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Aunque es una visión muy negra y a ningún lector ni lectora le gusta imaginarse como
víctima de un escritor, Shestov valora certeramente a Maupassant frente a Chéjov, muy
a la manera en que se podría valorar a Marlowe frente a Shakespeare. No obstante,
Maupassant es el mejor de los cuentistas realmente "populares", vastamente superior a
O. Henry (que podía ser muy bueno) y muy preferible al abominable Poe. Ser un artista
de lo popular es en sí un logro extraordinario; en los Estados Unidos hoy no tenemos
nada parecido.
Puede que Chéjov parezca simple, pero es siempre profundamente sutil. Muchas de
las simplicidades de Maupassant no son sino lo que parecen ser, pero no por eso son
superficiales. Maupassant había aprendido de su maestro Flaubert que "el talento es una
prolongada paciencia" para ver lo que otros tienden a pasar por alto. Que Maupassant
pueda hacernos ver algo que sin él nos habríamos perdido es para mí muy dudoso. Para
eso se requiere el genio de Shakespeare o de Chéjov. Hay, además, el problema de que
Maupassant, como tantos escritores de ficción del siglo XIX y comienzos del XX, lo
veía todo a través de la lente de Arthur Schopenhauer, filósofo de la voluntad de vivir.
Yo tan pronto usaría gafas Schopenhauer como gafas Freud; ambas agrandan y ambas
distorsionan casi en la misma medida. Pero yo soy un crítico literario, no un escritor de
cuentos, y cuando Maupassant contemplaba los caprichos del deseo humano más le
habría valido descartar las gafas filosóficas.
Ante todo, interior, lo fantástico en Maupassant se desarrolla sobre el terreno de las
angustias, de las obsesiones y de las perversiones. Como trastorno, constituye pues un
escándalo lógico lo mismo que moral, en el sentido en que él desafía la razón y las
convenciones sociales convidando a una experiencia de límites particularmente
destructiva puesto que vuelve a poner insidiosamente en cuestión las fronteras entre lo
normal y lo patológico (...).
Provocado por un acontecimiento exterior o inscrito en el corazón mismo de la
personalidad a título de característica permanente, la división del yo hace de la vida del
personaje un infierno. Condenado a odiarse y a escapar de sí mismo, no encuentra
ningún alivio a su sufrimiento. La palabra, que le permite confiarse y hacerse cargo de
su historia, no constituyen más que un remedio provisional.
Así, atravesado por esta otra presencia que hace perder al ser hasta la conciencia
de su existencia, la obra de Maupassant inscribe la marca de una desposesión de sí
mismo portadora de la locura y de la muerte. Interior ( escisión del yo) o exterior ( yo
alienado), la alteración es siempre peligrosa, y no solamente en los relatos fantásticos:
Pedro y Juan, hermanos enemigos, están ahí para atestiguarlo.
Bibliografía:
Literatura-Lumbreras editores, segunda edición noviembre 2014
César Toro Montalvo-Introducción a ala Literatura Universal A.F.A Editores
importadores S.A 2009