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Serie: Jesús a través del Evangelio de Juan.

LA VENIDA DEL VERBO DE DIOS AL MUNDO


Juan 1:1-18

Este libro es un testimonio del nacimiento, vida, muerte y resurrección de Cristo, así como
de las conversaciones que este sostuvo con sus discípulos y las enseñanzas que entregó tanto
en público como en privado. Hoy nos enfocaremos en la venida del Verbo de Dios al
mundo, y en cómo el Verbo es recibido por los hombres.

A. EL VERBO DE DIOS. Juan 1:1-5.

El Evangelio de Juan comienza en la eternidad. “En el principio era el Verbo”, nos está
diciendo que antes de todo lo creado, Cristo ya existía, porque...

1. Jesucristo es el Verbo.

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios” Así como nuestras palabras
revelan a otros lo que hay en nuestro corazón y nuestra mente, de la misma manera
Jesucristo es el "Verbo" de Dios para revelarnos el corazón y la mente de Dios. El
evangelio de Juan fue escrito en el idioma griego, y allí se usa el término “logos”,
que significa “palabra”. Entonces, Cristo es la Palabra. Según Hebreos 1:1-3,
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas, 2 en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a
quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; 3 el cual,
siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien
sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la
purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la
Majestad en las alturas”. Jesucristo es la Palabra Viva de Dios para la humanidad,
porque él es la culminación de la revelación divina. La Palabra estaba con Dios, es
decir, estaba delante de Dios, cara a cara con Dios. Esto quiere decir que había una
comunión perfecta entre el Padre y su Hijo, no hay ninguna comunión como esta
entre los seres creados, sólo puede encontrarse una comunión así en Dios mismo.

Sabemos que esta comunión era gloriosa, Cristo en su oración en, Juan 17:5,
“Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo
antes que el mundo fuese”. Es decir, Cristo mientras estuvo en la tierra anhelaba
fervientemente volver a esa comunión gloriosa que tenía cuando “el verbo era con
Dios”. Y esa comunión estaba llena de amor, ya que en la misma oración le dice al
Padre, Juan 17:24, “me has amado desde antes de la fundación del mundo”. Esto
nos muestra la gran misericordia y el amor sacrificial que hubo en Cristo, para
despojarse temporalmente de esa gloria y esa comunión directa, perfecta y estrecha
con el Padre, vistiéndose de humanidad para salvarnos de nuestros pecados.

2. Jesucristo es Dios.

Luego Juan afirma: “y el verbo era Dios. Este era en el principio con Dios” (v.1-2).
La Palabra, Cristo, era Dios también. Juan no quiere dejar lugar a dudas, Cristo es
Dios y eso debe quedar claro desde un comienzo, desde el principio de este libro.
¿Cómo es posible que la Palabra estaba en el principio con Dios, pero también que
era Dios? La verdad es que Dios es un Ser, pero en ese Ser hay 3 personas: el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Aquí nos está hablando de la relación entre el
Padre y el Hijo. Entonces, el Padre y el Hijo son dos personas, pero son en el mismo
y único Ser. Alguien puede decir: “Pero no conozco nada así”. Exacto, y es porque
la Escritura dice: Isaías 40:25, “¿Con quién, entonces, me compararán ustedes?
¿Quién es igual a mí?, dice el Santo”

El Señor es incomparable, nadie es como Él. Ningún otro ser es uno y trino. Un
querubín, es un ser, una persona. Un ángel, es un ser, una persona. Un ser humano, es
un ser, una persona. Pero el Señor es un Ser y tres personas. Nadie es como Él, su
Ser es único, no se puede comparar a nada, por eso, por más que nos esforcemos
buscando ejemplos en la creación de seres que sean como Dios, nunca encontrará tal
cosa. Entonces, el Apóstol Juan nos está dejando claro de entrada que Cristo es
eterno, que Cristo es Dios, que Cristo es desde la eternidad y en el principio de la
creación Él ya existía.

3. Jesucristo es el creador de todo.

Pero también nos dice “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo
que ha sido hecho, fue hecho” (v. 3). La Palabra que era desde la eternidad y por el
poder de su Palabra todas las cosas fueron creadas. Genesis 1:3,6 “Y dijo Dios: Sea
la luz; y fue la luz…Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y
separe las aguas de las aguas”. Esto lo vemos expuesto ya en el Antiguo
Testamento: Salmo 33:6, “Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, Y todo
su ejército por el aliento de Su boca”. En un pasaje del libro de Proverbios, en que
está hablando la sabiduría, confirmamos que Cristo es la Palabra, la mente, la
sabiduría de Dios, Proverbios 8:27-30, “27 Cuando formaba los cielos, allí estaba
yo; Cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo; 28 Cuando afirmaba los cielos
arriba, Cuando afirmaba las fuentes del abismo; 29 Cuando ponía al mar su estatuto,
Para que las aguas no traspasasen su mandamiento; Cuando establecía los
fundamentos de la tierra, 30 Con él estaba yo ordenándolo todo, Y era su delicia de
día en día, Teniendo solaz delante de él en todo tiempo”. Entonces, Cristo es
Creador, algo que sólo puede decirse de Dios. El Apóstol Pablo explica esta verdad
muy claramente. Hablando de Cristo, dice, Colosenses 1:15-17, “15 Él es la imagen
del Dios invisible, el primogénito de toda creación. 16 Porque en él fueron creadas
todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e
invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue
creado por medio de él y para él. 17 Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas
en él subsisten”. Esto es muy importante, ya que en los tiempos de Juan muchos
decían que Cristo era un ser creado. Era algo así como un súper hombre, un hombre
muy excepcional y lleno de virtudes o poderes sobrenaturales, pero decían que era un
ser creado. Juan aclara que no es así. Él no está dentro de las cosas que fueron
hechas, sino que Él fue quien hizo todo.

4. Jesucristo es el dador de la Vida.

Todo ser creado toma su vida del Creador, pero el Creador tiene vida en Él mismo. Y
eso es lo que se dice de Cristo: “En él estaba la vida” (v. 4). Antes que todas las
cosas existieran, la “vida completa y bendita de Dios ha estado presente en el Verbo
desde la eternidad…” Cristo es la causa, la fuente, el principio de toda vida. Todo
el universo le debe su existencia. Tú y yo existimos porque Él nos dio vida. Si hay
aliento de vida en ti, si en este momento estás respirando y tu corazón está latiendo,
es porque el Señor la sostiene. Por eso, nuestra vida debe honrarlo y glorificarlo a Él
como nuestro Creador y el Dador de la vida. Cada vez que nos demos cuenta de que
estamos respirando, cada vez sintamos latir nuestro corazón, recordemos que el
Señor, es quien nos dio la vida y la sostiene en nosotros.

5. Jesucristo es la luz del mundo.

“y la vida era la luz de los hombres. 5 La luz en las tinieblas resplandece, y las
tinieblas no prevalecieron contra ella” (vs. 4-5). Cuando Cristo vino a un mundo
donde el pecado y la muerte reinaban, Él resplandeció en las tinieblas. Es luz para la
humanidad perdida, muerta en sus delitos y pecados. Por eso el Evangelio, es luz para
el mundo, y la Iglesia sólo será luz del mundo mientras sostenga la antorcha
encendida y brillante del Evangelio.

Hoy en día hay muchos hombres dice que son “seres de luz”. Y hay muchos que van
tras los pseudo iluminados. Pero de acuerdo con la Palabra somos tinieblas, si nos
ponemos a buscar luces interiores sólo encontraremos oscuridad tras oscuridad, y se
engaña quien quiera encontrar luz en sí mismo o en otros seres humanos o en la razón
humana. Sólo podemos recibir luz y tener luz cuando tenemos a Cristo, cuando
morimos a nosotros para tener vida en Él. Jesucristo es Dios y Creador de todo.

B. LA VENIDA DEL VERBO. Juan 1:6-9, 14-18.

Algunos falsos maestros estaban difundiendo ideas equivocadas sobre Juan el Bautista,
enseñando que era igual o superior a Jesús. Sin embargo, Juan aclara desde un
comienzo que él es sólo un testigo de la luz verdadera que viene al mundo, él no es la
luz, aunque fue alumbrado grandemente por esa luz verdadera de Jesucristo.

1. Juan el Bautista era el mensajero de la venida de Jesucristo.

Juan 1:6-8. “6 Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. 7 Este vino
por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por
él. 8 No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. 9 Aquella luz
verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo”. Juan tuvo el privilegio
especial de presentar a Jesús a la nación de Israel. También tuvo la difícil tarea de
preparar a la nación para recibir a su Mesías. Él era un enviado de Dios, a quien se le
encargó preparar el camino para la venida de Cristo, predicar el arrepentimiento de
corazón en el pueblo de Israel, para que pudieran recibir al Mesías prometido. Era la
voz que clamaba en el desierto, exhortando a volverse de sus malos caminos y
humillarse delante de Dios porque el Hijo de David había venido al mundo. Juan
1:15, “15 Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El
que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo”. Si la luz
verdadera no hubiera venido, estaríamos condenados a la completa oscuridad. Si
Aquél que tiene vida en sí mismo no hubiera venido, estaríamos abandonados a la
muerte en nuestros delitos y pecados.

2. Jesucristo es Dios encarnado, que habito entre nosotros.

Juan 1:14, “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su
gloria, gloria como del unigénito del Padre)” Dios mismo se hizo hombre, tomó
sobre sí la naturaleza humana sin dejar de ser Dios y vivió entre nosotros. Entró en
la historia de la humanidad, en este escenario de guerras, muerte, dolor, lleno de
pecados y de maldad, vino a ser uno de nosotros. Se despojó a sí mismo de este
estado de gloria, de esa comunión perfecta con su Padre, y vino en humillación
para cargar sobre sí nuestras culpas, nuestro dolor y nuestra muerte; para ser el
Cordero que sería inmolado en nuestro lugar. Él es Dios mismo manifestado a los
hombres, es Emanuel, Dios con nosotros.
3. Jesucristo está lleno de gracia y de verdad.

Juan 1:16-18, “16 Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre


gracia. 17 Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad
vinieron por medio de Jesucristo. 18 A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que
está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. Lleno de gracia porque su
venida fue un acto de amor inmerecido, dejo su gloria y su comunión perfecta con el
Padre para salvar a los pecadores que venían a Él en arrepentimiento y fe. También
estaba lleno de verdad, no sólo porque todo lo que él decía era verdadero, sino
porque Él mismo es la verdad (Juan 14:6).

La ley nos condenaba, nunca podríamos cumplir su estándar, por la realidad de


nuestro pecado e imperfección. La Ley podía revelar el pecado, pero no podía jamás
quitarlo. Ningún ser humano puede ser declarado justo cumpliendo los mandamientos
de la ley, ya que su estándar es el estándar del hombre perfecto. Pero en Jesucristo
la gracia y la verdad alcanzan su plenitud, ya que sólo Él pudo cumplir el
estándar de la ley. Había dos cosas que la ley no podía proveer: El perdón de
nuestros pecados y la provisión de nuestras necesidades. Cristo, con su obra
expiatoria, proveyó ambas. Somos salvos por gracia. Efesios 2:8-9, “8 Porque por
gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de
Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe”. Pero también dependemos de la
gracia de Dios en todo lo que hacemos y en todas nuestras necesidades. Podemos
recibir gracia sobre gracia, porque "él da mayor gracia" al que se humilla. Santiago
4:6, “Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da
gracia a los humildes”.

4. Jesucristo nos da a conocer a Dios.

Juan 1:18, “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del
Padre, él le ha dado a conocer”. Debido a nuestro pecado, ningún hombre podría ir
hasta Dios para poder conocerlo. Él se ha revelado, se ha manifestado en Jesucristo, y
se ha dado a conocer a la humanidad. Por eso el Apóstol Pablo puede decir que
Cristo. Colosenses 1:15, “… es la imagen del Dios invisible” y Jesús mismo dice,
Juan 14:9, “Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has
conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú:
Muéstranos el Padre?” Quien lo haya visto a Él ha visto al Padre, quien lo escuche a
Él escucha al Padre, quien lo recibe a Él recibe al Padre que lo envió, quien lo conoce
a Él, conoce al Padre y tiene vida eterna.

C. LA REACCIÓN DE LOS HOMBRES ANTE EL VERBO. Juan 1:10-13.


Dado que se trata del Rey del universo, del Creador de todo, de la Luz Eterna y la Vida
Verdadera, esperaríamos que su venida al mundo fuera recibido con la mayor
solemnidad, el mayor respeto y reverencia que puede mostrarse a alguien, con una
humanidad llena de gozo y esperanza por su llegada. Sin embargo, no ocurrió así. A
pesar de que el mundo fue hecho por Él y que Él es quien da vida y la sostiene en cada
ser humano.

1. Jesucristo no fue reconocido.

Juan 1:10, “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le
conoció”. Ni siquiera los judíos, que habían recibido la ley de Dios y eran el pueblo
del pacto, que habían visto las grandes misericordias de Dios en su historia como
nación. Ellos tampoco reconocieron a su Rey y Mesías, sino todo lo contrario: lo
tuvieron por falso y e hicieron complot contra Él hasta que consiguieron matarlo.
Adolecían de ignorancia espiritual. Jesús es la "luz verdadera", la original de la cual
toda otra luz es copia, pero los judíos se contentaron con las copias. Tenían a Moisés
y a la Ley, el templo y los sacrificios; pero no comprendieron que estas luces
apuntaban a la Luz verdadera, a Jesucristo.

2. Jesucristo fue rechazado.

Juan 1:11, “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”. El Señor extendió su


mano llena de misericordia enviando a su Hijo, pero como humanos rebeldes la
rechazamos. La venida de la verdadera luz trajo conflicto porque los poderes de las
tinieblas se opusieron a ella. Satanás se esfuerza por mantener a la gente en las
tinieblas, porque las tinieblas significan la muerte y el infierno, mientras que la luz
significa la vida y el cielo. Rechazar a Cristo significa amar más la mentira que
Aquél que es la verdad, significa amar más las tinieblas que la luz. El mismo Señor
Jesucristo dijo, Juan 3:18-20, “18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no
cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de
Dios. 19 Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron
más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. 20 Porque todo aquel que
hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean
reprendidas”. El pecado que habita en nosotros hace que naturalmente rechacemos a
Jesucristo, a pesar de que es nuestro único bien y la única esperanza de redención.

3. Los que reciben a Jesucristo, llegan a ser hijos de Dios.


Juan 1:12-13, “12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre,
les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de
sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Nos da la
maravillosa promesa de Dios de que todo el que recibe a Cristo nace de nuevo y entra
en la familia de Dios. Pero recibir a Jesucristo, no es repetir una oración prefabricada,
que no surge del corazón. Aquí se nos enseña de recibir verdaderamente al Señor, de
creer en su nombre, de recibir a esta Palabra de Dios, a este Dios hecho hombre que
viene de lo alto.

Solo por la gracia de Dios, aun siendo rebeldes por su naturaleza, seres muertos en
delitos y pecados, podemos llamarnos sus hijos si creemos en Él. Podemos ser
contados como parte de la familia de Dios, recibiendo la vida por el Espíritu Santo
que obra en nosotros. Por eso el Apóstol Pablo dice, Romanos 8:15-17, “15 Pues no
habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que
habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El
Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si
hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que
padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”. Ser
hijos de Dios es un acto sobrenatural de parte del Señor. No hay méritos humanos,
que pueda llevarnos a tal posición. Es sólo por la fe, a quienes el Señor se agrada en
conceder gracia. Es imposible ganarse el favor de Dios, es imposible comprar la
calidad de hijo o hacer méritos para ella. Es sólo para quienes hayan puesto su fe en
el Hijo de Dios.

Conclusión.

¿Qué harás tú ahora? ¡La Luz todavía brilla! ¿Has recibido personalmente la Luz y
llegado a ser un hijo de Dios?

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