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Chouliaraki, Lilie y Norman Fairclough 1999 Discourse in Late Modernity.

Rethinking
Critical Discourse Analysis. Edinburgh/Cambridge, Edinburgh University Press.
(Trad. y adaptación realizada con fines didácticos).

CAPÍTULO 1. DISCURSO EN LA MODERNIDAD TARDÍA

El Análisis Crítico del Discurso (ACD) se ha establecido internacionalmente en los últimos


veinte años como un campo transdisciplinario de enseñanza e investigación, que se ha
extendido a las ciencias sociales y las humanidades (por ejemplo, la sociología, la
geografía, la historia y la comunicación) y ha inspirado la enseñanza crítica de la lengua en
diversos niveles y dominios. Pero sus teorías y métodos no han sido aún lo
suficientemente explicitados de manera sistemática. El objetivo del libro es contribuir a
remediar esto, estableciendo las bases teóricas del Análisis Crítico del Discurso en dos
direcciones.
En primer lugar, lo ubicamos en una versión de la ciencia social crítica y
especificamos los supuestos ontológicos y epistemológicos en que está basado (por
ejemplo, los supuestos acerca de qué es la vida social y cómo llegamos a conocerla). Este
es centralmente el rol del capítulo 2, que propone una visión de la vida social como
‘prácticas sociales’, y del discurso como uno de entre varios elementos de la práctica
social, con los que está en relación dialéctica. Parte de este argumento consiste en
plantear que la oposición “estructuralismo” vs. “interpretativismo” debe ser superada con
lo que Bourdieu llama “estructuralismo constructivista” o “constructivismo
estructuralista” (Bourdieu y Wacquant 1992:11), un modo de ver e investigar la vida social
como constreñida por estructuras sociales y, al mismo tiempo, como un proceso activo de
producción, que transforma las estructuras sociales.
En los capítulos 3 y 4 continuamos con el tema de combinar las orientaciones
interpretativista y estructuralista, pero con una atención específica al discurso.
Presentamos una visión dialéctica del discurso y el marco teórico para el análisis crítico del
discurso e ilustramos su uso en la investigación sobre la modernidad tardía ,a través de un
reanálisis de textos previamente analizados por la socióloga feminista Dorothy Smith
(1990). Les lectores deben notar que mientras que se presenta una versión del ACD,
especialmente en el capítulo 4, este libro no es una introducción al ACD; tal introducción
se presenta en otros textos (Fairclough 1989, 1992).
En segundo lugar, ubicamos al ACD en la investigación crítica sobre el cambio social
en la sociedad contemporánea (seguimos a Giddens, 1990, al llamarlo ‘capitalismo tardío’)
y especificamos su contribución particular en esa investigación. En el capítulo 5,
discutimos diferentes narrativas o explicaciones generales de la modernidad tardía en la
investigación crítica (por ejemplo, la narrativa de la modernidad tardía como la
reestructuración del capital sobre una base global), con particular atención respecto de lo
que se afirma o implica respecto del rol del lenguaje en el cambio social contemporáneo.
Sobre esta base, sugerimos una agenda de investigación para el ACD -los temas del

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lenguaje surgen de la investigación sobre la modernidad tardía, a la que el ACD puede
llevar más allá de lo que se ha realizado hasta ahora.
El capítulo 6 aborda el trabajo de Bourdieu y Bernstein para ubicar la visión del
lenguaje en la modernidad tardía, presentada en el capítulo 5, en campos sociales
específicos (por ejemplo, la educación) y la relación entre campos. Con respecto a estas
teorías, mostramos cómo el ACD puede figurar en una investigación propiamente
‘transdisciplinaria’, como opuesta a la meramente ‘interdisciplinaria’) e involucra un
diálogo (o ‘conversación’) entre teorías en el cual la lógica de una teoría es ‘puesta a
trabajar’ en otra, sin que ésta se vea reducida a la primera.
Mientras que en el capítulo 6 se hace énfasis en las limitaciones estructurales de la
vida social, el capítulo 7 se centra en la contingencia, creatividad, “apertura” (openness)
de la vida social. Nuestra referencia teórica principal aquí es la teoría del discurso del
‘post-marxismo’ de E. Laclau y Ch. Mouffe (1985), pero diferimos de ellos en los
argumentos respecto de las relaciones que los sujetos tienen con los discursos,
dependiendo de su posición social. Discutimos el enfoque posmoderno sobre la diferencia
y la contingencia de lo social como una respuesta a un ‘cierre del universo del
discurso’(Marcuse 1964; Lyotard, 1984) de una modernidad tardía ‘totalitaria’ y
sostenemos que más que afirmar la diferencia, la investigación social crítica y el ACD
necesita hacer foco en el trabajo y en el diálogo a través de la diferencia.
El capítulo final del libro discute las bases del ACD en una dirección diferente, la de
la lingüística. El capítulo se centra en la lingüística sistémico-funcional (Halliday, 1978,
1994; Hasan 1996) como la teoría principal que más se acerca al ACD y a la investigación
crítica social. Además de una discusión sobre cómo el ACD puede fortalecer su análisis
lingüístico, se sostiene que el ACD y la LSF deben ser vistos como complementarios.
El objetivo de este primer capítulo es triple. En primer lugar, establecer la
necesidad del análisis crítico en la sociedad moderna tardía, y en particular, el lugar del
ACD en esa investigación. Segundo, establecer de manera preliminar una agenda para el
ACD, tomando como objeto para este ejemplo, el discurso de una publicidad. Y tercero,
especificar el estatus científico social del ACD ¿es una teoría, un método o ambos?

LA MODERNIDAD TARDÍA. EL ANÁLISIS CRÍTICO DEL DISCURSO

La investigación crítica sobre el lenguaje no es nueva (Voloshinov (1992) es un ejemplo de


ello); pero emergió como una posición particular en los ’70 en Europa (también en
América Latina). Aquellos que han trabajado en la ‘lingüística crítica’ (Fowler et al. 1979;
Hodge & Kress, 1993) y otros grupos en esa época eran conducidos por un sentido de la
importancia social y política de la perspectiva crítica del lenguaje en la sociedad
contemporánea.
Las últimas dos décadas han sido un período de profundas transformaciones
sociales y económicas a escala global. Económicamente, se observa un cambio relativo del

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fordismo a la ‘acumulación flexible’. La ‘flexibilidad’ se ha vuelto un concepto clave y una
práctica que incluye tanto la innovación tecnológica y la diversificación de la producción,
como la ‘flexibilidad’ de las relaciones laborales, en las que el trabajo de corto plazo y
media jornada se incrementan (Harvey, 1990). Al mismo tiempo, las unidades de
producción son cada vez más transnacionales. Políticamente, el neoliberalismo se ha
establecido internacionalmente. Estos profundos cambios económicos han sido descritos
como la introducción de una nueva era ‘post-industrial’ en la organización del capitalismo
moderno (Bell, 1978). Las transformaciones culturales a las que se hace referencia, en
sentido amplio, como el ‘posmodernismo’, son según algunos teóricos sociales, la faceta
cultural de estos cambios (Beck, Giddens y Lash, 1994; Giddens, 1991; Harvey 1990, 1996;
Jameson 1991). Los avances en las tecnologías de la información, principalmente en los
medios de comunicación, subyacen a las transformaciones económicas, así como a las
culturales, abriendo nuevas formas de experiencia y conocimiento y nuevas posibilidades
de relaciones con personas distantes, por medio de la televisión o internet. La teoría
posmodernista se ha decidido por la centralidad cultural y económica de los signos,
dejando de lado su ubicación material y su circulación, en espacios y tiempos delimitados.
Según Baudrillard, por ejemplo, la realidad ha sido desplazada por ‘simulacra’ constituidos
por estos signos circulantes: ‘mientras la representación trata de absorber la simulación al
interpretarla como representación falsa, la simulación envuelve el edificio completo de la
representación misma como ‘simulacrum’ (Baudrillard, 1983). Nos referimos a esta nueva
fase de la vida social como ‘modernidad tardía’ (Jameson, 1992; Giddens 1990, 1191,
1994).
Estos cambios sociales crean nuevas condiciones y oportunidades para muchas
personas. Ello puede causar una disrupción considerable y sufrimiento para sociedades,
comunidades e individuos -al destruir industrias establecidas (tales como la del carbón, en
Gran Bretaña), forzando a millones de personas a migrar, por ejemplo. Han afectado
profundamente, además nuestro sentido del yo y de lugar, causando considerables
confusiones, lo que ha sido ampliamente referido como una pérdida de significado
(Baudrillard, 1983, 1999). Perjudiciales o benéficos, estos cambios son ampliamente
percibidos como inevitables. La escala global y la complejidad de los procesos sociales y
económicos contemporáneos incrementa el sentido de indefensión y de incomprensión.
Una demanda posmoderna extendida es que existe poco que la acción práctica pueda
hacer para cambiar esta condición (Baudrillard, 1983;1988; Lyotard 1984, 1990).
Todavía/aún estos cambios son en parte el resultado de estrategias particulares seguidas
por personas particulares con intereses particular en un sistema particular, todo lo cual
podría ser diferente. Las formas sociales que son producidas por personas y pueden ser
cambiadas por las personas son vistas como si fueran parte de la naturaleza. Existe una
necesidad imperiosa de una teorización y análisis crítico de la modernidad tardía que
pueda no solo iluminar acerca del nuevo mundo que está emergiendo, sino también
mostrar qué direcciones alternativas no realizadas existen – cómo los aspectos de este
nuevo mundo que pueden realzar la vida humana pueden ser acentuados y cómo
aspectos que pueden ser perjudiciales pueden ser mitigados o cambiados.

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Por lo tanto, la motivación básica para una ciencia social crítica es contribuir a una
conciencia de qué es, como ha llegado a ser y en qué puede convertirse, sobre las bases
de cómo las personas pueden ser capaces de hacer y rehacer sus vidas (Calhoun, 1995). Y
esta es también la motivación para el ACD. Un rasgo interesante de las teorizaciones
científicas sociales y los análisis de las transformaciones de la modernidad tardía, desde
diversas perspectivas teóricas, es que enfatizan que estas transformaciones son en un
grado significativo (aunque no exclusivamente) transformaciones en el lenguaje y en el
discurso (Habermas, 1984, 1987; Giddens 1990, 1991; Harvey 1996). Estas teorías crean
una espacio para el análisis crítico del discurso como un elemento fundamental en la
teorización y análisis crítico de la modernidad tardía, pero en la medida en que estos no
están orientados específicamente al lenguaje, no cubren propiamente ese espacio. Aquí es
donde el ACD tiene una contribución para hacer.
Es una característica importante de los cambios económicos, sociales y culturales
de la modernidad tardía que existen discursos así como procesos que tienen lugar fuera
del discurso, y que los procesos que están teniendo lugar por fuera de los discursos están
sustantivamente configurados por estos discursos. Por ejemplo, la ‘acumulación flexible’
como una nueva forma económica ha sido ‘incorporada’ en la literatura sustantiva sobre
el nuevo capitalismo -incluyendo los trabajos de los ‘gurús’ del management que llenan
las estanterías de las librerías de aeropuertos- y ha sido puesta en práctica a través de
cambios en las organizaciones. Harvey (1990) discute la afirmación de que la ‘flexibilidad’
es solo un discurso -y una ideología. Pero, aunque, como él argumenta, la flexibilidad es
una realidad organizacional, el discurso del nuevo capitalismo está, en ese sentido
cimentado extra-discursivamente, sin embargo, el discurso figura y configura la realidad
organizacional y es, por lo tanto, socialmente constitutivo (como reconoce Harvey 1996).
Bourdieu (1998b) explica este proceso: un capitalismo global ‘flexible’ es ya parcialmente
una realidad, pero está también respaldado por fuerzas sociales (por ejemplo, los bancos)
que buscan avanzar en esta realidad, y el discurso de flexibilidad es uno de los recursos
que estas tienen (específicamente, un recurso simbólico) para lograrlo. Se sigue que un
análisis crítico del discurso de la flexibilidad (y otros discursos económicos) es una parte
fundamental -aunque solo una parte- de un análisis crítico del cambio económico
moderno tardío. Dicho análisis debería considerar las cuestiones de poder. Debido a la
potencia de los discursos económicos en la conformación de las realidades económicas,
existen intereses económicos considerables en juego en lograr la hegemonía de este
discurso (y por ende, la marginalización de otros) en el campo discursivo económico. El
discurso de flexibilidad es solo uno de entre muchos discursos económicos, que no tiene
un privilegio inherente en la representación de las realidades económicas (lo que no
significa que todos esos discursos sean igualmente buenos); lograr la hegemonía para este
discurso significa alcanzar una impresión errónea de su arbitrariedad, de manera que
llegue a ser visto como un reflejo transparente de realidades económicas más que la
construcción de estas en un modo particular. Este es un efecto mistificador de las
relaciones de poder sobre el lenguaje – esto es el discurso trabajando ideológicamente.
Pero lo que nosotros hemos referido aquí como la ‘realidad organizacional’ está
también parcialmente hecha de cambios en el uso social del lenguaje, en el trabajo. El

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lenguaje es relevante, no solo en la construcción discursiva de las prácticas cambiantes de
la modernidad tardía -que está cambiando en estas prácticas; es, en parte, también
lenguaje. Por ejemplo, la ‘flexibilidad’ en las prácticas del lugar de trabajo es parcialmente
un asunto de prominencia creciente, de ‘trabajo en equipo’; y el ‘trabajo en equipo’ está
parcialmente constituido por nuevas formas de diálogo que por ejemplo trasciende viejas
divisiones entre la venta en piso y el gerenciamiento. Por lo tanto, la flexibilidad es en
parte modos nuevos de usar el lenguaje y el análisis crítico de las nuevas formas
económicas debe ser en parte análisis crítico del lenguaje. Una vez más, existen
cuestiones de poder. Existen intereses económicos en juego en lograr que los trabajadores
cambien sus prácticas lingüísticas y el conjunto cada vez más amplio de trabajadores de
‘imagen’, (como por ejemplo asistentes de compra o recepcionistas) tiene pocas opciones
en la simulación rutinizada de la espontaneidad conversacional (en algunos casos, incluso
al punto de tener que hablarle a cada cliente como si él o ella fuera una amistad cercana),
y poca oportunidad de expresar una opinión respecto de si esta colonización de las artes
comunicativas de la vida cotidiana pueden tener consecuencias posteriores -quizás, en
disminuir la confianza y crear una sospecha acerca de los motivos. Thrift (1996) discute el
ejemplo del sistema financiero internacional como una intersección de poder, dinero y
prácticas comunicativas parcialmente dirigidas a diseñar relaciones interpersonales que
minimizan el riesgo y maximizan la confianza entre los participantes.
La pluralidad y fragmentación de la vida social moderna tardía ha sido destacada
en la literatura sobre la postmodernidad, haciendo énfasis en la diferencia social. Los
procesos involucrados aquí son, nuevamente, de naturaleza lingüística: la fragmentación y
la diferenciación están parcialmente constituidas por medio de una proliferación de
lenguajes (usando este término en sentido amplio para incluir géneros, discursos y
también ‘lenguajes propios’). Por ejemplo, allí donde los análisis de la esfera pública -ese
espacio social en el que los temas sociales y políticos son discutidos abierta y libremente
por grupos de ciudadanos por fuera de las estructuras del Estado- en la sociedad moderna
temprana identificaban una esfera pública unitaria (Habermas 1989), los análisis recientes
de la sociedad moderna tardía particularmente los estudios feministas (por ejemplo los de
Fraser 1989, 1992) sugieren que existen muchas esferas públicas diferentes, centrada por
ejemplo en movimientos sociales como el feminismo y el ecologismo. La mirada crucial sin
embargo en el análisis de Habermas de la esfera pública burguesa fue que una esfera
pública está constituida como una forma particular de usar el lenguaje en público y la
proliferación de esferas públicas (como una ‘esferea de públicos – Calhoun 1995) es una
proliferación de modos de usar el lenguaje en público. Esto nos lleva al corazón del
problema político contemporáneo de la democracia. En un mundo que es crecientemente
dominado por fuerzas de escala internacional o global y por fuera de las estructuras
democráticas existentes y que es un mundo pluralista en el que se torna imperativo el
reconocimiento de la diferencia la intervención política efectiva de los ciudadanos
depende del diálogo a través de diferencias en los niveles locales nacional e internacional
(global).
Si un puntal central necesario en la democracia es el reconocimiento de la
diferencia y de las diferentes esferas públicas, es necesario que otro sea el compromiso

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con el diálogo a través de la diferencia (Benhabib, 1992, Giddens 1994a; Fraser 1989,
1992, 1997; Calhoun 1992). Para poder actuar juntas, las personas necesitan hablar juntas.
Pero debemos acentuar que el concepto de diálogo no presupone consenso: el diálogo
involucra espacio para expresar la diferencia y una búsqueda de alianzas a través de las
diferencias, sin garantías, para que una voz no suprima la diferencia en nombre de
identidades esenciales (sean estas de género, étnicas o identidades de clase) sino que
emerja como una voz en común sobre temas específicos. El análisis crítico del discurso
tanto en el sentido de la crítica de lo que es, como en el del discernimiento de lo que
puede ser es, una vez más, central.
Es importante reconocer la importancia social del discurso sin reducir la vida al
discurso -un reduccionismo característico de las visiones posmodernas del mundo social
que es un riesgo constante y una tentación para los analistas del discurso. El ACD ha
desarrollado una visión dialéctica de la relación entre el discurso y otras facetas, extra-
discursivas, del mundo social (por ejemplo, Fairclough 1992). A lo largo de líneas similares,
Harvey (1996) propone una visión dialéctica del proceso social en el cual el discurso es un
‘momento’ entre seis: discurso/lenguaje; poder; relaciones sociales; prácticas materiales;
instituciones/rituales y valores/creencias/deseos. Cada momento internaliza todos los
otros -de modo que que el discurso es una forma de poder, un modo de formación de
creencias/valores/deseos, una institución, un modo de relación social, una práctica
material. Inversamente, el poder, las relaciones sociales, las prácticas materiales, las
instituciones, creencias, son en parte discurso. La heterogeneidad en cada momento -
incluyendo el discurso- refleja su determinación simultánea (‘sobredeterminación’) por los
otros momentos. La cuestión de cómo los flujos –‘traducciones’- ocurren se vuelve crucial
y es una preocupación central del ACD, así como para cualquier análisis social crítico.
Volveremos sobre este marco en el capítulo 2.

LA NECESIDAD DE UN ANÁLISIS CRÍTICO DEL DISCURSO

El ACD pertenece a una tradición de la crítica del lenguaje cuyos antecedentes pueden
rastrearse hasta la antigüedad y que está presente en muchas disciplinas académicas
modernas (Stubbs, 1997; Toolan 1997). Lo que es distintivo acerca del ACD en esta
tradición, sin embargo, es que reúne la ciencia social crítica y la lingüística (especialmente,
la Lingüística Sistémico-Funcional, ver capítulo 7) en un marco teórico y analítico único,
postulando un diálogo entre ambas. Habiendo dicho esto, el campo contemporáneo del
análisis crítico del discurso es en sí mismo, bastante diverso (Jorgensen y Phillips 1999). Se
podría incluir, razonablemente, en él el análisis del discurso del orientalismo de E. Said,
que está basado en la teoría del discurso de Foucault, pero que a diferencia de Foucault,
también incluye, como advierte Stubbs (1996, 1997), algunos análisis de textos, aunque
sin basarse en ninguna teoría lingüística. Se podría incluir también otras críticas
posmodernas y postestructuralistas del discurso. Incluso en abordajes que se denominan
a ellos mismos ‘análisis crítico del discurso’ existe una considerable diversidad de
posiciones (Fairclough y Wodak, 1997; Fowler 1996; Gouveia 1997; Toolan 1997). En este

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libro nos centramos en una versión del ACD que postula una forma particular de diálogo
entre la teoría social crítica y la lingüística, con un foco en la primera -excepto en el
capítulo 8. Ofrecemos éste como una contribución al ACD y al campo contemporáneo más
amplio de la crítica del discurso.
Existen otros abordajes del análisis del discurso que son críticos respecto del
análisis crítico del discurso, la más influyente de las cuales es el análisis de la conversación;
nos referimos específicamente a una crítica reciente del ACD hecha por Schegloff (1997 –
ver Wetherell 1998 para una respuesta). Schegloff argumenta que ‘un análisis crítico del
discurso serio presupone un análisis formal serio (de discurso) y está dirigido a su
producto’ y que además ese análisis formal del discurso (el análisis de la conversación por
ejemplo) debe recurrir para su análisis solamente a aquellas categorías sociales que estén
manifiestamente expresadas por los participantes o hacia las que estos se orienten en su
discurso. Por ejemplo, en el análisis de una conversación entre una mujer y un hombre, la
categoría de género debe ser usada solamente si en la conversación ésta está
manifiestamente expresada o si los participante muestran alguna orientación hacia ella.
Schegloff sugiere que el análisis crítico del discurso a menudo aplica categorías
sociológicas al discurso cuando el análisis formal no justifica hacerlo y, por lo tanto,
impone su propia preocupación respecto del discurso, en una especie de imperialismo
teórico, que no tiene la menor consideración por las preocupaciones de los participantes
en el discurso.
Queremos hacer dos observaciones en respuesta a esto. Primero, que todos los
analistas están operando en prácticas teóricas cuyas preocupaciones son diferentes de las
preocupaciones prácticas de las personas, como en el caso de los participantes, y que todo
análisis supone o acarrea las preocupaciones teoréticas de los analistas que tienen que ver
con el discurso. En el caso del análisis de la conversación, las preocupaciones teóricas
tienen que ver con mostrar que la conversación tiene sentido en sus propios términos –
Schegloff admite que sostiene esta visión (1997: 171); las categorías incluyen categorías
como ‘organización preferente’ y ‘par adyacente’. Segundo, que las preocupaciones
teóricas de los analistas determinan no sólo qué datos son seleccionados para el análisis
sino también como estos son percibidos. Esto incluye como está enmarcado
históricamente - por ejemplo, Schegloff, en su análisis de un ejemplo en su artículo, no va
más allá del enmarcado histórico del segmento de la conversación del teléfono en el que
se enfoca. El se resiste a enmarcarlo en una historia general respecto de las relaciones de
género, con el argumento de que ésta no encaja con las orientaciones relevantes que los
participantes muestran en la conversación. Y por ejemplo no considera un marco en
términos de las historias particulares de relaciones entre estas personas. Lo que estamos
cuestionando aquí es la idea de que un análisis formal que excluya las preocupaciones
teóricas de un analista sea posible. Cualquier discurso está abierto a un análisis formal sin
fin y todas las formas de análisis formal están teóricamente teóricamente informadas.
Esto no es un argumento de que todo vale, al contrario, sostenemos que el análisis crítico
del discurso debe poder dar cuenta de un texto en un sentido significativo pero la versión
de Schegloff sobre esto es insostenible.

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El proyecto crítico ha sufrido ataques del postmodernismo, con el argumento de
que se basa en meta-narrativas o ‘grandes narrativas’ insostenibles acerca de la vida
social, tales como el marxismo,y porque asigna a los discursos científicos (sociales) acerca
de lo social un privilegio respecto de otros discursos, lo que a su vez es considerado
elitista. Cualquier afirmación sobre tal estatus para la ciencia es considerada como una
puja de poder; la ciencia es, en términos de Lyotard, sólo un juego de lenguaje entre
otros, incluso si busca cuestionar su particularidad; y los juegos del lenguaje son
inconmensurables y, por lo tanto, no abiertos al diálogo o la traducción. La implicación es
que los agentes sociales están encerrados en juegos de lenguaje particulares y Rorty
argumenta, en líneas similares, que los intelectuales están confinados a su propio espacio
privado y propiamente excluidos del espacio público (Rorty, 1985). El intelectual de Rorty
es un poeta capaz de pensamiento radical para hacer ‘redescripciones’ del mundo social -
lo conceptual y lo político están subordinados a lo estético (Fraser, 1989). Los
posmodernos, ciertamente, hacen discurso crítico; pero muchos de ellos toman una
posición relativista y reflexivo vista que trata todo discurso como igualmente sospechoso,
incluyendo el discurso de la crítica (Simmons y Billig, 1994). El debate clave aquí es
realismo versus relativismo (Parker 1998). Nosotros argumentamos en el capítulo 6 que,
aunque el relativismo epistémico debe ser aceptado, en el sentido de que todos los
discursos son socialmente construidos en relación a la posición social en que están las
personas, esto no implica aceptar el juicio relativista respecto de que todos los discursos
son igualmente buenos (Bhaskar, 1979).

CONDICIONES INSTITUCIONALES PARA LA INVESTIGACIÓN SOCIAL CRÍTICA.

Nuestro campo primario de actividad está en las universidades de Gran Bretaña y


Dinamarca. Creemos que la crítica académica de la modernidad tardía que incluye la
crítica al lenguaje depende del funcionamiento de las universidades como una esfera
pública. Las universidades en estos días están bajo una creciente presión para operar
como un mercado que está configurado por sus servicios respecto de otros mercados, más
en Gran Bretaña que en Dinamarca, pero crecientemente allí también. La tradición de las
universidades como una esfera pública todavía sobrevive aunque de formas cuestionadas.
No negamos que las universidades tienen ciertas responsabilidades respecto de la esfera
económica en su investigación y en la enseñanza, pero rechazamos el intento actual de
reducirlas a un rol de servicio en función de lo que consideran necesario quienes
controlan la economía, ayudados por aquellos que están en el Gobierno. Se ha iniciado
una batalla para preservar las universidades como una esfera pública y para preservar y
desarrollar las voces críticas. Es una parte significativa de la batalla por la democracia en la
modernidad tardía, tal como fue referido más arriba. El enemigo en esta batalla es una
forma de filibusterismo, en la cual el prestigio y la supervivencia de las instituciones
académicas, el avance profesional de los individuos y los servicios en función de las
demandas de aquellos que manejan los fondos se vuelven las fuerzas conductoras.
Estamos conscientes del uso de una metáfora militar, pero sentimos que una afirmación

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abierta y polémica es muy necesaria y que esa polémica debe ser enmarcada en un
diálogo orientado a construir una alianza para el cambio. Enecesario que sea un diálogo
internacional, ya que la presión de las universidades por parte de las economías está
ocurriendo a escala internacional.
Pero la crítica efectiva depende no sólo de la vitalidad de las universidades como
una esfera pública, sino también de una relación dinámica y abierta entre las
universidades y otras esferas públicas. Las expresiones contemporáneas sobre las
universidades crean, una vez más, obstáculos al vincular a las universidades en relaciones
cada vez más estrechas con el sistema económico y el Estado en un modo que torna difícil
para estas sostener relaciones con los movimientos sociales y las luchas por fuera de estos
sistemas (en términos de ‘mundo de la vida’ de Habermas). Los reclamos respecto de que
la crítica social que realizan los académicos es elitista tiene sustancia en la medida en que
las universidades se han despegado de otras esferas públicas; pero la solución al problema
no es el abandono desastroso de la crítica, al cual algunos parecen querer llegar, sino la
tarea, sin dudas difícil, pero no imposible, de abrir canales (las críticas al aislamiento del
campo académico de la sociedad han sido muchas en la tradición marxista y más
recientemente en el feminismo – ver Cameron, 1995 y Fraser 1989). Esto involucra
reconocer que la crítica no es sólo académica, sino una parte de la vida social y de las
luchas sociales, y que puede a su vez contribuir a estas en tanto y en cuanto haya un real
diálogo a través de las esferas públicas. El análisis crítico del discurso, como otras ciencias
sociales críticas, por lo tanto necesita ser reflexivo y autocrítico respecto de su propia
posición institucional y de todo lo que ello implica: cómo se lleva a cabo la investigación
cómo se proponen los objetivos y los resultados de las investigaciones qué relaciones
tienen los investigadores con las personas cuyas vidas sociales están analizando e incluso
qué tipo de libros y artículos están escribiendo. La relación del ACD con otras esferas
públicas por fuera de la Universidad, así como con otras ciencias sociales, dentro de ella
puede ser vista como un aspecto de una estrategia de alianzas -coincidimos con Fraser y
Nicholson (1990) respecto de que la práctica política se está volviendo crecientemente un
asunto de alianzas más que un tema de unidad en torno a identidades o intereses
universalmente compartidos.
Nos referimos más arriba la contribución que el análisis crítico puede hacer al
problema contemporáneo de la democracia, buscando formas efectivas de espacio
público, formas efectivas de diálogo a través de la diferencia. Pero el análisis crítico del
discurso es relevante no sólo para las formas de dialogo democrático, sino también por
sus temas y contenidos: el análisis crítico del discurso es un asunto de democracia en el
sentido de que su objetivo es traer al control democrático aspectos del uso social
contemporáneo del lenguaje que están habitualmente por fuera del control democrático
(incluyendo los efectos de las relaciones desiguales de poder a las que se hace referencia
más arriba), tematizar el lenguaje, no sólo en el espacio público de las universidades, sino
también en el diálogo a través de las distintas esferas públicas. Parte de este proyecto ha
consistido en reivindicar una conciencia crítica del lenguaje como un elemento
fundamental en la educación lingüística para una sociedad democrática -lo que es
fundamental porque el lenguaje es tan central para la vida social contemporánea y para

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las luchas respecto del poder que nadie en estos días puede comprender las
circunstancias sociales para tener control sobre ellas, si no posee un conocimiento crítico
de cómo funciona allí el lenguaje (Clark et al. 1990, Fairclough, 1992).
[…]

EL ACD ¿TEORÍA O MÉTODO?

Vemos al ACD como teoría y como método: como método para analizar prácticas sociales,
con particular atención en lo que se refiere al vínculo con los momentos discursivos; en la
vinculación de estas preocupaciones teóricas y prácticas y las esferas públicas a las que se
aludió, donde los modos de analizar operacionalizan construcciones teóricas del discurso
en la vida contemporánea (moderna tardía) de la vida social y el análisis contribuye al
desarrollo y la elaboración de estas construcciones teóricas.
Vemos al ACD aportar una variedad de teorías al diálogo, especialmente teorías sociales
de un lado, y teorías lingüísticas del otro; de tal modo que su teoría es una síntesis
cambiante de otras teorías, aunque lo que teoriza en particular es la mediación entre lo
social y lo lingüístico –el orden del discurso, la estructuración social de la hibridez
semiótica (interdiscursividad). La construcción teórica del discurso que el ACD trata de
operacionalizar proviene de diversas disciplinas y el concepto de operacionalización
implica trabajar de un modo transdisciplinario donde la lógica de una disciplina, por
ejemplo, la sociología, puede ser puesta a trabajar en el desarrollo de otra (por ejemplo, la
lingüística). Debido a nuestro énfasis en el desarrollo mutuamente constructivo de la
teoría y el método, no apoyamos los llamados a la estabilización de un método para el
ACD. Mientras que tal estabilización tendría ventajas institucionales y pedagógicas,
comprometería la capacidad de desarrollo del ACD para arrojar luz sobre la dialéctica de la
vida social y semiótica en una amplia variedad de prácticas sociales.

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Chouliaraki, Lilie y Norman Fairclough 1999 Discourse in Late Modernity. Rethinking
Critical Discourse Analysis. Edinburgh/Cambridge, Edinburgh University Press. (Trad. y
adaptación realizada con fines didácticos).

CAPÍTULO 2. LA VIDA SOCIAL Y LA CIENCIA SOCIAL CRÍTICA.

El objetivo del capítulo es ubicar al CDA en el marco de la tradición de la ciencia social


crítica. Se desarrolla una visión de la vida social y del estudio de la vida social en acuerdo
con la teoría crítica -esto es una ontología crítica y una epistemología crítica. Los capítulos
3 y 4 se centran en lenguaje y en el concepto de discurso, estableciendo una visión
respecto del lenguaje en la vida social y del análisis crítico del lenguaje. Este es el primer
paso en nuestro intento de ‘fundamentar’ el ACD en este libro, esto es, proveer una
argumentación coherente respecto de sus modos particulares de teorizar y analizar el
lenguaje. El segundo paso es ubicar el ACD en un intento de investigación específica de la
ciencia social crítica contemporánea, el proveer una explicación crítica coherente de la
sociedad moderna tardía y sus transformaciones.

LA VIDA COMO UN SISTEMA ABIERTO.


La vida (natural y social) es un sistema abierto en el cual un evento es gobernado por
mecanismos operativos simultáneamente (o “poderes generativos”); esta es una visión
que se ha desarrollado en el “realismo crítico” (Collier, 1994).
Las distintas dimensiones y niveles de la vida, incluyendo físicas, biológicas,
económicas y semiológicas- tienen sus propias estructuras, las cuales tiene distintos
efectos generativos en los eventos a través de mecanismos particulares. En la medida en
que los distintos mecanismos están siempre mediados por las operaciones de otros,
ninguno de ellos tiene un efecto determinado en los eventos; los eventos son complejos y
no predecibles de ningún modo como efectos del mecanismo (el término de Bhaskar
‘mecanismo’ puede ser confuso, como esto lo indica, las connotaciones mecanicistas y
deterministas no se aplican en esta teoría). La vida por lo tanto no puede ser concebida
como un sistema cerrado – es un sistema abierto, que está determinado en realidad por
mecanismos (y por lo tanto, estructuras), pero de modos complejos.
Las relaciones entre los mecanismos están estratificadas: un mecanismo
presupone otros, pero además está enraizado en y emerge de otros mecanismos. Por
ejemplo, el mecanismo semiológico (incluyendo el lenguaje) presupone mecanismos
físicos y biológicos, pero difícilmente está basado en ellos. Podemos decir que se origina
por un lado en mecanismos biológicos y por otro lado, por mecanismos sociales, es decir
que son las bases sociales y biológicas para la semiosis. Tiene sentido entonces ver el
lenguaje en términos de una intersección de lo biológico y lo social (Halliday, 1995; Hasan
1992a; Scollon y Scollon, 1981). La semiosis (incluyendo el lenguaje) es un emergente de
mecanismos biológicos y sociales –lo que significa que podemos ‘explicar’ sus propias

11
propiedades como mecanismos en referencia a mecanismos sociales y biológicos; el
concepto de emergencia implica que un mecanismo tiene propiedades distintivas que no
son reducibles a otros mecanismos. Por supuesto, las relaciones particulares entre
mecanismos son polémicas y son un foco para el debate teórico. Así, por ejemplo, ¿no
deberíamos decir que la semiosis está arraigada en la psicología?
Debido a que el efecto de los mecanismos individuales sobre los eventos está
siempre mediado por otros, no hay modos estrictos para la ciencia de establecer la
naturaleza de los mecanismos individuales por medio del análisis de eventos. Este es el
motivo por el cual experimentar es una parte esencial de la ciencia: los experimentos son
modos de intervenir en los eventos para aislar los efectos de los mecanismos individuales
(Collier, 1994). Identificar las propiedades de los mecanismos individuales, como los
semiológicos, es particularmente problemático en las ciencias sociales, donde los
experimentos son raramente factibles. Los científicos sociales deben recurrir a otros
dispositivos, cómo se verá luego.
El objeto de estudio de las ciencias sociales es la vida social, y un tema mayor en la
ciencia social crítica es la relación entre las esferas de la vida y la actividad social y lo
económico, lo político y lo cultural. El marxismo ha dado lugar a formas de determinismo
económico que, en el caso extremo, tratan otras dimensiones de la sociedad como
reflejos superestructurales de la base económica (Barrett, 1991). El marxismo ha generado
también teorías dialécticas de las relaciones en las cuales en algunos casos abandona el
determinismo económico (Laclau y Mouffe, 1985) y en otros postula que el determinismo
de lo económico sucede en última instancia, mientras que atribuye una autonomía
considerable y efectos determinantes a otras dimensiones de la sociedad (Althusser, 1971;
Poulantzas, 1978). El tema también puede ser visto en términos de relaciones entre
mecanismos. Es posible identificar los modos en que distintas dimensiones de la sociedad
están originadas en y son emergentes de la economía sin reducirse a ésta. El tema debe
ser establecido también empíricamente, para tiempos y espacios determinados. Habiendo
dicho esto, vemos a las sociedades capitalistas contemporáneas como fuertemente
determinadas (pero no reducibles a) los mecanismos económicos.

LA VIDA SOCIAL COMO PRÁCTICAS

Con respecto a la vida social, partimos del supuesto (compartido con un cuerpo
considerable de la teoría social contemporánea) de que de que estaría hecha de prácticas.
Por ‘prácticas’ queremos decir: maneras ‘habituales’ ligadas a tiempos y espacios
particulares, en las cuales las personas utilizan recursos (materiales o simbólicos) para
actuar juntas en el mundo. Las prácticas se constituyen en la vida social -en los dominios
especializados de la economía y la política, por ejemplo, y también en el dominio de la
cultura incluyendo la vida cotidiana, La ventaja de centrarse en las prácticas es que éstas
constituyen un punto de conexión entre estructuras abstractas y sus mecanismos y los
eventos concretos, entre la ‘sociedad’ y las personas que viven sus vidas.

12
Todas las prácticas involucran configuraciones de diversos elementos de la vida, y,
por lo tanto, diversos mecanismos. Asumimos que las Ciencias Sociales investigan la
interacción entre los diferentes mecanismos, tal como este es instanciada o se realiza en
prácticas sociales particulares. Una práctica particular reúne diferentes elementos
específicos de la vida, formas y relaciones- tipos particulares de actividad relacionados de
modos particulares con materiales particulares en ubicaciones espaciales y temporales
personas particulares con experiencias particulares, conocimientos y disposiciones en
relaciones sociales particulares; recursos semióticos y modos de usar el lenguaje, entre
otras cosas. En la medida en que estos elementos de la vida son reunidos en una práctica
específica estos elementos, podemos llamarlos ‘momentos’ de la práctica. Y en la
terminología de Harvey, vemos cada momento como la internalización de los otros, sin
que por ello pueda ser reducido a estos. En otras palabras, para dar cuenta del
funcionamiento de estos elementos es necesario considerar la relación dialéctica que
éstos mantienen en prácticas particulares, forma que está siempre abierta al cambio.
El concepto de “articulación”, que tomamos de Laclau y Mouffe, ayuda a describir
esta reunión de elementos de lo social como momentos de una práctica y la relación de
internas acción entre estos. La articulación implica verlos, en primer lugar, como parte de
relaciones cambiantes entre ellos, pero con la posibilidad de estabilizarse de manera
relativamente permanente en la medida en que se articulan en prácticas, y en segundo
lugar, transformados en los procesos de ser articulados en nuevas combinaciones. El
concepto de articulación también puede extenderse a la estructura interna de cada
momento particular para especificar la forma particular que toma en una práctica
particular. Así, el momento discursivo de cualquier práctica es una articulación cambiante
de recursos discursivos/simbólicos (tales como géneros, voces) los cuales son reunidos en
permanencias relativas como momentos (el momento) de discurso y son transformados
en dicho proceso. La forma particular tomada por la articulación de recursos en un
momento en una práctica está configurada por su relación con los otros momentos.
La palabra “práctica” es ambigua en un modo útil en este contexto. Por un lado,
puede ser comprendida como una acción social en un tiempo y espacio determinado; por
el otro, como algo que ha adquirido cierta permanencia como modo habitual de actuar.
Esta ambigüedad nos ayuda en la medida en que apunta al posicionamiento intermedio
de las prácticas entre estructuras y eventos, estructura y agencia; las prácticas tienen
parcialmente el carácter de ambos. Adoptamos una visión dialéctica de la práctica;
rechazamos tanto el determinismo que pone todo el énfasis en estructuras estabilizadas,
como el voluntarismo que pone todo el énfasis en la actividad concreta. Vemos a la acción
social como dependiente de y constreñida por permanencias relativas, las cuales, sin
embargo, reproduce continuamente (como ‘cosas’ y ‘flujos’ en la terminología de Harvey),
con lo que queremos decir que parcialmente las sostiene y parcialmente las transforma,
aunque el balance entre ellas varía dependiendo de las circunstancias sociales. La
permanencia relativa de las prácticas puede ser teorizada en términos de instituciones o
complejos de instituciones (similar al concepto de ‘campo’ de Bourdieu).
También encontramos productivo enfocarnos en la “coyuntura”, en contraste con
las estructuras y los eventos. Las estructuras son condiciones de largo plazo, de base, de la

13
vida social que son cambiadas muy lentamente. Los eventos son hechos y ocasiones
inmediatas, individuales de la vida social. Las coyunturas son conjuntos relativamente
durables de personas, materiales, tecnologías y, por lo tanto, prácticas (en su aspecto de
permanencias relativas) en torno a proyectos sociales, en sentido amplio. Pueden
atravesar y reunir distintas instituciones. Las ventajas de centrarse o enfocar las
coyunturas es que esto permite trazar efectos, a lo largo del tiempo, de series asociadas
de eventos en el sostenimiento y la transformación (rearticulación) de las prácticas.
Consideramos que las prácticas tienen tres características. Primero, son formas de
producción de la vida social, no sólo de producción económica, sino también de
producción, por ejemplo, en el dominio de lo político y lo social. Segundo, cada práctica
está ubicada en una red de relaciones con otras prácticas; y estas relaciones ‘externas’
determinan su configuración ‘interna’. Tercero, las prácticas tienen siempre una
dimensión reflexiva; las personas generan siempre representaciones de lo que hacen
como parte de lo que hacen.
Aunque cada práctica puede caracterizarse en términos de estos tres aspectos, las
prácticas varían sustancialmente en su naturaleza y complejidad. Las sociedades
modernas han desarrollado prácticas que son altamente complejas en sus formas y
relaciones sociales de producción, en las redes de prácticas en las que participan y porque
recurren a teorías especializadas (ellas mismas resultado de formas particulares de
práctica) en su reflexividad. Estas prácticas modernas están organizadas a menudo a
través de grandes distancias de tiempo y espacio -por ejemplo, prácticas económicas
contemporáneas globalizadas. Operan a través de tecnologías sofisticadas de mediación,
incluyendo tecnología de la información contemporánea. Las prácticas relativamente
simple basadas en la co-presencia de personas en lugares y tiempos particulares existen
en la vida cotidiana, pero es un rasgo de la modernidad que estas prácticas están cada vez
más vinculadas con y dependientes de prácticas más complejas.

PRÁCTICAS DE PRODUCCIÓN.

Al considerar todas las prácticas como prácticas de producción, el objetivo no es reducir


toda la vida social a la producción económica o algo análogo a la producción económica,
sino, por el contrario, superar la idea inconducente de que la producción es puramente
económica, al insistir en que las personas producen su mundo social a través de todas sus
prácticas (Collier 1994). Por lo tanto, la categoría ‘producción’ debe ser entendida en
sentido amplio. Toda práctica de producción involucra personas particulares en relaciones
particulares, usando recursos particulares -la aplicación de ‘tecnologías’ a ‘materiales’ en
relaciones sociales de producción. El término ‘tecnología’ también es usado en sentido
amplio, para hacer referencia a cualquier aparato aplicado a materiales en una práctica de
producción para lograr efectos sociales particulares (económicos, políticos, culturales).
Por ejemplo, las tecnologías políticas en las sociedades modernas incluyen las tecnologías
de administración y coerción que regulan las relaciones ciudadanía-Estado tal como es

14
discutido por Mouzelis 1990) y los procesos de vigilancia, tal como son discutidos por
Foucault en su análisis de las tecnologías de poder (Foucault, 1977).
Las tecnologías y los materiales de producción van desde los recursos físicos (tales
como plantas y minerales) hasta los recursos simbólicos (como fotografías, y más
abstractamente, prácticas semióticas socialmente organizadas, por ejemplo, discursos y
géneros). Todas las prácticas de producción combinan recursos simbólicos y físicos, en
diversos grados y el discurso es siempre un momento significativo; porque todas las
prácticas son, como ya hemos dicho, reflexivas -las construcciones de una práctica
constituyen parte de una práctica. Los elementos simbólicos, incluyendo los discursivos,
son tan reales como los físicos, en tanto tienen efectos sobre y dentro de las prácticas.
Podemos llamarlos a todos ‘materiales’, sobre la base de qué son materiales pero esto
puede ser confuso, dado el sentido más extendido de la palabra material; por lo que los
llamaremos ‘reales’(Bhaskar, 1979). Aún así las palabras pueden ser meras palabras y
palabras vacías y los cambios en el discurso que parecen constituir cambios en las
prácticas sociales puedes no ser tal cosa. El único modo de determinar si es así es analizar
la relación entre el discurso y otros momentos de las prácticas sociales.

RELACIONES ENTRE PRÁCTICAS

Cada práctica está ubicada en una red de prácticas que determinan ‘desde el exterior’ sus
propiedades internas. Los conceptos (articulación, internalización) a los que hemos
recurrido para dar cuenta del análisis interior de las prácticas, puede extenderse al análisis
de la relación entre distintas prácticas. Las prácticas están articuladas de maneras
cambiantes para constituir redes, de las cuales ellas a su vez se convierten en momentos.
Aquí articulación se entiende como ‘sobredeterminación’ (Althusser, 1969) entre prácticas
en una red; no sólo en el sentido de que cada práctica está simultáneamente determinada
por otras sin poder ser reducible a ninguna de ellas, sino también fundamentalmente en el
sentido de que cada práctica puede simultáneamente articularse de manera conjunta con
muchas otras, desde múltiples posiciones sociales y con diversos efectos sociales. Esto nos
conduce más allá de la determinación monista de base superestructura del marxismo
clásico
Las redes de prácticas se mantienen debido a las relaciones de poder existentes, y
las articulaciones cambiantes de prácticas están vinculadas a relaciones, dinámicas y
luchas por el poder. En este sentido, las permanencias a las que nos referíamos más arriba
son un efecto del poder sobre las redes de práctica y las tensiones entre las relaciones, los
cambios y las permanencias de las redes de prácticas. Estas relaciones de poder en el nivel
de las redes son relaciones de dominación; e incluyen no sólo relaciones capitalistas entre
clases sociales, sino también relaciones de género patriarcales así como relaciones
coloniales y raciales las cuales están difundidas a lo largo de las diversas prácticas de una
sociedad. Este es el poder al que Hall llama ‘estructura en la dominación’.

15
Pero el poder, en el sentido de dominación, también se manifiesta en el nivel de
cada práctica en particular, en la que los sujetos se posicionan en relación a otros de tal
modo que algunos son capaces de incorporar la agencia de otros en sus propias acciones,
reduciendo así su propia capacidad agentiva autónoma (Bourdieu 1977, 1991, Giddens
1984). Estas relaciones de poder ‘internas’ son efecto de las relaciones externas que se
dan en la red de prácticas - como por ejemplo, dar poder a una nueva élite de gerentes
especialistas en instituciones de servicios públicos, como las universidades en la
actualidad es un cambio en relación a las prácticas, en el que se subordinan los servicios
públicos a la economía. Estos desequilibrios sistémicos se expresan y son cuestionados en
las luchas sociales respecto de la Constitución de prácticas particulares y las relaciones
entre prácticas.
En este sentido coincidimos con la visión post estructuralista de que toda práctica
social está incrustada en redes de relaciones de poder y subordina potencialmente a los
sujetos sociales que están comprometidos en ella aún aquellos que poseen un poder
interno. Al mismo tiempo creemos que la visión del poder moderno como
inevitablemente invisible y auto-regulador (‘bio-poder’, Foucault, 1977) necesita ser
complementado con una visión del poder como dominación es decir con una visión del
poder que reconozca la sobredeterminación entre prácticas internas y externas y
establezca relaciones causales entre prácticas sociales institucionales y las posiciones de
los sujetos en un campo social más amplio. De otra manera se puede caer en un día de
determinismo estructural y un antihumanismo que no deje espacio para la agencia en las
prácticas sociales (Fraser 1989 Bourdieu y Wacquant, 1992, entre otros).
El concepto de hegemonía de Gramsci resulta fructífero para analizar las relaciones
de poder como la dominación. La hegemonía consiste en relaciones de dominación
basadas en el consenso antes que en la coerción, e implica la naturalización de las
prácticas y las relaciones sociales como asuntos del sentido común -de allí que el concepto
de ‘hegemonía’ haga énfasis en la importancia de la ideología en el logro y mantenimiento
de las relaciones de dominación (Thompson 1984; Fairclough 1992a). El concepto de
articulación como el modo de relación entre elementos o momentos de lo social es usado
por Laclau y Mouffe (1985) para conceptualizar el poder, se puede ver la hegemonía en
términos de permanencia relativa de articulaciones de elementos sociales.
La hegemonía es un intento de cierre de prácticas y redes de prácticas que está
destinado a fallar en mayor o menor medida porque lo social es por naturaleza abierto -la
operación simultánea de diversos mecanismos en cualquier práctica y el hecho de que
cualquier práctica esté sobredeterminada (simultáneamente determinada por otros)
significa que los resultados nunca serán enteramente predecibles y que siempre existe la
posibilidad de que puedan ser generados los recursos para la resistencia (aunque Laclau y
Mouffe sobreestiman la apertura de lo social, ver cap. 7).
Consideremos, por ejemplo, el posicionamiento de los sujetos sociales en una
práctica como un efecto de ‘lo exterior’ sobre ‘lo interior’ -un efecto de las redes de
prácticas sobre la práctica particular en sí. Nos referimos más arriba a las prácticas
contemporáneas de la educación en Gran Bretaña, en su relación cambiante con las

16
prácticas económicas. Los sujetos se posicionan y se relacionan de modos contradictorios,
como por ejemplo, profesores y estudiantes, pero también simultáneamente, como
productores y consumidores de productos educativos. Estos posicionamientos
contradictorios constituyen antagonismos entre los diferentes sujetos y en los sujetos
individuales (Laclau y Mouffe, 1985). La afirmación de antagonismos en un sujeto implica
que la identidad está constituida, heterogéneamente, como un efecto de los
posicionamientos de un sujeto (Jenkins 1996). Desde la perspectiva de las permanencias
relativas de las prácticas y su relación con los sistemas sociales, podemos ver estos
antagonismos como desequilibrios estructurales y describirlos como contradicciones;
desde la perspectiva de la acción social podemos ver estos antagonismos como
interpretados en luchas sociales. Puede notarse que el ‘sujeto’ tiene una ambigüedad
oportuna paralela a lo que hemos notado respecto de la ‘práctica’ – los sujetos son
‘sujetados’ (en la terminología de Althusser 1971, interpelados), pero los sujetos también
actúan (como agentes) constreñidos por estas posiciones aún en modos que las
transformen. Esta visión rechaza tanto un estructuralismo que construye la vida social
como un efecto de estructuras y elimina la agencia, como un racionalismo que ve la vida
social como enteramente producida por la actividad racional de los agentes (Borudieu,
1990, Collier 1994).
Con respecto a la interacción entre esta y las otras dos características de las
prácticas que estamos diferenciando (que son prácticas de producción y que son
reflexivas), las relaciones de poder y el posicionamiento de los sujetos que estamos
discutiendo son efectos producidos ‘externamente’ sobre las prácticas de producción -que
definen las relaciones sociales y la producción de sujetos- mientras que la subjetividad es
inherentemente reflexiva -las identidades individuales y colectivas de los sujetos están
parcialmente constituidas por el modo en que se representan a sí mismos y son
representados por otros (Jenkins 1996).

REFLEXIVIDAD DE LAS PRÁCTICAS


Las prácticas también incluyen un elemento reflexivo (Bourdieu 1977, 1990; Giddens
1991); las personas generan constantemente representaciones de lo que hacen como
parte de aquello que hacen. Esto sugiere que no existe una simple oposición entre la
práctica y la teoría, sino más bien que hay una relación cercana y práctica entre ellas,
debido a que las representaciones reflexivas de las personas sobre lo que hacen, en cierto
modo, ya son teorías (‘proto-teorías’, Collier 1994) acerca de sus prácticas lo que las hace
una parte normal de éstas. Esto se aplica también a los aspectos lingüísticos de las
prácticas: estos también son a menudo reflexivamente teorizados. En las sociedades
modernas, y especialmente en la modernidad tardía, la reflexividad se convierte en un
rasgo cada vez más importante de la vida social; por ejemplo, el conocimiento acerca de
nuestras prácticas se convierte en algo crecientemente significativo, como parte del
compromiso en esas prácticas, una relación a la que Giddens ha hecho referencia como
‘doble hermenéutica’. Esta tendencia en la modernidad se realiza institucionalmente en la
separación de cada una de las prácticas que a su vez está especializada en la producción

17
de conocimiento acerca de las prácticas las prácticas teóricas (Althusser 1971, Bourdieu,
1977; Castoriades 1987). Otras prácticas ya sean económicas políticas o culturales están
crecientemente configuradas por sus relaciones con las ‘prácticas teóricas’. El elemento
de reflexividad al que hemos caracterizado como un aspecto inherente de toda práctica
por lo tanto cambia en su naturaleza de tal manera que se vuelve informado o formado
desde el afuera por las ‘prácticas teóricas’. Las prácticas teóricas tienen las mismas
características generales que cualquier otro tipo de prácticas (son prácticas de producción,
atadas en redes con otras prácticas y son reflexivas), así cmo los rasgos distintivos -que
discutimos más arribas.
Existen otros dos aspectos importantes de la reflexividad. Primero, la reflexividad
está atrapada en la lucha social. Los conocimientos aplicados reflexivamente sobre una
práctica son conocimientos posicionados, conocimientos generados desde posiciones
particulares en una práctica o fuera de ella (en prácticas teóricas); y son recursos y
posiciones en esa disputa. En segundo lugar, como ya indicamos, la reflexividad de la
práctica implica que todas las prácticas tienen un aspecto discursivo irreducible, no solo
en el sentido de que todas las prácticas involucran el uso del lenguaje en algún grado
(aunque sean diversos grados, comparemos el pastoreo de ovejas con la enseñanza de la
filosofía), sino también en el sentido de que las construcciones discursivas de las prácticas
son ellas mismas partes de prácticas -esto es lo que significa la reflexividad.
Las prácticas pueden depender de estas construcciones reflexivas para sostener las
relaciones de dominación. En la medida en que las construcciones reflexivas funcionan de
este modo, podemos llamarlas ‘ideologías’ (Thompson, 1984: 130-1). Las ideologías son
construcciones de prácticas desde perspectivas particulares (y en este sentido ‘parciales’),
que ‘eliminan’ las contradicciones, dilemas y antagonismos de las prácticas en modos
acordes a los intereses y los proyectos de dominación. El efecto de las ideologías al
eliminar (suprimir) aspectos de las prácticas es lo que relaciona las ideologías con la
mistificación (Barrett 1991:167) y la ‘falta de reconocimiento’ (Althusser 1971; Bourdieu,
1991).
Las ideologías son construcciones discursivas, por lo que la cuestión de la ideología
es parte de la cuestión acerca de cómo el discurso se relaciona con otros momentos de las
prácticas sociales. Pero el concepto de ideología emergió en sociedades modernas y está
atado a relaciones con redes de prácticas modernas, específicamente, relaciones entre
prácticas discursivas. Podemos decir que el discurso de una práctica coloniza el de otra o
que este último se apropia del primero, dependiendo de cómo las relaciones de poder se
expresan en tanto relaciones entre prácticas y discursos. Así, las ideologías son
construcciones de una práctica relacionadas con la dominación, que están determinadas
por relaciones específicamente discursivas entre esa práctica y otras prácticas. Por
ejemplo, podemos referir nuevamente el ejemplo de los cambios contemporáneos que
afectan a la educación, las ideologías gerenciales en la educación son construcciones
discursivas de la educación que se diseñan sobre discursos que provienen de otras
prácticas, estrechamente vinculadas con las prácticas de educación contemporáneas -
específicamente, las prácticas económicas. La ideología, concebida en términos de
relación entre prácticas ‘se refiere a una función o mecanismo pero no está atada a

18
ningún agente o interés de clase particular (Barrett 1991: 167; Hall 1996a). La ventaja de
esta visión de ideología es que mantiene el foco en las formas de dominación (a diferencia
de visiones neutras de ideología, que la separan del concepto de dominación, como la de
Van Dijk 1998) sin centrarse exclusivamente en la dominación de clase.
Las prácticas sociales modernas están, como hemos sugerido, vinculadas en red de
maneras complejas con las prácticas teóricas; y las prácticas teóricas están siempre
involucradas en las relaciones entre las prácticas que determinan las ideologías, sea
directamente, en el modo en el que los discursos teóricos llegan a trabajar
ideológicamente en una práctica o indirectamente en el modo en el que la apropiación de
los discursos de otras prácticas está teoréticamente mediado – la práctica en cuestión está
‘formada teóricamente’ en este sentido. La cuestión de la relación entre teoría e ideología
tiene que ser tratada en dos niveles interconectados. Primero, en la medida en que la
teoría es ella misma una práctica, existe la cuestión de los conocimientos ideológicos en la
auto-representación reflexiva de una teoría, que está, como vimos,relacionada con la
cuestión de cómo la práctica teórica particular está relacionada en red con otras prácticas.
Segundo, está la cuestion de los efectos ideológicos de una teoría sobre las prácticas
sociales que teoriza. Ambos están interconectados, en el sentido que la capacidad de una
teoría para resistir la apropiación ideológica en las prácticas sociales depende de su
capacidad para resistir auto-representaciones reflexivas ideológicas -pero sin garantías de
que ninguna teoría puede ser hecha 100 por ciento a prueba de ideología, en cualquier
nivel.
Para minimizar los efectos ideológicos no reconocidos en las teorías, las prácticas
teóricas pueden y deben ser reflexivas, en el sentido de que buscan mostrar sus propias
condiciones de posibilidad, incluyendo su propia ubicación en las redes de prácticas y los
efectos internos y externos de esta ubicación (incluyendo los ideológicos) (Bourdieu y
Wacquant, 1992). Una práctica crítica teórica busca destejer las relaciones que
constituyen las prácticas sociales e identificar así los mecanismos por los cuales se
producen los antagonismos y las luchas, haciendo explícita también su propia posición en
esa confrontación.
Las prácticas teóricas críticas tienen un “interés de conocimiento” particular
(Habermas 1972) en las prácticas sociales que teoriza, un interés en el concocimiento que
muestra y problematiza las relaciones de dominación y los medios para superarlas, lo que
ubica a las práctica teórica crítica en las luchas por las prácticas sociales que ella teoriza:
‘al descubrir los mecanismos sociales que aseguran el mantenimiento del orden
establecido y cuya eficacia simbólica propiamente descansa en el no reconocimiento de
sus efectos y de su lógica, la ciencias social necesariamente toma partido en las luchas
políticas (Borudieu y Wacquant, 1992: 51). Nada de esto impide que la teoría pueda
trabajar ideológicamente, pero hace a la apropiación ideológica más problemática.

EL MOMENTO DEL DISCURSO.

19
La teoría post-estructuralista, y especialmente la teoría de Foucault (1972, 1977, 1981) ha
establecido firmemente la categoría de ‘discurso’ en las humanidades y en las ciencias
Sociales. La extensión de su interés indica un reconocimiento de que la teoría social
moderna -incluyendo la teoría social crítica ha dejado de lado el lenguaje y lo semiótico.
Podría verse esto como parte de una falta de atención más general a los aspectos
culturales de la vida social. Sería importante que la teoría crítica, en particular, corrija esta
omisión. Sin embargo, la teoría del discurso tiene sus peligros. Muchos de aquellos que
han trabajado con el concpeto de discurso han terminado por no ver en lo social nada más
que discurso, es decir, un “idealismo de discurso”, similar al idealismo filosófico
tradicional, con la diferencia de que en lugar de ver a la vida social como producida en el
pensamiento, la ven producidad en el discurso. Esto es cierto para muchos de los
defensores del ‘constructivismo social’, como la psicología social (Shotter 1993). Algo
similar ocurre en el post-marxismo de Laclau y Mouffe, que se discute con mayor detalle
en el capítulo 7.
Consideramos que es importante para la ciencia social crítica incorporar el discurso
en su teorización, pero hacerlo de un modo no-idealista, que no reduzca la vida social al
discurso. Hemos referido ya al intento de Harvey (1996), que se basa en las teorías de V.
Voloshinov y Williams (1977). Harvey reconoce la importancia social del discurso (‘el
discurso internaliza en algún sentido todo lo que ocurre en otros momentos de las
prácticas sociales’), como parte de la acción y la construcción reflexiva (‘significación’) de
la vida social y el trabajo socialmente transformador del discurso (‘discursos disidentes y
contra-hegemónicos emergen para desafiar las formas hegemónicas y es a partir de estos
cuestionamientos que puede fluir el cambio social). Él también reconoce que este proceso
está muy cercano a la versión del ACD con la que estamos trabajando, aunque no
‘operacionaliza’ la teoría como un marco analítico. Este autor insiste, sin embargo, en que
el discurso es solo un momento de lo social y que su relación con otros momentos es un
tema para el análisis y evaluación (dado que el discurso puede ‘ofuscar, esconder,
deformar relaciones con otros momentos). Identifica los siguientes momentos: relaciones
sociales, poder, prácticas materiales, creencias/valores/deseos y rituales/instituciones. Su
concepto de ’internalización’ es útil aquí -cada momento ‘internaliza’ los otros sin ser
reducible a ninguno de ellos. Por ejemplo, si reconocemos que las palabras pueden ser
palabras ‘vacías’ (como nosotros pensamos que pueden serlo), esto se puede ver en
términos de una ausencia de internalización -por ejemplo, un divorcio entre los modos en
que las personas actúan y los modos en que construyen discursivamente sus acciones, de
manera que el primero no internaliza lo segundo. Sin embargo, preferimos usar el
concepto de ‘prácticas’ de una manera diferente a la de Harvey: más que tratar a las
‘prácticas materiales’ como un momento del ‘proceso social’, como hace Harvey, vemos el
proceso social como constituido por ‘prácticas sociales’ y nos referimos a la ‘actividad
material’ como un momento de la práctica social. La terminología es importante aquí: el
materialismo de Harvey toma la forma de privilegiar el momento de las ‘prácticas
materiales’ en su explicación de la dialéctica social, de modo que ‘palabras vacías’ es el
discurso que no tiene efectos en las prácticas social. En contraste, nosotros no
privilegiamos ningún momento de la práctica social, pero decimos que más que ‘palabras

20
vacías’ es un problema el que el discurso no esté integrado en la práctica, es decir, una
ausencia de relaciones de internalización entre el discurso y los otros momentos. Esta es
una forma diferente de materialismo, que privilegia las prácticas como tales, mientras que
argumenta que todos los momentos de una práctica (y no solo las actividades materiales)
son ‘reales’.

INVESTIGACIÓN CRÍTICA Y PRÁCTICA TEÓRICA


Como ya dijimos la teoría es en sí misma una práctica. Es importante captar la
especificidad de la teoría que la vuelve diferente de las otras prácticas pero sin caer en la
trampa común de olvidar que la teoría es una práctica que, como las otras prácticas, está
atrapada en redes de relaciones con prácticas políticas económicas y culturales que
determinan su constitución interna y que pueden tener efectos ideológicos en ella. Por lo
tanto quienes realizan prácticas teóricas deberían reflexionar sobre la ubicación social de
su práctica teórica y las consecuencias que emergen de estas. esta responsabilidad se
aplica a teóricos críticos y analistas críticos del discurso así como a otros y una
preocupación particular para ellos, deben ser las consecuencias de su compromiso social,
en términos de cómo su práctica teórica se intersecta con y es configurada por prácticas y
luchas prácticas.
La práctica teórica se distingue del resto porque toma otras prácticas como
‘material crudo’. En los trabajos tempranos de haber más sobre epistemología la relación
entre prácticas teóricas y otras prácticas sociales está formulada en términos de ‘intereses
de conocimiento’. podemos decir que la práctica teórica tiene una variedad de interés de
conocimiento en otras prácticas y que lo que distingue a la ciencia social crítica es un
interés de conocimiento emancipatorio- ‘un interés en la emancipación de relaciones de
dependencia condensadas ideológicamente que pueden ser en principio transformadas'
(Habermas, 1972). Esto es en contraste con un interés ‘técnico’ en la manipulación y
control en las ciencias empírico-analíticas y un interés ‘práctico’ en la comprensión
intersubjetiva en las ciencias histórico-hermenéuticas.
El interés emancipatorio del conocimiento de la ciencia social crítica implica una
teoría social dialéctica. Podemos explicar esto en términos de las diferentes formas del
conocimiento teórico que son discutidas por bourdieu. El conocimiento fenomenológico
(incluyendo el conocimiento etnometodológico) se propone hacer explícitas la experiencia
primaria práctica del mundo que tienen las personas como parte de su compromiso en las
prácticas sociales. El conocimiento objetivista -incluyendo el estructuralista- rompe con la
perspectiva del participante en la práctica social, con el fin de identificar relaciones
objetivas que estructuran las prácticas descritas por los fenomenólogos. Sin embargo,
realiza esto al costo de posicionarse por fuera de la práctica, escindiéndose del principio
generativo de ésta, que sólo puede ser tomado desde el interior.
El conocimiento dialéctico, a su vez, rompe con la perspectiva del objetivismo
explorando reflexivamente las condiciones de posibilidad del conocimiento que construye
la práctica desde el exterior como un fait accompli; esto es, mira a la teoría como si fuera

21
una práctica, sus propios materiales y tecnologías de producción la ubicación de una
práctica teórica en una red de prácticas y relaciones de poder los efectos internos de esa
ubicación los efectos de una práctica teórica sobre otras prácticas entre otras. Explorar las
condiciones de posibilidad del objetivismo basado en su interés de conocimiento técnico
es la base para exponer sus límites en el sentido de que el objetivismo tiende a dejar de
lado la distinción entre la lógica práctica del compromiso con una práctica social y su
propia lógica teórica , sustituyendo la segunda por el primero. Diseñada creativamente a
partir de la fenomenología y del objetivismo, la práctica teórica crítica reconoce que la
ciencia social tiene una base hermenéutica (necesita ser construida ella misma en
prácticas simbólicas acerca del mundo), pero no puede limitarse a ella. En este sentido la
ciencia social crítica construye como el objeto de la investigación científica la relación
dialéctica entre las relaciones y estructuras objetivas por un lado y las disposiciones
prácticas de los sujetos comprometidos en las prácticas por otro.
Sin embargo, el éxito de la ciencia social crítica al sostener esta postura dialéctica
depende de cómo se ve al discurso como momento de la práctica social. Por ejemplo, P.
Bourdieu reconoce el poder del discurso para constituir lo social sólo como un poder de
ciertos grupos sociales en ciertas circunstancias. Al no reconocer que el discurso es es
inherentemente constitutivo de la vida social, Bourdieu se desliza hacia una ontología
objetivista que propone una dimensión de lo social que está por fuera del proceso de
significación y constitución (Collins, 1993). En contraste, el ACD desarrolla una práctica
teórica orientada simultáneamente al análisis de eventos comunicativos (una tarea
hermenéutica de interpretación) y al análisis de sus condiciones estructurales de
posibilidad y sus efectos estructurales. Todo evento discursivo demanda una
operacionalización de estas dos perspectivas.
[…]

CONCLUSIÓN

Concluimos con un resumen de los rasgos principales de la ciencia social “crítica”


(incluyendo el ACD).

1. Un compromiso crítico con el mundo contemporáneo que reconoce que el


estado de cosas existente no es el único posible.
2. Un interés de conocimiento emancipatorio, que inicia y termina en los
flujos que se dan entre prácticas teóricas y no teóricas, y basado en la esfera
pública.
3. Un compromiso en la explicación crítica dirigida a objetos transitivos e
intransitivos (prácticas y teorías), aplicando una lógica dialéctica.
4. Un reconocimiento del discurso como un momento en la dialéctica de la
práctica social y de que los cambios en el discurso son capaces de abrir nuevas
posibilidades sociales.

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5. Una comprensión ‘modesta’ no relativista de la verdad científica como
logro epistémico, donde lo que cuenta es el poder explicativo relativo y la
contribución a solucionar demandas.
6. Una comprensión reflexiva del posicionamiento histórico y social de la
propia actividad del investigador.

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