cristiano.
Hoy el clamor del Señor de la mies sigue siendo el mismo, pero la
necesidad ha aumentado, la población mundial crece en forma
desproporcionada al número de creyentes, hay cientos de millones
que nunca han oído hablar de Cristo, del evangelio y, menos aún, de
la Biblia, el clamor es cada vez más intenso.
Si hay algo que debe hacer la iglesia cristiana en este tiempo es
despertar a la necesidad de hombres y mujeres que sientan la voz del
Señor de la mies, buscando obreros para su mies.
¿Soy consciente de esta tremenda necesidad? Mi vecino, mi
familiar cercano, mi compañero de trabajo, el barrio donde vivo es la
primera línea donde debo dar testimonio y desde allí, seguir hasta lo
último de la tierra: necesito orar, ofrendar, comprometerme en lo que
esté a mi alcance (y aún fuera de este) para alcanzar a nuestra
generación. Esta es una labor continua, la de mi generación y cuando
yo ya no esté, será la de la próxima, hasta que el Señor venga.
Is. 6:8: “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y
quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a
mí”.
Capítulo 12: Hijo Del Hombre

Este nombre aparece en Mateo 10:23 y es el Señor, quien se llama


a sí mismo como el Hijo del Hombre. Este nombre enfatiza su linaje
totalmente humano, pero también totalmente divino. A pesar de que
tomó forma humana, Cristo nunca dejó de ser Dios. Por eso, el
evangelio de Lucas remonta su genealogía hasta Adán (Lc. 3:23-38), a
quien menciona como hijo de Dios. En Mateo, Cristo es el
descendiente del padre de los judíos, Abraham, y descendiente del
Rey David, es el Rey perfecto y en Lucas es el hombre perfecto.
Es notable que este título aparece en los evangelios, entre Mateo a
Juan, 87 veces y solo 1 vez en Hch. 7:56, fueron las últimas palabras
de Esteban: “veo al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” y
luego vuelve a aparecer dos veces en el capítulo 1 y 14 de
Apocalipsis.
Es un título claramente dedicado al ministerio terrenal del Señor, en
los evangelios. Él mismo fue quien se adjudicó este título y habló de
sí, como el Hijo del Hombre, por ese motivo, no aparece en los
escritos de Pablo, ni del resto de los escritores, hasta las menciones
en el Apocalipsis.
La humanidad del Señor es la que se pone en relieve, como la
cabeza de una nueva creación para los descendientes de Adán, ahora
se inicia un nuevo punto de partida. Adán fue la cabeza de una raza
caída, el Hijo del Hombre es la cabeza de una nueva familia de
redimidos por su obra en la cruz, su resurrección y su exaltación,
como le vió Esteban, sentado a la diestra de Dios y, también, Juan vió
al Hijo del Hombre con toda su gloria.
Pero, es interesante examinar lo que el Hijo del Hombre habla de sí
mismo, por ejemplo, en Mt. 9:6, demuestra que tiene poder para
perdonar pecados en el encuentro con el paralítico. Para el Señor, lo
más importante era restablecer la comunión de este hombre con la
deidad, por eso le dice: “hijo tus pecados te son perdonados”. El Señor
conocía la carga espiritual que embargaba a este hombre, que por fin,
encontró alivio y paz espiritual. Ahora era libre, pero, claro, los que le
rodeaban no podían interpretar los dichos del Señor. Seguramente su
rostro cambió, cuando los que estaban a su alrededor comenzaron a
pensar mal en sus corazones, como tal vez lo haríamos nosotros
porque “hablaba de algo que no se veía”. Entonces, el Señor obró
para confirmar que lo espiritual era tan real como la sanidad física y
total de este ser humano. Me parece ver el rostro lleno de paz y
felicidad del paralítico levantando su camastro y yéndose cantando a
su casa, y los demás asombrados sin saber qué pensar ni decir.
Habían presenciado un milagro que corroboraba que el Hijo del
hombre tenía poder no solo para dar sanidad física, sino también para
perdonar pecados.
En Mt. 12:8, recordamos otro incidente, los discípulos pasando por
el campo tomaron unas espigas de trigo maduras de los campos y
comieron crudo el grano. En este caso, fueron acusados de violar el
“sábado”, institución ultra sagrada para los judíos, entonces, Jesús les
dijo: “el Hijo del hombre es Señor del sábado”.
También, en Mt. 12:32, habla de un pecado que no será perdonado:
el que hable en contra del Espíritu Santo, en contraste, el que hable en
contra del Hijo del Hombre le sería perdonado.
Otra mención se realiza en Mt. 12:40, se compara la estadía de
Jonás en el gran pez, con la similitud de la estadía del Señor en la
tumba, tres días y tres noches completas. Los hombres de Nínive
oyeron la voz de Jonás y se arrepintieron, así debían hacer con la
predicación del Hijo del Hombre que estaría en “el corazón de la tierra
por un tiempo similar”.
En ese momento, seguramente ni los apóstoles entendieron que
hablaba de su muerte y su entierro en la tumba nueva que José de
Arimatea le acondicionó. Él le dio sepultura, junto con Nicodemo, de
acuerdo con el ritual judío. Pero, de allí salió triunfante al tercer día, el
día domingo (según el calendario judío el domingo comenzaba al
anochecer del día sabado y por la madrugada). El primer día de la
semana, aparece a las mujeres que habían ido a la tumba al
amanecer. Ese día, una serie de acontecimientos alteraron la paz del
lugar: hubo un terremoto, algunos sepulcros resultaron abiertos, pero
lo interesante fue que la piedra que oficiaba de seguridad a la entrada,
que pesaba varias toneladas, fue puesta en otro lugar como si fuera
de papel, y el interior estaba vacío, Cristo había resucitado.
Debo preguntarme ¿cuál es mi visión del Señor, es la del Hijo del
Hombre sentado a la diestra del Padre o simplemente es un Jesús
derrotado y vencido, por el que no vale la pena seguir?
CRISTO HA RESUCITADO, y a los 40 días fue ascendido al cielo,
de donde nuestra esperanza es verle volver a buscar a los suyos.
Mientras escribo estamos viendo continuamente tristes imágenes de
cientos de tumbas en cementerios que no alcanzan para recibir los
muertos de la pandemia, pero como creyentes en el Hijo del Hombre,
sabemos que él tuvo poder para cambiar la vida de las personas
perdonando sus pecados, que tuvo poder para soportar el dolor de la
muerte y muerte de cruz, y también sabemos que Él triunfó
resucitando. Que nuestra esperanza esté puesta en el día en que el
Señor de la gloria, Muy pronto, hará sonar la trompeta y vendrá a
buscarnos.
Les dejo esta promesa:

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos


llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce,
porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de
Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero
sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a
él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene
esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es
puro.
(1 Jn. 3:1-3)
Capítulo 13: Señor Del Sábado
Este título aparece en Mt. 12:10 y fue en respuesta a la pregunta
maliciosa de los fariseos y los herodianos, secta judía que apoyaba a
los romanos. Los primeros eran tan celosos de la ley, que terminaron
multiplicando sus requisitos, hasta el punto que negaron la
misericordia o compasión, por seguir requisitos “legalistas”. Para ellos
sanar a una persona en el día sábado era una trasgresión, esta falta
de misericordia reveló la dureza de sus corazones.
Altualmente, en la zona de edificios de judíos religiosos, todo
estáautomatizado, los hornos eléctricos se prendan solos los sábados,
los ascensores suben y bajan, parando en todos los pisos para que
nadie tenga que hacer el “trabajo” de apretar siquiera un botón. A
pesar de que todo es automático, se olvidan de que para que tengan
electricidad, un número incalculable de personas están trabajando
para ellos. Así violan igualmente el sábado.
El Señor demostró que el sábado era un día en que podía hacerse
misericordia y lo puso en práctica yendo a la sinagoga, sanando a un
hombre que tenía una mano seca, mostrando su amor hacia este
pobre enfermo. También, en Lc. 13:10, se relata la curación de una
mujer que estaba encorvada y no se podía enderezar.
Es notable hasta qué punto puede llegar el fanatismo religioso en
su sequedad de amor. En estos relatos del evangelio fue privar de la
posibilidad de cura a personas desahuciadas y enfermas por años.
Para ellos era preferible que sigan así antes que ser curadas por un
acto sobrenatural de misericordia, que según ellos quebrantaba el
sábado, y esto ocurrió varias veces en el ministerio público del Señor.
Fue por este motivo que se pusieron de acuerdo estas dos sectas, los
Fariseos y los herodianos, que en otras cosas eran irreconciliables.
En mayor o menor medida, muchos hemos sido testigos de que en
el nombre de la “sana doctrina” se dejen de tratar con personas o
privarlas de la comunión, por razones infantiles. Por ejemplo, no usar
corbata, o no ponerse un saco en pleno verano, o a pesar de ser un
hermano conocido que accidentalmente pasa por una ciudad y que por
alguna razón no pudo traer la carta de presentación. Situaciones como
estas las hemos visto, oído o sufrido en carne propia.
Pero, ¡qué hermoso es pensar que ante los ojos del Hijo del
hombre, cada uno de nosotros puede tener una limpia y sana
comunión con el Señor, que está por encima de las mezquindades
humanas!
En la carta a los Romanos 5:5, leemos: “y la esperanza no
avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”. El mismo amor que
manifestó el Señor hacia todas las personas sin importar su condición,
es el que actúa en nosotros, es un don generoso del Espíritu en
nosotros. Por lo tanto, debe conmovernos y ponernos en acción
cuando vemos a nuestro prójimo, lo conozcamos o no, sea o no
creyente, pertenezca o no a nuestra congregación, sea de nuestra
raza o no, etc. Debemos actuar con todo aquel que esté pasando por
una necesidad, dedicar nuestro tiempo, nuestro esfuerzo y tratar de
solucionar el problema.
No basta con dar dinero, meter la mano en el bolsillo y dar una
ofrenda generosa de acuerdo con nuestra condición. Muchas veces,
deberemos involucrarnos en la acción y dar nuestro tiempo, y es en
esto donde más fallo, porque cuando dedico mi tiempo en realidad
estoy dando mi vida, estoy dando algo que no puedo volver a
recuperar. Es algo que supongo que es mío, pero si lo estoy haciendo
en el nombre del Señor, en realidad, estoy entregando mi tiempo, mi
vida a Aquel que murió por mí en la cruz. De esto se trata la
consagración de la vida al Señor.
Muchas veces he escuchado hablar de entregar nuestras ofrendas
al Señor, y sí, es una acción cristiana, pero recordemos que el Señor
nos pide: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz cada día, y sígame” (Lc. 9:23) y “el que no lleva su cruz y
viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:27).
Así que me preguntó: ¿cómo actúo, con compasión, con
misericordia o con hipocresía y falta de misericordia ante el sufrimiento
de mi prójimo?
Ahora mismo estamos viviendo un tiempo excepcional, nunca en
nuestra vida hemos visto el país y el mundo entero afectado,
habíamos visto o escuchado de alguna población de la Patagonia,
donde sus habitantes quedaron encerrados y el pueblo bloqueado por
una plaga de hantavirus, pero nunca hemos vivido en carne propia que
la noticia sea la enfermedad, la muerte, los despidos de obreros, la
gente sin nada para comer o para subsistir, los centros comerciales
cerrados por meses, la falta de seguridad especialmente en el Gran
Buenos Aires, manifestaciones de todo tipo a favor o en contra,
calcular cuántas camas ocupadas hay o si la semana que viene o la
otra los hospitales estarán colmados, o nosotros mismos encerrados
por la cuarentena. Necesitamos ser administradores de la bondad de
Dios, así como Él ha consolado nuestras vidas y nos ha dado su paz,
nosotros debemos transmitirla, comunicarla, hacer todo lo posible para
que el Señor del sábado, el Señor de la misericordia y del amor, pueda
ser el que traiga su salvación, paz y sanidad espiritual y física a la vida
de nuestro prójimo, nada nos puede detener que se transmita el
mensaje de la salvación, que aquellos que están cargados por alguna
de las cosas que mencionamos puedan escuchar al Señor, que dice:

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os


haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis
descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y
ligera mi carga.
(Mt. 11:28-30)
Capítulo 14: Pastor

El Señor se atribuye a sí mismo esta función, cuando les dice a sus


discípulos anunciando su muerte, en Mt. 26:31: “Heriré al pastor y las
ovejas del rebaño serán dispersadas”.
La enseñanza más significativa es en el cap. 10 del evangelio
según Juan Cuántas veces nuestras vidas han sido reconfortadas por
las palabras de este precioso capítulo. No solo el Señor allí nos dice
que es el buen Pastor, del cual hablaba el Salmo 23, cumpliendo cada
una de las afirmaciones del mismo en su trabajo, sino que es la Puerta
del redil, por donde cada uno de nosotros entra y sale con su
compañía. Sus ovejas oyen su voz y le siguen, Él las conoce a cada
una en particular, les ha dado un nombre, sabe de sus necesidades y
Él les da vida en abundancia, al contrario del ladrón que viene para
destruir y matar.
Debemos recordar cómo era el redil de aquella época. Era un
vallado de piedras, ramas, y otros elementos que formaban un cerco
grande donde varios pastores se asociaban y ponían un portero para
guardar todos los rebaños juntos por la noche y cuando llegaba el
amanecer cada uno entraba al redil, porque el portero le abría la
puerta porque le conocía y entre todas las ovejas comenzaba a
llamarlas por nombre y ellas le respondían agrupándose para poder
salir todas juntas. Por eso, dice claramente que hay un conocimiento
mutuo entre el pastor y sus ovejas. En una ocasión pude presenciar
algo similar. Para un inexperto como yo, cuando mi padre me llevaba
de paseo a algún campo de un conocido, para mí todas las vacas eran
iguales, pero me asombraba que en el tambo, los peones las llamaban
por nombre y ellas acudían alegres para ser ordeñadas, había un
conocimiento mutuo asombroso.
Respecto a la forma de trabajo de los pastores, en aquellos tiempos
y en la actualidad sigue igual. Ellos hacen largas caminatas en oriente
por lugares desérticos en busca del alimento y del agua, así logran
una intimidad con el rebaño. En muchos casos, el pastor debe afrontar
el peligro de las bestias silvestres que son capaces de diezmar el
rebaño, arriesgando sus vidas.
Jesús, el buen Pastor, dice: “Yo pongo mi vida por las ovejas”, y en
el pasaje de Mateo que estamos considerando, Él anuncia que se está
cumpliendo esto en forma literal, el gran misterio de nuestra salvación.
Millones de corderos habían sido sacrificados en el transcurso del
tiempo, desde Adán en adelante, el humo ascendía diariamente en
Jerusalén. Si los judíos hubiesen cumplido con las demandas de la ley,
ofrendando corderos por sus pecados, el día no hubiese alcanzado
para cubrir la fila de personas que diariamente se hubiesen
presentado para sacrificar .
Pero, ahora, el Pastor y Cordero, iba a dar su vida por sus ovejas.
Todos conocemos la historia de la cruz, pero yo me atrevo a decir que
no puedo llegar a conocer solamente un poquito de todas las
implicancias que ha tenido, porque es el punto de inflexión, la historia
de mi salvación y de toda la humanidad.
Vivimos en un mundo con ovejas que no tienen Pastor y, por eso,
está como está.
Este pasaje nos dice claramente que hay una relación íntima entre
el Pastor y sus ovejas, se conocen mutuamente, comparten la vida,
comparten los peligros. Las ovejas dependen para su subsistencia
diaria del pastor que les guíe a lugares de delicados pastos para que
sea una realidad la provisión diaria. “Nada me faltará” dice el Salmo
23, y también el Pastor nos llevará a un lugar de descanso, “junto a
aguas de reposo confortará mi alma”, pero habrá momentos en la vida
en “andaremos por el Valle de sombra de muerte” como ocurre en la
actualidad. Hoy , estamos en peligro, pero “su vara y cayado nos
infunden aliento”. estos eran herramientas en las manos del pastor
para corregir, o para ayudar a la oveja, el salmista dice: “no temeré
mal alguno porque tú estarás conmigo”, la presencia del Señor a
nuestro lado, en el momento de alegría y en el momento de la
oscuridad en la vida, cuántas veces habremos pasado nosotros por
circunstancias así: una enfermedad que se hace crónica, un
tratamiento prolongado, una operación imprevista, en fin, las
situaciones complicadas de la vida. Necesitamos oír en la oscuridad
del momento la voz del Señor, su compañía, no temamos pues Él está
allí, su presencia no falta nunca.
Con cuánta esperanza podemos repetir las últimas palabras del
salmo:

Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis


angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está
rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán
todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por
largos días.
(Sal. 23:5-6)
Capítulo 15: Justo

Este título aparece en la boca de un hombre público, en la misión


más grave que le ha de tocar en su vida. Pilato se encuentra en una
gran encrucijada, se da cuenta de que los enemigos de Jesús, el clero
judío, que manejaba una horda descontrolada por diversos motivos,
solamente y por intereses ajenos a todo derecho lo quieren matar.
Pero, él está convencido de su inocencia, hasta su esposa le dice:
“no tengas nada que ver con este juicio, este hombre es Justo”. Él
mismo les dice repetidas veces que no encuentra nada digno de
muerte en Jesús, hasta que en Mt. 27:24, le declara como justo, en
acto público. Esto demuestra que era un hombre de poco carácter y
pretende que lavarse las manos, lo liberará de toda responsabilidad.
Pero, este título lo usa Pedro en Hch. 3:14: “Mas vosotros
negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida,
hablando a muchos que habrían sido testigos del juicio y de la
crucifixión del Señor”, y también Ananías en Hch. 22:14 cuando se
encuentra con Pablo.
El apóstol Pablo, que estaba próximo a la muerte por servirle, dice:
“Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará
el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos
los que aman su venida” (2 Ti 4:8).
Otras citas aparecen en 1 Jn 1:9 donde dice que el Señor es “fiel y
justo para perdonar nuestros pecados”. (Y también en Apocalipsis).
Qué bueno es pensar que el Señor que murió, el Justo por nosotros
los injustos, es el mismo que diariamente está dispuesto a darnos el
perdón. Pero, además, nos dará los premios a una vida fiel de servicio,
Pablo había servido desde su conversión al Justo y confió sólo en Él,
aún en el último momento de su vida, aunque como ninguno pasó por
cárceles, azotes, pruebas, nunca fue defraudado (ver 2 Co. 11:23),
porque su esperanza estaba puesta en que “El Justo” le daría la
corona.
No importa nuestra situación actual, pruebas, dolores, dificultades,
etc., si estamos dentro de la órbita que el Justo nos ha colocado,
porque está dispuesto a darnos la corona a una vida de fidelidad. Por
eso, sigamos sirviendo y testificando de Él.
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Capítulo 16: Hijo Del Dios Altísimo

El pasaje de Lc. 8:26 abre la puerta a un mundo desconocido para


nosotros. Satanás ve invadido su territorio, la tierra, y aparecen en
escena en los 4 evangelios, sus múltiples acciones y en especial su
guerra contra el hijo de Dios, que físicamente estaba invadiendo su
reino. Es en este tiempo histórico de la encarnación, entre el mundo
de las tinieblas y el mundo de la Luz, que se desarrolla esta guerra. Es
indudable que el enemigo despliega todos sus poderes: había
fracasado en la tentación del Señor, y lo sería en cada encuentro que
el Señor tendría con personas que estaban poseídas por demonios.
Por ejemplo, en Mr. 5, Lc. 8 y Mt. 8, se relata el caso conocido
como el del endemoniado gadareno.Una persona estaba habitada por
un número de demonios que se llamaban Legión, porque eran
muchos. En el ejército romano, el número de personas de una Legión,
alcanzaba a 6000 soldados.
En este encuentro, el Señor es llamado por este título Hijo del Dios
Altísimo (“EL ELYON”, ver Ge. 14), los demonios le conocían y le
respetaron como tal, este fue el nombre que usó Melquisedec,
diciendo que era Sacerdote del Dios Altísimo. Para el mundo gentil,
era el creador de los cielos y la tierra.
Aquí, hay un diálogo entre Jesús y la legión, a tal punto que Él, les
permite acceder a entrar en el hato de cerdos, pero inmediatamente
ejecutó su juicio, los desbarrancó, y los animales se ahogaron,
dejando a esos demonios sin habitación en la tierra.
Este es un mundo del cual la escritura no nos descorre el velo
demasiado, solo lo suficiente para que veamos un tema muy difícil y
que ha servido de mucha confusión desde entonces hasta ahora.
Tenemos que tener mucho cuidado con la literatura que circula en
nuestros días sobre este tema porque se han introducido muchas
enseñanzas falsas, basadas solamente en especulaciones humanas
extrabíblicas, con algún viso de verdad, siempre tratando de hacernos
desviar nuestra mirada del Dios Altísimo y atribuyendo a Satanás y
sus huestes poderes o acciones que no tienen asidero bíblico.
En toda la Biblia, se habla de Satanás y aquellos ángeles caídos
que le siguieron, es en los evangelios y en el libro de Apocalipsis,
donde se enfatiza su actividad y presencia, porque son dos momentos
históricos en la historia humana. Uno es en la encarnación tomando
forma humana, del Dios Altísimo, el otro, en el futuro, donde se
muestran los eventos que han de desarrollarse que alterarán el curso
de la historia en un espacio de tiempo de más de mil años y que
culminará con la derrota definitiva de Satanás, diciendo: “Y el diablo
que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde
estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche
por los siglos de los siglos” (Ap. 20:10), para iniciar una nueva etapa
eterna, “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y
la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la
santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios,
dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Ap. 21:1-2).
Ambos momentos marcan la historia. En el pasado, durante el
testimonio del Señor, en su encarnación, el mundo satánico se
reactivó para tratar de destruirlo, pero aun así, a pesar de haber
incrementado su actividad, fue derrotado en todas las circunstancias
en que se enfrentó con el Señor, que había tomado forma humana. De
paso digamos que en las Sagradas Escrituras, Satanás y sus huestes
nunca aparecen ganando una sola batalla, cuando menos la guerra, él
y sus huestes son los grandes derrotados en todas los
acontecimientos bíblicos.
El ángel Gabriel remite a este título en la anunciación a la virgen
María, Lc. 1:32, luego lo pone en la boca de Zacarías, en el nacimiento
de Juan el Bautista en Lc. 1:76, diciendo que sería llamado profeta del
Altísimo.
En Lc. 6:35 son los creyentes que por amar a los enemigos, una
característica de la nueva vida en Cristo, seremos llamados así por el
mundo incrédulo, ¿es así mi testimonio?
En Hch. 7:48 en el poderoso discurso, de Esteban en su martirio,
recuerda a Salomón cuando construye el templo en Jerusalén, dice
que “el Altísimo no habita en templos hechos de mano”.
En resumen, aparece en el Nuevo Testamento, 6 veces en Marcos
y Lucas, 2 veces en Hechos y 1 en Hebreos.
Mi posición en Cristo, me coloca en esta enorme situación, hijo del
Dios más Alto, a quién aún los demonios reconocen, obedecen y
temen.
Recordemos hermanos la escritura que nos dice: “Hijitos, vosotros
sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en
vosotros, que el que está en el mundo” (1 Jn 4:4).
Alabemos al Señor por este enorme privilegio y vivamos como
tales.
Capítulo 17: El Verbo

Este nombre, como los demás, es inspirado por Dios, es el apóstol


Juan quien lo utilizó en sus escritos dándole distintos matices.
En el v.1 de su evangelio, comienza llevándonos a pensar en la
eternidad, en el principio de los principios, algo que escapa a nuestra
comprensión, y hace tres afirmaciones acerca del Verbo: 1) el Verbo
era en el principio, es decir, es eterno; 2) el Verbo era con Dios, su
relación es íntima; y 3) el Verbo mismo era y es Dios.
1) El Verbo es eterno. Esta afirmación que luego desarrollará en
todo el libro, expresa la unidad de la Trinidad, en sus características
divina y eterna, y las interrelaciones de Dios, Hijo y Espíritu Santo, que
siendo una unidad única e irrepetible, se manifiesta en tres personas
que tienen esencialmente las mismas cualidades, como se mencionan
aquí: existencia eterna, relación eterna, y divinidad eterna.
En otras palabras, la Trinidad: Dios, Verbo y Espíritu Santo, es uno,
si pudiera decirse utilizando en una licencia gramatical, “desde el
principio de la eternidad”, dado que algo que tiene esta cualidad, no
tiene principio de días ni fin de ellos. Esto escapa a nuestra
comprensión, estamos acostumbrados a medir todo y para nosotros
todo debe tener un inicio, por esto el apóstol con la inspiración divina,
nos pone a pensar en esta eternidad incompresible.
2) El Verbo era con Dios. Transcribo un comentario que me parece
muy aclaratorio.
“Con Dios” Esto puede ser parafraseado como “cara a cara”;
denota compañerismo íntimo. También se apunta hacia el
concepto de una sola esencia divina y tres manifestaciones
personales y eternas. El Nuevo Testamento afirma la paradoja
que Jesús está separado del Padre, pero también es uno con
el Padre.
(Comentario Bíblico, Bob Utley)

Este es el gran misterio divino como vimos anteriormente Jesús, el


Cristo, es uno con el Padre, Él lo afirmó más de una vez,
especialmente en este evangelio, por ejemplo en sus controversias
con sus paisanos judíos:

Pero no entendieron que les hablaba del Padre. Les dijo,


pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre,
entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí
mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo.
Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo
el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.
(Jn. 8:27-29)

3) El Verbo mismo, era y es Dios. En realidad, todo el evangelio de


Juan tiene este argumento, presentar a Jesús, el hombre perfecto,
como el verdadero y unigénito Hijo de Dios, todos los milagros o
señales como le llama Juan son presentados para demostrar que solo
Dios los podía hacer, no eran producto de una simple manipulación
humana. Esto llevó a Nicodemo a decir “Rabí, sabemos que has
venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas
señales que tú haces, si no está Dios con él” (Jn 3:2). Él había
presenciado la transformación de agua pura, unos trecientos litros o
más, en el mejor de los vinos en un instante, esto dijo con razón
solamente Dios lo puede hacer y, por lo tanto, decidió hablar
directamente con el Señor para encontrar una respuesta a sus muchos
interrogantes.
Voy a ceder a la tentación, de darle el lugar a John R.W. Stott:

Por supuesto nuestra responsabilidad equivale a indagar la


enseñanza de Cristo, sus perplejidades y problemas,
procurando comprenderla y relacionarla con nuestra propia
situación. Pero en última instancia la pregunta que debe
responderse la iglesia es sencilla, “¿Es Jesucristo Señor o
no?”. Y si es Señor. ¿Es Señor de todo? El señorío de Jesús
debe extenderse por completo sobre aquellos que han
confesado que “Jesús es Señor”, incluyendo mente y
voluntad, ¿Por qué alejarlos de su dominio universal? Ninguno
es auténtico creyente hasta que convierte su vida intelectual y
moral. Ninguno es intelectualmente converso hasta que
somete su voluntad a Jesucristo.
(Las controversias de Jesús, John R.W.Stott, Pág. 232).

Creo que esto es demasiado claro, nos deja pensando: ¿es Jesús
el Señor de mi vida? Si la respuesta es positiva, debo preguntarme si
mi vida práctica refleja esta afirmación, porque en caso contrario debo
replantearme, porque mi fe debe manifestarse en hechos concretos.
Esto implica obedecer sus mandamientos o sea ponerlos en práctica,
vivir como un hijo de Dios, que los demás vean a Cristo reflejado en mi
vida y puedan creer en Él, que ellos vean la vida del Hijo de Dios
manifestada en mis hechos, que mi vida sea un reflejo de Él.
Este es un desafío para mi vida: “El que dice que permanece en él,
debe andar como él anduvo” (1 Jn 2:6).
Capítulo 17 (continuación): El Verbo

La siguiente afirmación: “Todas las cosas por él [el Verbo], fueron


hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn 1:3), nos
lleva a pensar en su acción creadora, por ejemplo, el Espíritu Santo da
por medio del apóstol Pablo esta misma enseñanza en Colosenses
1:15-23, ampliándose: “todo fue creado por y para Él, las cosas
visibles y las invisibles, el gobierno de las naciones, Él es antes de
todas las cosas”.
En este pasaje, encontramos tres afirmaciones 1) Con respecto a
Dios: “Cristo es la imagen del Dios invisible” (v.15), recuerdan en Jn.
14:9, Cristo le dice a Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre”.
2) Con respecto a la creación, v. 16,17: “Porque en Él fueron
creadas todas las cosas”.
3) Con relación a la iglesia, v.18 “Él es la cabeza del cuerpo que es
la iglesia”.
Pero, además, se afirma que es el primogénito de entre los
muertos, Él obtuvo la victoria sobre la muerte, resucitando al tercer
día.
Sin ningún tipo de dudas, la Escritura enseña, que el Verbo, es Dios
y que tiene todas las cualidades esenciales del mismo, que posee
todos los atributos divinos, que no es inferior sino igual y que
pertenece a la Trinidad (o como dicen muchos comentaristas más
exactamente a la “Triunidad”).
Esto es uno de los misterios de la enseñanza escritural y que más
dolores de cabeza ha causado a quienes no quieren creer y han
desarrollado falsas enseñanzas, como la iglesia católica, las sectas de
los testigos de Jehová, los mormones, etc.
Por esto,Juan sigue desarrollando su pensamiento afirmando que
el Verbo, es la vida misma y la luz de los hombres en los vers. 4 y 5, y
en el resto de sus escritos, en 1 Jn. 1:1, en 1 Jn. 5:7. Pero, en su
última visión ve al Verbo de Dios con su ropa teñida en sangre, en Ap.
19:13, que despliega todo su poder para culminar triunfante en su obra
contra Satanás, sus ángeles demoníacos, y todos los pueblos que
siguieron a dictadores mundiales en su lucha contra el mismo Verbo
de Dios.
Una vez escuche al Dr. Miguel Zandrino, de Córdoba, hablando del
libro de Apocalipsis como el más optimista de todos los de la Biblia y
se basaba justamente en expresiones como estas, donde el Cordero
se muestra triunfante contra Satanás, sus gobernantes celestiales y
terrenales, CRISTO EL VERBO DE DIOS, manchadas sus ropas de
sangre, de su misma sangre, vertida a nuestro favor, es el gran
vencedor, las escrituras comienzan con un gran acto de creación, y
terminan de la misma manera:

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y


la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo
Juan.vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del
cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su
marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el
tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y
ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su
Dios.
(Ap. 21:1-3)

Es imposible para mí imaginar un mundo como el anunciado aquí,


donde la realidad será tan distinta a la de ahora.

enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá


muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las
primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono
dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo:
Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.
(Ap. 21:4-5)

¿Pueden pensar ustedes: ¿cómo sería nuestra realidad “sin


muerte, llanto, ni más dolor”? Yo no puedo, hoy mismo los noticieros
de la prensa mundial están saturados de esto, no solo el coronavirus,
las guerras, la muerte y destrucción reciente en El Líbano, los millones
de refugiados, en medio oriente hay 300.000, niños refugiados sin
futuro a la vista, llorando de miseria y hambre, etc. Pero, un día el
Verbo de Dios, Jesucristo, reinará y se acabará todo. Cielos Nuevos,
Tierra Nueva, Vida eterna son los términos que la Palabra de Dios nos
da, como la esperanza gloriosa de los hijos de Dios, aquellos que
hemos creído de corazón en el Verbo de Dios encarnado y muerto en
la Cruz para darnos el perdón y la vida eterna. Qué maravilla, somos
partícipes de su iglesia, un cuerpo real de personas unidas por la
hermandad que brota de la Cruz donde el Verbo de Dios dio su vida.
Alabemos al Señor por semejante esperanza y futuro eternos.
Vivamos proclamando esta buena noticia.
La visión del mundo incrédulo es la de un Cristo derrotado en la
cruz no la del Verbo, de Dios triunfante, ¿cuál es la visión que tengo
de Él? ¿Es mi Señor, el vencedor de la muerte, del pecado, del Diablo
y de todo principado y poder en el mundo? ¿Estoy bajo su gobierno
eterno o no?
Les dejo estas benditas palabras, que podamos repetir de corazón
sincero ante Dios y ante todos aquellos que nos quieran escuchar, “El
que da testimonio de estas cosas dice: ‘Ciertamente vengo en breve’.
Amén; sí, ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea
con todos vosotros. Amén” (Ap. 22:20-21).
Capítulo 18: La Vida

Es en el evangelio de Juan donde encontramos desarrollada la


enseñanza de este atributo divino del Señor, la vida. Como vemos en
la declaración del cap. 1:4: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de
los hombres” y a lo largo de todo el evangelio, existen afirmaciones
que nos dan la certeza de nuestra vida eterna. Además, tenemos esta
declaración tan significativa acerca de la necesidad de la luz. La
humanidad está en tinieblas en todo sentido, en el aspecto moral,
espiritual, intelectual, si analizamos nuestro momento histórico tan
especial, las decisiones de los gobiernos con marchas y
contramarchas, idas y venidas, sin saber que hacer, se está
manejando algo inusual, en todos los lugares la dirigencia mundial
está dando lo que se llama manotazos de ahogado, en la
desesperación de circunstancias impensadas y nunca previstas. Hoy
necesitamos del Señor más que nunca, porque en Él hay vida y vida
eterna. Necesitamos de su vida.
En el evangelio de Juan, la palabra “vida” aparece 39 veces, la
mayoría referidas al Señor, mientras que en los tres evangelios juntos
aparece 32 veces, sin ninguna duda, el Espíritu Santo guió a Juan
para que destacase esta particularidad del Cristo, que hizo
afirmaciones que no quedaron registradas en los otros evangelios y lo
hizo de forma tal que la VIDA se manifestara en todas sus páginas.
En el capítulo 3, se produce el encuentro con un “principal entre los
judíos llamado Nicodemo”. El Señor le dice lo que se transformaría en
el mensaje más universal y más conocido de toda la Biblia: “Porque de
tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
En el encuentro del capítulo 4, el Señor está agotado, en una zona
de Samaria, al lado de un pozo de agua (algo tan necesario en un
lugar semidesértico como es casi todo el territorio de Israel). Al
mediodía, al rayo de sol, una mujer venía a esa hora incómoda por su
mala fama, el Señor, le habla y le pide agua. Eso la sorprende por dos
razones: la primera, era inmoral que un hombre y una mujer hablaran
en público, era una deshonra para el hombre hacerlo, aún a su propia
esposa; la segunda, porque había una enemistad racial, entre judíos y
samaritanos. Pero, a esta mujer el Señor le declara: “el que bebiere
del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo
le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Jn.
4:14).
En el capítulo 10:11: “el buen pastor su vida da por las ovejas”,
anunciando su propia muerte. Luego, hablará anticipadamente de su
muerte en el cap. 11:25: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree
en mí, aunque esté muerto, vivirá”, seguidamente lo iba a demostrar,
resucitando a su amigo íntimo, Lázaro, que ya hacía 4 días que estaba
en la tumba, una especie de cueva, y daba olor. Su propia hermana se
oponía a que quiten la piedra que tapaba la entrada, ya que el
espectáculo no era nada agradable, recordemos los cuerpos estaban
depositados a la vista envueltos con telas, ungüentos perfumados y
hierbas olorosas, pero el Señor le llamó por nombre y Lázaro salió
caminando. Luego, se fue con el Señor en medio del asombro, las
lágrimas ya no eran de luto sino de alegría y de un júbilo impensado.
En 14:6, dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene
al Padre, sino por mí”. Jesús, el Verbo de Dios, es la vida verdadera, la
única que puede satisfacer el alma humana y nos quiere transmitir su
propia vida. De hecho, lo hizo desde el momento en que hemos creído
en Él, nuestros pecados han sido perdonados y, ahora, podemos
andar sostenidos en sus manos cumpliéndose en nosotros todas las
promesas que encontramos no solo en este evangelio tan hermoso de
Juan, sino en toda su Palabra.
Tenemos vida, hemos nacido de nuevo, como le explicó a
Nicodemo, por obra de la fe puesta en Él y la acción divina del Espíritu
Santo que vino a morar en nosotros desde el momento en que hemos
creído en Cristo.
Juan concluye su evangelio explicando el motivo de su relato:
“estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn. 20:31).
La pregunta para nosotros es en primer lugar: ¿si tenemos esta
vida, o sea, si hemos creído en Cristo en verdad, si hemos aceptado
que Él murió por nosotros? Y si nos aferramos a esta realidad, si
hemos nacido de nuevo, es decir, si esta pregunta tiene una respuesta
afirmativa: ¿estoy siendo un testigo fiel? ¿La gente ve en mí nueva
manera de conducirme, de vivir a la luz de la nueva vida y esperanza
que tenemos?
Les repito esta afirmación preciosa: “Yo soy la resurrección y la
vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
Yo creí en Cristo, ¿y usted?
Capítulo 19: La Luz del Mundo

Nuevamente nos encontramos con una enseñanza por medio de


imágenes contrapuestas, hemos visto la vida y la muerte, ahora
desarrollaremos la luz y las tinieblas. El evangelio toma ejemplos
cotidianos para que nosotros podamos entender profundas verdades
espirituales.
El mismo Señor es el que dice que Juan el Bautista irradiaba una
luz, y los judíos de su época se gozaron por un tiempo en esa
antorcha que ardía (Jn 5:35).
La población mundial, con sus diferentes culturas, miles y miles de
religiones, que ya no somos capaces de valorar (porque vienen una
tras otra en una vorágine cambiante) está en tinieblas. Estamos
viviendo una época en la que hemos superado todos los límites, es la
época de la post-verdad, no podemos distinguir la verdad ni siquiera
la que está pasando ante nuestros ojos por los noticieros en la
televisión. En definitiva, el hombre sin Dios sigue en tinieblas. La
cultura del mundo es fruto del engaño de Satanás. Aún del lado
llamado “occidental y cristiano”, vemos una gran confusión de
opiniones que nos sumergen en la oscuridad intelectual y en una
profunda crisis de fe, no sabemos quién es verdaderamente el Hijo
de Dios porque no aceptamos lisa y llanamente el mensaje simple y
sencillo del evangelio.
Muchos autores con toda seriedad llaman a nuestra cultura la del
mundo post-cristiano, porque los valores “cristianos” que dice
sostener, se han olvidado y dejado de lado.
En contraposición, Jesucristo sigue afirmando desde las páginas
de los evangelios: “YO SOY LA LUZ DEL MUNDO” (Jn. 8:12). El
apóstol Pablo desarrolla esta enseñanza en sus epístolas por
ejemplo al escribir: “la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el
cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el
evangelio” (2 Ti. 1:10).
Estas declaraciones explican porque el mensaje del evangelio
viene a medida de nuestras necesidades. escuchamos decir por
todos lados, como Pilato: “¿Qué es la verdad?” (Jn. 18:38). Él estaba
frente a la Luz que podía contestar a esta pregunta vital, pero a pesar
de que dijo: “no encuentro nada malo”, igual entregó a Jesús para
que sea crucificado, luego de azotarle cruelmente. Estando tan cerca,
le rechazó, y fue uno más de los responsables de las tinieblas físicas
que ocurrieron a partir de ese fatídico día donde parecía que el
“príncipe de las tinieblas” obtenía la victoria, pero el Cordero de Dios
“preparado desde antes de la fundación del mundo” estaba muriendo
por mí y por ti, obteniendo al tercer día la gran victoria sobre Satanás,
la muerte y el pecado.
Ahora bien, no solo el Señor hablaba de la contraposición de los
dos mundos, “el suyo el de la luz” y el de Satanás “las tinieblas”. Sino
que el apóstol Pablo aclara esta enseñanza y nos pone a nosotros en
la forma de vida de los dos caminos, cuando les escribe a los
hermanos de Éfeso: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas
ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Ef. 5:8).
Esta también fue la enseñanza del Señor, en varias ocasiones
comparó a sus discípulos como luces encendidas, por ejemplo:
“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte
no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de
un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están
en casa” (Mt. 5:14-15). Debemos preguntarnos qué clase de luz
estamos dando a un mundo en tinieblas, porque como dijimos antes,
en la confusión existente en la cultura postmoderna o postcristiana, el
testimonio de las iglesias se ha transformado, a veces, en cierta
armonización con estos valores lo cual en realidad lleva a aumentar
esa confusión, como a veces decimos: “no hables más, porque
oscurece”.
Pidamos al Señor que cada uno de nosotros pueda ser una luz, en
el lugar donde el Señor nos ha puesto. A veces, pensamos que
somos una pequeña velita y no un faro, no importa, prendamos esa
pequeña velita que junto a muchas más dará una luz que se vea
desde muy lejos.
En cierta ocasión, en las campañas de Billy Graham en un estadio
de fútbol americano en su país, invitaron a toda la concurrencia a que
el día siguiente llevaran una caja de fósforos, en un momento dado,
en medio de la reunión nocturna el predicador, les pidió a todos los
presentes que cuando lo anunciara por los altavoces y las luces del
estadio se apagaron con mucho cuidado cada uno levantara prendido
un sólo fósforo. Así lo hicieron, miles de pequeños fosforitos juntos
formaron una luz que se veía reflejada en el cielo y desde varios
kilómetros. Eso es lo que me pide el Señor, que mi pequeño fósforo
esté prendido, y junto al tuyo, y al del otro, y al de el de más allá,
hagamos que su Luz se vea en todo el mundo.
Debemos preocuparnos sobre: ¿cómo andamos? ¿Dónde están
nuestros pies? ¿Somos un reflejo de la luz que hay en nosotros o
pasamos desapercibidos en este mundo? Este es el grave problema
de nuestros días, en los que la sal ha perdido su sabor, la luz ha
perdido su intensidad, mi testimonio no es el que el Señor quiere, mi
luz se encuentra opacada por los problemas del pecado, o la
desobediencia, la falta de consagración, la falta de compromiso con
Cristo.
Que el Señor me ayude a BRILLAR PARA ÉL. Les dejo esto dos
pasajes que me ayudaron más de una vez:

el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible;


a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual
sea la honra y el imperio sempiterno. Amén.
(1 Ti. 6:16 )

pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de


nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a
luz la vida y la inmortalidad por el evangelio.
(2 Ti. 1:10)
Capítulo 19 (continuación): La Luz Del
Mundo

Es interesante pensar en el contexto en que el Señor dijo estas


palabras. Los historiadores nos dicen que en la fiesta de los
tabernáculos había en el Templo en el lugar de las limosnas, dos
grandes faroles de oro macizo que se prendían al caer la tarde
durante la semana de la fiesta y su luz se podía ver, desde toda
Jerusalén, es seguro que el Señor y los que los acompañaban
estaban viéndolos, por ello el Señor les dice: “YO SOY LA LUZ DEL
MUNDO, y el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la
lumbre de la vida” (Jn. 8:12).
El contexto histórico nos muestra que los capítulos del 6 al 8
transcurren durante la fiesta judía de los tabernáculos o enramadas.
En esta, el pueblo de Israel recordaba en una forma teatralizada el
peregrinaje en el desierto (pues debían hacer con hojas de palmeras,
unas enramadas y vivir bajo ellas, durante una semana). El Señor les
recordó estos incidentes, en el cap. 6 les habló que Él era el
verdadero PAN DEL CIELO, en relación al maná, el alimento que
descendía cada mañana en el desierto; en el capítulo 7:37-38 dice:
“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la
voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en
mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”,
en memoria de la gran necesidad del agua en el peregrinaje durante
los 40 años y su provisión milagrosa.
Resumiendo, durante estos días de recordación, el Señor les dice
que los incidentes ocurridos en el pasado apuntaban proféticamente
a que un día vendría el gran Libertador, superior a Moisés, y que su
presencia entre ellos les estaba confirmando el cumplimiento de
aquellos hechos históricos, ahora, hay un nuevo Libertador. A este,
apuntaban simbólicamente los incidentes del Éxodo: el maná, los
pozos de agua y la columna de fuego y humo que los guiaba en toda
la travesía durante el día y la noche, y era su luz. El hombre Jesús, a
quien ellos estaban escuchando, les estaba diciendo: “Yo Soy” aquel
que libertó a vuestros padres, y estoy dispuesto a repetir la hazaña
con cada uno de ustedes, voy a satisfacer sus necesidades
espirituales más profundas, con el pan y el agua, les daré sustento
espiritual que llenará vuestras vidas y, además, les daré una vida
abundante en bendiciones espirituales aquí en la tierra y vida eterna
en la casa de mi Padre, cosas que no pudo darles Moisés.
Recordemos que en el Antiguo Testamento se había prometido
que sería puesto por LUZ a las naciones Isa 42:6: “Yo Jehová te he
llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te
pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, y que nos
nacería el Sol de Justicia”, y en Mal. 4:2, “Mas a vosotros los que
teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá
salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada” y ya
en su introducción, Juan le llama la Luz Verdadera, o la Luz Real,
como traducen otros intérpretes, señalando un concepto griego, que
lo Real era un vestigio de Dios. Los griegos simbolizaban la
existencia de Dios como un fuego, una luz en el centro de una gran
caverna y los hombres estaban sentados de espaldas a esa fuente
de luz. Ellos veían reflejadas en las paredes las sombras que
provenían de lo “verdadero o real”, eso que estaba a sus espaldas y
nunca lo podrían ver.
Bueno a esa filosofía o creencia, Juan les dice: aquí están los
incidentes de esta realidad, de esta verdad que ustedes están
buscando y de la que solo veían las sombras, ahora, está presente la
imagen “real o verdadera”. Pero este mensaje también conmovía a
los judíos porque la luz del “Sol de Justicia” que había sido
profetizado estaba presente ante ellos.
Otra vez, el Señor recurre a las enseñanzas por contraposición: la
muerte y la vida, las tinieblas y la luz, etc. Nosotros hemos
encontrado en Él la luz que nos permite vislumbrar la verdadera vida.
El apóstol Pablo sigue muchas veces esta enseñanza de
contraste, el hombre en su estado natural está en tinieblas, en Cristo
“está la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Jesucristo” (2. Co. 4:6), y debemos “andar como hijos de la luz” (Ef.
5:8).
En este sentido de contrastes, decimos que el mundo entero, la
cultura, las fuentes de información, el sistema total del gobierno del
mundo, están bajo el poder del reino de las tinieblas, y en
contraposición los hijos de Dios vivimos bajo su Luz admirable, por lo
tanto, somos como un faro en medio de la oscuridad que reina.
El mundo se sentirá atraído a la Luz verdadera, si los Hijos de la
Luz viven alumbrando y mostrando por sus vidas transformadas, a
Cristo, Aquel que los sacó de las tinieblas.
Que el Señor me ayude a ser un gran Faro que atraiga a los
hombres a Cristo. Les dejo esta hermosa enseñanza: “Mas vosotros
sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido
por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de
las tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:9).
Capítulo 21: El Cordero de Dios

Este título aparece por primera vez en el evangelio de Juan 1:29 y


1:36, introducido por Juan el Bautista a sus seguidores. El apóstol
Juan, quien relata lo sucedido, se caracteriza por presentar al Señor
como el cumplimiento perfecto de todas las profecías del Antiguo
Testamento que apuntaban al Cordero de Dios que quitaría el pecado
del mundo.
El bautista comprendió que el tiempo había llegado, que el Señor
mismo era aquel “cordero” del cual se profetizó en el Antiguo
Testamento, comenzando desde el primer animalito sacrificado para
cubrir la desnudez de Adán y Eva (Gn. 3:21), siguiendo por el
sacrificio de Abel, y así sucesivamente por los millones y millones, de
toda clase de animales que se ofrecieron en todo el tiempo del
Antiguo Testamento, antes y durante el tiempo del templo en
Jerusalén. Diariamente el olor a carne quemada salía del altar en
forma continua, por los sacrificios rituales del sacerdocio y los
sacrificios voluntarios de las personas por sus pecados.
Recordemos el incidente en la vida de Abraham en Gn. 22, Dios le
dice: “toma a tu hijo a quien amas”, en el Nuevo Testamento, en el
bautismo del Señor por Juan el Bautista, la escritura dice: “Y hubo
una voz de los cielos, que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien
tengo complacencia’” (Mt. 3:17). Lo interesante fue que el muchacho
Isaac no se rebeló, tendría unos quince años y podría haberlo hecho,
pero se dejó atar y colocarse sobre el altar. No puedo imaginarme
que pasó durante todo el viaje que hicieron a pie con su padre, qué
habrán hablado en esos momentos. Isaac fue obediente, figura del
Señor. El apóstol Pablo escribe del Señor: “y estando en la condición
de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz” (Flp. 2:8). Sabemos el final de la historia,
Dios no permitió la muerte del hijo de Abraham, pero quedaron
resonando en aquel monte sus palabras: “Dios se proveerá de
cordero para el holocausto, hijo mío”(Gn. 22:8). Estas palabras se
convirtieron en un dicho.
Por esta razón, los judíos repetían con esperanza: “JEHOVA-
JIREH” o “JEHOVA PROVEERÁ” y de ahí en adelante la escritura
dejó todo el tiempo repicando este refrán, siglo tras siglo. Israel no
perdió la esperanza y así llegamos a Juan el Bautista, que cuando vio
venir al Señor, dijo: “aquí está el cordero, no busquemos ni
esperemos más”, o como lo registran los evangelios: “y mirando a
Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios” (Jn.
1:36).
El mismo Hijo de Dios sería llevado “como cordero al matadero”
(Is. 53:7), su sacrificio marcaría el final de los sacrificios ordenados
en Levítico. Como dice el escritor a los Hebreos, fue un sacrificio
aceptado por Dios y, por eso, fue “una vez y para siempre” (7:27, 28,
9:12).
Justamente es el mismo pasaje que iba leyendo aquel funcionario
etíope de Hch. 8:32, cuando Felipe le compartió el evangelio,
partiendo de esa profecía para indicarle que referían al Señor Jesús.
Esta misma figura es retratada en el libro de Apocalipsis, donde 29
veces el autor inspirado le ve como un pequeño cordero doméstico
en pie que lleva las marcas de haber sido sacrificado, por ejemplo en
el cap. 5:6, literalmente la palabra “inmolado” lo describe así. Esto
nos habla del mismo Señor, quien luego de resucitar mostró a sus
discípulos sus manos y su costado herido, las marcas indelebles del
Cordero de Dios, que fue sacrificado por mí y por ti.
En ese capítulo, en el versículo 5 se lo ve al Señor como el “León
de la tribu de Judá”, dos figuras contrastantes, un fuerte león y un
frágil cordero que lleva cicatrices en su cuerpo. ¿Recuerdan las
palabras del Señor a Tomás, el incrédulo, que no creía en la
resurrección y quería meter sus manos en las cicatrices del Señor
(Jn. 20:24 y ss.)? El Señor le pudo mostrar las marcas de la cruz tal
como pedía. Lo interesante es que en todos los capítulos que le
siguen en el libro de Apocalipsis, es ese “pequeño cordero
doméstico” el que derrota en todas las instancias a Satanás y sus
huestes. No se lo menciona como el León de Judá, sino como el
pequeño corderito doméstico, inocente, sin mancha, sin defecto, el
vencedor.
Al leer estas líneas, podemos elevar nuestra adoración al Señor, el
Cordero que fue inmolado, pero que un día todos le verán como el
Cordero elevado al mismísimo trono eterno y nosotros reinaremos
con Él por toda la eternidad. Solamente en ese momento podremos
hacerlo con el pleno conocimiento de la gran verdad revelada en la
obra del Cordero de Dios por nosotros. Adoremos a Dios por esto. La
promesa de este capítulo es la siguiente:
“Después me mostró un río limpio de agua de vida,
resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y
del Cordero” (Ap. 22:1).

“Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero


estará en ella, y sus siervos le servirán” (Ap. 22:3).
Capítulo 22: “Yo Soy Antes de Abraham”

Este título es una piedra de tropiezo tanto para los judíos en la


actualidad como para los de la época del Señor. Aparece en otra de
las grandes controversias que el Señor tuvo con los judíos (Jn. 8:48 en
adelante). Ellos no podían entender ni aceptar su preexistencia:
¿cómo un hombre menor de cincuenta años podía decir que había
conocido al “padre” Abraham? Dicho hombre se trataría de un loco o
estaría blasfemando. Pero, Jesús hacía esta afirmación y desde la
perspectiva de ellos debía ser apedreado, pero se nos dice en el v. 59
que el Señor sabiendo lo que pensaban, se escondió y se fue del
templo “atravesando por en medio de ellos” porque aún no había
llegado su hora.
Si observamos con detenimiento en los títulos que Juan le da al
Señor desde el capítulo uno, este sostiene su preexistencia eterna, su
relación con la Triunidad, desde siempre y hasta siempre Jesús es
Dios mismo en forma humana: Dios eterno, el hombre perfecto sin
pecado.
Él estaba afirmando que Abraham le conocía, y esto era así, pues
en las “teofanías”, apariciones de Dios en la tierra, en Génesis, como
hemos meditado en materiales anteriores es el mismo Señor, “el
mediador entre Dios y los hombres”, que se le aparece en forma
humana. Por ejemplo, cuando le llama en Ur de los caldeos a
Abraham, o cuando habla con él luego de la muerte de su padre, o el
que junto con dos varones que se nos dice que eran ángeles o en las
múltiples apariciones durante su larga vida.
El Señor había demostrado su deidad en otras señales, únicamente
Dios podría haber transformado instantáneamente el agua en vino, en
la purificación del templo dijo que esa era la casa de su Padre (Jn. 2),
en el cap. 4 cura a la distancia al hijo de un noble, en el cap. 5 cura a
un paralítico instantáneamente, en el cap. 6 multiplica los panes y los
peces, además, camina sobre las aguas y calma por una orden suya
la tempestad aquietando las aguas al instante, cosa que hubiera
demorado varias horas en circunstancias comunes. Todas sus
“señales” apuntan a que “Dios estaba con Él”, como sabiamente
dedujo Nicodemo, pero no solo esto, sino que Él era el Verbo de Dios
siempre existente, hecho hombre: perfecto Dios y perfecto hombre, no
hubo pecado en Él.
En la página 54 del libro Las Controversias de Jesús de J.R.W.
Stott, el autor comenta al respecto:

Podríamos pensar que al autodenominarse “el Dios de


Abraham, de Isaac y de Jacob”, Dios anuncia solamente que
es el Dios de la historia, el Dios que se revela a sí mismo a los
patriarcas. Pero no. Las palabras significan mucho más que
eso. El argumento se apoya no solo en la frase “YO SOY el
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” y menos en el tiempo
de verbo, en hebreo no hay verbos, sino en el contexto en que
aparece la frase. El Dios que está hablando es el gran “YO
SOY” que existe por sí mismo, y que se revela como el gran
YO SOY.

La doctrina de la Deidad del “hombre Jesús” ha sido siempre una


piedra de escándalo para los incrédulos, al igual que para los
saduceos de la época del Señor que no creían en lo sobrenatural.
La inmensa mayoría de las personas solo le ve como un pobre
hombre crucificado. Esta no es la visión que el mundo cristiano tiene
que lo ven como Aquel que se levantó de la tumba y está en el trono
de Dios, Él es Señor, el único mediador entre Dios y los hombres.
Pregúntate: “¿quién es Cristo para mí?”
Porque el cristianismo no se trata de un conocimiento intelectual de
estas verdades reveladas en la Palabra de Dios, sino en una relación
personal con Cristo en una situación en que Él es Señor de mi vida,
porque para eso vino al mundo, para dar su vida por nosotros en la
cruz, resucitar al tercer día, ser exaltado por Dios como Señor y Cristo
(Hch. 2), y ser no solo el Salvador personal, sino también ser el Señor
de aquellos que le aceptamos como tal.
Esto implica que mi vida es una relación personal con Él en la que
debo hacer su voluntad para mí. Porque así como en la iglesia del
Nuevo Testamento hemos aprendido que los apóstoles y sus
acompañantes tuvieron distintas áreas de actividad, todas las
instrucciones del Nuevo Testamento indican que como hijo de Dios
tengo un mandato que cumplir, hemos sido llamados para ser testigos
de Cristo aquí en la tierra y nuestra responsabilidad como hemos visto
reiteradamente en estas páginas, es preguntarnos diariamente:
“¿Señor, qué quieres que haga?”.
Les dejo este mandamiento que está en los cuatro evangelios:
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: ‘Si alguno quiere venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame’” (Mt. 16:24).
Capítulo 23: “Yo Soy La Puerta”

Este es otro de los grandes títulos del Señor: “YO SOY LA PUERTA
DE LAS OVEJAS” (Jn. 10:1). Recordemos que el evangelio de Juan
tiene 7 afirmaciones en este sentido que son exclusivas para el Señor
y que están ligadas a nuestra salvación. Él no solo es una puerta, sino
“la única puerta” en la cual podemos encontrar la vida y al igual que
los restantes “Yo soy” cierra la posibilidad de otro medio de salvación y
comunión con la Divinidad. Con base en esto leemos en Hch. 4:12: “Y
en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo,
dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Luego, la escritura
dice: “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es
mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas”
(Heb. 8:6) y “Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para
que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que
había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la
herencia eterna” (Heb. 9:15).
Debemos afirmar sin lugar a dudas que el evangelio consiste en
este carácter de exclusividad, que existe un solo medio de salvación
presentado mediante distintas expresiones metafóricas o figuras
literarias que llevan el sello de un único medio que es Cristo y su obra
completada en la cruz.
Estas frases fueron dichas ante un pueblo de origen pastoril y no es
la primera vez que encontramos una enseñanza basada en esas
experiencias. Ellos conocían mejor que nosotros, la relación íntima del
pastor y sus ovejas, lo que significaba pertenecer al rebaño y lo que
era la puerta del redil.
El redil era el lugar de la seguridad, allí había protección, los
enemigos eran comunes y poderosos, animales feroces, hombres
ladrones, etc., pero en ese lugar estaba la puerta guardada por el
pastor. También, sabían que al llegar el día había que atravesarla bajo
su mando para buscar el sustento diario en un ambiente hostil y
agresivo como es el desierto de la tierra de Judea, no era una tarea
sencilla y sin riesgos.
El Señor es la única puerta donde el hombre caído en pecado,
muerto espiritualmente, encuentra la salvación, vida eterna y la
seguridad en su vida diaria, ya que como dice aquí puede entrar y salir
seguro de que encontrará alimentos.
Esto sin duda nos recuerda al “buen pastor” del Salmo 23, allí se
habla de delicados pastos y aguas de reposo y de su presencia en el
valle oscuro, aunque no le veamos físicamente, escucharemos su voz
y su cayado golpeando en el suelo. Las ovejas son animales muy
frágiles y asustadizos, en lugares como los de Palestina se identifican
totalmente con su pastor, para él son su responsabilidad y para ellas
sus vidas dependen literalmente de su presencia a cada instante.
¿Cuántas veces esta ha sido nuestra experiencia? Debemos
reconocer que estar en su redil y su compañía debe ser una realidad
permanente.
Esta afirmación: “Yo soy la puerta”, nos habla de nuestra salvación,
de nuestra provisión diaria en todo sentido, material y espiritual, de
nuestra dependencia de Él. Como la oveja, tendremos en Él la
provisión, la libertad de entrar y salir, de continuar en sus manos,
sentir su voz en la quietud de la vida o en el momento de la
“oscuridad”.
Tal vez, estemos nosotros en estos aspectos en la incertidumbre y
que la pandemia nos esté afectando. Estamos alterados en el ritmo de
lo que era nuestra vida, hace meses que solo oímos malas noticias
que han oscurecido la realidad diaria y la esperanza. Muchos
experimentan el temor a la enfermedad, el temor económico, el sentir
que la senda se ha estrechado y no saben cómo salir de estas
situaciones difíciles. Mientras escribo este texto internan a un amigo
nuestro de toda la vida, Benito Bongarrá en Buenos Aires, un siervo
del Señor, y en la localidad de Tornquist, a la hermana carnal de una
creyente. Oro y oramos por ambos y continuamos haciéndolo por
todos nuestros familiares y aún por nosotros mismos, pedimos que el
Señor nos permita pasar por este “Valle de sombra de muerte”
escuchando su Voz, y que su vara y su cayado que nos infunda
aliento.
¿Estoy seguro de que soy su oveja? Y en ese caso, ¿qué clase de
oveja soy? ¿Escucho su voz diariamente? ¿Tengo comunión
permanente, entro y salgo con su compañía?, o ¿solamente recurro al
Pastor Celestial en los casos de emergencia?
Les dejo esta afirmación poderosa del Señor y les aliento a confiar
en la misma:
Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo
les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las
arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor
que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi
Padre. Yo y el Padre uno somos.
(Juan 10:27-30)
Capítulo 24: “Yo soy El Buen Pastor”

Esta segunda afirmación, es tal vez, la más recordada de la vida


del Señor, de este capítulo 10 de San Juan que estamos
considerando, ya que es complementaria de la anterior: “Yo soy la
Puerta de las ovejas”.
Aquí el Señor hace énfasis en la afirmación que repite cuatro
veces: “Yo pongo mi vida por las ovejas” (v.11, 15, 17 y 18), pero
también anuncia que resucitará, “la vuelvo a tomar”, y por esta razón
es amado por el Padre.
Este fue un sacrificio voluntario, el buen Pastor dio literalmente su
vida por sus ovejas, no fue solamente un discurso, Él fue el Pastor
muriendo por los suyos. Por eso, el escritor a los Hebreos dice:
“¿cómo escaparemos si tuviéremos en poco una salvación tan
grande?” (Heb 2:3).
El Señor al poner su vida y volverla a tomar venció al diablo: “Así
que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también
participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que
tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Heb 2:14).
Uno de los autores más queridos de mi generación (les recuerdo
que soy modelo 1938) y seguramente de algunos de mis lectores es
F.B. MEYER (1847 – 1929) tengo una media docena de sus libros,
entre ellos El salmo del pastor, edición 1928, un pequeño libro tamaño
bolsillo, de 205 páginas que leí varias veces, hoy comencé a releerlo,
y quiero transcribirles una porción que es muy pertinente a nuestro
tema:

El pastor del Oriente, guardaba en absoluto una sola posición


con respeto a su rebaño y surgía entre él y las mudas
criaturas confiadas a su cuidado una amistad cual no se
encuentra entre nosotros mismos dentro de aquellas
relaciones. Temprano por la mañana él guía a su rebaño
desde el aprisco hasta los lugares de pasto, durante todo el
día debe vigilar atentamente para que no pueda sobrevenirle
daño alguno de parte de las bestias que vagan en acecho de
rapiña o de los bandoleros. Debe conducirlas a aguas quietas,
para que puedan beber donde no haya corrientes en que
peligren o se asusten. Por la noche deben conducirlas de
vuelta a la seguridad. En cierta ocasión del año debe llevarlas
a distancias más alejadas por el campo lejos de su hogar,
donde él convivirá con ellas, tostado por el sol del mediodía y
mojado por el rocío de la noche. Si algún cordero no puede
seguir el paso del rebaño lo cargará sobre sus hombros. Si
alguno se extravía, deberá seguir su rastro por los copos de
lana prendidos entre las malezas. Si asalta algún peligro debe
estar dispuesto a dar su vida. Los pastores en el Oriente
semejan guerreros armados para la batalla. Llevan carabina al
hombro, la pistola al cinto, y el palo en la mano.
(Pág. 29-30)

Como vemos hay una convivencia total entre el pastor y su rebaño,


él las conoce por nombre, las guía, las cuida de los peligros, las
defiende hasta dar su vida por ellas. El Pastor “nos compró por precio”
así dice dos veces Pablo escribiendo en 1 Corintios 6:20 y 7:23, y por
lo tanto debemos glorificar a Dios en nuestro cuerpo y espíritu los
cuales son de Él, y nos advierte a no ser esclavos de hombres.
Los judíos reaccionaron de manera distinta a nuestro Pastor, unos
querían apedrearle, otros quedaron perplejos y otros lo defendían.
No podemos quedar indiferentes a las palabras del Señor, o
aceptamos su condición de Puerta y Pastor, o directamente le
rechazamos.
El llamado del buen Pastor es una voz amante que nos conoce
mejor que nosotros mismos, dice la escritura que nos llama
personalmente. El cristianismo se basa en una relación personal entre
el Buen Pastor y su oveja, a tal punto que el escritor a los Hebreos
dice: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él
también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al
que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Heb 2:14). Es
decir, el buen Pastor dio su vida por mí, la oveja que se había perdido
y que un día fue encontrada, en mi caso han pasado unos 70 años
desde ese suceso. Aunque, a veces, yo no escuché su voz, siempre
su presencia ha estado conmigo. Pero, ¡qué bueno fue volver al redil y
tener comunión con el Pastor que me recibió gozoso! Puedo dar fe
que la experiencia del salmista ha sido la mía cada día de mi vida en
comunión con el Señor. Siempre escuché su voz en su presencia, a
veces, con una voz suave y quieta, en ocasiones necesitó la vara,
otras el cayado, pero Él ha sido fiel.
Les dejo esta hermosa porción:
“Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor
Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del
pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que
hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es
agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por
los siglos de los siglos. Amén.”
(Hebreos 13:20-21)
Capítulo 25: “Yo soy la Resurrección y la
Vida”

El título del Señor: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11:25)


tiene una doble afirmación: la Resurrección, por un lado, que afecta a
lo que llamaríamos la victoria sobre la muerte, (es decir la primera
muerte). Durante el ministerio público el Señor de la Resurrección,
enfrenta a la muerte misma: una niña que acababa de morir (Lucas
8:41-54), a la cual el Señor naturalmente le tomó de la mano y le dijo:
“muchacha levántate”, y ella se levantó de la muerte; en otro caso,
llevaban a enterrar al joven hijo de una mujer viuda, en Naím y el
Señor lo resucitó (Lc. 12:11-17); y el acontecimiento más extremo es el
de su amigo Lázaro, que hacía cuatro días que había muerto y daba
olor (Jn. 11:1-45). Aquí le llamó por su nombre propio, y su amigo
salió, como pudo, todo vendado, en los tres casos la “resurrección”
triunfó sobre la muerte.
Su crucifixión, muerte y sepultura, están muy documentadas,
inclusive con una guardia romana y el sello de su autoridad que fueron
violados' la piedra que pesaría varias toneladas fue sacada del lugar y
Cristo dejó la tumba vacía, los envoltorios y vendas de su cuerpo,
quedaron ordenados y vacíos. El cuerpo resucitado del Señor de la
Resurrección lo habían traspasado, el pañuelo que cubría su cabeza,
fue doblado y puesto aparte. Hubo testigos de su resurrección, las
mujeres primero, los apóstoles después y quinientas personas más.
En 1 Co 15, el apóstol Pablo hace una lista de los testigos, y desde el
punto de vista jurídico de esos tiempos, menciona solo hombres (que
eran los que podrían presentarse ante un tribunal), las mujeres no
eran tenidas en cuenta como testigos y el apóstol se coloca a sí
mismo como último de todos (v. 8 y 9).
En el poderoso discurso del día de Pentecostés, una multitud
escuchó a Pedro argumentar sólidamente citando las escrituras acerca
de la resurrección del Señor, y lo hizo con el Salmo 16:8-11. Sobre
esto don Walter Bevan, hace este comentario:
Él bajó a la muerte no por sus propios pecados, sino por los
nuestros, pero como fue santo y perfecto, no podía ver la
corrupción. Suyo fue el lugar a la diestra de Dios. (Heb 1:3), la
muerte no podía hallar corrupción alguna en Él. La misma
gloria del Padre exigió la resurrección de su Santo Hijo.
Por tanto se alegró mi corazón y se gozó mi alma… Porque
no dejará mi alma en el Seol, ni permitirá que tu Santo vea
corrupción”. Solamente hubo uno que podía pasar por la
muerte de esta manera y fue aquel que la gustó no por sus
pecados sino que en su gracia sin par, lo hizo por nosotros.
(Salmos. Walter Bevan. Tomo 1, pág.117 Edit. Fund. Crist. de
Evangelización)

Esto conmovió los corazones de aquella multitud que todavía tenía


en sus retinas las imágenes de la crucifixión.
Recordemos aquel glorioso día que marca el comienzo de la iglesia
de Cristo y una nueva época. La gracia de Dios por el evangelio
comenzó con una multitud que creyeron en ese día, “como de tres mil
personas” (Hch. 2:41).
Todo el Nuevo Testamento proclama que el Señor murió crucificado
por nuestros pecados, que fue sepultado, pero al tercer día se levantó
triunfante de entre los muertos. Muchos acontecimientos ocurrieron
ese día, un terremoto, una piedra de muchos kilos (algunos hablan de
toneladas de peso) que fue removida y puesta aparte de la puerta de
la tumba como si fuera de papel, y dice el evangelio: se abrieron los
sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se
levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de
él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos (Mt. 27:52-53).
También, el Señor mismo anunció esta verdad gloriosa en el libro
de Apocalipsis, en diferentes maneras, por ejemplo, en el cap. 1:8: “El
que era, que es, y que ha de venir”, “el Alfa y la Omega, el principio y
el fin”, y en 1:18: “Yo soy el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí
que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la
muerte y del Hades”.
Por otro lado, suponiendo que Cristo no haya resucitado, como
dicen algunos, en especial los musulmanes, que enseñan que en
realidad el que murió en la Cruz fue Judas, ya que Cristo le había
sacado el rostro y le puso el suyo, cambiándoselo, y luego una vez
muerto y sepultado se lo volvió a cambiar, y así se presentó a los
discípulos como que había resucitado. Ahora bien, creer esto y, a su
vez, que los discípulos afirmaran la resurrección de Cristo y estuvieran
dispuestos a morir por semejante cuento”, es más complicado que
afirmar la verdad bíblica.
Podemos creer con todo nuestro corazón que el Señor mismo
murió y resucitó por nosotros, y nos aseguró nuestra vida eterna.
Les animo a confiar en estas hermosas palabras:
Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y
esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en
victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh
sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el
pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas
a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y
constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo
que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.
(1 Co. 15:54-58)
Capítulo 26: “Yo Soy la Vid Verdadera”

En el evangelio según San Juan capítulo 15, encontramos este


hermoso y querido relato por todos los lectores de las Escrituras.
En alguna oportunidad, he leído un comentario acerca de las
circunstancias que rodean a esta enseñanza, y el momento es cuando
el Señor sale de participar de la última cena, ya avanzada la noche,
con sus discípulos para ir al monte de los Olivos (donde luego sería
apresado por los soldados enviados por el sanedrín judío) y es al
pasar por frente a la puerta del templo. Este era de madera
hermosamente labrada con ramas de vid y racimos de uva. Desde el
mismo lugar se podía ver un gran racimo de oro puro dentro del
templo, brillando por los reflejos de la noche. Este racimo había sido
confeccionado con la donación voluntaria del pueblo, que en su
momento fueron ofrendando el valor de cada uva del racimo esto era
motivo de gran orgullo para los devotos judíos.
Hasta el día de hoy, los que visitan el muro de los lamentos verán
en la sinagoga que está allí, muebles de madera, tallados con vides
con sus correspondientes racimos y en los lugares de culto, en las
sinagogas. Además, en cualquier lugar del mundo, veremos muebles
decorados con la vid y sus frutos, es un emblema judío.
En el Antiguo Testamento se habla de Israel como la vid de Dios
(vea las siguientes citas: Salmo 80:8-16; Isaías 5:1-7; Jeremías. 2:21;
Ezequiel 15; 19:10; Oseas 10:1; Mateo 21:33; Marcos 12:1-12). En
Romanos 11:17 se habla de Israel como el Olivo, verdadero, otro
símbolo para Israel muy querido por ellos.
Esto da más fuerza a la expresión del Señor: “YO SOY LA VID
VERDADERA”, Israel es la viña que se echó a perder y que a pesar de
los cuidados del Señor, había dado uvas silvestres.
El Señor estaba haciendo algo nuevo, una nueva viña, formada por
todos aquellos que creyeran en Él, ya sean judíos o gentiles. Esto fue
evidente después de pentecostés y fue motivo de gran lucha entre la
nación de Israel que pretendía conservar sus ritos y costumbres
(puede encontrarse está tensión, por ejemplo, en la carta a los
gálatas).
También, notemos que el dueño de la mies, labrador y el podador,
es Dios mismo. Él nos prepara para que llevemos fruto, si estamos y
permanecemos adheridos a Cristo; en esta parábola de Juan 15 la
palabra “permanecer”, aparece 8 veces en estos pocos versículos,
igual que la palabra “fruto” (v.2 y 4), a la cual se le agrega “más fruto”
v.2, “mucho fruto” (v.5 y 8), y “fruto permanente” (v.16).
La vida cristiana es una vida de acción, de crecimiento diario y de
fruto constante en el desarrollo de nuestro andar diario, por ejemplo, el
apóstol Pablo usa muchas veces con distintos ejemplos la vida
cristiana y su fruto, les menciono pocos ejemplos:
2 Corintios 9:10: “Y el que da semilla al que siembra, y pan al que
come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los
frutos de vuestra justicia”.
Filipenses 1:11: “llenos de frutos de justicia que son por medio de
Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios”.
Efesios 5:9: “(porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia
y verdad)”.
El permanecer en el Señor y su palabra atesorada en nuestro
corazón, afectará nuestra vida de comunión con Él: por medio de la
oración en Juan 15:7, y en el verso 14 se nos asegura que si estamos
en esa condición, nuestras oraciones serán contestadas totalmente y
nos llevará a amarnos unos a otros.
Ahora bien, ¡hasta que punto llegó el amor del Señor! Fue hasta dar
su vida por sus amigos (v.13) y, por lo tanto, nosotros en gratitud,
guardamos sus mandamientos (v.14).
El pueblo de Israel, perdió la comunión con Dios, y por ese motivo,
la vid se echó a perder. Esto es una advertencia para nosotros como
pueblo del Señor, colocados en una posición muy superior a la de
ellos, debemos cuidar nuestra comunión con el Dueño de la Vid, y con
su Hijo, quien nos compró por su propia sangre.
Les dejo para meditar los siguientes versículos:
No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a
vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y
vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al
Padre en mi nombre, él os lo dé. Esto os mando: Que os
améis unos a otros.
(Jn. 15:16-17)
Capítulo 27: La Roca
Este nombre aparece en la conversación del Señor con sus
discípulos, especialmente con Pedro (Mt. 16:14-20), en respuesta a su
confesión sobre la identidad de Jesús como el Cristo: “Tú eres el
Cristo el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:16). El Señor le respondió: “Y
yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi
iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt.
16:18). Pedro cuando escribe su carta interpreta esta enseñanza y
dice: “Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los
hombres, mas para Dios escogida y preciosa” (1 Pe. 2:4), para luego
agregar, que Cristo es la: “principal piedra del ángulo, escogida,
preciosa” (2:6), “y piedra que los edificadores desecharon, Ha venido a
ser la cabeza del ángulo”, “y: Piedra de tropiezo, y roca que hace caer”
(1 P. 2:7-8). También Pedro expresa esto con valor ante el concilio
judío (Hch. 4:11-12) como decimos hoy: “lo tenía claro”, la ROCA ES
CRISTO.
De este modo, toda la doctrina de la iglesia Católica de Roma,
según la cual la iglesia está fundada en Pedro, se desmorona por la
misma interpretación que él mismo dio a las afirmaciones del Señor.
Cristo es la Roca, de la cual también habló el apóstol Pablo en Ef.
2:20: “la principal piedra del ángulo” sobre la cual está siendo edificada
la iglesia.
La piedra principal, o la cabeza del ángulo, era la piedra en la cual
los “peritos arquitectos”, ponían con suma precisión para de allí tomar
los niveles de toda la construcción planeada. Era no solo el cimiento
clave que iba a soportar las tensiones del edificio, sino la piedra
directriz para la construcción del mismo. De allí saldrían todas las
líneas de elevación, niveles de altura, etc.
Era la piedra basal, “la principal piedra del ángulo de la iglesia es
Cristo”, esto es lo que enseñan las Escrituras. De allí nacen todas las
doctrinas, todas las enseñanzas de la iglesia, toda la teología y la
práctica de la vida debe estar atada al plano original, “a la piedra
angular”.
Siempre hubo y hay distintos movimientos, que por las mismas
razones que menciona Pedro, los edificadores, desecharon esta
piedra, porque es piedra de tropiezo para su incredulidad. Pero, para
nosotros, Cristo es la piedra angular, la directriz del cimiento de
nuestra fe.

Dentro del sincretismo actual no solo vemos la reducción al


relativismo en todas las cosas, sino que pareciera en muchos
casos tan confundida, que demuestran rayar en la total
ignorancia de los principios de fe y doctrina dada una vez a
los santos. La música, los shows y una nueva forma, según
dicen, de alabar al Señor, los mueve a sentirse cómodos.
¿Hemos sido llamados a la comodidad o al servicio íntegro en
sacrificio vivo?
(La antigua historia. Eduardo Carbone, Campo Misionero,
marzo 2020 Editorial)

Esta es una realidad en nuestros días en que todo se ha


cuestionado. Las bases mismas de nuestra fe han sido puestas en
dudas, hay autores de “mucha erudición” realmente sabios de los que
uno lee y aprende muchas cosas, pero cuando investigamos las raíces
de su fe encontramos que su “conocimiento” les ha llevado a negar el
nacimiento virginal del Señor, cuestionar algunos de sus milagros
(como si se trataran de exageraciones), por ejemplo, la multiplicación
de los panes y los peces y, otros, buscando explicaciones que niegan
lo sobrenatural de los mismos. Lo que quiero decir es que se han
salido del cimiento para caer en las arenas movedizas de nuestro
tiempo de relativismo de la verdad.
Han hecho del verso español su regla de vida, “en este mundo
nada es verdad, ni nada es mentira todo es según el cristal con que se
mira”, o sea, la regla de fe es para ellos: “lo que a mí me parece”.
Nuestra fe, que es la fe que demandan Cristo y las Escrituras, es
una fe total, en la vida y obra del Señor, en la que no se admite la
duda, porque dice la escritura: “sin fe es imposible agradar a Dios;
porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y
que es galardonador de los que le buscan” (He. 11:6). Esto, por
ejemplo, incluye su nacimiento sobrenatural de la bienaventurada
virgen María, la veracidad total de sus enseñanzas, su muerte cruel en
la cruz, su sepultura y su resurrección, y aceptar que todos estos
hechos históricos han sido por nosotros, es decir, por y para mi
salvación y para todos aquellos que le acepten como LA ROCA de
salvación sobre la cual edificar su propia vida de fe y salvación.
Les dejo deseando que reflexionemos sobre nuestra propia vida y
orar los unos por los otros en estos tiempos tan difíciles en los que
vivimos. Oremos porque cada uno de nosotros y nuestros amigos que
nos acompañan en el camino de la vida, familiares, hermanos en la fe,
amigos y vecinos, puedan gozar de la paz que significa tener los pies
de la fe fundados en la roca que es Cristo y gozar de paz sin igual, a
pesar de las circunstancias que nos envuelven. El Señor dijo: “La paz
os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se
turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:27).
Les dejo la siguiente escritura para pensar en la pregunta: ¿Dónde
están nuestros pies?:
Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le
compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre
la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y
golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba
fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas
palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato,
que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y
vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra
aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.
(Mt. 7:24-27)
Capítulo 27 (continuación): La Roca
Por la brevedad de nuestro espacio en el apartado anterior , no
aclaramos otro aspecto de la interpretación del pasaje que
comentamos de Mateo 16:13-20 y para ser lo más breve posible me
voy a limitar a copiar una nota comentando este pasaje de la Biblia
Reina Valera 1960 de Editorial Caribe:
Algunos han interpretado este versículo (18) diciendo que
Jesús fundó su iglesia sobre Pedro. Pero en tal interpretación
es obvio que Jesús estaba empleando evidentemente un
juego de palabras “Pedro y Piedra”, que en griego es Petros y
Petra. La iglesia no se fundamenta en Pedro, ni en ningún otro
hombre, como él mismo apóstol lo esclarece en 1 P. 2:4-8, al
señalar que Cristo es la piedra angular, lo cual se reitera en
Ef. 2:20-22. La iglesia se construye sobre la persona de
Jesucristo e incluyendo a aquellos que confiesan a Jesucristo
como lo hizo Pedro. Las puertas del Hades no pueden
prevalecer contra ella, porque Cristo resucitó de la muerte y
ya ha ganado la victoria sobre los poderes malignos. El
dominio de Satanás no podrá resistir la ofensiva de la iglesia
de Cristo.

Personalmente, sé que para nuestros lectores de raíces en la fe del


catolicismo esta interpretación que se ciñe a lo que enseñan las
escrituras, en especial en el significado original de las palabras en el
idioma griego en que fueron escritas. En Mt. 16:18: “Pedro”, es la
palabra griega “petros”, un NOMBRE MASCULINO. Se relaciona con
una pequeña roca que se desprende de otra mayor, y “…esta piedra”
Es la palabra griega: “petra”, un NOMBRE FEMENINO que se refiere a
la roca base (véase 7:24). Ambas palabras,petros y petra, no pueden
relacionarse gramaticalmente por su GÉNERO (1).
Por otro lado, en el capítulo anterior hemos visto cómo lo explicaron
tanto Pedro como Pablo al escribir en sus cartas a las iglesias. Con
todo, si a alguno de nuestros lectores le queda alguna duda puede
consultarme personalmente por las vías de contacto que figuran al
final del libro.
Otro aspecto acerca de Cristo como “la roca” está relacionada al
Señor como la Roca que dio de beber a todo el pueblo de Israel en el
episodio de Horeb (Éxodo 17:1-8). En este sentido, el apóstol Pablo,
da la aplicación espiritual cuando dice: “y todos comieron el mismo
alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque
bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Co.
10:3-4).
Aquí encontramos dos hechos históricos de los cuales la Biblia nos
enseña que se cumplen en Cristo: Él es el verdadero Pan del Cielo y
la verdadera Fuente de agua espiritual.
Así como el pueblo de Israel fue alimentado y saciado físicamente,
nosotros como creyentes en Él, somos alimentados y saciados por el
verdadero “maná” y por “el agua”, la cual nos satisface eternamente,
como le dijo el Señor a la mujer samaritana: “Respondió Jesús y le
dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el
que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el
agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida
eterna” (Jn.4:13-14).
Cristo es la Roca firme de nuestra fe, como ya hemos visto, pero
también es la Roca herida de la que fluye agua para vida eterna.
El Señor dice: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su
interior correrán ríos de agua viva” (Jn 7:38). Lo interesante es que lo
dijo en el último día de la fiesta de los tabernáculos. Todo era alegría
desbordante con mucho ruido y alboroto, el Sumo Sacerdote ofrecía
ese día una copa de oro puro llena de agua tomada del estanque de
Siloé, que recogía el agua del manantial que hasta el día de hoy sigue
fluyendo en Jerusalén como un testimonio elocuente para nosotros de
esta gran verdad que llenará nuestra vida de bendiciones inagotables.
El apóstol Juan nos da la interpretación correcta de aquella figura
del Antiguo Testamento, el agua que satisface eternamente el alma del
ser humano es el Espíritu Santo, “que sería dado a todos los que
creerían en Él”, esto se cumplió en Hch. 2, y de allí en adelante para
todos los que hemos aceptado a Cristo como la roca de nuestra
salvación, Él se transforma en el cimiento de nuestra fe y el dador del
Espíritu de Vida, desde el mismo momento de nuestro nuevo
nacimiento (Ef. 1:13-14).
De esto surgen interrogantes: ¿Dónde están los pies de mi fe, en
Cristo la Roca inconmovible de los siglos, o en mis propias
deducciones o convicciones aprendidas de especulaciones
meramente humanas y falibles? Esta pregunta la debemos responder
muy seriamente porque de ello dependerá nuestro destino eterno.
Si he contestado afirmativamente la pregunta anterior,ahora, debo
preguntarme: ¿mi vida refleja la firmeza de mi fe puesta en la Roca, y
la satisfacción permanente de la obra del Espíritu Santo que mora en
mí?
Les dejo para pensar cuál sería nuestra respuesta a una tercera
pregunta que aparece en el siguiente fragmento: “Viniendo Jesús a la
región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo:
¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron:
Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los
profetas Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente” (Mt. 16:13-15).

(1)Ver
http://www.freebiblecommentary.org/pdf/spa/VOL01_spanish.pdf, pág.
185.
Capítulo 28: Yo Soy El Camino
“YO SOY EL CAMINO” (Jn. 14:6).
El Señor se levantó en su época aquí en la tierra y se proclamó
como el único camino, por el cual el hombre debía andar para conocer
al Padre.
Notemos que los discípulos habían estado con el Señor durante los
3 años o más que duró su vida en público, lo conocieron en todo lo
que enseñó, los milagros, las respuestas a los interrogantes más
personales, algunos le vieron transfigurado y como dice Juan: vieron
su gloria, etc., pero llega la hora de la intimidad y la despedida. El
Señor se encarga de revelarles las verdades últimas,sus palabras son
de consuelo y preparación, por lo que ha de venir. Esto será como un
terremoto espiritual, Judas le vendería y luego terminaría ahorcado,
Pedro le negaría, la fe de ellos flaquearía, aún después de que
supieron que había resucitado, su reacción fue esconderse por miedo
a los judíos.
Las circunstancias son bien conocidas por nosotros, el Señor
estaba participando de la última cena con sus discípulos, Él lo sabía
muy bien lo que acontecería porque le había dado la orden a Judas
que fuera a hacer “lo que tenía que hacer y que lo hiciera pronto” (Jn.
13:27). Habían quedado los otros 11 apóstoles y el Señor, esos
momentos fueron de mucha intimidad y perplejidad porque ellos no
sabían los entretelones, y suponían que Judas estaba ayudando (Jn.
13:29), pero también había un drama supremo. Judas se convierte a
Satanás, rechazando finalmente al Señor (Jn. 13:26-28).
Esto marca el inicio de la etapa final de la vida del Señor y Él lo
sabía, le quedan pocas horas para dar a los suyos instrucciones , por
eso, las palabras adquieren un peso inimaginable.
Tomás, el incrédulo, como había sido inquietado por las palabras
acerca de que se iría, hace una pregunta doble, no sabía ni el camino
ni el destino final, del cual le hablaba el Señor.
Uno piensa: “No puede ser, ¿cómo es que no sabe dónde queda “la
casa de mi Padre” (que es el lugar que al que el Señor se dirigía)?,
¿cómo pasó tanto tiempo con el Señor y ahora le dice que no sabe el
“camino”? Él no sabía estas dos cosas tan importantes, ¿acaso no le
había escuchado hablar, antes como el único que podía restablecer la
comunión perdida del hombre con Dios?
Yo no puedo juzgar al pobre Tomás en su perplejidad porque
muchas veces yo he reaccionado de la misma manera.
También, es interesante ver que los Herodianos y los fariseos
mandaron a tentar al Señor, ellos le dijeron: “sabemos que con verdad
enseñas el camino de Dios” (Mr. 12:14). Aunque se trataba de una
trampa, de la cual salieron perplejos sin poder engañar al Señor, sus
enemigos afirmaban esta verdad.
Ahora, ellos demuestran que no sabían cómo llegar al Padre ni
sabían el camino ni siquiera habían “visto” al Padre, a pesar de que
ellos escucharon los testimonios, los milagros, la voz del cielo, que
aprobó a su Hijo, etc.
El Señor se movió en un mundo de confusión teológica, recuerdan
los distintos caminos por los cuales los judíos habían perdido el
rumbo: los fariseos, los saduceos, los escribas, los intérpretes de la
ley, envueltos como hasta el día de hoy en las fantasías y
declaraciones de rabinos, que se relatan en el Talmud, los griegos
perdidos en sus disquisiciones filosóficas, el mundo entero
influenciado como hasta el día de hoy por el ocultismo babilónico, etc.
Hay tanta basura teológica en las redes, en los medios masivos de
comunicación que el mundo necesita escuchar nuevamente como dice
el antiguo himno: “Dime la antigua historia, del celestial favor, de Cristo
y de su gloria, de Cristo y de su amor. Dímela con llaneza propia de la
niñez. Porque mi mente es flaca, necesita sencillez” Y el coro dice:
“Dime la antigua historia. Cuéntame la victoria. Háblame de la Gloria.
De Cristo y de su amor”.
La gente del siglo XXI, necesita escuchar a los hijos de Dios
proclamar que Jesucristo es el único Camino al Padre. Las grandes
“mentes filosóficas” nos han llevado por distintos caminos, pero su fin
es muerte. Cristo fue, es y será el único camino para que los hombres
y mujeres de todas las edades encuentren su nueva relación como
hijos de Dios.
Cuántas veces me he callado la boca y no he aprovechado la
oportunidad de presentar a Cristo como el Camino que lleva al Padre.
Perdón Señor por mi silencio.
Que en momentos de tanta incertidumbre personal y colectiva,
podamos poner toda nuestra fe en aquel que dijo: “YO SOY EL
CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA NADIE VIENE AL PADRE SINO
POR MÍ” (Jn. 14:6).
Capítulo 29: Cabeza de la Iglesia
Este es un título típicamente paulino, pues es él quien lo desarrolla
en su carta a los efesios y en otros escritos, haciendo las siguientes
declaraciones:
En el capítulo 1:15-23 enseña que el poder de Dios sentó a Cristo a
su diestra en lugares celestiales, y por lo tanto lo dio por cabeza sobre
todas las cosas a la iglesia.
Debemos tener en cuenta los alcances de las declaraciones de
Pablo. Les recuerdo que escribió como todos los autores de la
Sagrada Escritura, inspirado por el Espíritu Santo, que la posición del
Señor es la exaltación a la máxima autoridad celeste entronizado a la
mano derecha del trono del Padre en igualdad de condiciones de
soberanía, sobre todo el mundo espiritual que conocemos solo por
vislumbres en pocos pasajes de la Escrituras y del universo físico del
cual también tenemos un conocimiento muy limitado, dado que su
vastedad es tan grande que el hombre sólo ha alcanzado a investigar
una pequeña parte. Todo está bajo su control y sostén como dice
Colosenses: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda
creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en
los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos,
sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado
por medio de él y para él” (Col. 1:15-16).
Esta es una de las enseñanzas básicas para esta nueva creación
que es la iglesia de Cristo, más adelante nos dirá que Él es “el
fundamento” y “la principal piedra del ángulo” (Ef. 2:20), pero en el
pasaje que enuncia el título que estamos considerando hablan de un
símil a un cuerpo humano: Él es la cabeza. Esto es autoridad,
gobierno, posición ejecutiva, como dijimos anteriormente, Cristo no ha
delegado a ninguna autoridad ni divina, ni creada, angélica o humana,
esta posición. Él es y posee la autoridad única e intransferible de su
cuerpo espiritual que es Su iglesia.
En Ef. 4:15, se nos dice que “siguiendo la verdad”, debemos crecer
en aquel que es la Cabeza que es Cristo, igual en Col. 1:18. La vida
cristiana es un crecimiento que se produce estando unidos a nuestra
Cabeza, así como ninguno de nuestros miembros del cuerpo físico
crece sin estar perfectamente unido al resto del organismo y todo
proviene de la cabeza que nutre y gobierna las partes que vemos y no
vemos de nuestro cuerpo, Cristo nuestra cabeza espiritual alimenta a
su iglesia de todas aquellas verdades vitales que precisa para
desarrollar el servicio que cada miembro tiene en el cuerpo que es su
iglesia.
La vida cristiana es tomada como un reflejo de lo que es nuestra
propia experiencia al tener un cuerpo físico y conocer sus funciones.
El apóstol Pablo nos habla de la vida espiritual como un crecimiento
continuo y que cada uno debe en la obra del Señor ejercer sus propios
dones, interrelacionándonos en comunión los unos con los otros. Así
como nuestro propio cuerpo físico se resiente cuando uno de sus
miembros deja de funcionar al unísono con los otros, todo debe ser
interdependiente en la obra del Señor y esto redundará en el
desarrollo de una obra en comunión los unos con los otros, que se irá
expandiendo en forma sostenida en la medida que cada miembro
visible o invisible cumpla con su deber, no hay un trabajo por sencillo y
humilde que sea que tenga menor valor, todos somos necesarios.
¿Quién conoce los órganos internos de su cuerpo y su
funcionamiento? ¿Alguien suele preguntarse espontáneamente, por
ejemplo, por su vesícula? Lo dudo, pero cuanto hacemos un
“desarreglo”, salta la voz de alerta y nos acordamos de ella, tenemos
que tratarnos con remedios y comida adecuada. Ha estado allí
sirviéndonos muchos años de nuestra vida, pero nunca nos hemos
acordado de ella mientras funcionó, hasta que fue afectada y
enseguida reaccionamos.
Así pasa en la vida de la iglesia, no hay ni siquiera un vaso de agua
dado en el nombre del Señor que quedará en el olvido, algo tan simple
tan sencillo, pero afecta al desarrollo de la obra cristiana. Cuánto más
debemos hoy llevar la palabra de consuelo, de ánimo, de esperanza.
El mensaje cristiano trae paz al corazón humano porque su contenido
es de perdón y vida eterna.
En Ef. 5:23, dice: “Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su
cuerpo, y él es su Salvador”, no sólo es la cabeza a la cual debemos
estar sujetos, sino también es nuestro Salvador. El autor reconoce que
sin Él estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, y que
cuando lo aceptamos como tal, ingresamos en un cuerpo espiritual
que es la iglesia y que Cristo es su cabeza.
Que el Señor me ayude a continuar creciendo en Él. En la vida
cristiana, no debe haber desnutridos espirituales.
Meditemos en el siguiente pasaje:: “para que habite Cristo por la fe
en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor,
seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál
sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el
amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos
de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer
todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o
entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en
la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los
siglos. Amén.” (Ef 3:17-21).
Capítulo 30: Santo y Justo
El apóstol Pedro tiene una destacada acción en los primeros
capítulos del libro de los Hechos. En los inicios de la vida de la iglesia,
en sus discursos apologéticos con los sacerdotes y principales
autoridades judías presenta al Señor como el “Santo y Justo” (Hch.
3:14), aquí podemos ver la verdadera actitud de los “príncipes de
Israel”, mientras Pilato se dio cuenta de que estaba entregando a la
muerte a un inocente, y falló en todas las veces que le declaró
inocente, hasta que en una actitud cobarde “se lavó las manos” y se
declaró inocente de esta muerte.
Estos son atributos divinos, por ejemplo en el Antiguo Testamento,
recordamos el llamado de Moisés: “Viendo Jehová que él iba a ver, lo
llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él
respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus
pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Ex.3:4-5).
Isaías capítulo 6 es otro ejemplo clásico en el cielo alrededor del
trono de Dios clamaban: “Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos”
(v.3) y así podríamos citar muchísimos pasajes, o ejemplos que
hablaban de la santidad del Señor como un atributo único de la
deidad, lo mismo se enseña en todo el Nuevo Testamento, ya hemos
visto varias veces este tema en nuestras meditaciones.
Esta condición de Santidad y Justicia ha declarado a la obra del
Señor eficaz para nuestra salvación, así como el cordero debía ser
perfecto para ser sacrificado, el Cordero de Dios fue santo y sin
mancha ante Dios y los hombres: “ni hubo engaño en su boca”, había
profetizado Isaías (53:9), fue limpio y sin contaminación.
Pedro les recrimina a sus paisanos esta actitud, les dice que “El
Dios de nuestros padres ha glorificado a su Hijo Jesús” (Hch. 3:13).
El Señor cumplió exactamente lo profetizado, cuando le vio Juan El
Bautista le llamó el “Cordero de Dios”. Aquí, Pedro nos dice que ese
Cordero está sentado a la diestra de Dios porque es Santo y Justo.
Por eso, su sacrificio fue perfecto y aceptado ante los ojos de Dios.
El autor de la carta a los hebreos desarrollará más extensamente la
perfección de este sacrificio, acepto ante Dios y que con un solo
sacrificio, dio por cumplidos todos los requisitos para nuestra salvación
y por lo tanto es irrepetible: “fue hecho una vez y para siempre” (Heb.
7:27; 9:12; 10:10 y 10:12).
Los mismos demonios que le conocían antes de su encarnación le
llamaron así, diciendo: “¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús
nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de
Dios” (Mr. 1:24).
A la virgen María se le anunció: “también el Santo Ser que nacerá,
será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1:35).
Ahora bien, nosotros hemos sido declarados justos, por Dios, eso
se llama justificación, es en base a su muerte en la Cruz, como dice el
apóstol Pedro: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los
pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la
verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 Pe. 3:18).
Es en base a esta “santidad y justicia del Señor”, que podemos
estar seguros de nuestra salvación, por este título Santo y Justo,
debemos agradecer al Señor por estas cualidades que nosotros
podemos compartir y ser bendecidos por ellos, recordemos la
exhortación de las escrituras: “sino, como aquel que os llamó es santo,
sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque
escrito está: Sed santos, porque yo soy santo (1 P. 1:15-16)
Dios, usando la metáfora del saltador de la garrocha, ha puesto la
vara muy alta, pero lo interesante es que nos ha dado todas las bases
para que podamos vivir de una manera que sea sin mancha en el
mundo donde se han perdido todos los límites y ya no se sabe dónde
está lo moral y lo amoral, todo es relativo. Los filósofos griegos decían
que “el hombre es la medida de todas las cosas”, y los modernos
pensadores nos dicen que si a una persona algo le hace sentir bien,
mientras no afecte a otros, está todo bien. O hay límites, no hay
reglas, no hay nada en que comparar y así en este relativismo moral
que vivimos, no sabemos sinceramente dónde y cómo va a parar este
modelo de sociedad en la que todo es confusión.
Debo mirar mi vida a la luz de esta enseñanza: el Señor es Santo y
Justo, y yo debo vivir en esta condición de hijo de Dios, el Espíritu
Santo que está en nosotros, es la herramienta poderosa que nos dejó
el Señor para vivir como Él quiere.
Les dejo este pensamiento al encarar el día: “enseñándonos que,
renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este
siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12).
Capítulo 31: Autor de la Salvación o de la
Vida
Recordemos que el nombre dado al Señor, es Jesús, que significa
JEHOVÁ SALVA, es por eso que el escritor a los Hebreos dice, que Él es
“el autor de la salvación” (2:10).
En Hechos 3:15,el apóstol Pedro usa esta misma palabra griega, que
ha sido traducida “Autor de la vida”, al acusar a los judíos de haber
matado al Señor.
En Hebreos 12:2 se traduce: “autor y consumador de la fe”.
El diccionario Strong del significado de las palabras griegas, dice que
puede traducirse: “autor, dirigente, jefe, príncipe”.
Este título como se remarca en las tres veces que aparece, está
relacionado a los sufrimientos del Señor a lo largo de su vida, que fueron
que tanto físicos: hambre, sed, cansancio, persecuciones, etc.; como
espirituales: dolor, incomprensión, falta de fe de sus propios discípulos,
peleas entre ellos, uno le traicionaría, etc. Pero, dice la escritura que el
Señor no vaciló en ningún momento, sino que enfrentó la muerte con
todo lo terrible que significó, fue golpeado y torturado por los judíos,
luego azotado y torturado por los romanos y finalmente,
vergonzosamente fue desnudado, exhibido públicamente y en esa
condición, crucificado entre dos ladrones. Les recuerdo que esta clase de
muerte era terriblemente dolorosa, la agonía podía llegar a días, pero en
el caso del Señor sabemos que fue crucificado a las 9 de la mañana y a
las 3 de la tarde (la misma hora en que el cordero pascual era muerto en
las casas de los judíos) la escritura dice que entregó su espíritu al Padre.
El Autor y Consumador de nuestra salvación dio su vida por mí.
La película cinematográfica LA PASIÓN batió récords de taquilla, y se
basó solamente en las horas entre el momento en que el Señor es
tomado preso y todas las torturas a las cuales fue sometido hasta su
muerte. Los musulmanes por primera vez pudieron ver una película en
que se viera a Cristo morir en la cruz y su resurrección. El Señor permitió
que así el evangelio fuera predicado, sin violar ninguna ley islámica, ya
que ellos mismos la divulgaron como propaganda antijudía y así el
mensaje de salvación les llegó a millones de musulmanes que nunca
irían a ver algo semejante porque lo tendrían prohibido.
El camino de su humillación, en Flp. 2:8, describe que estando en la
condición de hombre se humilló a sí mismo.
No sé si en la eternidad podremos comprender este misterio de
nuestro Salvador, ahora, escapa a mi razón: Dios humillándose al
extremo de afrontar la muerte y muerte de cruz.
El autor de mi salvación y la tuya, lo hizo. Dejó su gloria, para tomar
forma humana y afrontar la cruz con toda su vergüenza y dolor. Esto lo
vemos expresado en la profecía de Isaías 53, y muchos pasajes del
Nuevo Testamento.
Pero la identificación del Autor de la salvación con los suyos es tal
que dice: “que Él no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Heb. 2:11),
esto me asombra, que el Autor de mi salvación, me ama de tal manera
que me llama “su hermano”.
En Cristo, el creyente es elevado a esta condición de hijo de Dios
desde el momento de su conversión. Hemos sido sellados con la
presencia misma del Espíritu Santo, lo cual es el sello de propiedad
divina y la habilitación para pertenecer a la familia de Dios.
Por esto, la escritura nos habla de una Salvación tan grande, una
oferta grandiosa de la gracia de Dios: pertenecer a su familia, ser hijos
de Dios, en Cristo, el autor de nuestra salvación.
Debo alabar a Dios por su gracia y misericordia, ya que me amó de tal
manera que entregó a su propio hijo, y por puro amor declara hijos suyos
a los que hemos creído en Él.
En mi casa paterna había un cuadrito que decía: “¡qué maravilla, el
Señor nos llama sus hermanos!” (Heb 2:17).
Demos gracias al Señor por su gran amor al brindarnos lo mejor que
tenía, su amado Hijo quien murió por nosotros, “el justo por los injustos,
para llevarnos a Dios” (1 Pe. 3:18).
Oremos por nuestro país en estos momentos en que la pandemia
tiene récords de infectados y muertos en todo el país, pero básicamente
en el Gran Buenos Aires, oremos por el personal de la medicina abocada
a este tema, ya están agotados al extremo, clamemos a Dios, pero
fundamentalmente para que el mensaje del evangelio, con la esperanza
de salvación de que acepten al Autor y consumador de la fe, sean salvo,
sus pecados perdonados y entren en la familia de Dios, que pase lo que
pase luego con su vida, ya tienen vida eterna asegurada por Aquél que
no se avergüenza de llamarse “su hermano” (Heb. 2:17).
Pensemos en esta pregunta sin respuesta: “¿cómo escaparemos
nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo
sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los
que oyeron” (Heb. 2:3).
Capítulo 32: El Apóstol

En Hebreos 3:1, es el único pasaje en todo el Nuevo Testamento en


que al Señor se le da este título “apóstol”.
En primer lugar, aclaremos que este término surgió en el judaísmo
de las sinagogas, y quiere decir: “un comisionado”, “un delegado” o
“un embajador”. Este “oficio” nació durante la época posterior a
Nehemías y Esdras, cuando se organizaron las sinagogas en el exilio.
Si surgía un problema en alguna de ellas, otra sinagoga enviaba a un
delegado llamado “apóstol”, el cual tenía toda la autoridad de la que
enviaba y resolvía por todos ellos, era su “embajador plenipotenciario”,
lo que él determinara lo hacía en nombre de los que le habían
encomendado la tarea.
Por eso continuamente, Pablo, muestra su credencial, diciendo que
él es “apóstol de Jesucristo”, designado por Él mismo, su designación
provenía de la Cabeza de la iglesia y no de ningún grupo humano. Los
apóstoles le reconocieron como tal y eso lo avaló ante las iglesias que
podrían desconfiar (porque antes les había perseguido). Él era apóstol
del Señor Jesucristo, encomendado y enviado por Él mismo, su
autoridad era reconocida por los otros apóstoles que compartieron la
vida terrenal del Señor.
En el caso del Señor, es “apóstol de Dios”, un enviado con toda su
autoridad para representarlo ante los hombres y los poderes
celestiales.
Se nos llama a “considerar al apóstol y sumo sacerdote”, es decir,
mirar con atención a su origen divino, a su encarnación y por sobre
todo a su obra renovadora, ya que estableció un nuevo sacerdocio
sobre un nuevo pacto basado en su obra redentora por su propia
sangre.
Repetidamente, Jesús dijo que el Padre le había enviado, es decir,
Él era el “apóstol” del Padre por sus enseñanzas y sus señales.
Expresa su tarea de “Apóstol” de Dios, el Padre, al decir por ejemplo,
“Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su
obra” (Jn.4:34).
Es especialmente en este evangelio, que se presenta al Señor
como “el verdadero Hijo de Dios”, es decir, con su misma naturaleza,
su misma esencia, su mismo poder, etc.
Un comentario en la Biblia E-Sword (que les recomiendo descargar
de internet de manera gratuita y tiene gran utilidad), dice lo siguiente:
La gran clave de la vida de Jesús era la sumisión a la voluntad
de Dios. Es único porque es la única Persona que ha habido o
habrá jamás, perfectamente obediente a la voluntad de Dios.
Bien se puede decir que Jesús es la única Persona en todo el
mundo que no hizo nunca lo que quería, sino siempre lo que
Dios quería.
Era el Enviado de Dios. Una y otra vez, ése es el título que se
le da en el Cuarto Evangelio. Hay dos palabras griegas que se
usan en este evangelio que significan enviar: apostellein, que
aparece 17 veces, y pempein, 27. Es decir, que no menos de
44 veces se nos dice, o se nos presenta a Jesús diciendo, que
Dios le había enviado. Jesús estaba bajo órdenes. Era el
Hombre de Dios.
Comentario de Juan 4:31-34, William Barclay.

Por eso, tiene la capacidad de dar su vida por sus ovejas y


salvarlas por toda la eternidad. Cristo dice que es “uno” con el Padre y
otras grandes afirmaciones que nos llevan a creer en Él como su único
y verdadero “apóstol”, el único “enviado del Padre”.
Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que
me envió;y el que me ve, ve al que me envió (Jn. 12:44-45).
En esto radica el éxito de su obra, se hizo “obediente” y como dice
la escritura, “obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp. 2:1-11),
la más horrible tortura que se había inventado. Los romanos la
perfeccionaron este método de ejecución a tal punto de hacerlo de una
tortura máxima, dejaban a sus víctimas muriendo desangradas por dos
o tres días agonizando y sufriendo toda clase de torturas, inclusive,
siendo atacadas por aves carroñeras que les arrancaban los ojos. A
eso se expuso el Señor, pero como sabemos el Autor de la vida, la
entregó a las 15:00 hr., luego de seis horas en la cruz, había dicho:
“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a
tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo
poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este
mandamiento recibí de mi Padre” (Jn. 10:17-18).
Tenemos que buscar la forma de transmitir el mensaje del
evangelio a tantos de nuestros amigos que se están haciendo
preguntas trascendentes ante la vida y la muerte. Estamos rodeados
de este último peligro, el covid, que nos tiene a todos bajo amenaza.
Los medios masivos se abstienen de mencionar la muerte, pero ahora
no se habla de otra cosa Nosotros tenemos un mensaje de vida
verdadera en Cristo Jesús nuestro Señor y Salvador, quien dijo:
“Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que
bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el
agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida
eterna” (Jn. 4:13-14).
Alabemos a Dios porque nos dio la gracia de creer en Él y en
Aquél, a quien envió para ser nuestro Salvador.
Capítulo 33: Sumo Sacerdote

Si había una figura que era respetada en Israel era la del Sumo
Sacerdote, porque era la autoridad máxima en el orden religioso. Dado
que estaban bajo el yugo romano cuando ocurrieron los
acontecimientos del Nuevo Testamento, cobró mayor relevancia
porque era la autoridad máxima del judaísmo ante el Imperio.
Pero, en los pasajes de Hebreos 2:17, 3:1, 4:14 al 5:10 y otros del
libro (15 en total), se llama al Cristo: el “gran sumo sacerdote” del
nuevo pacto, se nos enseña que es mayor que el sumo sacerdocio
aarónico, del cual los judíos se jactaban.
Recordemos el Sumo Sacerdote Judío, en la fiesta anual más
importante entraba en el lugar Santísimo del tabernáculo y del templo,
en el Día del Perdón, llamado en hebreo Yom kipur, para ofrecer un
sacrificio en expiación primero por sus propios pecados y, luego, otro
por todo el pueblo. El desarrollo de este tema escapa en su dimensión
al propósito de estas meditaciones por su extensión, así que nos
limitamos a mostrar algunas particularidades. Si en su primera entrada
su sacrificio, que era por sus propios pecados, no era aceptado, moría
como juicio de Dios. Dicen las tradiciones que, por eso, llevaba una
soga atada a una de sus piernas mientras que el otro extremo
quedaba fuera del lugar Santísimo y así si moría desde afuera, lo
sacaban sin tener que entrar al lugar prohibido. (Ver esta fiesta
relatada en Levítico 16).
En el Heb. 2:17, se nos relata acerca de la necesidad de que este
Sumo Sacerdote fuera semejante a nosotros, por eso, desde los
evangelios y siguiendo todo el Nuevo Testamento, se nos relata el
gran misterio de la encarnación, Dios tomando forma humana. Por
ejemplo “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios
como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando
forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp. 2:6-8), “para expiar los
pecados del pueblo” (Heb. 2:17).
En Hebreos 3:1 se nos invita a considerar, es decir, detenernos a
mirar atentamente “al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión
Cristo Jesús”. En el capítulo anterior le vimos bajo el título de
“apóstol”, en este bajo el de “sumo sacerdote”. La característica que
se nos apunta en primer lugar es que fue “fiel”. El Señor pudo decir al
Padre en su oración final en Jn. 17:4: “Yo te he glorificado en la tierra;
he acabado la obra que me diste que hiciese”. Esta es la oración
sacerdotal, el Señor está orando como si la Cruz ya hubiese pasado, y
estando en esta exclamó con las últimas fuerzas humanas que le
quedaban: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: ‘Consumado
es’. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (Jn. 19:30).
La característica que se nos señala en Heb. 3:2 es que es fiel, el
Señor Jesús cumplió con su tarea con toda fidelidad, y se lo compara
con el máximo prócer del judaísmo, Moisés, que también fue fiel. Pero,
Jesús es superior a Moisés porque es el que hizo la casa, una
metáfora que remarca su dignidad: Él construyó la casa de la que
luego Moisés fue fiel como administrador de la misma.
En Heb.4:14, menciona que “traspasó los cielos”, el suyo es un
sacerdocio celestial, en contraposición del sacerdocio de Israel, que es
terrenal. El Sumo Sacerdote judío “traspasaba” la cortina que
separaba el lugar Santo del Santísimo una sola vez al año, pero Cristo
lo hizo una sola vez y para siempre entrando en el santuario celestial,
como se enfatiza continuamente en este libro del Nuevo Testamento.
Recordamos cuando el Señor en Hch. 1 fue tomado y ascendido a
los cielos, y Pedro en su discurso en Hch. 2:36 dice: “a este Jesús que
vosotros crucificasteis Dios le ha hecho Señor y Cristo”. Nuestro Sumo
Sacerdote está en los cielos.
Pero, además, mediante una forma literaria que se llama negar
para afirmar, en Heb. 4:15, usa una doble negación para afirmar que
tenemos un sumo sacerdote que puede compadecerse de nosotros.
Como cuando nosotros decimos: “Hace frío, ¿no?” y este “no” refuerza
afirmativamente lo dicho. Qué identificación tan gloriosa que el eterno
Hijo de Dios tomara forma humana para poder comprender nuestro
drama, no hay experiencia humana de la cual el Señor no pueda
compadecerse, Él sufrió como verdadero hombre, tuvo sed, hambre,
angustia al ver a la gente tuvo compasión de ellas, les dio alimento, les
sanó sus enfermedades, enfrentó por tres veces a la muerte y le
arrebató sus víctimas, nadie en la historia del Antiguo Testamento,
pudo resucitar un muerto “que hiede porque es de cuatro días” (Jn.
11:39), el Señor había llorado ante la tumba al ver el dolor de todos los
que estaban allí, por eso, puede compadecerse de nuestro dolor
porque se hizo hombre. En el último tiempo falleció Gracielita, parte de
nuestra familia, nosotros, nuestra familia, nuestros hermanos los que
la conocieron, estamos siendo consolados por el Señor mismo, Él está
a nuestro lado, nos recuerda que es nuestro Sumo Sacerdote que se
compadece de nuestro dolor, y nos acaricia, diciéndonos: “No se turbe
vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de
mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho;
voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare
lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo
estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el
camino” (Jn. 14:1-3).
Capítulo 34 (continuación): Sumo
Sacerdote.
Al terminar de escribir el capítulo anterior di por concluido el tema,
pero después de mirar lo que nos quedaba a considerar del libro a los
Hebreos, cambié de opinión y quiero invitarles a meditar un poquito
más sobre este título porque me ha hecho bien pensar en algunos
aspectos del mismo.
La división del cap. 4 al 5 del libro a los hebreos que consideramos
ayer, no ha sido la mejor porque en realidad deberíamos abordarlo
como una unidad. De paso, les recuerdo que la división de la Biblia en
capítulos y versículos no ha sido inspirada por el Espíritu Santo (sí las
palabras usadas en los idiomas originales), el cap. 5:1-10 sigue el
tema del nuevo Sumo Sacerdote, el Señor, y marca las diferencias con
el sacerdocio imperante, los descendientes de Aarón, y el Sumo
Sacerdote Celestial del cual nos dice, además de describir sus
funciones, que ha sido llamado al sacerdocio según el orden de
Melquisedec. Como hemos dicho antes, un descendiente de Judá
como lo fue Jesús del linaje Real no podía ser a la vez sacerdote, pero
aquí la escritura nos lleva a pensar en este personaje que aparece
como un relámpago fugaz en la escritura, en el incidente donde
Abraham le ofrece los diezmos según Ge. 14. En el cap. 7 de
Hebreos, se amplía este tema y se nos dan más datos de este
sacerdocio celestial, dice el v. 3: “sin padre, ni madre, sin genealogía,
que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al
Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre”.
Aquí está la explicación bíblica de aquella figura tan extraña del
Génesis. El Señor es Sumo Sacerdote por una orden celestial,
superior al de Aaron que era terrenal, Él pertenece a una orden eterna
y celestial (ver Salmo 2). Todo el argumento de Hebreos es muy
significativo, por eso, el autor toma tiempo en desarrollarlo.
“Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que
tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de
la Majestad en los cielos” (Heb 8:1), este es otro punto interesante, los
sacerdotes humanos morían y eran reemplazados, pero el nuestro es
eterno.
El Señor entró al templo Celestial, habiendo ofrecido su sacrificio
expiatorio, siendo Sumo Sacerdote y a la vez el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo. Al hermano Horacio Alonso le escuché
decir: “el Sumo Sacerdote entraba cada año, al lugar Santísimo, por
sus propios pecados, llevando sangre ajena, nuestro Sumo Sacerdote,
Cristo, entró una sola vez y para siempre, con sangre propia y por
pecados ajenos”.
El sacerdocio humano era renovable y falible por propia naturaleza,
a veces, si el sacrificio no era aceptado por Dios, como dijimos, el
Sumo Sacerdote moría en el lugar Santísimo. Pero, el nuestro está en
el lugar más alto, terminó su trabajo en la cruz, allí exclamó:
“Consumado es”, por lo tanto, dice la Escritura: “Por lo cual Dios
también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo
nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los
que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda
lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”
(Flp. 2:9-11).
A manera de conclusión de este gran tema hay tres acciones que
debemos hacer, porque la vida cristiana no es un estado de “éxtasis
contemplativo”, sino de acción, la conclusión está en el cap. 10:21-25
de este libro de Hebreos que les dejo que ustedes mediten y
desarrollen con más detalle.
El primer imperativo es Heb. 10:22: “Acerquémonos (…) con
corazón sincero, (…) y limpios”.
El segundo es 10:23: “Mantengamos (…) la fe de nuestra
esperanza”.
El tercero en 10:24: “Y considerémonos los unos a los otros para
estimularnos al amor y a las buenas obras”.
Quiera el Señor que juntos podamos poner en práctica estas
hermosas exhortaciones de la Palabra de Dios. Al considerar a
nuestro Sumo Sacerdote, en primer lugar, doy gracias a Dios por
haberme amado a tal punto que Cristo murió por mis pecados y los
echó a lo profundo del mar como dice la escritura. Mi Sumo Sacerdote
dio su propia vida por mí, ahora, me pide que me acerque a Él, me
mantenga firme y mire a mi alrededor a mis hermanos, que nos
estimulemos unos a otros y juntos socorramos a un mundo muy
convulsionado, lastimado, herido por el pecado y la injusticia. En la
actualidad, debemos orar por nuestras autoridades, y por la situación
injusta que plantean las fuerzas policiales de la provincia de Buenos
Aires, que son los que nos deben resguardar, pero por lo visto, ellos
mismos se sienten desamparados. Oremos para que este duro y difícil
conflicto se termine solucionando en paz, y sin que tengamos que
derramar lágrimas por hechos violentos que se pueden desatar en
cualquier momento. Estamos ante una crisis muy seria y como pueblo
de Dios oremos a nuestro Sumo Sacerdote para que las autoridades
encuentren una solución pacífica y justa.
Les dejo con esta palabra de Dios:

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan


grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del
pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera
que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y
consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él
sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la
diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal
contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro
ánimo no se canse hasta desmayar (Heb. 12:1-3).
Capítulo 35: Heredero

En Hebreos 1:2, leemos que “Dios nos ha hablado por el Hijo, a


quien constituyó heredero de todo”.
Hemos visto en estas notas que Cristo es revelado como el Hijo
Eterno, como participante de la esencia divina, de la triple
manifestación de Dios, “Padre, Hijo y Espíritu Santo”, que llamamos
técnicamente: “Trinidad”, o como dicen otros autores: “Triunidad”.
Ahora bien, esta interrelación divina escapa a nuestro
conocimiento, salvo por las revelaciones de la Escritura, Dios Padre
ha delegado en manos del Dios Hijo, y lo ha constituido en el
“Heredero de todo”, y además fue el medio por el cual el increíble
universo, todas las cosas visibles e invisibles, “todo fue creado por
medio de él y para él.” (Ver Col. 1:15-18).
Esta es una manifestación más de “la salvación tan grande”
(Heb.2:3), que está basada en un “heredero” tan grande que no
podemos alcanzar a comprender.
Como diría un autor: “esto es lo que yo necesito, un Salvador, un
Heredero, tan grande que escape no solo a mi imaginación, sino a la
de cualquier ser humano de cualquier época”.
El Heredero de toda la creación, el Hijo Eterno, es este Salvador
en el cual nosotros hemos creído, que está fuera de nuestra
comprensión, y lo hemos hecho por fe, y por la obra del Espíritu
Santo en nuestros corazones.
El apóstol Pablo contaba su propia experiencia que dejaba todo
atrás todos sus logros humanos, diciendo: “hasta que todos
lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a
un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”
(Ef.4:13).
Que el Señor nos ayude para que nosotros, también, podamos
crecer en el conocimiento de este Heredero de Dios, el cual es
puesto por cabeza no solo de la creación, sino de la iglesia misma.

¿Y qué es el Nuevo Testamento, sino el glorioso


cumplimiento de todos los tipos y sombras? Él es la
sustancia de todas las sombras. Él es el cumplimiento de
todo lo que Dios indicó que haría. Ahí tenemos la Biblia, pues
—El Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento— pero todo
está en Cristo. El plan, el propósito y el camino de la
redención están siempre en Él. Lo hemos mirado de principio
a fin y hemos visto que Dios miró a los hombres que no
merecían más que el infierno y la destrucción y les dio la
promesa de esta maravillosa redención que se cumpliría
finalmente en su propio Hijo eterno, nuestro Señor y Salvador
Jesucristo. ¡Por tanto, a Él y solo a Él debe ser dirigida
necesariamente toda la gloria, la honra y la alabanza!
(Dios el Padre, Dios el Hijo, - Dr. Martyn Lloyd Jones, pág.
266-267, Ed. Peregrino).

Ahora bien, todas las revelaciones del Antiguo Testamento fueron


de muchas maneras. Uno de los “padres del Cristianismo”, Clemente
de Alejandría, lo relacionaba con la palabra “multiforme” (de muchos
colores en griego). Como en Ef. 3:10 se expresa “la multiforme
sabiduría de Dios”, y efectivamente, cuando miramos el Antiguo
Testamento, las profecías desde el mismo momento de la caída en
Ge. 3, allí mismo está la primera promesa de salvación, hasta la
aparición del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn.
1:29-34) y desde allí hasta Apocalipsis se desarrolla la presentación
del Hijo, su total, completa y final revelación. Lo anterior eran
sombras, dice más adelante el autor de Hebreos: “Porque la ley,
teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de
las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen
continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.”
(Heb. 10:1)
Que podamos servir en su obra “sabiendo que del Señor recibiréis
la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”
(Col.3:24), es maravilloso pensar que nuestro Salvador, el Heredero,
nos hará participantes de su herencia.
Ahora bien, hermanos quisiera dejarles dos versículos que nos
hablan del enorme privilegio que acarrea el identificarnos con el
Señor, con el HEREDERO DE TODO: “Y si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos
juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”.
(Ro. 8:17).
“Que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo,
y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del
evangelio” (Ef. 3:6).
Es decir que nosotros, no judíos de raza, hemos sido elevados a
la condición de HIJOS DE DIOS y, por lo tanto, coherederos con el
Señor.
Señor, te pido que me des sabiduría de lo Alto para poder
comprender algo más de tan grande privilegio que tengo y que mis
hermanos que están leyendo estas notas también puedan alabar tu
nombre para disfrutar de esta enorme bendición de ser hijo tuyo y
coheredero con Cristo, y que juntos podamos ser testigos al mundo
que nos rodea de esta bendición.
Capítulo 36: El Precursor

El título “Precursor” se refiere al Señor, como el “sumo sacerdote


para siempre según el orden de Melquisedec” Heb. 6:20.
En su comentario, Bob Utley nos dice acerca del uso de esta
palabra en tiempos del Señor:
Este término griego se usaba de (1) un explorador yendo
adelante, abriendo y marcando la senda (ej. un pionero), o (2)
un pequeño barco guiando a uno grande a un puerto seguro.
¡Jesús ha ido adelante de los creyentes, como vencedor,
intercesor, salvador, sacerdote y perfecto sacrificio.

En ambos casos, ya sea el de un explorador, o el de un pequeño


barco, nuestro precursor, ya llegó, logró el triunfo en la Cruz, “venció al
que tenía el imperio sobre la muerte, esto es al Diablo” (Heb. 2:14).
Ahora bien, nuestra fe está aquí basada en dos cosas inmutables
según el versículo Heb.6:18, Dios haciendo una promesa, y luego Dios
haciendo un juramento, ambas cosas no tienen cambios, son
inmutables (Words studies in Greek New Testament, Wuest, pág.123).
De modo que nuestra fe está basada entre otras, en estos dos
hechos inconmovibles.
Tenemos por delante una esperanza segura que no está basada en
la arena movediza del pensamiento humano. Nos acordamos de la
parábola del Señor de las dos casas, una edificada sobre la arena, sin
cimientos, y la otra sobre la roca con buenos cimientos, en un lugar
sólido. Vinieron los vientos, las lluvias, las tempestades, y una cayó
mientras la otra se mantuvo firme, como si nada pasara. Una estaba
sobre el fundamento del pensamiento humano, se derrumbó y la otra
fundada, sobre Él mismo y se mantuvo firme (ver Mateo 7:24-29).
Durante mi vida (y tal vez sea la experiencia de algunos de mis
compañeros de ruta), he visto el gran optimismo de la época de la paz
que seguió a la segunda guerra mundial. Al llegar la paz, todos
celebraron, yo era chico, iba al colegio primario y me acuerdo todos
los planes de paz que salieron, pero las guerras siguieron azotando el
planeta hasta el día de hoy. Todas las filosofías de la época
postmoderna fracasaron, lo vemos hoy mismo: los presupuestos de
las naciones del “primer mundo” están basados en la industria
armamentista, los grandes adelantos de la ciencia moderna vinieron
de las investigaciones surgidas en las guerras, todo está basado en la
carrera guerrera, aún en los países del segundo y tercer mundo,
naciones empobrecidas, sobresale el pecado y el robo de sus
gobernantes, de las finanzas públicas, los grandes gastos son en
mantener fuerzas armadas y policiales, para asegurar un orden interno
y externo. Nuestro propio país aún no se recuperó económicamente
del costo de la guerra por las Islas Malvinas y eso que duró muy poco
tiempo, y la violencia interna sigue creciendo a pasos acelerados.
Nuestra civilización está basada sobre arenas movedizas, el orden
mundial está bajo el poder del Diablo, eso dice la Escritura: “¿Dónde
está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de
este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?” (1 Co.
1:20).
Sin duda, lo hemos visto y comprobado a nivel mundial con el
manejo de esta pandemia que estamos viviendo, medidas para un
lado, mañana para el lado contrario, pasado, todo nuevo, “que
cuarentena o no”, “que si, que no”, nadie encuentra la verdadera
solución, el Covid-19, está hasta ahora ganando la batalla: ¿no es esto
una pequeña muestra del dedo de Dios, que se levanta en juicio ante
un mundo que se ha reído de Él?
Ahora está en los cielos, manejando el curso de la historia, y en
especial de los suyos, por los cuales dio su vida.
Cristo el Precursor, llegó allí luego de su resurrección, para
asegurarnos nuestra redención. Notemos que Dios mismo es quien la
asegura, para que tengamos un “fortísimo consuelo”.
Por esta razón, también dice el escritor a los Hebreos que nosotros
al contrario de los buques que arrojan sus anclas a la profundidad, la
nuestra está hacia arriba, dentro mismo de los cielos, dónde está
nuestro Precursor (Heb. 6:18-19).
Todo el libro a los Hebreos nos habla de la seguridad eterna en
Cristo, el nuevo pacto, establecido por su muerte definitoria “para
siempre” (como se repite en este 13 veces para darnos la eterna
seguridad de nuestra salvación).
El antiguo pacto estaba basado en reglamentos, sacerdocio
humano, sangre de múltiples tipos de sacrificios, derramada sin
límites, pero el Espíritu Santo nos asegura en especial en este libro,
que se acabaron los sacrificios, se acabó el sistema levítico, el sistema
sacerdotal judaico, ahora tenemos un mejor sacerdocio, Cristo,
nuestro Precursor que atravesó los cielos y “se sentó a la diestra de su
Majestad en las alturas” (Heb. 1:3, y 8:1).
Alabemos al Señor, por su obra, por ser nuestro Precursor y por la
seguridad que nos brinda como hijos suyos.
Capítulo 37: Autor y Consumador
En Hebreos 2:10 y 5:9 dice: “autor” y en 12:2, se nos presenta al
Señor como el “autor y consumador de la fe”, a quién debemos mirar,
poniendo los ojos fijos en Él para poder correr la carrera de la vida
cristiana y llegar al final con victoria.
No puedo resistir compartir con ustedes, una cita del Diccionario
Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento de Vine, pág. 168:
Autor: un adjetivo denota aquello que es la causa de algo
(…) igual en Heb. 5:9 describe a “Cristo como autor de
eterna salvación de aquellos que le obedecen”, significando
que Cristo, exaltado y glorificado como nuestro Sumo
Sacerdote, sobre la base de Su obra consumada en la
tierra, ha venido a ser la causa Personal mediadora de la
salvación eterna.

En la vida diaria o en la historia de la humanidad, muchísimas


veces, hemos visto a alguien lanzar una idea, un vislumbre de algo
que podría llegar a ser, y luego uno o más en distintas épocas fueron
desarrollando esta idea inicial, y hoy gozamos de elementos que
todos usamos y que han sido logros colectivos.
Pero, la historia de nuestra gloriosa salvación tiene un solo Autor
eterno y Él mismo es el Consumador eterno con todo lo que esto
involucra, que aunque estamos viendo día a día diversos aspectos
nuestro espíritu se debe postrar en gratitud porque nuestro Salvador
es tan grande, tan exaltado por Dios que no lo podemos comprender.
En Heb. 11, se nos relatan las vidas de los héroes de la fe, una
lista que no concluye allí, sino que aún se sigue engrosando con mi
nombre y el tuyo, pues debemos seguir tomando la posta de ellos, y
pasarla a la próxima generación de cristianos hasta que el Señor
venga. A veces, tomamos los dos capítulos como separados cuando
son una continuidad. Estos héroes corrieron, nos dejaron el
testimonio y nosotros debemos hacer lo mismo mirando hacia arriba
donde está nuestro “autor y consumador” (Heb. 12:2). Él afrontó la
muerte misma, para conseguir la victoria y se sentó a la diestra del
trono de Dios.
De paso digamos que ambos capítulos forman una unidad, que
debemos aprender de aquellos que se nos mencionan, contemplar,
estudiar sus vidas, mirar su testimonio, y no pensar como lo hacen
algunos que se llaman “cristianos” y piensan que ellos nos miran y
nos alientan, nos ayudan y, por lo tanto, podemos usarlos como
“santos intercesores”. No es esta la enseñanza de la sagrada
escritura.
Ellos son nuestro ejemplo a seguir, debemos aprender de sus
errores y victorias, en la Biblia se nos relatan en el Antiguo
Testamento sus grandes victorias de vidas consagradas y de fe, pero
también están sus errores, sus grandes pecados, como, por ejemplo,
del gran rey David: adulterio, asesinato de su gran amigo y general
defensor, hijo ilegítimo, etc., pero también las consecuencias y su
profundo arrepentimiento y restauración, también se nos relata de
Abraham, de Salomón y de cuantos más miremos, pero también se
nos menciona la vida de muchos creyentes anónimos porque no
conocemos sus nombres, y son los que se relatan desde en Heb.
11:36 en adelante, son los “otros…”. De los que poco se habla, no
son populares, no están sus nombres siquiera, fueron héroes
anónimos y “soldados desconocidos” de esta guerra espiritual. Todos
los países tienen sus cementerios y homenajes a estos soldados
enterrados o desaparecidos en acción, por ejemplo, en París,
Francia, en el famoso arco de Triunfo, una concurrida parada
turística, está el homenaje a ellos, y en nuestro país, están en las
Islas Malvinas los soldados enterrados siendo N.N. Digamos de paso
que el relato de Hebreos, de nuestros héroes desconocidos son vidas
que para el mundo secular se consideran “indignas de haberse
vivido”, pero para el Señor, son sus queridos y honrados soldados
mártires de la fe.
Hoy existen muchísimos hermanos nuestros en esta triste
condición de perseguidos por la fe, en China continental existen
millones de cristianos en la clandestinidad, que si son apresados por
compartir su fe como mínimo son condenados a tres años de prisión.
En una aula clandestina de enseñanza de la Palabra de Dios por un
misionero americano, recientemente, de 23 líderes, presentes, 18 de
ellos habían estado presos ese tiempo, y si a él lo descubrían lo
deportaban, los 23 irían seguramente a prisión. Se calcula que China
es el país mundial en primer lugar de “cristianos”, esos 23 “líderes”
pastoreaban en una zona y tenían a cargo 20 millones de creyentes
clandestinos. ¿Se imaginan? La mitad de la población de nuestro
país, y esa es una sola zona porque la población de China son
1.300.000.000. Para mí, es imposible pensar en semejante cantidad.
Cuando miramos a nuestro “autor y consumador”, le vemos sin
pecado, despojándose a sí mismo, enfrentando la humillación, los
dolores físicos y espirituales que la muerte de cruz significó (Flp. 2),
para llegar con gozo al trono de Dios y descansar de su obra, para
iniciar una etapa nueva con su iglesia, el nuevo cuerpo formado por
judíos y gentiles, a los cuales Él está guiando y preparando como una
novia ataviada para su boda. Esa debe ser nuestra meta, el glorioso
día en que las bodas del cordero se celebren en los cielos.
La pregunta que debo hacerme es ¿qué clase de carrera estoy
corriendo? ¿Qué clase de lucha estoy peleando? Recordemos que
en esta lucha hay reglas que cumplir, el apóstol Pablo nos da las
instrucciones en 1 Co. 9:18-27. Hermano ánimo, no te desanimes
sigue corriendo para llegar a la meta… Nos espera allí el “autor y
consumador”.
Capítulo 38: Príncipe y Salvador

Cuando los apóstoles son presentados ante el concilio en


Jerusalén, para dar razón de su comportamiento, en Hechos 5:31, le
responden al Sumo Sacerdote, que el Jesús que ellos crucificaron,
Dios, le resucitó de los muertos y le “ha exaltado con su diestra por
Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de
pecados”.
En los evangelios, los enemigos del Señor, los fariseos, que eran
una secta estricta, cuyo nombre quedó como sinónimo de hipócritas
porque así eran en su mayoría. Ellos practicaban la religión para
lucirse, el Señor dijo que por dentro dijo eran como sepulcros
blanqueados. Sus otros adversarios eran los escribas que
interpretaban la ley, guiados más por las tradiciones que la
deformaban, que por una interpretación sana y correcta basada en lo
que simplemente el texto bíblico.
Los fariseos decían: “Por el príncipe de los demonios echa fuera los
demonios” (Mt. 9:34), “por Beelzebú, príncipe de los demonios” (Mt.
12:24, Lc. 11:15), también afirmaban los escribas (Mr. 3:22, Lc. 11:15).
En el evangelio de Juan, el Señor habla de Satanás y dice: “Ahora
es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será
echado fuera” (Jn. 12:31, 14:30, 16:11), y Pablo, en Ef.2:2, le llama “el
príncipe de la potestad del aire”.
Este fue el mensaje apostólico y debe ser el nuestro también, hoy
el Jesús crucificado, fue resucitado y está sentado a la diestra de Dios,
como el Príncipe y Salvador. Con todo lo que esto implica.
Él es el verdadero Príncipe, el Hijo del Dios viviente, que un día
será proclamado Rey, ahora aunque no le vean así, Él está
gobernando toda la creación (Colosenses 1:15-23).
Ya hemos hablado de este tema repetidas veces, la visión del
mundo bajo Satanás, muestra un Jesús lacerado, rechazado,
crucificado, pero no resucitado y, menos aún, exaltado, sentado a la
diestra de Dios, como Pedro les declaró en el día de Pentecostés: “a
este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y
Cristo” (Hch. 2:33-36)
O, muestra a un Cristo que es parte de la historia de la humanidad
como lo fueron otros muchos filósofos En la actualidad, observamos
esta manera limitada de entender al Señor con mucha frecuencia en
los medios masivos de comunicación.
Es en el libro de Apocalipsis, donde le vemos entronizado, ya en el
cap. 1:5, se le llama “el soberano de los reyes de la tierra”, y en la
culminación le vemos sentado en el Trono juntamente con su Padre en
la Nueva Jerusalén, donde su iglesia y todos los redimidos moraremos
juntamente con Él.
En cuanto al título de Salvador, hemos comenzado a abordarlo en
el capítulo 31. Como dijimos el nombre dado al Señor, es Jesús, que
significa JEHOVÁ SALVA, por eso, el escritor a los Hebreos dice, que
Él es “el autor de la salvación” (2:10).
En el libro de los Hechos, el apóstol Pedro en el cap. 3:15 usa esta
misma palabra griega, que ha sido traducida “Autor de la vida”,
mientras acusa a los judíos de haberle matado. En Hebreos 12:2 se
traduce “autor y consumador de la fe”.
La historia de este mundo está siendo gobernada por Satanás, para
los incrédulos, pero para los creyentes, por el Príncipe y Salvador, de
manera tal, que al final se manifestará con toda su gloria.
Nuestra meta es esperar la manifestación gloriosa del Príncipe y
Salvador, reinando con su esposa, la iglesia, y todos los redimidos de
la antigüedad, presente y futura, por toda una eternidad.
De esto hablaron los profetas de toda la Biblia, el fin de la historia,
no es la muerte de Dios, sino la manifestación de toda su Gloria,
mostrándose triunfante con Cristo como Rey y Salvador, venciendo a
todos sus enemigos. El libro del Apocalipsis termina con una nota
triunfal y definitiva, con el fin del Diablo y sus seguidores, para nunca
más interferir en la obra de Dios.
Como creyentes en el Señor, hemos nacido de nuevo (Jn. 3, y 2
Co. 5:17), como ya hemos visto, en el pasado vivimos, sin Dios, sin
Cristo, sin esperanza (Ef. 2), pero ahora estamos en Cristo, desde el
momento en que hemos escuchado su llamado y le hemos recibido
por en nuestro corazón, hemos experimentado esta bendición: “con
gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la
herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de
las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos
redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col. 1:12-14).
Me pregunto si todos nuestros amigos están en el “reino de su
amado Hijo”.
Capítulo 38 (continuación): Príncipe y
Salvador

Para mí, el tema estaba terminado cuando escribí el último renglón


del capítulo anterior, pero me han quedado dando vueltas en mi mente
algunos interrogantes y, quizás, les he despertado más dudas que las
que corresponden. Porque siempre que hablamos de Satanás y su
manejo del sistema que gobiernan las relaciones humanas surgen
muchas preguntas. Para evitar algunas confusiones (o, tal vez, para
aumentarlas como dice siempre mi hermano en la fe el Dr. José
Carbonell) quiero escribir algunas cosas más acerca del tema.
Es evidente que se plantea que hay una lucha entre el Príncipe, el
Hijo del Dios viviente, que está sentado en el trono y el príncipe de la
potestad del aire (Ef. 2:2). Puede parecer que es una lucha de igual a
igual y que a veces gana uno y pierde el otro, o que de acuerdo como
están las cosas en el mundo, es el enemigo de Dios el que va
ganando la batalla.
Además, muchos se preguntarán de dónde vino Satanás. Es
evidente que en este tema la Biblia nos dice solamente lo que Dios
quiere que sepamos, y nosotros no debemos olvidar el mandamiento
de Dios: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas
las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre,
para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (Deuteronomio
29:29).
De modo que en este tema debo ser muy cuidadoso para no dejar
volar la imaginación, la Biblia no nos dice mucho de su origen, en
Isaías 14 es evidente que no se refiere solo al rey de Babilonia, sino
que en un lenguaje simbólico nos lleva a pensar en la rebelión de
Satanás y sus ángeles, al igual que en Ezequiel 28:11-19 aunque se
habla de Tiro, podemos inferir que está también refiriéndose al mismo
tema.
De modo que antes de la creación de los universos, pasó algo de lo
que no se nos dice mucho más que esto y sobre una porción que no
sabemos de cuantos seres angelicales, creados por Dios al igual que
Satanás se rebelaron.
He escrito anteriormente sobre la actividad de Satanás que es
llamado uno de los hijos de Dios en el cap. 1 de Job. Recorrimos
algunos aspectos interesantes, escrito en un lenguaje poético
(refiriéndose a cosas ciertas, pero que se está hablando en poesía y
despiertan nuestra imaginación). En primer lugar, Satanás acusa a Job
delante de Dios, y plantea que su integridad vale porque Dios le tiene
cercado. Así que Dios le permite actuar a Satanás, pero dentro de los
límites que establece, incluso, hasta le permite mandarle una
enfermedad horrible, pero no sin quitarle la vida. Al final de la lucha,
Satanás es derrotado y Job no solo restablecido, sino que todo le fue
dado al doble de lo que tenía.
También es importante recordar que cuando los demonios
enfrentaron al Señor en su ministerio o servicio terrenal, Él los derrotó
siempre, incluso, la cruz fue una señal de derrota para los que estaban
presenciando el acontecimiento porque al tercer día fue el Señor de la
Resurrección y la Vida el que se levantó triunfante.
Cuando el apóstol Pablo habla de Satanás y lo menciona por
diferentes nombres, mostrándolo como el que tiene el gobierno del
pensamiento humano para alejar al hombre de Dios, y sobre la lucha
que tiene con el creyente dice: “Porque no tenemos sangre y carne,
sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de
las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las
regiones celestes” (Ef. 6:12)
Pero, esa lucha está dirigida por el mismo Señor del cual dice: “y
despojando a los principados y a las potestades, los exhibió
públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:15). Que el
Señor me ayude a no olvidar nunca este versículo, que afirma que
nuestro PRÍNCIPE es el gran vencedor.
Porque seguramente cuando vemos que todo a nuestro alrededor,
aquello nos daba seguridad a la vida, se está derrumbando; cuando
empresas sólidas económicamente, hoy están al borde del colapso,
cuando la pérdida de empleos es cada vez más acuciante y la
incertidumbre mundial es contagiosa porque hoy todo el mundo está
hablando de la muerte, de cómo será el mañana, del temor ante una
enfermedad totalmente desconocida hace menos de un año, y por
más que digan lo que sea, la muerte sigue ganando día a día, porque
estamos viviendo un momento que se parece mucho a la advertencia
bíblica “que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre
ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no
escaparán” (1 Ts.5:3). Pareciera que estos “dolores de preñez o de
parto”, están por alumbrar un mundo nuevo, que se parece mucho a
cosas que se describen en el libro del Apocalipsis, donde se nos
muestra una serie de catástrofes mundiales, pandemias gigantescas,
muertes al por mayor, un reinado despiadado de alcance mundial por
Satanás, pero el triunfo final del Señor en forma gloriosa sobre él, sus
seguidores, los “ángeles caídos” y su imperio mundial levantado para
luchar contra el Cordero de Dios. El Señor viene triunfante como un
gran Príncipe “y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de
fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán
atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap. 20:10).
Este es el punto final de Satanás, el gran opositor a la obra de Dios,
que es el gran derrotado en todos los aspectos (aún cuando a
nosotros pueda parecernos lo contrario). La Biblia es muy terminante
en este aspecto, él puede ser muy poderoso, pero siempre Dios le ha
puesto límites que nunca pudo pasar y su destino final, es el juicio y
condenación eterna.
Yo quisiera que podamos poner nuestra confianza total y absoluta
en estas palabras:
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y
la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo
Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del
cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su
marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el
tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y
ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su
Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no
habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque
las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el
trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me
dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y
me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y
el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente
del agua de la vida.
El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y
él será mi hijo.
(Ap. 21:1-7)

El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo


en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús.
(Ap. 22:20)
Capítulo 39: Alfa y Omega
Este título aparece solo en Ap. 1:8, 1:11, 21:6 y 22:13, y es el
Señor mismo quien lo afirma.
El Señor explica el significado: en el alfabeto griego “alfa” equivale
a nuestra letra “A” que es la primera letra, y la “omega”, equivale a
nuestra “o” que es la última, por eso, aclara el “Primero y el Último”
(Ap. 1:8), “el principio y el fin”. Así que Él abarca todo lo que está en
el medio.
O sea, Él se proclama eterno, por eso, dice: “el que era, el que es
y el que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap. 4:8), esta expresión
reafirma su eternidad, para quien no hay pasado, presente o futuro.
Pero, en realidad, este es un nombre que proviene del Antiguo
Testamento, donde está de la siguiente manera
EL-SHADDAI, Significado: El todo suficiente, El Dios de las
montañas, Dios Todopoderoso. Aplicación: Dios es la fuente
inagotable de toda bendición. Dios es Todopoderoso.
Nuestros problemas no son demasiado grandes como para
que Dios no los pueda manejar. Referencias bíblicas:
Génesis 17:1-3; 48:3; 49:25, 35:11, Salmo 90:2. (21 Nombres
de Dios, F.F. BRUCE).

Este nombre es aplicado por Dios a sí mismo. Abraham y Sara


eran dos ancianos de cien y noventa años, y tenían como
descendiente a Ismael, el hijo de la esclava Agar. Dios les había
prometido que serían una nación numerosa como la arena del mar
que no se puede contar. Estas palabras que todavía no se habían
cumplido eran un gran motivo de frustración para ellos, era su gran
montaña tan grande como lo es el Himalaya para nosotros, por eso,
esta expresión, se traduce como “TODOPODEROSO”, o “DIOS DE
LAS MONTAÑAS”.
En el libro del Apocalipsis, se nos lleva a mirar, en un sentido, al
principio de la eternidad (que aclaremos no tuvo principio, pero es
una forma literaria de hablar) y, al final, tampoco lo tiene. Está
expuesto así para que nosotros podamos entender lo que, en
realidad, aceptamos por fe. Creemos en este atributo divino, Cristo es
eterno, por eso le proclamamos Dios Hijo con todos los atributos de
la deidad, es el eterno Yo Soy.
Es en esta condición de Yo soy, el principio y fin (v.8), manda a
Juan escribir a las siete iglesias que están en Asia y, proféticamente,
a toda la iglesia futura.
Pero, además, es el que llevará el hilo de los acontecimientos que
entendemos a partir del capítulo 4 que aún no se han comenzado a
desarrollar y que aún son futuros. Vivimos mientras tanto en la época
de la iglesia terrenal, mencionada en los capítulos 2 y 3.
Luego del desarrollo profético de un futuro no muy lejano, la
culminación se da en los capítulos 21 y 22. Las Escrituras nos
presentan la culminación de la historia de la humanidad con una nota
del gran triunfo del Todopoderoso, el Alfa y la Omega, triunfando
totalmente e inaugurando una época de eternidad de gloria junto a
todos los seres humanos redimidos durante toda la historia.
En el final del libro se escuchan notas de victoria estridentes, el
Alfa y la Omega nos asegura: “He aquí yo vengo pronto y mi galardón
conmigo, para recompensar a cada uno según su obra” (Ap. 22:12-
13).
¡Qué final hermoso! La promesa del Señor para los suyos es de
aliento, de esperanza, de gloria, de la culminación del triunfo del
“pequeño cordero doméstico, como inmolado pero que está en medio
del trono de pie” (Ap. 5:6, traducción literal). Al final, el pequeño
corderito se levanta y se presenta como: “el Jinete del Caballo blanco
y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga
y pelea” (19:11).
¿Qué vemos en la actualidad? Vivimos en un mundo caótico por
donde miremos, hay corrupción, enfermedad, muerte, miseria, crisis
económica, violencia urbana, robos, crímenes, etc. Estamos en un
momento muy particular de la historia humana, nunca hemos vivido
situaciones similares, nunca una pandemia fue contabilizada,
asimilada y presentada minuto a minuto a nivel mundial. Sabemos la
progresión alarmante, pero nosotros no debemos desesperarnos,
escuchemos la voz del Señor decirnos: “YO SOY EL PRINCIPIO Y
EL FIN”. Él es el que tiene el control de todos los tiempos, es el
TODOPODEROSO, el que antes de dejar a los suyos, les dijo: “Estas
cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo
tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).
Hermanos, como decían los dos que iban caminando a Emaús:
“no ardía nuestro corazón cuando nos abría las Escrituras” (Lc.
24:13-35).
Proclamemos al mundo que Cristo es el Alfa y la Omega, el que
incluye el todo de todas las cosas, de todos los tiempos, y que al final
mostrará su triunfo sobre todas las circunstancias y toda la creación.
Digamos: “AMÉN; SÍ, VEN, SEÑOR JESÚS” (Ap. 22:20).
Capítulo 40: “Jesucristo, este es Señor
de todos”
Esta declaración del apóstol Pedro está en Hch. 10 que haríamos
bien en leer antes de continuar. Es lo que comúnmente llamamos una
bisagra porque en esta hay un cambio de orientación. Desde el inicio
del evangelio que debía haberse “predicado a toda criatura” hasta ese
momento, la iglesia de Jerusalén era una iglesia “judía”. La gente que
se había convertido en Hch. 2 eran como tres mil personas; en el cap.
4:4, como cinco mil varones; en el capítulo 5:14, dice: “aumentaban
más gran número de hombres y mujeres”; pero este era un
movimiento dentro de la población judía en Jerusalén, en pocos meses
pasarían de ciento veinte al comienzo de Hch. 2 a mucho más de
quince o veinte mil creyentes solo en la ciudad y sus aldeas cercanas,
era un verdadero avivamiento espiritual, pero que solo incluía a judíos
y prosélitos a esa fe.
En el capítulo 8 comienza una gran persecución. Recordemos que
Esteban es martirizado en el capítulo 7:55-60. La iglesia creciente es
perseguida y se esparcen hacia el territorio samaritano. Tengamos en
cuenta que había una seria enemistad racial con estos vecinos que
eran de diversos pueblos que habían sido enviados a poblar la tierra, y
que dicha enemistad databa del regreso de la cautividad de Babilonia.
A pesar de este litigio, ellos recibieron el evangelio. Luego se nos
relata el episodio de Felipe y el etíope, en el cap. 8:26 en adelante, y
en el 9, hay un acontecimiento que cambiaría la historia porque se
convierte el gran perseguidor de la iglesia, que llegó a ser el apóstol
Pablo.
Pero, bien podemos decir que el capítulo 10 es la inauguración de
la predicación del evangelio a los “gentiles”, y de allí a todo el mundo.
Tengamos en cuenta que el judaísmo veía solo dos clases de seres
humanos: ellos, el pueblo elegido y los demás eran “perros”, o
gentiles; a su vez, estos les devolvían con la misma moneda de
desprecio racial con actitudes similares.
Dios hace arreglos para que el evangelio llegue a un hombre que
estaba buscándole sinceramente, un centurión romano. De paso
digamos que eran oficiales a cargo de ochenta soldados, y que todos
los centuriones mencionados en el Nuevo Testamento fueron personas
de nobles sentimientos, por ejemplo, el de Mateo 8 pide al Señor que
sane a un siervo; el que estaba a cargo de la crucifixión del Señor
declaró que Jesús era “Hijo de Dios” (Mt. 27:54); el que guardó a
Pablo en Hch. 24:23 y el del cap. 27 y 28 cuidaron la vida de Pablo.
Dios le habla a nuestro centurión a la hora novena, la hora de la
oración y, también, la hora en que había que sacrificar el cordero de la
Pascua y la misma en que el Señor entregó su espíritu. Dios escucha
las oraciones de la gente sincera que de corazón noble le está
buscando, él estaba en Jope, una ciudad costera a 48 km al sur del
puerto de Cesarea.
Pedro al siguiente día, al mediodía tiene hambre y sube a la terraza
mientras le preparan algo para comer. Allí tiene una visión
extraordinaria de parte de Dios que fue muy necesaria para romper
con sus prejuicios raciales.
Había que usar medios especiales para dar una lección que
cambiaría la historia, para que Pedro comprendiera que el evangelio
era la gracia de Dios para todo el mundo, por eso, dice: “En verdad,
‘ahora comprendo que Dios no hace acepción de personas’” (Hch.
10:34). Hasta ahora el judaísmo aparecía como el único medio de
salvación: Jesús era judío, los apóstoles judíos galileos que se movían
en Jerusalén, también las multitudes se convertían, pero faltaba esta
nueva visión, el evangelio era para todo el mundo.
“El evangelio de la paz por medio de Jesucristo; este es Señor de
todos” (Hch. 10:36). El mensaje de buenas nuevas tiene un doble
aspecto: “paz” con Dios y que Jesucristo es “Señor”. Esto es para todo
aquél que cree sin importar su raza, su condición social, su oficio, ¡es
para todos! Aceptar a Jesucristo como Señor, implica asumir que
estamos bajo su autoridad, somos hijos de Dios, gozamos de sus
beneficios y asumimos la responsabilidad de entregar el mando de
nuestra voluntad a Él.
En la oración modelo, el Padre nuestro, decimos: “Hágase tu
voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:10), pero
también se nos advierte: “No todo el que me dice: Señor, Señor,
entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21), finalmente, “Porque todo
aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es
mi hermano, y hermana, y madre” (Mt. 12:50).

JESUCRISTO ES SEÑOR DE TODOS: ¿Y MÍO TAMBIÉN? ¿VIVO


HACIENDO SU VOLUNTAD?
Capítulo 41: Lucero de la Mañana
Este título aparece en 2 Pedro 1:19: “Tenemos también la palabra
profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a
una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día
esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones”.
Este texto está hermanado por su similitud con la profecía de
Zacarías, cuando nace Juan el Bautista: “Por la entrañable
misericordia de nuestro Dios, Con que nos visitó desde lo alto la
aurora, Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de
muerte; Para encaminar nuestros pies por camino de paz” (Lc. 1:78-
79).
Ambos se refieren al amanecer del día cuando aparece el Lucero
de la mañana. Hoy sabemos que se llama así al planeta Venus, que
es “la primera estrella” de la tarde, el comienzo del día para los judíos
y la última en anunciar un nuevo amanecer, durante la salida del Sol.
La salida de la “primera estrella” marca el comienzo de un nuevo día
del calendario judío hasta el día de hoy.
En ambos casos se refieren a la obra redentora y liberadora de
Dios, al enviar a su Hijo al mundo, en el caso de Zacarías, tuvo nueve
meses de mudez, y tiempo suficiente para investigar y saber que
estaba siendo partícipe por la gracia de Dios de una nueva época
que comenzaba con el nacimiento de su hijo, que sería el precursor
del poderoso Salvador de Israel. Un nuevo “día” comenzaba en el
plan salvífico de Dios.
Zacarías habla a su hijo y le dice que sería el adelantado del
Señor para preparar su camino, para proclamar la llegada del
Salvador.
Pedro dice que el Lucero de la mañana debe resplandecer en
vuestros corazones, mientras tanto tenemos como guía la palabra
profética que alumbra en un lugar oscuro.
Recordemos que consideramos el título del Señor, que dijo: “Yo
soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino
que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12).
Nosotros como cristianos, tenemos el gran privilegio de vivir con la
posibilidad de acceder por cualquier medio a la Biblia, ya sea en
papel, celulares, computadoras, internet, etc., no tenemos excusas
para vivir en la oscuridad.
A los que hemos recibido a Cristo como nuestro salvador, ya nos
amaneció el Lucero del Alba, ya salió, podemos acudir a su luz, y
salir de la ignorancia del mundo que nos rodea.
Pues el sistema satánico ha invadido los corazones de los
habitantes de este mundo para que no crean en la sencillez del
evangelio, millones de personas viven bajo el engaño de falsas
religiones. Las poblaciones más grandes de la humanidad están en
oriente, donde viven en la oscuridad del budismo, sintoísmo, islam,
taoísmo. En África y Asia se calcula que hay solo tres misioneros
cristianos por cada millón de habitantes.
Pero, miremos a nuestro alrededor, con solo prender el noticiero
de la televisión o leer un diario, nos damos cuenta que el mundo está
viviendo horas de gran confusión ideológica en todas las ramas del
saber humano, según los sociólogos estamos viviendo en el mundo
posmoderno o de la postverdad, donde los límites no existen, donde
se vive en el “arréglate como puedas”, “todo es relativo”, “todo es
lícito”, “nadie te puede juzgar”, “cada uno debe vivir plenamente”,
“con mi vida hago lo que quiero”, etc. Expresiones similares son
comunes y corrientes, esto nos ha llevado a la anarquía en muchos
aspectos, no hay “blanco” y “negro” todo se ha vuelto “gris”.
Nosotros debemos lograr que el Lucero de la mañana
resplandezca en este mundo de oscuridad. Señor ayúdame a
hacerlo.
El mensaje de Juan el Bautista primero y, luego, del Señor era
para anunciar una nueva era en la historia de la humanidad. En el
mundo del Imperio romano, había una gran confusión ideológica, una
opresión militar sojuzgaba gran parte de la humanidad, lo peor es que
se vivía en una terrible oscuridad moral, la idolatría griega, que era la
religión prácticamente de todo el imperio, estaba basada en la
prostitución sagrada de ambos sexos en los templos.
Mientras la Biblia nos afirma que no hay paz para el impío, el
evangelio nos declara que es “para encaminar nuestros pies por
camino de paz” (Lc. 1:79). La responsabilidad es nuestra, Dios no
creó autómatas, sino que nos dio la posibilidad de hacer una elección
que cambiaría radicalmente nuestra condición. Estamos naturalmente
en tinieblas y podemos cambiar entrando a la luz.
Nosotros debemos elegir vivir en la luz del Evangelio de nuestro
Señor y Salvador Jesucristo, dejando que alumbre nuestras almas, o
seguir “la corriente de este mundo”.
El apóstol Pedro habla así a los creyentes: “Mas vosotros sois
linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por
Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:9).
Capítulo 42: Mediador
Dice el apóstol Pablo: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador
entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Tm. 2:5).
Conservo en mi biblioteca el libro La Magnificencia de Jesús, y en
la dedicatoria dice: “2° Premio 170 Puntos, a José Montes (h) escuela
Dominical Evangélica, Villa Devoto, 21-12-57”, han pasado casi 64
años. En el segundo capítulo de este libro titulado “JEHOVÁ-JESÚS”,
el autor Harry Rimmer dice cosas muy interesantes, y que a mí me es
muy difícil apartarme de ellas, así que voy a transcribir varias partes
del capítulo. Recomiendo que el lector continúe investigando.

La primordial revelación de Dios se encuentra envuelta un


misterio tal que la mente humana se halla turbada y
confundida, cuando trata de comprenderla. Por ejemplo, se
nos revela claramente en la Escritura que Dios es un Ser
constituido por tres Personas. Les damos el nombre de
“Trinidad” (...)
Esta larga serie en la cadena de la revelación culmina en la
persona de Jesucristo (...)
Dada la naturaleza de Dios (que está entronizada en santidad)
siempre ha habido la necesidad de un mediador entre Dios y
los hombres (1 Ti. 2:5).
Lo que afirmamos en este momento es que Jehová, el Dios
del Antiguo Testamento es la misma Persona que Jesús el
Salvador del Nuevo Testamento.

Por ejemplo, cita Is. 40:3: “Voz que clama en el desierto: Preparad
camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios”.
Juan el bautista la aplica directamente al Señor Jesús en Mt. 3:3;
Mal.3:1: “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino
delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien
vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He
aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos” (cp. Mr. 1:2-3)
En Isa. 44:6: “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová
de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí
no hay Dios. (cp. Ap. 22:13), “el Alfa y la Omega”. Otras citas para
comparar: Jer. 23:6 con 1 Co. 1:30, Sal. 24:10 con 1 Cr. 2:8.
También Isa. 43:11: “yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien
salve”, Lc. 19:10 “El hijo del hombre vino a buscar y salvar lo que se
había perdido” y Jn. 10:9: “Yo soy la puerta, el que por mí entrare será
salvo; entrará y saldrá y hallará pastos”. “En palabras que aún los
niños podían entender, Jesús dijo, que Él vino a ser el salvador del
mundo”.
Recomiendo a los que quieren indagar más del tema, pueden
buscar y leer este hermoso libro: La magnificencia de Jesús, de H.
Rimmer.
Este es una verdad que a veces hemos pasado por alto, Dios
siempre ha obrado de la misma manera en la búsqueda de restablecer
la comunión perdida entre Adán y Eva a causa del primer pecado,
Dios le había puesto un límite, había un árbol del cual no podían
comer: “porque el día que de él comieres morirás” (Gén 2:17). En el
capítulo 3, la mujer primero y el hombre después, siendo tentados,
comieron y al pecar, pagaron las consecuencias, murieron
espiritualmente, no pudieron tener comunión con Dios, no solo ellos,
sino todos los descendientes de la raza humana, hasta nosotros.
La humanidad ha tratado de romper esas consecuencias y
humanamente es imposible, por esto, Dios mismo estableció un
“mediador” que tuviera su propia naturaleza, su Hijo, y participara de la
nuestra y pudiera así ser el puente, el camino, por donde nosotros
pudiéramos retornar a la vida espiritual y comunión con Él.
Al escribir esto se celebra en el hemisferio sur, el nacimiento de la
primavera. La estación en la cual pareciera que la naturaleza misma
nos enseña acerca de la necesidad de un renacimiento. Tanto las
plantas como los animales silvestres, pareciera que vuelven a la vida.
En casa, dos árboles frutales nos lo han indicado claramente, un
ciruelo se llenó de flores y, ahora, ya están sus pequeños frutos
desarrollándose y el damasco está en todo su esplendor, es todo flor,
sin hojas, una maravilla que está proclamando a su manera un canto a
la nueva vida.
En las páginas del Nuevo Testamento, se nos habla de este nuevo
nacimiento que el ser humano puede experimentar, en el evangelio de
Juan 3 hay una conversación muy interesante entre un maestro judío y
Jesús. Este le dice: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere
de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. (v.3). Esta afirmación causó
perplejidad, pero este es el camino de nuestra verdadera vida, tener
un encuentro personal con el Mediador, solo debemos pedirle a Él que
entre en nuestra vida, es una experiencia única, que traerá una
primavera eterna, ya que Cristo nos vuelve a dar la vida perdida a
causa del pecado, el apóstol Pablo la describe así: “De modo que si
alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he
aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).
Podemos confiar plenamente en el MEDIADOR, entre Dios y los
hombres, Jesucristo hombre, en quién hemos puesto nuestra fe,
porque Él es el único que siendo auténtico Dios tomó forma humana
para lograr nuestra salvación. El mediador en el Antiguo Testamento
es el mismo Jesús del Nuevo Testamento. Alabemos a Dios por su
grandeza, por su humillación y exaltación. Él es nuestro ÚNICO
MEDIADOR.
Capítulo 43: Gran pastor
Hemos visto el título de Pastor de las ovejas en Juan 10, pero aquí
en otro contexto, el autor de la carta a los Hebreos nos da otra faceta
de su obra. En primer lugar, al decir “Y el Dios de paz que resucitó de
los muertos a nuestro Señor Jesucristo” (13:20) muestra la acción
del Padre que ha efectuado la paz, por medio de la muerte y la
resurrección del Gran Pastor, la que lo capacita para que podamos
hacer toda buena obra, cumpliendo su voluntad.
Esto es lo que podemos experimentar como hijos de Dios,
integrantes de su familia, una cosa es decir que Jesús es pastor y
otra: “El Señor es mi pastor” (Sal. 23). Esto cambia toda la relación, al
usar el pronombre posesivo: “mi”, se acepta que el Pastor es “mío”.
Lo convierte en una experiencia personal, me pone bajo su
protección, guía, amparo, me permite tener satisfacción en el
proyecto de vida que Él quiere darme, escuchar su voz, oírle a pesar
de que el sendero se oscurezca y no lo vea, escucharé su voz, y su
vara y su cayado estarán presentes.
También hay otro aspecto de este título, en 1 Pedro 5:4, se le
llama el “Príncipe de los pastores”. Este es uno de los oficios dados a
la iglesia, el de los guías espirituales, llamados “ancianos”, “pastores”
o “sobreveedores u obispos”, que son personas capacitadas con
dones para apacentar o pastorear la grey de Dios. Esta es una
función que involucra muchas acciones prácticas algunas en parte
didácticas como: enseñar la Palabra, aconsejar, dirigir la obra
espiritual y material de la iglesia, que son tareas inagotables. El
apóstol Pablo dice que la practicó en Éfeso, de día y de noche, y
trabajando con sus propias manos, por aproximadamente tres años
(Hechos 20).
Cristo es un ejemplo total en este sentido. Él es Pastor (Juan 10),
Gran Pastor (Heb. 13:20), mi Pastor (Salmo 23) y el Príncipe de los
pastores que cuida a su iglesia (1 Pedro 5:4).
Que el Señor me permita comprender cada día cada uno de estos
aspectos prácticos de su obra y obrar de acuerdo con ellos.
Capítulo 44: El libertador

En el libro de Romanos, el apóstol Pablo está describiendo el


futuro para el pueblo de Israel mencionando que nunca ha sido ni
será abandonado por Dios, sino que vendrá un tiempo (aún en el
futuro para nosotros) en que acontecerá: “y luego todo Israel será
salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, Que apartará
de Jacob la impiedad” (Ro. 11:26, que es una cita de Isaías 59:20).
Los capítulos 9, 10, y 11 de Romanos son los que usa el apóstol
para describir la acción libertadora de Dios a su pueblo Israel y su
restauración en un tiempo profético. Esto sería mediante distintos
medios políticos conmocionantes como los relatados en el libro de
Apocalipsis, en los que será restaurado porque ellos volverán su
mirada a su Dios, en medio de 7 años que transcurren entre el
capítulo 4 y el 19. Tal como está profetizado en las setenta semanas
del libro de Daniel en el capítulo 9 en la profecía de las 70 semanas,
creemos que la semana 69 culmina con la muerte del Mesías,
cuando Jesús fue crucificado y que reanudarán en su conteo en el
capítulo 4 de Apocalipsis.
Para el salmista, “el libertador” era su confianza en tiempos de
tribulación. Habla de Él como un refugio personal, por ejemplo, en el
Salmo 40:17: “Aunque afligido yo y necesitado, Jehová pensará en
mí. Mi ayuda y mi libertador eres tú; Dios mío, no te tardes”. Estas
palabras que bien podríamos hacer nuestras en los momentos de
angustia y necesidades múltiples ocasionadas por la pandemia que
nos ha alcanzado en forma mundial. La experiencia personal que
debemos ser contenidos y poner nuestra confianza en Aquel que ha
prometido ser nuestro Libertador. Confiar en Cristo significa ejercitar
nuestra fe en Él, aun en medio de circunstancias inéditas para
nosotros, yo he leído muchas veces de las distintas pestes históricas
que pasaron a lo largo de la historia humana, en algún momento, la
peste bubónica transmitida por las ratas invadía Europa.
Es el momento de mayor oscuridad para el mundo cuando todos
los juicios caen sobre la humanidad, el Anticristo perseguirá al pueblo
judío, habrá un avivamiento de la fe, 144.000 judíos serán marcados
y señalados para que sean los misioneros en el momento de gran
persecución cuando la bestia, el anticristo y el falso profeta quieran
aniquilar de la tierra a todo lo que esté relacionado con el judaísmo.
Pero, finalmente, el Libertador, el Mesías, Jesucristo que fue
rechazado, será manifestado y salvará a su pueblo, cerrando una
etapa de la historia y comenzará a reinar en Jerusalén por mil años.
Hoy el pueblo de Israel sigue rechazando a su Mesías, pero un día
no muy lejano le reconocerán y clamarán a Él como Libertador.
En medio de estas circunstancias inéditas para nosotros, debemos
levantar la mirada, en nuestro propio país, hubo distintas crisis
sanitarias, la que me dejó una marca imborrable fue la de la parálisis
infantil o poliomielitis, que asolaba el país y fue en los años de mi
época de estudiante secundario, en la década del ‘50, donde por
ejemplo nacieron entidades dedicadas a la rehabilitación de los
afectados. Recuerdo los dramas de personas que llegaron a vivir
mucho tiempo en respiradores artificiales, los pulmotores, máquinas
que tenían a la gente acostada dentro de un tanque de acero
inoxidable de la cual solo por espacio de pocos minutos podían
abandonar para su higiene, o las muchas personas afectadas de por
vida con una discapacidad, o muertos directamente, en aquella época
nacieron en mi ciudad, Bahía Blanca, una institución como IREL y
Alpi en Argentina.
Para los cristianos, el Señor ha sido nuestro Libertador. En una de
sus más famosas discusiones dijo: “así que si el hijo os libertare
seréis verdaderamente libres” (Juan 8:32-36), pero también ha sido
nuestra esperanza en tiempos como el que vivimos.
Israel no le reconoció, pero nosotros sí hemos sido libertados,
pasando del reino del engaño y la mentira, al reino de la libertad, y la
Verdad. Nos libertó del pecado personal y sus consecuencias, nos
hizo verdaderamente libres.
Les dejo para que pensemos dónde está nuestra esperanza:
porque también la creación misma será libertada de la
esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de
Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a
una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella,
sino que también nosotros mismos, que tenemos las
primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de
nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de
nuestro cuerpo.
(Romanos 8:21-23)
Agradezcamos en este día porque nosotros, en Cristo, nuestro
Libertador, gozamos de la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Capítulo 45: Nuestra Pascua
El apóstol Pablo dice: “Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para
que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra
pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Cor. 5:7).
Esta figura está asociada a la fiesta judía de la liberación, la
Pascua, que era una fiesta alegre que recordaba este suceso
mediante una cena con particularidades muy específicas. Había un
cordero que debía ser sacrificado a las 3 de la tarde (nuestras 15
hs.), de acuerdo a la forma de dividir el día y la noche en 12 horas
cada uno, que no eran de 60 minutos, sino que simplemente
dependían de acuerdo a la luz del día solar, es decir era un lapso
variable, más corto en invierno, más largo en el verano. La pascua
debía comerse en familia con panes sin levadura y todos participarían
del cordero, recordando que en ese día solemne el ángel de Juicio de
Dios pasó por Egipto matando a todo primogénito en las casas donde
no estaban las manchas de sangre en el dintel de la puerta. En las
casas de los judíos, un cordero había muerto, su sangre derramada y
la familia adentro estaba segura comiendo aquella última cena en
Egipto antes de la liberación.
En el evangelio de Lucas 23:44 dice que cuando el Señor estaba
en la cruz, a la hora sexta, o sea al mediodía, hubo tinieblas, y a la
hora novena, o sea nuestras 15 hs, había que sacrificar el cordero
pascual en la casa de cada israelita, a esa misma hora Cristo, el
Cordero de Dios, entregó su espíritu (Lu. 23:46).
Como hemos visto en otras meditaciones, el Señor es nuestra
Pascua, fue el Cordero de Dios señalado por Juan el Bautista y en
muchos pasajes posteriores a la cruz que mencionan este hecho.
En el texto del apóstol Pablo que estamos considerando,
menciona la vieja levadura y una masa nueva sin levadura.
Es interesante pensar en estas figuras, la levadura no estaba
permitida en las ofrendas diarias del templo, y menos aún en esta
fiesta en especial, porque simboliza el pecado del hombre, los
Israelitas comen hasta el día de hoy panes sin levadura durante los
siete días que siguen a la fiesta pascual.
Esto les recuerda la huida de Egipto, dado que salieron sin tener
lo que se llama la masa madre para poder leudar el pan. Esos días
eran de gran solemnidad, les hacían pensar en la gracia de Dios que
les dio liberación de la esclavitud. Eran libres al fin, el Dios vivo y
verdadero, el Dios de Israel, venció a los dioses egipcios.
También, es interesante pensar en todo el lenguaje y
acontecimientos que rodean a esta figura, la pascua, que es y era en
los tiempos bíblicos una fiesta central en el calendario religioso judío
es el comienzo de una etapa histórica. Ellos salen de Egipto para
formar una nueva nación y conquistar la tierra. La pascua era un
motivo de alegría, pero también de reflexión, pues un cordero moría.
Ellos participaban de él con corazones llenos de esperanza y hasta el
día de hoy les recuerda la liberación.
La enseñanza que nos deja a nosotros esta figura es que
debemos vivir de manera tal que no debemos incluir, “la vieja
levadura del pecado” en nuestra conducta, al margen de mi Biblia,
tengo una anotación:
1) afecta mi hablar, 2 Co. 2:17, algunos falsifican la Palabra
de Dios, nosotros, al contrario, de parte de Dios y de Cristo,
hablemos la verdad.
2) Afecta el pensar, 2 P. 3:1 “limpio entendimiento”.
3) a la conducta 2 Co. 1:12, “con sinceridad y sencillez de
Dios”.
y 4) el carácter “sinceros e irreprensibles para el día de
Cristo” Flp. 1:10.

Estamos en un punto de inflexión en la historia de la humanidad.


Esta pandemia nos dejará como seres humanos, en un punto de
quiebre. Así como la muerte de Cristo era simbolizada y luego
recordada por “el sacrificio Pascual”. El mundo hablará de que algo
aconteció “antes de la pandemia” o “después de la pandemia”
nosotros debemos pensar seriamente cuál es el mensaje que Dios
nos está transmitiendo en este momento histórico.
Dios está haciendo un esfuerzo por entrar en contacto con
nosotros, el Señor dijo: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a
salvar lo que se había perdido” (Lu. 19:10). El problema es que el
género humano está perdido, cada uno de nosotros como individuos,
debemos tomar conciencia de nuestra real situación ante Dios porque
nos puede pasar que creemos que estamos bien, pero hay una
advertencia: “Hay camino que al hombre le parece derecho; Pero su
fin es camino de muerte” (Pr. 14:12). Debemos preguntarnos en el
sentido espiritual “donde están nuestros pies”. Si confiamos en Cristo
como nuestro Salvador estamos en sus caminos, pero si no lo
estamos debemos parar y mirar a la Cruz el único camino hacia un
cambio de ruta que nos lleva a la comunión diaria con Dios, a la vida
plena en Cristo con todas las implicancias que esto trae al hombre,
paz, perdón, libertad, vida eterna, etc.
Sobre el autor
Al momento de nacer, 29-6-38, mis padres, mi mamá creyente de
cuna y mi padre convertido antes de casarse, estaban apartados,
por eso teníamos algún contacto con el evangelio, máxime cuando
algún domingo visitamos a unos tíos que vivían en la Capital
Federal, nosotros éramos del gran Buenos Aires, Sáenz Peña,
pegado a la Gral. Paz, mis primos nos llevaban a la escuela
dominical.
El problema se agravó cuando el gobierno nacional impuso la
religión católica como materia obligatoria en las escuelas y surgieron
las clases de “moral” para los judíos y protestantes, que éramos
discriminados, en tiempos en que se perseguían a ambas
profesiones, por parte del gobierno nacional o tenían limitaciones de
todo tipo a la libertad religiosa.
Cuando tenía unos 11 años comenzamos a asistir a la iglesia
evangélica a media cuadra de la estación Saenz Peña en calle
Ameghino, donde estaba un erudito de la Biblia, don Walter B.
Pender quien nos cautivaba con sus exposiciones bíblicas y su amor
por la literatura. Allí comenzó mi formación.
Estudié en la Univ. De Buenos Aires a la carrera de ciencias
Económicas, y di unas 13 materias, trabajé mientras tanto en el
Ministerio de Hacienda frente a la casa Rosada y Plaza de Mayo por
5 años.
Mientras tanto nos reunimos en la iglesia de V. Devoto en aquel
entonces en calle Llavallol 4568, Capital y en todo ese periodo de
juventud, trabajamos mucho entre la niñez y juventud, en tareas
evangelísticas, a la par que nos íbamos interiorizando, colaborando
con obras de expansión de la obra y obras misioneras, un tema que
siempre atrajo mis lecturas, recuerdo haber “devorado” cualquier
libro de esa temática.
Fui ayudante permanente de un conjunto evangelístico, que con
don Carmelo Racciatti, anciano de la iglesia donde concurría y don
Angel Bonatti, fui aprendiendo muchísimo en la práctica.
Ellos en total eran 6 hermanos que componían ese conjunto.
Hicieron una gira Patagónica que abarcó las ciudades de la ruta 3
desde Ushuaia- Río Grande -Río Gallegos- Comodoro – el Valle del
Chubut Trelew Rawson y Puerto Madryn y finalmente Bahía Blanca.
Sentí del Señor al escuchar los informes que el Señor nos estaba
llamando a servirle en el interior, repetí con el apoyo de los
hermanos la gira buscando un lugar donde conseguir trabajo,
estudiar y servir al Señor ayudando a una obra naciente.
Hice la gira en la peor época del año entre agosto a septiembre,
ya estábamos de novios con Lydia y así en el año 1961 vine a
radicarme a Bahía Blanca donde la familia Puccio e Ingledew me
recibieron junto a toda la iglesia que era de unos 25 a 30 miembros
me recibieron y luego a Lydia desde 1963.
Durante el periodo que siguió, fui funcionario de las sucursales
de firmas como Eternit, Philips, Iggam y finalmente me inicié con
negocios privados, en primer lugar como socio del hermano Puccio
y a los 3 años puse un negocio propio en el ramo de
impermeabilizaciones de edificios, desde 1979 en adelante, ha sido
la fuente de ingresos de toda la familia ahora está en manos de dos
hijos, Alejandro y Ricardo, con sus respectivas familias y Adrián que
es misionero de la iglesia en calle Donado 533, atendiendo FM
DECISIÓN 106,7 Mhz.
He participado como alumno, en distintos cursos breves de
teología, misionología, periodismo evangélico, etc., pero
fundamentalmente he sido y lo soy un gran lector de todo tipo de
literatura evangélica.
He sido profesor del Instituto Bíblico de la Unión Evangélica, de
varias materias, en especial del Nuevo Testamento y luego Director
del Instituto Müller de Bahía Blanca y también profesor del mismo y
profesor en la sede de Dean Funes. He escrito para distintas
revistas, Campo Misionero, folletos evangelísticos para La Voz,
también meditaciones para la Unión Bíblica y Meditaciones
(LECSA).
Colaboro habitualmente con iglesias del país en enseñanza de la
Palabra, he apoyado la obra misionera, durante toda mi vida por
estos motivos he realizado giras en el interior y el exterior del país,
destacándose un mes prácticamente en Angola colaborando con el
equipo misionero encabezado por el matrimonio Juan Emilio
Palacios, esposa y varios colaboradores argentinos, entre ellos
Mariana Urbina que es misionera de nuestra iglesia en aquel lugar.
Tenemos una familia numerosa Tres hijos casados, 4 nietos, y 3
bisnietos, todos siguen al Señor.
Contacta al autor:
Contacta a José A. Montes vía mail
4531.jose@gmail.com

[1] Comentario Bíblico Bob Utley. Mt. 1

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