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CUENTO DE NAVIDAD:
Las bolitas de algodón

E ra el mes de diciembre. Las luces en las calles y los escaparates de las tiendas
iluminaban la noche, y en la televisión sonaban canciones de Navidad.

- ¡Vamos, niños, que llega la Navidad!, dijo mamá. ¡Hay que poner el Belén!

En casa estábamos muy alegres. Carmen, mi hermana mayor, ayudaba a mamá


abriendo las cajas y colocando los adornos navideños ordenadamente en el salón.
Yo pensaba que la Navidad era el mejor tiempo del año, o el más sabroso, porque
comíamos turrón, bombones, polvorones y tantas cosas ricas. Y después, los Reyes,
que en casa nos traían siempre lo que pedíamos. ¡Cuánto quiero a los Reyes Magos!

Preparamos el belén y colocamos en su sitio las casitas de las aldeas, las montañas,
los patitos en el lago, las figuritas de barro, y, sobre todo, las ovejas que tanto me
gustan, porque tienen las patas tiesas y su piel parece de verdad.

- Paquito, tráeme esa caja con mucho cuidado, porque dentro está el Niño Jesús,
dijo mi mamá.

¡Qué ilusión, por fin alguien se acuerda de mí y me pide ayuda!, pensé. Entonces
tomé la caja, la abrí, saqué con cuidado al Niño, y al ir a dárselo a mi madre, se cayó
al suelo. Vi al Niño volar lejos de mi mano, como si fuera a cámara lenta, y romperse
en mil pedazos...

-¡Qué has hecho, inútil!, me chilló Carmen enfadada. ¡Cómo se te cae el Niño! Para
una vez que haces algo, lo haces mal.

Cuánta pena me entró en el corazón. No por los gritos de mi hermana, sino porque
viendo en el suelo los trocitos de barro me parecía que yo le había hecho daño a
Jesús, que tanto quiero. Y lloré desconsoladamente.

En ese momento llegó papá. -No llores, Paquito, esta tarde salimos a comprar una
figura del Niño. En la plaza ponen tiendas con figuras para los belenes. Seguro que
encontramos un Niño muy bonito para el nuestro.

Al terminar de comer salimos. Voy bien abrigado, con un gorro tapándome las
orejas, porque hace un frío que pela.

1
-¿Tienen un Niño para un portal de Belén?, preguntó mamá en una tienda.

- No señora, se han acabado todos. A primeros de mes casi todas las figuras se
agotan. Vaya usted a aquella tienda, quizá tengan algo, dijo el señor.

Nos acercamos al lugar indicado con cierta prisa, por si hubiera pocos Niños
disponibles. Pero no, tampoco tenían. Fuimos a otra tienda, y tampoco. Y a otra y
otra, imposible. A papá se le ocurrió una buena idea: -Volvamos a casa.

Al llegar, nos quitamos los abrigos y nos situamos delante del Belén. Estaba
precioso. El cielo estrellado era de papel azul oscuro, para que se viesen las estrellas
y las luces de las casas. Una gran estrella guía a los Reyes Magos, que avanzan por
un camino de serrín a lo lejos del Belén. Mirándolos, pienso en los juguetes que
me traerán.

Entonces, dijo papá: -¿Veis la cuna del Niño? Está vacía. Ni siquiera hemos puesto
la paja donde Jesús descansará. Pero no importa, porque este año el Niño va a
descansar sobre las cosas buenas que hagamos en Navidad.

- ¿Cómo va a descansar si no tiene nada mullido sobre la cuna?, añadió mi hermana.

- Pues cada vez que mamá, Paquito, tú o yo hagamos algo bueno, depositaremos
una bolita de algodón sobre la cuna del Niño. Así, dentro de unas semanas, estará
mullida por las buenas obras que le ofrezcamos a Jesús.

Yo no lo entendía del todo bien. Entonces, pregunté a mamá: - ¿Qué hago?

- Mi niño, cuando te vayas a enfadar, te acuerdas del Niño y perdonas. Luego, vas
al Nacimiento y dejas sobre la cuna una bolita de algodón. O en lugar de chinchar
a tu hermana. O cuando no protestas...

- ¿Y yo?, dijo Carmen.

- Hija, añadió mamá, por lo pronto, pide perdón a tu hermano por haberle gritado.

- Paquito, perdóname.

- Claro que sí, te perdono, respondí inmediatamente con alegría en mi corazón.

- También cuando rezáis algo, añadió papá. Y cuando ayudáis a vuestra madre o
vencéis un capricho.

Pues bien, dije para mis adentros, parece que se podrá recomponer la figura del
Niño con las buenas obras de toda la familia. Eso me gusta.

En aquel momento ya no veía la figura de Jesús como si fueran trozos de barro


esparcidos por el suelo del salón, sino que estaba formado su cuerpo, sus manos,
los ojos y su preciosa cara con el amor, la oración, la ayuda a los demás en lugar
de mi egoísmo..., y me parecía su rostro mucho más bello que el de las figuras de
barro vistas antes por mí.

2
Por fin llegó la noche del 24 de diciembre. Vinieron los abuelos. Con cierto misterio,
para mayor sorpresa, abrieron poco a poco el regalo para la familia: ¡Era un Niño
Jesús como el nuestro! Papá lo tomo en sus manos y lo depositó cuidadosamente
sobre las bolitas de algodón que rebosaban sobre la cuna.

Carmen bendijo la mesa. Cenamos toda la familia. Tomamos pasteles y hasta me


dieron un poco de sidra, porque casi no tiene alcohol; pero me pareció amarga y
no me gustó...

Fue una noche maravillosa. Celebramos que Jesús, el Salvador, había nacido.
El Niño Dios trae al mundo la paz, la justicia, el amor... (Por cierto, de ahora en
adelante voy a insultar menos). Yo miraba al Niño y lo sentía en mi corazón. Y me
fui a dormir. Había sido un día especial.

A la mañana siguiente, fuimos a Misa. La iglesia estaba bonita, adornada con un


gran Belén. El Niño parecía de varios meses...

- Paquito, atiende a la Misa, dijo la abuela, que llega la consagración.

- ¿Y qué es la consagración?, pregunté.

- La consagración es cuando el sacerdote dice unas palabras para convertir el pan


en el Niño Jesús y lo levanta.

- ¡Toma ya!, ¡qué fuerte!, pensé. Y me quedé mirando fijamente al Niño que el
sacerdote levantaba lentamente con sus dos manos. Tenía forma redonda, era
de color blanco... En aquel momento vi el rostro precioso del Niño Jesús que me
hablaba. Decía unas palabras muy bajitas, como dirigiéndolas a mi oído. Atento,
moví ligeramente la cabeza para escucharlo mejor:

- Gracias, Paquito, por tu paciencia y alegría. Gracias, Carmen, por haber pedido
perdón a Paquito, por tus oraciones antes de dormir y ayudar a tus papás. Gracias,
mamá, por el cariño que das a tus hijos y esposo. Gracias, papá, por tu trabajo y
responsabilidad...

Aquello me dejó como muerto. El Niño daba las gracias a toda la familia por las
bolitas de algodón que habíamos depositado sobre su cuna en nuestro Belén.

Al salir, pregunté: -Papá, mamá, Carmen, ¿habéis oído lo que ha dicho el Niño Jesús?

- Yo, no; yo, tampoco; ni yo. Paquito, la noche de Navidad dormiste muy bien y
habrás soñado algo...

Entonces me callé, pero mi corazón se llenó de una alegría inmensa que me duró
muchos días y largas noches.

J.A.G

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