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El Muro

I
Sol, una morena de 33 años, algo rellena, espera sentada en unas de las
mesas más aislada del restaurant, a su joven estudiante. Ella mira el reloj, son las
tres de la tarde. Piensa en irse, el niño Mauricio debe ya estar esperándola para que
le dé su fruta. Su hijo, tiene apenas 3 años, y ya sabe pronunciar muchas palabras
del inglés, se sabe los números del 1 al 20. Su abuela es su principal maestra. Mira
nuevamente el reloj, decide levantarse, pero no lo hace porque justo al frente de
ella, está él, mirándola con esos ojos chinitos, como ella siempre le dice, “cuando
pones tus ojos así de chinitos me matan”. Después de un leve beso en la mejilla, él
se sienta.
- ¿Te sucede algo? Ella le pregunta tomándolo de las manos. Él
asienta negativamente con la cabeza.
- ¿Por qué tan callado hoy?
- No sucede nada. Solo que no entiendo lo que me escribiste
anoche.
- ¿A qué te refiere?
- Me refiero a tu pasado. Solo eso. No creo que hayas tenido tres
años sin tener sexo, por favor.
- ¿dudas de mí?
- No, no dudo de ti. Solo que no entiendo por qué me dices que
solo mantuviste sexo con el padre de tu hijo. Y que cuando él se marchó, sin
preocuparse del embarazo tú te entregaste solo al trabajo hasta ahora.
- No le veo sentido a tu duda.
- Yo tampoco, porque después me dijiste, eres distinto a todos
los hombres que he tenido.
- Sí, es cierto, eres mi polo opuesto. De hecho, me gusta de
verdad como eres.
- ¿Cómo así? ¿qué te gusta realmente de mí? ¿Y por qué
precisamente de mí te enamoraste?

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- David, por favor, nunca dije que me enamoré de ti. Solo que
me gustas, y de hecho no sabes de verdad cuánto pienso en ti.
David, guarda un poco de silencio y mirando dubitativamente a los ojos de
Sol, deja escapar una risita de indignación.
- ¿Qué pasa, dime? Pregunta Sol. Por qué a todo le tienes que
buscar un por qué, una lógica que rebasa hasta los extremos. Lógica que me
molesta, porque tienen una fuerte carga de negatividad y de disparates que a
veces ni tú mismo puedes entenderlo.
David baja la cabeza y pequeñas olas de manera impetuosa comienzan a
golpearle la cabeza. Un montón de olas llenas de confusión, de incertidumbres, de
dudas, de inseguridad.
- A ti lo que te pasa, dice Sol. Es que te la vives pensando
demasiada las cosas.
David respiras hondo y fija su mirada en la chica que viene con el menú.
- Buenos días, dice cortésmente la chica, acá le muestro nuestra
variedad de comida.
- Gracias, dice sol y abriendo el menú mira con una leve sonrisa
de misterio a David. David evade esa sonrisa y la fija hacia un punto
concéntrico del restaurant y pensativo solo piensa en la posibilidad de esta
mujer solo está jugando con él, es decir, que le gusta coquetear con los
hombres. Pero no entiendo, piensa, pero por qué precisamente quiere solo
coquetear conmigo si yo no cuento con ningún tipo de estabilidad
económica. Además, soy un triste estudiante del primer año de odontología.
- ¿Dime en que piensas tanto?
- No, nada.
- ¿Nada? Si te veo como perdido. Ve, ¿qué quieres comer?
- ¿Lo que tu elijas, eso es?
- David, no por favor.
- No importa Sol, lo que tu escoja para mi es bien.
- ¡Ah¡, tú tan vegano me vas a decir eso, si yo escojo una comida
que no te guste ¿te la comerías?

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David pensó un momento disfrutando un poco de ese gesto que ella hace
cuando se expresa. Un gesto que él no ha podido darle una definición o nombre.
Pero es un gesto que lo embelese, lo atonta y a la vez lo excita.
- Tienes razón, responde David.
- ¿Qué te gustaría comer? Este que está aquí de primero en la
lista, una ensalada con arroz, plátano y granos. ¿Te gustaría?
- Sí, está bien.
Sol le hace una seña a la chica y rápidamente ésta con una cortesía
improvisada toma apunte sobre la petición acotada. Enseguida vuelvo, dice la
chica. Sol observa con una mirada penetrante y embelesadora a David que éste se
encapota con esa timidez que siempre termina echando todo a perder.
- No entiendo, a veces por qué eres así, tan callado, tan
ensimismado, y hasta extravagante.
David la mira con esos ojos marrones claros como un golpe de diana y solo
masculla,
- soy callado porque entiendo mi propio mundo.
- No digas eso, David por favor. Me gusta cómo eres. A pesar de
que eres calladito eres muy buen estudiante. De hecho, la profesora
Mercedes me habla muy bien de ti.
- A ella le tengo miedo. Ella nos ha visto muy junto. Lo ideal en
este momento es que nadie se entere ni en la universidad, ni en tu familia ni
en la mía.
- Entiendo.
- Es muy pronto Sol, vamos como muy rápido. Eso siempre no
trae nada bueno.
- Te entiendo, por eso te digo que debemos conocernos bien.
- Sí, lo sé. Solo que a mí me molesta esta puta situación, yo soy
tu simple estudiante y tu mi profesora. ¿Por qué el destino nos tuvo que
poner en esta situación?
- Cálmate, sí. Sabemos en la situación en la que estamos. Pero
debemos solventar cada una de estas situaciones. Si tú no te propones a
soportar todo esto déjame decirte que así nada funcionará.

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David guarda un breve silencio y un montón de ideas inocuas invaden su
estado de ánimo y, figuras concéntricas de su infancia, vienen arremolinándose
como un dossier interminable. Es un círculo cerrado. Es un devenir de rostros, de
lágrimas, de risas, de cigarros, de alcohol etílico, de golpes, de frustración sexual.
Se mira con sus 21 años de edad frente a su primera novia mirándolo como lo mira
Sol, con esa mirada imperativa que mutila cualquier tentativa de defensa. Con una
mirada totalmente sexual.
- ¿Por qué te me quedas mirando así? - Pregunta sol.
- No nada. No pasa nada.
- No me gustó esa forma de mirarme. Como si te sucediese algo.
Como si estuviese molesto.
- No pasa nada.
- ¡Come por favor!
David come en pequeñas pausas y mientras mira los ojos marrones oscuros
de Sol siente una ambivalencia pueril que le consterna el alma y siente la misma
sensación displicente que ha sentido por todas. A todas las ves por igual, a todas le
asquea ese típico carácter que las determinan y por la cual el desprecia: el orgullo
de ser ellas las posesivas, el orgullo de ser ellas el centro de todas las pasiones y los
desdenes. Sol mira un poco turbada la expresión un poco tosca y abrumada de
David.
- Sinceramente a ti te ocurre algo.
- ¡No pasa nada por favor! Dice David elevando un poco la voz.
- ¿Qué rayos te sucede?
David guarda silencio y voltea la cara hacia la calle y se queda mirando dos
niños harapientos pidiendo dinero. Un cierto rencor le muerde la conciencia y
montones de ideas confusas comienzan a zurcirle proclamaciones un poco hasta
extravagantes. Sol terminando de llevarse el último bocado de comida a la boca
mide en la posible estupidez que éste pueda cometer. Ella presiente lo que él va a
decir. A pesar de tener dos meses de novicios lo conoce perfectamente cuando
David tornas los ojos un poco más claros de lo normal, cuando se rasca demasiado
la cabeza y ese maraqueo de dedos un poco desproporcionado sabe que algo no

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anda bien en él. Sabe muy bien que tiene algo que decir, a una idea que le ha dado
vueltas y vueltas con un ingenio totalmente capcioso.
-David, por favor, ¿te pasa algo?
David aun mirando los niños que se meten en los bolsillos unos billetes
mueve un poco la cabeza y dice:
- Acaso es justo ver a esos niños pedir en las calles. Y sus padres
qué.
Sol bebe un poco de agua y permanece en silencio. David la mira
permisivamente como desenmascarando cada uno de sus nervios, de sus tejidos, de
su alma.
- Solo quiero que me digas algo: ¿Solo saliste con Richard? O
¿Hubo alguien más con ustedes?
Sol respiró hondo y tomó una aptitud totalmente decidida y asomándose
más hacia la mesa casi acercando su cara a la de David que se encuentra impávido y
ansioso por saber lo que va a decir Sol realiza una leve sonrisa insegura.
- Te seré sincera: sí. Al comienzo íbamos Richard, una
muchacha y yo. Pero una vez estando en el local unos amigos de Richard
estaban esperándolo y bueno se unieron a nuestra mesa.
David dijo:
- ¿Y entonces?
- Bueno, conversamos un rato y un muchacho del grupo de los
amigos de Richard estaba sentado al lado de una muchacha muy bonita,
muy hermosa, creo que era su novia. Pero lo que me intrigaba era que él no
me quitaba la mirada de encima. Fue tan así que se levantó de la mesa
rayana a la nuestra y se acercó a Richard a preguntarle quien era yo.
David frunció las cejas y masticando el último bocado del plato fue
construyendo en su memoria cada uno de los pedazos o fragmentos de la
conversación de Sol y sentía como una marea oscura en su interior agitaba
violentamente sus olas sobre su ego, sobre su espíritu.
- Richard le comentó que soy odontóloga y le dio mi número.
- ¿Y qué más? ¿Hablaste en esa reunión con él?

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- Bueno, él al poco tiempo se marchó con la muchacha. Richard
me dijo que él se largó con la muchacha con la intención de poder conversar
bien conmigo. De conocerme.
Todo el tosco y moreno rostro de David se enrojeció. Y mirando hacia arriba
busca mantener la calma de su colapso interno.
- ¿Y cuando regresó qué te dijo? ¿de qué hablaron?
- ¿qué se supone que le diga un hombre que quiere apenas
conversar con una mujer en una noche de fiesta?
David se sintió herido.
- David, por favor, no pasó nada, solo conversamos todos
sentados en la mesa.
David flaqueó un poco por el peso de su conciencia. Se sintió derrotado,
burlado. Un montón de imágenes obscenas le invadieron su mente y se dejó llevar
por la inseguridad. Se imaginó a Sol tumbada en la cama recibiendo un duro
orgasmo, un reguero de besos por su espalda, muslos. Se imaginó a sol dominada
por el cabello por un hombre que le está dando placer, de un desconocido, de un
idiota. A Sol, a la mujer que ama y necesita para toda una vida. Sintió una especie
de rencor y asqueo.
- ¿En qué piensas? Que quedaste mudo.
- No pienso en nada. En absolutamente nada.
- Si no estás pensando en nada Por qué que estás tan mudo.
David se levantó de la mesa y con una especie de resquemor le dijo a Sol
- Vámonos. Debo llegar a mi hogar temprano.
Sol se levantó e hizo a darle un beso a David que este evadió. Sol
simplemente hizo un gesto con el hombro de como bueno está bien. David como
siempre, la acompañó a esperar el transporte en la parada y con un remordimiento
de conciencia aun atrapado por imágenes obscena solo levantó la mano como señal
de adiós mientras Sol subía al transporte.

II

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Ahora empieza a recordar como sus padres fueron creando un
abismo irremediable en el seno familiar. Un abismo que solo tendrá un
resultado en su vida: la soledad. Se sentía ensimismado en sus propios
pensamientos, en su propia soledad. No confiaba en nadie, no creía en
nadie. Cuando iba al colegio se sentaba en el último pupitre solo a
mirar para el techo. No existía concentración para él. No tenía
vocación. El ultimo asiento del pupitre era una vía de escape para él, a
los desórdenes familiares, a la impulsiva violencia de su padre hacia su
madre, hacia su agresión física. Hacia la denigración hacia él, que lo
inculpaba de ser un bueno para nada, de no ser “útil”, de ser un bruto,
un fraude de su procreación. Todos se reían de él, de su “fraude” en las
clases. El niño no sabía sonreír. Unos zapatos rotos, una camisa
manchada por el café y el tiempo, unos pantalones cocidos a la
intemperie, era lo único que él tenía para estudiar. Un solo cuaderno
doblada todas las puntas de las páginas llenas de puras advertencias de
la maestra “señora representante por favor aplicar a su hijo un mayor
desenvolvimiento en las tareas”, era lo único que el poseía para
atesorar todos los sermones a su contra. Aquel escenario de su vida lo
llevó a encerrarse más en sí mismo, a sentirse excluido. Solo quería
vivir solo, a estar solo. Cuando pasó al último año de primaria, a
empujones y con un toque de suerte, por cierto, como una especie de
conmiseración por parte de la maestra el niño conoció a la primera
persona que ejercerá una fuerte influencia sobre él: el maestro Luis
Alberto Padrón. Tiempo después, cuando caminaba por unas de las
calles de la plaza Bolívar, supo por un viejo amigo de escuela, que el
maestro fue fulminado por un tiro de escopeta por su antigua esposa.
El maestro Luis Alberto Padrón, pese al mal hábito del cigarrillo y a su
constante reticencias con los demás colegas del colegio y los
representantes de los niños, se ganó un favorable prestigio como
educador y excelente matemático, por cierto. El maestro descubrió, en
sus manos, que aquel tímido, alicaído muchacho, era bueno en los
números, pero que hasta ahora nadie ha podido verlo. “Este niño, es

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inteligente, bueno para los números y para las letras, pero hay algo
extrínseco que no le permite exteriorizar esa capacidad, y es lo que lo
convierte en un mal estudiante”, dijo el maestro a su madre, en el acto
de grado del joven. El influjo que causó el maestro Luis Alberto
Padrón sobre el joven, le hizo ver la vida desde otra perspectiva, y fue
así que en secundaria se convertiría en unos de los mejores
estudiantes, en los cuales se destacaría en las ciencias naturales como
matemáticas, físicas y químicas. Fue en esa etapa donde conoció a la
joven Paulina De Ferrer, una joven chilena, de la cual sentiría un fuerte
afecto por el joven estudiante. Allí conoció al primer beso, y conoció el
calor y la dureza de unos senos, de unos labios. Más no conoció el
amor, no penetró más allá de esa región del cuerpo, que una noche
decembrina se le escapó para siempre sin poderle decir adiós, por lo
menos. Fue un estado de frustración perder a la que él consideraba su
verdadero amor. El problema interno de su familia iba en aumento.

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