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GRAN MISTERIO ES ESTE ; Y YO LO REFIERO A C RISTO Y A LA

I GLESIA

“El matrimonio es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia”. Queridos


Javier y Teresa, hoy es un día grande porque después de ya muchos años de noviazgo,
os vais a convertir en esposos ante Dios y ante los hombres: lo que parecía muy lejano,
finalmente ha llegado. Y así como Cristo se hizo presente en Caná, así se hace hoy
presente para bendeciros. Por esto estamos alegres, porque Dios confirma el camino de
salvación que ha pensado para vosotros (y vuestros futuros hijos) y se compromete en
su misericordia a seguir derramando su gracia para que un día alcancéis el cielo. En esta
clave debéis pensar vuestro matrimonio. Es un gran misterio, y como decía san Pablo,
nos refiere a Cristo y a la Iglesia, es decir, al amor de Dios por los hombres.

En el libro de Tobías (que habéis escogido como primera lectura) se nos dice que
Tobías “amó a Sara hasta el punto de no saber apartar su corazón de ella”. Con esta
expresión podemos comenzar a vislumbrar cómo debe ser el amor esponsal. No se trata
de un simple enamoramiento, sino de la elección por la cual cada uno de vosotros
entregará su vida al otro de manera incondicional. Es muy bonito cuando leemos en el
mismo libro de Tobías la determinación con que quieren llevar adelante el matrimonio,
¡a pesar de que los siete maridos anteriores de Sara habían muerto en la noche de bodas!
Pero tanto Tobías como Sara estaban dispuestos a pasar esa prueba de vida y muerte,
porque habían elegido unir delante de Dios sus vidas. Cuando los esposos pronuncian el
consentimiento (momento central de la liturgia del matrimonio), expresan que
libremente han aceptado entregarse y recibir al otro para toda la vida al margen de lo
que pueda pasar.

Es un gran misterio, porque ese amor de amistad tan profundo que existe entre el
hombre y la mujer en el matrimonio es un signo elocuente, aunque imperfecto, del amor
de Nuestro Señor por los hombres. Las Sagradas Escrituras frecuentemente nos hablan
de la relación entre el hombre y Dios en clave esponsal, porque ese amor fiel e
incondicional nos habla sobre todo del Buen Dios que se mantiene fiel a su pueblo
porque con amor eterno nos ha amado. Y esto supone ya para vosotros algo muy
grande: el matrimonio que hoy comenzáis tiene que ser luz en medio del mundo y
testimonio de la alianza que Dios ha querido hacer con la humanidad.
Pero en las palabras de san Pablo que estamos comentando podemos todavía
encontrar algo más profundo. El amor humano que se realiza perfectamente en la
amistad esponsal nos puede ayudar a comprender cómo es el amor de Dios, pero el
amor de Cristo por su Iglesia nos ayuda también a comprender cómo debe ser el
matrimonio, porque vuestro amor debe ser un reflejo del amor con que Cristo ama a su
Iglesia. Nuestro Señor ha elevado el matrimonio a sacramento porque ha hecho
participar a los cónyuges de su mismo amor redentor. Y ese amor es un amor nupcial
porque se entrega sin reservas, pero es sobre todo un amor redentor porque lo que busca
es siempre la salvación y la santificación del otro. Cuando os preguntéis cómo tenéis
que amar y hasta dónde debéis entregaros, mirad a Cristo en cruz. Ahí descubriréis tres
cosas (entre otras muchas): en primer lugar, que el amor divino siempre va primero. Se
ama al otro gratuita e incondicionalmente. En segundo lugar, que el mayor bien que
podéis querer para el otro es su salvación. Es lo más grande que podréis entregaros. En
tercer lugar, que la caridad no solo va primero, sino que debe llegar hasta el extremo de
dar la vida. La gran alegría del matrimonio es dar cada día la vida por el otro.

El Señor os bendice en el día de hoy, porque comenzáis un camino que os llevará al


cielo. Javier: ella es tu ticket para el paraíso. Teresa: él es tu ticket para el paraíso. Y ese
camino de santificación solo será posible si ponéis siempre primero a Dios. Solo el
Señor es el marco donde la familia alcanza su plenitud, solo el Corazón de Jesús es la
tierra donde puede verdaderamente germinar el amor matrimonial. No lo olvidéis nunca;
la familia que reza unida permanece unida. Por lo mismo, comenzad con gran esperanza
esta nueva vida, pues Dios os acompañará durante todo el recorrido. Y si en algún
momento hay dificultades o caídas, recordad que “no hay santo sin pasado ni pecador
sin futuro”, es decir, siempre debemos ir construyendo nuestra vida consciente de
nuestras debilidades, pero confiando infinitamente en la misericordia del Señor.

Y recordad una última cosa. En Caná de Galilea el matrimonio fue un éxito porque
María estaba ahí. Hoy celebramos a Nuestra Señora del Rosario que es también Nuestra
Señora de las Victorias y es ella la que os acompañará siempre con su amor materno,
incluso cuando creamos que no está ahí. Ella será la que continuamente velará para que
no falte el vino bueno (ni tampoco el buen vino). Pidamos por tanto a nuestra Madre y
al glorioso patriarca san José que la familia que hoy comenzáis sea una fiel imagen de la
Sagrada Familia de Nazaret, para que así manifieste ante el mundo el amor
misericordioso de Nuestro Buen Dios.

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