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EL PACTO DE MATÍAS LENG

Matías Leng llevaba una vida muy anodina. Tenía una edad y unas características

indeterminadas. A sus pocos amigos les sería muy difícil decir algún rasgo físico o

síquico que pudiera distinguir a Matías del resto de las personas.

Posiblemente Matías Leng fuera feliz. Éste es un detalle que nunca se ha sabido con

certeza, pero quizás lo fuese hasta un determinado momento de su vida, y lo era porque

jamás se preguntaba si era feliz o no. Pero un día, Matías oyó una frase que le dejó

desconcertado. La escuchó cuando desayunaba en un bar próximo a su zapatería. La

mantenían dos chicas que ocupaban una mesa próxima a la suya. Leng no era una

persona curiosa, pero como las muchachas hablaban bastante alto pudo escuchar su

charla con toda claridad. A Matías se quedó grabada una frase que una de las chicas

decía a su compañera: “Aurora nunca llegarás a nada si tu nombre no sale en los

periódicos”. Se ignora si la tal Aurora deseaba ser famosa y su compañera le estaba

ofreciendo una receta para comenzar a triunfar, pero lo cierto es que Matías Leng, que

nunca había querido ser famoso y que jamás se había cuestionado sobre su felicidad,

llegó a su tienda muy pensativo.

En aquellas horas de la mañana y en pleno mes de febrero, el peor para los pequeños

comerciantes, Matías no tenía nada que hacer en la zapatería pues antes de ir a

desayunar, había colocado y limpiado todos los estantes del local, echado un vistazo a

los papeles de Hacienda y conectado al ordenador para comprobar si un fabricante tenía

una página web con la que poder comunicarse con él.

La frase que había escuchado en la cafetería se le venía a la cabeza a cada momento:

“Nunca llegarás a nada si tu nombre no aparece en los periódicos, nunca llegarás a nada,

nunca llegarás a nada...”


Es posible que en algún momento de aquella misma mañana Matías se preguntara

por el significado exacto de las palabras “llegar a nada”, pero no cabe la menor duda

que el comerciante, tras hacer un rápido repaso por las circunstancias de su vida, llegó a

la conclusión que él, Matías Leng Sande, hijo de Carlos y Luzdivina, propietario de la

tienda de calzados La Moderna, nunca había sido un triunfador.

Está muy claro –razonaba Matías, mientras veía llover tras los cristales de su local–

que soy un perdedor. Para asegurarse de que los pensamientos sobre su persona no

estaban equivocados, Leng meditó sobre si su nombre había salido alguna vez en la

prensa y llegó a la conclusión de que jamás había figurado en los periódicos.

No soy nada –concluyo Matías, la mañana en la que iba a comenzar su nueva vida –

y no lo seré mientras mi nombre no aparezca en la prensa.

Cuando al mediodía cerró la tienda, Matías Leng supo a qué iba a dedicar su tiempo

libre.

Matías comía siempre en el mismo restaurante. Lo hacía en la misma mesa y le

atendía el mismo camarero. Cuando éste fue preguntado tiempo después si había notado

algo extraño en su cliente en aquel día tan especial, contestó que había observado que

Matías parecía ensimismado y que, en contra de sus costumbres, Leng le había pedido

que llevara a su mesa un periódico.

El restaurante estaba muy cerca de su casa. Tras la comida Leng solía echarse una

pequeña siesta y luego se dirigía a su establecimiento, pero aquel día varió su rutina,

pues no se acostó sino que desplegó en la mesa de su comedor varios periódicos que

había comprado y, con ellos como referencia, comenzó a tomar notas.


De la lectura de las notas se deduce que el tendero había distribuido los diarios en

secciones y que comenzó a estudiar en cuál de ellas podía figurar su nombre en el

futuro.

Es muy posible que Matías, que no era habitual lector de prensa, no hubiese reparado

hasta entonces que en algunos periódicos hay una sección titulada registro civil y en la

que constan los nombres de los nacidos, casados y fallecidos en la ciudad durante los

últimos días. Un rayo de luz pareció iluminar su cara, según él mismo confesó a alguno

de sus íntimos, cuando comprendió que era posible que su nombre figurase en algún

periódico anunciando su nacimiento, pero esa ilusión le duró muy poco pues, tras una

llamada telefónica a la hemeroteca, comprobó que los periódicos de Curtuel

comenzaron a publicar la sección correspondiente al registro civil años después de haber

nacido Matías.

Matías permanecía soltero por lo que su nombre tampoco podía figurar en el

capítulo de matrimonios.

Desechada, pues, la opción del registro civil, Matías dejó de lado también las páginas

dedicadas a crónicas sociales o artísticas y acontecimientos deportivos, pues apenas

frecuentaba reuniones a las que acudía la prensa, no desempeñaba ninguna tarea

relacionada con las artes, ni practicaba deporte alguno. Algunas personas, que se han

dedicado a estudiar con paciencia de entomólogo los movimientos del comerciante

durante aquellos febriles días, se han preguntado el porqué Matías Leng no hizo uso de

la sección de cartas al director, pues hubiese sido una manera muy fácil de que su

nombre hubiera figurado en la prensa, pero pronto advirtieron que en las fechas en las

Leng realizó estas tareas los diarios tenían exceso de noticias por lo que la página

dedicada a cartas de los lectores no se publicó durante aquel tiempo.


Matías Leng tampoco escribía, y ello le impedía enviar a los periódicos algún relato

que éstos a veces suelen publicar.

Rechazadas todas estas opciones, Matías estudió las páginas de contactos y de

ofertas de trabajo, pero pronto se dio cuenta que en ambas secciones no se publicaban

nombres y apellidos.

Cuando ya desesperaba de buscar un acomodo de su nombre en las páginas de la

prensa, Matías descubrió unos avisos que publicaban las empresas que cambian de

nombre social o realizan algún cambio prescrito por las normas del derecho mercantil.

Por un momento Matías pensó que como propietario de un local comercial podía

usar esos avisos en los que podía constar su filiación, pero luego advirtió que al ser un

comerciante individual no tenía obligación de insertar anuncios relacionados con su

negocio. No obstante, la lectura de estos aburridos avisos, que suelen figurar en letra

muy pequeña para costar más baratos, le dio a Matías una idea.

Al día siguiente Matías Leng no abrió la zapatería a la hora de costumbre sino que a

primera hora de la mañana se dirigió a uno de los periódicos de mayor tirada de su

ciudad y pidió ser recibido por el jefe de la sección de publicidad a quien le manifestó

su deseo de publicar un anuncio de su comercio. Nunca hasta entonces Matías Leng

había hecho propaganda alguna del establecimiento que le daba de comer, pues éste,

pese a su nombre, era uno de los más antiguos del gremio y además estaba acreditado de

forma suficiente y tenía una fiel clientela que hacía inútil cualquier gasto en este

sentido.

Pero las ansias de salir en la prensa habían mudado de la noche a la mañana el

parecer de Matías, que había pasado un buen rato de la tarde anterior redactando el

anuncio que ahora pretendia insertar.


El anuncio decía: Matías Leng Sande, propietario de Zapatería la Moderna, anuncia

a su distinguida clientela que a partir de la semana próxima habrá una liquidación de

calzado de temporada otoño-invierno a precios muy interesantes.

El jefe de publicidad, tras leer el anuncio, descabalgó sus gafas de la nariz, miró por

encima a Matías y le dijo: ¿Cuál es el nombre registrado del comercio que usted quiere

promocionar?

Matías dudó un momento y luego replicó: Zapatería la Moderna, así está registrado

desde los tiempos en que mi abuelo, ya fallecido, la fundó.

- ¿Cómo se llamaba su abuelo? – preguntó entonces con voz muy suave el empleado

del diario.

- Agileo Sande. Era mi abuelo materno. ¿Tiene mucha importancia este punto?

- Puede tenerlo. ¿Las escrituras del establecimiento se han cambiado desde los

tiempos de su abuelo?

Matías empalideció y luego contestó con la cabeza baja:

- No, nunca hubo necesidad de ello, mi madre, que siguió con el negocio de su padre,

fue la heredera universal de mi abuelo y yo lo he sido de mi madre, nunca hemos hecho

cambio alguno en el registro.

- ¿Luego en él aún figura como dueño oficial del negocio su abuelo?

- Me temo que si, incluso la contribución y los recibos del agua y de la luz siguen

viniendo a su nombre, aunque los pago yo; siempre me ha dado pereza cambiar la

titularidad del establecimiento, además nunca he tenido razones para ello.

-Pues entonces señor Leng –dijo muy firme el jefe de publicidad– en el anuncio que

desea insertar en nuestro periódico no puede constar su nombre, puesto que con la ley

en la mano el propietario, a efectos mercantiles y registrales, del negocio que regenta es

aún su abuelo. Si quita su nombre del anuncio no tendremos problema alguno en que
mañana mismo salga en el diario, pero con su nombre y apellidos no puede emitirse, va

en contra de las normas elaboradas por los servicios jurídicos de nuestra empresa.

- ¿No hay excepción ninguna a esa regla? -

Preguntó Leng con un hilillo de voz.

- Ninguna. Pero no le debe usted dar importancia

a este asunto. Su tienda es muy conocida en la

ciudad. Yo mismo soy cliente de ella aunque usted,

que tiene fama de despistado, quizás no se acuerde

de mí. Su establecimiento es posible que no necesite

anuncios para promocionarse, quizás bastase con

que pusiera algunos carteles en sus escaparates, está

en un sitio muy céntrico por el que circula mucha

gentea lo largo del día . Si quiere yo le inserto el

anuncio pero, eso sí, sin su nombre.

Matías rechazó la oferta, se enjugó el sudor de su

frente con un pañuelo malva, salió del periódico y se


introdujo de lleno en una especie de pesadilla que

casi arruina su salud.

Nadie conoce el momento exacto en el que la

mente de Matías Leng, un hombre de capacidades

limitadas y muy predecible, comenzó a desvariar.

Quienes han estudiado su caso han deducido, no

obstante, que su enajenación no debió producirse de

forma repentina sino que sus comienzos fueros

lentos pero que en ellos estaba ya larvada su futura

insania mental.

Los que lo trataron durante aquellos días dijeron

que lo veían siempre pensativo y distraído, y que se

mostraba ausente en cuantas charlas intervenía y que

las ventas que realizaba en su zapatería las hacía de

una forma casi mecánica.


Algunos recuerdan una frase que pronunció en una

conversación que mantenía junto, con otros

empresarios, en la Cámara de Comercio en la que se

celebraban unas charlas sobre los nuevos impuestos

municipales. Dicha frase, dicha en un contexto

inadecuado, hizo ya pensar a más de uno de los que

la escucharon que Matías estaba sufriendo algún tipo

de enajenación transitoria.

- Ayer –había dicho Leng, con un tono de voz

muy solemne– y tras visitar a un abogado

criminalista supe lo que tengo que hacer para dejar

de ser un Don Nadie.

Matías no tenía verdaderos amigos. El que

ninguno de los que oyó la frase que se acaba de citar

tomara ninguna decisión avala esta tesis, pues si


alguno de ellos hubiese estado unido a Leng por

algún vínculo afectivo le hubiera aconsejado de

forma inmediata que visitase a algún profesional de

la siquiatría o de la sicología que le hubiera podido

ayudar. Pero ninguno de los que estaban con Leng

cuando dijo tamaño disparate reaccionó con presteza

ante él, pensando sin duda que aquellas extrañas

palabras no eran sino una extravagancia de un

compañero con fama de raro y no le dieron más

importancia al tema.

Como quiera que en las pequeñas ciudades todo

se acaba por saber, tiempo más tarde se conoció el

nombre del criminalista de prestigio al que había

acudido Matías, quien al parecer había preguntado al


abogado sobre qué delito de menor cuantía podía

cometer para que su nombre saliera en la prensa.

Ante esta inusitada pregunta el letrado había

contestado que entre sus funciones no se incluía el

asesoramiento a personas deseosas de delinquir y

que la deontología inherente al ejercicio de la

abogacía y el acatamiento que debía a las normas

éticas dictadas por su Colegio Profesional, no le

permitían contestar a la pregunta del comerciante.

- Señor Leng –le había dicho en concreto el

abogado– usted es un hombre respetado y

respetable, se me escapan las razones por las cuales

quiera cometer un delito.


Tras escuchar estas palabras, Matías Leng había

quedado al parecer muy dubitativo y tras ponerse

muy colorado dijo casi en susurros:

- ¿Y si cometo una falta o incurro en una

conducta merecedora de una sanción administrativa,

bastará ello para que mi nombre aparezca en la

prensa?

- No sé que contestarle, Don Matías, creo que

dependería de la falta que usted pudiera cometer y

de lo necesitados de noticias que estuvieran en ese

momento los diarios. Apenas le conozco, señor

Leng, pero me atrevo a darle un consejo, deseche

esas extrañas ideas que parecen atormentarle y

dedíquese a lo que siempre ha sido su vida. Siga


siendo un ciudadano honrado y un comerciante de

prestigio.

- Bien quisiera seguir sus advertencias –dijo

Matías ya cerca de la puerta del despacho del

abogado– pero me temo que si deseo ser alguien en

la vida debo hacer algo extraño.

Días después de esta entrevista, Matías Leng

Sande hizo su declaración de impuestos y defraudó

en ella la cantidad de un euro.

Tras tres meses de zozobra, en los que el

comerciante adelgazó de forma visible, Matías

recibió una resolución del Ministerio de Economía

comunicándole que su declaración adolecía de un

defecto formal a la par que se le citaba en la

Delegación de Hacienda para una semana más tarde.


Vestido con su mejor traje, Leng se presentó a la cita

y tras esperar turno fue recibido por una amable

inspectora que le advirtió que en su liquidación de

impuestos había cometido un error, sin duda

inadvertido, y que adeudaba al erario público la

cantidad de un euro que podía abonar en el plazo de

quince días por el método que considerara más

oportuno.

- ¿Y si no efectúo el ingreso en ese plazo? –había

entonces preguntado Matías.

- La ley tributaria –contestó la funcionaria– dice

que en ese caso debería pagar usted un recargo,

pero no creo, señor Leng, que merezca la pena

discutir sobre un euro. ¿Quiere usted recurrir la


resolución? Está en su derecho de hacerlo pero

esté seguro de que su recurso no prosperará, Está

muy claro que usted debe un euro a la Hacienda

Pública.

- No, no es ésa mi intención, señorita, pero ya que

es usted tan amable ¿podría formularle otra

pregunta?

- Usted dirá –dijo la funcionaria, a quien a medida

que la entrevista se iba desarrollando se le iban

viendo cada vez menos dientes.

- ¿Qué me puede ocurrir si tampoco pago el euro

más el recargo legal que se me imponga por hacer el

abono fuera de plazo?


- En ese caso, señor Leng, se ejecutaría un

embargo de sus bienes por la cantidad de un euro y

cuarenta céntimos.

- Y el embargo –preguntó con gran ansiedad

Matías - ¿se publicaría en algún medio de

comunicación?

- No sería necesario –contestó la inspectora que

estaba ya deseando acabar aquella absurda charla–

un agente judicial se personaría en su casa o en su

establecimiento y embargaría en cualquiera de esos

lugares algún objeto que cubriera su deuda con

Hacienda.

- No me convence el sistema.

- Me temo, señor Leng, que no consigo

entenderle.
- No se preocupe por ello, señorita, no es usted la

única persona que no me entiende. Tengo planteado

un conflicto moral conmigo mismo. Mañana mismo

ingresaré el euro a través de mi banco Tendré que

buscar un nuevo método para ser alguien. Tenga

usted muy buenos días.

Aquella noche Matías Leng Sande decidió

cometer un asesinato.

El comerciante nunca había sido un hombre de

recursos imaginativos, tal vez por ello pensó

cometer el crimen, que le haría célebre, de una

manera clásica.

Desechó, pues, el uso del veneno por

considerarlo muy complicado y porqué pensó

además que no iba a ser capaz ni de buscarlo, ni de


hallarlo ni de saberlo utilizar de forma adecuada, y

optó por usar un arma para cometer el homicidio

que, en su demencia, había concebido como el

método más adecuado para que su nombre figurase

en la prensa. Como Matías carecía de licencia de

armas de fuego, decidió cometer el asesinato con un

cuchillo de cocina.

Una vez elegido el delito, el método y el arma a

utilizar, Matías comenzó a calentarse los sesos

pensando en la persona a la que debía asesinar.

Leng no era un hombre fuerte ni estaba dotado

para ningún tipo de lucha, por los que de inmediato

desechó la idea de asesinar a un hombre, porque

temía que, habida cuenta su debilidad, cualquiera

podría vencerlo en una pelea cuerpo a cuerpo y que


en ella su contrincante podría arrebatarle el cuchillo.

Es posible que Matías pensase entonces que si él era

herido o muerto en la pelea quizás su nombre

también saliera en la prensa, logrando con ello

conseguir el propósito que tanto le obsesionaba, pero

el solo hecho de imaginarse acuchillado en un

callejón solitario le hizo renunciar a la idea.

Matar a una mujer tampoco era de su agrado

porque Matías, pese a su aparente misoginia, era

esclavo de la belleza de las mujeres, a muchas de

las cuales admiraba en secreto. Asesinar un niño era

una cosa que no era capaz siquiera de imaginar.

En este momento de sus elucubraciones, Matías

Leng estuvo al borde de la locura más absoluta. Fue


entonces cuando se equivocó al etiquetar los precios

de algunos calzados de su tienda y, ante el asombro

de sus compradores habituales, saldó a precios

ridículos docenas de zapatos de ante, charol y

tafilete.

Pasados unos días, Matías tomo la decisión de

matar a un enano.

Tras mucho elucubrar durante un tiempo, en el

que incluso llegó a cerrar su tienda, Leng había

llegado a la conclusión de que por muy menguadas

que fueran sus fuerzas y muy cobarde su espíritu,

estos defectos se compensarían, en la posible lucha

que se pudiera entonces entablar, con la menguada

estatura y corpulencia del enano.


Los escrúpulos que tuvo en un principio por

escoger a un enano desconocido como víctima de su

proyectado crimen los acalló enseguida pensando

que sin duda la vida de los enanos no debería darles

excesivas satisfacciones, y que quizás incluso alguno

de ellos ansiaba en secreto una muerte que le hiciera

abandonar un mundo que de ordinario se mostraba

muy cruel con las personas consideradas deformes.

En la primera semana del mes de mayo Curtuel

celebra sus fiestas patronales y durante ellas es

tradicional se instale un circo

El día en el que el circo Univesal dio su primera

función, Matías, rodeado de niños que iban al

espectáculo acompañados de padres abuelos o

padrinos, entró en el circo con un cuchillo, cogido de


su misma cocina, y oculto bajo una gabardina

blanca, tan pasada de moda como impropia para el

tiempo ya caluroso que hacía aquel día. Sin quitarse

la prenda de abrigo presenció la función desde un

palco situado muy cerca de la pista. Al salir del circo

Matías cambió de inmediato sus planes pues se

sintió incapaz de matar a cualquiera de los enanos

que tan buen rato le habían hecho pasar trabajando

como payasos o como malabaristas.

Siempre me han gustado los espectáculos de

variedades y tengo por costumbre acudir a

presenciar los espectáculos relacionados con el circo

que se celebran en la ciudad en la que resido. Tengo

además un especial cariño a los circos clásicos


porque algunos de sus personajes han inspirado

varios de mis cuentos. Esa fue la causa por la cual

me encontré con Matías Leng cuando ambos

salíamos de la función del circo Universal.

Matías y yo habíamos estudiado juntos en el

mismo colegio de frailes. No se puede asegurar, sin

embargo, que el comerciante y yo fuéramos amigos,

pues el especial carácter de Leng le hacía muy poco

proclive a amistades íntimas, pese a ello yo siempre

le había apreciado, e incluso cuando éramos niños le

defendí como pude de las burlas de nuestros

condiscípulos que veían en él un blanco fácil de sus

ironías por su apocado y extraño carácter.

Leng y yo coincidimos en la puerta del circo ante

una fila de artistas que se despedían de los


espectadores dándoles la mano. A mí me tocó

entrechocar mis dedos con los del forzudo doblador

de barras de hierro. Matías Leng que iba detrás de

mí fue despedido por uno de los enanos que aún

estaba vestido de payaso.

En su adiós mi amigo miró al fondo de los ojos

del enano, luego suspiró y juntos regresamos

caminando dando un paseo hacia el centro de la

ciudad. Al poco de empezar nuestro trayecto, Matías

me dijo: ¿Te has fijado en el enano que me despidió

en el circo?

- Sí –repliqué– es un payaso muy bueno. Me

extrañó mucho la mirada que le dirigiste.

¿Significaba algo especial para ti o para el enano?


- Siempre has sido un buen observador, es cierto

que mi mirada fue especial pero lo fue sólo para mí.

El enano no lo sabrá nunca, pero con mi mirada

quería darle al entender que acababa de perdonarle

la vida.

- No te entiendo Matías. Siempre has sido una

persona enigmática, pero en los últimos tiempos

corren por la ciudad rumores que aluden a ciertas

extravagancias que pareces estar cometiendo desde

hace meses.

- Si quieres mañana mismo te puedo explicar la

causa de mi conducta y la historia del enano.

¿Puedes venir a comer a mi casa?

Acepté la proposición de Matías Leng, y al día

siguiente mi amigo me contó la historia de su vida


desde el momento en el que había escuchado en una

cafetería una conversación sobre la fama.

Lo que me contó Matías y los comentarios que

había escuchado en algunos mentideros de la ciudad

constituyen el núcleo de esta historia.

Tras contarme sus últimos avatares, Matías Leng

me dijo con voz muy seria lo siguiente: amigo,

quiero proponerte un pacto.

- Te escucho –dije intrigado - ¿en qué consiste

este pacto?

- ¿Sigues escribiendo relatos?

- Sí, aunque ahora tengo dificultades para

encontrar argumentos para mis cuentos. ¿Por qué me

lo preguntas?
- Porque yo puedo ayudarte a fabular historias.

Soy un buen observador de la vida, y por mi

establecimiento pasan todo tipo de personas que a

veces me cuentan sucesos muy curiosos. Si quieres

yo te puedo pasar toda la información que vaya

adquiriendo y tú la puedes trasformar en cuentos. De

sobra sabes que yo soy un mal comunicador, me

cuesta relacionarme con la gente, pero tú puedes

hacer que mis historias sean conocidas. Tan solo te

pido una condición para publicar esos relatos.

 ¿Qué condición es ésa, amigo Matías?

- Que en ellos figure mi nombre.

Esa es la razón por la cual muchos de mis relatos

tienen como protagonista una persona llamada


Matías Leng, el cual es a veces quien me ha contado

también la historia en cuestión. Cuando me he

decidido a escribir un libro que he titulado Las

Historias de Matías Leng he pensado que una de las

primeras historias que deberían figurar en ella es

ésta que ahora mismo estás acabando de leer.

Corregido el 25 de mayo de 2008. m&c .A

COMPILACIÓN

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