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Raul Courel 1996 LIBRO La Cuestion Psicosomatica
Raul Courel 1996 LIBRO La Cuestion Psicosomatica
Raúl Courel
La cuestión psicosomática.
Estudio psicoanalítico sobre un tipo de perturbaciones orgánicas con
etiologías insuficientemente precisadas.
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El autor
4
ÍNDICE
Prefacio 6
I.
FICCIONES PSICOGÉNICAS 8
1. El "dominio" de lo psicosomático. 8
2. La medicina de las ciencias modernas. 10
3. Algunos casos "psi". 11
4. Más allá de la fisiología: incidencia del símbolo. 13
5. La doble causalidad psicosomática en la antigua
medicina. 14
6. Nuevas palabras, viejos problemas. 16
7. La medicina positivista y las ficciones
explicativas. 18
8. ¿Enfermedades o protestas? 19
9. El malestar y la magia. 21
10. Una anatomía mítica y una fisiología de lenguaje. 22
11. No hay etiología del sujeto 24
II.
LOS LÍMITES DEL DUALISMO 29
1. Preliminar. 29
2. Descartes: las cosas separadas. 31
3. Exclusión de goce y búsqueda de integración. 33
4. Lo inexplorado, la excepción y el deseo. 35
5. Los órganos: más allá de la neurosis. 37
6. Unidad imaginaria e Ideal del Yo. 39
7. El cuerpo es del significante, no del sujeto. 42
8. El dualismo estalla. 45
9. Necesidad de otra estética y topología. 48
III.
CUERPO, RED ORGÁNICA Y CAMPO DEL OTRO. 54
1. Acerca de la palabra "psicosomático”. 54
2. Funciones del cuerpo: el organismo como
desordenador de los órganos. 56
3. Órganos irreales y libido. 58
4. Sobre la unicidad imposible del organismo y la
diversidad de los órganos. 61
5. El organismo entre el sujeto, el goce y el deseo. 64
5
IV.
NUEVAS APERTURAS PARA LA PALABRA 79
1. ¿Es posible concebir a lo "psicosomático" como
síntoma en sentido psicoanalítico? 79
2. Fenómeno psicosomático, síntoma y goces. 82
3. Más sobre el deseo del Otro y el organismo. 84
4. Silencios e intervención psicoanalítica. 86
5. Intersecciones, vacíos y mitos entre disciplinas. 90
6. La inconsistencia subjetiva afecta al organismo. 92
7. De psicoanalistas y médicos. 95
8. Últimas puntuaciones. 98
PREFACIO
realidad que tratamos. La exigencia de dilucidación clara de estos problemas encuentra tales
dificultades para ser satisfecha que el progreso teórico con frecuencia parece estancarse.
En el panorama y estado actual de desarrollo de las ciencias y de la cultura, el
psicoanálisis produjo conceptos que han enriquecido las reflexiones sobre realidades que
representan fuertes desafíos a la inteligencia. Tal vez pueda hacerlo también en este campo
particular. Nuestro propósito es contribuir a esta tarea.
I
FICCIONES PSICOGÉNICAS
Hegel
1. El "dominio" de lo psicosomático.
Psíquico
Psiconeurosis │ Sexualidad │ Neurosis actuales
Somático
definiciones conceptuales de lo que se enuncia como sus extensiones, esto es, los universos que
refieren.
Anticipando las complejidades de los recorridos que haremos, creemos conveniente no
partir del supuesto de que lo llamado "psicosomático" alude a un dominio cuyo estatuto
conceptual se encuentra ya establecido. Advertiremos que en el psicoanálisis, por ejemplo, es
fundadamente cuestionable que bajo el nombre de psicosomático pueda designarse un campo
teórico específico.
Debido a las particularidades del terreno, avanzaremos de modo paulatino, comenzando
con algunas observaciones y ejemplos concretos de la práctica médica en la actualidad. Será útil
considerar también algunas de las particularidades que asumió el tema en la medicina antigua,
todavía "libre" de los criterios de la ciencia actual, así como en los tiempos de las profundas
transformaciones que trajo aparejado el pensamiento moderno. Mencionaremos, además,
algunas investigaciones antropológicas que nos parecen necesarias para avanzar en las
conceptualizaciones de lo que está en juego.
El paciente demanda del médico que atienda y alivie sus sufrimientos. Notemos que,
más allá de la variedad y heterogeneidad de los padecimientos que le son puestos delante, el
requerimiento de su intervención involucra siempre a un sujeto que le refiere sus quejas. Se
trata, por lo tanto, de dolencias que le llegan relatadas, de modo preciso o vago, seco o sazonado,
minucioso o desprolijo, en una versión siempre singular que alguien ofrece de su padecer.
El médico asumió siempre la función de dar respuesta a estas quejas, aunque sus
características hayan variado según las culturas y las épocas. Desde el surgimiento de la ciencia
moderna, el desarrollo de las disciplinas biológicas fue transformando profundamente el
ejercicio de la práctica médica. Progresivamente, los recursos e instrumentos de esta última
fueron circunscribiéndose a los propios o a los derivados de la investigación científica. Los
medios de los que se vale hoy el médico buscan legitimarse -casi con exclusividad- en el
respaldo que pueden ofrecerles las ciencias.
Si bien es innegable que así se hicieron revolucionarios avances en la lucha contra las
enfermedades, las consecuencias del dominio de las ciencias sobre la medicina no involucran
necesariamente progresos en todas las dimensiones. Hay aspectos de la asistencia médica donde
los beneficios no son obvios. El médico actual ha disminuido, incluso dejado de lado, la
atención a una serie de padecimientos que no se presentan claramente definidos como orgánicos,
sin ofrecer a cambio indicaciones suficientemente estudiadas y fundamentadas para una atención
alternativa.
Bajo la influencia de la ciencia moderna, el médico se entrena en fragmentar y
seleccionar en aquello que se le presenta lo que se adecua a las lecturas clínicas consideradas
legítimas. Ellas privilegian cada vez más las evaluaciones que resultan de la yuxtaposición de
los exámenes posibilitados por los diferentes recursos de la tecnología médica actual. El médico
suele así abandonar, no siempre de buena gana, el anhelo de cubrir una franja más amplia del
espectro de realidades que el doliente ansía poner en sus manos.
Por otra parte, las rigurosas reglas de las ciencias y los procedimientos tecnológicos de
ellas derivados hacen necesario -por cierto con sólidas razones- que aceptemos el hecho de que,
finalmente, nuestro pensamiento no es capaz de abarcar sino parcialidades. En efecto, ningún
11
Hace algunos años en un hospital, el jefe de la unidad de terapia intensiva, con gesto
preocupado, se dirigió a un joven psicólogo pidiéndole colaboración en la atención de una
paciente -a quien llamaremos Lucía- que padecía un estado de mal asmático que se prolongaba
ya por más de treinta y seis horas. El aumento del riesgo de un colapso cardíaco, correlativo a la
impotencia de los medicamentos, decidieron el ensayo de la instancia "psi". Era quizás el último
recurso antes de apelar al auxilio religioso.
12
enfermedades como consecuencia de sus pasajes por Lourdes. Además de los sesenta y cinco
casos ya reconocidos como auténticos, otros 2500 esperan dictámenes de las comisiones
médicas para establecer si fueron o no "curas milagrosas". No hemos verificado la precisión de
estos datos, pero es probable que el desarrollo de investigaciones en este campo enriquecería
nuestros modos tanto de pensar cuanto de hacer en numerosos trastornos orgánicos.
En los últimos años, son numerosos los estudios en varios países que muestran que
pacientes con enfermedades cardíacas, cánceres y otros males, no sólo mejoran anímicamente
siendo atendidos en terapias llamadas "de apoyo", a menudo en grupos, sino que la salud
biológica misma se fortalece y las dolencias a veces retroceden. Se ha comprobado, por otra
parte, que más de la mitad de los síntomas referidos en las primeras consultas a médicos se
relacionan con el "stress". Las estadísticas han comenzado a demostrar, además, que los sistemas
sociales de atención de la salud logran reducir significativamente sus costos prestando cuidados
alternativos a los propiamente médicos en la fase de atención primaria.
consideran naturales las muertes que nosotros denominamos violentas. Una herida, un asesinato,
una fractura son causas naturales... Las demás muertes tienen por origen una causa mágica o
religiosa. En Nueva Zelanda, los hechos de origen moral y religioso son los que sugieren al
individuo la idea dominante de que va a morir" (10).
Mauss hizo notar también que "el organismo de los australianos se distingue por sus
asombrosas facultades de recuperación. La parturienta vuelve inmediatamente a sus
ocupaciones, poniéndose en movimiento a las pocas horas; cortes de gran profundidad en la
carne cicatrizan con gran rapidez; en algunas tribus, es castigo corriente meter un cuchillo en el
muslo de la mujer o del hombre; las fracturas de brazo sanan rápidamente con unas simples
tablillas" (11).
Estas curas se producen siempre que la moral no esté afectada. Las investigaciones de
los etnólogos documentan profusamente casos de influencia de las acciones morales sobre lo
físico. "Gran parte de las muertes infligidas por magia
-observa Mauss en una de las sociedades que estudia- ... en el fondo son sanciones" (12).
Agreguemos que en estos procesos no están involucradas solamente las particularidades
del contexto cultural en que un trastorno orgánico sucede. Se comprueba que no hay maneras
completamente universales de sufrir daños orgánicos, considerando que cada sujeto padece sus
dolencias de modos originales y diferentes a los de cualquier otro. Por eso la atención a estas
cuestiones condujo a investigar más allá no sólo de la fisiología sino también de la antropología
y de la sociología.
Las singularidades de cada padecer, intransferiblemente propias de cada sujeto, son la
materia escurridiza que considera el psicoanálisis. Ello no es ajeno a la cultura: Lacan enseñó -
siendo al respecto un continuador de Freud- que el psicoanálisis es inconcebible al margen de la
cultura en la que se impone la ciencia moderna.
Es claro que el organismo estudiado por la anatomía, la fisiología, la biología y la
semiología médica constituye un sistema en el cual el sujeto no es un dato que deba hacerse
presente. En efecto, como ya indicamos, el desarrollo del que han sido capaces estas disciplinas
requirió eliminar, en primer término, los errores o desviaciones en las observaciones e
interpretaciones de los hechos que podían causar las variadas impresiones, intuiciones o
emociones provenientes del paciente o del médico. Con esta perspectiva, era necesario excluir
todo pensamiento o argumentación que no fuera científicamente fundamentable.
La precisión tecnológica, e incluso la contundencia terapéutica, con que la medicina
actual atiende a las dolencias del organismo, hacen del sujeto una función vacía,
preferentemente reducida a la de mero informante, vehículo de datos sólo eventualmente útiles
para esclarecer lo que concierne a la enfermedad. Deberemos precisar más adelante en qué
aspectos el cuerpo humano no es reductible a un organismo biológico, ni sus padecimientos
subjetivos a tal o cual enfermedad. El sujeto dejado de lado tendrá que ser resituado en esas
consideraciones.
El particular alejamiento del actual sistema médico respecto de todo lo que escapa al
orden orgánico-biológico forma parte, según ya señalamos, de los efectos de la ciencia moderna
sobre la medicina. Notemos que no siempre lo orgánico fue encarado como un ámbito diferente
del anímico, como lo muestra la historia de la medicina. Si nos remontamos a Hipócrates (460-
15
377 a.de C.), descubrimos una permanente búsqueda de correlaciones entre lo "mental" y lo
"físico". Atento a las alternancias entre trastornos somáticos y psíquicos, describió, por ejemplo,
casos de locura que encontraban alivio en ocasión de la manifestación de una disentería (13).
Por otra parte, en la concepción médica de Aristóteles y de Galeno, que tuvo vigencia
hasta fines del siglo XVIII, primaba el concepto de una íntima unión del alma con el cuerpo. Es
lo que recuerda Jean Starobinski en su estudio sobre las pasiones (14). En esa época, las
perturbaciones del alma -llamadas "pasiones"- eran tenidas en cuenta en la higiene. Ésta, al
indicar las normas convenientes para una vida saludable, recomendaba que las pasiones fueran
bien administradas, así podrían ser beneficiosas para la salud. Se pensaba que si ello no sucedía
eran capaces de causar enfermedades.
Se consideraba que las pasiones intervenían como causas desencadenantes y que, junto a
las causas predisponentes tales como la constitución de los individuos, producían dolencias. Las
pasiones -enseña Starobinski- estaban íntimamente asociadas al calor y al frío. Se creía que la
cólera, por ejemplo, suponía un alto grado de calor, mientras que la alegría, un calor moderado.
El miedo y la tristeza eran consideradas "pasiones frías".
La idea era que las pasiones actúan sobre el corazón haciendo que se dilate o que se
comprima. No se tenía en cuenta sólo la relación con el alma, sino que se les concedía una
íntima solidaridad con el cuerpo, al punto que se situaban en él sus orígenes. Aristóteles pensaba
que las bestias temerosas tenían el corazón grande y blando, mientras que las valerosas lo tenían
pequeño y duro (15).
Starobinski observa también que en la medicina aristotélico-galénica se hace presente
una concepción psicosomática caracterizada por una suerte de doble causalidad. La
Rochefoucauld le ofrece, en el siglo XVIII, buenos ejemplos de esta duplicidad del modelo
causal, en el que puede aparecer como causa sea lo somático, sea lo anímico, según convenga a
la lógica de la argumentación.
Este último autor afirma que "si examinamos la naturaleza de las enfermedades,
encontraremos que ellas tienen sus orígenes en las pasiones y en las penas del espíritu ... La
ambición produce fiebres agudas y frenéticas; la envidia produce ictericia e insomnio; de la
pereza vienen los letargos, las parálisis y la flojedad; la cólera produce sofocaciones, ebullición
de la sangre e inflamaciones del pecho; el miedo produce palpitaciones del corazón y síncopes;
la vanidad produce locuras; la avaricia, la tiña y la sarna; la tristeza, el escorbuto; la crueldad, la
piedra; la calumnia y las relaciones falsas han esparcido el sarampión, la viruela boba y el
púrpura; se deben a los celos la gangrena, la peste y la rabia. Las desgracias imprevistas han
producido apoplejías ... " (16).
Starobinski recuerda a La Rochefoucauld señalando también lo inverso: las pasiones
tienen origen somático o humoral. "Todas las pasiones no son otra cosa que los diversos grados
del calor y de la frialdad de la sangre", afirma, para agregar que "los humores del cuerpo tienen
un curso ordenado y reglado, que mueve y que tuerce imperceptiblemente nuestra voluntad;
ellos ruedan juntos y ejercen sucesivamente un dominio secreto en nosotros, de tal modo que
tienen una participación considerable en todas nuestras acciones sin que nosotros lo podamos
saber" (17). Starobinski encuentra aquí, como él mismo señala, una medicina "psicosomática"
que responde a una concepción causal circular, donde el efecto se explica por una causa que
resulta ser, a su vez, efecto de lo mismo que causa.
Similares concepciones están implicadas en la célebre frase de Juvenal "mens sana in
corpore sano", que data de comienzos del siglo II. Es una máxima que todavía inspira a la
educación física, aunque hoy entra en conflicto con los nuevos ideales de alto rendimiento
deportivo, que han abandonado de hecho los principios de mesura y moderación como pautas
16
higiénicas convenientes.
Los objetivos de superarse a sí mismo y de lograr una producción física cada vez más
destacada conducen, como observa Marie Hélène Brousse-Delanoë en un artículo sobre los
deportes en la actualidad, a forzar los límites de posibilidades del organismo (18). Esta tendencia
coexiste con la proliferación de nuevas prácticas corporales como el jogging, la expresión
corporal, las técnicas de relajación, las artes marciales "suaves", etc. que, haciendo de
contrapeso, prometen una reconciliación con el equilibrio del cuerpo (19).
Retornando a las pasiones, el papel que se les concedía fue progresivamente reducido
bajo la imposición de los parámetros de las ciencias. Correlativamente, la vieja alma fue
paulatinamente relegada al solo campo de la religión, sin que por eso se abandonara la
consideración de lo propiamente anímico. El concepto que continuamos poseyendo de lo
humano, fuertemente arraigado en nuestra cultura, mantiene la solidaridad entre cuerpo y
espíritu. Por eso nuestra idea acerca de qué es una "persona" no parece haberse diferenciado
demasiado de la que tiene la religión. Al respecto, M. Mauss observaba que "nuestra noción de
persona humana es fundamentalmente una noción cristiana", haciendo notar, además, que es "a
partir de la noción de «uno» cuando se crea la noción de persona... en relación con las personas
divinas, pero también y al mismo tiempo, a propósito de la persona humana, sustancia y forma,
cuerpo y alma, conciencia y acto" (20).
No es extraño que estas categorías sean compatibles con el cálculo de la injerencia de lo
anímico en la "correcta" aprehensión objetiva de las cosas. En el espíritu de las nuevas
disciplinas y de sus criterios metodológicos estuvo desde el comienzo la preocupación por el
error que introduce el "factor humano". Ello cumplió y todavía cumple un papel en el estímulo
al trazado de nuevos dominios de investigación. La psicología nació y se desarrolló en este
contexto de pensamientos e inquietudes.
Señalemos que el crecimiento de las diferentes disciplinas científicas se hizo
manteniendo al soma y a la psique en esferas separadas. De todos modos, la vieja unidad del
alma con el cuerpo se reeditará en los nuevos tiempos con otros términos, más acordes a las
nuevas concepciones. Ello parece formar parte de la esencia misma del tratamiento médico. Por
eso a menudo notamos que poseen plena actualidad las razones que situaron a Hipócrates como
padre de la medicina.
Desconfiando de las especulaciones e interesado en servir mejor a los enfermos, la idea
de Hipócrates era conducir a los médicos a prestar más atención a los hechos, dejando de lado
las interpretaciones y las prácticas mágico-religiosas. Fue bajo la influencia de su pensamiento,
por ejemplo, que la epilepsia comenzó a ser considerada una enfermedad "humana", en vez de
una dolencia sagrada producto de una posesión divina (21). A través de los tiempos, esa
perspectiva llegó finalmente a encontrarse con las de las ciencias modernas.
Desde Hipócrates en adelante, la medicina se inclinó hacia el examen cuidadoso y
exhaustivo del paciente, la conversación y el interrogatorio hábil, procurando relevar no sólo los
detalles concernientes a las quejas sino las circunstancias del comienzo del padecimiento y
también los hábitos particulares y condiciones de vida del enfermo (22). De este modo, el
criterio hipocrático apuntaba a establecer vinculaciones entre todos los factores que fuera posible
registrar. La parte debía así tomar su lugar dentro de una visión integral de la enfermedad y del
sufriente, con el propósito final de ayudar a los poderes regeneradores de la propia naturaleza
(23). Cabe observar que la medicina llamada homeopática no deja de basar los argumentos en
los que sostiene sus prácticas en estos principios.
Hipócrates parece todavía recordar al médico que su profesión debe valerse del rigor de
las ciencias, aunque sin abandonar el espíritu tanto naturalista cuanto humanista heredado de la
17
la época de la búsqueda de las localizaciones anatómicas de las funciones psíquicas, todo lo que
se hacía, en verdad, eran ensayos de nuevas clasificaciones. De ahí en más, el propósito se
reducirá a proporcionar pruebas para sostenerlas (28).
Starobinski destaca, además, que como la fisiología misma no era capaz de ofrecer
razones suficientes de los fenómenos puestos a su consideración, se pergeñaban discursos
explicativos que recurrían a la mixtura de diferentes lenguajes: anatómico, literario, moralista,
etc. Transcribimos un párrafo muy ilustrativo, datado en 1819, de un autor llamado Virey, citado
por Starobinski: "La persona está fría, pálida, descolorida, lánguida: suscitad sus deseos,
agudizad su curiosidad, hela ahí renovadamente viva, impaciente, irritable; el calor vital
desentumecido empuja la sangre hacia la periferia del cuerpo, llenos de nuevo de su tinte más
coloreado los capilares de la cara, no es más un ser insípido y lánguido, nuevas pasiones han
fermentado en su corazón, transformado su carácter, reanimado con una nueva energía todas sus
funciones" (29).
Notemos que, aun cuando las características de este discurso no se atienen a las que hoy
son propias de la fisiología, no dejan de aludir a aspectos reales de la experiencia médica.
Si bien un efecto del desarrollo de las ciencias sobre la práctica médica impulsa su
circunscripción -como hemos señalado- al orden de lo científicamente fundamentable, no por
ello escapa el médico a los requerimientos de procurar alivio o límite a los trastornos y
malestares del cuerpo. Subrayemos que la experiencia médica muestra que éstos son de una
variedad y extensión tal que se resisten a ser abarcados con exhaustividad por el saber de las
ciencias. Allí asistimos a la aparición de "ficciones explicativas" que intentan suplir lo que en
rigor no se conoce. Podremos comprobarlo fácilmente cuando el cuerpo es afectado por
perturbaciones heteróclitas cuyas causas no han sido determinadas con claridad.
Encontramos a menudo fenómenos somáticos que parecen "desordenar" tanto el campo
de los conocimientos aceptados como los criterios y conceptos fundamentales que rigen en la
medicina. En tales casos, debido justamente a que se trata de hechos que perturban los
parámetros médicos establecidos, se tiende a encararlos apelando a ideas que no tienen en cuenta
su verdadera naturaleza. Suelen nacer así nuevas especies de "conocimientos", que Lacan
seguramente no vacilaría en calificar de cabales "desconocimientos".
En una interesante y rica investigación realizada por Gerard Wajeman, nos informamos
que hacia mediados del siglo pasado, en una pequeña población de la Saboya llamada Morzine,
se extendió, principalmente entre sus mujeres, una curiosa "enfermedad" que llegó a trastornar la
paz de la región. Dolores epigástricos, luego convulsiones y alucinaciones de contenidos
místicos, conformaban algunos de los variados y a veces cambiantes ingredientes del frondoso
cuadro (30). Los pobladores lo interpretaron como "posesiones demoníacas", aunque esa idea no
pudiera encontrar un lugar en las concepciones de los médicos de la época, ya impregnadas del
espíritu positivista y, en consecuencia, nada proclives a conferir al diablo función efectiva
alguna (31).
El positivismo se difundió en Europa en la segunda mitad del siglo XIX. El "Curso de
filosofía positiva" de Augusto Comte se conoció en 1830. Muchas ideas de esta obra mostraban
los criterios que se afirmaban entre los nuevos científicos. Se imponían el rechazo a la metafísica
y la confianza en las ciencias positivas como buenas bases para la fundación de un nuevo orden.
19
8. ¿Enfermedades o protestas?
Detengámonos algo más en aquellos hechos. ¿De qué tipo de mal se trataba? Molestias
epigástricas, convulsiones y la apariencia de haber perdido la razón se acompañaban siempre de
reclamos, protestas y desafíos a la autoridad. La situación social se tornaba caótica. Los curas
eran acusados de negarse a realizar exorcismos y los médicos de prescribir medicinas inútiles.
¿Cabe catalogar a este conjunto de trastornos como "enfermedad"? Para los habitantes de
Morzine eran "posesiones" y, sin duda, deseaban ponerles fin, las "posesas" trastornaban el
20
orden familiar y comunitario. Wajeman subraya que con frecuencia las crisis se desencadenaban
con el coito, los maridos eran atacados y debían huir de sus casas (38).
La solución, en ese universo cultural, era esperada del exorcismo. Bajo el influjo del
positivismo, sin embargo, ese medio quedaba invalidado. Debido a que el médico positivista era
también un transmisor de las nuevas verdades, las creencias en el diablo -conforme muestra
Wajeman- se le presentaban como errores a corregir. Las funciones educativas y pedagógicas,
por lo tanto, no eran para nada ajenas al abordaje de los hechos.
En el positivismo, el saber que el médico representaba estaba llamado a constituir una
garantía para el reconocimiento de lo verdadero. Era la razón que aspiraba a poner las cosas en
orden. Para que ello fuera realidad, resultaba indispensable que las perturbaciones entraran en las
nomenclaturas como enfermedades (39). Era difícil, sin embargo, catalogar una afección que
invoca al diablo como su causa y que agudiza sus manifestaciones ante la menor tentativa de
desmentir esa procedencia. De allí que aunque la histeria todavía no había sido cabalmente
aceptada como entidad nosográfica, ya ofrecía un medio para situar en alguna parte algo que en
realidad escapaba a lo que el saber médico podía a esa altura entender. Ficción de conocimiento
o conocimiento hecho de ficciones, según enseña Wajeman, la entidad "histeria demonopática"
delimitaba un terreno que en verdad no había sido investigado (40).
El estudio de Wajeman muestra claramente el deslizamiento del positivismo desde el
rigor metodológico de las ciencias hacia el propósito de ordenamiento del mundo. Destaquemos
en Comte, por ejemplo, el explícito interés por el papel de las ciencias en la sociedad antes que
por el trabajo propiamente científico. Es ése el espíritu que Wajeman subraya en los médicos de
Morzine.
La medicina positivista, además de requerir que todo vaya a ocupar algún casillero,
impone la tarea de reducir las perturbaciones del orden social. Es el "cuerpo social" el que
parece ahora contraer "enfermedades" que reclaman la intervención de los expertos en producir
salud. Sin embargo, nada estaba suficientemente preparado en el bagaje de las ciencias para
apaciguar a las mujeres de Morzine. Precisamente ahí donde el médico se oponía a la nota
díscola de estos trastornos, más ellos resistían a sus tratamientos. La ineficacia médica era
denunciada a viva voz tanto por las afectadas cuanto por todo el entorno social (41).
No cejaba el médico, de todas maneras, en sus intentos de dominar la situación.
Wajeman relata la perseverancia en ensayar los más diversos medios para lograrlo. Se iba del
fracaso de las terapias químicas -la administración de antiespasmódicos antes que apaciguar las
crisis las provocaba- al uso de persuasivos más o menos violentos. La indicación de forzados
baños fríos, las amenazas de palizas, la intimidación a través de la instalación de un puesto de
gendarmería y órdenes de prisión, fueron algunos de los instrumentos que condujeron, con
mucho esfuerzo, tiempo y constancia, a reducir finalmente la caótica situación (42).
Como bien señala nuestro autor, allí no se evidenciaban los poderes que los saberes del
médico tenían sobre las cosas, sino su voluntad de dominio. No era la ciencia lo que en verdad
se imponía, sino quienes se suponían sus agentes. La intención de encausar lo que alteraba la
armonía de la comarca, antes que develar las reales razones de los trastornos que aquejaban a
estas mujeres, subordinaba el carácter de todas las acciones al imperativo del orden. El anhelo de
poder se vestía con las apariencias del saber, o mejor: el saber se confundía con el ejercicio del
poder. Agreguemos que en aquel movimiento se ponía de manifiesto la impotencia del supuesto
sabio para gobernar a la histeria, tal como más tarde el psicoanálisis se ocupó de destacar.
Los acontecimientos de Morzine muestran, en el descontento de sus habitantes, que
existen síntomas que pueden ser alimentados por las mismas soluciones que se les brindan. El
estudio de los hechos referidos hace ver que las perturbaciones se acentuaban y expandían en
21
forma correlativa a las tentativas médicas por darles fin. Tal resulta ser el caso cuando lo
ofrecido pasa por alto las particularidades de aquello que los sufrientes piden, dicen o reclaman.
Añadamos que si un saber ambiciona regir el universo es difícil que no desconozca
aspectos singulares de aquello que quiere abarcar. En el caso de la histeria, como el psicoanálisis
descubrió, el cuerpo se convierte en el portavoz mudo de significaciones particulares que no
encuentran eco por la vía de la palabra, escapando de esta manera al dominio de la razón. A
través de malestares y trastornos corporales, la histérica suele contradecir de la manera más
evidente al médico convencido de que el saber científico está indefectiblemente destinado a
superar todas las fronteras en el alivio de los padecimientos humanos.
El cuerpo, según se percibe, es permeable a influjos que no son estrictamente físicos o
químicos. Hemos podido comprobarlo una vez más al verlo conmovido por demonios y
calmado por exorcismos. Efectivamente, lo afectan realidades de ficción, por último: meras
palabras. Por eso el cuerpo es susceptible tanto a tratamientos psicoterapéuticos que pueden ser
exitosos, cuanto a otras intervenciones -también de índole verbal- capaces de resultar
iatrogénicas. Nuestro próximo paso será tratar otros aspectos concernientes a que el cuerpo del
hombre -"ser hablante"- está inscripto en una estructura de índole simbólica, como fuera
verificado por Lévi-Strauss.
9. El malestar y la magia.
En el parto que describe Lévi-Strauss, una verdadera anatomía mítica sustituye a los
órganos que reconocen nuestras ciencias. El argumento de los cantos acompaña
progresivamente los pasos, dificultades y vicisitudes que enfrenta la parturienta. El shamán
proporciona el lenguaje en que todo se desarrolla. Nuestro autor escribe: "...es el pasaje a esta
expresión verbal (que permite, al mismo tiempo, vivir bajo una forma ordenada e inteligible una
experiencia actual que, sin ello, sería anárquica e inefable) lo que provoca el desbloqueo del
proceso fisiológico, es decir la reorganización, en un sentido favorable, de la secuencia cuyo
desenvolvimiento sufre la enferma" (51).
Notemos que el cántico procura anular las diferencias entre lo que hoy consideramos
orgánico y fisiológico y lo mítico. De esta manera, la enferma puede participar en la experiencia
del parto incluyéndose en las diversas dimensiones involucradas. Sin la intervención del sistema
de ideas que le ofrece sentido, todo lo que sucede en su organismo sería vivido por ella como
ajeno.
Es interesante señalar -conforme observa Lévi-Strauss- que los cánticos comienzan con
una descripción minuciosa de los acontecimientos que precedieron a la cura misma; por
ejemplo: detalles de las entradas y salidas de la partera en la casa de la enferma- y terminan no
con el parto en sí sino con el relato, también pormenorizado, de los hechos posteriores. De esta
manera se logra construir un conjunto sistemático, indica Lévi-Strauss, que incluyendo las
operaciones del cuerpo restablece finalmente un orden libre de trastornos (52).
En esta tarea, el ordenamiento simbólico -según mostramos- no vacila en aceptar
fabulaciones o ficciones, siempre que ellas aseguren la coherencia del sistema en que el enfermo
se representa a sí mismo y a su mundo. Las ficciones que el shamán introduce y desarrolla dan
por resultado que el organismo asuma un funcionamiento ordenado y sobrevenga la cura, en
nuestro caso: la feliz resolución del parto.
En relación a lo que nos interesa, la tesis general de Lévi-Strauss propone que los
procesos orgánicos están sujetos a ordenamientos y transformaciones cuyas estructuras son
concebidas en términos simbólicos. Por eso se considera a la cura chamanística como una
manipulación de ideas que conlleva una suerte de gobierno sobre la fisiología de los órganos
(53). Evidentemente, es la captura -representacional- del organismo humano en el campo del
símbolo lo que posibilita la eficacia de los cantos del shamán.
En los discursos de los psicoanalistas que se ocupan de las dolencias llamadas
psicosomáticas es frecuente encontrar el establecimiento de conexiones directas entre afecciones
orgánicas y "pensamientos inconscientes". Así se configuran, dentro del mismo psicoanálisis,
discursos donde -podría decirse- los órganos hablan. o bien "son hablados". Un ejemplo de esta
manera de articular lo somático en el terreno de lo psíquico lo ofrece Ángel Garma, al afirmar
que "en el inconsciente psíquico, descrito por Freud, se encontró el eslabón intermedio entre el
alma y el cuerpo" (54).
En los interesantes textos de Garma es difícil no hacer comparaciones entre su modo de
concebir el campo psicoanalítico y el que encontramos en el pensamiento chamánico. En ambos
casos, las ideas o teorías parecen operar como las propias de una anatomía mítica o de una
fisiología operando como lenguaje. Ello se corresponde con el concepto de Garma de que "todo
el proceso corporal tiene su lado psíquico y además de que el psiquismo constituye una
estructura, en la que se hallan incluidos todos los fenómenos corporales" (55).
Evidentemente, será necesario esclarecer los puntos donde las posiciones e
24
Destaquemos que los chamanes, tanto antiguos como "modernos", cuentan en general
con la disposición favorable de los enfermos a la curación. Éste parece ser uno de los
componentes del éxito de los tratamientos basados en la eficacia simbólica. La salud orgánica,
sin embargo, no constituye siempre una "preferencia" del sujeto. Es el caso, por ejemplo, de la
anorexia mental, tal como podemos observarla en la clínica diaria. No puede decirse que el
malestar subjetivo sea aquí coincidente con la cesación del funcionamiento orgánico nutricio.
Por el contrario, es la adecuada ingesta de alimentos lo que se presenta al sujeto como
intolerable.
El "hambre de nada" del anoréxico permite pensar a un sujeto que, además de no
identificarse con tendencia alguna al buen mantenimiento de su existencia biológica, se opone a
ella. Lacan, ya en el año 1938, en una intervención sobre el instinto de muerte, señala que "en el
dominio biológico, el hombre se distingue, en tanto que es un ser que se suicida" (56). Hacemos
notar, consecuentemente, que el malestar subjetivo puede a veces provenir de la salud misma. La
consideración de estos conceptos forma parte esencial de la aproximación psicoanalítica a los
malestares orgánicos y corporales.
Sigmund Freud había observado en su práctica la desaparición de sufrimientos
neuróticos como consecuencia de la manifestación de una grave enfermedad orgánica. "Un
25
padecimiento -escribía- queda entonces sustituido por otro y vemos que de lo que se trataba era
tan sólo de poder conservar cierta medida de dolor" (57). El psicoanálisis freudiano estudió estos
fenómenos bajo el rótulo de "ventajas de la enfermedad", que señala un aspecto clave de la
perspectiva con la que el analista se aproxima a la enfermedad orgánica.
No fue preciso que Freud notara en los neuróticos la sustitución de dolores anímicos por
dolores físicos para que se interpretara que éstos provenían de aquellos. David Kunzle, en un
estudio sobre el arte de sacar muelas entre los siglos XVII y XIX, observa que "antiguamente, el
dolor de muelas era considerado como el merecido castigo de un pecado de lujuria, y hoy día, la
ciencia médica nos advierte que la carie es consecuencia de nuestra desenfrenada afición a lo
dulce" (58).
La vinculación entre la sexualidad, la culpa y el dolor físico ofrece en los dolores de
dientes ilustraciones paradigmáticas. Siempre se vinculó la posesión de dientes y muelas al
poder y su falta a su pérdida. Desde que Adán mordió la manzana el dolor de muelas es el
castigo por excelencia. En correspondencia, fue clásico en la historia que se considerara a una
dentadura sin problemas signo de pureza o inocencia. "Dios recompensó a Moises dejándole
vivir ciento veinte años con la dentadura intacta", recuerda Kunzle (59).
Subrayemos que la verdadera novedad introducida por Freud no fue descubrir
vinculaciones entre las corrupciones del cuerpo y las morales sino, precisamente, el compromiso
del propio sujeto en el malestar, esto es, según señalamos: su propia complicidad con el dolor.
Desde Hipócrates en adelante, una firme inclinación a curar enfermedades es una
honrosa característica de la vocación médica, y no falta en quienes se ocupan de "lo
psicosomático". Tal como enfatizamos, difícilmente ello podría no ser parte de lo más propio de
la práctica médica, más allá de las influencias del positivismo. Diferentemente, en el ámbito del
psicoanálisis nos mantenemos alertas ante los riesgos del "furor curandi", poco recomendable
entre analistas. El propósito de sanar enfermedades, si bien no tiene por qué estar excluido de las
inclinaciones del psicoanalista, no es plenamente coincidente con el de escuchar al sujeto, más
cercano a la disciplina freudiana. La diferencia se vincula a otras, que existen entre la medicina y
el psicoanálisis, en las que nos detendremos más adelante.
Puntualicemos sólo que la cuestión psicosomática se presenta predominantemente en el
contexto de la medicina, no en el del psicoanálisis. En la línea de lo desarrollado, aun cuando
existan analistas que se ocupan de las dolencias así caracterizadas, se comprueba que el interés
por lo psicosomático es en verdad más próximo al espíritu del médico, preocupado por no dejar
nada de lado a la hora de vérselas con las complejas etiologías que afectan a sus pacientes. No
en vano se habla habitualmente de "medicina psicosomática", no de "psicoanálisis
psicosomático". En efecto, es propio del médico preguntar e interesarse por las enfermedades y,
en consecuencia, por sus etiologías, no por el sujeto.
En forma correlativa, podemos ahora decir que, en rigor, solamente puede pensarse en
términos de "patología" en el campo médico, no en el psicoanalítico. Esto es así debido a que no
hay -propiamente hablando- patologías ni enfermedades del sujeto. Tal es la conclusión que se
deriva necesariamente del concepto lacaniano de sujeto. En efecto, en sentido psicoanalítico -
conforme a las enseñanzas de Lacan- no es correcto decir que el sujeto padece enfermedades.
Observemos que, en rigor, el término "enfermedad" no pertenece al vocabulario de
conceptos psicoanalíticos. Su uso eventual no supone su existencia en el corpus teórico del
psicoanálisis como un concepto esencial de su discurso. Nótese, por otra parte, que si aceptamos
que al sujeto no pueden adjudicársele enfermedades cabrá también afirmar que sólo hay
etiologías de las enfermedades, no del sujeto.
Señalemos, además, que será coherente con los descubrimientos del psicoanálisis
26
considerar al sujeto mismo como una posible enfermedad, esto es, como una fuente ocasional o
habitual de trastornos y perturbaciones del equilibrio biológico. Lacan comparte con Hegel la
idea de que el espíritu es la enfermedad del animal. Este sujeto, que no aparece contrayendo
enfermedades sino provocándolas, constituye en verdad la cuestión de la que se ocupa el
psicoanálisis.
La cura analítica, en líneas generales, se orienta en torno a dónde y de qué modo el
sujeto interviene. En la experiencia de los analistas con el sujeto, éste se muestra a sí mismo
como un problema. Diremos -de manera rápida- que la entidad de este sujeto no sólo es
escurridiza sino que, tal como evidencia el neurótico, su consistencia misma está en cuestión. El
neurótico, preguntándose por su propio ser, enseña a un sujeto que carece de suficiente
consistencia y que busca obtenerla. En ese sentido, el neurótico sólo trata finalmente de "ser
alguien".
Para el analista nunca se trata, por lo tanto, de si el sujeto "contrae" o no alguna
enfermedad. En todo caso, se trata de si adquiere o no peso propio, de si "contrae", o no, alguna
"consistencia". En esta tesitura, el sujeto suele lamentarse de una esencial falta de densidad, peso
o consistencia propia; por eso puede suceder que el padecimiento de ciertas dolencias le ofrezca
la posibilidad de "ser alguien" o, en su defecto, simplemente "algo". La clínica psicoanalítica ha
registrado multitud de casos en los que el sujeto encuentra un lugar en el mundo a partir de una
enfermedad.
Destacamos que las enfermedades en tanto tales son materia propia de la medicina y que
cuentan para el psicoanálisis sólo en la medida en que se han convertido en lugar u ocasión de
que el sujeto encuentre en ellas, o por medio de ellas, algún "ser" o consistencia. Esta línea de
ideas lleva a la conclusión de que para el psicoanalista no hay otras enfermedades que las
consistencias o inconsistencias del sujeto. Agreguemos que nuestra experiencia con las
enfermedades del organismo no es otra que ésa, y siempre en el marco de las delicias o
desgracias de los discursos que escuchamos. Por último, al decir que el término "enfermedad"
sólo cuenta para el psicoanalista como el nombre médico de alguna consistencia o inconsistencia
del sujeto, afirmamos que una enfermedad no puede ser encarada en el psicoanálisis salvo por lo
que representa en las dimensiones de la subjetividad.
Referencias bibliográficas.*
1. DSM-IV Draft Criteria, (Washington D.C., American Psychiatric Association, 1993), p. L:1.
2. Cf. J. Laplanche y J-B. Pontalis, Diccionario de Psicoanálisis, (Barcelona, Ed. Labor S.A.,
1971), p. 246.
3. Cf. S. Freud, "Las neuropsicosis de defensa", Obras completas, Vol 3, (Buenos Aires, Ed.
Amorrortu, 1992), pp. 50 y 51.
4. "Un nuevo milagro en Lourdes", La Nación, (Buenos Aires, 7/7/1989), p.3.
5. Cf. Claude Lévi-Strauss, Antropología Estructural, (Buenos Aires, Eudeba, 1972), p.151 y ss..
6. Idem., p. 152.
7. Idem..
8. Idem., p. 151.
9. M. Mauss, Sociología y antropología, (Ed. Tecnos), p. 297.
10. Idem..
27
*. Observación: todas las citas de textos no editados en castellano fueron traducidas a este
idioma por el autor.
29
II
LOS LÍMITES DEL DUALISMO
1. Preliminar.
satisfacciones e insatisfacciones. Para Descartes, según Lacan recalca, "el pensamiento sólo
puede errar en la medida en que en él se admiten las ideas confusas determinadas por las
pasiones del cuerpo" (4).
Lacan utilizó la expresión "falla epistemo-somática" para denominar "el efecto que
tendrá el progreso de la ciencia sobre la relación de la medicina con el cuerpo" (5). Hizo notar
también que esto no se resuelve "a nivel de la psicología del médico, con una pregunta que
refrescaría el término de psicosomático" (6). Es evidente que Lacan percibió que en aquello que
hoy llamamos psicosomático se encuentra una "falla" introducida por la ciencia en la
consistencia subjetiva vinculada al cuerpo, punto que deberemos ahondar. Proponemos prestar
atención a que las dolencias llamadas psicosomáticas a menudo se corresponden con un fracaso
del sujeto en encontrar en el cuerpo una consistencia satisfactoria. Por ahora es conveniente,
para avanzar sobre bases seguras, recordar otras facetas del pensamiento de Descartes.
Consideremos la premisa que concibe al sujeto del Cogito como resultado de un
vaciamiento de saber producido por el rigor de la duda cartesiana. Al destacar que el "Cogito"
funda al "sujeto de la ciencia" (7), Lacan extrae consecuencias de magnitud para situar
correctamente al psicoanálisis. Por esta vía se subrayó una íntima relación entre el sujeto en
sentido psicoanalítico y el concepto cartesiano que exige separar y diferenciar del cogito a todos
los saberes, incluyendo los referidos a sí mismo. El sujeto, se enfatiza, se reduce al mero acto de
pensar, distinguiéndose en su esencia de cualquier pensamiento o cosa, incluso del cuerpo. Del
sujeto de la ciencia sólo se puede decir, finalmente, que es "una cosa que piensa" (8), es la "res
cogitans".
En forma correlativa a que el "ser" del hombre es ubicado en el pensamiento, fuera del
cuerpo, este último, según Descartes, es "res extensa", sustancia extensa. Se origina así un nuevo
modo de concebir la corporeidad: su materia es puramente espacial. Lo propio del cuerpo será
entonces ocupar un lugar en el espacio. En cambio, su concepto acerca de la "cosa que piensa"
es que carece de propiedades espacializables o localizables en lugar alguno.
La idea de un sujeto sin cuerpo forma parte de las bases mismas de la ciencia moderna.
Es difícil no considerar que el sujeto del psicoanálisis, el mismo que Freud reconoció dividido,
es -según subrayamos- inherente a esta separación del sujeto pensante respecto de su cuerpo. A
esta "spaltung" o "rajadura" -destaca Lacan- "el psicoanálisis la detecta en su praxis" (9).
El pensamiento de Descartes condujo también a una nueva manera de encarar la relación
entre el saber y la verdad, necesaria para el desarrollo de una ciencia capaz de progresar. Se
requería dar a la verdad el carácter formal de una función lógica. La verdad debía constituir un
"valor", determinable exclusivamente en virtud de los procedimientos formales de la lógica
(función veritativa).
Como coronación de esta línea de pensamiento, en el psicoanálisis y con Lacan, el sujeto
fue pensado de un modo en que las cuestiones serían de lógica y no de "humores". La
circunscripción de la cuestión de la verdad al ámbito de la lógica es correlativa a la tajante
separación del pensamiento respecto del cuerpo y sus vivencias. En su texto "La ciencia y la
verdad", Lacan reafirma este criterio expresando lo siguiente: "Es por el lado de la lógica por
donde aparecen los índices de refracción diversos de la teoría con relación al sujeto de la
ciencia" (10).
Descartes afirmaba que "como no concebimos que el cuerpo piense de ninguna manera,
debemos creer que toda suerte de pensamientos que existen en nosotros pertenecen al alma"
(11). Planteaba, además, que así como los pensamientos pertenecen al alma y no dependen del
cuerpo, tampoco las cuestiones del cuerpo dependen del alma. Consideraba un error, por
ejemplo, atribuir el calor o el movimiento del cuerpo a alguna vinculación con el alma. Así, la
33
Para el psicoanalista, la importancia que adquieren algunas ideas en las teorías provienen
de la posición subjetiva del pensador, no del desarrollo científico en sí mismo. Se involucra aquí
también el papel que le toca a la filosofía del teórico, o a su cosmovisión, en sus producciones
conceptuales. Lacan manifiesta: "Henry Ey asevera, con Goldstein, que «la integración es el
ser»" (22).
La aspiración a la integración de aquello que en realidad no lo está es habitualmente
pensada por nosotros a la luz de las primeras conceptualizaciones de Lacan acerca del cuerpo, en
las que se producen avances de significación acerca de la función de la imagen en el infante. Se
ubicará allí la fuente de la representación del cuerpo como forma unitaria. Trataremos más
adelante este punto, que en la perspectiva lacaniana constituye un paso esencial para el estudio
de lo llamado psicosomático.
Merece subrayarse que la fórmula "la integración es el ser" expresa el ideal de la
medicina misma que, en última instancia y en esencia, más allá de lo que pudiera parecer, no es
coincidente con el propio de las ciencias, proclive al análisis y fragmentación de sus objetos. El
ideal del médico que, según ya observamos, se inclina hacia la provisión de ficciones capaces de
aliviar padecimientos, se vale de las producciones de los científicos que le son útiles a ese fin.
No será él quien las someta a una crítica conceptual rigurosa.
Antes de avanzar más, notemos que el término "psicosomático" suele ser aplicado por
los médicos a una variedad de dolencias cuyo conjunto, para ser abarcado, exige un gran número
de categorías. Del asma a la psoriasis, de la tos a la hipertensión, de la úlcera gastroduodenal al
vitiligo, de la tuberculosis a las alergias, etc. El componente lesional resulta un indicador
insuficiente, y debido a que es de definición no siempre precisa puede o no estar presente.
En general, la "lesión" se diferencia de la "disfunción", y ésta de la "inhibición". La
primera tiene pertinencia anatómica y puede ser materia de estudio, por ejemplo, de la anatomía
patológica. La segunda tiene -evidentemente- pertinencia fisiológica, mientras que la tercera
puede ser situada, en sentido amplio, en los terrenos de la psicología. Agreguemos que el
término "inhibición" refiere un concepto del campo teórico freudiano.
Hechas estas salvedades, se constata que no falta el establecimiento de correlaciones y
cooperaciones. Freud observaba que los fenómenos histéricos conversivos, una vez instalados,
pueden dejar alteraciones somáticas transitorias, por ejemplo, un edema o una anemia (23). En
las alergias -se comprueba- generalmente no se encuentran lesiones anatómicas. Hay
"psicosomáticas" transitorias, las hay casi permanentes, las hay momentáneas y las hay mortales;
hay las que son tratables farmacológicamente o por otros medios y las que no lo son; hay las que
ceden a métodos sugestivos, las hay que no. Están las que se hacen presentes periódica o
esporádicamente, así como las que irrumpen en una sola oportunidad. Están las que vinculamos
con acontecimientos de la existencia y las que no parecen relacionarse con dato histórico alguno.
Corresponde recordar que en la clínica psicoanalítica no es a nivel nosológico donde se
sitúa en primer término si un trastorno orgánico constituye propiamente un síntoma. El paciente
comunica malestares y trastornos que tienen diversos grados de alojamiento en la demanda o
requerimiento del que se hace objeto al analista. Ello es índice de cómo y hasta qué punto está
allí involucrado el sujeto, de manera que el trastorno resultará o no analizable -añadamos, "bajo
transferencia"- según si está instalado o es instalable en la demanda. Como se ve, la cuestión
36
¿De qué modo incide el médico en la evolución de una enfermedad orgánica? Hay
acuerdo en que la sugestión puede tener valor instrumental. Asimismo, no se duda en conceder
al buen "amor" del médico hacia el paciente un papel positivo. En la conferencia dada en
Ginebra sobre el síntoma, Lacan observa que lo psicosomático "está en su fundamento
profundamente arraigado en lo imaginario" (26). Evidentemente, se plantean aquí cuestiones a
dilucidar.
A la hora de enfrentar el sufrimiento -hicimos notar- el espíritu psicosomatista de la
medicina no se priva de recurrir a aquello que promete alivio, sea la sugestión u otros recursos.
Comprobamos aquí una vez más que no es plenamente cierto que el cuerpo del que se ocupa el
médico sea estrictamente el organismo diseccionado por las ciencias, pura sustancia extensa.
Señalemos nuevamente que si bien la potencia curativa actual de la medicina, recibida de la
ciencia, está en deuda con Descartes, la medicina en su esencia misma no logra ser cartesiana.
Aunque el reconocimiento que el médico efectúa del organismo debe mantenerse en los
cánones de la observación científica, en su perspectiva general sobre el paciente, así como en las
decisiones que lo afectan, no opera desembarazándose de su "res cogitans". La simple
consideración de las cuestiones del cuerpo en términos de salud y enfermedad es ya un ejemplo.
Es conveniente no olvidar que en el acto médico opera el pensamiento de un cuerpo idealmente
sano. La salud posee, en primera instancia, el estatuto de un pensamiento.
Retomaremos este importante tema más adelante; ocupémonos previamente del cuerpo
conforme es tratado por Lacan en los comienzos de su obra. En sus primeros desarrollos le
concede una función central en la estructuración del mundo del sujeto, concibiéndolo en
términos de imagen. Ésta le ofreció el modo de precisar que el carril del ser humano, en los
rumbos que Freud enseñó, se aleja de la biología. En su texto titulado "La familia" (1938), por
ejemplo, se refiere a la pérdida de las regulaciones biológicas instintivas frente a la función de
un "complejo" que hace de la imago materna el factor dominante en el destete.
Lacan enseña allí que, a diferencia de lo que sucede en el animal, el funcionamiento
orgánico del hombre no se regula conforme a una sencilla fisiología natural; lo afectan de modo
no natural factores que desde temprano él sitúa en el campo de la cultura. Ello será ocasión -
38
según observa- de "traumas psíquicos" en los que podrían encontrarse, por ejemplo, las causas
de neurosis gástricas, anorexias mentales y toxicomanías orales (27).
La función del estadio del espejo merece ser recordada en su clásica definición: "... una
identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término: a saber, la transformación
producida en el sujeto cuando asume una imagen" (28). Una relectura del clásico texto nos
recuerda la observación de Roger Caillois de que los fenómenos del mimetismo muestran al
organismo animal afectado por el espacio antes que por leyes de adaptación.
Notemos que el órgano de la visión permite la influencia de la luz sobre el organismo de
un modo altamente discriminado, haciendo posible un particular nexo con elementos distantes
del medio. Así, la imagen adquiere una función que no debe desestimarse en las relaciones entre
el organismo (innenwelt) y la realidad que lo circunda (umwelt) (29).
Las ideas de Lacan acerca del estadio del espejo se verifican en las observaciones de
bebés, que enseñan la anticipación en la representación imaginaria del control de los órganos del
movimiento. Es notable que las observaciones de los primeros meses de vida de los bebés no
destaquen con mayor frecuencia que muchas de las acciones que se dirigen al exterior, así como
la mayor parte de las habilidades motoras que se desarrollan, no se organizan en el inicio
conforme a su utilidad vital sino a partir de las configuraciones imaginarias en que se hacen
presentes. El control de la propia mano, por ejemplo, es anticipado por la imagen de su
movimiento formada desde la visión del movimiento de la mano del otro.
Nuestro autor observó que, en virtud de la imago, las sensaciones dispersas se integran
en una totalidad, en forma "ortopédica" -señala- por la cual el Yo asume una identidad
"enajenante" (30). Deberemos tener en cuenta en nuestro tema este papel "ortopédico" que la
imago tiene en la constitución humana, concepto en el que la entidad biológica del humano
puede ser pensada incluyendo elementos que le son ajenos: efectivamente, ortopédicos.
La función de la imagen será decisiva en el surgimiento del sentimiento que llamamos
"de sí mismo". Lacan indicó que, en la medida en que las representaciones del propio cuerpo y
del Yo se constituyen de modo similar a las de un objeto en el espacio imaginario, las
percepciones del organismo se sitúan y ordenan en este terreno. Sin la operación de la imagen,
las sensaciones íntero y propioceptivas permanecerían incoordinadas, vinculadas en forma
aislada a los estados fisiológicos de los diversos órganos. Ello es inherente a la prematuración
específica del hombre, caracterizada por Lacan como fase del "cuerpo fragmentado".
Agreguemos ahora que, a partir de que el Yo se reconozca en una imagen, las
sensaciones provenientes de los órganos del interior del cuerpo serán registradas como exteriores
al Yo. Se constituye así un "exterior" dentro del "interior" del cuerpo. Años después, Lacan
acuñará el término "éxtimo" (31), del que lo recién formulado constituye un antecedente.
Como se puede advertir, el cuerpo en el que el sujeto llega a reconocerse no es el mismo
que el de las sensaciones caóticas vinculadas a los órganos de su interior. Este cuerpo, que
percibimos en el terreno espacial de los objetos, se diferencia del organismo como conjunto, no
necesariamente unificado, de órganos. Lacan entendió que los órganos, en aquello que un
psicoanalista puede llegar a reconocer, sólo entran en consideración en el plano del
autoerotismo. En los inicios de 1955, en su segundo seminario, se refirió a lo psicosomático
presentándolo como una "masa investida de libido en el interior del organismo, de la que... se
nos escapan tanto sus relaciones internas como su entropía" (32).
Es preciso destacar también diferencias entre los órganos y el organismo. En su
seminario sobre los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan se ocupó de la
oposición que mantienen entre sí. Su idea era que el organismo tiene problemas con los órganos,
pudiendo incluso sucumbir al crecimiento excesivo de uno de ellos. A esa altura de su
39
pensamiento, la noción misma de "instinto" en la biología era pensada como una especie de
"moral" del órgano (33). Es difícil no inclinarse a establecer un paralelo entre esta ausencia de
ajuste o adecuación plena en la vinculación de los órganos con el organismo y la nota díscola
que representan las afecciones psicosomáticas en relación a los procesos orgánicos que
preservan una homeostasis general.
Aún antes, en su seminario sobre el Yo, Lacan ubicaba a las denominadas "reacciones
psicosomáticas" por fuera del marco de las relaciones narcisistas Yo-objeto. En esa época de su
enseñanza, se había dedicado a mostrar la sujeción del registro imaginario al orden simbólico.
Tengamos presente también que los conflictos narcisísticos y objetales, de orden imaginario, son
característicos de las neurosis. Lacan consideraba, por lo tanto, que los trastornos
psicosomáticos no son construcciones neuróticas.
Añadamos, en la perspectiva de esta tesis, que mientras en las neurosis encontramos con
relativa facilidad la articulación entre los registros imaginario y simbólico, ello no sucede en los
trastornos que llamamos psicosomáticos. "Se trata -decía Lacan en aquel seminario- de una
relación que se encuentra siempre en el límite de nuestras elaboraciones conceptuales... Las
relaciones psicosomáticas se sitúan a nivel de lo real" (34). En resumen, su perspectiva en ese
momento era que se trata de procesos "auto-eróticos", que no juegan ningún papel en la relación
con el semejante, "exceptuados" -puede decirse- de vinculación con él.
Lacan observó también que no podemos saber cómo operan estos procesos autoeróticos
a nivel de los órganos (35). En su tercer seminario retomó el concepto de que se trata de
estructuraciones completamente diferentes a las neuróticas: "sin dialéctica alguna -manifestaba-
sin que ninguna interpretación pueda marcar su correspondencia con algo que pertenezca al
pasado del sujeto" (36). Al mismo tiempo, admitía la posibilidad de que, aun sin la mediación
que implicaría el pasaje por la dialéctica del Otro, en estos casos se produjeran "inscripciones"
directas sobre el mismo cuerpo.
Destaquemos, sin embargo, que en la medida en que en tales inscripciones puede tratarse
de un "conflicto", ellas están adscriptas a lo simbólico (37). La ausencia de dialéctica no implica
necesariamente la inexistencia de las complejidades y conflictos propios del mundo del símbolo.
Se encuentra ya allí la idea de Lacan de que lo psicosomático no es una estructura simple o
elemental, asemejándose, por el contrario, a un complejo jeroglífico.
Agreguemos que el concepto de una exclusión del autoerotismo de los órganos hacia
afuera del narcisismo no tiene por qué implicar una completa ausencia de conexiones entre ellos.
Apuntemos que Leclaire, comentando el texto de Freud "Introducción al narcisismo" en el
seminario de Lacan de 1953, manifiesta que los cambios en la erogeneidad de un órgano pueden
ser paralelos a cambios de las cargas libidinales en el Yo (38). En esa misma perspectiva,
recordemos que Freud vinculaba la excitación de una zona cualquiera del cuerpo con la
excitación sexual. Como se puede apreciar, los conceptos freudianos de libido de objeto y de
libido del Yo, así como el de narcisismo primario, deben ser considerados con detenimiento en
el estudio de estos temas. No avanzaremos ahora en esa dirección, centrándonos en otros
aspectos de la construcción del cuerpo en el campo imaginario.
Hemos señalado que el cuerpo es una unidad para el sujeto a partir de la función de la
imagen; agreguemos otras consideraciones. En su primer seminario, Lacan observó que, en
40
óptica, una imagen es definida por la correspondencia que guarda cada uno de los puntos que la
integran con otros tantos puntos del objeto representado (39). El establecimiento de estas
correspondencias -notemos- supone un campo de coordenadas en el que se verifica un punto de
perspectiva único y común a todo el conjunto. Según Lacan, estas ideas elementales son
aplicables a la constitución de la representación del cuerpo propio así como de la realidad del
"umwelt", y se verifican tanto en el hombre como en el animal.
Para establecer la diferencia entre ellos, es preciso tener en cuenta que en el animal
desde el comienzo todo apunta a la coincidencia entre el objeto real y la imagen (40). En el
hombre, por el contrario, nada se adapta de inicio. El símbolo acaba con la posibilidad de que el
campo imaginario se constituya en coincidencia con el de los objetos reales. Lacan se vale del
esquema de los dos espejos -que presenta también en su primer seminario- para mostrar el modo
en que la función simbólica interfiere y determina las adecuaciones e inadecuaciones entre lo
imaginario y lo real (41).
Allí se puede entender por qué, a diferencia de lo que sucede en el animal, las imágenes
que condicionan al hombre se construyen en la perspectiva de un punto que se ubica más allá del
terreno propiamente imaginario. Destaquemos que el punto de la perspectiva desde el cual se
constituye la realidad imaginaria del hombre es denominado por Lacan "Ideal del Yo", en
correspondencia -según él mismo señala- con el uso del término "Ich-ideal" por Freud.
En el tercer apartado de "El Yo y el Ello", el fundador del psicoanálisis había ubicado en
el Ideal del Yo a "la primera y más importante identificación del individuo" (42). Se trata allí de
una identificación con la instancia parental, caracterizada por no confundirse con la carga
libidinal del objeto. En efecto, Freud la refiere diciendo que "no parece el resultado ni el
desenlace de una investidura de objeto: es una identificación directa e inmediata (no mediada), y
más temprana que cualquier investidura de objeto" (43). Este concepto coincide con el de Lacan:
el Ideal del Yo está por fuera del espacio imaginario en el que se desarrolla la dialéctica entre
«innenwelt» y «umwelt».
El esquema de los dos espejos permite mostrar, además, que desde el Ideal del Yo el
sujeto -según indica Lacan- "dirigirá su mirada al espejo A para obtener entre otros efectos tal
espejismo del Yo Ideal" (44). Sin detenernos aquí, indiquemos que el Yo ideal es la imagen
inherente a las investiduras narcisísticas, función de las relaciones especulares con el semejante.
Allí podemos situar al Yo en tanto cuerpo, correspondiéndole como primera cualidad la
integridad, en la que habrá finalmente de asentarse la noción de salud. Efectivamente, a nivel del
Yo ideal el cuerpo es el cuerpo sano, representado como íntegro, afirmándose en él el ideal
mismo de salud.
En el sentido expresado, que un cuerpo sea sano supone que sólo puede ser uno, "no
dos", puesto que tal integridad se caracteriza por la continuidad espacial que la imagen ofrece.
Agreguemos que tanto el concepto de cuerpo como el de organismo son impensables sin partir
de la función unificante del "Uno". Es evidente que sin esta función la idea de homeostasis
orgánica carecería de sentido. El cuerpo sano, por lo tanto, es "uno", esto es: un "entero"; no es
lo fraccionario sino lo entero lo que cuadra al cuerpo en tanto sano. Se deberá recordar, al
mismo tiempo, que el cuerpo sano, concebido sobre el modelo de la referida continuidad
espacial, no se confunde con el organismo vivo que funciona homeostática y satisfactoriamente
o no.
Subrayemos que la función de la imagen conduce al concepto de una clara separación
entre cuerpo y organismo. Es en esta perspectiva que Lacan menciona el "poco acceso que tiene
el sujeto a la realidad de ese cuerpo, que pierde en su interior" (45). El narcisismo de la imagen
se ocupa de vaciar al cuerpo del autoerotismo de los órganos. En "El Atolondradicho", Lacan
41
escribirá que "el cuerpo de los hablantes está sujeto a dividirse de sus órganos" (46).
Inversamente, en la medida en que los trastornos orgánicos hacen presentes a los órganos, los
psicoanalistas nos encontramos con un retorno del autoerotismo excluido, único modo en que lo
orgánico es registrable en la especificidad de nuestra experiencia.
Destaquemos también, en correspondencia con el concepto de Lacan de que lo
psicosomático mantiene un profundo arraigo en lo imaginario, que la función especular no es
desdeñable en lo que concierne al "equilibrio" orgánico. La fase del espejo -ya lo indicamos-
enseña que el narcisismo juega un papel compensatorio de la prematuración del organismo.
Hemos aludido al papel "ortopédico" de la imagen narcisista, lo que autoriza a pensar que, para
un funcionamiento "saludable", no basta con que las diferentes partes del organismo estén en
buenas condiciones y sean capaces, por sí mismas y en el conjunto, de realizar las tareas para las
que están "naturalmente" preparadas; es preciso que la intervención rectora del sistema nervioso,
ella también orgánica, opere en igual dirección.
Paralítico a consecuencia de un accidente, un joven que se mantiene vivo gracias a un
respirador artificial y a otros órganos artificiales, pide a los médicos que lo dejen morir.
Evidentemente, los órganos habitualmente ausentes del registro imaginario se presentan de
modo tal que la imagen narcisista cabalmente se secciona en elementos separados y dispersos. El
insoportable daño en el narcisismo se muestra palmariamente "descarnado" en ese organismo
distribuido por la habitación. Sin velo alguno, la esquizia de la vida, su fragmentación original,
queda a la vista.
Este caso permite advertir que los órganos, en la perspectiva del psicoanalista, no
cumplen un papel complementario respecto del cuerpo. Por el contrario, tal como es concebido
por Lacan y como este caso lo prueba, ellos dividen, "agujerean", al cuerpo. La aparición de los
órganos en escena no puede sino desbaratar la función imaginaria de compaginación corporal
que el narcisismo introdujo, consistente, según dijimos, en vaciar al cuerpo del autoerotismo
inherente al registro de los órganos.
Habrá que vincular a lo mencionado la referencia de Lacan, en su conferencia en
Ginebra, al "goce específico" que cabría reconocer en los trastornos psicosomáticos (47). Este
punto será retomado luego de haber efectuado otras precisiones; basta señalar ahora que, si fuera
pertinente considerar en lo psicosomático un goce específico, deberá diferenciarse del goce
narcisista.
Detengámonos en la función del Ideal del Yo para precisar que se trata de un significante
en el campo simbólico, clave para la constitución del Yo en su identificación con la imagen del
cuerpo unificado. Esta función proviene -no podría ser de otra manera- de la intervención del
Otro, que le concede una posición particular. Valiéndonos del esquema óptico de los espejos,
podemos entender que según sea la ubicación que ocupa el Ideal del Yo se forman tales o cuales
imágenes. De esta manera se demarca, incluso, aquello que no habrá de integrarse en ellas.
Subrayemos la importancia que tiene en el terreno de lo psicosomático la función del
Ideal del Yo. En principio, es este significante y no -por ejemplo- el del padre, el que está
especialmente involucrado. Cabrá tenerlo en cuenta para situar estos fenómenos en relación a las
neurosis y a las psicosis.
Consideremos ahora que, en correspondencia con que la sugestión demuestra a veces ser
instrumental en lo que atañe a las dolencias orgánicas, las vicisitudes del narcisismo en general
suelen cumplir también un papel. En efecto, la incorporación del campo imaginario en el
funcionamiento del organismo biológico hace posible entender por qué, si bien las enfermedades
psicosomáticas no se confunden con las neurosis, son frecuentes en los neuróticos.
La común sensibilidad y labilidad del narcisismo muestra su supeditación al estado de
42
los vínculos. Puesto que la estructura de los vínculos es discursiva, también por el camino del
narcisismo el mundo del símbolo parece afectar el orden orgánico. Por eso es posible enfermar
por falta de amor, o por exceso de él. En la histérica, por ejemplo, la típica certeza de no ser
amada puede acompañarse de una predisposición a contraer enfermedades. Mencionemos el
caso de una mujer joven, analizante, que durante su primer matrimonio -nada feliz- padecía con
marcada frecuencia estados gripales, resfríos y anginas, sin que la medicina pudiera sanarla. De
modo notable, estos episodios desaparecieron completamente luego de su divorcio y comienzo
de una nueva relación amorosa.
La misma analizante relataba que durante sus males de amor desarrollaba una obsesiva
búsqueda de la mirada del prójimo. Refería, por otra parte, que al quedarse sola encontraba
alivio para sus malestares corporales mirándose al espejo. El caso ofrece una buena ilustración
para considerar no sólo la intervención de la función de la imagen sino también de la del
significante y de la del goce.
Si bien se constata que el amor cura, no se trata de cualquier amor. Es clave en estas
circunstancias el lugar que el sujeto se ve ocupando en la perspectiva de su Ideal, en virtud de lo
cual a veces se hace necesario contar, para lograr la cura, nada menos que con el amor de Dios,
como en el caso de muchos "milagros".
Los ejemplos que enseñan la incidencia del Ideal pueden ser muchos y variados.
Consideremos el caso, que no carece de parecidos con los mencionados, de la muerte de una
joven deportista acaecida después de un accidente que la había dejado paralítica de los
miembros inferiores. Dedicada al perfeccionamiento de su cuerpo y al pulimiento de su belleza,
tanto su vida de relación cuanto el reconocimiento social del que gozaba giraban plenamente -
según ella misma afirmaba- en torno a sus atractivos físicos. Sumida en una profunda depresión,
contrajo una neumonía que empeoró irremediablemente hasta llevarla a la muerte.
Comentemos, a propósito de estos casos, que no hay razones para suponer que al
ocuparse de lo psicosomático Lacan prescindía de su concepto de que la experiencia analítica
requiere la consideración de tres registros: imaginario, simbólico y real. En el psicoanálisis se
comprueba que la integridad del cuerpo se desmonta o se restituye en virtud de un particular
anudamiento de estos registros, tema que será necesario retomar.
Hemos recorrido aquí algunos aspectos de la función de la imagen regulada por el
símbolo conforme a lo enseñado por Lacan mediante el esquema óptico de los espejos.
Señalemos ahora que este esquema, también conocido como "de los ideales de la persona",
resulta limitado si nuestra atención deja de focalizarse en la constitución del Yo y el narcisismo
para ocuparse de la determinación significante del sujeto en tanto deseante. Por eso Lacan dirá
textualmente de este esquema que "corresponde a un tiempo preliminar de nuestra enseñanza en
que necesitábamos desbrozar lo imaginario como demasiado apreciado en la técnica", para luego
indicar: "ya no estamos en eso" (48).
En la medida en que Lacan avanzó en la idea de que lo real pone un límite al alcance de
la palabra, el esquema óptico deja de ser apto para reflejar estos conceptos. Dirá más tarde que
ese esquema "no deja más esclarecida la posición del objeto a. Pues imaginando un juego de
imágenes, no podría describir la función que ese objeto recibe de lo simbólico" (49). Se trata
ahora, para lo que nos interesa, de que el despliegue de la teorización de Lacan acerca de la
índole del registro simbólico, pivoteada sobre el concepto de objeto a, resitúa y redimensiona sus
primeras concepciones sobre el cuerpo. Veremos así al cuerpo del estadio del espejo, que había
sido unificado bajo la operación del Ideal, fragmentarse bajo las "mortificaciones" que le inflige
el significante.
43
8. El dualismo estalla.
Demos precisión el estatuto de la vinculación del sujeto del psicoanálisis con el cuerpo.
Manifiesta Lacan: "El compromiso del hombre que habla en la cadena significante, con ... ese
cimiento del deseo..., no está en que el cuerpo en su funcionamiento ... nos permitiría explicarlo
todo por una reducción del dualismo del Umwelt y del Innenwelt, sino en que siempre hay en el
cuerpo... a causa de ese compromiso de la dialéctica significante, algo separado, inerte ... la libra
de carne" (61).
Hace a la captura del ser vivo en la estructura del significante que algo de la carne sea
separado y excluido. Destaquemos, respecto de cualquier trastorno somático, que es percibido en
primera instancia por el sujeto como algo separado de sí mismo, de manera que es posible que
una dolencia física sea sentida no sólo como pérdida de placer sino como aquella "libra de
carne" cuya entrega Shylock -en "El Mercader de Venecia"- reclamaba como pago de una
deuda. Una enfermedad, tengámoslo presente, bien puede considerarse un castigo.
El hombre está inexorablemente sujeto al sufrimiento de su cuerpo, no menos que el
animal, aunque sólo el primero es capaz de concebir sus dolores como castigos de los dioses. La
diferencia entre la enfermedad del humano y la del animal se esclarece notando que el primero
la representa en el campo del lenguaje, el animal, no. Por eso, el ser hablante la enfrenta en dos -
y sólo en dos- formas posibles: como padecimiento identificado o como padecimiento no
identificado. En el primer caso la enfermedad tiene nombre y constituye un elemento
significante del discurso, en el segundo, si bien no puede afirmarse que no sea ubicable en el
campo del discurso, su función no es estrictamente definible como significante.
Conviene aclarar que el concepto lacaniano de cuerpo no se reduce al de la imagen
especular que libera al sujeto de las vivencias anárquicas del cuerpo fragmentado. Afirmar que
el cuerpo ha sido capturado por el significante no implica, según ya señalamos, que se haya
convertido en un "doble" físico de la esfera mental o de los pensamientos conscientes,
preconscientes o inconscientes. En primer lugar, sólo indica que la integridad imaginaria del Yo
(moi) ha sido cortada y fragmentada. Este corte, fundamental en el concepto lacaniano de cuerpo
afectado por el significante, separa al sujeto de algo que será referido ya como objeto, ya como
goce.
Añadamos que la importancia que da Lacan al concepto freudiano de pulsión de muerte,
y a la metáfora del retorno a lo inanimado, indica que el "ser" propio del sujeto se instala en un
terreno diferente al de la vida biológica. La idea de Lacan, además, es que, para poder "ser", el
sujeto no sólo tendrá que entregar partes de su cuerpo, sino que deberá también desprenderse del
cuerpo todo (62). Cabe, eso sí, la salvedad de que el verbo "ser" sólo por un forzamiento puede
aplicarse al sujeto del psicoanálisis en tanto tal, resistente a identificarse con esencia alguna.
Notaremos que la conceptualización lacaniana, partiendo de la noción de una separación
esencial del sujeto respecto del cuerpo, se diferencia desde los fundamentos de pensamientos
psicosomatistas como el de M. Sami-Ali, por ejemplo, quien propone abordar estas cuestiones
desde una "epistemología analítica". Sami-Ali, en una posición diferente de la de Lacan, afirma
que "el sujeto es ante todo una totalidad psicosomática" (63). Recordemos que en el
pensamiento de Lacan la estructura de escisión que caracteriza al sujeto conduce a desestimar la
idea de que el psicoanalista pueda acceder a alguna forma de "totalidad". Si ello fuera posible,
no habrían inconvenientes para suponer que tal totalidad es "psicosomática".
Nos parece aquí necesario insistir en que la imagen tiene una función central en el
establecimiento de las relaciones entre el organismo y el medio. En lo que atañe a la imagen
47
mundo.
En la concepción freudiana no todo el Yo está montado a partir de la percepción. Freud
dirá que si se tratase solamente de esto las cosas serían harto sencillas. En ese caso, nuestra tarea
podría reducirse a ajustar el foco de la máquina fotográfica. Sin embargo, Freud se encuentra
con que las cosas no se adecuan; por eso le es necesario considerar una división dentro del
mismo Yo: el Superyó o ideal del Yo (68). Todo en la experiencia analítica conduce al
encuentro de trastornos e interferencias que impiden dar cuenta de lo que atañe al humano en
términos de relaciones biunívocas o especulares.
Hemos podido entender por qué el término "psicosomático" sugiere una lectura dualista,
es decir, la perspectiva de una correspondencia entre dos planos, o incluso entre dos esferas.
Señalemos que, en términos topológicos, una esfera funciona de manera equivalente a una
superficie bilátera, en la que a cada punto de una cara corresponde un punto en la otra cara. Tal
correspondencia opera en nuestra cotidiana intuición del ser humano, en la que lo imaginamos
cuerpo y psique, distintos pero inseparables, paralelos a la vez que indivisos.
Hemos destacado también que la índole de la experiencia psicoanalítica nos sitúa en un
terreno de escisiones, asimetrías y separaciones que no se corresponden puntualmente con la
separación entre res cogitans y res extensa propia del dualismo cartesiano. En su seminario
llamado "Problemas cruciales para el psicoanálisis", Lacan relativiza la separación cartesiana de
las dos sustancias, manifestando no estar seguro de la ausencia de trama común entre ambas
(69). Un tiempo después, en su seminario "R.S.I.", este concepto adquirirá madurez en el
anudamiento de los registros imaginario, simbólico y real. Lacan afirma allí no sólo que "el
pensamiento no es sino la extensión" (70), también que "la cogitación permanece pegoteada por
un imaginario que está enraizado en el cuerpo" (71).
Es momento de tener en cuenta que son muchos los psicoanalistas que han puesto
énfasis en la existencia de una íntima solidaridad entre el pensamiento y el cuerpo. Recordemos
que alguien de la talla de Winnicott afirmó "que puede estudiarse la mente de un individuo en la
medida en que ella se especializa a partir de la parte psíquica del psique-soma" (72). Destacaba
así que no se debía distinguir entre la psique y el soma, aunque también puntualizaba que el
individuo "no siente que la psique esté localizada en el cerebro o en cualquier otro lugar" (73).
¿Cómo concebir esta particular conexión entre pensamiento y cuerpo? Será preciso extraer
todas las consecuencias de estas referencias, que imponen relativizar la oposición que habiamos
señalado, por ejemplo, entre las perspectivas de Lacan y de Sami-Ali.
Cuando Lacan afirma que el pensamiento es extensión, admitiendo la existencia de
trama común entre pensamiento y cuerpo, concibe a ambos como continuidades espaciales. Lo
pensado, tanto como lo pensable, es entonces representable como un espacio continuo.
Recordemos, además, que Freud, al separar al inconsciente, en el sentido radical del término, de
lo pensado y de lo pensable, lo concibió como un factor fundamental de discontinuidad en el
sentido. Podemos ahora, en consecuencia, subrayar que mientras la trama común que
constituyen pensamiento y cuerpo es representable como continuidad espacial, lo inconsciente
interviene allí como disrupción o interrupción de tal continuidad.
A partir de lo enunciado, comprobamos que Lacan conduce a revisar la idea de que la
ciencia moderna se apoya en la separación cartesiana entre pensamiento y extensión, para
proponer que allí encontramos una diferencia y división más fundamental: entre el inconsciente
y la representación como extensión. Este concepto aclara aspectos de la relación del sujeto del
inconsciente con el sujeto de la ciencia.
En lo que atañe a la cuestión psicosomática, percibimos la necesidad de avanzar en la
dilucidación de los diferentes modos posibles de incidencias inconscientes en las dolencias
49
referidas. Expresado de otra manera: se trata de esclarecer el alcance de las interferencias del
Otro (Otro como conjunto de significantes) en las funciones del organismo. Comprobaremos
aquí que las categorías cartesianas resultan insuficientes. "Ese campo del Otro", manifiesta
Lacan, "se inscribe en coordenadas cartesianas, en un espacio de tres dimensiones", pero precisa:
"no ya de espacio sino de tiempo" (74). Por el camino del corte introducido por el tiempo, en el
psicoanálisis el dualismo cartesiano estalla.
refiriéndose a la alucinación del dedo seccionado de el hombre de los lobos, discurre Lacan
sobre un aspecto de ese fenómeno que escapa a funciones propiamente semánticas. Allí escribe:
"Las correlaciones del fenómeno nos enseñarán más para lo que nos interesa que el relato que lo
somete a las condiciones de transmisibilidad del discurso" (79). Sin entrar ahora en una
comparación sistemática con la psicosis -sin duda necesaria- encontramos en la marginación de
las funciones comunicativas del discurso una analogía clínica con los fenómenos elementales en
la psicosis.
Será preciso avanzar también hacia un mayor esclarecimiento de la diferencia entre el
organismo, entendido como conjunto de órganos, y el cuerpo. Hemos considerado que en el
contexto del pensamiento de Lacan el término cuerpo no tiene un único sentido. Vimos que el
cuerpo especular es diferente del que experimentamos en nuestro interior; mientras este último
sólo es percibido fragmentariamente, el especular lo es en forma global y unitaria. Es evidente
que estas nociones, diferenciadas de la de organismo, no ocupan con frecuencia a los biólogos.
Lacan mostró que la pregnancia de la representación globalizante del cuerpo sostiene
una "nostalgia de la esfera", condición de posibilidad de la manera usual de imaginar la
homeostasis orgánica. De este modo, la función imaginaria inclina a médicos, biólogos y
muchos psicólogos a compartir la metáfora del "welt innen et um", que encontramos en las ideas
habituales que se refieren al organismo (80).
El recurso a las estructuras topológicas proviene de que es preciso tener en cuenta
realidades que se resisten a ser ceñidas por nuestro raciocinio común. Lacan destacó que la
superficie topológica con la que cabe concebir al organismo biológico es el toro, puesto que está
agujereada y atravesada por un espacio central que comunica y continúa al espacio exterior. Es
propio de una superficie tórica que no puede ser abarcada de manera completa excluyendo al
exterior, como resultado de que el exterior -el "afuera"- se continúa en el "adentro" del agujero
central interior (81). Una consecuencia necesaria de esta observación es la imposibilidad de
tener el todo del organismo en la mano.
Habíamos mencionado que Lacan piensa a la estética de modo diferente a Kant, que la
entendía como ciencia de los principios a priori de la sensibilidad (82). Esta concepción, según
referimos, fue objetada por Lacan, quien pensó que las formas de la intuición se constituyen en
el campo del discurso, siendo, en consecuencia, no "a priori" sino contingentes. Por lo tanto, si
los parámetros de nuestra conciencia no son universales, no es conveniente postergar la tarea,
propuesta por Lacan y siempre inconclusa, de "reconstituir para nosotros la estética que nos
conviene y que conviene a nuestra experiencia" (83).
Los fenómenos llamados psicosomáticos no parecen prestarse a una intelección
adecuada a partir de la representación de un organismo concebido esférico y homeostático.
Muchas remisiones de dolencias somáticas calificadas de espontáneas y las consideradas efectos
de sugestión, enseñan que el Psicoanálisis se encuentra en este campo con los límites de sus
propias categorías. Por eso se trata, en la línea de nuestra propuesta, de indagar en los principios
mismos de los que se parte.
Hemos querido poner énfasis en la idea de que todo en el modo espontáneo de intuir
predispone a desconocer, esconder o descaracterizar la incidencia del significante, quedando
nuestras representaciones conscientes capturadas sin crítica en el campo imaginario. Vimos que
allí se enraíza la estética que sostiene el dualismo mente-cuerpo, el cual fue entendido por Lacan
como una estructura de desconocimiento.
En el caso de los llamados fenómenos psicosomáticos, es claro que la consideración del
papel del significante requiere de las formalizaciones de Lacan más avanzadas. Pero no se trata
sólo de la utilidad de la topología, será también necesario considerar las operaciones del
51
lenguaje atendiendo a los desarrollos últimos de la lógica, que aporta conceptos claves para una
crítica de las nociones empíricas con que se orienta habitualmente la clínica.
Lacan se valió del concepto de un objeto vacío de todo carácter representacional o
empírico (objeto "a") en el estudio del movimiento interno de la lógica, como se constata en sus
análisis del concepto de número y de nombre propio. Se apoyó, por ejemplo, en la idea
demostrada por G. Frege de que "no hay deducción empírica posible de la función del número"
(84). De este modo, la intelección del número debía desligarse de la intuición. Lacan refirió la
utilidad del concepto de número para encarar los fenómenos psicosomáticos. Reconocemos en
ello un aspecto de la búsqueda de una nueva estética capaz de dilucidar las especificidades del
campo que nos ocupa.
Referencias bibliográficas.
1. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XI - Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
(Buenos Aires, Ed. Paidos, 1987), pp. 18 y 239.
2. Cf. J. Lacan, "La ciencia y la verdad", Lectura estructuralista de Freud, (México, Siglo XXI
Ed., 1971), pp. 341 y 342.
3. Cf. René Descartes, Discurso del método, (Madrid, Ed. Sarpe, 1985), p. 92.
4. J. Lacan, "Acerca de la causalidad psíquica", Suplemento de Escritos, (Barcelona, Ed. Argot,
1984), p. 67.
5. J. Lacan, "Psicoanálisis y Medicina", Intervenciones y Textos, (Buenos Aires, Ed. Manantial,
1985), p. 92.
6. Cf. idem..
7. Cf. Lacan, "La ciencia y la verdad", op. cit., p. 341.
8. R. Descartes, Meditaciones metafísicas - Las pasiones del alma, (Madrid, Hyspamérica,
1981), p. 37.
9. Lacan, "La ciencia y la verdad", op. cit., p. 340.
10. Idem., p. 345.
11. Descartes, Meditaciones..., op. cit., p. 102.
12. Idem., p. 103.
13. DSM-IV Draft Criteria, (Washington D.C., American Psychiatric Association, 1993), p. A:7.
14. Lacan, "Psicoanálisis y medicina", op. cit., p. 92.
15. Idem.
16. Idem.
17. Descartes, Meditaciones..., op. cit., pp. 113-114.
18. Idem..
19. Cf. Henry Ey, P. Bernard, y Ch. Brisset, Tratado de psiquiatría, (Barcelona, Ed. Toray -
Masson, 1969), p. 74.
20. J. Lacan, "Acerca de la causalidad psíquica", op.cit., p.77.
21. Idem..
22. Idem, p. 68.
23. Cf. S. Freud, "Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis
motrices, orgánicas e histéricas", Obras Completas, Vol. I, (Buenos Aires, Amorrortu Ed.,
1986), p. 206.
24. DSM-IV Draft Criteria, op. cit., p. A:7.
52
25. Idem..
26. J. Lacan, "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", Intervenciones y textos, Nº 2, (Buenos
Aires, Ed. Manantial, 1988), p. 140.
27. Cf. J. Lacan, La familia, (Buenos Aires, Ed. Argonauta, 1987), pp. 31 y 32.
28. J. Lacan, "El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela
en la experiencia psicoanalítica", Lectura estructuralista de Freud, op. cit., p. 12.
29. Idem., p. 14.
30. Idem., p. 15.
31. J. Lacan, El Seminario - Libro VII - La ética del psicoanálisis, (Buenos Aires, Ediciones
Paidós, 1988), p. 171.
32. J. Lacan, El Seminario - Libro II - El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica,
(Buenos Aires, Ediciones Paidós, 1984), p. 148.
33. J. Lacan, El Seminario - Libro XI - Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
(Buenos Aires, Ediciones Paidós, 1987), p.p. 108-109.
34. J. Lacan, El Seminario - Libro II, op. cit., p. 150.
35. Cf. idem., p. 149.
36. J. Lacan, El Seminario - Libro III - Las psicosis, (Buenos Aires, Ediciones Paidós, 1985), p.
446.
37. Cf. idem..
38. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro I - Los escritos técnicos de Freud, (Buenos Aires,
Ediciones Paidós, 1981), p. 199.
39. Cf. idem., p. 190.
40. Cf. idem., p. 210.
41. Cf. idem., pp. 211-212.
42. S. Freud, "El Yo y el ello", Obras completas, Vol. I, (Madrid, Ed. Biblioteca Nueva, 1948),
p. 1199.
43. S. Freud, "El yo y el ello", Obras Completas, Vol XIX, (Buenos Aires, Ed. Amorrortu,
1992), p. 33.
44. J. Lacan, "Observación sobre el informe de Daniel Lagache: Psicoanálisis y estructura de la
personalidad", Escritos II, (México, Siglo XXI Editores, 1978), p. 301.
45. Idem., p. 297.
46. J. Lacan, "El Atolondradicho", Escansión 1, (Buenos Aires- Barcelona, Ed. Paidos, 1984), p.
26.
47. Cf. J. Lacan, "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", op. cit., p. 139.
48. J. Lacan, "Observación sobre el informe de Daniel Lagache: ...", op. cit., p. 303.
49. Idem., 304.
50. J. Lacan, El Seminario - Libro X - La angustia, (inédito), clase del 8 de abril de 1963.
51. Cf. idem..
52. Cf. A. Kojeve, La idea de la muerte en Hegel, (Buenos Aires, Ed. Leviatan, 1982), passim.
53. Lacan, "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis", Lectura
estructuralista de Freud, op. cit., p. 118.
54. Cf. S. Freud, "Análisis fragmentario de una histeria", Obras completas, Vol. II, (Madrid,
Biblioteca Nueva, 1948), p. 527.
55. J. Lacan, "Radiofonía", Psicoanálisis - Radiofonía y Televisión, (Barcelona, Ed. Anagrama,
1977), p. 19.
56. J. Lacan, "La significación del falo", Lectura estructuralista de Freud, op. cit., p. 282.
57. J. Lacan, Radiofonía, Psicoanálisis - Radiofonía y Televisión, (Barcelona, Ed. Anagrama,
53
1977), p. 18.
58. Jean Guir, Psicosomática y cáncer, (Barcelona, Ed. Paradiso, 1984), p. 22-23.
59. Idem., p. 19.
60. "Le clivage du sujet et son identification", Scilicet 2/3, (Paris, Ed. du Seuil, 1970), p. 113.
61. J. Lacan, El Seminario - Libro X - La angustia, (inédito), clase del 8 de abril de 1963.
62. Cf. J. Lacan, "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano",
Lectura estructuralista de Freud, op. cit., p. 314.
63. M. Sami-Ali, Cuerpo real, cuerpo imaginario. Para una epistemología psicoanalítica,
(Buenos Aires, Ed. Paidos, 1992), p. 13.
64. J. Lacan, El Seminario - Libro IX - La identificación, (inédito), clase del 2 de mayo de 1962.
65. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XXII - R.S.I., (inédito), clase del 14 de enero de 1975.
66. J. Lacan, El Seminario - Libro IX - La identificación, (inédito), clase del 2 de mayo de 1962.
67. S. Freud, "El Yo y el ello", Obras completas, Vol. 19, (Buenos Aires, Amorrortu Ed., 1984),
p. 27.
68. Cf. idem, p. 30.
69. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XII - Problemas cruciales para el psicoanálisis, (inédito),
clase del 13 de enero de 1965.
70. J. Lacan, El Seminario - Libro XXII - R.S.I., (inédito), clase del 18 de febrero de 1975.
71. Idem., clase del 8 de abril de 1975.
72. D. W. Winnicott, "A mente e sua relaçâo com o psique-soma", Textos selecionados: da
pediatria à psicanálise, (Rio de Janeiro, Livraria Francisco Alves Ed., 1978), p. 410.
73. Idem., p. 411.
74. J. Lacan, El Seminario - Libro XII - Problemas cruciales para el psicoanálisis, loc. cit..
75. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro IX - La identificación, (inédito), clase del 9 de mayo de
1962.
76. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XXII - R.S.I., (inédito), clase del 18 de marzo de 1975.
77. Jacques-Alain Miller, "La topología en la enseñanza de Lacan", Matemas - I, (Buenos Aires,
Ed. Manantial, 1987), p. 85.
78. Idem..
79. J. Lacan, "Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la `verneinung' de Freud",
Escritos - II, (México, Siglo XXI Ed., 1978), p. 150.
80. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro IX - La identificación, op. cit., clase del 7 de marzo de
1962.
81. Cf. idem..
82. Cf. I. Kant, Crítica de la razón pura, Vol. I, (Buenos Aires, Ed. Losada, 1979), p. 173.
83. Lacan, J., El Seminario - Libro X - La angustia, (inédito) clase del 9 de enero de 1963.
84. J. Lacan, El Seminario - Libro IX - La identificación, op. cit., clase del 28 de febrero de
1962.
54
III
CUERPO, RED ORGÁNICA Y CAMPO DEL OTRO
Ello no implica que sea exhaustiva respecto de todas las significaciones posibles, al punto que la
posibilidad de que lo sea en toda su extensión exige que no lo sea en cuanto a sus significaciones
potenciales. El DSM IV, si bien aspira a ser exhaustivo, omite la palabra "neurosis" en la
clasificación; tampoco acepta la entidad psicoanalítica "conversión histérica", que cabría incluir
en la categoría "desórdenes conversivos", que sí está presente. Evidentemente, la ausencia de
tales términos, de uso corriente en el psicoanálisis, supone la eliminación de las significaciones
teóricas correspondientes. Resaltemos que al conservarse la palabra "conversivo", la exclusión
referida, aunque deja de ser completa, logra suprimir la acepción cabalmente psicoanalítica.
Las categorías psicoanalíticas cumplen la función, en última instancia, de indicar los
modos en que el sujeto del inconsciente está involucrado en los padecimientos o desórdenes de
los que se trata. Cabe la pregunta: ¿qué ventajas ofrece, en lo que al sujeto atañe, una
clasificación que no tiene en cuenta el modo en que interviene lo propiamente subjetivo? El
tema tiene sus bemoles, será conveniente considerarlo desde al menos dos ángulos.
Por una parte, es evidente que la exhaustividad del DSM IV deja afuera todo aquello que
aproxime a la dimensión subjetiva tal como la descubrió el psicoanálisis, aun cuando mencione
lo psíquico. Un simple análisis lexicográfico permite destacar que el término "desorden" ocupa
en más de un caso lugares donde "malestar", "sufrimiento" o la antigua expresión freudiana
"dolor psíquico" hubieran ofrecido precisiones no desestimables. Respecto de la categoría
"desorden somatoforme", nada en ella misma enuncia que se conceda valor psíquico al trastorno,
alejándose del propósito psicosomatista de ubicar lo "psíquico" a la par de lo "somático".
Es cierto, por otra parte, que la referencia a lo psíquico nada asegura acerca de que el
sujeto en sentido psicoanalítico sea tenido en cuenta. Hemos señalado que la misma palabra
"psicosomático" hace existir una entidad allí donde sólo hay, en verdad, una separación o
brecha, es decir, una "nada". Sostenemos en este trabajo la tesis de que las terminologías
explícitamente psicosomatistas son utilizadas para ofrecer consistencia subjetiva en lugares
donde el sujeto no logra encontrarla. Por esa razón, los textos en que se afirma la integración
psique-soma suelen caracterizarse por la índole asertórica de sus enunciaciones, defendiendo
proposiciones generales o postulando la vigencia de criterios que suenan convincentes. Henry
Ey constituye, al respecto, un caso paradigmático.
"La integración es el ser", había manifestado Ey, según recordaba Lacan en su texto de
1946 "Acerca de la causalidad psíquica" (2). Ya referimos que Lacan discute allí los
presupuestos del órgano-dinamismo de Henry Ey, quien presentaba la llamada "medicina
psicosomática" como una concepción médica antes que como una rama de la medicina. El
concepto del reconocido psiquiatra era que el médico se ocupa de seres humanos antes que de
enfermedades y que, por lo tanto, la enfermedad no puede entenderse sino en la unidad del
organismo. Se trataba, en consecuencia, de hacer un todo con el organismo y la psique. La idea
es que "nada" se olvide, de manera que el sujeto encuentre palabras que le den consistencia de
"ser humano" ahí donde no puede reconocer nada de sí mismo.
En cambio, el psicoanálisis muestra un sujeto -el neurótico- que, cuestionado en su
propio ser, procura afirmar su entidad de sujeto de la manera que esté a su alcance. La cura
analítica misma sólo podrá llevarse a cabo si el sujeto se dedica a buscar su ser a través de la
palabra. ¿Qué "ser" puede encontrar por este camino?
Descartes esperaría conseguir algo a partir de pensamientos claros y bien articulados,
esto es, de palabras precisas o exactas. Lacan, por su parte, no se inclina a considerar que el
"parlêtre", el ser hablante, pueda obtener un "ser" cabalmente consistente de esa manera (3). En
esa vía, el sujeto queda en un atolladero, ya que es difícil que encuentre un pensamiento
suficientemente bien hecho y permanente capaz de sostener de manera estable su ser de sujeto.
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organización de las muertes de organismos más elementales que constituyen las partes de que
aquél se compone. Si así no fuera, el organismo complejo moriría. El cáncer ofrece el ejemplo
paradigmático: organismos complejos que no logran sobrevivir porque las células más
elementales que lo integran se resisten a morir. El caso es en este punto similar al de cualquier
enfermedad en la que microorganismos atacan al organismo. Es preciso que la bacteria o el virus
muera o se elimine para que el organismo recupere la salud.
Se percibe que el modo de acoplamiento de los órganos en un organismo exige ajustes
en la propia naturaleza de aquéllos, esto es: demanda forzamientos de las actividades de los
órganos individuales. Puede notarse que el orden del organismo mayor en alguna medida
desordena el funcionamiento de los órganos que lo componen. Lacan atribuye el ejercicio de
esta tarea al llamado instinto, del que señala: "es el modo que tiene un organismo de
arreglárselas de la mejor manera con un órgano" (9). Caracteriza, además, a la función del
instinto como una "moral" mediante la cual el organismo se torna amo o rector, en el sentido
biológico, de los órganos que lo forman, "desordenando" en algún grado, según señalamos, su
funcionamiento.
Destaquemos que la imposición de limitaciones a un órgano implica trabajo y supone
siempre un costo de energía. Si aplicamos a la formulación de este proceso las leyes de la
termodinámica, resaltamos que el establecimiento de un orden en el funcionamiento de un
conjunto de órganos implica necesariamente producción de desórdenes sectoriales y pérdidas de
energía. Enfatizamos que el sostén del orden biológico del organismo como todo genera
desórdenes parciales, concomitantes al mantenimiento de la homeostasis del conjunto.
Tenemos habitualmente resistencia a aceptar la idea de que la producción de desorden
sea inherente a la existencia de orden. Sin embargo, la consideración de desórdenes más allá del
orden, o junto al orden, constituye para nosotros una petición de principios para encarar los
trastornos llamados psicosomáticos. Conviene enfatizar, justamente, que las concepciones
llamadas psicosomáticas de la enfermedad hacen posible una visión ordenada de hechos
orgánicos que se presentan "desordenados".
Es preciso revisar incluso el concepto de que el desorden es opuesto al orden,
reconociendo una real continuidad entre ambos. Así, el desorden resulta una parte del orden,
idea coherente con la índole misma de la experiencia médica con estos trastornos: la naturaleza
frecuentemente imprevisible o incontrolable, más allá de su gravedad relativa, que los
caracteriza.
Contar con un concepto preciso y bien fundado de "órgano", como puede deducirse, es
crucial. Hemos atribuido, recordemos, el carácter de órgano a objetos -vivos o inanimados- que
no están ubicados en el campo circunscripto por la imagen corporal. Corresponde a esta idea el
concepto de Lacan de que el pecho materno forma parte del organismo del niño aunque no de su
cuerpo, ya que está adosado al cuerpo de su madre.
Subrayemos también que el dominio imaginario del cuerpo no perfila de manera estricta
un conjunto de partes primitivamente conectadas entre sí o que configuran lo que habitualmente
consideramos un mismo organismo. El acompañamiento del canto "que linda manita que tengo
yo...", que realiza el bebé con movimientos de su propia mano, tiene como antecedente la visión
del movimiento de la mano del prójimo. El control del movimiento es así efectuado en el plano
59
de la imagen, recayendo primeramente sobre la mano que es vista moverse, con independencia
de su dueño.
Situemos ahora en la perspectiva de estas observaciones la fórmula lacaniana de que la
libido es un órgano. En el Seminario XI, nuestro autor manifiesta que "la libido debe concebirse
como un órgano, en los dos sentidos del término, órgano como parte del organismo y órgano-
instrumento" (10). En ese mismo lugar, Lacan indica también que "este órgano es irreal".
¿Qué es un órgano irreal? Nuestro autor aclara que "lo irreal no es lo imaginario. Se
define por articularse con lo real de un modo que no podemos aprehender, y por ello,
justamente, requiere de una presentación mítica, tal como la nuestra. Pero ser irreal no impide a
un órgano encarnarse" (11). Sobre la base de este concepto es posible ampliar el alcance de la
noción de órgano más allá de la extensión habitual que solemos atribuirle. Así, adjudicamos el
papel de órgano a entidades muy variadas. Veamos, como ejemplo, el caso de una nena de tres
años que padecía una úlcera gástrica.
Sabemos que la secreción gástrica puede ser activada por estimulaciones producidas
desde el sistema nervioso central que, si son constantes, pueden provocar actividad gástrica
continuada capaz de producir lesiones. Respecto del ejemplo, el dato fundamental a tener en
cuenta es que la madre sufría un síndrome de ansiedad cuya nota central era una continua
verborragia. Como se puede anticipar -y así sucedió efectivamente- la úlcera remitió cuando
aquella mujer, tranquilizada, pudo detener el literal bombardeo de palabras a que sometía a su
hija, de quien se ocupaba permanentemente.
¿De qué índole es la incidencia de la verborragia materna sobre el estómago de la nena?
El caso se presta a considerar que no son las significaciones de aquello que la madre dice lo que
tiene el peso principal. En su lugar, la materialidad propia de la repetida estimulación sonora
parece ofrecer la razón clave. Es innegable, sin embargo, que tal estimulación no existiría sin
que hayan existido previamente operaciones de lenguaje.
Notemos que la voz, si bien ella misma no es propiamente significante, no es separable
de éste en el aspecto en que no es identificable como tal sin lenguaje. En este nivel, y en un
sentido muy especial y restringido, el lenguaje mismo puede ser pensado como un órgano, irreal
aunque acoplable a órganos reales. La irrealidad del lenguaje puede considerarse así como un
vacío que se introduce disruptivamente en las cadenas de relaciones entre los órganos reales.
Destaquemos, en el caso mencionado, que la concomitancia del hecho de la voz con la
actividad de la mucosa gástrica se produce dentro del conjunto de relaciones entre la madre y su
hija. Se constata, en efecto, que la úlcera es aquí simultánea a la singular verborragia que la niña
enfrenta en el seno del sostén imaginario global que encuentra en una madre muy próxima y de
presencia constante.
Se percibe la diferencia con un síntoma conversivo. En este último caso, la remisión
hubiera requerido el desmontaje de las significaciones involucradas, o mejor: del goce fijado en
ellas. Si supusiéramos algún goce en la úlcera, ¿de qué se trataría? No es correcto identificar las
sensaciones del trastorno orgánico con el goce del síntoma en sentido psicoanalítico, que implica
adhesión libidinal a una fantasía eventualmente formulable o sustituible en el discurso. Una
interpretación significante opera en este segundo plano, no en el del trastorno ulceroso en tanto
tal.
En los casos de conversión, además, la cura del síntoma sobreviene tras un recorrido
siempre limitado en el campo de la palabra. Así, decimos que un síntoma es traducible en
palabras cuya extensión no es necesariamente grande. Esta situación concuerda con el hecho de
que toda significación posee un alcance circunscripto. En el caso de las dolencias
psicosomáticas, en cambio, se destaca el papel de la economía libidinal como conjunto. Esta
60
idea, anticipemos, resultará concordante con el papel, que estudiaremos más adelante, que Lacan
atribuye a la holofrase en estas enfermedades. El arraigo de lo psicosomático en lo imaginario,
señalado por Lacan, no es un obstáculo a estas apreciaciones (12).
Hechas estas consideraciones, recordemos que la clínica enseña que numerosas
"somatizaciones" se comprueban susceptibles a tratamientos que se valen de la palabra. Durante
el desarrollo de muchos análisis se presentan a menudo fenómenos psicosomáticos, de
intensidades y gravedades variables; algunos desaparecen al poco tiempo y, aunque a veces estas
remisiones parecen espontáneas, un análisis cuidadoso de los datos suele mostrar coincidencias
con circunstancias identificables.
Es posible observar, por ejemplo, correlaciones entre los aumentos y disminuciones de la
frecuencia de episodios asmáticos y los diferentes tipos de vínculos en que convive el paciente.
Lo mismo se verifica en una gama bastante amplia de dolencias y de alteraciones leves del
equilibrio orgánico: úlceras, cierto tipo de jaquecas, alergias varias, constipaciones, cuadros
diarreicos, anginas, rinitis, estados que parecen gripales, etc. Se comprueba que los niveles de
inmunidad del organismo varían, en líneas generales, a la par que la naturaleza de los vínculos,
cuya estructura -según Lacan- es discursiva. La experiencia del psicoanálisis demostró que las
circunstancias vitales del ser hablante no son independientes del Otro estructurado como un
discurso.
Es frecuente encontrar concomitancias entre cambios de pareja, nuevas configuraciones
familiares, transformaciones en los regímenes laborales o sociales y alteraciones de la
homeostasis orgánica. Insistimos en que las variaciones en la disposición a contraer o no
enfermedades, si bien se evidencian correlativas a cambios en las condiciones de la vida, no se
dejan caracterizar de inicio como síntomas conversivos, de modo que será conveniente
considerar las implicaciones de nuestra manera de concebir el síntoma en el psicoanálisis,
conforme haremos más adelante.
Destaquemos ahora que el principio de homeostasis orgánica es necesariamente
globalizante, mostrando la aspiración a subordinar lo sectorial a lo general y oponiéndose,
llegado el caso, a los equilibrios independientes de los órganos uno por uno. Al mismo tiempo,
la índole de la homeostasis de un conjunto orgánico no puede ser ajena al resultado de la
sumatoria de los equilibrios biológicos de las partes que lo integran. Por eso se plantea el
problema de definir los componentes de tal conjunto, puesto que según varíen sus integrantes
variará el resultado general. Esta definición, como es fácil comprobar, hace intervenir un
elemento ideal que es inherente a la proposición misma del universo cuyo equilibrio se evalúa.
Los órganos individuales pueden formar parte de una vasta red de conexiones
funcionales que involucran aparatos a veces muy dispares, o aun distantes, entre sí. El
requerimiento de regulación de una red de órganos, frente a la extensión de sus elementos, lleva
a relativizar aspectos de la definición de homeostasis para tener en cuenta las características y
condiciones de la red antes que las de cada órgano individual. Por tal razón, en circunstancias
diversas, puede ser idealmente preferible la activación o la desactivación de diferentes funciones
orgánicas, supeditando a ello el concepto de buen funcionamiento de cada órgano singular.
Observemos también que en circunstancias varias aunque precisas, el funcionamiento de
un conjunto orgánico puede quedar sometido a un tipo de regulaciones que no se asemeja al de
un organismo animal elemental o de gran autonomía funcional. Insistimos al respecto en que, al
estudiar la dependencia del infante respecto de la madre, Lacan comprobó que el organismo del
humano no funciona con independencia de las condiciones establecidas desde el plano simbólico
en el que los sujetos se acoplan al mundo.
Consideraremos luego el concepto de pulsión, fundamental a propósito de lo referido.
61
Interesa ahora señalar que existen vinculaciones entre órganos que sólo son posibles por efecto
de conexiones simbólicas, de modo que la red, ya no sólo de órganos sino también de
significantes, puede intervenir cumpliendo un papel de ordenamiento del funcionamiento de
aquéllos.
Notemos, al respecto, que el funcionamiento armónico de un conjunto de órganos
requiere de sincronizaciones adecuadas. En efecto, ellos se relacionan y afectan unos a otros en
cadenas, en tiempos sucesivos y relativamente coordinados. Se constata que estas diversas
actividades pueden sincronizarse conforme a temporalidades discursivas que responden a la
lógica del significante, no a tiempos biológico-naturales. En consecuencia, es correcto afirmar
que el organismo humano puede ser activado por estímulos estrictamente significantes. Baste
como ejemplo elemental la posibilidad de despertar a una hora elegida sin necesidad de que
funcione el reloj despertador.
No se trata sólo de la captura de los ritmos biológicos en las cronologías del significante
ajustándose al tiempo definido por Lacan como tiempo lógico, sino también de una extensión
del concepto habitual de órgano. Lacan, según referimos, admite un uso laxo del término al
pensar en una nueva especie de órganos que llama "míticos", de utilidad para abordar
psicoanalíticamente la cuestión psicosomática. Ya hemos mostrado el recurso a construcciones
de ficción en las curas shamanísticas, considerando que la función del mito es la de dar sentido a
malestares que de otra manera no serían pensables.
Tengamos aquí presente que un analista no es un shamán. La diferencia se resume,
precisamente, en torno a si se atribuirá o no sentido a un trastorno. Lacan pudo comprobar que la
acumulación de sentido sobre los síntomas neuróticos, en vez de contribuir a resolver la
neurosis, alimenta su subsistencia (13). Este concepto, sin embargo, no es del todo pertinente en
lo que concierne a las llamadas enfermedades psicosomáticas. En su conferencia en Ginebra
sobre el síntoma, Lacan manifiesta que se espera que "la invención del inconsciente" sea capaz
de dar a estos fenómenos el sentido del que se trata (14). El inconsciente cumpliría, en este caso,
la función que en el otro caso cumple el shamán. La divisoria de aguas se traza en torno a quién
inventa, no siendo el analista quien lo hace sino el inconsciente.
Cabe considerar, de todos modos, que tales "invenciones" del inconsciente, que no dejan
de ser ficciones, son producidas en una situación transferencial y difícilmente pueden imaginarse
sin la intervención del analista. De hecho, ello se observa con frecuencia en los textos de los
analistas que se ocupan de estos temas. Puesto que un mito puede provenir de diferentes fuentes
y nada impide que una "invención" del inconsciente opere como construcción mítica, ¿propone
acaso Lacan al analista hacer como el shamán o, en cambio, procura la "conversión" de las
vicisitudes de la elaboración significante en una nueva alteración orgánica correctora de la
enfermedad? Una de las tareas necesarias para responder a estas preguntas es explorar la función
que cumplen tales "invenciones" del inconsciente.
Subrayemos que cuando un paciente somático se somete a una cura analítica la cuestión
orgánica es sustituida por la vincular, esto es, por aquello que el discurso involucra. Debe
tenerse en cuenta que el discurso, en sentido psicoanalítico, no se reduce a la textualidad de los
significantes, para incluir la dimensión subjetiva de lo fantasmático. En esta esfera, la invención
del inconsciente apunta a exponer lo que se impone al sujeto según la índole de los discursos en
que éste aparece situado. Es desde este ángulo que corresponde entender que el psicoanálisis no
se propone alimentar los trastornos orgánicos con significados psíquicos. A diferencia del
shamán, no es el órgano lo que el analista imagina manipular en primera instancia con símbolos
sino, llegado el caso, algo concerniente al vínculo. Al mismo tiempo, es un hecho que la
producción de sentido puede incidir sobre los órganos no sólo para trastornar sus equilibrios sino
62
para provocarlos.
Hemos mostrado que la representación del cuerpo implicada por la noción de una
globalidad unitaria requiere valerse del concepto de una polaridad "interior-exterior". En efecto,
si el cuerpo se presenta como una imagen que goza de unicidad, es aislable y se diferencia de
aquello que lo rodea. También destacamos la necesidad de superar la concepción que concibe al
organismo como un cuerpo, apoyándonos en la perspectiva biológica que piensa al organismo
como un conjunto de órganos no aislable ni ubicable en una polaridad taxativa de adentro y
afuera.
Topológicamente, señalamos, representar al organismo como un interior aislable y
opuesto al exterior es homeomórfico a la esfera. Llamamos la atención sobre el hecho de que el
organismo tiene la estructura topológica del "toro": un tubo que muestra no una separación sino
una continuidad entre el interior y el exterior. Eliminando la separación tajante entre interior y
exterior vimos disolverse la posibilidad de englobar a un conjunto de órganos en la unicidad de
un organismo solo.
Insistamos una vez más en que la idea de unicidad del organismo no proviene de la
realidad misma de las cosas -donde no se verifica- sino de las categorías de nuestro
pensamiento. De modo que somos nosotros quienes definimos a un conjunto determinado de
órganos como "un" organismo. La noción de integridad orgánica resulta, por lo tanto, un efecto
del discurso.
La idea de "unidad" antecede lógicamente a la definición de organismo, el que sólo a
partir de ella puede ser "uno". Contrariamente, la idea de un conjunto abierto de órganos, que no
conforma unidad aislable alguna, supone que sean al menos "dos", nunca "uno".
En el Seminario XX ("Aun"), Lacan se refiere a una supuesta "unidad ratera" (15). Se
trata de una ironía, porque no existe unidad ratera, ni perruna, ni gatuna, salvo para los seres
hablantes en el campo del lenguaje. Basta comprobar, por ejemplo, que los perros funcionan
como parte de una jauría, sin que nada impida considerar que ésta es tan un organismo cuanto el
perro mismo. Por esa razón son fácilmente domesticables, funcionando como parte de la familia
como organismo mayor que los incluye.
En verdad, un perro puede integrarse a una familia mucho más armoniosamente que sus
componentes humanos. La clínica ofrece testimonios de que el sentimiento de pertenencia
familiar choca con la imposibilidad de identificarse plenamente con ella. Los seres hablantes,
marcados por el "uno", a diferencia del animal, poseen un grado de singularidad que los hace
inevitablemente díscolos e inadaptables a las regulaciones generales del conjunto.
Consideremos ahora que un órgano bien puede ser una máquina. ¿Qué es una máquina?
En sentido amplio, el concepto permite incluir objetos que no tendemos a considerar máquinas.
Evidentemente, será fácil coincidir en que un riñón artificial es una máquina, sin embargo, no
estamos preparados para conceder que "una carta" lo sea, tampoco que una frase cumpla tal
función, o incluso que la presencia de alguien lo haga.
En el Seminario XVII, Lacan muestra que un pequeño dibujo puede ser una máquina
(16), observando que no se debe confundir una máquina con una herramienta. No hay
genealogía de la pala a la turbina, afirma allí (17). Su concepto es que una máquina es, en última
instancia, una articulación de significantes. De esta manera, y en principio, nada impide que un
63
involucrados en el narcisismo del Yo, pasando a partir de entonces al terreno de las relaciones
con el prójimo. De este modo pueden ser abordados en transferencia, para lo cual es preciso que
adquieran entidad significante en el nivel de la polaridad libido narcisista-libido objetal, descrito
por Freud (19). No es otro el campo de las clásicas neurosis de conversión.
También hemos mencionado que en su segundo seminario Lacan entiende lo
psicosomático a partir del concepto de autoerotismo de los órganos, diferente al narcisismo y del
cual hace notar que nada sabemos (20). Así presentados, los fenómenos psicosomáticos resultan
ser investiduras libidinales propiamente internas al organismo, autoeróticas, no narcisísticas, que
no son padecidas del mismo modo que los síntomas neuróticos (21). Si bien el sujeto los percibe
en la intimidad de su cuerpo, los sitúa como ajenos a su ser mismo, que adquiere su consistencia
en el nivel de la imagen narcisística del cuerpo.
vivo sexuado debió perder partes orgánicas por el hecho mismo de ser sexuado. Algunas de ellas
son el pecho materno y las heces.
El concepto de pulsión pone también de relieve que el cuerpo involucrado por las
satisfacciones humanas no está cerrado sobre sí mismo sino abierto al exterior. En efecto, los
aparatos de la pulsión son lugares de goce que involucran un exterior habitado por significantes,
siendo precisamente al Otro a quien la pulsión hace participar introduciéndolo en el cuerpo. Así,
la incidencia del significante sobre el cuerpo estableciéndole goces, según Lacan, lo aliena en el
campo del Otro.
La alienación, pensada por Lacan como la primera operación de constitución del sujeto,
enseña la supeditación de este último a los significantes, que lo representan y que obligan a su
"ser", de consistencia finalmente gozante, a oscilar entre un significante y otro. Debido a que
aquí las opciones subjetivas provienen enteramente de los significantes del Otro, el peso propio
del sujeto se aliviana, disuelve y desaparece al no lograr afirmarse como tal. Para constituirse
cabalmente, es necesario que el sujeto surja de esa desaparición, "fading" o "afánisis" (término
tomado por Lacan de E. Jones) (29), separándose de las opciones alienantes del Otro.
Mencionemos que, en última instancia, éstas serán concebidas como opciones entre goces.
Lacan observará que la salida es imposible, como la metáfora de la elección entre la bolsa y la
vida enseña, sin entregar y perder algo, a saber: un goce.
Lo enunciado nos remite a la segunda operación de causación del sujeto, llamada
"separación", correlativa de lo que Freud denominó "Ichspaltung" o rajadura del Yo. Esta
brecha, que consideramos inherente al nacimiento del sujeto del psicoanálisis, está fundada
-como nos lo muestra en su texto "El fetichismo"- en el encuentro de una falta en el Otro. El
descubrimiento de los fantasmas de castración condujo a estudiar la función de esta falta en el
Otro.
Lacan entendió que la castración del sujeto es un efecto de la función del falo como
significante, en torno a la cual se instala la separación entre el sujeto y el cuerpo como lugar
posible de satisfacción o goce. Agreguemos que la pérdida de órganos adosados al otro ofrece la
dimensión de realidad que hace imposible al sujeto afirmarse plenamente en el significante para
garantizar su goce.
Destaquemos que Lacan, refiriéndose a lo psicosomático, señala que "aunque no es un
significante, es algo que, al fin y al cabo, sólo es concebible en la medida en que la inducción
significante a nivel del sujeto ocurrió de una manera que no pone en juego la «afánisis» del
sujeto" (30). Será necesario volver a explicar este concepto luego de otras precisiones.
Es claro que el apelativo de psicosomático se aplica con frecuencia a trastornos que
eclosionan sin que ello convenga a una actividad considerada espontánea o natural de la zona, en
los que notamos la injerencia de un factor "otro", extraño a los que la biología releva
habitualmente. El psicoanálisis ha procurado encontrar en este terreno la función del deseo. Son
de valor en esta tarea las observaciones de Lacan sobre las experiencias de Pavlov.
Es la incidencia del orden simbólico en la salivación "natural" de sus perros lo que
introduce Pavlov en sus experimentos. Dice Lacan: "Lo reconozca o no Pavlov, la característica
de toda condición experimental, en tanto que se instituye con el corte que puede hacerse en la
organización orgánica de una necesidad, es, propiamente, asociar un significante. Este corte se
designa mediante una manifestación dentro de un ciclo de necesidades interrumpidas, y en la
experiencia pavloviana resulta ser el corte del deseo" (31).
Como se ve, Lacan destaca la función del deseo del experimentador, en este caso de
Pavlov, en el poder del símbolo sobre el organismo animal. Es claro que el perro nada sabe de
eso, razón por la cual también la aserción de que goza debe reconocerse como perteneciente al
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campo del Otro. En virtud de ello, no se puede afirmar que el perro goza, no al menos en el
sentido humano del término.
Citemos a nuestro autor: "la función biológica... de la necesidad, se puede desarmar. Se
puede desarmar porque en ella interviene más de un órgano" (32). La noción freudiana de
facilitación somática no deja de enriquecerse con estos conceptos. Los órganos se juntan o se
separan y no está escrito en la naturaleza el orden de lo útil o provechoso. La vida misma se
presenta como un inconveniente en el orden más estable y absoluto que es el de la materia inerte.
Habíamos señalado que nada impide a un organismo extenderse más allá del cuerpo,
habiendo incluso órganos que, una vez perdidos, condicionan su funcionamiento. El concepto
del objeto "a" como caído del cuerpo se desarrolla de modo coherente con esta perspectiva. El
concepto lacaniano de la libido, tal como es formulado a la altura del Seminario IX y de
"Posición del inconsciente", es el de un órgano, referido mediante ese mito que Lacan llama
"laminilla" y que representa "esa parte viviente que se pierde al producirse éste por las vías del
sexo" (33). Señalemos que este órgano o instrumento es, antes que algo extensible hacia el Otro,
la incidencia del afuera del cuerpo sobre él, esencialmente vinculada a la pérdida de goce.
Recordemos que el psicoanálisis enseñó que la función fálica se constituye como
significante del goce perdido. Así, el pene, antes de operar como un órgano destinado a la
reproducción, cumple un papel identificatorio sometido a las condiciones del lenguaje. El ser
hablante no está ocupado de su reproducción sino de su propia existencia, o bien de la naturaleza
de su mismo ser.
Agreguemos que la condición subjetiva de hombre o mujer no hace a la sobrevivencia de
la especie sino a la propia del ser humano en el terreno del sentido. Por esa razón Lacan afirma
que para el ser hablante no hay relación sexual, supliendo el falo esta inexistencia. En su texto
"El atolondradicho", Lacan escribe: "El cuerpo de los hablantes está sujeto a dividirse de sus
órganos, lo bastante para tener que encontrarles una función" (34). Observaremos también,
aunque sin detenernos ahora en el tema, que la función fálica no abarca todo lo que atañe al goce
del cuerpo.
La perspectiva lacaniana sobre la cuestión psicosomática es congruente, en resumidas
cuentas, con el concepto general de que el significante no logra imponerse plenamente como
"amo" del goce y que es, en consecuencia, un regulador insuficiente. Lacan ha subrayado,
además, que la ciencia se olvidó del cuerpo del goce; más precisamente: que no se ocupó del
hecho de que el significante, como índice de subjetivación, fracasa en limitar el goce conforme
al canon del principio de placer-displacer. El goce así perfilado retorna, más allá del placer,
como resto de las operaciones del significante.
Hemos reconocido en el humano las operaciones de una fisiología hecha de lenguaje; en
ella tiene un papel clave el deseo, que cumple una función disruptiva productora de
inestabilidad y desacomodamientos. La función del deseo impide ajustarlo todo a la óptica de
una fisiología homeostática que concebiría el cuerpo como una esfera cerrada. El deseo de
Pavlov, precisamente, trastornaba a sus perros al incorporarlos en el lenguaje, campo donde lo
irreal interviene.
Con respecto a lo psicosomático, recorrimos referencias que abonan la concepción de
una constitución orgánica no sólo esencialmente no homeostática sino directamente afectada por
el lenguaje, que incluye algunos aspectos que hemos caracterizado como irreales. El deseo toma
de tales irrealidades su carácter real, para cumplir el papel que señalan estas palabras de Lacan:
"Sólo en la medida en que una necesidad llegue a estar involucrada en la función del deseo
podrá concebirse lo psicosomático como algo distinto a la monserga que consiste en decir que
todo lo que sucede en lo somático tiene una réplica psíquica" (35).
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efectos de la inducción significante, mostrando que allí opera el Otro (42). Si consideramos, por
otra parte, que caen fuera de las operaciones narcisísticas coordinadas desde el ideal del Yo,
concluiremos que involucran sectores del soma que escapan a su globalización imaginaria. De
este modo, teniendo en cuenta que la función idealizante impone siempre lo unitario, estamos
ante actividades orgánicas sin duda ajenas al marco de un sujeto supeditado a los efectos
idealizantes, y unificantes, del Ideal del Yo.
Lo real del cuerpo, para la subjetividad, es su goce. Si vinculamos los fenómenos que
nos ocupan con ese real, notaremos que ellos -a diferencia de los síntomas histéricos- no son
desplazables. En este sentido, pueden ser un indicio de algo que está allí, en lo real, siempre en
el mismo lugar. En el síntoma histérico, en cambio, advertimos el desplazamiento de la posición
del sujeto a través de identificaciones imaginarias. Las curas por sugestión, sin embargo,
muestran fenómenos orgánicos que resultan afectados desde el lugar del Otro y que parecen
supeditarse de ese modo a la función unificante del significante unario. Así, las apariciones y
remisiones aparentemente espontáneas, comunes en numerosos fenómenos llamados
psicosomáticos, pueden a veces ser correlacionadas con cambios en la posición del sujeto en
relación a la función del Ideal.
(60).
Para Lacan, que el número afecte al organismo no tiene en absoluto este carácter. La
matemática, sostiene, es "un saber completamente autónomo del saber mítico" (61). Su idea es
que lo psicosomático no es analizable mediante una fisiología que entienda al organismo como
un conjunto de yuxtaposiciones de procesos físicos y químicos. Sin manifestarse opuesto a ello,
tampoco se ocupa de abordarlo desde una mitología que conciba la incidencia del símbolo sobre
el cuerpo fusionando funciones orgánicas con significaciones. Observemos en las amalgamas
entre lo orgánico y lo simbólico como las que efectúa Garma la vigencia de marcos teóricos que,
a pesar de las aparentes distancias, presentan analogías estructurales con el pensamiento mítico
de los chamanes.
Aclaremos que no se debe confundir a los números con los signos numéricos que
perciben nuestros sentidos. Las propiedades de los números son matemáticas, no sensibles.
Lacan coincide en este punto con Gottlob Frege, quien hace notar, por ejemplo, que si bien 7 y
2+5 son matemáticamente el mismo número, son diferentes las expresiones que éste adquiere
(62). Concordantemente, lo único que podría decirse de cualquier número es, más allá de su
definición matemática, que es "uno". El hecho de que la función que cabe al número no se
confunde con los modos en que imaginamos su significación, merece recordarse a propósito de
que, tal como Lacan subrayó, el psicoanálisis nos enseñó que el sentido del deseo no coincide
con significación alguna; por el contrario, aquél señala el límite de ésta.
Hemos resaltado que el cuerpo es marcado por el "Uno", o "rasgo unario", función clave
en las consideraciones lacanianas sobre el concepto freudiano de fijación. Se percibe que una
reflexión rigurosa sobre el número parte de estudiar la naturaleza del "Uno". Para tener en
cuenta en nuestro tema, notemos que el "Uno" es, elementalmente, condición de posibilidad para
pensar una localización cualquiera. Efectivamente, no es posible "localizar" algo sin suponer que
ese "algo" es "uno", diferenciado de cualquier otro "algo".
La fijación, concepto no soslayable en nuestras consideraciones, es formulable
sumariamente como localización de goce. Lacan no descarta la posibilidad de descubrir
fijaciones en las dolencias psicosomáticas, en el sentido de encontrar en ellas goces que les sean
específicos (63). Durante la mencionada conferencia sobre el síntoma, manifiesta su acuerdo con
la afirmación de que "cuando uno tiene la impresión de que la palabra goce recobra un sentido
con un psicosomático, éste ya no es un psicosomático" (64).
Será preciso avanzar en la dilucidación de en qué sentido es pertinente hablar de goce en
lo que concierne a estas dolencias, cuestión que merece exámenes detenidos. En ese camino,
será importante diferenciar el concepto psicoanalítico de fijación de imaginarizaciones diversas
que se prestan a interpretaciones mitificantes. El concepto lacaniano de rasgo unario, según
hemos mostrado, nos da la posibilidad de concebir la fijación en una perspectiva no
imaginarizante.
Subrayemos que si los conceptos de Lacan resisten a la producción de mitos, eso se
corresponde con su criterio de que "sólo la matematización alcanza un real", según enuncia en el
Seminario "Aun", para agregar que "ello es compatible con nuestro discurso, el discurso
analítico" (65). Este enfoque, conviene aclarar, no confunde el psicoanálisis con la matemática.
En ese mismo seminario, Lacan observa que "el truco analítico no será matemático", para
recordar que "por eso mismo, el discurso del análisis se distingue del discurso científico" (66).
Añadamos que esta distinción es exigida, entre otras cosas, por el papel que cumple la función
imaginaria en la experiencia psicoanalítica.
Ya hemos referido que en su conferencia sobre el síntoma Lacan señala que "lo
psicosomático es algo que... está en su fundamento profundamente arraigado en lo imaginario"
74
(67), ¿cómo operar allí? Nuestra inquietud toma la forma de dos preguntas: ¿en qué podría
consistir el "truco analítico" en el tratamiento de estas perturbaciones? y ¿qué función cabe a lo
imaginario en la cura?
Referencias bibliográficas.
1. Cf. DSM-IV Draft Criteria, (Washington D.C., American Psychiatric Association, 1993),
p.L1.
2. Cf. J. Lacan, "Acerca de la causalidad psíquica", Suplemento de Escritos, (Barcelona, Ed.
Argot, 1984), p. 68.
3. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XXII - R.S.I., (inédito), p.92.
4. Cf. Pierre Marty, La psicosomática del adulto, (Buenos Aires, Amorrortu Ed., 1992), p. 36.
5. Cf. J. Lacan, "Psicoanálisis y medicina", Intervenciones y textos, (Buenos Aires, Ed.
Manantial, 1985), p. 92.
6. J. Lacan, "Radiofonía", Psicoanálisis - Radiofonía & Televisión, (Barcelona, Ed. Anagrama,
77
1977), p. 18.
7. Idem., p. 19.
8. J.Lacan, El Seminario - Libro XI - Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
(Buenos Aires, Ed. Paidos, 1987), p.109.
9. Idem..
10. Idem., p. 194.
11. Idem., p. 213.
12. J. Lacan, "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", Intervenciones y textos, 2, (Buenos
Aires, Ed. Manantial, 1988), p. 140.
13. Cf. J. Lacan, "La tercera", Intervenciones y textos, 2, (Buenos Aires, Ed. Manantial, 1988),
p. 103.
14. Cf. J. Lacan, "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", op. cit., p. 139.
15. J. Lacan, El Seminario - Libro XX - Aun, (Buenos Aires, Ed. Paidós, 1981), p.168.
16. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XVII - El reverso del psicoanálisis, (Buenos Aires, Ed.
Paidos, 1992), p. 52.
17. Idem., p. 51.
18. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XXII - R.S.I., op. cit., 17 de diciembre de 1974.
19. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro II - El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica
Psicoanalítica, (Barcelona, Ed. Paidos, 1984), p. 148.
20. Cf. idem., pp. 148 y 149.
21. Cf. idem., p. 149.
22. J. Lacan, "Posición del inconsciente", Escritos II,(México, Siglo XXI Editores, 1978), p.
375.
23. Idem, p. 371.
24. R. Descartes, René, Meditaciones metafísicas - Las pasiones del alma, (Madrid,
Hyspamérica, 1981), p. 37.
25. J. Lacan, J., El Seminario - Libro XI - Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
op.cit., p. 232.
26. J. Lacan, "Posición del inconsciente", op. cit., p. 376.
27. J. Lacan, El Seminario - Libro XI - Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
op. cit., p. 156.
28. Cf. idem., p. 184.
29. Cf. idem., pp. 214-218.
30. Idem., p. 235.
31. Idem., p. 245.
32. Idem., p. 236.
33. J. Lacan, "Posición del inconsciente", op. cit., p. 383.
34. J. Lacan, "El atolondrado, El atolondradicho o Las vueltas dichas", Escanción 1, (Buenos
Aires, Editorial Paidós, 1984), p.26.
35. J. Lacan, El Seminario - Libro XI - Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
op.cit., p. 235.
36. J. Lacan, El Seminario - Libro XX - Aun, op. cit., p. 134.
37. Cf. J.Lacan, "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", op.cit., p. 139.
38. Cf. J. Lacan, "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano",
Lectura estructuralista de Freud, (México, Ed. Siglo XXI, 1971), p. 319.
39. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XXII - R.S.I., op. cit., 18 de marzo de 1975.
40. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro IX - La identificación, (inédito), clase del 7 de marzo de
78
1962.
41. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro IXX - Ou pire, (inédito), 19 de enero de 1972.
42. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XI - Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, op. cit., p. 235.
43. Cf. J. Lacan , "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", op.cit., pp. 137-140.
44. P. Marty, op.cit., p. 28.
45. Idem., p. 35.
46. Idem., p. 39.
47. Idem..
48. Idem., pp. 39 y 40.
49. Idem., pp. 40 y 41.
50. Idem., p. 33.
51. Idem., p. 33.
52. Cf. idem., pp. 40 a 43.
53. Idem., p. 36.
54. Idem., pp. 114-115.
55. Idem., p. 112.
56. Idem. p. 104 y passim..
57. J. Lacan, El Seminario - Libro XX - Aun, op. cit., p.46.
58. J. Lacan, "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", op. cit., p. 139.
59. Cf. J. Bernhardt, "O pensamento pré-socrático: de Tales aos Sofistas", en F. Châtelet,
História da filosofia. Idéias, doutrinas, Vol. 1., (Rio de Janeiro, Sahar Ed., 1973), p. 32.
60. Cf. idem..
61. J. Lacan, El Seminario - Libro XVII - El reverso del psicoanálisis, op.cit., p. 94.
62. Cf. Gottlob Frege, Estudios sobre semántica, (Madrid, Ed. Hyspamérica, 1985), p. 20.
63. Cf. J. Lacan, "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", op. cit., p. 139.
64. Idem..
65. J. Lacan, El Seminario - Libro XX - Aun, op. cit., p. 158.
66. Idem., p. 141.
67. J. Lacan, "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", op. cit., pp. 139-140.
68. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XI - Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, op. cit., p. 245.
69. Cf. idem..
70. Marcel Mauss, Sociología y antropología, (Ed. Tecnos), p. 295.
71. Cf. J. Lacan, "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis", Lectura
estructuralista de Freud, op. cit., p. 61.
72. J. Lacan, "Acerca de la causalidad psíquica", op. cit., pp. 71-72.
73. J. Lacan, "La ciencia y la verdad", Lectura estructuralista de Freud, op. cit., p. 344.
74. Henry Ey, P. Bernard, y Ch. Brisset, Tratado de psiquiatría, (Barcelona, Ed. Toray - Masson,
1969), p. 985.
75. Danièle Silvestre, "Sur le statut du corps dans la psychanalyse", Ornicar?, Nº 41, (París,
Navarin, été 1987), p. 70.
76. J. Lacan, "Psicoanálisis y medicina", op. cit., p. 92.
77. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XX - Aun, op. cit., p. 89.
79
IV
NUEVAS APERTURAS PARA LA PALABRA
"sentido" no es enunciable.
En correspondencia con el descubrimiento freudiano de que el síntoma esconde un deseo
inconsciente, Lacan agregó que si bien este deseo es impensable fuera de la articulación
significante, no es en sí mismo articulable (4). Por eso no es difícil que el real sentido del
síntoma se extravíe cuando el análisis se deja llevar, sin límites, a través de las idas y vueltas de
los significantes, por la esfera de las significaciones. El sentido del síntoma será, finalmente, el
deseo en tanto tal, con la precisión de que éste no requerirá traducción a significado alguno.
Diferentemente, tal sentido se caracteriza por limitar el alcance de cualquier significación.
A partir de lo referido, reformulemos nuestra pregunta: ¿qué lugar y funciones
corresponde atribuir a los llamados fenómenos "psicosomáticos" en el campo del sentido, y en
qué medida pueden ser considerados "síntomas" por el psicoanálisis? Observemos que el
extenso y heterogéneo conjunto de fenómenos y dolencias englobado parece tener en común
solamente la alusión a trastornos del organismo que, habiendo excedido los alcances
terapéuticos del médico, son considerados el resultado de procesos "psíquicos". Según ya
señalamos, este conjunto se divide entre aquello que se considera conversivo y lo llamado
específicamente "psicosomático".
Notemos que cuando se afirma que los casos "psicosomáticos" no se dejan reconocer
como efectos de lenguaje, se pretende sostener que no son subjetivables, esto es, que no
involucran al sujeto. Por este camino se llega rápidamente a la común conclusión de que, a
diferencia de lo que sucede en las conversiones histéricas, estas perturbaciones no son pasibles
de ser analizadas de igual manera que los sueños, los actos fallidos o los olvidos. De esta
posición participa también Sami-Ali.
Estas ideas se corresponden con la constatación de que las conversiones revelan, bajo
formas metonímicas y metafóricas, una estructura de sentido capaz de ser asumida como tal por
el sujeto. Para referir el ejemplo clásico: no es imposible que una paciente histérica llegue a
reconocerse en la interpretación de que las dificultades motoras en sus miembros inferiores
revelan metafóricamente sus trabas para andar en la vida, sobre todo si no hay lesiones
verificables. Sin embargo, una multitud de trastornos orgánicos sobre los que se atribuye
intervención de lo simbólico, aun cuando no se descarte la posibilidad de que posean sentido, no
resultan fácilmente interpretables.
Como se ve, es prudente estudiar con detenimiento todas las posibilidades de que un
trastorno orgánico, no interpretable al modo de una metáfora, no carezca de sentido. Hemos
mostrado que el rótulo de "psicosomático" es puesto habitualmente en el lugar de faltas de
sentido, sentidos insuficientes o ausencias de subjetivación de algunos fenómenos que atañen al
organismo, a fin de ofrecer por la vía del sentido un lugar en un orden a un hecho orgánico que
se manifiesta como desorden. Recordemos que el psicoanálisis entiende finalmente al desorden
como indisoluble parte del orden. En lo concerniente a lo psicosomático, el punto exige un
tratamiento especialmente cuidadoso.
En su conferencia en Ginebra sobre el síntoma, Lacan no descarta que "la invención del
inconsciente" sea capaz de hacer que algo deje de ser propiamente "psicosomático" (5). Que eso
sea posible implica, evidentemente, que los fenómenos involucrados no estén aislados del
campo del significante. Como nuevamente advertimos, la frontera entre lo conversivo y lo
"psicosomático" no está definida en forma tajante. El problema mismo de si se trata o no de
síntomas en sentido psicoanalítico está justificado.
Notemos que un analista no divide las informaciones que brinda un paciente entre
objetivas y subjetivas; tampoco está centralmente preocupado por deslindar lo orgánico de lo
mental o lo sano de lo enfermo. La "noticia" de que el analizante consulta a un cardiólogo no es
82
motivo "per se" para imponer sobre esa conducta una significación cualquiera. Procuramos no
sólo no taponar el desarrollo del análisis con nuestros propios pensamientos sino que, además,
evitamos obstaculizar la atención médica. Comprobamos con cierta frecuencia que la creencia
del analista en que algunos trastornos del analizante son "psicosomáticos", o aun conversiones,
suele operar en este sentido. Los mismos analizantes acostumbran sostener estas creencias, que
no se diferencian, en su estructura, de cualquier otra, pudiendo incluirse en la esfera de
prejuicios que alimentan la consolidación de los síntomas.
Es posible concluir que, si estas situaciones son frecuentes, es porque se apoyan en que
la frontera entre la llamada "psicosomaticidad" y lo propiamente conversivo no está
completamente cerrada. Al mismo tiempo, destaquemos que la posición analítica exige
mantener tal abertura.
Hemos procurado atender a la posición subjetiva del analista antes que al terreno de las
creencias, ideas, teorías o saberes que habitan los pensamientos de los diferentes actores. En
efecto, no parece ser en el nivel de los pensamientos manifiestos donde el accionar del analista
logra su peso propio. Es conveniente notar también que la posición subjetiva del analista no se
confunde con abstenerse de proponer significados para los trastornos. Esta observación es
central, puesto que se ha constatado que tales abstenciones en muchos casos resultan
contraproducentes para la evolución favorable de una sintomatología orgánica.
Un buen analista no carece de sentido común, y sabe utilizarlo cuando es preciso. Por lo
tanto, no es necesariamente impertinente que cargue de sentido a determinados significantes que
aparecen en el discurso de un paciente. Si bien un psicoanalista no es un shamán, es cierto que, a
veces y en buena ley, puede parecerlo. En lo que concierne al organismo humano, su experiencia
puede resumirse diciendo que éste se muestra ávido de atención y de reconocimiento simbólico
por el Otro.
Cuando Ángel Garma interpreta que "el colítico tiende a huir antes de luchar" (6),
considerando además que la diarrea indica un "deseo de sometimiento" (7), es evidente que
dirige el tratamiento en la dirección de imprimir sentidos al trastorno orgánico. Jean Guir, por su
parte, refiriéndose a la interrogación de Lacan acerca del goce específico de los fenómenos
psicosomáticos, declara que "en la cura se trata de dar un sentido a ese goce" (8). Ambos
autores, aunque pertenecientes a momentos y orientaciones diferentes del psicoanálisis,
muestran en este punto una perspectiva similar. Salvadas las distancias, coinciden en que el
problema de la cura consiste en anudar al sujeto, enfrentado a ciertos trastornos orgánicos, en un
orden de sentido.
En similar tesitura, Jacques-Alain Miller, apuntando a "situar una dialéctica del FPS con
el síntoma, o sea encontrarle una analogía con el fantasma", considera la posibilidad de "forzar
su interpretación" (9). Guir, por su parte, recurre a metáforas: refiriéndose a un paciente
asmático dice, por ejemplo, que "había en él una equivalencia fantasmática entre el útero de su
madre y sus bronquios" (10).
Es de interés recordar la siguiente observación de Garma: "la dificultad del enfermo para
darse cuenta de la dependencia entre su estado emocional y los fenómenos corporales, suele
obstaculizar el tratamiento psicoanalítico" (11). Tanto Garma cuanto los analistas que hoy
abordan estas perturbaciones manifiestan que se encuentran con lo que aquél llamaba "la
resistencia del enfermo a buscar correlaciones psicosomáticas" (12). Como se puede percibir, se
trata para nosotros de estudiar con detenimiento las vías por las que un trastorno orgánico, que
no es directamente concebible al modo de una metáfora, no carece de sentido.
83
enseñanzas Lacan se ocupó de la función de la falta, en primer término de la del órgano pecho,
adosado a la madre.
Es sobre aquellos órganos, primeramente perdidos, que viene a operar ortopédicamente
la imagen, constituyendo la escena que el significante dominará. Para nuestro tema, cabrá
resaltar que lo perdido en los prolegómenos de la constitución subjetiva son precisamente
órganos.
Observemos ahora que el organismo vivo y prematuro queda supeditado a un Otro, para
quien -siendo ello primordial- él es significante. Añadamos que el hecho de que el organismo
vivo posea un papel significante para el Otro conduce al psicoanalista a indagar qué significa
para el deseo del Otro. Hemos mostrado que la incidencia de la función simbólica sobre el
organismo ya fue enseñada por la etnología y que lo propio del psicoanálisis será presentar en
este contexto la función del deseo. Así entendemos que en lo proveniente del Otro que afecta al
organismo está involucrada la singular estructuración de su deseo.
El campo del significante, donde opera el deseo, produce de este modo, indirecta pero
efectivamente, "cortocircuitos" en los funcionamientos biológicos, que resultan transfigurados
por tal supeditación al Otro. Estas determinaciones, según descubrió el psicoanálisis, dificultan
la acomodación orgánica en un orden homeostático. Así, la real interferencia del significante
sobre el funcionamiento orgánico biológico del humano impide concebir a éste como una esfera
separada del campo de los símbolos.
La psique y el cuerpo resultan aquí situados en el registro imaginario. El concepto de una
dualidad mente-cuerpo posee la limitación, según entiende Lacan, de que no permite considerar
la incidencia del significante en la gestión del goce, de manera que no sólo el cuerpo es separado
de la mente, sino que el goce lo es de ambos:
mente cuerpo
goce
"FPS".
Es probable que el uso entre los analistas lacanianos de la expresión "fenómeno
psicosomático" no esté desconectado del anhelo de eludir confusiones con la esfera médica.
Notemos que en tal uso no se habla de "enfermedades psicosomáticas" ni de "síntomas
psicosomáticos", eludiéndose de hecho la nunca suficientemente aclarada diferencia o relación
con los síntomas conversivos. La existencia de esa precaria frontera se percibe en párrafos como
el siguiente de Vera Gorali: "consideramos FPS únicamente a aquellas lesiones probadamente
inducidas por la acción de lo simbólico y en consecuencia reversibles por la incidencia que, en el
dispositivo analítico, lo simbólico ejerce sobre la inercia de la libido" (24). El texto supone
claramente que ciertos síntomas que registra la clínica médica son susceptibles de ser afectados
por una intervención psicoanalítica.
Hemos referido la extensa variedad de trastornos que permite englobar la expresión
"fenómeno psicosomático". Se entiende que aquellos considerados síntomas en la clínica médica
no pueden también serlo de manera inmediata en el psicoanálisis, que mantiene su concepción
específica y diferente de la médica acerca de qué es un síntoma. Asimismo, si conviniéramos en
que la denominación "fenómeno psicosomático" define un subconjunto dentro del conjunto de
síntomas propiamente psicoanalíticos, no habría razón para considerar ipso facto que se trata de
síntomas en la esfera de la clínica médica.
Cuando el médico indica que se está en presencia de un trastorno psicosomático, el
analista suele agregar que probablemente eso tiene sentido. Ello no implica, conforme
mostramos, que sea posible adjudicarle un significado capaz, por el hecho de su adquisición, de
acabar con él. La aseveración del psicoanalista de que un fenómeno tiene sentido sólo señala que
su producción está regulada en el terreno del significante, dimensión del Otro que al incluir al
deseo no nos conduce a significación alguna sino que, por el contrario, nos desembaraza de
ellas.
El concepto de esta reducción de la significación operada por el deseo está presente en la
definición del objeto "a" como cierre del inconsciente, efectuada por Lacan en su Seminario XI,
el mismo donde se producen -según fue enseñado- algunas de sus elaboraciones claves acerca de
lo psicosomático. Lo esencial de una aproximación específicamente psicoanalítica a lo
psicosomático, hemos recalcado, es solidario de la dimensión del deseo, que no revela una
significación oculta sino la caída de la significación misma.
completamente voluntarios, que no despiertan aquí nuestro interés. Están también los silencios
por represión, que generalmente creemos eliminables y están los silencios cabalmente
imposibles de quebrar.
Prestemos atención a los últimos, que revisten sin duda interés para los asuntos que
tratamos. Podemos clasificarlos en dos grupos. El primero es el de aquellos que no pueden ser
quebrados debido a que faltan los significantes que la palabra requiere para articularse; tal falta
puede originarse no en alguna contingencia sino en imposibilidades lógicas. Este tipo de
silencios puede ser considerado "real", en correspondencia con la definición de lo real como
imposible lógico, dada por Lacan. Esta definición refiere específicamente lo real del sexo, que
implica la inexistencia de un significante que haga posible la relación sexual. Los silencios de
este grupo no están excluidos del terreno de las conversiones, aunque en ellas se involucran
también silencios que caracterizamos como eliminables.
En el otro grupo de los silencios imposibles de quebrar, en cambio, los significantes
pueden existir; pueden incluso estar disponibles, como en los jeroglíficos. Es obvio que la
articulación -o desarticulación, según se mire- de los significantes que integran un jeroglífico no
constituye un imposible lógico sino algo inabordable: el sujeto está definitivamente callado y es
inaccesible. Se incluye aquí lo inmodificable y lo no sustituible, como el caso referido por J.
Guir, ya mencionado por nosotros, del pequeño leucémico acerca de quien se observaba la
carencia de un lugar simbólico en su linaje.
No hay razones para suponer que no sean posibles otras subclasificaciones de silencios,
útiles para avanzar hacia nuevas reflexiones nosológicas sobre los trastornos orgánicos que nos
ocupan. Evidentemente, se trata aquí de una perspectiva radicalmente diferente a la del DSM IV,
que responde al propósito de categorizar perfiles deficitarios antes que los rasgos específicos de
los diferentes trastornos.
El modo de enfocar los padecimientos humanos que domina en la nosografía psiquiátrica
actual merece algunas consideraciones. Al respecto, Eric Laurent hizo notar, en un trabajo sobre
la psicosis, que la perspectiva del psicoanalista no se dirige a fenómenos deficitarios sino a
"fenómenos de enunciación" (25).
Hemos ya señalado que el médico encara el padecimiento desde una óptica ideal, de
modo que no tiene más remedio que leerlo como un déficit de la salud. Esta última es,
finalmente, un estado ideal del organismo, inexistente salvo por obra y gracia de un discurso en
el que se busca la perfección. Por otra parte, las nosografías médicas aspiran a ser universales y
exhaustivas, de modo que difícilmente algún ser humano quede libre de poseer al menos uno de
los "desórdenes" que en ellas se definen. Los psicoanalistas prestamos atención a las posiciones
subjetivas que se esconden detrás de las clasificaciones ideales en que los hombres nos vemos a
nosotros mismos. Tal vez la inclinación al establecimientos de estas nosografías sea en sí misma
un recordatorio de las limitaciones de nuestra real naturaleza.
El reconocimiento de nuestras deficiencias es siempre un padecimiento. Freud había
descubierto que el narcisismo del ideal alimenta el dolor neurótico. Lacan constató que el
hombre salvaguarda sus más firmes vanidades alejándose del reconocimiento de las verdaderas
imposibilidades, mientras prefiere padecer deficiencias que cree subsanables.
Para avanzar en nuestro tema, recalquemos que un psicoanalista actúa sobre lo real del
síntoma "desde lo simbólico". En referencia a "lo real del síntoma", en "La tercera", Lacan
expresa lo siguiente : "llamo síntoma a lo que viene de lo real ... lo real en tanto se pone en cruz
para impedir que las cosas anden ... de manera satisfactoria ... para el amo" (26). Es en el mismo
texto que señala que la intervención del analista no está en la vía de atribuir significados al
síntoma. "Nutrir al síntoma, a lo real, de sentido -afirmaba allí- es tan sólo darle continuidad de
88
subsistencia." (27)
En este contexto conceptual, ¿cómo concebir la intervención del analista en lo llamado
psicosomático? Encontramos un dilema. Por un lado, esperamos una "invención" del
inconsciente de la que vimos que nada impide que cumpla la función de un mito: prótesis de
sentido. Por otro lado, se previene el analista de alimentar a los síntomas con sentido. Se podría
pensar también que atribuir sentido a estos trastornos los hace síntomas de algo de lo cual no lo
son.
Hemos percibido que por este camino las dificultades no son pocas. Ellas provienen
básicamente de que en estas dolencias el analista está en posición de hacer metalenguaje,
pudiendo ocupar en la transferencia el lugar mítico de generador o agente de la dolencia que
habría quedado perdido en la historia, o aun "prehistoria", del sujeto.
No es extraño que en muchos casos las dificultades para producir teorizaciones que
justifiquen suficientemente la índole de una intervención queden veladas tras una opción no
resuelta entre la posición médica y la posición psicoanalítica, o de la pregunta acerca de si el
analista se ha convertido o no en shamán. De hecho, por estas vías no logramos resolver las
ambigüedades ni definir con claridad un curso de acción. Comprobamos, además, que con
frecuencia no es útil reenviar simplemente los casos al médico abandonando el terreno.
Reconsideremos nuevamente el problema. Advertimos que, en parte, sus polos se
asientan en la suposición de que sólo mediante el silencio es posible no alimentar de sentido al
síntoma. Ello, sin embargo, no es exacto. Tengamos presente que es posible hablar sin decir
cosas significativas, es el caso, por ejemplo, del mero "bla-bla" o palabra vacía. La palabra
también puede ser dicha no para enunciar una idea sino para hacer operar un deseo. En
"Subversión del sujeto ...", Lacan hace notar que el hecho de que "el deseo esté articulado, es
precisamente la razón de que no sea articulable" (28). El sentido del deseo, en consecuencia,
¿está articulado o no lo está?.
En el nivel de lo que más importa en la experiencia analítica, la opción respecto del
sentido del deseo no tiene solución si es formulada en términos de si está o no articulado. La
opción entre su articulación y su no articulación significante, en la forma de un dilema, según
observamos, constituye una opción alienante, a la que ya nos hemos referido. El sujeto sólo
puede salir de ella separándose del goce que encuentra oscilando en el conflicto, siendo
precisamente bajo la forma del deseo como ello puede ocurrir. Estas consideraciones sitúan el
problema en el terreno propiamente analítico, puesto que las posiciones del analista, del médico
y del shamán, del científico y del técnico, se diferencian psicoanalíticamente en el campo del
deseo, no en otro.
Recordemos que Lacan había reconocido en el deseo de Pavlov la posibilidad de
trastornar el funcionamiento de las necesidades orgánicas de sus perros (29). ¿En qué consistían
sus "intervenciones"? El tema es de interés para los psicoanalistas que quieren investigar en qué
puede consistir el "truco analítico" con un paciente psicosomático. No se trata, aclaremos, de la
teoría de los reflejos condicionados de Pavlov sino de sus acciones efectivas, cuya enseñanza
podría obtenerse sin duda de un buen entrenador de perros, probablemente el mejor maestro a
los fines prácticos. Pavlov, en efecto, en sus intereses científicos, no tenía como objetivo el
dominio más eficaz del funcionamiento de los órganos salivales de sus perros. Por otra parte,
nadie le reclamaba que lo hiciera, observación útil a la hora de diferenciar las posiciones
subjetivas del médico de las del científico.
Por nuestra parte, interesados en la función del deseo, queremos discernir el deseo del
analista del propio del médico, el cual, a su vez, no es idéntico al de Pavlov. ¿De qué modos
específicos pueden afectar el funcionamiento del organismo de un paciente? Una pregunta
89
Descartes, según ya referimos, Lacan mostró que el sujeto del cogito es un punto de
evanescencia y no debe ser confundido con el pensamiento "yo soy".
Advirtamos que la enunciación, dimensión íntimamente vinculada al campo del goce, no
precisará ser homogénea. La afirmación de que la enunciación carece de extensión puede
apoyarse en el mismo Descartes. La identificación del sujeto con un mero punto carente de
segunda o tercera dimensión, de características no espaciales, no parece exceder la perspectiva
cartesiana. Su reducción a un mero punto puede ubicarse también en Galileo, contemporáneo de
Descartes, que en el mismo año en que aparece el "Discurso del método" publica un trabajo
donde brinda indicaciones acerca de cómo debe realizarse una observación astronómica
correcta. Allí Galileo señala que el sujeto, para no errar, debe reducirse a un punto geométrico.
No es ése exactamente el sujeto en sentido psicoanalítico. Lacan enseñó que en el
psicoanálisis no se trata del sujeto de la representación, la conciencia, el conocimiento o la
percepción (30). La experiencia psicoanalítica no puede realizarse si concebimos las cuestiones
en términos de la polaridad "sujeto cognoscente-objeto de conocimiento". Tampoco se trata para
nosotros del sujeto gramatical, puesto que es necesario diferenciar el sujeto en la oración,
predicando o siendo predicado, del sujeto de la enunciación.
En resumen, no es completamente correcto representar al sujeto de la enunciación como
un punto, o apelar a la polarización propia de la tradicional teoría del conocimiento: sujeto
geométrico por un lado y extensión espacial que se organiza a partir de allí por el otro. Debemos
aclarar, de todos modos, que afirmar acerca del sujeto de la enunciación que carece de extensión
no implica suponer que carece de estructura, ni que ésta no sea analizable en su complejidad
interna.
Al afirmar que el sujeto de la enunciación o del deseo, así como su objeto, no son
concebidos en el psicoanálisis lacaniano en un campo geométrico, destacamos también que
ambos carecen de medida, no siendo caracterizables como grandes o pequeños. Sin desarrollar
aquí este tema, indiquemos que el sujeto del psicoanálisis, así como el objeto del deseo,
comparten la característica de inconmensurabilidad propia del goce llamado por Lacan "no
fálico", pensado en sus seminarios XIX y XX como femenino. Este campo, subrayemos, no es
abordable en términos de una lógica bivalente.
Recordemos que frente a la diferencia cartesiana entre las sustancias extensa y pensante,
en forma correlativa al pasaje de un paradigma de dos registros a uno de tres, Lacan se refiere a
una tercera sustancia que denominó gozante, precisamente como "sustancia del cuerpo" (31).
Concordantemente, ni la posición ni las intervenciones del analista podrán inscribirse en un
sistema polar de anverso y reverso entre lo psíquico y lo somático; de manera que es posible
reafirmar que la opción "mitificar-no mitificar" no es pertinente para plantear adecuadamente el
problema en el ámbito psicoanalítico.
inconcebible sin los pasos dados en el pensamiento por Descartes. No es cartesiano en el sentido
de que no es una ciencia, sin por eso definirse en oposición a ella. De este modo, su
especificidad no reside en empeñarse como la ciencia en dejar completamente de lado las
ficciones, aunque tampoco en promoverlas. En esta perspectiva Lacan desarrolló su seminario
"Les nom du pere", que en la homofonía "les non dupes errent", asevera que los no incautos, los
no engañados, yerran.
Respecto de la intersección vacía entre psicoanálisis y medicina, se verifica al constatar
que se trata de dos discursos diferentes. Someramente, el discurso médico se inscribe en el
esquema lacaniano de los cuatro discursos como discurso del amo, cuya estructura difiere de la
del discurso del analista. Entre ellos, además, no hay intersección sino cambio de discurso.
Añadamos que al mostrar que la estructura misma de los vínculos es discursiva, Lacan indrodujo
la posibilidad de estudiar mediante su esquema de los discursos las diferencias en la naturaleza
de los vínculos entre las curas chamanísticas, médicas y analíticas (35).
La función del deseo -sea de Pavlov, del analista o del médico- incidiendo sobre el
organismo, señalemos, se sitúa en la base de este esquema. En su lógica interna, no es posible
pasar del discurso médico al analítico sin circular por el universitario, ni del analítico al médico
sin hacerlo por el de la histérica. Las restricciones que impone el esquema dejan ver, sin
necesidad de pensar en términos de intersecciones, que el psicoanálisis como campo conceptual
es más próximo al de las ciencias que al médico. Es debido precisamente a que la medicina no es
una ciencia que no hay pasaje directo del discurso analítico al médico, ni viceversa.
En consecuencia, ¿en qué consistiría que un analista "medicalice" su posición en la
cura?, ¿sería acaso necesario tomar al paciente como objeto de observación y evaluación
objetiva excluyendo la dimensión subjetiva? El médico, notemos, oscila entre el discurso del
amo y el discurso de la ciencia. En tanto representa a la ciencia operando bajo los cánones de la
medicina tecnológica, que es la medicina dominante, sus vínculos son caracterizables con el
esquema del discurso universitario. En tanto está de cara a la demanda del paciente, que lo
interpela en un plano donde la ciencia irremediablemente no basta para dominar el padecer, se
sitúa en el contexto del discurso del amo.
Observemos también que la psicología y la medicina tienen inscripciones similares en el
esquema de los discursos, aunque la primera enfrenta una dificultad complementaria para
situarse en el terreno científico. En efecto, la psicología no logra librarse completamente de la
maldición positivista que cierra las puertas a su posibilidad de ser considerada una ciencia.
Recapitulando, el problema de dilucidar si lo psicosomático es o no síntoma nos condujo
a la función del deseo, la cual, a su vez, nos exige -según palabras del mismo Lacan- no
elidirnos del campo en que operamos. Desde allí se ve la necesidad de considerar la naturaleza
discursiva de los vínculos que se proponen al paciente, teniendo en cuenta que sus intersecciones
son vacías. El problema nosológico que involucra la pregunta acerca de si lo psicosomático es o
no síntoma en sentido psicoanalítico resulta, en consecuencia, indisociable de la problemática
subjetiva en el campo discursivo, lugar donde contextuamos la función del deseo.
José llega a sesión con gesto abatido. "Estoy hundido -dice- apenas puedo sostener el
cuerpo para caminar; es una depresión corporal. Para mí la depresión es eso: mi cuerpo se
transforma en una bolsa de papas." En otro momento informa: "Muy a menudo tengo resfríos y
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anginas. Sé cuando voy a enfermarme, sucede cuando no me cuido lo suficiente. Es seguro que
si estoy ansioso, si duermo y como poco y si, además, fumo dos o tres cigarrillos, se
desencadena un estado gripal. Es fatal que pase. Seguramente me bajan las defensas".
Otras circunstancias en las que se desencadenan estas dolencias son las de "reencuentro
con el fracaso", según sus propias palabras. José contrae habitualmente alguna enfermedad cada
vez que lo invaden sensaciones masivas de valer poco o nada o de ser abandonado. A menudo es
claro que sus enfermedades se ponen al servicio de "ataques del superyó", aunque también se
presentan con independencia de circunstancias identificables, pudiendo coincidir tanto con
momentos de dificultades y problemas cuanto de éxitos o de tranquilidad. Desalentado, él
mismo dirá: "la verdad es que no entiendo por qué es todo esto". Si bien merece aquí
consideración la afectación del organismo desde la esfera simbólica, no parece sencillo
determinar mayores especificidades.
Examinemos aquello con lo que contamos. "Cuando me enfermo -manifiesta José- no
puedo hacer lo que debo porque el cuerpo no me da. No puedo ser yo mismo." Agregará, con
actitud de resignación, que tal vez su verdadera naturaleza sea estar enfermo. Así, sus dolencias
resultan vinculadas a la dimensión del "ser" del sujeto, al punto que su único sentido parece ser
ése: el de constituir una inconsistencia del sujeto o, en otros términos, ser signo de ella. De este
modo, la enfermedad puede ser identificada con una vacilación de la afirmación o consistencia
subjetiva.
Recordemos que en la medicina de la Antigüedad se consideraba que el amor formaba
parte de la armonía implicada por la salud del cuerpo. En "El banquete", por ejemplo, Platón
hacía mención de ello por boca de Erixímaco (36). Hemos destacado que, según Lacan, la
representación del cuerpo ofrece al sujeto un lugar privilegiado en la procura de consistencia.
Reconocimos que el significante del Ideal tiene habitualmente el papel central en la consistencia
que adquiere el sujeto en su supeditación al Otro simbólico.
Los analistas, desde Freud en adelante, han observado la influencia de las conmociones
del narcisismo sobre la salud orgánica. En forma coherente con estas apreciaciones, junto al
señalamiento de que los llamados "fenómenos psicosomáticos" son correlativos de un déficit de
sentido, la experiencia de los psicosomatistas ha enseñado que las posiciones terapéuticas que
propician la regresión a partir de la frustración de las demandas son a menudo
contraproducentes, alimentando incluso la producción de tales trastornos.
Advirtamos, sin embargo, que si bien con frecuencia vinculamos el fenómeno
psicosomático con un fracaso de la función ideal de integración de la imagen corporal como
fuente de consistencia para el sujeto, no corresponde concluir -como a veces se sugiere- que el
FPS ofrece al sujeto un modo de consistencia en ausencia de otras (37). Son necesarios cautela y
rigor conceptual para no apresurar la inferencia de que en estos casos la enfermedad constituye
un modo de lograr consistencia subjetiva. Asimismo, es preciso explorar con mayor
detenimiento las relaciones entre diferentes fenómenos psicosomáticos y el masoquismo. No es
estrictamente correcto aseverar de manera general que por medio de los fenómenos
psicosomáticos el sujeto se procura un sufrimiento corporal en sustitución de un sufrimiento
neurótico.
Debemos tener presente que el analista no considera el papel de lo orgánico en tanto tal,
salvo, según indicamos, como signo de inconsistencias subjetivas. Corresponderá, en
consecuencia, atender a los impactos que las inconsistencias subjetivas pudieran tener sobre el
organismo, que es sin duda campo propio de la medicina.
Añadamos que el psicoanálisis constata efectos de la subjetividad no sólo sobre el campo
orgánico. Podemos, por ejemplo, comprobar secuelas de la constitución fantasmática, no sobre
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ser lamentables. Un ejemplo simple lo ofrece el caso del psicoanalista que desestima la gravedad
de una úlcera a propósito de la cual es consultado y cuya entidad nosográfica requiere decidida
asistencia médica, en favor de su convicción de que ella representa para el sujeto un voraz
superyó comiendo sus entrañas. Los riesgos que se corren cuando se dificulta la intervención de
la medicina son evidentes.
Reconocemos también este tipo de confusiones conceptuales incluso en el médico
imbuido de espíritu "psicosomatista" que evalúa insuficientemente, por ejemplo, los factores
neurobiológicos que intervienen en un cuadro de aislamiento senil, extraviándose en la
utilización de nociones que extrapola desde el campo del psicoanálisis (por ejemplo, regresión
narcisista). Indiquemos que, salvo la apariencia de un marcado aislamiento, nada tienen de
común el narcisismo yoico de un neurótico obsesivo anciano con un síndrome de autismo propio
de una demenciación senil tomográficamente comprobada.
Reparemos una vez más en que, en rigor, ni las ciencias ni el psicoanálisis se inclinan a
encontrar, como Descartes, una nueva glándula pineal que haría las veces de eslabón de
intermediación entre el alma y el cuerpo, como Garma tal vez habría querido (38). Pusimos
énfasis en subrayar que el desarrollo mismo de la ciencia moderna toma vigor del abandono de
la búsqueda de los nexos, siempre faltantes, que permitirían unificar el cosmos.
7. De psicoanalistas y médicos.
el psicoanalista está mejor situado para atender a esas funciones, puesto que nació de la
imposibilidad de resolver con la ciencia la demanda del dolor humano. Ello, sin embargo, no se
ha traducido en una modificación de los perfiles de atención del sufrimiento que se imponen en
la vida social.
Tal vez la principal enseñanza del psicoanálisis a la medicina sea un particular llamado
de atención sobre la polaridad indisociable entre la vida y la muerte, en el concepto de que la
inercia orgánica vital es indisociable de la mortal. La muerte, en este sentido, no se presenta
como un horizonte lejano sino como realidad cotidiana. Destaquemos que el psicoanálisis
descubrió la fuente de los diversos malestares subjetivos en una muerte originada en el campo
del símbolo. En esta perspectiva, el concepto psicosomatista de un amalgama entre psique y
soma esconde el hallazgo de Freud de que la vida y la muerte se combinan inseparablemente.
Ello se corresponde con la comprobación del inevitable costo de desorden que posee la
imposición de orden orgánico. En efecto, mientras la medicina afirma en su accionar el principio
homeostático, dejando suponer que ese costo de desorden es eliminable, el psicoanalista se
enfrenta con lo que en él hay de irreductible.
Por lo referido, se requiere la intervención del analista cuando los medicamentos u otros
tratamientos médicos, llamados a recuperar el orden orgánico, fracasan. El sujeto, a la luz del
análisis, no se sitúa en el terreno del orden sino excluido de él, regulándose por una entropía que
lleva a destacar el papel subjetivante de la muerte así como la inexorabilidad introducida por la
dimensión temporal. El psicoanálisis opera "a partir" de la muerte, entendida en sentido amplio,
en lo que aquí nos concierne, como la pérdida de goce producida por el ordenamiento orgánico
mismo. Notemos que el ideal médico de la cura orgánica va en dirección contraria al transcurrir
irreversible del tiempo, en tanto al trabajar contra la muerte se opone a la inercia apuntada por el
principio de entropía. El psicoanálisis, aunque no trabaja a favor de la muerte, tampoco lo hace
en contra.
Encontrándose el sujeto más cercano al trastorno o desorden orgánico que a su
homeostasis, nada impide considerar grados variables en tal proximidad, hasta el extremo en que
se lo identifica con el trastorno mismo. En este caso, el sujeto se muestra en las antípodas del
Yo. Agreguemos que esta posición es difícilmente reconocible, puesto que el reconocimiento
sólo puede efectuarse en el campo del Yo, o bien de la representación del cuerpo, recordando
que éste posee, idealmente, las cualidades de homeostático e incorruptible.
Señalemos, por otra parte, que el bienestar corporal, evidentemente identificable con el
yoico, tampoco se confunde con la homeostasis orgánica. Precisamente, la ausencia de
discriminación entre estos planos permite el deslizamiento por el cual el drogadicto, por
ejemplo, procura bienestar subjetivo mediante procesos bioquímicos orgánicos. Curiosamente,
tal idea es del mismo orden que el concepto psicosomatista de que el organismo y la
subjetividad pertenecen a una misma esfera.
En correspondencia, no es extraño que algunas ideologías presentes en muchos médicos
contribuyan a las droga-dependencias. Los progresos de la psicofarmacología ponen a
disposición de los médicos, a la par que del público en general, multitud de recursos químicos
que se ofrecen para procurar alivio a las depresiones, las fobias, la ansiedad y la angustia. Los
avances actuales de las neurociencias han favorecido las redefiniciones de estos padecimientos
afirmando su naturaleza orgánica y su des-subjetivación. Al mismo tiempo, se ha reforzado el
desconocimiento de la incidencia mortífera del símbolo en estos malestares, que los viejos
chamanes no ignoraban, facilitándose que el nuevo médico opere en muchos casos de modo
iatrogénico.
Los éxitos puramente sintomáticos que acaban acompañados por adicciones
98
8. Últimas puntuaciones.
Si bien los psicoanalistas con frecuencia comprobaron, tanto como los médicos
psicosomatistas, que la desorganización orgánica puede acompañar a la psíquica, Lacan
cuestionó que lo llamado psicosomático sea discernible en términos de "doble psíquico",
separándose de toda forma de paralelismo psicofísico. Con este criterio, indicó que el rumbo
recomendable en las cuestiones que nos ocupan no es ofrecido por una visión psicosomática sino
por el concepto de "falla epístemo-somática" (40). Indicó que en el campo de la subjetividad lo
corporal y lo psíquico se ubican en el mismo nivel -registro imaginario- mostrando su sujeción
al inconsciente, del que observó que está estructurado como un lenguaje. La atención a la
dimensión del goce condujo a Lacan a tener en cuenta, además de las cartesianas sustancias
extensa y pensante, otra que llamó "gozante" y que había sido excluida desde la perspectiva del
cogito racionalista.
La separación conceptual entre cuerpo y organismo es esencial. J. A. Miller la ha
destacado en Lacan, enfatizando que "el organismo va más allá de los límites del cuerpo" (41).
Por su parte, propuso agrupar los fenómenos psicosomáticos según afecten a los órganos
internos o a la superficie del cuerpo (42).
Hemos mostrado que el pensamiento lacaniano subvierte verdaderamente la
problemática del dualismo psicosomático, indicando que los referidos trastornos se encuentran
mejor situados entre el cuerpo y los órganos que entre la psique y el cuerpo. Siendo psique y
soma del mismo orden, la ruptura que la idea de falla epístemo-somática refiere se ubica
justamente entre el soma y los órganos.
Dejando por un momento de lado que el médico no logra del todo ser un tecnólogo
inspirado solamente en la ciencia, es claro que la medicina moderna procura enfocar al
organismo como conjunto de órganos. La medicina de Aristóteles y de Galeno, en cambio, no se
ocupaba del organismo tal como hoy lo concebimos sino del cuerpo, solidario, por supuesto, del
alma. Es comprensible el anhelo de nuestro médico psicosomatista, quien no se satisface con la
separación entre órganos y cuerpo.
Lacan permitió destacar también que no puede haber concepto de integridad orgánica sin
la función del lenguaje. La idea misma de organismo unificado es impensable sin la función del
significante "Uno". En esta perspectiva, hemos precisado también que el concepto de "cuerpo
sano" debe concebirse como efecto de lenguaje, definiéndolo como "cuerpo entero o íntegro"
que, en tanto es "uno", "no dos", se representa en una continuidad espacial única. Así pudimos
indicar que es el significante el que induce la representación del cuerpo conforme a la estructura
bipolar fálico-castrado.
Que haya "Uno" implicó en primer término que haya sujeto, atendiendo a que un
significante es definido psicoanalíticamente como representante de un sujeto para otro
significante. Pudo también enseñarse que el sujeto, tal como el psicoanálisis lo perfila, no es un
organismo ni posee naturaleza orgánica alguna. Enfaticemos que, puesto que no hay organismo
sin "Uno", no hay integridad orgánica pensable sin implicar la subjetividad.
A nivel de la representación, sea o no científica, el significante no sólo es condición para
concebir al cuerpo como único sino que, además, cumple el papel de fragmentar al cuerpo
imaginariamente integrado, poniendo en la cuenta la operación de "órganos irreales" que tienen
una función habitualmente perturbadora de la homeostasis del conjunto orgánico. En esta
tesitura, llegamos a considerar que el lenguaje mismo puede operar como un órgano acoplable a
los otros. Fue central recordar que, según Lacan, la libido opera como un "órgano irreal". Si, en
efecto, la libido es un órgano, el organismo no puede no resultar afectado sin él. La falta de este
órgano, una vez integrado al funcionamiento orgánico, interviene como causa de trastornos.
En consecuencia, cabe la pregunta: ¿dónde está la libido? Si no está donde se espera las
100
cosas del organismo no marchan como se espera. Las cosas en general tampoco marchan
normalmente si el idealista se encuentra sin el ideal, el masoquista sin el verdugo o el neurótico
sin poder satisfacerse conforme a su fantasma. Añadamos que aquí no identificamos
necesariamente la marcha normal con una buena marcha.
Hemos subrayado que la integridad insuficientemente lograda del organismo puede en
parte ser compensada por las imágenes, especialmente la corporal, que parece asumir funciones
que caracterizamos como orgánicas. Si la imagen corporal semeja un órgano en el sentido
amplio del término, interviene como elemento organizador de actividades que inciden en el
orden y funcionamiento orgánico general. Hemos observado, además, que esta función no es
suficiente para garantizar la homeostasis ni la sobrevivencia del organismo, en razón de que no
cumple una función adaptativa sino que muestra, conforme Lacan aprendió de Caillois, la
incidencia del espacio mismo.
Se verifica en todos los seres vivos que el dominio del conjunto orgánico sobre sus
partes sólo puede ser imperfecto. En los humanos, el funcionamiento ordenadamente unitario del
conjunto de órganos tampoco se logra completamente a partir de la función del símbolo, incapaz
de un "dominio" sobre los órganos que garantice la integridad de conjunto.
Hemos intentado también ubicar el terreno de lo llamado psicosomático, de manera
general, entre el lenguaje y el organismo. Convinimos en situar a la enfermedad psicosomática
en sentido estricto como trastornos o desórdenes en el funcionamiento de órganos en el marco de
un organismo que atribuimos a un ser hablante.
Subrayemos que corrientemente denominamos "orden del organismo" al estado
homeostático llamado salud, y "desorden" al estado de alteración de la homeostasis, también
llamado enfermedad, de un órgano o conjunto de ellos. Como lo testimonia la historia de la
medicina, buena parte de los desórdenes orgánicos fueron estudiados y eficazmente atendidos a
la luz de las ciencias biológicas. Las investigaciones antropológicas y psicoanalíticas han
demostrado en los últimos tiempos que muchos de estos trastornos responden a regulaciones de
orden simbólico, diferentes de las habitualmente estudiadas por la biología.
El psicoanálisis lacaniano nos condujo a la hipótesis de que la constitución del orden
orgánico en el humano requiere del Otro real. Destacamos que la función del "Uno", "rasgo
unario", fue definida por Lacan como "lo simbólico del Otro real". En la medida en que el orden
orgánico requiere del Otro real, refiriendo el rasgo unario lo simbólico del Otro real, se afirma el
concepto de que este orden en el ser hablante no es pensable sin la función del rasgo unario en el
Otro real.
El tema lleva a tener en cuenta la multitud de significantes que operan en el terreno del
Otro real, destacando en él la función del rasgo unario. Fue fundamental recordar que los
conceptos de rasgo unario y de holofrase permitieron abordar una dimensión de efectos de
lenguaje que no consiste en significaciones articuladas. Con esa perspectiva hemos resaltado que
no nos inclinamos a preguntar, ante un trastorno que suponemos psicosomático, qué significa
sino quién lo provoca.
Destaquemos que la afirmación de que una dolencia psicosomática es significante,
entendiendo por significante algo que representa a un sujeto para otro significante, es una
consecuencia obligada del hecho de que los tratamientos "por el espíritu" pueden ser eficaces. Al
mismo tiempo, siendo el significante representante del sujeto, el silencio de la llamada
alexitimia, por ejemplo, si es considerado significante, exige que no se confunda a tal sujeto con
el que aparentemente se identifica con el nombre adjudicado a un "Yo". En la dirección
enunciada, hemos indicado que la propiedad del organismo es del Otro, de modo que el Yo bien
puede no hacerse cargo de él. Así entendimos que la posibilidad de que un cuerpo se encuentre
101
Referencias bibliográficas.
14. "Pour une logique du fantasme", Scilicet 2/3, (París, Ed. du Seuil, 1970), p. 263. (traducción
del autor).
15. Cf. idem., p. 261.
16. J. Lacan, "La tercera", op. cit., p.96.
17. Cf. "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", op. cit., p. 137 y 138.
18. J. Lacan, "La tercera", op. cit., p. 96.
19. Cf. "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", op. cit., p. 139.
20. Cf. idem..
21. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XVII - El reverso del psicoanálisis, (Buenos Aires, Ed.
Paidos, 1992), p. 52.
22. Cf. "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", op. cit., p. 139.
23. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XXII - R.S.I., seminario del 18 de marzo de l975, (ficha
de circulación interna de la Escuela Freudiana de Buenos Aires), p. 87.
24. Vera Gorali (comp.), Estudios de psicosomática, Vol. 1 (Buenos Aires, Ed. Atuel-CAP,
1993), pp. 279 y 280.
25. Eric Laurent, "L'enigme & la psychose", La Cause Freudienne, Revue de Psuchanalyse, p. 3.
26. J. Lacan, "La tercera", op. cit., p. 84.
27. Idem, p. 103.
28. J. Lacan, "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano", Lectura
estructuralista de Freud, op. cit., p. 316.
29. Cf. J.Lacan, El Seminario - Libro XI - Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
(Buenos Aires, Ed. Paidos, 1987), p. 236.
30. Cf. idem., pp. 112 y ss.
31. J. Lacan, El Seminario - Libro XX - Aun, (Barcelona, Ed. Paidos, 1981), p.32.
32. J, Lacan, El Seminario - Libro X - La angustia, (inédito), clase del 12 de diciembre de 1962.
33. Cf. A. Einstein , Sobre la teoría de la relatividad y otras aportaciones científicas, (Madrid,
Ed. Sarpe, 1985), pp. 88-90.
34. Cf. J.L. Borges, "Los sueños y la poesía", Cuadernos Sigmund Freud, Nº 9, (Buenos Aires,
Ed. Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1982), p.197.
35. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XVII - El reverso del psicoanálisis, (Buenos Aires, Ed.
Paidos, 1992), passim..
36. Cf. Platón, "El banquete", Obras Completas, Tomo II, (Buenos Aires, Ed. Bibliográfica
Omeba, 1967), p. 572 y ss.
37. Cf. J. Guir, "Modalidades del acto analítico en la cura de sujetos que sufren de FPS", en
Vera Gorali (comp.), Estudios de Psicosomática, op. cit, p.143.
38. Cf. A. Garma, op.cit., p. 186.
39. Cf. Mauricio Abadi, "Nota acerca de algunos mecanismos en la psicogénesis de la
obesidad", en David Liberman y otros, Psicología del obeso, (Buenos Aires, Rodolfo Alonso
Editor, 1971), p. 15.
40. Cf. J.Lacan, "Psicoanálisis y medicina", Intervenciones y textos, (Buenos Aires, Ed.
Manantial, 1985), p. 92.
41. Jacques-Alain Miller, "Algunas reflexiones sobre el fenómeno psicosomático", en Matemas
II, (Buenos Aires, Ed. Manantial, 1988), p. 180.
42. Cf. J.A. Miller, "Intervención", en Vera Gorali (comp.), Estudios de Psicosomática, op. cit.,
p. 89.
43. Cf. V. Gorali, op. cit., p. 10.
44. Cf. J. Lacan, "La tercera", op. cit., p. 92 y 93.
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