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Gilberto Giménez
Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM
En una buena parte de esta conferencia vamos a presentar las tesis centrales de
una teoría de la identidad, para poder plantear posteriormente cómo habría que
enfocar el análisis de las identidades urbanas, un tema que tiene que ver con la
sociología urbana en general. El concepto de identidad es un concepto que se ha
impuesto masivamente en las ciencias sociales a partir de los años ochenta y más
todavía en los noventa. El problema es que, sobre todo en México, este concepto
tiende a banalizarse, del mismo modo que el de cultura, porque todo el mundo lo
invoca hasta la saciedad sin preocuparse en lo más mínimo por definirlo o
someterlo a cierto rigor conceptual. Así como se tiende a ver cultura por todas
partes – “cultura de la violencia”, “narco-cultura”, “cultura del no pago” … -, parece
que todo está dotado de identidad, desde la “ciudadanía” abstracta hasta los
parques públicos. En los programas de estudio y en los manuales de los
departamentos de ciencias sociales de varias universidades europeas, como la de
Cambridge, por ejemplo, la identidad o, mejor todavía, el eje cultura / identidad
aparece como un pórtico de entrada a los conceptos más importantes de la
sociología y de la antropología.
Pero lo importante aquí, como ya señalamos, es tener en cuenta que no todos los
significados son culturales, sino sólo aquellos que son compartidos y relativamente
duraderos. Además de eso, pueden ser más o menos temáticos, en el sentido
explicado anteriormente, y dotados de mayor o menor fuerza emotiva y
motivacional. Otro punto importante que necesitamos destacar es el siguiente: por
una parte, los significados culturales se objetivan en forma de artefactos o
comportamientos observables, llamados también “formas culturales” por John B.
Thompson (1998: 202 y ss), (por ejemplo, obras de arte, ritos, danzas…); y por
otra se interiorizan en forma de “habitus”, de ideologías o de representaciones
sociales. En el primer caso tenemos lo que Bourdieu llamaba “simbolismo
objetivado” y otros “cultura pública”, mientras que en el último caso tenemos las
“formas interiorizadas” o “incorporadas” de la cultura. Por supuesto que existe una
relación dialéctica e indisociable entre ambas formas de la cultura. Por una parte,
las formas interiorizadas provienen de experiencias comunes y compartidas,
mediadas por las formas objetivadas de la cultura; y por otra, no se podría
interpretar ni leer siguiera las formas culturales exteriorizadas sin los esquemas
cognitivos o “habitus” que nos habilitan para ello. Esta distinción es una tesis
clásica de Bourdieu que para mí desempeña un papel estratégico en los estudios
culturales, ya que permite tener una visión integral de la cultura, en la medida en
que incluye también su interiorización por los actores sociales. Más aún, nos
permite considerar la cultura preferentemente desde el punto de vista de los
actores sociales que la interiorizan, la “incorporan” y la convierten en sustancia
propia. Desde esta perspectiva podemos decir que no existe cultura sin sujeto ni
sujeto sin cultura. Estas consideraciones revisten bastante importancia para
evaluar críticamente ciertas tesis “postmodernas” como la de la “hibridación
cultural”, que sólo toma en cuenta la génesis o el origen de los componentes de
las “formas culturales” (v.g. en la música, en la arquitectura y en la literatura), sin
preocuparse por los sujetos que las producen, las consumen y se las apropian
confiriéndoles un nuevo sentido. Bajo este ángulo, la tesis carece de originalidad,
ya que sabemos desde Franz Boas que todas las formas culturales son híbridas
desde el momento en que se ha generalizado el contacto intercultural. Es una
tesis trillada de lo que suele llamarse “difusionismo” en Antropología. Pero las
formas interiorizadas de la cultura se caracterizan precisamente por la tendencia a
recomponer y rediagramar lo “híbrido”, confiriéndole una relativa unidad y
coherencia. Con otras palabras, no se puede interiorizar lo híbrido en cuanto
híbrido, ni mantener por mucho tiempo lo que los psicólogos llaman “disonancias
cognitivas” salvo en situaciones psíquicamente patológicas. Resumamos lo
expuesto de la siguiente manera: la cultura es la organización social del sentido,
interiorizado de modo relativamente estable por los sujetos en forma de esquemas
o de representaciones compartidas, y objetivado en “formas simbólicas”, todo ello
en contextos históricamente específicos y socialmente estructurados, porque para
nosotros, sociólogos y antropólogos, todos los hechos sociales se hallan inscritos
en un determinado contexto espacio-temporal.
Pasemos ahora a enunciar una tesis central que pienso nos puede ayudar a
entender las identidades urbanas. Esta tesis podría formularse así: la identidad se
predica en sentido propio solamente de sujetos individuales dotados de
conciencia, memoria y psicología propias, y sólo por analogía de los actores
colectivos, como son los grupos, los movimientos sociales, los partidos políticos, la
comunidad nacional y, en el caso urbano, los vecindarios, los barrios, los
municipios y la ciudad en su conjunto. Como podrán comprobar, esta teoría es de
suma importancia porque aquí suele haber muchas confusiones.
Es decir, como Octavio Paz es un autor muy reconocido y de vasta influencia, sus
lectores pueden terminar identificándose realmente con la imagen del mexicano
diseñada en su “teoría”. De este modo la teoría hace existir “performativamente” lo
que antes de ella no existía. Por todo esto considero muy importante la tesis
según la cual la identidad se predica en sentido propio solamente de los sujetos
individuales dotados de conciencia, memoria y psicología propias, y sólo por
analogía de los actores colectivos. Lo anterior nos conduce a otra tesis
fundamental: la teoría de la identidad se inscribe dentro de una teoría de los
actores sociales. Por lo tanto, cuando hablemos más adelante de “identidades
urbanas” estaremos refiriéndonos primariamente a la identidad de actores
considerados en diferentes escalas del espacio urbano y según su modo de
relacionarse con ese espacio. Sólo por analogía muy lejana podríamos atribuir una
especie de “identidad objetiva” y a priori a los espacios públicos de la ciudad,
como las avenidas, las plazas, los centros y los parques, independientemente de
la percepción de los usuarios que los “consumen” y frecuentan. En efecto, en el
caso límite se puede decir que cualquier atribución de rasgos distintivos para
definir o clasificar lo que sea – un mineral, un vegetal, un animal o un espacio
físico -, implica el señalamiento de una “identidad”. No es una casualidad que la
teoría de la identidad haya surgido en el ámbito de las teorías de la acción, es
decir, en el contexto de las familias de teorías que parten del postulado weberiano
de la “acción dotada de sentido”. En efecto, no puede existir “acciones con
sentido” sin actores, y la identidad constituye precisamente uno de los parámetros
que definen a estos últimos. Cuando se habla de actor social es necesario tener
en cuenta las diferencias de terminología. En efecto, hay autores que prefieren
hablar de “sujetos” en lugar de “actores”, y otros – como Bourdieu – que hablan de
“agentes”. A pesar de sus diferentes matices, estos términos se refieren
fundamentalmente a lo mismo: a los soportes o fuentes de la acción. Pero tienen
connotaciones diferentes porque provienen de tradiciones también diferentes. Por
ejemplo, el término “sujeto” connota una excesiva libertad de opción (como la del
sujeto sartriano) y está ligado al individualismo metodológico (Boudon) y al
psicoanálisis lacaniano; mientras que el “agente” de Bourdieu depende demasiado
de las estructuras y parece tener cierta connotación determinista. Con otros
muchos, prefiero el término “actor”, porque ni es completamente libre y ni está
totalmente determinado por la maquinaria de las estructuras, sino que se
encuentra siempre “en algún lugar entre el determinismo y la libertad”. Ese “lugar”
puede variar según la posición que el actor ocupa en las estructuras sociales y los
recursos de que dispone. Es posible, por ejemplo, que a pesar de mis
condicionamientos yo tenga mayores márgenes de libertad que el pobre albañil no
calificado que ayer fue a buscar trabajo en mi casa. Podemos utilizar, por
supuesto, cualquiera de los tres términos, pero aclarando siempre en qué sentido
y con qué implicaciones teóricas lo estamos haciendo. Ahora bien, ¿cuáles son los
parámetros fundamentales que definen a un actor social?1) Todo actor ocupa
siempre una o varias posiciones en la estructura social. Nadie puede escaparse de
esto, porque ni los individuos ni los grupos están colgados de las nubes. Los
actores son indisociables de las estructuras y siempre deben ser estudiados como
“actores-insertos-en-sistemas “(actors-in-system), dicen algunos sociólogos
norteamericanos.
En el espacio urbano, por ejemplo, no podemos ni siquiera concebir un actor que
no esté situado en algún lugar de la estratificación urbana o de la estructura socio-
profesional urbana. Y eso significa ocupar una posición en la estructura social.
2) Ningún actor se concibe sino en interacción con otros, sea en términos
inmediatos (cara a cara), como en un vecindario; sea a distancia, como cuando
me comunico por Internet con colegas que viven en Cambridge o en París. Por
consiguiente, no podré concebir un actor social urbano que no esté en interacción
con otros sea en espacios públicos, sea dentro de un vecindario, dentro de un
barrio, dentro de una zona urbana especializada o a escala de toda la
aglomeración urbana
3) El actor social está dotado siempre de alguna forma de poder, en el sentido de
que dispone siempre de algún tipo de recursos que le permite establecer objetivos
y movilizar los medios para alcanzarlos. Yo, por ejemplo, carezco del poder
burocrático que tienen algunos de mis colegas en la Universidad (porque no nací
en México y si bien soy ciudadano mexicano, soy ciudadano de segunda), pero
supongo que tengo alguna forma de poder, alguna capacidad de decisión por lo
menos en mi casa o entre mis estudiantes.
4) Todo actor social está dotado de una identidad. Ésta es la imagen distintiva que
tiene de sí mismo el actor social en relación con otros. Se trata, por lo tanto, de un
atributo relacional y no de una “marca” o de una especie de placa que cada quien
lleva colgado del cuello.
5) En estrecha relación con su identidad, todo actor social tiene también un
proyecto, es decir, algún prospecto para el futuro, alguna forma de anticipación del
porvenir. Un mismo actor social puede tener múltiples proyectos: algunos son
“proyectos de vida cotidiana” (por ejemplo, ir al cine el próximo fin de semana);
otros, en cambio, son “proyectos de sociedad” (v.g., proyectos políticos, proyectos
de desarrollo urbano). El proyecto (personal o colectivo) está muy ligado con la
percepción de nuestra identidad, porque deriva de la imagen que tenemos de
nosotros mismos y, por ende, de nuestrasaspiraciones.6) Todo actor social se
encuentra en constante proceso de socialización y aprendizaje, lo cual quiere decir
que está haciéndose siempre y nunca termina de configurarse definitivamente. Es
la experiencia que tenemos nosotros los maestros, pues nunca acabamos de
aprender. Siempre tenemos que estar al día y mantenernos al corriente de lo que
se está produciendo internacionalmente. Uno nunca puede decir: “bueno,
caramba, ya me recibí, tengo mi título de doctorado y hasta de postdoctorado y ya
no leo más”. En resumen, podemos ver que la teoría de la identidad se cruza con
la teoría de los actores sociales, y en el caso de este Seminario, con la de los
actores urbanos.
Identidades individuales
Identidades colectivas
Identidades urbanas
La ciudad morfológica
Está constituida por todo lo que es directamente observable: el terreno, el entorno
natural, los edificios, las redes técnicas (transporte, agua, electricidad, etc.), los
espacios públicos (calles, plazas, parques), la población, etc. Es la “ciudad” que
resulta de la acción de los “profesionales del espacio” (arquitectos, urbanistas,
ingenieros, diseñadores…)
La ciudad socio-política
Es el nivel de las prácticas urbanas, de la “participación ciudadana”. Comprende el
conjunto de los comportamientos sociales (públicos y privados) que los citadinos
realizan en el marco de la morfología urbana. La mayor parte de las prácticas
urbanas también son observables. (Este estrato es el objeto de estudio preferido
de las ciencias políticas y de la sociología).
La ciudad de la gente
Es la ciudad representada, percibida y vivida por sus habitantes. Este es el nivel
de las imágenes, de los proyectos, de las motivaciones, de los imaginarios y de la
identidad. (La antropología y la psicología social son las disciplinas básicas
interesadas en estudiar este estrato, y aquí se sitúa el estudio de las identidades
urbanas). Estos tres niveles son indisociables y están imbricados entre sí. Por eso
hoy en día se tiende a considerar nefasta la especialización por estratos en
sociología urbana. El tercer paso de mi investigación sería determinar la escala
que le corresponde. En efecto, en todo territorio, que por naturaleza es
multiescalar, la consideración de la escala en sentido geográfico resulta
fundamental. En el espacio urbano hay escalas micro y escalas macro.
Pertenecen a la escala micro:- la casa habitación, y el taller o la oficina que
corresponden a la función urbana del trabajo;- el vecindario, que constituye una
micro-unidad espacial urbana situada entre la casa-habitación y el barrio;- el barrio
(o colonia), que reagrupa un conjunto de vecindarios y contiene los servicios
básicos para responder a las necesidades cotidianas de los habitantes: escuelas,
comercios, lugares de culto, etc.;- las “zonas urbanas” especializadas, como la
zona comercial, la administrativa, etc.;- por último, el municipio (o delegación) que
comprende un conjunto de barrios o colonias. Se distingue por la existencia de
una institución política dotada de poder (limitado)En cambio, pertenece a la escala
macro la aglomeración urbana que abarca el conjunto de los municipios y
generalmente está dotada de un centro histórico donde se encuentran los
equipamientos y servicios centrales tanto públicos como privados. El problema de
las escalas implica la formulación de preguntas como éstas: ¿en qué nivel me
sitúo?, ¿voy a investigar identidades individuales, domésticas, o barriales?; ¿o
más bien me interesan identidades de vecindario, o quizás identidades de tipo
municipal -delegacional? Para los sociólogos y los antropólogos resultaría
interesante asociar el problema de las escalas con la psicología de la percepción
del espacio, como la elaborada por Moles y Rohmer (1990) en un texto clásico
donde se contempla sobre todo la situación en ciudades medianas. La hipótesis
sería que, a mayor escala, es mayor la posibilidad de percepción vivencial de un
territorio. De aquí la distinción entre “espacios próximos” o “identitarios”, y
“espacios abstractos”, inaccesibles a nuestro aparato perceptivo.
- Finalmente, según la percepción común no faltan los “malos vecinos” que son los
“mal educados”, los que hacen ruido, los que no saludan, los que tienen perros
que ladran por las noches, etc. Quisiera comentarles que 15 años después se
replicó la investigación en este mismo vecindario, y se encontró que la situación
había cambiado por completo: muchos de los antiguos residentes se marcharon a
otra parte, llegaron nuevos residentes mucho más individualistas y cerrados, los
hijos crecieron y se olvidaron del antiguo fervor comunitario, etc. Recuerden lo
dicho sobre lo difícil que es alimentar y mantener por mucho tiempo una identidad
grupal.
Los resultados mostraron que para los habitantes el barrio se definía a través de
atributos o rasgos diacríticos cargados de contenido valorativo. Esto lo llevó a
distinguir entre el “barrio referencial”, entendido simplemente como espacio físico
habitado (es decir, como parte de lo que hemos llamado “la ciudad morfológica”), y
“lo barrial” como valor, es decir, como espacio valorizado (que supone la
representación, la apropiación y los usos del barrio por parte de sus habitantes).
En este caso, el barrio se inscribe en el estrato que hemos llamado “la ciudad de
la gente”. De modo general, los vecinos definen a su barrio como “barrio obrero” /
de gente de trabajo / peronista / de casas bajas / “hechas a todo pulmón”. Sus
habitantes son “pobres, pero decentes”.
El excelente trabajo de Ariel Gravano nos muestra que no basta con transcribir y
“glosar” las respuestas de nuestros informantes obtenidas mediante entrevistas
para revelar su significado real, sino que también se requiere el análisis de su
estructura semántica profunda. Lo que hace indispensable la “hibridación” del
investigador con la lingüística y la semiótica para el análisis cultural.
Esta vez avanzaremos un paso más en la escala territorial para ilustrar cómo se
identifica en términos urbanos la elite de dos famosas ciudades suizas: Lausanne
y Ginebra. La investigación fue dirigida por el sociólogo suizo Michel Bassand
(1997: 196 y ss) y el método consistió en la aplicación de entrevistas en
profundidad a una veintena de “líderes de opinión” en ambas ciudades. He aquí la
síntesis de los resultados. En Ginebra se detectó una fuerte identificación urbana
(caracterizada por el orgullo de pertenencia) entre los entrevistados, identificación
fundada en una representación altamente positiva de la ciudad. (Debe advertirse
que un actor social sólo puede identificarse con la ciudad en cuanto “representada
y vivida”, y no con la “ciudad morfológica”). Los investigadores registraron un
consenso básico sobre tres temas: (1) la belleza del entorno ecológico y
paisajístico de la ciudad (el lago, el Monte Blanco, el Jura, el Salève); (2) la
tradición protestante calvinista; y (3) la presencia de organizaciones
internacionales que convierten a Ginebra en una ciudad abierta y universal. En
efecto, los entrevistados hablaban del “espíritu de Ginebra” que estaría
conformado por la belleza del sitio geográfico, el humanismo de la Reforma y la
presencia de los organismos internacionales. Sin embargo, manifestaron también
“en sordina” algunos estigmas: la xenofobia de la derecha, el crecimiento urbano
excesivo y el cosmopolitismo exagerado. En Lausanne también se detectó una
identidad igualmente positiva. Sus líderes se sienten fuertemente apegados a su
ciudad, representada casi unánimemente por los siguientes rasgos: (1) constituye
un sitio geográfico excepcional por su belleza (se citan particularmente ciertos
lugares urbanos como la Cité, la iglesia de St. François, la estación de ferrocarril,
Ouchy); (2) es el centro natural de la Suiza normanda; (3) tiene también una
dimensión internacional, en la medida en que es sede de grandes empresas
multinacionales y posee instituciones de prestigio internacional como el Tribunal
Federal, la Universidad de Lausanne, la Escuela Politécnica Federal, la Escuela
de Hotelería y el Ballet Maurice Béjard. La ciudad se caracteriza, por lo tanto, por
la tensión entre lo local y lo cosmopolita. Pero aquí también se registra un estigma
secreto, que se expresa en el dicho: “Lausanne es una bella campesina que ha ido
a la Universidad y ha cursado humanidades”. Es decir, no es propiamente una
gran ciudad, sino una gran aldea semi-rural. En conclusión: también en este caso
la belleza del entorno y la calidad de vida favorecen enormemente la identificación
de los líderes con su ciudad. Desgraciadamente se nos ha terminado el tiempo y
tenemos que cortar esta ya larga intervención. Pero creo que con lo dicho hemos
presentado materiales suficientes que pueden servirnos como introducción al
estudio de las identidades urbanas. Muchas gracias por su atención.
PREGUNTAS
•Si pudiera explicarme la diferencia entre identidad y habitus
El habitus pertenece a las formas interiorizadas de la cultura por vía de la
socialización formal e informal o difusa. Tiene que ver con lo que otros llaman
“disposiciones”, como Bernard Lahire (2004). Se trata de un concepto complejo
que según Bourdieu tiene simultáneamente dimensiones cognitivas (gnosis),
valorativas (ethos), estéticas (aisthesis) y hasta corporales (hexis). Puede definirse
sintéticamente como “esquemas de percepción, de valoración y de acción”. En
cuanto elemento cultural interiorizado por los sujetos sociales en forma de
“esquemas de percepción y valoración”, el habitus implica la representación de la
identidad (en su dimensión cognitiva y como“ethos”) en un nivel pre-consciente y
pre-reflexivo, porque el habitus pertenece, según Bourdieu, al “conocimiento
práctico” y no al conocimiento reflexivo.