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Dos historias de Emprendedores

1.- La increíble historia del portero,


de una cantina
No había en el pueblo peor trabajo que ser portero de la cantina.
¿Pero qué otra cosa podría hacer aquel hombre?
El hecho es que nunca había aprendido a leer ni escribir, ni tenía ninguna otra
actividad u ocupación.
Un día entró como gerente del burdel un joven lleno de ideas, creativo y
emprendedor, que decidió modernizar el lugar.
Hizo cambios y llamó a los empleados para dar las nuevas instrucciones.
Al portero le dijo:
-A partir de hoy, usted, además de estar en la entrada, va a preparar un
informe semanal donde registrará la cantidad de personas que entran, sus
comentarios y quejas sobre los servicios.
–Yo adoraría hacer eso, señor, balbuceó. Pero no sé leer ni escribir.
–¡Ah! ¡Cuánto lo siento! Pero si es así, ya no puede seguir trabajando aquí.
–Pero señor, no puede despedirme, he trabajado en esto mi vida entera, no sé
hacer otra cosa.
–Mire, lo entiendo, pero no puedo hacer nada por usted. Le daremos una
buena indemnización y espero que encuentre algo qué hacer. Lo siento y que
tenga suerte.

Dicho esto, se dio la vuelta y se fue. El portero se sentía como si el mundo se le


derrumbara. ¿Qué hacer?
Recordó que en la cantina, cuando se rompía alguna silla o una mesa, él la
arreglaba con esmero y cariño.
Pensó que esto podría ser una buena ocupación para conseguir un trabajo.
Pero solo contaba con algunos clavos oxidados y una pinza mal cuidada.
Usaría el dinero de la indemnización para comprar una caja completa de
herramientas.
En el pueblo no había casa de herramientas, debería viajar dos días en mula
para ir al pueblo más cercano para comprarlas. Y así lo hizo.
A su regreso, un vecino llamó a su puerta:
–Vengo a preguntar si tiene un martillo para prestarme.
–Sí, acabo de comprarlo, pero lo necesito para trabajar, ya que...
–Bueno, pero se lo devolveré mañana muy temprano.
–Si es así, está bien.

A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino llamó a la puerta y


dijo:

–Mire, todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?


–No, lo necesito para trabajar, y además, la ferretería más cercana está a un
viaje de dos días en mula.
–Vamos a hacer un trato, dijo el vecino. Le pagaré los días de ida y vuelta, más
el precio del martillo, ya que está sin trabajo en este momento. ¿Qué piensa?

Realmente, esto le daría trabajo por dos días más y aceptó.

Volvió a montar su mula y viajó.

A su regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su hogar.

–Hola, vecino. Usted vendió un martillo a nuestro amigo. Necesito algunas


herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus días de viaje y una pequeña
ganancia más para que me las compre, porque no tengo tiempo para viajar y
hacer las compras. ¿Qué piensa?
El exportero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un
destornillador, un martillo y un cincel. Pagó y se fue. Y nuestro amigo guardó
las palabras que escuchó: "No tengo tiempo para viajar a hacer las compras”.
Si esto es así, muchos requerirán de él para viajar y traer herramientas.
En el próximo viaje, arriesgó un poco más de dinero y trajo más herramientas
de las que había vendido.
De hecho, podría economizar un poco de tiempo en los viajes.
La noticia comenzó a esparcirse por el pueblo y muchos, queriendo
economizar el viaje, hacían encomiendas.

Ahora, como vendedor de herramientas, una vez por semana viajaba y traía lo
que necesitaban sus clientes.
Con el tiempo, alquiló un galpón para almacenar las herramientas y unos
meses más tarde se compró una vitrina y un escaparate y transformó el
galpón en la primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y
compraban allí.
Ya no viajaba, los fabricantes le enviaban los pedidos. Él era un buen
revendedor. Con el tiempo, la gente de los pueblos cercanos preferían
comprar en la ferretería que tener que gastar días en viajes.
Un día se acordó de un amigo suyo que era tornero y herrero y pensó que él
podría fabricar las cabezas de los martillos.
Y entonces, por qué no, los destornilladores, las pinzas, los cortadores, etc...
Y después estaban los clavos y los tornillos...
En pocos años, se convirtió, con su trabajo, en un fabricante de herramientas
rico y próspero.
Un día decidió donar una escuela al pueblo.
En ella, además de la lectura y la escritura, los niños aprendían algún oficio.
El día de la inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de la
ciudad, lo abrazó y le dijo:
–Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos que nos conceda el honor de
poner su firma en la primera página del libro de actas de esta nueva escuela.
–El honor sería mío, dijo el hombre. Sería una cosa que me daría mucho gusto
firmar ese libro, pero no sé leer ni escribir, soy analfabeta.
–¿Usted? Dijo incrédulo el alcalde. ¿Construyó un imperio industrial sin saber
leer ni escribir? ¡Esto es increíble! Y le preguntó: “¿Qué hubiera sido de usted si
supiese leer y escribir?”.
–Eso lo puedo contestar, dijo con calma el hombre: Si yo supiese leer y
escribir... seguiría siendo el PORTERO DE LA CANTINA.
Esta historia es verdadera, y se refiere a un gran industrial llamado... Valentín
Tramontina, fundador de Industrias Tramontina, que hoy cuenta con 10
fábricas, 5 mil 500 empleados, produce 24 millones de unidades varias al mes
y exporta bajo su propia marca a más de 120 países. Es la única empresa
brasileña en esta condición. La ciudad que se menciona es Carlos Barbosa, y
está en el interior de Río Grande do Sul.
2.-La historia de Jeff Pearce, el
millonario que no sabía leer ni
escribir
A la edad de 14 años se vio obligado a abandonar la escuela porque no pudo
aprender a leer ni a escribir. 15 años más tarde ya era una de las personas
más ricas de su ciudad… ¿Cómo lo logró?
El protagonista de esta historia es Jeff Pearce, un exitoso empresario británico
que nació en los suburbios de Liverpool en el año de 1953 y tuvo que
enfrentar grandes dificultades desde muy chico.

Jeff vivía junto con sus padres y con sus cuatro hermanos. Su padre era
alcohólico y llevaba una actitud desobligada frente a la vida, razón por la cual
su madre tenía que hacer enormes esfuerzos para mantener a la familia. Ella
trabajaba como vendedora en un mercado minorista, pero no siempre obtenía
dinero suficiente, viéndose forzada a robar pan para alimentar a sus hijos y a
su esposo.
Ante la precaria situación económica de su familia, Jeff tuvo que aprender a
ganarse la vida siendo apenas un niño. Su madre lo instruyó para que fuera de
puerta en puerta pidiendo a los ricos que le regalaran la ropa que ya no
usaban, para posteriormente ir a los mercados de Liverpool y del noreste de
Inglaterra a venderla.
Y si su situación económica y familiar era complicada, en la escuela no le iba
mucho mejor…

Jeff sufría de dislexia, por lo que leer y escribir eran actividades


extremadamente complicadas para él. En aquel entonces, existía mucha
ignorancia y desconocimiento acerca de este trastorno, y su profesora creía
que el chico sólo quería hacerse el gracioso leyendo las palabras al revés, así
que lo castigaba poniéndole un humillante gorro y dejándolo sentado por
horas en un rincón mirando a la pared.
Debido a las dificultades académicas y burlas que le traía su dislexia, tuvo que
abandonar la escuela a la edad de 14 años. Su profesora, decepcionada de la
actitud de Jeff, le dijo:

“Nada te saldrá bien en la vida. Enseñarte fue una pérdida de


tiempo, eres un desperdicio.”

Según el propio Jeff en una entrevista para la BBC, estas palabras fueron


devastadoras para él y lo acompañaron por el resto de su vida, haciéndolo sentir
como un fraude.

Lejos de la escuela, continuó con sus actividades como comerciante para


ganar algo de dinero.
A los 17 años, pensando que nadie emplearía a alguien que no sabía ni
siquiera escribir su propio nombre, decidió poner en marcha su primer
negocio.
Se mudó de los puestos de los mercados y estableció su propia tienda
minorista, iniciando así su carrera como empresario.

Más adelante, Incursionó en la industria de la confección a través de dos


conceptos de negocios diferentes: Girls Talk, un fenómeno minorista de moda
rápida con tiendas en Liverpool y Chester; y Tickled Pink, un negocio
mayorista que distribuía sus diseños de moda en las grandes cadenas de
boutiques del país.
Sus empresas prosperaron rápidamente, y, antes de cumplir los 30 años, ya
había amasado una fortuna de más de £1 millón de libras esterlinas.
En contraste con su éxito en los negocios, Jeff llevaba una vida llena de
frustración debido a su analfabetismo. Las palabras de su profesora
retumbaban en su cabeza todo el tiempo y sentía que no merecía todo lo que
había logrado.
Sentía vergüenza por no saber leer ni escribir, así que se valió de diversos
trucos para esconder su secreto.
Su esposa Gina lo acompañaba a las reuniones y se encargaba de leer
formularios y contratos diciendo: “no se preocupen por esto... ustedes sigan
hablando mientras yo lo hago.” Y se los pasaba a Jeff solamente para firmar.
De la misma forma, Gina era su apoyo en reuniones sociales y cenas con
amigos, ayudándole a elegir vinos y platos del menú para evitar poner al
descubierto que no sabía leer.

A pesar de los esfuerzos de su esposa, una noche el mayor de los temores de


Jeff se haría realidad…
Sus hijas le pidieron que les leyera un cuento antes de dormirse. Trató de
inventar la historia a partir de las ilustraciones del libro, pero una de ellas se
dio cuenta y le dijo que no fuera tonto, que él no sabía leer.
Él insistió en que sí sabía, pero la niña lo había desenmascarado.
Dio las buenas noches, bajó las escaleras y se puso a llorar.

“Habría dado todas mis riquezas en ese momento por ser


capaz de leerles un cuento a mis niñas”, dijo Jeff.

Así transcurría la vida de este empresario: por una parte, gozaba de éxito, lujos
y riquezas; pero, por otra parte, se sentía como un fracasado debido a su
analfabetismo.
Sin embargo, en el año de 1992 la vida pondría a prueba su tenacidad y todo
cambiaría...
La recesión económica golpeaba duro y Pearce lo perdió todo de la noche a la
mañana. Él, su esposa y sus hijas tuvieron que abandonar la hermosa casa en
que vivían y renunciaron a los lujos que habían disfrutado por años.
Quebrado y ahogado en deudas, se sentó en la cama al borde del suicidio y
pensó que ese era su castigo por ser un fraude y haber construido su riqueza
sin merecerla.
Pese a todo, retomó fuerzas y se puso en pie nuevamente. Decidió comenzar
de cero en los mercados donde inició su historia y logró recuperarse. 10 años
más tarde, su imperio comercial estaba más firme que nunca, siendo dueño de
enormes almacenes por todo Liverpool.
En el año 2002 fundó una nueva empresa: “Jeff's of Bold Street”, una tienda
premium independiente especializada en ropa de mujer. La tienda fue un
completo éxito desde el primer momento, llegando a facturar más de £40.000
libras esterlinas por semana y batiendo record en ventas durante su primer
año de comercialización.

Gracias a su éxito empresarial, recibió el galardón de Distribuidor Independiente


del Año en los Premios Drapers, reconocimiento que lo llenó de orgullo y le dio
fuerzas para sincerarse con su familia. Tras recibir el galardón, en el taxi de regreso al
hotel en el que estaban hospedados, Jeff confesó a sus hijas que no sabía leer ni
escribir. Fue una confesión muy emotiva y aliviadora que le permitió quitarse un peso
de encima.

A los 53 años de edad, decidió enfrentar su miedo a la escritura y vencer su


dislexia. Con gran esfuerzo y dedicación, finalmente aprendió a leer y a
escribir, demostrándose a sí mismo que era capaz de lograr cualquier cosa
que se propusiera.
Luego de retirarse de los negocios, este exitoso empresario inició una nueva
etapa de su vida recorriendo escuelas, colegios y universidades para llevar un
mensaje de superación e inspirar a futuras generaciones. Además, publicó su
propio libro: “A Pocketful of Holes and Dreams (un bolsillo lleno de agujeros y
sueños)”, en el que comparte la historia de su vida y cómo logró construir su
fortuna, no una, sino dos veces.
En cuanto a su éxito en los negocios, Jeff lo atribuye principalmente a dos
factores: a la incesante determinación que ha puesto en cada proyecto que ha
emprendido y a las lecciones aprendidas durante su infancia en los mercados
de Inglaterra junto a su madre.
Así concluimos la inspiradora historia de Jeff Pearce, un emprendedor que no
se detuvo ante las dificultades y retos que la vida le impuso, y que se atrevió a
enfrentar sus mayores temores para construir una gran riqueza, tanto
personal, familiar y empresarial, como financiera.

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