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Contexto Renacimiento
Contexto Renacimiento
TEMAS Y PROBLEMAS
DEL RENACIMIENTO ESPAÑOL
JUAN F. ALCINA Y FRANCISCO RICO
Los subsidios que nos proporcionan trabajos como esos nos ayudan a
percibir mejor cómo se sitúan los studia humanitatis en el conjunto de la
civilización renacentista. Salavert y Graullera [1990], por ahí, delinean bien
la ubicación de la cultura en el sistema total de la vida valenciana. Juan Gil
emprende una rica exploración de «libros, descubridores y sabios en la
Sevilla del Quinientos» [1987] y pinta con extraordinaria viveza los fantas-
mas eruditos y el talante de Cristóbal Colón [1989]. Más ceñidos a lo
estrictamente literario, para Aragón, se muestran Ynduráin [1984] y Egido
[1988]. Strosetzki [1987] intenta un análisis sociológico de la actividad
intelectual y literaria en los Siglos de Oro, en un ensayo un tanto difuso,
pero con abundantes materiales sobre conceptos tan significativos como el
trabajo, el cortesano, las armas y las letras, la condición del 'sabio' y los
diversos oficios que giran en torno a la cultura del libro.
El humanismo se concretó fundamentalmente en un ideal y un sistema
pedagógico y fue a través de la escuela como alcanzó repercusión social
profunda. Un estudio serio de cualquier faceta del Renacimiento exige,
pues, prestar especial atención a la enseñanza (comp. J. Pérez [1986]). El
campo mejor roturado es el de las universidades. En la traducción de
(1974), lamentaba Kagan [1981] juiciosamente «haber adoptado un enfoque
[demasiado] sociológico en la historia de estas instituciones», sin hacer «la
debida justicia a los métodos de enseñanza, materias, cambios curricula-
res, etc.». Las aportaciones sobre el marco institucional y la vida cotidiana
de los estudiantes (Peset y Hernández [1983], Rodríguez-San Pedro [1987])
deben completarse con el análisis minucioso de los contenidos de la ense-
ñanza. Es este sin duda el aspecto más necesitado de investigación, y para
dedicársela llega en buena hora la versión [1987] española de Garin (19763)
y son modélicos Grafton y Jardine [1986] y el útilísimo libro de Grendler
[1989]. Por fortuna, ya marchan por ahí los últimos trabajos sobre Sala-
manca (Fuertes Herreros [1984], Valero [1988], Fernández Álvarez et al.
[1989-1990]). Ahora las investigaciones deben extenderse a los niveles edu-
cativos por debajo de la universidad, como en varios capítulos de Gallego
[1982] y Maestre [1990], y tomando en cuenta algunas pistas como las que
dan J. Várela [1984] y M. Batllori [1987] al tratar de la educación religiosa
en la Contrarreforma.
Los manuscritos y los libros de que se alimentan la enseñanza y la
cultura toda se dejan rastrear ahora más fácilmente gracias a la tan espera-
da sección española del Iter Italicum (Kristeller [1989]), al inventario de
códices latinos de Lisardo Rubio [1984], al Catálogo general de incunables
en bibliotecas españolas (García Craviotto [1988-1990]) y al de libros penin-
sulares en la British Library (Rhodes [1990]). La recepción peninsular de
los clásicos se perfila gracias a contribuciones como las de A. Blecua [1983]
y M. Morreale [1988 a y b, 1989] sobre Virgilio, Luis Gil [1984] sobre
HUMANISMO Y RENACIMIENTO ESPAÑOL 9
ramas de Checa [1983] y Nieto et al. [1989]. Gracias a ellas conocemos hoy
en una medida que apenas podíamos sospechar un cuarto de siglo atrás
una larga serie de factores esenciales en la historia del arte español del
Renacimiento: desde individualidades como Rodrigo Gil de Hontaflón
(Hoag [1985]), Luis de Morales (Rodríguez G. de Ceballos [1987]) y
El Greco (Marías y Bustamante [1981], Brown [1984]) hasta realizaciones
como el palacio de Carlos V en Granada (Rosenthal [1988]) y como El
Escorial (Osten Sacken [1984], El Escorial [1985]), pasando por la iconolo-
gía del Emperador (Checa [1987]), los temas mitológicos en la pintura
(López Torrijos [1985]) o los orígenes del coleccionismo (Moran y Checa
[1985]).
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EUGENIO ASENSIO
TENDENCIAS Y MOMENTOS
EN EL HUMANISMO ESPAÑOL
FRANCISCO RICO
LENGUA Y LITERATURA:
DE NEBRIJA AL SIGLO DE ORO
dimientos latinos, sino aprenda el espíritu que los hace válidos. Así,
él desearía que los españoles supieran captar —y por tanto recrear—
«los números y medida de la prosa», dilucidados por Cicerón y
Quintiliano. Y, en el terreno de los contenidos, su ideal se identifica
inmediatamente como el reverso de las «novelas o historias» que en
el prólogo combate por ir «envueltas en mil mentiras y errores»:
como una literatura, por tanto, substancialmente 'verdadera', inclu-
so cuando ficticia. No puede sorprender que los gustos nebrisenses
vayan claramente hacia un arte 'realista': el desiderátum, más o
menos formulado, estaba implícito en la crítica filológica e históri-
ca del humanismo; y, a nuestro propósito, el 'realismo' literario
se deja entender en perfecta concordancia con el criterio estilístico
del 'uso'.
Pero en 1492 el buen 'uso' y los 'autores' en castellano no eran
más que una esperanza para Nebrija: porque de hecho —proclama-
ba— no existían aún. ¿Qué ocurrió después para que en 1713 la
Real Academia Española se constituyera con el designio de compi-
lar un Diccionario de AUTORIDADES, de «autores» cuyo «uso» se
recomendaba como dechado de «última perfección»? Ocurrieron
muchas cosas, por supuesto. Pero la morale de cette histoire consis-
te en subrayar solo una de ellas. Pues ocurrió, en efecto, que el
'siglo de oro' literario que Nebrija soñaba para su patria se realizó
cuando se adoptaron los patrones que Nebrija preconizaba (aunque
no solo porque fuera él quien los preconizara). De la observancia
de esos patrones surgieron los 'autores' que la Academia catalogó y
aprovechó dentro de las líneas que Nebrija había dibujado, para los
latinos, en el «Suppositum» de las Introductiones y a las que no
podía trazar paralelas en la Gramática sobre la lengua castellana. Y
el 'uso' de tales 'autores' fijó y dio esplendor a una norma lingüís-
tica que, al fin, según los deseos de Nebrija, se difundió amparada
por la protección regia, merced al empeño de la Academia.
Desde luego, no es posible esbozar ahora ni remotamente las
etapas de ese proceso: equivaldría a trazar un perfil de todo el
Renacimiento español (y, en más de un aspecto, también de ese
apasionante 'renacimiento del Renacimiento' que habitualmente de-
signamos como «Ilustración»). Pero a ninguno de mis lectores pue-
de escapársele con qué nitidez los máximos nombres de la literatura
castellana renacentista concuerdan con las posiciones de Nebrija,
con qué constancia se oponen a la práctica literaria vulgar y aspiran
LOS RELIGIOSOS EN LA ENSEÑANZA 43
Luis Gil Fernández, Panorama social del humanismo español, Alhambra, Ma-
drid, 1981, pp. 357-358, 360-361, 375-377, 536-541, 543-544.
44 HUMANISMO Y RENACIMIENTO ESPAÑOL
este camino se hace, no dudo sino que por decreto nos quitarían
estas Escuelas». Atraídos por el pulpito o los estudios escolásticos,
quienes por obediencia enseñaban humanidades ocasionalmente, a
la larga lograban realizar su verdadera vocación, sin que, a diferen-
cia de lo habitual en los profesores seglares, tuvieran tiempo de
especializarse en alguna de las ramas de la filología. [...]
La historia de la educación española durante los siglos xvi y
xvn es la del triunfo progresivo de la docencia religiosa sobre la
seglar. El peligro del protestantismo, la fundación de la Compañía
de Jesús y la actitud beligerante (por no mencionar la Inquisición)
de la jerarquía eclesiástica fueron los factores determinantes del
proceso en el siglo xvi. [...]• Mayor importancia que las regulares
inspecciones de la Inquisición a las ediciones de los clásicos tuvie-
ron las ideas pedagógicas de la Compañía en lo que sería la evolu-
ción de nuestro humanismo. En el siglo xvi —según la recomenda-
ción de Cisneros en Alcalá— se enseñó a hablar latín en nuestras
universidades imitando la lengua coloquial de Terencio. En Salaman-
ca, además, los profesores de latinidad estaban obligados a compo-
ner anualmente una comedia latina. El maestro Martínez, por ejem-
plo, desde el año académico de 1560-1561 hasta el de 1577-1578,
leyó Andria, Heautontimorumenos, Phormio, Adelphoe, Eunuchus,
que compaginó con las Pónticas, las Tristia, las Metamorfosis ovi-
dianas y las Sátiras, de Juvenal. Sin embargo, a partir del curso
1581-1582, no volvió a comentar ni a Terencio, ni Ovidio, centran-
do la labor de clase en autores como Lorenzo Valla, Valerio Máxi-
mo y Virgilio. Tan sólo en el curso de 1592-1593 leyó excepcional-
mente las Sátiras de Juvenal, omitida la sexta por ser «fea y sucia».
Los libros de claustros salmantinos se limitan a dejar constancia del
hecho sin aducir ninguna explicación en su escueta prosa burocráti-
ca. ¿Qué pasó? ¿Perdió Martínez con los años el gusto por Teren-
cio y por Ovidio o bien cedió a presiones ambientales por no crear-
se complicaciones? Una ojeada a la praxis pedagógica de los jesuí-
tas nos dará la respuesta.