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LOS EXCESOS DEL STREAMING PARECEN HABER MINADO TANTO NUESTRA CAPACIDAD DE APRECIACIÓN COMO LA PRODUCCIÓN
ARTÍSTICA. DE LA EXPERIENCIA COMUNAL DE LAS SALAS A LA FRAGMENTACIÓN TOTAL, LAS INFINITAS ARISTAS DE UN FENÓMENO QUE
TRASPASA LAS PANTALLAS.
Empecemos por el comienzo, ¿qué está pasando con nuestra capacidad para ver
obras de larga duración? ¿Acaso el streaming minó nuestra capacidad de
concentración y paciencia? Esta es una pregunta recurrente, tanto que numerosos críticos
están proponiendo una distinción hasta lingüística entre “ver” y “mirar”, en la que “ver” se
entiende casi como una acción versátil que puede incluir ver una serie mientras chequeás
el celular, te parás a comer un snack, chateás con alguien y demás etcéteras.
ALGO HA CAMBIADO
Sin descartar del todo el modo en que las nuevas formas de consumir contenidos de todo
tipo han estado “recableando” nuestra cabeza, entrenándonos para algunas cosas y
atrofiando otras funciones, como la paciencia y la contemplación, pareciera que el
argumento sobre la falta de atención se descarta fácilmente: no podríamos decir que
el problema es la longitud de una película cuando pasamos la misma cantidad
de tiempo en sentadas para consumir series o hasta videos de YouTube o
TikTok.
Las formas han cambiado (múltiples pantallas, menos duración, otros códigos y lenguajes
y medios de producción), ¿pero nuestra capacidad de atención cambió también? Y si las
formas y formatos se transformaron, ¿cómo nos afectó a nosotros?
“Una película, después de todo, está diseñada para ser vista de una vez, sus ritmos y
cadencia están al servicio del arco narrativo de un viaje emocional”, dice el periodista
Jason Kehe en su artículo titulado “Ya nadie sabe cómo mirar películas”, y plantea que
quizá los cinéfilos sepan algo que nosotros no. Y es que tal vez haya una sola forma
de ver una película, y sea creer en ella, con inversión de tiempo y con un
intercambio personal con el material.
Pero pensar que esta experiencia solo puede darse en una sala de cine quizá sea demasiado
limitado o purista. Cuando las posibilidades técnicas pueden igualarse o al menos
competir con el entretenimiento en casa, Martin Scorsese y otros directores
icónicos señalan el aspecto comunal y social de la experiencia del cine, que se
ha perdido para siempre.
Según Scorsese, el problema es la pulsión moderna de agrupar todo bajo el mote de
“contenido” y considerar a las franquicias, por ejemplo, a la par del cine de autor. Así
podríamos decir que no todo contenido es cine, sino más bien aquellas narrativas
artísticas que no están atadas a propiedad intelectual anterior.
Ahora, parece más fácil decirlo que verlo, ya que es misión imposible encontrar entre las
películas más taquilleras de los últimos años films que no sean remakes, reboots o
parte de alguna franquicia, o sea, historias originales que se sostengan por sí solas sin
basarse en propiedad intelectual previamente creada.
Si la producción artística se rige por los términos del consumo, sea en un trueque por
dinero (en forma de suscripción) o por atención (en forma de publicidad), eso
condicionará la predisposición creativa. Y, por lo tanto, no sería descabellado
pensar que también condiciona la forma en que miramos (¿o deberíamos decir
“consumimos”?) ese cine o contenido específico.
No es lo mismo si lo que hay detrás es una compañía que tiene propiedad intelectual atada
a merchandising, parques temáticos y cosas que nada tienen que ver con el cine, que si
tenemos a un autor o a un estudio respaldando a un autor. Pero más allá de
cómo se genera ese contenido, también podemos pensar cómo ha cambiado el rol del
espectador: desde alguien participando en una manifestación artística de forma más
comprometida con su tiempo y atención hasta un consumidor pasivo al que se le
sugieren cosas basadas en predicciones o big data.
Algunos postulan que para contrarrestar esta marea de contenido que propician
algoritmos diseñados para consumir antes que apreciar, la clave es la curaduría, lo
cual se refleja en el crecimiento de servicios de streaming con otras lógicas, como MUBI o
The Criterion Collection. Otros, como el filósofo Chris Horner, proponen consumir
más lentamente o hablan de slow art, en donde la apreciación de una obra demanda,
justamente, tiempo.
Volviendo al comienzo, para el periodista Jason Kehe es más simple: ver una película
no demanda tanto esfuerzo como creemos, es solo que olvidamos la satisfacción de
entregarnos completamente a ver algo contemplándolo y solo dejándonos ir.
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