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MODULO 3

Los festivales latinoamericanos


Este bloque se dedicará especialmente al cine y a los festivales latinoamericanos. La idea es
partir de una hipótesis discutible y un tanto irónica: el cine latinoamericano no se hace en
función de los festivales latinoamericanos sino de los europeos. Esto es: a la hora de armar
los proyectos, de enviarlos a concursos por subsidios, a la hora de esperar invitaciones de
festivales, a los realizadores latinoamericanos los mueve entrar a Europa y sólo a Europa.

La ironía tiene que ver con el hecho de que muchos de estos filmes, en su discurso narrativo
y en ciertas posturas estéticas, se apoyan en la idea de una defensa de lo latinoamericano
como una suerte de identidad. Más allá de todas las diferencias, hay una idea circulante de
que hay un cine latinoamericano a encontrar en ciertas formas de la narración, ciertos temas
(la explotación, la pobreza, el tercer mundo, las comunidades indígenas, los marginados,
etc, etc.) y ciertas estéticas (ficciones contemplativas, documentales observacionales). Pero
lo que más parece importar a sus realizadores es ser vistos, elegidos, llamados por el fuego
de Cannes, Berlín o Venecia.

Nunca sucederá, pero sería ideal que los cineastas latinoamericanos pensaran en los
festivales locales, o en algunos de ellos, como el puerto de despegue de sus filmes, de la
misma manera que en Asia en muchas ocasiones lanzan películas en Pusan o Hong
Kong (igual, ellos tienen el mismo problema de necesidad de “reconocimiento europeo”
que nosotros) para un mercado pan-asiático.

El tema es que ese mercado pan-latinoamericano no existe y para los filmes de este
continente ir a los festivales de aquí es una opción “de segunda”. Para ser más específicos,
existen para mí tres variantes. El mejor caso posible es el del BAFICI, aquí, en el que
muchos directores argentinos quieren estar como plataforma de lanzamiento. Es decir,
como ya hablamos antes, que prefieren estar en BAFICI, asegurarse un lugar allí, que
lanzarse a buscar un hueco en festivales europeos.

Es una excepción a la regla: no sé cómo es en Brasil (sé que Río de Janeiro suele perder
premieres a manos de Venecia, Toronto o San Sebastián, y pelearles otras), pero tanto los
cineastas chilenos como los mexicanos o colombianos que conozco siempre intentarán
algún festival de Europa y sólo estrenarán en Valdivia, SANFIC, Guadalajara, Morelia o
Cartagena si esa posibilidad no se concreta. Esa es, entonces, la segunda opción. El festival
local como “refugio”: no me aceptaron en un evento más o menos grande de afuera, estreno
en casa, cerca de la familia y los amigos… No es convicción, es más bien resignación, lo
puedo asegurar por varios realizadores que me han dicho que es esa la sensación por más
“estreno mundial en Morelia” que vendan.

La tercera opción es muy habitual y es la de que los festivales latinoamericanos lleguen


luego de los “festivales fuertes”, casi como un descanso para los realizadores, una
oportunidad de pasear y conocer un poco el continente luego de pasar meses un poco más
“laborables” por Europa. Pongamos como ejemplo “El estudiante”. La película va
a Locarno, gana, va a otros festivales europeos, y para la última parte del año y primera de
la siguiente, empieza ya “el viento de cola” de los festivales que en este caso es América
latina. Entonces las películas van a Morelia, La Habana, Cartagena, Miami, Ficunam, Mar
del Plata, Guadalajara, Valdivia, Lima, Cali, Riviera Maya, Bafici (no todas a todos,
obviamente) y hasta Toulouse, festivales en los que los directores, tengo la sensación, se
relajan, hacen amigos y van más de paseo y a la playa que en otros eventos.

El recorrido de los filmes latinoamericanos por los festivales latinoamericanos suele tener
ese dejo de condescendencia, de no tomárselo del todo en serio, de verlo más como una
posibilidad de recorrer el continente. Muy pocos lo piensan como un destino necesario, se
lo toma más bien como uno turístico, relajado. Esto, que suena a crítica, no lo es tanto. De
hecho, todos sabemos que los festivales de este continente son buenos para hacer amigos,
contactos, y que en esa cosa de menor presión y mayor calidez, no sólo se la pasa bien sino
que se concretan muchas veces proyectos a futuro. Y, aun cuando sean festivales
“relajados” y tranquilos, tampoco es un pecado que un cineasta quiera ir a presentar un
filme a un festival chico y pasar unos días de vacaciones pagas…

Los festivales latinoamericanos pueden no servir para grandes ventas pero sí sirven para
dos cosas importantes: la abundancia de Laboratorios de Proyectos hacen que tengan
también un valor económico o productivo (en mi paso reciente por Riviera Maya, por más
“relajado” que fue el festival, muchos realizadores se fueron con buenos dineros) y, por
otro lado, sirven para un mayor intercambio con el público de nuestros países, permite tener
un mayor ida y vuelta respecto a lo que sucede con los espectadores.

Será muy difícil, entonces, pensar en un festival latinoamericano de estrenos continentales.


Como decía por el caso BAFICI, sí lo hay para filmes locales, pero en muy pocos casos de
otros países. Es toda una curiosidad, ahora, que haya un filme chileno que tenga su estreno
mundial en la competencia de BAFICI: sería ideal que existiera algo así más seguido. Pero
en el caso de BAFICI tengo la sensación de que está mal ubicado en el calendario anual
para lograr más títulos. Cuando cierran su programación, todavía muchos están esperando
novedades de Cannes y eso les impide, por mínimas chances que tengan, cerrar con
cualquier otro.

También es entendible. Al día de hoy, la circulación de películas en festivales


latinoamericanos no tiene ese peso que tiene Cannes o los otros grandes festivales
europeos. No imagino a un realizador argentino mandando su película a Morelia a su
estreno mundial, ni a un brasileño soñando con debutar en Valdivia o Mar del Plata. Hasta
películas chicas colombianas y mexicanas como CORTA o UN MUNDO SECRETO
pasaron primero por Rotterdam y Berlín antes de desembarcar en Cartagena y Guadalajara,
respectivamente. Primero, siempre, de ser posible, el “carnet de aceptación europeo”.

Vayamos entonces a los festivales latinoamericanos. Ya hablamos del BAFICI que, por
algún motivo localista (je!) o de sensación personal, lo pongo a la altura de los festivales
especializados más que en los locales. En la Argentina, además del BAFICI está
obviamente Mar del Plata, un festival difícil de definir ya que ha cambiado y mejorado
mucho en su programación en los últimos años y, sin embargo, sigue teniendo una
reputación floja, difícil de cambiar, ligada a los años ’90, cuando regresó con más énfasis
en alfombras rojas que en su calidad cinematográfica. Esto ya no es así, de hecho la
programación mejoró mucho en los últimos 7, 8 años, pero la imagen –al menos en la
Argentina- cuesta cambiarla.
Para el cine latinoamericano es importante en función de una competencia específica ligada
al tema, con buenos premios (en una época eran económicos) y un nivel bastante aceptable.
No suele tener una enorme repercusión local esa competencia ya que el centro sigue siendo
la competencia internacional y eso es un tema que no se logra resolver. Se intenta siempre
ponerla “a la altura” en importancia de la internacional, pero tal vez por los mismos
prejuicios de los que hablé antes, nunca se logra.

La Argentina tiene muchos festivales específicos y provinciales, pero se me ocurren pocos


realmente destacables. El cine documental tiene el DocBsAs, el de terror el Buenos Aires
Rojo Sangre, Pantalla Pinamar no es mucho más que un engordado ciclo de prestrenos y
están los dedicados a cine LGBT, Derechos Humanos y otros específicos. De los otros
destaco el de Río Negro, que se hace en Bariloche, pero que tiene una interesante
programación, un muy buen work in progress y hasta algunos estrenos nacionales.

De los festivales chilenos sólo fui en una ocasión al SANFIC, en Santiago de Chile, hace
unos cuatro años, por lo que mi experiencia en festivales allí es poca. El festival es un
intento de armar una estructura similar a la del BAFICI, se plantea también como de “cine
independiente” y se podría decir que es una versión en miniatura del festival porteño, con
algunas diferencias de estructura y dispersión que lo tornan algo incómodo.

Por lo que escucho de mis colegas chilenos, el festival importante allí es el de Valdivia, en
el que se suelen estrenar localmente muchas películas, en donde “cineastas independientes”
y algo de industria se juntan, y de donde pueden surgir películas chilenas desconocidas
hasta entonces. A eso hay que sumarle el FIDOCS, de muy buena reputación como festival
de documentales y con una muy buena programación tanto de cine chileno como
latinoamericano y del resto del mundo.

De Perú podrán aportar los alumnos del curso que son de allí. En principio, sólo tengo
referencia del festival de Lima, al que fui, y que combina (también, de manera bastante
pequeña y con pocas sedes y cantidad de películas) una interesante cantidad de buenas
películas con otras que no lo son tanto, problema habitual en buena parte de los festivales
latinoamericanos.

Con el agregado de una ciudad turística bellísima, Cartagena, en Colombia, tiene la misma
dualidad. Es un festival más grande y tradicional que el limeño –va el Presidente de la
nación al acto de apertura, por ejemplo-, y tiene mayor estructura y cantidad de películas.
Pero la combinación suele ser similar, mezcla de una cine de mayor riesgo con otro más
convencional, como si de alguna manera en esos festivales se quisiera combinar lo que acá
producen o entregan, paralelamente, BAFICI y Mar del Plata.

Cartagena es el festival más grande y creo que antiguo de Colombia. El de Bogotá, si no


desapareció, está a punto de hacerlo (yo fui hace unos años y era, literalmente, un festival
fantasma, no existía). La experiencia del festival de Cali creo que también fue breve.
Creado y programado por el realizador Luis Ospina, tengo la impresión de que no encontró
del todo su lugar en el calendario local. Hay también muchos festivales locales, regionales
o especializados.

Brasil, como ya comenté varias veces, es un caso particular. No del todo conectado al resto
del continente, tiene festivales en donde “lo latinoamericano” no es necesariamente
demasiado importante. Nuestra compañera brasileña fue muy específica en su entrada en el
Foro del Módulo anterior. Yo fui tres veces al Festival de Río de Janeiro y no logro darme
una impresión completa de lo que es. Tengo la sensación que tiene algo del festival
marplatense, con grandes estrenos en su mayoría locales en un teatro histórico del centro
antiguo de la ciudad, y luego una muestra desparramada en varios lugares y barrios
cariocas.

No conozco el de San Pablo, pero tiene la reputación de ser el más “arty” de todos,
mientras que el de Gramado se plantea como el más local y, tal vez, el más integrado a
América latina de los citados. El independiente de Tiradentes parece estar surgiendo como
una especie de BAFICI brasileño, con estrenos del cine más independiente que se hace allí.
Y, como decía alguien, hay 200 festivales en Brasil, imposible hacerse una idea de todos.

Uruguay tiene festivales “de repertorio”, donde se dan películas que ya han pasado por
otros lados, y algunas hasta un poco viejas, pero que permiten dar a conocer a los socios de
la Cinemateca uruguaya –una clásica institución- nuevos títulos y pre estrenos. Más
problemático es el de Punta del Este, que cambia siempre de programadores, organizadores
y de fechas y no logra instalarse nunca en ese lugar, tan complicado fuera de lo que es el
turismo poco cinéfilo que va en verano.

Otro país complejo de resumir en cuanto a festivales es México. Guadalajara es el festival


tradicional, el del mercado, la industria y el gran encuentro del cine mexicano. A la vez,
dicho por casi todos los que van (nunca fui), la calidad de la programación es bastante floja,
no sólo por incluir casi toda película mexicana que anda dando vueltas, sino decididamente
por cuestiones de programación. Las mejoras en ese sentido que hubo en lo últimos años,
dicen, no alcanzan a paliar lo que también son enormes problemas organizativos.

En medio de los problemas de Guadalajara, el festival que creció exponencialmente en los


últimos años es el de Morelia. Ubicado en una hermosa ciudad en el centro del país (a la
que fui, pero no en época de festival) y sostenido por la gran cadena de salas Cinépolis
(originarios de la propia ciudad), se ha convertido en un evento grande y bastante poderoso
como plataforma de lanzamiento del cine mexicano, creciendo aún más con la desaparición
de ese experimento llamado FICCO, que durante seis años transformó al DF en la capital
del cine independiente de ese país.

Lo que pasó con el FICCO es un caso testigo de cómo lidiar en un mundo en el que, si no
mandan los gobiernos de turno, mandan los sponsors. En la Argentina nos quejamos de que
directores y productores de festivales cambian en tanto cambie el gobierno de una ciudad.
En el FICCO no fue así: la presión por los cambios venían de los cines y de las marcas que
sponsoreaban el evento y que querían más “nombres”, más “famosos” y menos cine de arte.
El enfrentamiento se fue piloteando unos años, hasta que finalmente explotó por los aires.
Lo que surgió de sus cenizas fue el FICUNAM, armado por parte de la misma gente del
FICCO y que, al hacerse en un marco universitario y más pequeño, puede tener una
programación de riesgo sin tener que “soportar” presiones de los que ponen el dinero para
organizarlo. Lleva dos ediciones, entiendo, bastante exitosas (el FICCO, hay que
reconocerlo, fui dos años, tenía una gran programación, pero las salas estaban semivacías),
gracias también a que se realiza en la zona universitaria. México, como sabrán, no es una
ciudad ni sencilla ni pequeña como para movilizarse, y tener un festival cerca es una
garantía de cierto éxito.

Hay muchos más festivales esparcidos en todo el país y, como saben, recién estuve en la
primera edición del Festival de la Riviera Maya, que se hace en Playa del Cármen y
Cancún, con algunas salas distribuidas en Cozumel, Tulum y Holbox. Es un lugar
paradisíaco y la programación es muy buena (hecha por los ex FICCO, pero salpicada de
bastantes más películas “para el gran público), pero no es sencillo instalar un festival en una
zona tan vacacional que no es conocida precisamente por el “turismo cultural” sino más
bien por los deportes acuáticos, el buceo y la copiosa ingesta de tequila… Es de esperar que
esa mezcla rara de figuras de Hollywood, el gobernador del Estado y su comitiva y una
gran cantidad de invitados más ligados al cine independiente pueda encontrar su balance
justo.

La Habana es otro festival al que, por motivos que desconozco, nunca fui. He tenido todo
tipo de comentarios y repercusiones, la mayoría de ellos ligados a la experiencia de estar
allí, a cómo se maneja la gente, cuestiones más de curiosidad turística que del festival en sí.
Por lo que logro ver a partir de la programación que se da a conocer, es una especie de “all
inclusive” en el que se exhibe casi todo el cine latinoamericano que circula por el mundo,
con muchas competencias y muchas secciones paralelas y, por lo que dicen, un público más
que entusiasta. No pareciera existir demasiada “curaduría” en su programación, pero
también a veces está bien que exista un festival “generalista” en el que se exhiba todo,
especialmente en un lugar como Cuba al que seguramente muchas cosas no llegan.

Si una cosa a veces me molesta de festivales como BAFICI es que su criterio de


programación a veces deja afuera a cosas importantes por que, bueno, por que a sus
programadores no les convencieron determinadas películas. Es bueno que los festivales
tengan un criterio claro, pero soy de la idea que a veces hay que llevar ciertas películas
“importantes” porque existe un público que desea verlas, más allá de que uno como
programador no esté del todo convencido de sus cualidades. Con la cada vez más limitada
variedad de estrenos comerciales y la radicalización de las propuestas del BAFICI, en el
medio quedan un montón de películas que no llegan. Como ejemplo, MELANCOLIA, de
Lars von Trier. Película que no me gusta demasiado, pero que entiendo muchos querrán
ver. Es un tema para discutir más ampliamente en los foros y el chat…

En los Estados Unidos existe el festival de Miami que por motivos obvios le da mucha
importancia al cine latinoamericano, también en una combinación que intenta juntar
distintas estéticas, en un clima amable para los cineastas. Y están los festivales
latinoamericanos en Europa, como Toulouse o Trieste, por citar sólo algunos, o los
españoles que suelen darle más espacio al cine latino que el resto de los países europeos.
Volviendo a lo que decía antes, los festivales latinoamericanos ofrecen a realizadores y
productores la posibilidad de entrar en contacto con la industria y con colegas, además de
ver la repercusión en públicos similares al de sus propios países. Además, claro, de pasarla
bien, hacer amigos y vacacionar un poco. Siempre y cuando no se los vea con
condescendencia y se relativice su importancia, son un enorme espacio a seguir
desarrollando y explotando. También es cuestión de resolver un tema clave, tan importante
como complicado de solucionar: que el público latinoamericano quiera ver cine
latinoamericano. ¿Se podrá llegar algún día a eso?

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