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Anne Mather - Traición Familiar
Anne Mather - Traición Familiar
Anne Mather
Argumento:
Cuando el matrimonio de Rachel fracasó, no hubo posibilidad de
reconciliación. No sólo Matthew, su esposo, buscó el amor por otro lado,
sino que, además, la mujer que eligió era Bárbara, la prima de Rachel.
Ya habían pasado diez años desde entonces y Bárbara ahora estaba muerta.
Anne Mather – Traición familiar
Capítulo 1
—¡Viene Rachel!
—¿Sí? —Matthew tuvo suficientes oportunidades, durante las largas noches
desde la muerte de Bárbara, para enfrentarse a esa posibilidad y decidir que le
importaba un comino.
—Sí —su suegra apretó las manos—. Claro que se quedará en la vicaría.
—Por supuesto.
Matthew se mostró indiferente y la señora Barnes movió la cabeza.
—¡Alguien tenía que invitarla! —ella defendió su posición—. Después de todo,
Bárbara era su prima…
Matthew abandonó el intento de responder a las docenas de cartas que le
llegaron desde que su mujer murió, y se levantó detrás de su escritorio.
—No dije que no lo hicieras… —se echó hacia atrás un rebelde mechón de
cabello—. ¡Por Dios, Maggie! Tú puedes invitar a quien quieras. Es el funeral de tu
hija y no una maldita tardeada en el jardín!
—¡Oh, Matt!
Las rudas palabras del hombre lograron lo que trataba de evitar. Su suegra se
deshizo en llanto y Matthew se obligó a tomarla entre sus brazos y consolarla.
¿Quién lo consolaría a él?, pensó amargado mientras las lágrimas de la mujercita
parlanchina mojaban su camisa de seda gris. ¡Dios, cómo deseaba que toda la
charada terminara! Quizás entonces él le encontrara algún significado a su vida,
alguna paz.
La señora Barnes se repuso lo suficiente, se apartó y dio un golpecito a la parte
mojada del pecho de Matthew.
—¡Oh, querido! Debes perdonarme, pero me deprimo mucho cada vez que…
—Lo sé —él sonrió cortés y esperaba que ahora Maggie sí se fuera. Era extraño,
pero desde que Bárbara había muerto, la casa parecía estar llena de gente y él
deseaba estar solo, aunque pareciera egoísta.
Por supuesto, su suegra tenía algo más que decir.
—Sabes que yo no quería invitarla —le confió—. No, fue Geoffrey. Él insistió,
aunque, desde luego, ella es su pariente. No mía.
—No importa, Maggie —esperó. Con seguridad ahora se iría.
—¡Oh! —la señora Barnes lo miró pensativa—. Ojalá entiendas que yo no tuve
nada que ver —hizo una pausa y añadió ansiosa—. Espero que no haya ningún
problema. ¡Por el bien de Bárbara y Rosie!
sus intereses comerciales en todos lados y pasó la mayor parte del tiempo fuera de la
finca.
—De cualquier modo —Patrick lo vio caviloso y con rapidez cambió el tema—,
¿por qué no te llevas a Rosemary a la casa de Helen esta tarde? Les haría bien a
ambos salir de la casa y sabes que ella y Gerald se sentirían complacidos de verlos.
Matthew consideró el conducir hasta la casa de su hermana cerca de Ambleside.
La idea de visitar el hotelito que administraban en Windermere era atractiva, excepto
que la gente podría reconocerlo y él no estaba de humor para ser sociable.
—Lo pensaré —dijo sin entusiasmo y terminó el whisky de un trago—. ¿Sabes
dónde está Rosemary? No la he visto desde… anoche en la cena.
Patrick lo miró resignado.
—¿Y qué tiene eso de nuevo? —remarcó y quitó el vaso vacío a Matthew y lo
puso sobre la bandeja—. ¿Quieres que la busque? Estará por ahí.
Matthew vaciló un momento y negó con la cabeza.
—No —señaló al fin y caminó hacia la puerta—. Ya la veré después. Estaré en el
gimnasio, si me buscas. Nos veremos en la comida.
Ya había pasado el pasillo y la sala y estaba en la estancia cuando su madre le
gritó:
—¡Matthew! ¡Matthew, espera! ¿No te dijo Watkins que yo esperaba para
hablar contigo? Entra en la sala, quiero que charlemos.
Matthew suspiró, mas no quería ofender a una de las pocas personas que en
realidad le importaban, así que obedeció.
—Tengo algunas cosas que hacer, madre —declaró paciente y caminó hacia ella.
Adivinó que Watkins no creyó oportuno interrumpirlo.
—Yo también —respondió Lady Olivia Conroy y señaló con la mano la puerta
por lo que Matthew tuvo que entrar al cuarto—. ¡Uf! ¡Has estado bebiendo!
¡Matthew, apenas son las doce!
—Doce y dos para ser preciso —remarcó Matthew y se detuvo en el centro del
tapete Aubusson. Metió las manos en los bolsillos de su gastada chaqueta de pana y
la enfrentó cortés—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Puedes dejar de adoptar esa actitud arrogante —cortó su madre—. Matthew,
no sé qué sucede contigo. No creía que la muerte de Bárbara causara tal impacto, bajo
las circunstancias.
—¿Qué circunstancias?
—¡Oh, Matthew! Sabes qué circunstancias. El hecho de que Bárbara estuviera
enferma por casi un año y… y…
—¿Sabías que Rachel viene al funeral? —inquirió con un tono tan casual como
pudo, y la señora jadeó.
—¡No!
—Sí —Matthew observó la punta de su bota, que había subido sin respeto a una
esquina de la mesa—. La señora Barnes me dio la noticia esta mañana.
Aparentemente el reverendo la invitó.
Lady Olivia pareció necesitar apoyo, se sumió en el sofá frente a su hijo y lo
miró incrédula.
—¿Por qué? ¿Acaso no comprende que es de mal gusto?
Matthew se encogió de hombros.
—Como Maggie dijo, Rachel es prima de Bárbara.
—¿Está a favor de la idea? —Lady Olivia estaba asombrada.
—Yo no diría eso —Matthew hizo un gesto— aunque lo acepta. Y es verdad,
Rachel es la prima de Bárbara.
—¡Y tu ex esposa!
—¿Y?
—¡Matthew! De seguro comprendes lo inapropiado que es que tu ex esposa
asista al funeral de tu segunda esposa.
—Sí. Pero no puedo detenerla, ¿verdad? Ella es… de la familia.
—¿Familia? —Lady Olivia repitió la palabra—. ¡Cómo puedes sugerirlo! Yo
diría que ella sólo causó problemas desde el primer momento. Estabas
comprometido con Cecily Bishop, ¿recuerdas? Debiste casarte con ella.
—Lo sé —el tacón de la bota de Matthew aterrizó sobre la mesa pulida.
—¡Matt!
—Está bien, está bien —se puso de pie—. Y ahora, si me excusas…
—¿Es por eso que has estado tan inabordable?
—Yo no he estado inabordable, madre —gruñó Matthew.
—Sí, sabes que sí —Lady Olivia lo miró desalentada—. Oh, bueno, mañana
habrá terminado. Podrás regresar a tu vida normal. Sugiero que le digas a la señora
Barnes y a su esposo que estarás incomunicado por un tiempo. No querrás a esa
horrible mujer aquí y que invada el lugar como lo hacía cuando Bárbara vivía. Si no
aclaras tu posición ahora…
—¿Quieres callarte, madre? —la interrumpió, salvaje, y con grandes zancadas
salió del cuarto.
Capítulo 2
E, lugar no había cambiado su arquitectura, decidió Rachel. El camino, que
bajaba desde el Paso Coniston, todavía proporcionaba una magnífica vista del valle.
Desde el paso era posible ver los techos y chimeneas de la casa al final del lago. Más
abajo, los pinos y abetos proporcionaban una protección ante los ojos inquisitivos,
excepto del lago, desde donde podía captarse una vista de los prados y terrazas del
frente de la casa. Desde el paso, Rachel miró lo que una vez fue su hogar y sintió
nostalgia.
Sin embargo, no duró. No deseaba resucitar el pasado. No estaría ahí si no
friera por el tío Geoff y no se hacía ilusiones de que su tía apoyara la invitación.
Bárbara fue su prima, la única hija de su tío, y si él quería que ella estuviera allí, se lo
debía.
La villa de Rothside era su destino y yacía a lo largo de la orilla del lago. Las
aguas del río Rothdale Beck separaban la calle principal en dos. Aunque había ciertos
cambios, Rachel notó cuántas casas anunciaban hospedaje y el viejo molino fue
transformado en un café y tienda de regalos. Era evidente que el turismo había
llegado a Rothside y Rachel reconoció que en parte era responsabilidad de su
profesión. Se había realizado una exitosa promoción del Distrito del Lago a través de
los medios de difusión, y ahora mucha gente visitaba la más bella área del norte de
Inglaterra. Y mientras Rachel lamentaba algunos cambios, los empleos de la industria
turística eran bienvenidos.
La Iglesia de St Mary y la vicaría estaban cerca, en las afueras de la villa,
aunque Rachel no tenía prisa por llegar a su destino. Por el contrario, estacionó su
coche fuera de un pequeño supermercado y entró.
No esperaba que alguien la conociera, mas la anciana a cargo de la caja le era
familiar. La señora Reed vivió en Rothside los últimos sesenta años, por lo menos, y
tenía fama de chismosa. Sin embargo, no era de sorprender, después de tanto tiempo,
que no reconociera a Rachel en la esbelta y elegante mujer parada en el umbral de la
puerta; y como era evidente que la ropa de la joven era cara, la miró inquisitiva.
—¿Puedo ayudarla?
Rachel sonrió y movió la cabeza.
—Puedo arreglármelas, gracias —recogió una canasta de alambre y miró los
anaqueles. Todo estaba muy ordenado y ella extrañó el mostrador con su atractivo
despliegue de dulces y chocolates. Ahí estaban las cosas familiares, si las buscaba:
miel producida en la localidad y pastel Kendal de menta. Sólo había cambiado la
forma de exhibirlos, como ella, reflexionó cínica.
Poco después llevó la canasta hasta la caja y la puso en el mostrador bajo para
que la señora Reed pudiera marcar el costo de los dos artículos que tomó. Entonces,
mientras ella sacaba dinero, la señora Reed comentó:
—Supongo que no obtuvo ese bronceado en Inglaterra…
—No —Rachel respondió tolerante—. En el sur de Francia —añadió y recogió
sus compras—. Gracias.
Mas la señora Reed no iba a dejarla ir tan fácilmente. Era obvio que el comercio
era lento a esa hora de un lunes por la tarde. Dejó su asiento y acompañó a Rachel a
la puerta.
—Así lo pensé —dijo—. Es demasiado temprano para tener ese sol en el país.
No eres de por aquí, ¿verdad, querida? —recorrió con la vista las frías facciones de
Rachel—. Sin embargo, hay algo en tu cara…
Rachel no quería que la identificara y abrió con bastante rapidez la puerta, pero
alguien empujó ésta del lado contrario. Una niña de quizá nueve o diez años
prácticamente se tambaleó dentro de la tienda, recuperó el equilibrio con dificultad y
le lanzó una mirada hostil a Rachel como si ella fuera la culpable de lo sucedido.
—¡Oh, Rosemary! —exclamó la señora Reed, con sorpresa y simpatía hacia la
niña—. ¿No te lastimaste, querida? Abriste la puerta en el momento equivocado.
—¡Fue su culpa! —replicó Rosemary, acomodó su larga trenza de cabello
oscuro y fijó en Rachel su acusadora mirada—. ¿Por qué no se fija en lo que hace?
¡Pude romperme la pierna!
—Hubiera sido mejor tu cuello. ¿Siempre lo metes tanto?
—¡Oh, no tome en cuenta el mal humor de Rosemary! —exclamó rápida la
señora Reed y era obvio que temía perder a un viejo cliente y ofender a uno nuevo—:
Rosemary es una de mis mejores clientes, ¿verdad, querida? ¿Estás bien? ¿No te
rompiste ningún hueso?
Era evidente que Rosemary no permitiría que nadie hablara por ella.
—Yo sí consideraría lo que dije, si fuera usted —le informó a Rachel con los
puños cerrados junto a su caderas—. Mi padre es un hombre importante en Rothside.
Una palabra mía, ¡y usted puede encontrarse con muchos problemas!
Rachel tragó, dividida entre la risa y la ira.
—¿Me estás amenazando? —inquirió y comprendió que no debió tomar en
serio a la niña.
—Rosemary no amenaza a nadie —intercaló la señora Reed—. ¿Verdad,
querida? ¿Y cómo está tu querido papito? ¿Le dirás que pregunté por él? Todos
pensamos en él, ¿sabes?
—¿Está bromeando?
Rachel dejó ir a la niña y se volvió hacia la otra mujer. Y Rosemary, que
esperaba tal oportunidad, la tomó de inmediato. Mientras Rachel explicaba sus
acciones, la niña lanzó su pie calzado con bota contra el coche de Rachel antes de
correr hacia el puente de peatones que cruzaba el riachuelo.
Rachel estaba casi sin palabras.
—Esa… ¡esa niña! —controló su voz—. ¡Está completamente indisciplinada! —
se inclinó para examinar la rotura de sus medias oscuras y los cardenales debajo de
ella—. ¡Por todos los cielos!, ¿por qué le vendió? Usted sabía que los cigarrillos eran
para ella…
—Por supuesto que no —la señora Reed no lo admitió—. ¿Piensa que quiero
perder mi licencia? No, pensé que eran para su padre. Y ahora, si me disculpa, tengo
trabajo que atender.
—¿Pero quién es ella? —inquirió Rachel sólo para encontrar que hablaba sola.
La señora Reed decidió que ya había dicho demasiado y, frustrada, la joven abrió la
puerta de su coche.
Fue entonces que vio la abolladura. Hasta ese momento, no había registrado la
represalia de Rosemary por la destrucción de sus cigarrillos. Ahora que vio lo que
hizo la niña, la ira la poseyó. ¡Chiquilla egoísta!, pensó furiosa. Si tan sólo pudiera
ponerle las manos…
En una decisión impulsiva, cerró y echó llave a la puerta del auto, ojeó los
tacones de sus zapatos italianos y empezó a cruzar el puente. Conocía la villa como la
palma de su mano y, a menos que Rosemary hubiera desaparecido dentro de una de
las cabañas frente al río, tendría la oportunidad de alcanzarla. La niña no esperaba
que ella la siguiera y perdería el tiempo. Rachel deseaba que la suerte estuviera de su
parte.
Atrajo la atención de varios ojos cuando cruzó el camino al otro lado del río y
empezó a subir por la inclinada ladera. Los turistas en esta área, de forma invariable
caminaban con botas y vestían ropa de excursión y rompevientos; el traje de
chaqueta larga de Rachel, de cuadritos azules y blancos y la fina blusa de muselina
blanca que lucía, definitivamente no eran casuales y su aire de seguridad atrajo
curiosa especulación.
Se preguntaba si alguien la habría reconocido o si su nuevo corte de cabello y
ropa de ciudad ocultaban su identidad. ¿Habría cambiado tanto? Y con el funeral del
día siguiente, debían de hacer la asociación.
De forma abrupta abandonó sus pensamientos al ver a la niña vagando
adelante. Allí estaba a cierta distancia, su trenza oscura era inequívoca. Y, como
Rachel supuso, Rosemary no era consciente de que ella la seguía.
posición no pasó desapercibida para la hija, quien curvó los labios maliciosa y miró
su zapato tentadoramente cerca de la barbilla de Rachel.
La joven decidió que era mejor ignorarla y vio a Matthew con lo que esperaba
fuera una fría mirada.
—Hola, Matt —disfrutó la expresión de azoro de Rosemary. Era evidente que
nunca se le ocurrió que Rachel conociera s su padre.
Ella no era una niña bonita, aunque Rachel notaba las similitudes entre ella y su
padre. Ambos eran morenos, de cabello oscuro y piel oscura, pero mientras que las
facciones de Matthew eran fuertes y todavía perturbadoras y atractivas, el rostro de
Rosemary era delgado y decididamente enfurruñado. Era difícil hacer una
evaluación de la niña en presencia de Matthew. Un Matthew diferente y tan familiar,
a pesar de los mechones grises en su cabello y los contornos más anchos de su
cuerpo. El Matthew que ella recordaba era abordable, de muy buen carácter, no
remoto y caviloso como ese hombre. El Matthew del que se enamoró nunca la
hubiera mirado con tanto desapego, con ojos que transmitían su crudo disgusto.
Pero Rosemary no podía ver la expresión de su padre, y su cortés “Rachel” en
respuesta al saludo le causó consternación.
—¡Papito, yo no lo hice! —exclamó sin esperar a que Rachel la incriminara—.
¡No fui yo! ¡Fue alguien más! ¡Oh, dile que yo no haría algo así!
Matthew retiró su mirada del rostro de Rachel para ver a su hija.
—¿Qué? —exigió—. ¿De qué hablas? —de nuevo observó a la joven—. ¿Sabes
algo de esto?
—Sí —admitió Rachel poco deseosa y, con una exclamación, Matthew bajó del
caballo. El animal se meneó inseguro ante el súbito cambio de peso, mas la mano de
Matthew en el morro lo apaciguó.
—¿Rosemary? —tenía una inequívoca inflexión en la voz—. Quizá me
expliques. Estoy esperando que me digas de qué se trata todo esto.
Rachel exhaló. La molestia por el ataque de Rosemary a su coche perdía
significado. Cuanto más lo pensaba, más ridículo le parecía haber perseguido a la
niña, máxime cuando estaba vestida de forma tan inadecuada para la expedición. Sus
tacones estaban torcidos, sus medias se corrieron y cualquiera que fuera su creencia
al iniciarla, ahora disminuía con rapidez.
—No fue mi culpa… —se defendía Rosemary de nuevo y al comprender que el
asunto se complicaba a cada minuto, Rachel intervino.
—Tuvimos… un malentendido —encontró la mirada hosca de la niña con otra
fría. Entonces presintió que Matthew la miraba de nuevo y transfirió su mirada hacia
el cuello abierto de la sudadera azul oscuro que él llevaba puesta—. Fue algo y nada
—se alzó de hombros—. No sabía quién era ella.
—¡Al demonio con el tío Geoff! —replicó Matthew sin sentimiento y miró hacia
atrás, sobre su hombro, para asegurarse de que Rosemary había acatado su orden.
Entonces volvió su mirada a Rachel, con las oscuras cejas arqueadas—. ¿Y bien?
—No soy una niña, Matt. Como dije, no es importante. Ahora… si me
disculpas…
—¡Rachel!
De forma instintiva él se estiró y apretó la muñeca de la joven, una acción
nacida de la frustración, mas Rachel estaba furiosa. Levantó sus ojos hacia los de él y
se forzó a mirarlo. Después de un bochornoso momento, él la soltó.
—Adiós, Matt —dijo, distante, y se negó a prolongar una situación que no
estaba segura de poder mantener bajo control. Y, majestuosa, se alejó.
Capítulo 3
—Te veré en la vicaría.
Rachel, fría y remota con su traje de ante negro, estaba parada junto al largo
sedán de color oscuro que esperaba a los Barnes para llevarlos a Rothmere House. El
color de su ropa hacía destacar el tono platinado de su cabello, que llevaba ahora
corto y echado hacia atrás de las orejas, y acentuaba la poco natural palidez de sus
mejillas.
Sabía que estaba pálida. El servicio en la iglesia fue más tenso de lo esperado y
la presencia de Matthew y su madre aumentó la incomodidad de la joven. ¿Qué
pensaba él? ¿Su pena y su remordimiento llenaban sus pensamientos y excluían todo
lo demás? ¿Estaba tan dolido como aseguraba su tía Maggie? Rachel dudaba, pues el
hombre que vio en el río no tenía el corazón roto. Estaba quizás amargado e
iracundo, pero no destrozado por las insoportables emociones. ¿Y por qué esperaba
ella algo más, después de lo que él le había hecho?
El obispo de Norbury condujo el servicio y dejó que el tío Geoff se doliera por la
pérdida de su hija en privado. Los restos de Bárbara se sepultaron en la cripta
familiar en el panteón de la iglesia. El mismo obispo leyó el panegírico antes que el
pesado féretro bajara y los sollozos de Maggie hicieran eco en las lápidas que los
rodeaban.
Ahora, terminada la ceremonia, un río de limousines transportaba a la familia y
amigos de regreso a la casa donde esperaba un buffet frío. Se ofrecerían condolencias
y compasión y entonces todos podrían partir a atender sus asuntos, aliviados de que
su responsabilidad terminara.
—¿Qué quieres decir? —la tía de Rachel inquirió ahora y alejó su pena para
mirar a su sobrina con impaciencia—. ¿Nos verás en la vicaría? ¿Qué se supone que
eso significa?
—¡Por favor, Maggie! —Geoffrey Barnes puso una mano sobre el brazo de su
esposa, pero ella lo apartó.
—¡Detente Geoff! —exclamó irritada—. ¿Y bien? Espero tu respuesta.
Rachel la miró y era consciente de que atraían la curiosidad y no sólo por que
su coche retenía a otra media docena de limousines.
—Creo que es mejor que regrese directo a la vicaría, tía Maggie —respondió
rápido—. Yo… no sería una visitante bienvenida en la casa y estoy segura de que nos
ahorraría bastante bochorno el que tú y el tío Geoff aceptaran solos las condolencias
de todos.
Rachel mojó sus labios y miró por la ventana del coche. ¿Perdonar el pasado?
¿Cómo era posible? Era obvio que la tía Maggie no perdonaría nada y, en cuanto
Rachel misma, no quería ser parte de un intento de reconciliación con los Conroy.
La procesión de coches cruzaba las puertas que marcaban el límite sur de
Rothmere House y los dedos de Rachel rodearon su bolso cuando recordó los prados
y corrales que ahora veía. Ella había reconocido Rothside, pero los terrenos de
Rothmere le eran insoportablemente familiares. ¿Si no habían cambiado en
doscientos años, por qué esperaba que lo hubieran hecho en diez? ¿No probaba que
nadie era indispensable? La presencia de Rachel Barnes Conroy ni siquiera rizó la
superficie del lago que bañaba la playa empedrada debajo de la casa.
La casa misma estaba sólidamente construida con piedra del lago, con ventanas
grandes que brillaban a la luz del atardecer. Era de tres pisos, con muchas torres y
chimeneas, y Rachel siempre pensó que parecía una casa señorial fortificada de la
antigüedad, aunque Matthew siempre declaró que era porque había tenido tantas
adiciones, que perdió su propia identidad. A pesar de todo. Rachel amaba la casa y
verla ahora le resultaba una dolorosa experiencia.
Watkins esperaba en la pista empedrada, para abrir las puertas de los coches y
dar a los huéspedes la bienvenida a Rothmere, y sus viejos ojos se abrieron por el
asombro cuando Rachel bajó de la limousine.
—¡Pero… si es la señorita Rachel! —exclamó y entonces recordó las
circunstancias y sus facciones se pusieron serias—. Buenas tardes… señora… señorita
Barnes.
—Con Rachel es suficiente —respondió gentil y recibió una mirada de gratitud
de Watkins. ¡Bueno, ahí estaba! ¡Que comience la batalla! se dijo.
Sus tíos salían ahora del vehículo y la joven encontró la mira adusta de Maggie.
Rachel adivinó que atestiguó el intercambio con Watkins. ¿Y qué? Siempre sintió
cariño por el viejo mayordomo y, de todos los sirvientes de Rotlmiere, él siempre la
aceptó como esposa de Matthew. ¡Si tan sólo fuera a ver únicamente a Watkins!
Se reunió con el grupo de gente que llenaba el pasillo de Rothmere House, sin
incidentes. Permaneció detrás de sus tíos y atraía poca atención. Sólo cuando pasaron
al cuarto para hablar con Matthew y su madre, sintió la urgencia de retroceder, pero
su tía Maggie la sujetó del brazo y la forzó a acompañarlos.
—Debes recordar los buenos tiempos, Matt —decía alguien cuando se
aproximaron y con una punzada Rachel se preguntó qué tan popular fue Bárbara.
—Matt, aquí estamos —anunció Maggie e interrumpió para tomar arrogante, el
brazo de Matthew, y Rachel deseó ser tragada por la tierra. No quería ser parte de
esa ocasión tan personal. Y más que nada, no deseaba hablarle al hombre que una
vez fue el centro de su existencia.
Parecía muy compuesto para ser un hombre doliente, pensó, amarga. Alto,
moreno y atractivo, y su sombrío atuendo le añadía un aire de controlada elegancia.
No parecía un hombre que acabara de perder a su muy amada esposa, aunque Matt
siempre tuvo habilidad para ocultar sus sentimientos.
—Maggie, Geoff —respondió Matthew y permitió que su suegra depositara un
ferviente beso en su mejilla, antes de volverse hacia la joven mujer que retrocedió de
ese círculo íntimo—. Rachel —añadió tenso y ella tuvo que acercarse y ofrecer sus
condolencias.
—Lo siento —expresó consciente de que el uso de su nombre atrajo varias
miradas—. Por favor… créeme.
—¡Oh, sí! —pero los ojos de Matthew eran fríos, su expresión dura e impía,
como la de la anciana delgada junto a él. Lady Olivia reaccionó de forma violenta al
oír el nombre de Rachel, aunque, como su hijo, no haría una escena en público.
—Rachel —repitió, mas sus labios estaban apretados. Era obvio cómo se sentía
y la chica se estremeció a pesar de los cuerpos que la rodeaban.
—Lady Olivia —respondió y controló su urgencia de escapar—. Esta es una
ocasión muy triste —los labios de la madre de Matthew se torcieron.
—Sí. Lo es —el significado de las palabras de Lady Olivia era oscuro y Rachel
se sintió contenta de que alguien reclamara la atención de la anciana. Varios
camareros, contratados para la ocasión, atendían a los huéspedes con bandejas con
vasos que contenían jerez o whisky y las enormes puertas del comedor se abrieron
para exhibir el suntuoso buffet frío servido sobre mesas cubiertas con manteles de
damasco. Cuando la gente se relajó y encendieron sus puros, una nube de humo
subió y el nivel de ruido aumentó.
Rachel, impulsada a aceptar al menos una bebida antes de escapar, se permitió
sumirse en la confusión. Sus tíos le prestaban poca atención y al menos su tía
disfrutaba la dudosa notoriedad de ser la madre de la difunta. Su tío parecía ajeno al
entorno y Rachel adivinó que para él era una ordalía. Al menos él tenía su fe para
sostenerlo, pensó, y para ella, no existía tal panacea.
Era hora de irse, decidió. Había hecho lo que la tía Maggie le exigió y era el
momento de alejarse. Tal vez no debió asistir a pesar de la invitación del tío Geoff.
Era obvio que así lo pensaba la madre de Matthew. Y Matt también, aunque
disfrutara de la incomodidad de ella. Como fuera, Rachel pondría miles de
kilómetros entre ella y esa dolorosa exhumación del pasado.
Dejó su vaso y empezó a cruzar el pasillo. De vez en cuando alguien la
reconocía e intercambiaban saludos, pero evitó mayor bochorno. Los invitados
estaban entretenidos sirviéndose canapés y bebiendo del buen escocés de Matt. Se
convirtió en otra fiesta-cocktail, pensó cínica Rachel al sentir la de presión como un
peso sobre sus hombros.
—Quiero oír tu historia —le dijo sin soltarla y el rostro de Rachel llameó. Ella
trataba como a una niña también, pensó indignada. Y la abochornaba, en ese día tan
especial.
—Creo que tienes cosas más importantes en qué pensar —señaló airada, y
mantuvo su voz baja con un esfuerzo—. Matt, por favor, ¿tratas de humillarme? ¿Lo
sucedido hace diez años no fue suficiente para ti?
—¿Humillarte? —repitió él con tono apenas audible y en esta ocasión ella no
sintió temor de que alguien escuchara—. ¿Humillarte a ti? ¡Oh, Rachel, no sabes el
significado de la palabra!
—¡Matt! ¡Matt! Te he buscado por todos lados —cuando él soltó el brazo de
Rachel, Lady Olivia se metió entre ellos con la mirada fija en su hijo y evaluó al
instante el peligro potencial de la situación. Lady Olivia no buscaba a Matt, decidió
Rachel, aunque su interrupción fue oportuna—. Hay gente que espera para hablar
contigo —añadió y deslizó un brazo a través del de Matt y evitó más intercambios
entre los protagonistas—. Rachel —murmuró de la misma forma como Rachel usó el
nombre de Matthew antes, y se alejó con su hijo.
Sin más obstáculo para su partida, Rachel se sintió poco dispuesta a irse.
Aunque comprendió que el fin de la escenita no había terminado por completo con
las miradas a hurtadillas en su dirección, ya no sentía la necesidad de escapar. Había
sucedido lo peor. Matt reveló su odio hacia ella y la abochornó enfrente de sus
amigos. ¿Qué más podía hacerle?
Capítulo 4
Rachel tuvo que pedir un taxi para que la llevara de regreso a la vicaría y, en
consecuencia, aún reunía sus cosas cuando escuchó el ruido de las llantas de un auto
sobre la grava de la entrada.
Tenía un cuarto pequeño al frente de la casa, que fue suyo cuando vivió en ese
lugar, y pudo ver la limousine sin impedimento. Se preguntó si sería Matt, pero no
era. Sus tíos salían del vehículo y el corazón de la chica se tensó ante esta obvia
obstrucción a sus planes.
Dejó su maleta abierta sobre la angosta cama y vaciló un momento antes de
bajar. Entonces descendió por los crujientes escalones; la vicaría era vieja y Rachel no
pudo evitar anunciar su presencia.
Sus tíos estaban en la sala y cuando la joven empujó la puerta, pudo escuchar
los sollozos de su tía. A pesar de todo, lo sentía mucho por ella. Maggie iba a
extrañar mucho a Bárbara; siempre procuró darle a su hija lo mejor, y el matrimonio
de ésta con Matthew Conroy fue el último triunfo. Sin otros hijos, los Barnes ya no
tenían a nadie más, lo que era una de las razones para que Rachel se convenciera de
asistir al funeral, aunque ahora sabía que había sido un error y el malévolo rostro de
su tía se volvió en su dirección, para enfatizar el hecho.
—Yo… —Rachel miró a Geoffrey y buscó las palabras— yo… pensé que debía
irme.
—¿Irte?
—¿Irte a dónde? —inquirió Maggie con súbita animación.
—Yo… de regreso a Londres —contestó Rachel—. A mi casa. Si salgo…
—Pero esta es tu casa, cariño —su tío la miraba ansioso—. ¿Ya olvidaste lo que
decíamos cuando íbamos hacia Rothmere? ¿No lo ves? Esta es otra oportunidad de
reconciliarnos.
Rachel no sabía qué decir. No era lo que esperaba y miró a su tía, pues no podía
creer que ella tuviera parte en ese ruego.
—Tío Geoff —empezó—, aprecio lo que dices pero… no puedo quedarme aquí.
Mi trabajo… mis amigos… están en Londres.
—Él no te pide que vivas aquí —interrumpió Maggie. Secó sus ojos con
impaciencia y se puso de pie—. Todavía no puedes irte… no; no esta noche. No sería
correcto, ¿qué diría la gente?
Rachel se hastiaba de preocuparse de lo que la gente dijera o pensara. Ya hacía
diez años desde que se fue del área y no le importaba lo que murmuraran o pensaran
sobre sus acciones. Era la ventaja de vivir en Londres. Podía ir y venir a su antojo, sin
tener que rendir cuentas. Se acostumbró a ser libre, sin compromiso, y si a veces
encontraba su vida un poco vacía, era el precio que tenía que pagar por salvaguardar
su independencia.
—No creo que el quedarme por una noche más silencie las especulaciones —
dijo al fin y miró a su tío—. Como dije, tengo un trabajo…
—¿Una noche? —preguntó la tía irritada, y Geoffrey Barnes unió sus manos,
nervioso, cuando tuvo que explicar a Rachel sus deseos.
—Pensamos que pasarías aquí el fin de semana —aventuró esperanzado.
—Hoy es martes, tío Geoff. ¡Son cinco días más!
—Muy poco si piensas en lo que hicimos por ti —replicó amarga Maggie—.
¿Qué habrías hecho durante todos esos años si no te hubiéramos recogido? Esos años
en que te dimos un hogar, y ahora no puedes disponer de cinco días para darnos a tu
tío y a mí el consuelo que necesitamos…
—¡Oh, tía Maggie!
—Querida, no quiero que Rachel se quede porque nos deba algo…
Rachel y su tío hablaron juntos, pero Maggie Barnes no se arrepentía.
—¿Por qué no? Nos debe algo y si ese trabajo suyo fue tan importante para
romper su matrimonio, entonces puede tomarse unos días libres cuando lo desee sin
que toda la estación de televisión cierre.
Rachel inclinó la cabeza. Todos sabían que la idea de que ella y Matt se habían
separado porque a ella le ofrecieron un mejor empleo en Londres, era sólo un mito,
pero era difícil revivir viejas penas y su tía lo sabía. Por eso lo usaba, porque sabía
que Rachel no podía contradecirla, no con el cuerpo de Bárbara apenas enfriándose en
su tumba.
—Estaríamos agradecidos si pudieras quedarte —murmuró el tío Geoffrey y era
evidente que se sentía partido entre su deseo de complacer a su esposa y el deber
cristiano de ser justo—, sólo si lo deseas —añadió—. Quiero decir que
comprenderemos si tienes que regresar a Londres.
¿Lo entenderían? Rachel dudaba de que su tía la perdonara si escogía lo último,
pero pensó que, aun cuando los acontecimientos destruyeron los lazos familiares que
debían existir entre ellos, nada podía alterar el hecho de que sus tíos le dieron un
hogar cuando el padre de ella murió.
—Está bien —accedió al fin y se sintió atrapada—. Me quedaré hasta el
domingo, aunque tengo que llamar a Justin Harcourt. Él me espera de regreso en la
oficina mañana por la mañana.
—¿Justin Harcourt? —musitó desdeñosa la tía Maggie, recogió su bolso y sus
guantes y se dispuso a salir—. ¿Qué nombre es ese para un hombre? ¡Justin! Supongo
que será un intelectual de izquierda con cabello largo y sandalias…
Sin embargo, cuando el murió ella estaba devastada Era todo lo que tenía y lo
amaba mucho. También estaba asustada, pues aunque ya casi tenía doce años y se
había encargado de los varios apartamentos y casas rentadas donde vivieron ella y su
padre durante los últimos seis años, las autoridades no iban a permitirle vivir sola.
Entonces fue cuando Percy Jennings, el abogado de su padre, llegó al rescate. Él
localizó a Geoffrey y le informó de la muerte de Philip Barnes. Rachel no conocía a
sus tíos, pero cuando le dijeron que le ofrecían un hogar, sintió un gran alivio. A
pesar de la adicción de su padre, su experiencia de la vida familiar fue buena y
aunque se sentía un poco aprensiva de viajar al unirte, nunca dudó de que sería
bienvenida.
Por consecuencia, fue una sorpresa encontrar hostilidad en su nuevo hogar, casi
desde el primer día. Pronto fue evidente qué el sentido de responsabilidad de
Geoffrey Barnes por su sobrina huérfana no era compartido por su esposa y su hija.
A la tía Maggie le disgustó de inmediato y Bárbara la resintió. De su anticipación de
formar una nueva vida con su nueva familia, Rachel se sumió en un caos de
desesperación y los primeros meses que pasó en la Vicaría de St Mary fue el más
desdichado período de su vida.
Por supuesto, lo superó. Por algo era hija de su padre e hizo amigos propios
que la compensaron por el desprecio de su prima. Y el tío Geoff siempre la trató con
afecto, reconoció con franqueza. El problema era que siempre veía lo mejor de la
gente y en particular en su familia y, por consecuencia, nunca supo de las injusticias
que Rachel sufría:
El agua se enfriaba; Rachel salió de la tina y se envolvió en una áspera toalla
que la tía Maggie le había dado. Decidió no cavilar más sobre el pasado. El que
estuviera en Rothside, en la vicaría donde todo había empezado, no era razón para
recordar los acontecimientos que ya no tenían importancia en su vida.
Desde luego que Lady Olivia sospechaba lo que estaba mal y por eso intervino.
Y todo el tiempo, Matthew estuvo furioso por ello, aunque después reconoció que
probablemente era lo más seguro.
Sin embargo, su conversación de esa mañana fue igualmente mordaz. El que no
mencionaran el nombre de Rachel no significaba que no estuviera en sus mentes.
Para colmo, cuando intentó buscar a Rosemary a fin de hacer las paces y llevarla a
Ambleside para pasar el día, de nuevo no podían encontrarla.
Agnetha no mejoró el asunto al reportar que encontró tanto cigarrillos como
fósforos en el dormitorio de Rosemary esa mañana.
—Es una niña muy traviesa, ja —declaró y sonrió de forma contradictoria.
Parpadeó y movió sus largas pestañas—. ¿Quiere que ayude a buscarla, señor
Conroy? ¿Voy con usted, ja? ¿Nos ayudamos entre sí, no?
—No.
Matthew fue cortante, mas no tenía tiempo para el coqueteo de Agnetha. No era
un hombre vanidoso, pero se dio cuenta de que durante los últimos seis meses la
chica sueca esperaba atraerlo. Y por la forma en que lo miraba, él se convenció de que
tarde o temprano ella tendría que irse. Lo aceptó cuando Bárbara estaba viva, ya que
despedirla hubiera despertado muchas extrañas preguntas y su esposa hubiera
estado más histérica. Ahora Bárbara se había ido y él no tenía razón para demorarlo.
Fue sólo su impaciencia por encontrar a su hija lo que evitó que se lo dijera en ese
momento.
El lago yacía bajo un manto de vapor gris y, a pesar de su camisa tejida y su
chaqueta, Matthew se estremeció. Sin embargo, era la época del año que más le
gustaba, cuando los altos picos tenían una cubierta de nieve y abajo en el valle las
campanillas azules formaban una alfombra.
Había mucho color reflexionó reacio a distraerse de su gusto por la naturaleza.
Jim Ryan, su caballerango, emergió del granero cuando su jefe entró en el patio
El diminuto irlandés trabajó con el padre de Matthew antes de trabajar para éste y,
aunque se acercaba a los sesenta años todavía era tan activo como siempre.
—Buenos días, señor Matt —saludó el hombre, alegre—. Es un día triste. ¿Cree
que sea buena idea salir?
—Esperemos que sí —respondió Matt, molesto, y sus ojos buscaban por el patio
y metió sus manos en los bolsillos mientras recorría los establos.
—¿Quiere que le ensillemos a Saracen? —inquirió Ryan al percibir el humor de
su jefe—. De seguro le agradará el ejercicio, ¿verdad?
Matthew lanzó el aliento despacio y preguntó:
—¿Está Rosemary por aquí? Pensé que estaría…
—¿La pequeñita? —el irlandés frunció el ceño y movió la cabeza—. No, señor,
no he visto a la damita esta mañana. ¿La busca usted?
—Así es —Matthew inhaló, tratando de controlar su irritación. ¿Dónde
demonios estaba? Debía saber que no podía vagar así. Y si no montaba su pony,
¿cruzaría el río hacia las cascadas de Rothside de nuevo?
—¿Quiere que le envíe al joven Peter para ayudarlo? —preguntó Ryan y Matt
movió la cabeza.
—No —cortó y entonces comprendió que fue brusco y suavizó la palabra con
una ligera sonrisa—. No, yo la encontraré. Gracias por tu ayuda, Jim. Ya te avisaré si
hay algo que puedas hacer.
Volvía hacia la casa cuando recordó que no le preguntó a Jim Ryan sobre los
cigarrillos, aunque decidió que podía esperar. Además, era difícil que alguno de los
chicos del establo no se los diera. Pensó que no se arriesgarían a ser despedidos por
tan ridícula ofensa. No, Rosemary los obtenía en otro lado. ¿Dónde? Agnetha no
fumaba, así que él no podía culparla.
Quince minutos después estaba detrás del volante del Range Rover en camino a
la villa. Nadie de su personal sabía dónde estaba Rosemary y él perdía la paciencia
con rapidez. No podía evitar recordar el rostro de su hija cuando él le gritó la tarde
anterior. Esperaba en Dios que no hiciera nada drástico como pedir una dejada a
Penrith o Carlisle. Era suficientemente atrevida para hacerlo, y la ira de Matthew se
mitigaba por la ansiedad.
Estaba a mitad del camino por la orilla del lago cuando las vio. Como a dos
kilómetros de las rejas de la finca, el camino bajaba hacia el lago y en el verano los
turistas se estacionaban sobre el estrecho de playa y lanzaban sus deslizadores y
balsas en las aguas bajas. Ahora era demasiado temprano para los vacacionistas, por
lo menos entre semana, y la mujer y la niña que exploraban las rocas no eran
conscientes de la observación a que eran sometidas.
Por un momento Matthew casi se cegó por la ira al verlas juntas de nuevo.
Entonces, sin pensar en lo que hacia detuvo el Range Rover con un redimido en
medio del camino, y comprendió su error cuando un camión detrás protestó de
forma ruidosa con la bocina.
Matthew levantó una mano para aplacar al conductor y llevó el coche hacia el
estacionamiento sobre la orilla del lago. En vez de llegar ante su hija y acompañante
sin que se dieran cuenta, la estridente bocina atrajo la atención de ambas y, cuando él
salió del auto, ya Rosemary parecía a punto de despegar.
Fue la mujer quien tomó la iniciativa. Como si comprendiera los sentimientos
de Rosemary, sujetó la mano de la niñita y se enfrentó a él con fría condenación en
sus ojos verdes.
sabía nada de niños! Rachel nunca quiso un hijo, recordó con amargura. Todos esos
meses, cuando él esperó que se embarazara, ella había usado anticonceptivos. El
recuerdo era doloroso, exponía un punto vulnerable.
Entonces dio un paso hacia la joven, lo suficientemente enojado para causarle
un daño físico, y al presentir la distracción de su padre, Rosemary eligió el momento
para liberarse. Con un gesto en dirección de Rachel salió como saeta por la playa
ignorando los iracundos llamados de su padre y se escurrió entre los árboles que
bordeaban la playa en ese punto.
Siguió un momento de tenso silencio mientras ambos observaban la huida de
Rosemary, y cuando Matthew intentó seguirla, Rachel se cruzó en su camino.
Fue algo valiente, tenía que concederle Matthew, aunque no estaba de humor
para responder a gestos corteses. Rosemary le desobedeció y tal acción, en ese
momento, fue la ignominia final.
—¡Quítate de mi camino! —exclamó y empujó a Rachel a un lado sin apremio,
pero ella era más ligera de lo que imaginó. El impulso la arrojó a la arena y la chica se
golpeó la cabeza con una roca.
—¡Demonios!
Matthew olvidó seguir a Rosemary y cayó de rodillas al lado de Rachel, que era
ahora una forma quieta. Le puso la mano en el cuello y sintió el pulso. ¡Oh Dios!
Estaba inconsciente. Debió de golpearse más duro de lo que él imaginó y pudo
causarse un daño irreparable; el pensamiento hizo que el corazón del hombre se
acelerara, horrorizado.
No se dio cuenta de que Rosemary regresó, hasta que ésta se hincó al lado de él.
—Ella no… ¿no está muerta, verdad papito? —su rostro pálido se puso más
blanco cuando lo miró y él le dio un abrazo impulsivo, tanto por alivio como para
reconfortarla.
—No, no está muerta —declaró, aunque tenía la boca seca—. Sólo… perdió la
conciencia, es todo. Se golpeó la cabeza cuando cayó. Se recuperará en un minuto.
—Cómo se cayó papito? —preguntó la niña animada por el despliegue de
afecto poco acostumbrado, y Matthew suspiró.
—Sólo… se cayó —no dijo la verdad. Se quitó la chaqueta y cubrió el cuerpo
inanimado de Rachel—. ¡Dios, cómo deseo que abra los ojos!
—¡Sangra! —explotó Rosemary de pronto y señaló el hilo de sangre que
oscurecía as rocas junto a la cabeza de Rachel—. ¡Oh papito! Se va a poner bien,
¿verdad? ¿No va a morirse como… como mamita?
—Espero que no —musitó Matthew, ausente; apenas se dio cuenta de lo que
decía cuando movió la cabeza de Rachel para exponer una pequeña cortadura en la
base del cráneo. Entonces comprendió lo que dijo, se estiró y apretó la mano de la
niña—. ¡No, por supuesto que ella no va a morir! —repitió con más vehemencia que
convicción—. Pero tenemos que llevarla con un médico y rápido.
—No dejarás que muera, ¿verdad papito? —persistió Rosemary—. Ella me
agradaba mucho y… yo creo que a ella le agradaba yo.
—¡No digas agradaba! —Matthew se descontroló un momento y entonces
levantó en brazos a Rachel—. Me gusta —corrigió a su hija—. En presente, no en
pasado.
Dudaba de que Rosemary entendiera, pero ella se apresuró a abrirle el coche.
—En la parte trasera, Rosemary —la instruyó su padre y la niñita abrió la
puerta de atrás—. Entra por el otro lado para sostener su cabeza durante el trayecto.
El moverla ocasionó que la herida en la cabeza de Rachel volviera a sangrar y
manchara la vestidura del coche. Matthew lanzó una última mirada a la joven y se
forzó a entrar en el asiento del conductor y tomar el control. Le fue difícil
concentrarse en lo que hacía cuando sus pensamientos estaban con la mujer que
yacía inmóvil en el asiento trasero.
“¡Dios querido!”, rogó en silencio, “que esté bien. Tú sabes que no era mi
intención que esto sucediera”.
Condujo directo a Rothmere, donde sería más fácil que el doctor fuera a verla.
Su llegada a la casa causó conmoción y el asunto no mejoró al aparecer Lady Olivia
cuando él llevaba a Rachel por las escaleras.
—¡Matthew! —exclamó acusadora desde abajo—. ¡En nombre de Dios!, ¿qué
sucede?
—Watkins te lo dirá —respondió Matthew sin detenerse—. ¿Quieres pedir le a
Agnetha un camisón para prestarle a Rachel? Tendré que quitarle el suéter y la
chaqueta.
—¿Pero qué sucedió? —exigió su madre, mas el hijo se había ido. Matthew con
Rosemary ansiosa pegada a sus talones, desapareció por el corredor que conducía al
ala oeste.
Capítulo 5
Le dolía la cabeza. Fue el primer pensamiento de Rachel. Cuando se movió
sobre la almohada sintió la presión de algo atado a su cabeza y al levantar una mano
sus dedos encontraron la tela inconfundible de una venda.
¡Un vendaje! La cabeza le dolía, tanto que no tenía fuerza para levantarla. ¿Qué
hacía ella acostada en la cama a mediodía y con un vendaje? No tenía sentido. Rachel
no se puso el vendaje, ¿cómo llegó ahí? Por supuesto que sentía la cabeza como si
estuviera fuera de lugar, ¿pero cómo sucedió?
Entonces recordó. Al menos eso pensaba. Estaba en el lago y jugaba a “patos y
patas” con Rosemary; y Matthew las encontró…
Ante el pensamiento una ola de mareo la recorrió, y con dedos sudorosos
apretó la manta que la cubría. Hasta la manta le era desconocida y cuando de nuevo
abrió los ojos, comprendió que yacía en una cama ajena.
El cuarto giró ante sus aturdidos ojos y luego, de forma increíble, supo dónde
estaba. ¡Por supuesto que el cuarto había cambiado! Cuando ella lo usó, estaba
decorado en tonos de crema y lila y el suelo estaba cubierto con un tapete Aubusson
que ella seleccionó. Ahora las paredes estaban cubiertas de seda color durazno y el
tapete era otro, pero nadie podía alterar las dimensiones del cuarto que Rachel ocupó
cuando tenía dieciocho años. Estaba en Rothmere y lo reconoció incrédula. ¿Pero por
qué se encontraba ahí?
Frunció el ceño y trató de pensar. Estaba segura de que tenía algo que ver con
Matthew y Rosemary. ¿La atacaría él por jugar con su hija?
Sus esfuerzos por dar coherencia a sus pensamientos fueron coartados cuando
la puerta del dormitorio se abrió. Rachel escuchó el ruido, mas no pudo mover la
cabeza para ver quién entró. Se sintió tentada a cerrar los ojos y fingir que dormía.
Existía la posibilidad de que se tratara de su ex marido, que fuera a ver cómo estaba,
y no tenía fuerza para enfrentarlo; sin embargo, la figura que entró era la de una
enfermera uniformada.
—¡Ah, está despierta! —exclamó la recién llegada con evidente alivio. Se acercó
a la cama—. ¿Cómo se siente?
—Tengo sed —contestó Rachel—. ¿Qué hago aquí?
—Primero lo primero —la enfermera era más joven que Rachel y muy atractiva.
Pasó una mano bajo hombros de la paciente y la ayudó a beber—. ¿Está mejor? Debo
decir que tiene un poco más de color.
Rachel trató de ser paciente.
—¿Por qué estoy aquí? —protestó—. ¿Qué sucedió? ¿Qué hora es? —ahora
notaba que la pálida luz del sol se filtraba entre las cortinas medio corridas—. Mi tío
se preguntará dónde estoy —se movió agitada bajo las manos tranquilizadoras de la
enfermera—. ¿Alguien pensó en informar a mis tíos dónde estoy?
—Por supuesto, por supuesto —la enfermera permaneció imperturbable—. Se
le avisó a su familia dónde está. El señor Conroy se encargó personalmente de
hacerlo y ellos vendrán a verla más tarde, después que el doctor Newman la examine
de nuevo.
—¿De nuevo? ¿Qué quiere decir? ¿Ya me examinó?
—¿Que si ya la examinó? —la joven enfermera rió—. ¿No lo recuerda?
Rachel tragó.
—Es obvio que no —trató de no asustarse—. ¿Cuándo… cuándo me examinó el
doctor Newman?
—En el hospital —dijo la enfermera con firmeza—. En Penrith. ¿No re cuerda
haber ido al hospital?
Rachel hizo un ademán negativo.
—Oh, bien… —la chica se mostró casual— no hay de qué preocuparse. A
menudo sucede eso.
—¿Qué sucede a menudo? ¿Qué me sucede? Por favor, ¡tengo que saberlo!
—Vamos, no se inquiete —al fin la enfermera comprendió que Rachel estaba en
realidad asustada—. Se cayó, ¿recuerda eso? Cerca del lago. Se golpeó la cabeza.
—¿Cerca del lago? —Rachel dio masaje a su sien con mano temblorosa.
Entonces todo llegó a ella. Hubo una discusión o discusión era una mala
descripción del acalorado intercambio que tuvo con Matthew… En todo caso, él
estaba furioso en parte porque no sabía dónde estaba Rosemary y en parte porque
cuando la encontró estaba con Rachel. Y ella no ayudó al acicatearlo… ¿La golpearía?
Pensó que hubo un momento en que esperó que lo haría, pero entonces… algo
sucedió. Sí, eso fue. Rosemary huyó y cuando ella, Rachel trató de detenerlo para que
no la siguiera, él la quitó del camino…
—Ya lo recuerda, ¿verdad? —la voz ansiosa de la enfermera rompió sus
pensamientos. Rachel asintió.
—Casi todo —aceptó—, aunque no recuerdo para nada el hospital. ¿Me… llevó
Matt ahí?
—De hecho, no… —la chica se cortó de súbito cuando la puerta volvió a abrirse,
en esta ocasión para admitir a un hombre delgado y vivaracho, con un fino bigote y
patillas.
—Cuando menos. Lo siento señora Conroy, pero no debe tener ninguna presión
mental por algún tiempo.
Con las mejillas ruborizadas, Rachel se metió de prisa en la cama y tiró de las
mantas para cubrir su tembloroso cuerpo. ¿Quién demonios pensaba Matthew que
era al entrar sin anunciarse? No tenía ningún derecho de estar ahí. Él no era un
doctor ni un amigo. Simplemente era el hombre con el que tontamente ella se casó
una vez, y si no fuera por él, quizás ella no estaría ahora en esa ignominiosa
situación.
—Bueno —dijo el doctor Newman después que la enfermera arregló las mantas
que Rachel desarregló—, ¿cómo se siente esta mañana?
Rachel deseaba decir que mucho mejor. Quería anunciar que estaba bastante
bien para salir de la cama y de Rothmere antes que sucedieran más desastres, pero
no podía.
—Cansada —admitió e ignoró la observadora revisión de Matthew—. Creo que
no dormí bien anoche.
—No —el doctor Newman no pareció sorprendido—. Le revisaré la cabeza.
Quizá pueda hacer algo para que se sienta más cómoda.
—Está bien —asintió Rachel y miró a Matthew. Como si percibiera la reacción
de ella ante la presencia de su ex esposo, el doctor comentó:
—Creo que sería conveniente que saliera, señor Conroy. Podrá regresar cuando
hayamos terminado. Creo que la señora Conroy lo preferirá así.
Hubo una pausa y Rachel pensó que Matthew iba a protestar, sin embargo,
salió, no antes que Rachel notara que los ojos de la enfermera Douglas lo seguían.
El quitar las gasas fue doloroso para Rachel, quien tenía la cara enterrada en la
almohada. La joven apenas se dio cuenta del intercambio entre el doctor y la
enfermera. No sabía qué tan grande era la herida, pero la sentía enorme y se
preguntaba si le habrían rasurado la parte dañada. ¡Quería gemir! Las cosas se
ponían peores. ¿Cuál sería su apariencia con una calva detrás de la oreja? ¡Si tan sólo
no hubiera salido a pasear el miércoles por la mañana! Debió mantenerse firme e irse
a Londres el martes por la noche, como intentaba, y apostaba a que la tía Maggie
también deseaba que lo hubiera hecho.
—Ya terminamos —mientras ella pensaba en otras cosas, renovaron su vendaje
y el doctor Newman la ayudó a acomodarse en las almohadas con gentileza—. ¿Está
mejor así? Debe decirme la verdad.
Rachel parpadeó, ya que sus movimientos hicieron que su cabeza pulsara,
aunque la sentía menos rígida.
—Sí —murmuró—. Sí, la siento mejor —frunció el ceño—. No hay problemas,
¿verdad?
—No realmente —el doctor Newman sonrió, pero a Rachel no le gustó la
implicación.
Se alentó y soltó la cama para dar unos cuantos pasos. Con una mano sujetó el
picaporte, como un salvavidas, y miró hacia la cama incrédula. ¿Había llegado tan
lejos? Una fina capa de sudor cubría todo su cuerpo. ¡Dios querido! Esperaba que la
enfermera Douglas pudiera ayudarla a regresar a la cama. No quería pensar en que
tuviera que hacerlo sola.
Fue un gran alivio lograr su objetivo y después se inclinó sobre el lavabo y bañó
su rostro caliente con agua fría. Se sentía caliente y temblorosa al mismo tiempo y sus
piernas parecían de gelatina cuando se enderezó para buscar la toalla.
La puerta del dormitorio se abrió cuando Rachel volvía a poner la toalla en su
lugar. El alivio que sintió fue tremendo, y se apoyó en el marco de la puerta para
dejarse ver.
—Estoy aquí —dijo cansada y preparada para que la enfermera se enojara con
ella, pero no era Linda Douglas quien entró, sino Matthew.
Ante la alta silueta, sombría y perturbadora en sus vaqueros negros y una
camisa de seda que hacía juego, Rachel sintió algo como un golpe. Era la última
persona que esperaba o quisiera ver en su condición actual. Se preguntaba cómo
volvería a la cama ahora. ¿Por qué no había ido la enfermera Douglas?
—No deberías estar fuera de la cama —comentó Matthew, dejó lo que llevaba
en las manos y cruzó el cuarto hacia la joven—. ¿Dónde está la enfermera Douglas?
¿No sabe lo que haces?
—¡No… no te acerques! —exclamó Rachel débil y levantó una mano temblorosa
enfrente de ella. Acababa de recordar lo escaso de su vestimenta y aunque la
modestia no era importante, todavía le quedaba el orgullo.
Matthew ignoró la protesta, levantó a Rachel en brazos y la llevó de regreso a la
cama. Entonces, después de acomodarle la cabeza sobre las almohadas, la cubrió con
la suave manta.
Ella tuvo que admitir que era un alivio, mas no le evitó la sensación de ira. Eso
no debía suceder, pensó y lo miró frustrada. ¡Por todos los cielos, estaban
divorciados! ¡Su segunda esposa acababa de morir! Sin embargo, Rachel aún podía
sentir la fuerza de los brazos de Matthew y el calor de su cuerpo.
—¿Ya estás bien ahora? —inquirió él cuando ella buscó un pañuelo para sonar
su nariz.
—Me las arreglaré —musitó Rachel y evitó mirarlo a los ojos. En cambio, se
concentró en el arrugado pañuelo de papel que él tomó de su caja para ella—. De
todas formas, ¿qué haces aquí? No sabía que por estar inválida en tu casa, tenías
derecho de entrar en mi cuarto sin anunciarte.
—Debías alegrarte de que lo hiciera —cortó Matthew y cruzó sus brazos frente
al pecho, para controlar algún deseo latente—. ¿Qué hacías? Tienes agua en todo el
frente del camisón.
Rachel sintió que sus mejillas enrojecían y estaba furiosa. ¡Por los cielos! Ya era
demasiado grande para ruborizarse. Con disimulo examinó su camisón y comprobó
que él no mentía; se abochornó más, pues los lugares mojados del material se
ajustaban a sus senos. Subió la manta todavía más arriba y dijo con tersura.
—Lavaba mi cara y manos. No me di cuenta de que me mojé. Gracias por
llamarme la atención sobre esto.
—¡No seas ridícula! No puedo imaginar por qué no pudiste esperar hasta que la
enfermera regresara. Parecías a punto de desmayarte cuando entré.
—Pues no era así —Rachel sabía que era desagradecida pero no podía aguantar
a Matthew ahora.
—Si tú lo dices —las facciones de Matthew se endurecieron—. Pero, ¡por Dios!,
deja de comportarte como si no te hubiera visto desnuda antes…
—¡No estoy desnuda!
—No. De cualquier manera, estuve casado por varios años y la forma femenina
no me resulta una gran novedad, ¡créeme!
Rachel lo miró con amargura y replicó:
—¡Oh, sí! ¿Te importaría decirme qué haces en mi cuarto?
Matthew suspiró y se volvió a recoger el objeto que había dejado cuando cruzó
el cuarto antes.
—Recogí tus cosas —declaró y dejó una pequeña maleta sobre la otomana al pie
de la cama—. Creí que preferirías usar tu propio camisón —hizo una pausa y añadió
—. Tu actitud me hace desear no haberme molestado.
—¡Debías! —Rachel no sabía qué decir. El arrepentimiento luchaba contra la
propia justificación y ganó el primero—. Lo siento.
—¡Debías! —Matthew habló vehemente y luego, como si le diera el beneficio de
la duda, movió la cabeza—. No fue fácil, lo sabes. No cuando le dije a tu tía por qué
estaba ahí. Creo que deseaba que regresaras a Londres. Al estar tú aquí… creo que
puedes adivinar lo que siente.
—Y tiene razón —murmuró—. No debía yo estar aquí.
—No tuviste mucha oportunidad —replicó Matthew seco—. Y fue mi culpa.
Además, podemos comportarnos como adultos civilizados. No es como si pudieras
lastimar a Bárbara con tu presencia aquí.
—No —pero la referencia a Bárbara la incomodó.
—Así que —continuó él—, ¿cómo te sientes? Maggie y Geoff vendrán a verte
mañana. Tu… tío te envió sus mejores deseos.
—Gracias —Rachel capturó sus labios entre los dientes. No deseaba verlos, mas
no podía decirle eso a Matt. Encontraba sumamente difícil decirle cualquier cosa.
—Me asustaste a morir —añadió él de pronto y el pulso de ella se apresuró al
escuchar la violencia en su voz. Hasta ese momento la actitud de Matt no la hizo
pensar que lo sucedido lo había afectado mucho—. Pensé que te había matado —
continuó—. ¡Te asombrarías de cómo afecta eso a la mente!
Rachel no podía dejar que continuara y, buscando algo que decir, pensó en la
hija de Matthew.
—¿En… encontraste a Rosemary? —preguntó como si él pudiera estar ahí si la
niña estuviera perdida, y él frunció el ceño ante el obvio non sequitur.
—Ella regresó. Lo creas o no, estaba preocupada por ti.
—¿Lo estaba? —Rachel levantó los labios—. ¡Nunca lo creería!
—No —los ojos de Matthew estaban fijos—. ¿Vas a decirme por qué?
—No —Rachel suspiró—. Creo qué no, al menos no ahora.
—Eso presupone que hablaremos de nuevo.
—¿Y no lo haremos? —lo retó mirándolo a los ojos y vio que él sonreía.
—Quizá —aceptó—, si eso es lo que deseas.
—Estoy en tu casa, Matt. Lo que yo desee no importa.
La sonrisa de Matthew desapareció.
—No tienes que adoptar esa actitud, Rachel. Pensé que al fin empezábamos a
comunicarnos.
—¿Comunicar? Ayer… no, hace dos días, prácticamente echabas espuma por la
boca porque yo jugaba con tu hija.
—¡Esa es una exageración!
—¿Lo es? Pensé que por eso estaba yo aquí.
—¡Eso fue un golpe bajo! —gruñó Matthew.
—Sí. Sí, lo fue —Rachel se movió un poco desesperada. Si no se iba pronto, iba
a humillarse por completo al estallar en lágrimas. No quería que Matthew fuera
bondadoso y considerado. Se sentía más a salvo cuando la miraba como ahora.
—¿Así que no quieres verme de nuevo? —inquirió, rudo. Ella cerró los ojos
contra el traicionero deseo que sentía de estirarse y tocarlo.
—Yo sólo… pensaba que… estoy muy cansada —expuso sin firmeza—.
Gracias… gracias por traerme mis cosas. Lo aprecio.
—No hay problema —respondió Matt y el desapego en su voz era elocuente
respecto a sus sentimientos—. Le diré a la enfermera Douglas que deseas descansar.
Capítulo 6
Rachel tenía diecisiete años cuando conoció a Matthew Conroy.
Aunque hubiera deseado continuar en la escuela, su prima Bárbara, que era
nueve meses mayor, dejó el colegio a los dieciséis y, naturalmente, se esperaba que
Rachel hiciera lo mismo. Después de todo, no tenía dinero propio y no era justo que
sus tíos llevaran la carga de su educación por dos años más.
Así que, en vez de quedarse en la escuela, obtuvo un trabajo en Penrith y se
registró en la escuela nocturna. Por supuesto que no siempre era fácil llegar a casa
desde Penrith después de las clases, sobre todo durante los meses de invierno
cuando los caminos a Rothside se cubrían de hielo o nieve. Ella estaba decidida a
terminar el curso y el aliento de sus maestros compensaba cualquier menosprecio
que recibiera en casa.
Bárbara aún no tenía trabajo, ya que consideraba que el tipo de empleo con el
que Rachel se conformó, era muy inferior. El encargarse de una caja en el
supermercado no era algo que Bárbara consideraría y últimamente sus padres
pensaban enviarla a una escuela secretarial particular.
Mientras tanto, Rachel trabajaba duro para aprobar sus exámenes, lo que no
siempre era fácil, cuando el supermercado cerraba hasta las ocho y ella tenía que ir a
casa y analizar algunas de las obras de Arthur Miller. En las noches en que tenía
clases, terminaba temprano, no iba a casa y asistía a clases a las siete. En
consecuencia, durante esos meses de invierno se enfriaba hasta los huesos cuando
salía de la escuela nocturna y sentía sus dedos tan helados que apenas podía sostener
una pluma en ellos.
Parte del tiempo iba a una cafetería, aunque había un límite de tiempo para
comer una hamburguesa y un tazón de café y el propietario del negocio la miraba
displicente.
Una noche perdió el último autobús a casa. No fue su culpa. Inmersa en una
discusión sobre los poetas de guerra, no notó que la nieve se acumulaba tras las
ventanas de la escuela y no fue hasta que salió que supo lo que había sucedido. Por
las condiciones del clima, el servicio de autobuses se suspendió y Rachel se quedó
varada.
Lo que era peor, todos sus amigos de la escuela ya se habían dispersado para
cuando ella regresó de la estación de camiones.
Luchaba por controlar el pánico que la amenazaba. Siempre había taxis, por
supuesto, mas no tenía dinero para pagar uno. O podía caminar los
aproximadamente diez kilómetros que había a Rothside, pero dadas las condiciones
y el hecho de que estaba oscuro, esa apenas sería una alternativa y, sin embargo,
¿qué más podía hacer?
Primero pensó que el hombre que salía de los edificios de la universidad era su
maestro de inglés. Tan pronto Rachel se apresuró por el estacionamiento,
comprendió su error. El señor Evans no era tan alto como el hombre que ahora se
subía el cuello para protegerse del frío. Cuando la agitada respiración de la chica
hizo que él volviera la cabeza y la mirara, ella vio que era mucho más joven que el
profesor de inglés. Además, ¡lo reconoció!
Hasta esa noche, lo que conocía de los Conroy se limitaba a las veces que los
había visto en la villa. Aunque el tío de ella a veces visitaba la casa con un pretexto
de caridad u otro, no eran en realidad visitas sociales. La tía Maggie nunca iba con él
y las únicas invitaciones de Rothmere para la señora Barnes fueron para organizar la
fiesta anual de la iglesia, que era tradición se efectuara en los terrenos de la casa.
Todo lo que Rachel sabía de ellos, era lo que había oído, leído en los periódicos
locales o por los chismes de la tía Maggie, que no siempre eran confiables.
Reconoció a Matthew Conroy al instante. Unos meses antes, ella estuvo entre la
multitud de mirones en la iglesia de la villa, cuando la hermana de él se casó con
Gerald Sinclair, y como Matthew fue uno de los padrinos, fue muy visible. Su
presencia causó mucha especulación en Bárbara y sus amigos, quienes lo
consideraban el “rompecorazones” local.
Y era agradable de ver, concedió Rachel, aunque en ese momento, la apariencia
era lo que menos le importaba. Al descubrir que no era el señor Evans o alguien a
quien pudiera pedirle dinero prestado para el taxi, se desilusionó mucho.
—Yo… lo siento —trató de alejarse—. Creí que era alguien más.
—¡Qué lástima!
Matthew hizo un gesto y Rachel no estaba de humor para responder a su pulla.
Se preguntaba si quedaría alguien en el edificio que pudiera ayudarla y ni siquiera se
preguntó qué hacía él en la universidad.
—Te conozco, ¿verdad? —las palabras de Matthew la tomaron por sorpresa, y
lo miró incrédula.
—¿Sí? —no le creyó. Estaba acostumbrada a los avances de los chicos y, aunque
no se consideraba una belleza, sabía que los ojos verdes y el cabello rubio disfrazaban
multitud de fallas. Matthew Conroy no era un chico sino un hombre y significaba
complicaciones que ella no podía permitirse.
—Sí. Eres de la vicaría —Matthew acortó el espacio entre ellos—. No eres la
hija, eres la sobrina.
—¿Cómo sabes eso? —inquirió Rachel, sorprendida.
—Tengo ojos. Te he visto por la villa y tú también sabes quién soy yo ¿verdad?
No finjas que no, porque puedo ver que sí.
—¿Puedes? —Rachel quitó los copos de nieve de sus pestañas y pensó que era
ridículo estar ahí parada charlando bajo la nevada.
—¿Esperas a alguien? —Matthew buscó por el estacionamiento.
—No —Rachel inhaló profundo.
—¿Entonces qué haces aquí? Ya es tarde. ¿No deberías estar en casa?
Rachel vaciló y entonces tomó la más importante decisión de su vida.
—Perdí el último autobús a casa. No exactamente, es que se suspendió por el
clima. Esperaba encontrar a alguien que me prestara para el taxi. Por eso estoy aquí.
Supongo que tú no…
—¿Es en serio? —el rostro de Matthew reflejó su cambio de humor.
—Sí… —Rachel tragó.
—¡Debes de estar loca! ¿Ibas a pedirle a un extraño dinero para el taxi?
—¡No le iba a pedir a un extraño! —replicó—. Si tú no hubieras estado aquí,
intentaba pedirle a mi maestro de inglés. Pensé que eras él, pero no te preocupes,
estoy segura de que hay alguien más…
—¡Espera! —como ella empezaba a alejarse, él la jaló de la correa del morral y la
hizo volverse—. ¿Quieres decir que eres miembro de esta facultad?
—Si preguntas si tomo clases aquí, entonces sí —le dijo indignada—. ¿Qué
creías, que trataba de conquistarte?
—¡Olvídalo! —replicó Matthew—. Yo te llevaré a casa.
—No lo harás —Rachel estaba demasiado molesta para pensar bien—. No
necesito tu ayuda, señor Conroy, y ahora, si me disculpas… —fue sarcástica.
—¡No seas tonta! —Matthew enredó la correa en su mano. Lanzó una mirada a
la nieve espesa y continuó—: ¿Qué te hace pensar que un taxista haría el recorrido a
Rothside esta noche?
Rachel apretó los labios. No quería mostrar lo preocupada que estaba, aunque
él tenía un punto a favor. ¿Y si nadie aceptaba llevarla a casa?
—¿Por qué desearías llevarme? —le preguntó al fin y él, presintiendo su
conformidad, desenredó la mano de la correa.
—¿Por qué no? Llámalo mi obra buena del día. Vamos, mi coche está por ahí.
Ella lo siguió al auto y sus pies calzados con botas se movían con renuencia, a
pesar de su tácita aceptación del ofrecimiento. Después de todo, lo que sabía de él era
su identidad y era tan extraño como cualquier taxista. Y al menos al taxista le pagaría
dinero por sus servicios. ¿Qué tipo de pago exigiría Matthew Conroy?
Volvió la cabeza y miró por la ventana la nieve que caía. El coche era un capullo
cálido en un mundo blanco y frío. Se preguntaba cómo sería tener un coche así y
decidió que, en su mundo, la gente siempre sería más importante que sus posesiones.
Había bastante tránsito en Penrith, pero cuando llegaron a la carretera de dos
carriles que conducía a la autopista, los coches que pasaban eran pocos y
distanciados entre sí.
—Es una noche espantosa —comentó Matthew al fin cuando Rachel estrujaba
su cerebro para pensar algo que decir, y asintió aliviada.
—Tú… tal vez tenías razón sobre el taxi —murmuró y colocó su morral de
forma más cómoda junto a sus pies—. No sé qué habría hecho si no te hubiera
encontrado. ¿Crees que me habrían dejado dormir en la estación de autobuses?
Después de todo, no fue mi culpa que cancelaran el servicio.
Matthew la miró y la luz que entraba por las ventanas dejó ver sus facciones
pensativas. En realidad, era un hombre muy atractivo, pensó Rachel con los ojos fijos
en esa cara delgada. Su piel era oscura y aunque la joven adivinaba que él se había
afeitado antes de salir de casa esa noche, ya tenía una sombra que oscurecía su
mentón. Y su cabello húmedo, que brillaba aquí y allá con los copos de nieve,
parecería una maraña porque estaba demasiado largo, pero no. Rozaba el cuello de la
camisa por detrás y caía sobre la frente en mechones desarreglados, y Rachel sintió la
más ridícula urgencia de pasar sus dedos a través de él y arreglarlo hacia atrás del
cráneo.
—No creo que las compañías de autobuses trabajen así.
A ella le tomó un minuto comprender lo que Matthew decía. Una ola de calor
recorrió su cuerpo al darse cuenta de lo que pensaba y luchó para encontrar una
respuesta antes que él notara que algo estaba mal.
—¡Oh, bueno! Entonces hubiera tenido que buscar un hotel —musitó
apresurada—. Me alegra que no tuve que hacerlo.
—En especial sin dinero —observó Matthew, seco, y ella pretendió estar absorta
en ajustar su cinturón—. ¿Qué curso tomas en la universidad? ¿Y no podrías faltar
una noche? —él movió la cabeza—. Si yo fuera tu tío, creo que no te dejaría ir al
pueblo por la noche.
—Él no me deja —Rachel humedeció sus labios—, quiero decir que no voy al
pueblo de noche. Yo trabajo en Penrith. Fui directo del trabajo a la escuela nocturna.
Estudio literatura inglesa en el nivel A.
Las cejas oscuras de Matthew descendieron.
—Ya veo —vaciló—. ¿Y tus jefes te pagan los gastos?
—¡Cielos, no! —Rachel casi reía ahora—. No creo que consideren importante
que yo entienda a Shakespeare o la literatura del siglo veinte.
—No lo creo —repitió y evitó verlo—. ¡Oh, mira! Ahí está la iglesia. ¿No es
bonita?
Matthew lanzó una ojeada a la iglesia antes de detener el Mercedes ante las
rejas de la vicaría. Cuando Rachel soltó el cinturón de seguridad y se inclinó para
recoger su morral, él señaló quedo:
—No me dijiste tu nombre.
—¿Qué? —se apoyó en el asiento y lo miró aturdida—. ¡Oh! Rachel, Rachel
Barne. Mi padre era hermano del tío Geoff.
—Sí, conozco el parentesco —declaró Matthew—. Tu padre fue doctor,
¿verdad? ¿No tienes inclinación a seguir los pasos de tu padre?
—No —Rachel movió la cabeza y evitó mencionar que aunque la tuviera, que
no era así, no había forma de sufragar los años de entrenamiento que se requieren en
esa profesión.
Un breve rayo de luz sobre el sendero cubierto de nieve reveló que alguien
espiaba a través de las cortinas de la estancia de la vicaría y Rachel adivinó que su tía
escuchó el coche. Por supuesto que Maggie Barnes ignoraba lo que sucedía ante las
rejas, pero cuando su sobrina apareciera, sumaría dos más dos. Rachel había
planeado decir que tomó el autobús, como de costumbre. Se negaba a discutir la
bondad de Matthew con su familia, ya que sabía cómo su tía y Bárbara podían
reducir el acto más inocente a algo sucio.
Ahora, al darse cuenta de que cuanto más tiempo estuviera en el coche, su tía
entraría en más sospechas, alcanzó la palanca de la puerta.
—Yo… gracias por traerme a casa —murmuró y adivinó que él también vio el
movimiento de cortinas—. Probablemente salvaste mi vida.
—¿Pero no tu reputación? —remarcó perezoso, confirmando así que vio el
traicionero rayito de luz.
—¡Oh! —Rachel levantó los hombros en un gesto despreocupado—. Estoy
segura de que mis tíos te estarán agradecidos.
—¿Sí? —Matthew pareció convencido y aunque el seguir ahí sentada hablando
con él, era tanto agradable como excitante, la chica comprendió que también era
peligroso, porque para ese hombre podría ser una diversión. Rachel presentía que
para ella significaría mucho más. ¡Y eso era estúpido!
—Debo irme —dijo y apretó el morral contra su pecho como para crear una
barrera física entre ellos que pudiera proteger su inocencia. Porque ella era inocente
comparada con él, y no tenía intenciones de engañarse al respecto.
—Está bien.
Él no objetó cuando ella abrió la puerta, ya que la nieve que caía hacía poco
práctica una larga despedida. Se inclinó hacia el asiento del pasajero y dijo:
—¡Buena suerte!
Capítulo 7
Rachel pensó que esa sería la primera y única ocasión en que hablara con
Matthew Conroy. Normalmente, sus senderos no se cruzaban y aunque ella
descubrió las razones de él para haber estado en la universidad esa noche, pues fue
un conferencista huésped sobre tecnología en computación, no imaginaba que eso se
repitiera. Y si así fuera, la probabilidad de volver a encontrarlo era una en un millón.
Aceptó la opinión de su tía de que ella lo forzó a ofrecerle llevarla a casa y que
le causó gran bochorno a su tío. Maggie Barnes señaló que Rachel no debió ir a la
escuela esa noche y quizá tenía razón, aunque nunca aprobó que su sobrina asistiera
a clases nocturnas.
Y eso fue todo, hasta que llegó la carta.
El sencillo sobre blanco la esperaba cuando Rachel regresó de trabajar, una
semana después. Tanto su tía como su prima tenían curiosidad sobre la misiva;
aunque supusieron que era sobre el curso que tomaba y le permitieron abrirlo a
solas, de lo cual se alegró cuando leyó el contenido. Era una invitación para una
entrevista en los estudios de Kirkstone Television en Penrith. Si la entrevista tenía
éxito, le ofrecían la oportunidad de entrenarla como recepcionista y con
oportunidades de avanzar siempre y cuando adquiriera los conocimientos
necesarios.
Con dedos temblorosos volvió al final de la carta, convencida de que Matthew
Conroy tenía que ver en eso, a pesar de que la firma le era desconocida. Su corazón
palpitó con rapidez al comprender que él no la había olvidado.
Su tía y su prima fueron pesimistas. No se dieron cuenta de que Rachel
sospechaba que Matthew Conroy era responsable de la invitación y supusieron que
un profesor de la escuela había arreglado todo.
—Es obvio que él no tiene idea de lo difícil que es obtener trabajo, cualquier
trabajo, en la televisión —remarcó Bárbara y arrojó la carta al sofá—. Es probable que
conozca a alguien que arregló la entrevista para ti, pero eso es todo. Lo difícil es
obtener el trabajo, no ser invitada a una entrevista.
Rachel ya lo sabía, mas eso no impidió que su ánimo subiera. La idea de
trabajar en televisión, aunque de forma humilde, era excitante y sus sueños de
convertirse en periodista podían realizarse si tenía éxito y se unía al equipo de
periodistas de la estación.
Pasaron seis semanas antes que viera a Matthew Conroy de nuevo y para
entonces ya era aprendiz de telefonista, en Kirkstone Television. Su entrevista tuvo
éxito y durante las últimas tres semanas aprendía una variedad de habilidades
necesarias en el trabajo. No lo encontró difícil, porque hablar con la gente nunca fue
problema para ella. Cuando Matthew apareció, Rachel ya había ganado más
confianza, debido en cierta forma a la ayuda para compra de ropa, que era parte de
su salario.
Aun así, cuando Matthew entró al área de recepción, la excitación de la joven al
verlo de nuevo casi la dejó muda. Y más tarde, cuando la invitó a tomar un café con
él, apenas pudo levantarse de la silla y seguirlo a la sala de Consejo.
Por supuesto que fue un error involucrarse sentimentalmente con él, mas
entonces Rachel estaba cegada a las posibles consecuencias de su locura. En lo que a
Matthew concernía, su sentido común la abandonó y aunque sabía que estaba
comprometido con alguien más, se convenció de que no hacía daño al ser amistosa.
Después de todo, él había intervenido para que ella obtuviera ese empleo, se consoló
a sí misma. Durante los primeros días en la estación supo que Matthew era un
miembro activo del consejo de administración.
En las semanas que siguieron, pronto fue evidente el interés de Matthew en
ella, que iba más allá de una relación casual. Fue más obvio cuando la invitó a
navegar en velero, pues en lugar de llevarla a una costa pública, la llevó a Rothmere.
No necesitó la mirada de desaprobación de la madre de él para saber que ambos
hacían algo imprudente y que aun cuando había pocos años entre ellos, la distancia
en antecedentes era enorme.
Fue mientras estuvieron en el bote que Rachel empezó a comprender en qué se
metía. Matthew tenía sólo ocho años más que los diecisiete de ella, pero era
inconcebiblemente mayor en experiencia y cuando la joven, tan inexperta, se
tambaleó y cayó al fondo del yate, no hubo nada inmaduro en la forma en que él la
levantó.
Un minuto yació en el suelo del bote y, al siguiente, en los brazos de Matthew.
De alguna forma, nunca supo cómo la camisa de algodón que llevaba se separó de la
cintura de sus jeans y los dedos investigadores de Matthew tomaron completa
ventaja de ese hecho para apresarle la cintura desnuda.
—¿Estás bien? —inquirió ronco, su aliento cálido contra la garganta de Rachel,
quien sólo pudo asentir—. Nunca me podría perdonar si estás lastimada —añadió y
le apretó la cintura con manos posesivas—. Creo que debo examinarte, únicamente
para aseguramos de que no hay huesos rotos.
—¡Oh, no! ¡No es necesario! —casi se ahogó con las palabras, cuando descubrió
que él sonreía.
—Estamos demasiado viejos para jugar a doctores y enfermeras —comentó
Matthew, aunque no hacía intentos por dejarla ir—, pero si quieres hacerlo no tengo
objeción. ¿Quién será el paciente primero?
Fue más fácil evitarlo en el trabajo de lo que pensó. Lynn Turner, quien
trabajaba con Simon Motley, uno de los productores asociados del programa local
Newsreel, estaba embarazada y sufría por las mañanas, por lo que necesitaba un
reemplazo temporal. A todas las recepcionistas se les dio oportunidad de probar el
puesto, pero como exigía tiempo completo, sin ventajas obvias, Rachel fue la única
voluntaria y lo obtuvo. En consecuencia, a día siguiente se cambió al piso superior y
compartió una oficina con Simon y su secretaria. La excitación de ser parte del
programa de producción la ayudó a mitigar su dolor por la pérdida de Matthew.
Su relación, si así podía llamársele, estaba terminada y los largos días del
verano se extendían frente a ella, desolados y solitarios. No tenía idea de que lo
extrañaría tanto y se alegraba de que sus tíos y Bárbara estuvieran lejos cuando
luchaba por contener su pena. Sería humillante si supieran que lloraba todas las
noches hasta dormirse. Por la mañana, disfrazaba sus ojos hinchados con maquillaje,
antes que nadie en el canal de televisión la viera.
El fin de semana fue peor. No había Newsreel los sábados y domingos y aunque
la programación continuaba, ella no participaba.
En consecuencia, el sábado por la noche su ánimo estaba en el nivel más bajo
cuando Matthew llegó a su puerta. Rachel se preparaba una tostada con queso para
cenar en la cocina y no oyó el coche. Después se dijo que debió verificar quién era su
visitante antes de abrir precipitada la puerta, mas en ese momento no se le ocurrió.
Fue un impacto descubrir al hombre que trastornaba su vida parado con el
hombro apoyado contra el marco de la puerta. Ni siquiera tuvo tiempo de lamentar
su aspecto antes que él se enderezara y la hiciera retroceder. Matthew cerró la puerta
tras él y forzó a Rachel a seguir por el pasillo.
Ella pensó que estaba enojado, mas eso no describía los sentimientos de
Matthew en ese momento. Estaba furioso y ella retrocedió, presa del pánico.
—¿A qué demonios crees que juegas? —demandó Matthew y la acorraló en la
cocina, donde el queso de la tostada empezaba a quemarse. Rachel pensó que ese
hombre era muy atractivo, aunque estuviera enojado. Era una noche cálida y él no
llevaba chaqueta y su camisa azul marino estaba abierta en el cuello. No era un
hombre velludo, mas tenía vellos en la base de su garganta que se rizaban sobre la
camisa abierta y brillaban, por el calor.
—No sé qué quieres decir —respondió ella y estiró la mano para rescatar su
tostada, pero él le apartó el brazo. Apagó la parrilla y permitió que el humo del
queso quemado ondulara por la cocina. Sujetó a Rachel de la muñeca, tiró de ella y la
sacó de la habitación.
Abriendo puerta tras puerta, encontró la estancia y arrastró a la joven, dentro;
prácticamente la lanzó sobre el sofá.
—Ahora —dijo parado frente a ella—, ¿vas a decirme que no me has evitado? Y
no mientas. No soy un completo idiota.
—Ni yo —replicó Rachel, trémula.
—¿Debo entender algo de ese comentario? —inquirió, peligroso—. Rachel, te
advierto, mi paciencia se acaba. O me dices qué sucede o… o…
—¿O qué? —musitó ella y apoyó los codos sobre sus rodillas, acunando su
ardiente rostro entre las palmas de sus manos—. ¿Qué puedes hacerme que no me
hayas hecho ya?
—¿Hablas en serio? —la respuesta de Matthew fue mucho más asombrada que
violenta—. ¡Por todos los cielos! ¿Qué te he hecho Rachel? Pensé que éramos…
amigos.
—¿Por cuánto tiempo? Sabes muy bien que ahora… que Cecily regresó, ya no
me necesitas.
—¿Quién te dijo eso?
—No necesité que me lo dijeran —Rachel no lo miraba—. Sabes que es cierto,
así que, ¿por qué no lo admites?
—No es verdad —con un apagado juramento, Matthew se sentó en el sofá junto
a ella y la depresión de su peso causó que la chica se inclinara hacia él de forma
automática. Cuando Matt le pasó un brazo por los hombros, ella se tensó y se apartó
—. ¡Estás loca! —frustrado, la tomó de la barbilla y le levantó el rostro—. Tonta. No
estoy interesado en Cecily. Te lo dije antes. ¿Es que acaso te resulta tan difícil confiar
en mí?
—Pero de todas formas vas a casarte con ella.
—No, no lo haré. ¿Por qué no me crees? ¿Alguna vez te he mentido?
—No lo sé —contestó Rachel, temblorosa.
—Sí, lo sabes. El hecho de que yo no haya dormido contigo todavía, no significa
que no lo desee.
—De todas maneras, no te hubiera dejado.
—¿No? —la mirada de Matthew cayó sensual sobre los labios femeninos y en el
rápido movimiento de los senos—. Cariño, si eso fuera todo lo que yo quisiera; tú no
podrías detenerme.
—¿Por que eres tan irresistible? ¿Es eso?
—Sólo estoy seguro de ti —corrigió, se inclinó y le tocó los labios con la lengua
—. Deja de contenerte cuando no hay por qué, y no pretendas que no quieres verme
o no seré responsable de mis acciones.
—¿Y qué hay con Cecily? —persistió Rachel y se puso de pie—. Ni siquiera
hablas de ella. Cuando menciono su nombre, cambias de tema.
—¿No escuchas, verdad? —gruñó él y se incorporó también; se paró justo
detrás de la chica—. ¿Qué quieres que diga? ¡Por todos los cielos, Rachel! ¡No lo
hagas más difícil de lo que es! ¿Por qué no podemos seguir como estábamos? ¿Qué
pasó que te hizo cambiar de opinión?
—Cecily regresó —musitó Rachel—. Todos lo saben; es del conocimiento
público en la villa. Dicen que ahora te casarás y especulan acerca de cuándo será.
—¡Oh, Dios! —el ruego de Matthew fue sincero y ella se estremeció cuando él le
puso las manos sobre los hombros—. Cecily regresó a Inglaterra desde principios de
mayo El que no haya estado aquí en Rothmere no significa que yo no haya
mantenido contacto con ella.
Rachel se puso rígida, pero cuando trató de retirarse él no lo permitió y en
cambio le masajeó los músculos tensos, que se negaban a relajarse.
—Deja de luchar contra mí —le rozó el cuello con los labios—. Pregúntame por
qué estuve en contacto con ella. No fue para arreglar una boda sino para todo lo
contrario.
—¿Entonces por qué regresó? —preguntó Rachel, inquieta.
—Esta es su casa —respondió Matthew—. ¿A dónde más iría? Tú no eres la
única que tiene orgullo… —hizo una pausa— y quizás ella espera que yo cambie de
parecer.
Rachel hizo un sonido de incredulidad, y movió la cabeza.
—¿Por… por qué debo creerte?
—¿Por qué no? —repuso áspero y sus manos se deslizaron sensuales por los
brazos de la joven hasta los codos. Sus pulgares rozaron los senos y ella lo escuchó
inhalar—. En cualquier caso, no deberíamos tener esta charla, por lo menos no
todavía. Tú aún tienes un año más de estudios que terminar.
—¿Qué tiene eso que ver con esto? —protestó Rachel y apenas se atrevía a creer
lo que oía.
—Lo sabes —musitó titubeante y entonces, como si perdiera el control de la
situación, la atrajo hacia él—, trato de ser razonable. ¡No se cómo he podido evitar
tocarte estos últimos meses! —sus manos se deslizaron por la cintura femenina y le
acariciaban los costados de los senos—. No quiero que pienses que trato de
apresurarte. Sólo deseo que sigamos como antes, antes que arruinaras esa semana
perfecta de mi vida.
—¿Y… y si yo no quiero continuar… como antes? —susurró convulsiva—.
¿Enton… ces qué?
Matthew la atrajo aún más y la rodeó con los brazos. Por primera vez en su
vida, Rachel sintió la excitación de un hombre y una sensación creciente de calor la
llenó ante la comprensión de lo que ella le hacía a él.
—No… no juegues conmigo, Rachel —dijo él con emoción en la voz—. El
hacerme probarte que me deseas tanto como yo no es muy sensato, así que si quieres
salir de aquí con tu virtud intacta, sería mejor que retiraras lo que dijiste.
¡Lo sentía! ¡En realidad lo sentía! El pulso de Rachel se aceleró y ahora ella
actuaba por instinto. Se apoyó en el cuerpo masculino y tomó la iniciativa pasando
sus manos por las costuras del pantalón de Matthew.
—Quizá… no me comprendiste —murmuró y él tragó—. Cuando dije que no
quería seguir como antes, no quise decir que no nos veríamos. Como tú lo
mencionaste antes, es precisamente lo contrario.
Entonces Matthew se estremeció y por un momento la apretó más. Pero como si
el sentido común y su innato sentido de la decencia prevalecieran, retiró su cuerpo
excitado de ella, aunque no mucho. Con sus manos, que no permanecían quietas, la
volvió para que lo enfrentara, aunque mantuvo la distancia.
—No comprendes… —empezó, mas ella lo interrumpió.
—No. Tú no comprendes —replicó y le miró el sombrío rostro frustrado. Poco a
poco bajó la vista por los planos del cuerpo viril y la detuvo sobre los muslos antes
de regresar a enfrentar los ojos entrecerrados—. ¿Qué te hace pensar que necesito
terminar la escuela antes de saber lo que deseo? ¡No soy una niña, Matt!
—¿Aunque a veces actúes como si lo fueras? —repuso Matt y trató de aligerar
la situación, mas ella no se lo permitió.
—¿Crees que soy una niña? —persistió ella y arqueó las cejas.
—No —aceptó ronco—. No te veo como una niña, pero eso no significa nada.
Veo lo que quiero ver, como cualquiera.
—¿Y… qué es lo que ves? —lo urgió y se inclinó hacia él. Matthew levantó su
cabeza con las facciones tensas.
—Yo veo… tentación —musitó y expelió el aire en un suspiro—. Rachel,
vayamos a algún lugar a discutir esto. Te llevaré a un paseo si quieres. Hasta
podríamos ir a Windermere y cenar. No querrás esa tostada quemada…
—¿Por qué no podemos quedarnos aquí?
Rachel habló con suavidad y lo dejó frío por un momento.
—Sabes por qué —caminó enojado hacia la puerta—. Te llamaré mañana.
Quizás entonces tengamos una conversación seria.
—¡Oh, espera! —impulsiva, Rachel lo siguió y lo alcanzó antes que tuviera
oportunidad de abrir la puerta. Deslizó sus brazos para rodearle la cintura por detrás
—¿Estás bien? —murmuró, sin dejar de besarla. Cuando al fin la poseyó, con su
lengua silenció el grito que voló a los labios de Rachel—. Está bien —susurró—. Te
amo y cuando la gente se ama, ¡esto es la cosa más maravillosa del mundo!
Capítulo 8
Y así fue. En parte temía comportarse como una tonta y esa noche Rachel
descubrió su verdadera sexualidad. Reconocía que Matthew fue un buen maestro, y
algunos hasta podrían decir que fue un maestro experto, pensó con amargura.
Cualquiera que haya sido la razón, fue gentil con ella, a pesar de la inexperiencia de
la chica.
Matthew sabía lo que ella sentía y en vez de poseerla con fuerza, que era lo que
deseaba hacer, según confesó después, despacio le devolvió la confianza. Permitió
que los palpitantes nervios de Rachel se calmaran.
Acarició y frotó sus senos, besó sus pezones y a veces tomaba la areola
completa dentro de la boca. De forma gradual, la llevó a un trémulo estado de espera
y sólo entonces empezó a moverse dentro de ella.
Ella creyó que sería doloroso, pero no lo fue. Su cuerpo estaba listo para el de él
y cuando Matthew encontró su ritmo, los músculos de ella se apretaron convulsos.
—¡Oh, Dios! —lo escuchó susurrar mientras ella lo sujetaba de los hombros y
enterraba las uñas en la piel húmeda—. ¡Dios, Rachel eres hermosa! No luches contra
esto, cariño. Vamos, déjate ir…
embargo, los meses pasaron y ella no concebía; tenía que enfrentar la posibilidad de
que quizá no pudiera.
Fue una época traumatizante y aun su éxito como presentadora en la televisión
no podía atenuar su infelicidad. De estar decidida a no tener un hijo pasó a desear
uno con desesperación, y todo sin el apoyo de Matthew o sin su conocimiento.
Entonces fue que Bárbara empezó a visitarlos para ayudar a Matthew. Como
director de varias otras compañías, además de Kirkstone Television, era un hombre
ocupado y fue sugerencia de la tía Maggie que Bárbara lo auxiliara como secretaria
de medio tiempo. Ella no tenía nada que hacer, ya que todavía no encontraba
empleo, y la tía Maggie dijo que él le haría un favor al proporcionarle experiencia.
Por supuesto que Matthew contaba con Patrick Malloy para hacer la mayor parte del
trabajo secretarial, mas no podía negar que otra mecanógrafa le sería útil. En
consecuencia, Rachel llegaba del trabajo muchas noches para encontrar que su
esposo y su prima compartían una bebida en la biblioteca, y aunque Lady Olivia
tampoco aprobaba la situación, no había nada que pudiera hacer.
Por su parte, las manos de Rachel estaban atadas. No podía pedirle a Matthew
que despidiera a su prima cuando ella no podía sustituirla. Y era incapaz de decirle
que quería un bebé, si era obvio que no podía tenerlo. A pesar de su creciente
hostilidad durante el día, por las noches su esposo la buscaba en la cama. Ese aspecto
de su relación era satisfactorio, aunque hubo ocasiones en que Matthew se
despreciaba a sí mismo por necesitar a Rachel.
Y entonces, una noche, ella llegó tarde a casa. Demasiado tarde, recordó con
amargura y se preguntó si aun así pudo haber salvado su matrimonio. Cuando llegó
el daño estaba hecho. Y nada de lo que Matthew dijera o hiciera, la persuadiría de
perdonarlo.
Poco después de casarse, Matthew le enseñó a conducir y le compró un
pequeño Peugeot deportivo para que pudiera transportarse.
Rachel recordó que camino a casa pensaba que quizás esa noche concibiera.
Lady Olivia no estaba, lo que no sucedía con frecuencia, y tendrían todo el lugar para
ellos solos, lo que anticipaba con genuina excitación. Los doctores que había
consultado opinaron que ella trataba demasiado de tener ese bebé, mas no
comprendían lo que significaba para ella. No sabían que estaba en peligro de perder
al único hombre a quien amaba. Tal vez esa noche tendría éxito, se decía ansiosa; si
no, no sería su culpa.
Pasaban de las diez cuando estacionó el coche frente a la casa y entró en ésta. La
vista del coche de su tío estacionado en la entrada fue intimidante porque significaba
que Bárbara todavía estaba ahí, y Rachel decidió que eso no la molestaría. Al entrar
fue directo a la biblioteca, dispuesta a disculparse, si era necesario, por su demora.
Pero no había nadie ahí. Unos vasos vacíos estaban sobre un escritorio y una botella
vacía de escocés tirada bajo una silla.
La joven recordó que él salió de la casa después de eso y que ella apenas pudo
subir por la escalera y preparar una maleta con ropa para los días siguientes.
Entonces partió. No se llevó el coche; llamó un taxi y sólo Watkins vio irse a la
afligida figura.
Lo irónico fue que Matthew la siguió. Ella nunca pensó que lo haría, pero lo
hizo. Fue difícil para él encontrar la dirección del apartamento que rentó de forma
temporal en Penrith; y una vez que fue evidente que ella no regresaría, él fue a
buscarla.
Era demasiado tarde. Rachel se negó a hablarle, se encerró y no respondió a sus
llamadas. Por supuesto, eso no podía continuar. Su trabajo en los estudios se
quebrantaba, y sabía que era cosa de tiempo antes que se viera forzada a dejar el
área.
Su tío fue a verla también, aunque tampoco tuvo éxito. Su comentario de que
Bárbara estaba avergonzada por lo sucedido no era creíble, en particular cuando ésta
no mostró remordimiento. Y cuando la tía Maggie fue a verla seis semanas después
para decirle que Bárbara esperaba un hijo, Rachel no titubeó en buscar el divorcio.
Pasaron días y semanas, que fueron peor que el purgatorio para Rachel, aunque
al menos Matthew ya no la molestaba. Lo de Bárbara y los papeles del divorcio
mataron al fin cualquier interés que tuviera en ella. Simon Motley le ofreció usar su
influencia para conseguirle trabajo en Londres y Rachel brincó ante la oportunidad
de dejar atrás esa miserable etapa de su vida.
No estaba totalmente terminada. Una semana después de cambiarse a un
apartamento de Kensington, Rachel enfermó por la noche. Doblada de dolor, no
pudo hacer nada hasta la mañana cuando llamó a los estudios y explicó que
necesitaba un doctor. Sangraba y pensó que sería su período, aunque nunca se sintió
tan enferma antes.
El doctor fue compasivo, pero no pudo ayudarla. Era demasiado tarde. Sufría
un aborto y, como esperó tanto para llamarlo, no había nada que hacer.
Estaba destrozada con la noticia después de todo lo pasado. Durante varios días
fue incapaz de hacer algo más que llorar y el doctor le aseguró que era una reacción
natural, aunque ella sabía que no. Se culpaba y le llevaría meses, años, antes que
pudiera aceptarlo. Sabía que encontrar a Bárbara y a su esposo borró cualquier
consideración de su mente. Por mucho tiempo llevaría la carga por la pérdida de su
bebé; era un niño perfecto, le dijeron cuando preguntó. El hijo de Matthew, lo único
que hubiera salvado su matrimonio.
Entonces fue que Justin la consoló y aunque su asociación había sido por corto
tiempo, él la hizo sentir que al menos tenía un amigo en Londres. Fue poco después
que le contó toda la historia, con todos sus horribles detalles.
Capítulo 9
Rachel estaba sentada cerca de la ventana cuando escuchó un ruido junto a su
puerta la mañana siguiente. Se sentía mucho mejor, no tan temblorosa como el día
anterior, mas le costaba trabajo aceptar la opinión del doctor Newman en cuanto a
que le tomaría días poder conducir de regreso a Londres.
Al oír el extraño sonido como de papel estrujado, se levantó, caminó hasta la
puerta y la abrió.
Rosemary prácticamente cayó dentro del cuarto. Era evidente que estaba
inclinada, posiblemente espiando por la cerradura, pensó Rachel.
—Debemos dejar de vernos así —comentó cuando la niña se levantó y metió la
bolsa de dulces en el bolsillo de sus jeans—. ¿Querías algo?
Las mejillas de Rosemary estaban sonrojadas y casi parecía atractiva. Era su
palidez lo que daba a su rostro esa apariencia enfermiza, pero ahora, con color en las
mejillas y su cabello peinado en una apretada trenza, parecía bastante bonita.
—Vine a ver cómo estabas —respondió cuando Rachel regresó a la silla.
Rosemary la observó acomodarse en los cojines y entonces hizo un gesto—. Supongo
que de nuevo fue mi culpa que te cortaras la cabeza. Vine a decirte que lo siento, que
siento que te lastimaras.
—Sí, yo también —murmuró Rachel; se apoyó en los cojines y se sentía
ridículamente cansada para tan poco ejercicio—. No te preocupes, no fue tu culpa. Yo
sólo tropecé… eso es todo. Pudo pasarle a cualquiera.
Rosemary vaciló, mordió su labio y luego regresó a cerrar la puerta.
—Papito estaba muy preocupado por ti —le confió y se acercó—. Creo que
pensó que te había matado —añadió dramática—. Estabas ahí sobre la arena, sin
moverte y entonces yo vi la sangre y él palideció.
—¿Palideció? —repitió Rachel y medio deseaba que la niña se fuera para que
ella pudiera dormir un poco; mas al lograr tan dudoso entendimiento con la niñita,
no deseaba que resurgiera su hostilidad. Todo lo que Rosemary necesitaba era
atención y Rachel se preguntaba cuánto hacía desde que alguno de sus padres se la
dio.
—Tú sabes —decía Rosemary—, como que… se hizo pedazos. Dice abuelita que
fue por la impresión, pero yo creo que fue algo más.
—¿Sí? —Rachel suspiró y miró a la niñita con cautela. Había veces en que
Rosemary era perceptiva, y la joven temía revelar algo.
—Sí —Rosemary hizo una pausa, volvió a sacar la bolsa de dulces y le ofreció
uno a Rachel. Cuando ella negó, la pequeña tomó un chicloso y lo desenvolvió con
aire de alguien que va a dar a conocer un secreto de estado—. Creo que mi padre
estaba tan deprimido porque le gustas.
—¿Le gusto?
—Sí. Parecía enojado…
—No parecía enojado, Rosemary, estaba enojado —le informó Rachel y luego
añadió—: Más que nada porque no le dijiste a nadie a dónde ibas.
—¡Oh, eso!
—Sí, eso —Rachel miró reprobadora a la chiquilla—. Sabes que estuvo mal,
¿verdad?
—A nadie le preocupaba antes dónde estaba yo —replicó y arrastró los pies
sobre la alfombra—. Excepto a abuelita, a veces.
—¡Oh Rosemary! ¡Eso no es verdad!
—Sí es verdad —la niña fue inflexible—. Pregúntale a cualquiera. La señora
Moffat dice que me permiten vivir como una salvaje.
—La señora Moffat quizás hablaba… de cuando tu madre estaba enferma.
Entonces nadie podía cuidarte y tu padre estaba muy deprimido…
—No —Rosemary escondió las manos en sus bolsillos.
—¿No qué? —la urgió—. ¿Mamita no podía cuidarte…?
—No, ella nunca me cuidó —tartamudeó con amargura—. Siempre estaba muy
ocupada para hablarme y papito nunca estaba aquí.
Rachel jadeó.
—Seguro que te equivocas, quiero decir, tu mamá se preocupaba por ti y tu…
tu padre es un hombre muy ocupado.
Rosemary no estaba convencida.
—De todas formas, la señorita Seton me cuidaba —dijo—. Hasta que papito se
deshizo de ella y contrató a Agnetha.
—¿La señorita Seton?
—Era agradable —la niña se relajó transformó sus facciones. Su parecido con
Matthew nunca fue tan marcado y los músculos del estómago de Rachel se tensaron
—. Quería que se quedara pero papito dijo que era demasiado vieja, y yo también
para tener una nana.
—Ya veo.
—De todas formas, no necesito que alguien me cuide —aseveró Rosemary de
pronto—. Yo puedo cuidarme, mejor de lo que tú puedes, me parece. ¿Por qué no le
dijiste a papito que me perseguías?
—¡Oh! —no era fácil responder y Rachel estaba cansada—. Digamos que es
nuestro secreto —murmuró—. ¿Sabe él que compras cigarrillos en la tienda?
—No. Pero sí sabe sobre los cigarrillos. Agnetha se lo dijo.
—¿Agnetha? —Rosemary asintió.
—Los encontró en mi dormitorio y me acusó. Papito estaba furioso, dice que me
va a mandar a una escuela porque soy muy desobediente. Apuesto a que él fumaba
cuando era chico, ¡y apuesto que abuelito no lo castigó!
—No estaría tan segura si fuera tú —dijo Rachel, cuando se abrió la puerta y
apareció la pequeña pero imponente figura de Lady Olivia.
Rachel gimió ante la intrusión y Rosemary adoptó una pose desafiante, como si
no debiera estar ahí, y quizá así era. Matthew no aprobaba que Rachel se relacionara
con la niña y tal vez Lady Olivia tampoco.
—Así que aquí estás —dijo la mujer mayor—. Pensé que tu padre te había
advertido sobre volver a desobedecerlo. Vete de inmediato, Agnetha te espera y no te
metas en los establos. El señor Ryan tiene órdenes de no permitir que te acerques a
Marigold por lo menos en una semana.
—Sí, abuelita.
A Rosemary no le quedó alternativa y Rachel, al mirar las sombrías facciones de
Lady Olivia, no pudo evitar pensar que ella misma habría actuado igual. Esperaba
que la anciana no causara problemas. En ese momento, ella no tenía energía para
defenderse.
Le ofreció una sonrisa a la niña cuando salía, e hizo un decidido esfuerzo para
reunir fuerza. Ella y Lady Olivia tuvieron muchas confrontaciones en el pasado, pero
la joven nunca se sintió menos preparada para hacerlo. La anciana adivinaba eso y ya
poseía una amplia ventaja.
—Bueno, Rachel —decía ahora quo la puerta se había cerrado. Delgada y
elegante, la madre de Matthew se sentó sobre la otomana y cruzó sus tobillos de
forma aristocrática—. El doctor Newman me dice que te sientes un poco mejor esta
mañana.
—Sí, así es. Lamento ser una molestia.
—No, para nada —la innata cortesía de Lady Olivia no le permitía ser ruda—.
Sin embargo, debes admitir que es una situación extraña.
—Sí —Rachel inhaló—. Puede estar segura de que tan pronto pueda, me iré.
Lady Olivia no respondió; parecía que no encontraba las palabras, hasta que al
fin comentó:
—Parece que tuviste éxito con Rosemary.
—Yo no diría eso —Rachel tragó.
—No veo cómo el desplegar artificios ante las masas te habilite como sicóloga
infantil. ¿Cómo es que las mujeres que consideran el embarazo como una vocación
anticuada se sienten capaces de decidir lo que es mejor para los descendientes de los
demás?
—Nunca dije eso.
—¡Pero no dudas de que la crianza de Rosemary es inadecuada!
—Sospecho… que ha tenido un trato injusto —Rachel lo admitió.
—¿Un trato injusto? —Lady Olivia curvó el labio—. No es ni la mitad del trato
injusto que le diste a su padre. ¿Cómo te atreves a impugnar sus intenciones cuándo
tu propio comportamiento deja mucho que desear?
Rachel gimió. El meterse en ese tipo de confrontación con la madre de Matthew
era algo que esperaba evitar, y en su presente estado de inseguridad, en definitiva no
estaba preparada para luchar.
—Olvide lo que dije —murmuró y deseó que apareciera la enfermera Douglas
para rescatarla—. Como dice, el asunto no tiene que ver conmigo.
—Exactamente —Lady Olivia no estaba dispuesta a dejar las cosas así y Rachel
sospechaba que había caído en las manos de la anciana al dar su opinión, pues los
resentimientos largo tiempo enterrados sacaban sus horribles cabezas—. Es irónico
que la mujer que se negó a tener un hijo de mi hijo ahora le ofrezca consejo, ¿no
crees?
—Yo no… —Rachel casi dijo las palabras y se ruborizó.
—Tu no ¿qué? ¿No le ofreciste consejo? ¿O no te negaste a darle un hijo? ¡Oh,
vamos, Rachel! No esperarás que alguien crea eso.
—No me importa lo que crea —Rachel cerró los ojos—. ¿Le pide a la enfermera
Douglas que venga, por favor? Me gustaría regresar a la cama.
Sus tíos llegaron a verla por la tarde. Para entonces, Rachel ya había tomado
otra siesta y se sentía lista para una segunda ola de críticas. Sucedió que Matthew
acompañó a sus suegros y ante el evidente disgusto de la tía Maggie, se quedó.
En consecuencia, la charla fue menos vengativa de lo que pudo haber sido,
aunque la señora Barnes no pudo resistir expresar su resentimiento porque Rachel
aceptara la hospitalidad de Matthew.
—Tienes un buen cuarto en la vicaría, Rachel —declaró con irritación—. No hay
necesidad de que te impongas a… a los Conroy.
—¡Ah, sí!, pero yo no soñaría con darles a ustedes ese problema —Matthew
expuso antes que Rachel pudiera responder—. Sé lo mucho que tu esposo depende
de ti y no sería justo esperar que además cuidaras a una enferma de todo.
—Yo… bueno —la tía Maggie se quedó sin palabras—. Podría ser, pero…
—Matt tiene razón, querida —Geoffrey Barnes entonó y obtuvo una malévola
mirada de su esposa, que afortunadamente sólo Rachel interceptó—. Es muy
bondadoso de ti, Matt. Maggie hace demasiado, yo siempre se lo digo.
—Geoff…
—Espero no tener que imponerme a nadie por mucho tiempo —interpuso
Rachel—. Quizás en un par de días más…
—Dejaremos que el doctor decida eso —declaró Matthew y sus palabras
anularon cualquier sugerencia alterna. Rachel se preguntó por qué la defendía.
—Creo que es lo más razonable —el tío aprobó, sin darse cuenta de la
indignación de Maggie—. Es un consuelo saber que estás en buenas manos.
—¿Y no crees que el hecho de que Bárbara haya fallecido recientemente haga la
situación un poco cuestionable? —persistió la tía Maggie—. Quiero decir que todos
saben quién es Rachel… ¡era!
—Tía Maggie…
—No creo que lo que los demás piensen sea de importancia —respondió
Matthew, suave—. Y ahora, creo que debemos permitir que Rachel descanse. Eso es
lo que el doctor recomienda y sé que estás tan ansiosa como yo de que recupere por
completo la salud.
Era una táctica inexpugnable y Rachel adivinó que su tía deseaba haber
escogido otro método para recalcar el punto. En esas circunstancias, se obligó a
conceder la derrota y Rachel suspiró aliviada cuando salieron. Cuánta ira, cuánta
amargura, pensó cansada. ¿Nadie sentía compasión por ella? Después de todo, ella
no fue la infiel.
Insistió en levantarse para recibir a sus visitantes y ahora miraba reacia la cama.
Las emociones acabaron con sus fuerzas y ninguno se dio cuenta del hecho. Hasta
Rosemary fue una fuente inocente de confusión al decirle que Matthew estaba
preocupado por ella. ¿Qué pudo Matt haber dicho para que la niñita pensara que a él
le gustaba Rachel? Todo era demasiado oscuro e increíble, después de la forma como
él se comportó en el funeral. Y ahora ella estaba muy cansada para buscar el sentido
de las cosas.
Capítulo 10
Al día siguiente Rachel se sintió capaz de vestirse. La asombró lo mejor que se
sentía después de una buena noche de sueño y sus ansiedades ahora le parecían
menos problemáticas.
El doctor Newman hizo su visita cotidiana cuando ella terminaba el desayuno,
sentada ante la mesita en el alféizar de la ventana. Después de examinarle la cabeza,
el médico se pronunció satisfecho con los resultados.
—La herida sana bien —aceptó la taza de café que Rachel le ofreció y se sentó
frente a ésta—. Si esto continúa, reconsideraré mi estimación de dos semanas y usted
podrá regresar al trabajo en diez días.
—¿Diez días? —Rachel recordó que todavía no llamaba a Justin. No deseaba
hacerlo y, después de la forma como él reaccionó cuando le pidió esos cuatro días, no
se hacía ilusiones: estaría furioso, sobre todo cuando descubriera dónde se alojaba—.
¿Es esa su mejor oferta?
—Me temo que sí y sólo es un diagnóstico provisional —la miró curioso—. Está
muy ansiosa por salir de aquí, ¿verdad?
—Tengo un trabajo que hacer —le recordó Rachel—, y presumo que no tendrá
objeción en que regrese a Londres después de un par de días.
—Si todo va bien —era evidente su reticencia—… digamos que consideraré la
posibilidad a fines de la semana. Hasta entonces, me temo que tendrá que aceptar la
hospitalidad de su anfitrión.
—¿No cree que haya complicaciones? —aventuró Rachel.
—No —el doctor inclinó la cabeza—, aunque eso no significa que no haya
alguna, así que no espere demasiado. Sin embargo, puede salir, si se siente mejor,
siempre y cuando esté bien cubierta y no haga demasiado ejercicio.
—De acuerdo —Rachel lo miró cautelosa.
—Bien —terminó su café y se puso de pie—. Y ahora, me temo que debo
dejarla. Lamentablemente, los domingos son un día más en mi profesión.
—Gracias por venir.
—Fue un placer —le sonrió y caminó hacía la puerta—. No todos mis pacientes
son tan accesibles, créame.
Las lisonjas la compensaron un poco por la desilusión que sintió cuando el
doctor no fue tan especifico sobre la partida de ella, y Rachel consideraba lo que él
dijo cuando reapareció la enfermera Douglas. Había salido del cuarto mientras el
médico tomaba su café, y ahora regresó para retirar los platos del desayuno.
—El señor Conroy desea verla —anunció—. ¿Le pido que pase?
—¿Está afuera? —Rachel retuvo el aliento.
—No precisamente —la enfermera Douglas parecía un poco desconcertada—.
Él… charlamos abajo cuando el doctor estaba aquí. ¿Le pido que suba?
—¿Por qué no? —Rachel se sorprendió de que Matthew pidiera permiso, o
quizá fue una excusa para hablar con la enfermera Douglas, reflexionó, preocupada
de que le importara; y a juzgar por la actitud de la enfermera hacia él, no requería de
una excusa verdadera.
Matt entró en el cuarto y llevó con él el aroma de afuera. Con apretados
pantalones de ante, metidos entre botas hasta la rodilla y una chaqueta de cuero
negra, era evidente que había montado y Rachel le envidió su habilidad de parecer
indiferente a sus responsabilidades.
Sin embargo, él se sorprendió al ver que estaba vestida y ella se sintió
ridículamente complacida de haber escogido unos jeans y un suéter largo hasta la
cadera de color crema. Había metido esa ropa casual en su maleta al último minuto,
como si tuviera alguna premonición de que la necesitaría. Después de todo, no
pensaba pasar más que una noche en Rothside…
—Pareces estar mucho mejor —observó Matthew después de una pausa y ella
se preguntó si anticipaba su partida tanto como ella—. ¿Cómo te sientes?
—Mucho… mejor. El doctor Newman dice que podría irme en dos días.
—Entendí que Newman dijo que revisaría tu condición a fines de semana.
Debiste interpretarlo mal.
—O tal vez tú —Rachel se negó a ser intimidada—. La… enfermera Douglas
dijo que querías hablarme. ¿Había alguna razón o era sólo una excusa para
amedrentarme?
—¿Amedrentarte? —Matthew la miró incrédulo—. ¿Cómo te he amedrentado?
Todo lo que hice fue preguntar cómo te sientes. Lo lamento. No creía que eso
constituyera una amenaza!
Rachel suspiré y se sintió un poco tonta. Después de todo, Matt le proporcionó
la mejor atención médica y no era culpa de él sí le tomaba demasiado tiempo
recuperarse.
—Escucha —le dijo y se forzó a mirarlo, aunque prefería ver cualquier cosa en
vez de ese rostro hermoso y tenso—. Sé qué… tan intolerable… es esta situación…
—¿Intolerable para quién?
—Bueno… para tu madre —dijo, reacia— y la tía Maggie…
—¡Ah sí, la tía Maggie! —Matthew tomó la silla que antes ocupó el doctor
Newman, le dio la vuelta y la acomodó frente a Rachel, de modo que, al sentarse a
horcajadas sus rodillas quedaron a centímetros de las de ella, y la miró con cinismo
—. ¿Sabes?, esperaba tu agradecimiento por alejar a tu tía, en vez de ser acusado de
sabe Dios qué motivos ulteriores.
Rachel se movió, incómoda. Ahora los ojos de ambos estaban al mismo nivel y
le resultaba más difícil mantener una expresión compuesta. Cuando retiró la mirada
del rostro sombrío de Matthew fue consciente del poderoso cuerpo tenso.
—De todas formas —decía él ahora—, no vine a discutir el diagnóstico de
Newman ni para recibir tu gratitud por nada que yo hiciera. Vine a decirte que hablé
con tu editor en Londres y él comprende que no puedas regresar a trabajar por otras
dos semanas.
—¿Que hiciste qué? —Rachel apenas lo dejó terminar antes de saltar de su
asiento y mirarlo incrédula—. ¿Hablaste con Justin?
—Si ese es el nombre de Harcourt, supongo que sí —concedió Matthew, seco, y
apretó los labios ante la evidente indignación de ella—. Cálmate, ¿quieres? Alguien
tenía que avisarle que no regresarías mañana y cómo iba yo a saber que tú estarías lo
suficientemente bien para hacerlo…
—¿Cómo te atreves? —Rachel estaba irritada—. ¿Cómo te atreves a hablar con
Justin a mis espaldas?
—No fue a tus espaldas —repuso Matthew, y también se levantó—. Por eso
estoy aquí. Para decirte que le hablé.
—No pudiste esperar, ¿verdad? —Rachel estaba fuera de sí, aunque no sabía
por qué resentía tanto la interferencia de Matthew, excepto porque mantenía su vida
en Londres por completo aparte de Rothmere—. ¡Tuviste que inmiscuirte en algo que
no tiene que ver contigo! Yo le habría explicado a Justin con exactitud lo que sucedió,
le habría dicho dónde me alojo y cuándo regresaré.
El rostro de Matthew se tensó; él se levantó e hizo la silla a un lado.
—¿Y no crees que yo soy capaz de hacer lo mismo? —inquirió y su tono le
recordó a Rachel que él también tenía carácter—. ¿Qué sucede? ¿Acaso este… Justin
es el nuevo hombre en tu vida? ¿Temes que pueda echarlo todo a perder si le digo
que estás conmigo?
—No estoy contigo —replicó Rachel frustrada—. Al menos no por mi gusto y mi
relación con Justin es asunto mío, no tuyo. Sólo quédate fuera de mi vida, Matt. Ya
no te necesito.
—Si alguna vez lo hiciste —musitó Matthew rudo—. Excepto como un medio
para entrar a la televisión, por supuesto. No debo olvidar eso, ¿verdad?
—Eres despreciable.
Rachel se movió bruscamente para alejarse del rostro acusador de Matthew.
Ignoró el hecho de que había una silla entre ellos y su rodilla golpeó la madera de
forma dolorosa. Al caer la silla, la joven perdió el equilibrio, así que sólo el rápido
soporte de las manos de Matt la salvó de repetir el accidente que la había mantenido
en cama. Los dedos fuertes alrededor de sus muñecas le impidieron caer al suelo,
aunque la inercia la hizo chocar contra el pecho masculino.
Por un momento quedó demasiado aturdida por lo que pasó. Su cara estaba
presionada contra la suavidad de la camisa de Matt y su ruda masculinidad la
envolvía con una fuerza más que física. Entonces, mientras los brazos de él se
cerraron alrededor de ella, la chica tomó conciencia del poderoso cuerpo que
soportaba el suyo.
—¡Dios!, pensé que ibas a golpearte el cráneo de nuevo —murmuró Matt e
inclinó la cabeza de forma que su aliento movió el cabello de ella—. ¿Estás bien?
¡Demonios! No quería perturbarte —la cálida corriente fue una caricia—. No debías
alterarme tanto. ¡Todo lo que hice fue llamar por teléfono!
Rachel temblaba, no podía detenerse aunque no era sólo por el golpe. Era
Matthew y sólo Matthew, lo sabía. Estar entre sus brazos era el cielo y el infierno, y
ella no podía negar su propia respuesta.
Como si Matthew interpretara mal la involuntaria sumisión de la joven,
extendió los brazos para mantenerla a distancia. Rachel cerró los ojos ante el fuego
penetrante de la mirada de él.
—Rachel —musitó Matt—. ¡Por Dios! ¿Qué te pasa? ¿Te sientes enferma? ¿Vas a
desmayarte? ¿Qué es?
—Estoy… bien —pudo decir y se liberó de las manos del hombre. Abrió los ojos
y miró todo, excepto el rostro varonil—. Es… la impresión y… me golpeé la rodilla.
—¿Sí? ¿Dónde? —se acuclilló frente a ella y Rachel sintió que él le subía el
pantalón para exponer su piel amoratada—. ¡Demonios! —exclamó Matthew y sus
dedos gentiles le recorrieron los huesos temblorosos—. ¿Por qué persistes en
hacerme sentir como un bruto? Pensé que te hacía un favor, ¿puedes creer eso? Y sólo
logré que me odies aún más.
—Yo… no te odio —lo dijo segura. Deseaba odiarlo y hubiera sido mucho
menos doloroso—. De veras —añadió y se inclinó para desenrollar su pantalón y, al
hacerlo, su rostro quedó a centímetros del de Matthew.
Después, comprendió que él reconoció el peligro en el mismo momento que
ella. Ambos se enderezaron a la vez y Rachel pensó que la expresión de él era un
reflejo de la angustia que ella sentía.
—Es mejor que me vaya —señaló Matthew y su voz parecía desapegada.
Levantó la silla que causó el problema y la dejó junto a la mesa—.
Desafortunadamente, no puedo hacer nada con lo de Justin, aunque tú puedes
llamarle y arreglar las cosas. Haré que la enfermera Douglas te traiga el teléfono
inalámbrico.
Matthew tiró las riendas de su montura, sobre las bajas colinas de Rothdale
Pike. Pasó sus manos acariciantes sobre el cuello de Saracen mientras observaba la
extensión del lago con los techos de Rothside, en formación de escalones de piedra,
bajo él. A pesar de la hora temprana, había ya una o dos velas manchando la
superficie del agua, y una pareja se deslizaba en sus tablas, remontándose sobre las
suaves olas.
—¡No creo que Marigold esté bien, papito! —exclamó Rosemary jadeante
mientras incrustaba sus tacones en los costados del pony para acicatearlo y alcanzar a
su padre.
—Creo que sólo le falta ejercicio —respondió Matthew seco y se acercó para
tomar las bridas del pony y acercarlo—. Y recuerda, pudieron pasar varios días más
antes que saliera a tomar el aire. Creo que se suponía que tú no saldrías durante una
semana.
—¡Oh! Fue abuelita quien me dijo que…
—Yo también —la corrigió su padre—, lo que me recuerda que no me dijiste
dónde obtuviste los cigarrillos. ¿Me lo dices ahora o dejamos que sea un muro de
contención entre nosotros?
—¡Oh, papito! —Rosemary suspiró contrita. Matthew no quiso ser tan severo y
deseaba no haber sacado el tema a colación, no esa mañana.
La decisión de invitar a su hija a montar fue intempestiva. No sabía por qué la
invitó, excepto que tenía que ver con lo que Rachel le dijo la mañana del accidente. Y
él fue la causa del mismo, pensó desconsolado. Lo que ella dijera y cómo tratara
Matthew de justificar lo sucedido, no importaba, sino el hecho de que si él no la
hubiera empujado, ella no habría caído ni se hubiera lastimado la cabeza.
Tenía que reconocer que desde esa mañana él pasó mucho tiempo considerando
lo que Rachel dijo. No quería admitirlo, pero era verdad; le daba poco de su tiempo a
su hija y, no obstante, cuando Bárbara vivía, él en raras ocasiones sintió culpa por
eso.
Quizá si pudiera sentir que ella era su hija, actuaría de manera diferente,
reflexionó. Nunca expresó sus dudas a nadie, ya que el ser acusado de incapacidad
para procrear un hijo no era algo que se discutía con cualquiera, excepto la esposa, en
especial, si ella era quien hacía la acusación.
Movió la cabeza. Qué lío hizo de su vida, pensó amargado. ¡Qué diferentes
habrían sido las cosas si hubiera hecho lo que su madre quería y se hubiera casado
con Cecily Bishop!
Sin embargo, él y Rachel fueron felices al principio, antes que ella demostró que
le importaba más su carrera que su esposo. Nadie podía lastimarlos, pues eran
inexpugnables. Pero entonces empezaron los pleitos y la soledad de él creció y
Bárbara parecía tan compasiva…
—¿En qué piensas, papito?
La voz ansiosa de Rosemary lo volvió al presente, y Matthew comprendió que
se estaba perdiendo en recuerdos sentimentales. ¿Qué importaba ahora el pasado?
Bárbara estaba muerta. Rosemary era hija de él y, como Rachel señaló, si nadie más
lo necesitaba, la niña sí.
—En nada —dijo ahora y forzó una sonrisa—. Vamos, cabalgaremos hasta la
villa y conseguiremos un poco de helado.
Capítulo 11
—¿Así que, cuándo regresarás?
La pregunta de Justin era agradable, pero Rachel percibió impaciencia detrás de
las palabras. ¿Y por qué no? Cuando ella se fue al norte, él esperaba que estuviera
ausente dos días. Esos dos días ahora se estiraban a una semana y aún no podía darle
una fecha exacta de cuándo regresaría.
—Estoy segura de que se las arreglarán —aventuró en broma, pero Justin no
estaba divertido.
—¡Oh! Nos las arreglaremos muy bien —respondió y aclaró su garganta—.
Quizá deberías preocuparte por eso. Podríamos descubrir que podemos salir
adelante sin ti.
—No es mi culpa que esté varada aquí —Rachel suspiró.
—Tampoco la mía —replicó Justin—. Si recuerdas, yo no quería que fueras, en
primer lugar. Sabía que algo sucedería. Sabía que Conroy encontraría la forma de
mantenerte ahí.
—¡Oh, no seas ridículo! —Rachel se impacientó—. Matt no es responsable de lo
que sucedió. Bueno, de cierta forma sí, pero fue un accidente. ¡Cielos!, pude caerme
sin que nadie más interviniera.
—Aunque Conroy sí intervino, de forma indirecta. Y te diré, no me gusta su
actitud. ¿Estabas demasiado asustada para llamarme y decirme lo que sucedió? Él se
divirtió al comunicarme las noticias.
—¡Oh, Justin! —Rachel apretó el auricular—. Sabes que exageras. Matt sólo
llamó porque pensó que yo no lo haría —¿y cuándo llegó ella a esa conclusión?—. Yo
pretendía llamarte, simplemente él me ganó.
—¿Y te has detenido a preguntarte por qué?
—Ya te dije por qué —Rachel odiaba a Justin de ese humor. Podía ser muy
desagradable. Lo había visto lograr que los periodistas jóvenes y secretarias lloraran,
aunque era una experiencia nueva que él volviera su ira hacia ella—. De todas
formas, te llamé, ¿no? ¿Qué más puedo hacer? Sabes que regresaré tan pronto como
pueda.
—¿Lo sé? Todavía no me dices cuándo sucederá eso.
—¡Porque no lo sé! —exclamó exasperada—. Ayer salí al jardín por primera vez
y el doctor cree que en otra semana… —Justin explotó.
—¡Otra semana!
—Entonces estaré bien para conducir…
—¿Cómo iba yo a saber que la señora pensaba que él iba a quejarse? —preguntó
frustrada—. Quiero decir… papito nunca, va a las tiendas de la villa. La señora
Moffat pide todo lo que desea que le entreguen.
—Ya veo —Rachel empezaba a comprender— y la señora Reed echó todo a
perder, ¿verdad?
—Así es —Rosemary gruñó—. Papito le preguntó cómo estaba el señor Reed y
ella dijo que tenía un mal resfrío. Papito comentó que esperaba que el señor dejara de
fumar porque los cigarrillos hacen que la tos se empeore.
—Y la señora Reed pensó que sabía que te daba los cigarrillos.
—Eso creo. De todas formas, se puso roja y dijo que le preocupaba darle
cigarrillos a los niños, pero que como él era tan buen cliente, ella no podía negarse.
—La vieja… —Rachel iba a decir “bruja”, pero se mordió la lengua—. ¿Y qué
sucedió?
—Bueno… papito fue muy cortés. Le dijo que no me enviaría a comprar
cigarrillos de nuevo y que sabía que podía confiar en que la señora Reed no dijera
nada, porque podría perder su licencia si lo hacía.
—¡Qué astucia! —Rachel no pudo evitar sonreír. Así que al fin Matthew
defendió a su hija y frustró los planes de la señora Reed.
—Eso fue entonces —añadió sombría Rosemary—, pero cuando llegamos a
casa, en realidad estaba enojado. Dijo que había pensado en enviarme a un internado,
como te conté antes, pero que si yo estaba dispuesta a robar como desafío, quizá
debía pensarlo de nuevo —gimoteó—. Yo en realidad no robaba. La señora Reed
sabía lo que yo hacía.
—Sí, aunque le pediste que los pusiera en la cuenta de tu padre. Él pagaba por
ellos, ¿no es así? No tú.
—Bueno, él me compra dulces y refrescos todo el tiempo.
—Eso es diferente y lo sabes.
—Pensé que eras mi amiga —Rosemary parecía malhumorada.
—Soy tu amiga. Al menos eso espero sin embargo, tienes que admitir que
gastabas un dinero que no era tuyo.
—¡Oh, bueno, eso ya no importa ahora! —musitó Rosemary—. Él no me dará
una segunda oportunidad.
—Yo no diría eso —Rachel la miró con gentileza— y no digas él, di papito. No
llegarás a ningún lado si regresas a la insolencia.
—¿Y qué sabes de eso? —Rosemary la miró meditabunda—. Pronto te irás.
Abuelita lo dijo. Dice que cuando regreses a Londres te olvidarás de mí.
consolaba, no hacían ningún daño y si su compañía hacía ese período transitorio más
fácil para la niña, con seguridad que nadie se quejaría.
En consecuencia, se acostumbró a que Rosemary apareciera por su cuarto cada
mañana, lista y deseosa de escoltar a su nueva amiga en expediciones por la finca.
Ella no sabía qué le decía Rosemary a Agnetha, y para Rachel esos eran viajes de
redescubrimiento, como si se materializaran sus recuerdos.
Por supuesto que eran agridulces y no era fácil disociarlos de los sentimientos
compartidos con Matthew, mas sabía que nunca tendría otra oportunidad de
explorar los bosques familiares y los jardines de Rothmere, y se embebía en las vistas
y sonidos, como una prisionera que pronto sería separada de ellos para siempre.
El clima continuaba cálido y seco como si contribuyera a la recuperación de
Rachel, y ella y Rosemary paseaban mucho tiempo por el lago. Rachel deseaba tomar
una de las pequeñas balsas que encontraron en la casa de los botes y llevarla al agua,
pero ya hacía años desde que navegó con Matthew y no se atrevía a asumir esa
responsabilidad.
Sin embargo, era de esperarse que, cuando Matthew las encontró, estuvieran
por el muelle. Estaban sentadas sobre las tablas, con las piernas colgando hacia el
agua, y sostenían una caña que Jim Ryan les dio, con la esperanza de pescar algo,
aunque por supuesto no era posible y ya habían acordado que si de milagro lo
hacían, tirarían el pez al agua. Era una ocupación tan absorbente que no se dieron
cuenta de que alguien se aproximaba hasta que sintieron la vibración de las pisadas
sobre las planchas.
—Uy… papito! —exclamó Rosemary alarmada y se puso de pie con celeridad
—. ¿Qué haces aquí? Abuelita dijo… —se cortó en ese punto al comprender lo
incriminatorio de sus palabras, y Rachel suspiró. Hasta ese momento, ésta
permaneció donde estaba; no permitió que la aparición de Matthew la asustara, mas
ahora se obligó a ponerse de pie. Era su culpa que Rosemary estuviera ahí.
—¿Y qué dijo abuelita? —preguntaba Matthew ahora, apoyando su esbelto
cuerpo contra la pared de la casa de los botes. No parecía enojado, pensó Rachel
dudosa. ¿Podría confiar en la expresión de él después de la forma como se comportó
antes?
—Yo… dijo que tenías… una cita en… el pueblo —Rosemary tartamudeó la
respuesta—. He… leído, de veras, sólo que Rachel necesitaba compañía y… y yo me
ofrecí a mostrarle los alrededores.
—Ya veo —Matthew cruzó los trazos e inclinó la cabeza como si considerar rara
la explicación. Estaba vestido de manera formal, notó Rachel. Su traje azul oscuro de
fina lana acentuaba lo ancho de sus hombros, y los pantalones angostos resaltaban su
estatura y lo musculoso de sus largas piernas. Parecía preparado para una reunión de
negocios en la ciudad, y Rachel se preguntaba qué lo había llevado ahí, tan lejos de
su ruta acostumbrada.
—¿Qué dijiste? —la urgió Matthew—. ¿Qué oíste decir a tu abuela que yo no
haya oído? —el rostro de Rosemary estaba rojo.
—No mucho —era evidente que la niña lamentaba su exabrupto.
—Vamos, sigue —la invitó con tono duro—. Espero para oír esa revelación.
—¡Oh, papito! —Rosemary parecía en extremo angustiada y. aunque Rachel lo
lamentaba, no había nada que pudiera hacer—. Fue algo que abuelita dijo cuando fue
a visitar a Rachel a su dormitorio. Sabes lo… lo fría que abuelita puede ser.
—Todavía no entiendo cómo escuchaste la conversación entre Rachel y tu
abuela —respondió Matthew—. ¿Estabas ahí?
—No —Rosemary alzó los hombros—. No exactamente.
—¿Qué significa eso?
—¡Oh, papito!
—Rosemary…
—¡Está bien! —extendió las manos—. Escuché lo que dijo cuando salía.
—Quieres decir que espiaste detrás de la puerta —la corrigió su padre—. ¿Es
así? ¿No es eso lo que hiciste?
—Lady Olivia habló antes que Rosemary saliera del cuarto —interpuso Rachel
con rapidez y trató de recordar lo que dijo la madre de Matthew. Sacó el tema de que
Rachel no estaba dispuesta a tener un bebé de su Matt, y la joven esperaba que
Rosemary no lo hubiera oído, y si lo hizo, que no lo comprendiera.
—¿Así que estás de acuerdo con la opinión de Rosemary sobre la actitud de mi
madre?
—No dije eso —Rachel suspiró. ¡Con qué rapidez saltaba a conclusiones!—.
Sabes tan bien como yo que tu madre no me quiere aquí. Si la niña también lo
percibió, ¿puedes culparla?
Matthew iba a decir algo y cambió de parecer. Se forzó a relajarse y ambas,
Rachel y Rosemary, respiraron con más facilidad cuando él volvió a apoyar el
hombro contra la casa de botes.
—Está bien —miraba el agua—, no le diré a mi madre lo que pasa…
—¡Oh, papito! ¡Gracias!
Rosemary no lo dejó y cubrió el espacio entre ellos para abrazarlo. Al mirar a
Matthew sobre la cabeza de la niña, Rachel pensó que él se sorprendió tanto como
ella ante ese despliegue. Era evidente que esos abrazos no eran comunes entre ellos.
La respuesta inicial de Matt fue similar, aunque la verbal no fue lo que
Rosemary esperaba. De forma automática él cerró los brazos alrededor de su hija y la
abrazó con calidez, y al observarlos juntos, Rachel conoció el traicionero sentimiento
de la envidia. Él podría ser aún su esposo y ella debió ser la hija de ambos, reflexionó
con amargura incapaz de apartar la vista. O su hijo, corrigió al sentir la punzada del
recuerdo.
—Quiero que tú se lo digas —las palabras de Matthew la devolvieron de forma
abrupta al presente, y parpadeó un poco confundida cuando Rosemary lanzó un
grito de incredulidad.
—¡No quieres decir eso!
—Sí —Matthew la retuvo cuando ella trató de apartarse—, quiero que le digas a
tu abuelita que tú y Rachel son amigas y que yo no tengo objeción a que pases tu
tiempo libre con ella.
Rosemary, intuitiva, lo rechazó.
—¿Quieres decir que le dirás que sabías lo que sucedía?
—Quiero decir que no le diré que no lo sabía —corrigió Matthew, seco—. Pero
en el futuro, quiero que acudas a mí si tienes algún… problema con abuelita,
quiero… que tú y yo seamos una familia de nuevo.
—¿De veras? —los labios de Rosemary temblaron.
—Acabo de decirlo, ¿verdad?
—¿Y… y qué pasará… con el internado?
Matthew se volvió hacia Rachel y retuvo su mirada al hablar.
—Todavía es temprano —dijo—. Veremos cómo te comportas en los próximos
dos meses y podré reconsiderar mi idea y mandarte a una escuela matutina de niñas
que conozco en Keswick. Es adonde va tu prima Lucy y parece que a ella le gusta.
—¿Y yo también sería alumna externa? —preguntó Rosemary, preocupada.
—Si te comportas, no veo por qué no —respondió su padre y la miró—. Sólo si
ya no oigo más reportes de Agnetha o de tu abuela por travesuras.
—No los oirás —Rosemary estaba casi estupefacta y sollozó—. ¿Puedo ir a
contarle a la señora Moffat?
—¿Por qué no? —Matthew sonrió y, después de otro rápido abrazo, Rosemary
se volvió hacia Rachel.
—¿Escuchaste eso? —le preguntó cuando la joven se quitaba una lágrima
errante de la mejilla—. Voy a ir a la escuela de Lucy. Papito no va enviarme al
internado, después de todo.
—Esas son maravillosas noticias —dijo Rachel cálida y se despreció por
envidiar a la niña. Si tan sólo sus problemas pudieran solucionarse con tanta
facilidad cómo los de Rosemary.
Capítulo 12
Después que Rosemary se fue, el silencio los cubrió y Rachel se volvió para ver
los saltos de la niña y evitar así la mirada de Matthew. Suponía que debió
acompañarla, aunque Rosemary estaba ansiosa por regresar y Rachel sería un
estorbo. De todas formas, le era difícil decir algo ahora y, aunque quería expresar su
aprobación ante la decisión de Matt, dudaba de que a él le interesara escucharla.
—Entiendo que lo apruebas —dijo Matthew al fin y ella se sintió impelida a
enfrentarlo.
—Por supuesto —respondió con un gesto expresivo—. Es… lo que Rosemary
necesitaba; que creyeras en ella.
—Crees que yo no creía antes en ella, ¿verdad?
—No lo sé. Sólo sé que, bueno… no parecía que tuvieras tiempo para ella…
antes.
—¿Antes que qué? —Matthew se acercó más a la joven—. ¿Antes que Bárbara
muriera? ¿O antes que tú vinieras aquí?
—No me halago al pensar que mi visita tuvo algo que ver —declaró y con
esfuerzo lo miró a los ojos—. Quizá la enfermedad de Bárbara…
—La enfermedad de Bárbara no causó nada —replicó Matthew, tirante—.
Puedo decir que aclaró muchas cosas —no explicó lo que quiso decir y continuó—:
Mi… relación con Rosemary era un problema desde antes que Bárbara enfermara.
Casi me olvidé de cómo se sentía tener una hija.
—Tienes mucha suerte de tenerla —Rachel inhaló—. Es una niña muy fiel.
—¿Eso piensas? —Matthew pareció considerarlo. Dio otro paso hacia ella—.
Pero no te agradó mucho cuando la conociste, ¿verdad?
Rachel suspiró, miró hacia atrás e hizo una mueca hacia la oscura extensión del
lago. De todos los lugares para tener una charla, ese debía ser el más inadecuado,
pensó frustrada. Con Matthew entre ella y la playa, era virtualmente una prisionera.
—Escucha, he reconsiderado mi opinión —dijo y se orilló hacia la casa de botes
— en realidad, me agrada que hayas cambiado de idea con respecto al internado.
Estoy segura… de que Bárbara lo habría aprobado…
—A Bárbara le importaba un comino lo que sucediera con Rosemary —replicó
Matthew, rudo, y con un brazo bloqueó el paso a Rachel—. Pensé que comprendías
eso. ¿O creíste que yo era el culpable de la irresponsabilidad de la niña?
Rachel contuvo el aliento. Estaba tan cerca de Matt que se preguntaba si se
daría cuenta de lo consciente que ella era de él. Quizá no o no se comportaría así. No
después de la forma en que repelía cualquier emoción entre ellos. ¡Dios querido!, sólo
mente, nunca puede controlar por completo sus sentidos, y tan pronto te vi de nuevo,
supe que había estado engañándome.
—¡Suéltame! —con renovado brío, Rachel se separó de él y extendió un brazo
entre ellos; lo miró enojada e incrédula—. ¡No me toques! ¿Me oyes? ¡Nunca vuelvas
a poner una mano sobre mí! —retuvo un sollozo—. ¡Dices que no me culpas! ¡Dios
mío! ¿Se supone que debo estar agradecida por eso? ¿De qué tienes que culparme?
¡Yo no hice nada! ¡Tú lo hiciste! ¿Necesitas que te recuerde lo que hiciste? ¿Quieres
que te diga cómo me sentí cuando te encontré con Bárbara?
La boca de Matthew estaba apretada, aunque sus emociones todavía lo
gobernaban. Se inclinó, tomó a Rachel de la muñeca y la acercó a él para ceñirla con
fuerza.
—No piensas antes de hablar, ¿verdad? —gruñó—. Jamás escucharás razones.
Nunca me escuchaste antes de huir hacia Londres…
—No huí —dijo dolida, mas era obvio que no le creyó.
—Acostumbraba ir a sentarme afuera del apartamento que alquilaste en
Penrith, ¿lo sabías? Esperaba que salieras, pero nunca lo hiciste. Al menos no
mientras yo estaba ahí. Estabas demasiado asustada para encontrarte conmigo frente
a frente, y aun para levantar el teléfono.
—Yo no estaba asustada —protestó y se preguntó si él se daba cuenta de que
casi le rompía el brazo. ¡Dios querido! Si no la soltaba pronto, iba a desmayarse y no
deseaba darle esa satisfacción.
—¿Cómo lo llamarías entonces? —inquirió Matthew y ella tragó.
—¿Qué… te parece disgusto? Dime, ¿cuánto tiempo llevaba esa relación antes
que me diera cuenta? Bárbara ya tenía tres meses de embarazo cuando yo me fui, lo
que significa que habían pasado…
La liberación de Rachel fue tan súbita como su captura. El movimiento fue tan
inesperado que la joven luchó por afianzarse para no caer del muelle. Sus dedos se
enterraron desesperados en el pecho de Matt y rompieron los botones de su camisa.
Al hacerlo, ella tocó la cálida piel del torso y retiró la mano de inmediato.
—¿Qué dijiste?
La violencia del tono de Matthew fue una bienvenida interrupción de los locos
pensamientos de Rachel. La sensualidad del cuerpo de Matt le resultaba devastadora.
Por un momento desquiciante, ella sintió un impulso casi incontrolable de tocarlo, y
todo el dolor y la angustia que existía entre ambos se derritió al calor la tentación.
Rachel sabía que sólo fue una aberración física, nacida de sus propias emociones
frustradas y de su instintiva respuesta al atractivo de él.
—¿Qué dijiste?
Rachel recuperó por segunda vez el sentido y notó que Matthew la miraba con
cruda impaciencia. Era evidente que repitió la pregunta, y ella parpadeó mientras
luchaba por recordar qué quería decir.
—Yo… no sé…
—¡Bárbara! —le recordó, sombrío—. Mencionaste que Bárbara estaba
embarazada cuando te fuiste. ¿Quién te dijo eso? —Rachel parpadeó de nuevo.
—¿Qué quieres decir? Era un hecho, ¿o no? ¿Qué importa quién…?
—¡No era verdad! —la interrumpió Matthew, salvaje.
—¡No seas estúpido!…
—¡No te atrevas a llamarme estúpido! ¡Por todos los cielos, Rachel! Bárbara no
estaba embarazada cuando te fuiste. ¡Rosemary nació casi un año después del
divorcio! ¡Quiero saber quién te dijo eso! ¿Fue Bárbara? ¡Dios! Tengo que saber la
verdad.
Rachel retrocedió a lo largo del muelle, desesperada.
—Rosemary… tiene diez años —protestó insegura y Matthew negó.
—¡Tiene nueve! Pregúntale su edad y ella te la dirá.
—¿Por qué debo creerte?
—¡No seas ridícula! ¿Qué objeto tiene mentir? Puedes descubrir con facilidad
cuándo nació Rosemary, ya que los registros puede verlos cualquiera.
—Tú… dormiste con ella, ¿verdad? —expuso Rachel insegura.
—¡Sí!
—¡Oh, Dios! —Rachel contuvo el aliento y Matthew torció la boca.
—¿No quieres saber cuándo? ¿O por qué?
—No.
—¡Por Dios que vas a saberlo! —declaró Matthew, rudo, y la siguió— y si en
esta ocasión huyes, iré directo a ver a tus tíos y les diré cómo mintió Bárbara para
obtener lo que deseaba.
Rachel, quien había llegado al sendero que cruzaba entre un bosquecito, ahora
florido, se detuvo insegura. Aunque en realidad quería escapar al santuario de su
dormitorio, se dio media vuelta.
—No… fue Bárbara —admitió adolorida—. Yo… la tía Maggie me dijo que
Bárbara estaba embarazada.
—¡Buen Dios! —exclamó Matthew con ira y angustia—. ¿Y le creíste?
—¿Por qué no debería? —repuso Rachel rápida—. Tú mismo admitiste que tú y
Bárbara tenían una relación.
fina seda estaba tensa y pulsante de vida y Rachel sintió urgencia de inclinar la
cabeza y rozar con sus labios la cálida piel.
—¡Dios… Rachel! —gruñó, tan consciente como ella de la química entre ambos,
mas el recuerdo de Bárbara y lo que les hizo los disuadió—. Mira —añadió—, sabes
que no tengo mucho tiempo. Me voy en… —lanzó una rápida mirada a su reloj—
dentro de media hora. Desearía poder posponer el viaje ahora, pero quizá sea una
bendición. Cuando yo regrese, habrás tenido tiempo de decidir lo que deseas hacer.
Al menos prométeme que permanecerás aquí hasta que yo vuelva. Necesito la
seguridad de que no huirás de mí de nuevo.
—Está bien.
Matthew suspiró con fuerza.
—¿Lo dices en serio?
—Sí —Rachel miró su mano sobre el brazo de él y entonces lanzó la precaución
al viento y le besó la mejilla—. ¡Que tengas un buen viaje! —le susurró—. ¡Cuídate!
Ya era tarde cuando Rachel llegó a la vicaría. Le fue difícil escapar de Rothmere
sin atraer indebida atención y ella hubiera preferido que nadie supiera a dónde iba.
Sin embargo, tuvo que depender de la bondad del viejo mayordomo para que le
prestara uno de los vehículos de la finca, aunque al menos el Land Rover enlodado
que le proporcionó, no despertó la curiosidad que había despertado el Range Rover
de Matthew.
A pesar de la extrema tensión que sentía, el conducir de nuevo no fue un riesgo.
Se sorprendió de su propia resistencia, después del golpe de las revelaciones de
Matthew. Sospechaba que el impacto de lo que había sabido aún no le llegaba y que
el valor que necesitaba para enfrentar a su tía era sostenido por una cantidad
artificial de adrenalina en su sistema, mas tenía que hacerlo. No había forma de
descartar lo que Matthew había dicho y mirar sólo al futuro. Si había algún futuro,
tenía que deshacerse de los esqueletos del pasado y, a menos que viera a la tía
Maggie frente a frente, nunca sabría la verdad.
Su tía estaba en la estancia. Demasiado tarde, Rachel recordó que las Esposas
Jóvenes tenían su reunión semanal en la vicaría los viernes por la tarde, y el sonido
de quizá una docena de voces femeninas sacudió su decisión. No intentó disfrazar su
entrada en la casa; se obligó a mostrar el rostro y se fortaleció contra las miradas que
la recibieron.
—¡Vaya… Rachel! —su tía parecía sorprendida y preocupada—. Debiste
avisarnos que venías.
—Sí —aunque sabía que era lo último que hubiera hecho. Quería sorprenderla,
aunque ahora la anciana tendría tiempo suficiente para considerar la razón de la
llegada de su sobrina.
—¿Por qué no te sientas y te unes a nosotras? —la invitó la tía Maggie, tratando
de comportarse como la esposa del vicario—. Chicas, todas conocen a mi sobrina,
Rachel Barnes, ¿verdad? Vino al funeral de la querida Bárbara y desafortunadamente
tuvo un accidente mientras jugaba con Rosemary.
Eso apenas si era veraz y Rachel no quiso entrar en más detalles. Reconoció el
murmullo de simpatía… algunas de las chicas fueron a la escuela con ella y
Bárbara… y entonces se excusó y ofreció prepararles té.
—Eso no será necesario —dijo rápida la tía y señaló las tazas sobre la mesa—.
Ya tomamos té. Estoy segura que todas preferirían escuchar sobre el excitante trabajo
que tienes en Londres, Rachel es asistente de producción, ¿verdad, querida? Nuestra
Rachel tiene mente de profesional; siempre la ha tenido —encontró los ojos de su
sobrina— y siempre la tendrá.
—Yo no apostaría sobre eso si fuera tú —dijo Rachel con mucha suavidad y vio
que la mandíbula de su tía caía por un momento.
Mas esa aberración fue breve y Maggie pronto se recuperó.
—Bueno, estoy segura de que conoces tus asuntos —remarcó—. Aunque es una
lástima que no todos podamos ser tan felices como fueron Bárbara y Matthew. ¡Pobre
Bárbara! No sé qué hará Matthew sin ella. Ha estado devastado desde que se murió.
Hubo otro murmullo de simpatía y Rachel enterró sus uñas en las palmas. Con
unas pocas palabras, Maggie Barnes alteró todo el ambiente de la reunión y no había
duda de que el cambio fue deliberado.
Sin embargo, no todas las mujeres presentes miraban a Bárbara como la santa
que su madre implicaba, y una de ellas, Gillian Wyatt, se puso de pie.
—Creo que es hora de irnos —dijo y rompió la reunión—. Es obvio que a
Rachel le gustaría hablar a solas con su tía y ya son casi las cuatro, hora de que
lleguemos a casa para ser útiles a nuestros maridos.
—¡Oh! Estoy segura de que Rachel… —empezó Maggie con urgencia, aunque
dos o tres de las jóvenes ya estaban de pie.
—Gill tiene razón —dijo Nancy Cullen, quien se abotonaba el suéter—. Sé que
eres demasiado educada para pedirnos que nos vayamos y estoy segura de que te
gustaría tener una charla tranquila con tu visitante. Después de todo, ya hace mucho
que Rachel visitó el valle. Deberíamos verte con más frecuencia, Rachel. Londres no
está tan lejos de Rothside.
Rachel se sintió conmovida por la forma en que todas al salir le desearon que se
recuperara. Pensó que la mirarían como una paria y también en ese aspecto estaba
hasta que yo dejé el distrito. Que no era posible que Bárbara estuviera embarazada y
que Rosemary no tiene diez años. ¡Tiene nueve!
Maggie parpadeó y Rachel casi podía sentir compasión por ella. Era difícil
justificar las mentiras que le contó, aun cuando fuera para ayudar a Bárbara. Y,
aunque a Maggie nunca le agradó Rachel, de seguro no la odiaba tanto para hacer lo
que hizo sin coacción.
—Eres una tonta, Rachel —le dijo con desprecio y Rachel percibió que la
seguridad retornó a la voz de su tía—. Matt te dijo la verdad. Te dijo que Bárbara no
esperaba a su hijo cuando te fuiste y tú le creíste porque Rosie tiene nueve años de
edad —rió brusca—. No te habló del aborto que tuvo, ¿verdad? ¡No te dijo que
Bárbara perdió a su primer bebé unas cuantas semanas antes de su término!
—¡Eso no es verdad! —la respuesta de Rachel fue instintiva, nacida del deseo
de acallar la voz acusadora de su tía, pero Maggie aún no terminaba.
—Es verdad —repuso—, y si no me crees, pregúntale a tu tío. Él no te mentiría.
¡No el tío Geoff! ¡No el hombre que te dio un hogar a costa de su propia familia!
Capítulo 13
—Tienes un visitante, Rachel —Alan Maxwell se detuvo junto al escritorio de
ella y levantó una ceja en su dirección—. ¿Sabe Justin que has estado investigando a
la aristocracia para el nuevo reportaje que está creando sobre estilos de vida?
—¿Qué? —Rachel levantó la cabeza; no estaba de humor para la provocación de
su joven colega. Tenía una montaña de trabajo que terminar antes que saliera al aire
el programa de la noche, y con Justin respirando detrás de su cuello cada cinco
minutos, no estaba en condiciones de enfrascarse en una lucha verbal con el hombre
que quería el puesto de ella.
—Dije… ¿sabe Justin que?…
—Sí, lo escuché —Rachel no dejaría entrever su tensión. No le daría a Alan otra
razón para quejarse con Justin de que ella no hacía su trabajo—. Mencionaste algo
sobre… ¿la aristocracia?
—Correcto —Alan señaló con la cabeza hacia uno de los estudios vacíos—. Le
indiqué que esperara ahí. Es mejor que vayas y la atiendas antes que prenda a todos
por las orejas.
—¿Atender a quién? —quiso saber Rachel.
—Dice llamarse Lady Olivia… Conroy. ¡Que gracioso! No me di cuenta antes.
Es el mismo apellido que el tuyo.
Rachel sintió como si la sangre se drenara de su cuerpo. ¿Lady Olivia, aquí? Sus
manos se curvaron convulsivas sobre el escritorio. ¿Qué hacía Lady Olivia Conroy en
Londres? ¿Y por qué fue a verla?
—¿Estás bien?
Hasta el despreocupado Alan notó la palidez de Rachel, y ésta hizo un decidido
esfuerzo para calmar la curiosidad del joven. Si éste iba con Justin ahora y le decía
que la madre de Matthew había ido a verla, ¡quién sabe qué catástrofe precipitaría!
En la actualidad, Rachel y Justin apenas se hablaban por la reacción de él
cuando ella regresó hacía cuatro meses a trabajar. Rachel nunca intentó explicarle lo
que sucedió en Rothside, mas no dudaba de que él hubiera adivinado que Matt era
en parte culpable de la falta de concentración de ella, y era sólo por su larga
asociación que no la remplazaba.
A Rachel le era increíblemente difícil aplicarse en algo por el momento y
pensaba con toda seriedad dejar su trabajo en televisión y encontrar algo menos
exigente. En alguna ocasión estuvo deseosa de trabajar y ahora se mostraba reacia
hasta a salir de la cama por las mañanas, y toda su vida parecía vacía y sin ninguna
meta.
Creía que no podría sentirse peor que como se sintió diez años atrás, cuando
llegó a Londres, mas eso era tan falso como todo lo demás. Las heridas que
parcialmente habían sanado volvieron a abrirse y, aunque en una ocasión dijo que
Matthew no podía lastimarla más, ahora reconocía que eso fue una ficción.
Debió quedarse sola sin importar lo convincentes que fueran las palabras de
Matthew, y nunca debió intentar verificar el pasado. Pensó que hubiera tenido
suficiente con lo que él le dijo, con su parte de la historia. Sin involucrar a su tía,
pudieron ser felices.
¿O no? Por semanas, después de su regreso a Londres, se hizo esa pregunta sin
llegar a una respuesta satisfactoria. Si no se hubiera acercado a la tía Maggie, ¿ésta
los habría dejado ser felices? ¿O hubiera esperado hasta que tuvieran un bebé antes
de exponer a Matthew como el mentiroso que era?
De cualquier forma, no esperó a saberlo. Una vez que el tío Geoff concedió,
aunque un poco perplejo, que Bárbara había perdido un bebé antes que Rosemary
naciera, Rachel sólo quiso escapar. Lamentó dejar a Rosemary, en especial, porque no
pudo decirle a la niña cuándo o si volverían a verse de nuevo. Fue imperativo que se
fuera antes de que Matthew regresara de Ginebra y, aunque se preguntaba sí iría a
buscarla, como hizo antes, no supo nada más de él.
Y ahora esto. Su estómago tembló al pensar en la madre de Matthew sentada en
el estudio vacío, en espera para hablar con ella. ¿Y con qué propósito? ¿Qué razón
pudo llevar a Lady Olivia a Londres? Rachel sabía que la anciana tenía amigos en la
ciudad, pero no creía que esa fuera una visita social. Ella y Lady Olivia no tenían y
nunca tuvieron ese tipo de asociación.
—¿Quieres que me deshaga de ella? —de forma extemporánea, Alan mostró
una inesperada compasión—. Hasta podría decirle que no estás aquí. ¿Por que no
sales a comer temprano? Hace frío afuera, a pesar de que el sol es cálido.
—No —Rachel miró los papeles sobre su escritorio y movió la cabeza—. No,
está bien, la veré —dijo echó para atrás la silla y se puso de pie. Sus piernas
temblaban—. Aunque… gracias por el ofrecimiento. Haré lo mismo por ti en alguna
ocasión.
Lady Olivia no estaba sentada esperándola. Cuando Rachel entró en el pequeño
estudio; que se usaba para grabar las entrevistas para su canal, encontró a la anciana
de pie, muy tiesa, mirando a través de la ventana con un aire de tensión. Se volvió
cuando escuchó que se abría la puerta y apretó los nudillos de manera perceptible
sobre la bolsa que sostenía en la mano.
Rachel enderezó los hombros y, de forma inconsciente, adoptó una postura
defensiva. Aún no podía pensar en una buena razón para que Lady Olivia estuviera
allí y de forma automática anticipó lo peor.
—Lo era para mí —Rachel inclinó su cabeza—. De todas formas, cuando tío
Geoff aceptó que Bárbara perdió un bebé, yo no presioné. Fue… suficiente, ¿lo
entiende? Tal como tía Maggie esperaba…
—¡Esa mujer! —había disgusto en la voz de Lady Olivia—. ¡Cómo ha vivido tu
tío todos estos años con ella!
Rachel movió la cabeza.
—Tengo que pensar…
—Sí, sí, lo comprendo —Lady Olivia asintió. De pronto, se le ocurrió algo y
agregó—: Hay otro punto que creo que debes considerar.
—¿Sí? —inquirió Rachel cautelosa.
—Bueno… —la anciana tenía el aire de quien acaba de descubrir algo que los
demás habían pasado por alto— pregúntate cómo pudo Bárbara embarazarse en ese
momento, si ella misma usaba las píldoras de las que hablaste.
Capítulo 14
Habla oscurecido cuando llegó a Rothmere y las dudas que abrigó durante el
trayecto, florecieron cuando se encontró ante la familiar entrada.
Los caminos no estuvieron transitados una vez que pasó el cruce de
Birmingham. Ella había salido después de las cuatro y, aun así, dejó su apartamento
desordenado. Preparó una maleta y al final descubrió que contenía sólo ropa interior
y zapatos, por lo que la vació sobre la cama y empezó de nuevo. En ese momento su
cerebro sólo funcionaba para pensar que debía llegar hasta Matthew.
Justin reconoció su derrota, aunque aumentó las dudas de Rachel.
—¿Qué te hace pensar que Conroy te desea de regreso después que pensaste lo
peor de él? —preguntó y puso en voz alta los pensamientos que Rachel prefería no
cuestionar—. Después de todo, no es la primera vez que huyes de él. Quizás
encuentres que no está preparado para aceptarte.
Por supuesto que tenía razón, pero ella estaba convencida de que hacía lo
correcto. Ahora ya no lo estaba tanto y sus manos se apretaban convulsivas al
volante mientras conducía hacia la casa.
Era una noche fría de septiembre y cuando salió del coche, el viento
proveniente del lago penetró los pliegues de la capa con que se envolvió. Rachel no
se había detenido para cambiarse y aún llevaba el traje de terciopelo verde oscuro
que usara en los estudios, aunque ahora se sentía desaliñada y cansada por el viaje.
Había pocas luces visibles en la casa y se preguntó qué haría si Matthew no
estaba allí. Lady Olivia le aseguró que raras veces salía esos días, mas no era un
ermitaño. Pudo haber decidido pasar la noche con algunos amigos después que su
madre salió para Londres. Particularmente cuando Lady Olivia dejó a Rosemary con
Helen de camino para ver a Rachel, pues, según explicó, Agnetha ya había regresado
a Suecia.
Watkins contestó al llamado de Rachel y sus viejos ojos se abrieron mucho al
verla.
—Pero… ¡señora Conroy! —exclamó y la joven le sonrió con calidez—. Es una
agradable sorpresa. ¿Sabe el señor Matthew que viene usted? —la sonrisa de Rachel
fue trémula.
—No, no lo sabe —admitió y miró ansiosa detrás del anciano—. Está él,
¿verdad? No fue inútil mi viaje…
—No, por supuesto que no —al retroceder Watkins para permitirle la entrada,
su rostro mostró inseguridad—. Lo que pasa es que… bueno, señora Conroy, si él no
la espera…
—Está bien, Watkins —Rachel se dio cuenta de que tenía que hacerse cargo de
la situación antes que se le saliera de las manos—. Puedo salir sola si es necesario.
Usted váyase y continúe con su cena…
—¡No le digas a mi personal lo que debe hacer! —gruñó Matthew y se balanceó
un poco al retirarse de la puerta. Rachel percibió el aliento alcohólico—. Tú… sal de
aquí ahora. ¡De inmediato!
Rachel le dio la espalda y habló con el mayordomo.
—Váyase, Watkins, y dígale a la señora Moffat que nos gustaría tomar café, por
favor. Café negro, para dos.
—¡Vaya que tienes desfachatez! —rugió Matthew cuando Watkins miró a su
jefe y se apresuró a seguir las órdenes de Rachel—. Venir sin invitación, dando
órdenes. ¿Quién demonios crees que eres?
—Soy la mujer que te ama —dijo Rachel, firme, y señaló hacia el cuarto
iluminado detrás de él—. ¿Vamos a la biblioteca para charlar? ¿O sería mejor charlar
aquí afuera, con audiencia?
Matthew abrió la boca, pasmado.
—¿Qué dijiste? —musitó y entonces, como si estuviera convencido de que
interpretó mal lo que ella dijo; movió la cabeza—. No —añadió— no me digas. No
quiero saberlo. Sólo quiero que salgas de aquí y no necesito la lastima de nadie,
mucho menos la tuya.
—No es lástima —aseguró Rachel—. Escucha, ¿no podemos hablar en privado
sobre esto? He recorrido un largo camino.
—Nadie te pidió que lo hicieras. Por lo menos, yo no te lo pedí.
—Lo sé —la joven inhaló profundo—. Por favor…
—Por favor qué.
—Vamos a la biblioteca para hablar de esto.
—No hay nada de que hablar. ¡Dios! Rachel, ¿no has hecho suficiente? ¿Tenías
que hacer lo que te pidió la anciana? Dios sabe que nunca lo hiciste antes.
Rachel suspiró.
—Si hubiera sabido que te encontrabas en este estado…
—¿Sí? ¿Sí? —levantó la cabeza, irónico—. ¿Qué hubieras hecho? ¿Venir
corriendo a consolarme? —hizo un gesto—. ¿Como hiciste cuando Rosemary casi se
rompió el cuello?
—Yo no supe del accidente de Rosemary.
—¿Y dices que te preocupas por ella? —musitó sin escuchar lo que ella dijo—.
Sabes, la engañaste, justo como me engañaste a mí. En realidad, pensé que
empezábamos algo antes de irme. ¿Y entonces qué sucedió? Regresé y encontré que
te habías ido justo como antes —gruñó—. ¡Quería matarte!
—Matt yo no sabía —insistió y ahora él sí la escuchó.
—¿No sabías? ¿No sabías qué? ¿Qué yo estaba loco por ti? ¿Que siempre estuve
loco por ti? Por supuesto que sí —él hablaba en tiempo pasado y Rachel se sintió
indefensa.
—Del accidente de Rosemary —lo cortó, desesperada—. Matt no sabía que tuvo
un accidente. Nadie… nadie me lo dijo.
—¿Quieres decir que Barnes no te escribió para informarte?
—No.
Matthew se enfureció por un momento y entonces levantó sus hombros en un
gesto indiferente.
—¡Oh, bueno! Quizá fue mejor así. Si hubieras regresado entonces
probablemente yo te hubiera estrangulado.
—¡Oh, Matt! Sé que he sido estúpida. Sé que tienes toda la razón para estar
enojado conmigo, pero yo también tenía mis razones y si tan sólo me escuchas puedo
explicarte. Después de todo tu no trataste de comunicarte conmigo ¿verdad? ¿Cómo
sabes si no pensé que era porque lamentabas lo que habías dicho?
Matthew la miró un largo momento y humedeció sus labios secos.
—Necesito un trago —regresó a la biblioteca y Rachel aprovechó la
oportunidad y lo siguió. Cerró la puerta detrás de ella y se movió con rapidez para
ponerse entre él y la bandeja con botellas sobre el escritorio.
—No necesitas un trago —declaró y resistió la mirada agresiva de Matthew.
¿No lo ves? Tenemos que hablar.
—¿De qué?
—De nosotros.
—No hay un “nosotros” —dijo, llano—. Ya no más.
—Sí, sí lo hay —Rachel se negó a ser intimidada— a menos que me digas que
ya no me quieres. ¿Es eso lo que dices? ¿Es eso?
Él se dio media vuelta y pasó sus manos temblorosas entre la negrura
alborotada de su cabello. Parecía tan perdido, tan afligido que ella quería rodearlo
con sus brazos. Sin embargo, su valor no era tan grande, sin importar lo que dijera
Lady Olivia.
—No estarías aquí si no fuera por mi madre —musitó Matt después de una
pausa—. Te fuiste de aquí por tu propia voluntad. Nada ha cambiado.
—Sí, sí ha cambiado —Rachel prendió su labio inferior con los dientes—. ¿No te
preguntaste por qué pude haberme ido?
—Oh, sí… —dijo, rudo—. Sí me lo pregunté, pero no había respuesta, ¿verdad?
Te conté mi lado de la historia, mas no fue suficiente para ti.
—Sí, sí, lo fue —Rachel inhaló profundo—, aunque eso no era el final.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero… —Rachel sabía que no era fácil de explicarle sus razones para ver a
su tía—. ¡Oh, Matt! No sé por qué lo hice, pero fui a ver a la tía Maggie esa tarde que
te fuiste a Ginebra.
—¿Y? —Matthew estaba imperturbable.
—Tenía que verla. Sé que pensarás que es una tontería, pero quería confrontarla
con sus propias mentiras. Por tantos años creí todo lo que me dijo… —Rachel se
interrumpió y la ironía de esa verdad volvió a apresarla—. Esta vez estaba segura de
que tenía la mano ganadora y quería decirle que, a pesar de todo, íbamos a estar
juntos de nuevo.
—¿Y? —los ojos de Matthew parecían sobrios ahora y Rachel se preguntó cómo
pudo ella no creerle.
—Bueno, no resultó como yo esperaba.
—¿No?
—No —Rachel gruñó—. Oh, Matt! Ella dijo… dijo que Bárbara tuvo un
aborto…
—Lo tuvo.
—Ahora lo sé, pero la tía Maggie dijo que fue el bebé del que estaba
embarazada cuando me fui de Penrith.
—Y yo te dije que no había tocado a Bárbara antes que te fueras a Londres.
—Sí, lo sé. Lo sé —Rachel pudo sentir el escozor de lágrimas calientes en sus
ojos—. ¿No lo ves? Ella dijo que eras tú el que mentía, no ella y… y…
—Le creíste —la voz de Matthew era áspera. Rachel inclinó la cabeza.
—Sí.
—¿Por qué?
—¡Oh, Dios, no lo sé! —Rachel suspiró—. Supongo que no podía creer que ella
mintiera todos estos años.
—¿Pero creíste que yo sí podía?
—No. Sí. ¡Oh! No lo sé, ya te lo dije. No sabía a quién creer.
—Aun después que te conté lo de las píldoras.
Ella vaciló sólo un momento antes de abrir de nuevo su puerta y caminar por el
corredor hacia el apartamento de Matthew. A pesar de todo lo sucedido antes
todavía estaba nerviosa y requirió de gran valor para abrir la puerta del pequeño
vestíbulo y entrar.
Cerró y se apoyó contra la puerta. Escuchó que el agua corría y era obvio que él
tomaba una ducha. Aunque sus instintos la urgían a entrar al dormitorio y al baño,
aún había cosas que no podía hacer. Después de todo, habían pasado diez años se
recordó.
De todas formas, no podía quedarse pegada a la puerta, y con una profunda
inhalación, se alejó de su apoyo. Los cuartos de Matthew, los que una vez compartieron
también habían cambiado. Cuando vivieron juntos hubo cierta influencia femenina
en el diseño en cambio ahora eran rigurosamente masculinos y Rachel se preguntaba
por qué Bárbara nunca imprimió su personalidad en ellos.
Pensar en Bárbara todavía le resultaba doloroso y continuó a través de la
austeridad oro y café del vestíbulo, hacia la puerta del dormitorio.
Este último estaba decorado con los mismos tonos salvo ligeros destellos de
colores distintos en el diseño de la cubrecama Ahí estaba la cama que escogieron
juntos cuando estuvieron casados y pensar que él la había compartido con Bárbara
era casi insoportable.
Estaba parada ahí mirando la cama, cuando Matthew apareció en el umbral de
la puerta del baño. Era evidente que no la escuchó entrar a su apartamento, y sus ojos
encontraron los de ella con obvia cautela, antes que tomar conciencia de su falta de
ropa y retrocediera.
—¡No… no te vayas! —exclamó Rachel con prisa y su mirada bajó del rostro de
Matt hacia los oscuros vellos del pecho y hacia los planos lisos del estómago, donde
los vellos formaban una línea estrecha. Era la primera vez que veía desnudo a
Matthew desde hacía mucho tiempo y, aunque él estaba muy delgado, todavía era el
hombre más hermoso que había visto—. ¡Oh, Matt! Te amo, te amo tanto…
Rachel cubrió rápidamente el espacio entre ambos y cuando los brazos de él se
cerraron alrededor de ella y la aprisionaron contra su duro cuerpo, sintió una
maravillosa sensación de bienvenida. Lo abrazó por la cintura y se presionó contra él.
—Te deseo —gimió Matthew y su lengua se deslizó entre los labios de ella para
recorrer el tembloroso contorno de su boca—. ¡Dios, no sabes cuánto!
—Tengo cierta idea —la voz de Rachel era ronca—. ¡Oh Matt, hazme el amor,
por favor! Te necesito. Te necesito tanto…
Matt la acostó sobre la suave cama y se arrodilló al lado de la joven. La bata de
seda roja fue descartada sobre el tapete beige y Matthew obtenía satisfacción
mientras despojaba a Rachel de las prendas que le quedaban. Aunque él estaba tan
ansioso como ella de consumar su amor, al deslizarle las bragas a lo largo de las
piernas siguió a sus manos con los labios.
—Suave… tan suave —musitó cuando encontró la piel sensitiva del interior de
los muslos—, ¡Oh Dios! ¡Eres muy hermosa! ¿Cómo pude vivir sin esto…?
Rachel se encogió un poco cuando él la poseyó. ¡Hacía tanto tiempo! Sin
embargo, era una sensación maravillosa, saber que su cuerpo se unía al de Matt de
nuevo. Ella le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo a la vez que arqueaba las
caderas hacia las de él.
Terminó demasiado pronto, aunque el éxtasis se prolongó por unos minutos
inolvidables. Cuando él intentó retirarse, Rachel lo rodeó con las piernas y lo
mantuvo donde estaba.
—¿Tienes idea de lo que me haces? —gruñó él y enterró el rostro entre los
senos.
—Tengo una buena idea —suspiró la joven. Matt se apoyó en sus codos y la
miró cuando ella le pasaba la lengua por el pecho.
—Dijiste que teníamos que hablar —le recordó Matthew antes de apoderarse de
la boca entreabierta de Rachel, quien no quería hablar en ese momento.
—Más tarde…
Era evidente que la señora Moffat decidió no recordarles que debían bajar a
cenar. Un par de horas después, Rachel abrió los ojos para encontrar a Matthew
mirándola apoyado en un codo.
—Tú eres la única mujer que conozco que es tan bella despierta como dormida
—murmuró él y bajó la cabeza para acariciarle los labios con la lengua.
—Supongo que has tenido mucha experiencia —aventuró Rachel y trató de
parecer ligera, mas el dolor no fue tan fácil de esconder como suponía.
—No mucha, no —respondió Matthew gentil al comprender los sentimientos
de ella—, y desde que regresaste a mi vida, no ha habido nadie más.
—¿Hubo alguien… antes? —indagó la joven.
—¿Cuándo Bárbara vivía? —Matthew torció los labios—. Algunas, creo. Como
te dije antes, Bárbara y yo no tuvimos un matrimonio verdadero.
—¿Nun… nunca?
—¡Oh! —gruñó Matthew, se rodó de espaldas y levantó su brazo para dar
sombra a sus ojos contra el brillo cálido de la lámpara sobre la mesita de noche—.
—Tienes que admitir que nosotros estuvimos casados durante casi cuatro a y
nunca tuvimos ningún hijo…
—Sabes por qué —Rachel lo miró indefensa—. Además…
—De cualquier forma Bárbara me acusó de ser incapaz de procrear un hijo y tú
no sabes lo que eso le hace a un hombre.
—¡Oh, Dios!
Rachel estaba horrorizada pero ahora comprendía mucho más incluyendo por
qué Matthew y su hija habían estado tan enemistados.
—Me imagino que fue su forma de lastimarme y yo intenté que no afectara mis
sentimientos por Rosemary pero los afectó —musitó él—. Hasta… hasta que tu
regresaste…
—¿Yo?
—Si tú —Matthew cerró sus ojos por un momento—. Creo que al verlas juntas
comprendí lo que había perdido. Sé que al principio estaba celoso. Celoso de ti,
celoso de Rosemary. Pero cuando tuviste esa caída y pensé que te había matado, me
di cuenta de que estaba equivocado. También comprendí que en realidad no
importaba si Rosemary era mi hija o no. Ella pensaba que lo era y eso me bastaba.
Rachel movió su cabeza y se apoyó sobre él de forma que sus puntiagudos
senos rozaron el pecho de Matt.
—Ella es tu hija —le dijo ronca— cualquiera puede ver eso —retuvo el aliento
—. ¿Por qué crees que ella es tan provocadora?
La mano de Matthew, que estaba detrás de la cabeza de ella, la acercó hasta se
boca.
—Espero que yo te provoque —le dijo inseguro.
—¡Oh, lo haces! —aseguró Rachel y pasó sus pulgares por las mejillas de él.
Entonces volvió a menear la cabeza—. ¡Pobre Bárbara! Sabes, casi siento pena por ella
ahora.
—Eres muy bondadosa.
—Sí, bueno, es porque tengo mucha suerte —dijo Rachel trémula—. Después de
todo, yo los tengo a ambos, ¿verdad? A ti y a Rosemary.
—¿Y si no tenemos más niños, no te importará?
—¡Pero los tendremos! —Rachel suspiró y luego añadió suave—. No iba a decirte
esto, por lo menos todavía no. Yo… tuve un aborto, también. Unos… cuantos días
después que llegué a Londres.
Matthew la miró con los ojos muy abiertos.
—¡Nuestro hijo! —exclamó incrédulo—. ¡Oh Dios! ¡Nuestro hijo!
Fin