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Ceremonial

acciones, gestos y movimientos

El maestro de ceremonias
La función del maestro de ceremonias es preparar y guiar al celebrante, a los clérigos y
a los demás ministros en la ejecución de los ritos. Conocedor del conjunto de las
ceremonias, y de cada una de sus particularidades, animado por un santo celo por el
resplandor de la casa de Dios y de la majestad del culto, todo lo prevé y lo prepara:
dispone los lugares, los objetos litúrgicos, y da los avisos e instrucciones necesarias. Es,
pues, el director de la asamblea litúrgica. Todos, incluyendo los miembros de la
jerarquía, deben obedecer con solicitud sus indicaciones.

El maestro de ceremonias es alguien que, debidamente versado en sagrada liturgia, en


su historia, en su índole, en sus leyes y preceptos, con celo por las cosas sagradas, se
ocupa de guiar la ejecución de los ritos según las normas de las celebraciones, su
espíritu y las legítimas tradiciones (CE 34), con el objeto de que la liturgia consiga su
fin espiritual.

Los ceremonieros son los auxiliarles del maestro de ceremonias. Como en las grandes
celebraciones, por el número de detalles a cuidar, el maestro de ceremonias no puede
coordinar todo simultáneamente sin fallar en algo, debe distribuir las funciones de guía
con otros ministros que estarán bajo su orientación general. En una celebración los
ceremonieros se pueden ocupar, por ejemplo, de ordenar a los servidores del altar para
la preparación del altar, de ordenar a los lectores, etc.

El maestro de ceremonias y los ceremonieros deben ser conocedores de las normas


litúrgicas. No deben adornar las celebraciones para hacerlas “más bonitas”, “más
antiguas”, o “más adecuadas a los tiempos actuales” según su parecer.

El maestro de ceremonias y los ceremonieros pueden actuar en cualquier celebración,


sea presidida por un diacono, por un sacerdote o por un obispo, para la adecuada
preparación y perfecta ejecución de la celebración. Es conveniente que, al menos, en las
catedrales y en las iglesias mayores haya un maestro de ceremonias que disponga las
celebraciones sagradas para que sean realizadas con decoro, orden y piedad por los
ministros sagrados y por los fieles laicos (IGMR 106)

No se exige ser clérigo ni acolito instituido para desempeñar estos ministerios, pues se
le pueden encomendar a un laico (IGMR 107) siempre y cuando cumpla con los
conocimientos y las virtudes necesarias.
Los ceremonieros y el maestro de ceremonias deben ser humildes. El maestro de
ceremonias debe dividir las tareas entre los ceremonieros. Y tanto él como los
ceremonieros deben saber que no están para ejecutar las acciones litúrgicas por si, sino
para guiarlas. Ellos están para coordinar oportunamente con los cantores, asistentes,
ministros, celebrantes, aquellas cosas que deben hacer y decir (CE 35).

Por tanto, no deben de realizar las tareas de los diáconos, ni de los servidores del altar,
ni de los lectores. Ellos no hacen las lecturas, ni ayudan al celebrante a lavarse las
manos, ni descubren el cáliz: simplemente guían a los lectores, servidores del altar y
diáconos en las tareas que les corresponden.

Los ceremonieros y el maestro deben ser discretos. No deben hablar nada superfluo,
sino limitarse a dar indicaciones concretas. En todo momento, deben actuar con piedad,
con paciencia y con diligencia (CE 35).

Ni el maestro de ceremonias ni los ceremonieros pueden ocupar el lugar de los diáconos


asistentes que están al lado del obispo celebrante (CE 35). Por tanto, deben de estar en
un lugar desde el que puedan desempeñar su función de guía del obispo celebrante, pero
no inmediatamente a su costado, pues éste es el lugar de los diáconos. Pueden colocarse,
por ejemplo, al otro costado de los diáconos.

En la liturgia papal esto es distinto, pues tanto el Maestro de las Celebraciones


Litúrgicas, como el segundo ceremoniero están a los costados del papa. Esto es un uso
muy particular de la liturgia papal, que no puede ser fundamento para actuar así en las
diócesis.

Los servidores del altar


Para prestar a Dios un buen culto, desde tiempos antiquísimos la Iglesia les confió
algunas funciones litúrgicas a los fieles laicos de forma estable. Con el tiempo, estos
servicios se empezaron a considerar como instituciones previas a la recepción de las
órdenes sagradas, y se les denominó “órdenes menores”. Entre éstas se encontraban el
ostariado, el lectorado, el exorcistado y el acolitado.

Tras el Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI hizo una revisión de estas funciones, y
dejaron de llamarse “órdenes menores”, y se transformaron en “ministerios”;
únicamente se conservó el acolitado y el lectorado; se determinó que podían confiarse a
cualquier fiel laico varón, y no solo a los aspirantes al sacramento del orden; y dispuso
que fueran conferidos por un obispo mediante un rito litúrgico denominado institución
de lector y de la institución de acólito (Const. Apost. Ministeria Quaedam).
Así pues, un acólito (del griego akolouthos, “el que acompaña”), es aquel varón al que
se le ha conferido por el obispo mediante un rito litúrgico, el ministerio de servir al altar
ayudando al diácono y al sacerdote en las celebraciones litúrgicas, especialmente en la
Santa Misa.

Para que alguien pueda ser admitido como acólito se requiere que haga una petición por
escrito a su ordinario y que tenga una edad conveniente (Ministeria Quaedam, VIII)

Puede ser acólito cualquier varón, ya no sólo quien se prepara para el orden. Sin
embargo, para ser admitido al diaconado se requiere ser previamente instituido como
acólito (Ministeria Quaedam XI CIC 1035)

Ante la ausencia de un acólito instituido, otro fiel laico puede desempeñar sus
funciones, salvo las que son reservadas a los acólitos instituidos, como purificar los
vasos sagrados tras la comunión en ausencia del diácono (IGMR 192).

Estos fieles, que no han sido instituidos mediante el rito litúrgico, se llaman servidores
del altar. Cuando son niños, se les suele llamar monaguillos (palabra que deriva de
monjes pequeños). A esta clase de servicio al altar también pueden ser admitidas niñas o
mujeres, según el juicio del Obispo diocesano (Instrucc. Redemptoris Sacramentum 47).

Un servidor del altar o un monaguillo puede serlo de facto en una celebración, pero es
más conveniente que se les asigne la función temporalmente por el párroco o el rector
de la iglesia mediante una bendición litúrgica (IGMR 107).

Si hay varios acólitos o servidores del altar, deben de distribuirse las funciones entre
ellos (IGMR 187). Si hay un solo acólito instituido y también ayudan servidores del
altar, el acólito instituido debe de realizar las funciones más importantes (Ídem), como
llevar la cruz en las procesiones (188), presentar el libro al celebrante (189), colocar el
cáliz y el purificador en el altar (190), incensar al celebrante y al pueblo en ausencia de
un diácono (Ídem), extraordinariamente dar la comunión (191) ofrecer el cáliz a los
fieles que van a comulgar (Ídem) y purificar los vasos sagrados. Ésta última función es
reservada sólo a los acólitos instituidos (192, 247, 249 y 279).

Atendiendo a la función que desempeñan en una celebración, los acólitos y/o servidores
del altar pueden recibir algún nombre en específico: turiferario será aquél que porta el
incensario o turíbulo; ceroferario aquél que lleva las velas; y cruciferario quien lleva la
cruz procesional.

Cumplir con alguna de estas funciones no inhabilita para otras. Por ejemplo, el
cruciferario, quien llevó la cruz en la procesión de entrada, posteriormente puede ayudar
con el misal o con la preparación del altar.

Los desplazamientos en la liturgia


Es conveniente que los acólitos, diáconos, presbíteros y obispos, al moverse en las
funciones sagradas, deben hacerlo con el mayor decoro.
Para eso, los manuales de liturgia dan algunos consejos. No se trata de reglas legisladas,
sino de recomendaciones que hacen manuales. Algunas de éstas son:
1.- Que el cuerpo vaya erguido, la vista recogida, y el paso grave: sin prisa ni lentitud
afectada.
2.- Únicamente se camina de frente. No deben darse ni pasos laterales ni debe caminarse
hacia atrás, aunque sea poco espacio el que hay que recorrer. Para moverse a un lado o
para retroceder primero se gira y después se dan los pasos necesarios.
3.- Cuando hay que hacer un traslado a lo ancho de la nave, el primer paso se da con el
pie que esté más cercano al altar; y cuando hay que hacer un traslado a lo largo de la
nave, el primer paso se da con el pie derecho.
4.- Mientras se camina, se llevan las manos juntas, salvo que se lleve un objeto en las
manos. En caso de que el objeto se pueda llevar con una mano, se lleva con la derecha,
y la izquierda se coloca en sobre el pecho.
5.- En caso de que haya que realizar una reverencia, es conveniente que la hagan a la
vez todos los que se encuentran en una misma línea. Por ejemplo, si se avanza en
procesión de dos en dos, al llegar frente al altar los primeros dos hacen la reverencia,
luego los siguientes dos de la fila y así sucesivamente; o si caminan lao acólitos los
ciriales, el incensario, la naveta y el diácono en una misma línea para la preparación del
incienso y la bendición del diácono antes de la lectura del Evangelio, la reverencia la
hacen todos juntos.
6.- Si quien camina lleva un objeto, no hace la reverencia, a diferencia de los demás.
7.- En caso de que una procesión deba de dar vuelta, quien camina más cercano hacia el
lugar hacia donde hay que girar debe esperar a que los otros vuelvan a ponerse a su lado
para seguir avanzando; de esta forma, se evita que avance más rápido uno,
descomponiendo el orden procesional.

Existen tres formas de reverencias corporales: arrodillarse, hacer genuflexión, e


inclinarse. A su vez, hay dos tipos de inclinaciones: la de cuerpo y la de cabeza.
Mientras se dice el Credo en la Santa Misa, todos deben realizar una inclinación
profunda o de cuerpo, como indica la Instrucción General del Misal Romano (n. 275),
mientras se dicen las palabras “y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la
Virgen, y se hizo hombre;” o, si se dice el Símbolo de los Apóstoles, mientras se dice
“que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen,”

Sin embargo, dos días al año al decir esas palabras, en vez de hacer una inclinación
profunda hay que arrodillarse: la Solemnidad de la Anunciación del Señor, y la
Solemnidad de la Natividad del Señor.
En 2014, en la Misa de Navidad que celebró el papa Francisco se cantó el Credo en
gregoriano, pero se interrumpió este canto en las palabras en que todos deben de
arrodillarse, en que se cantó la versión de Mozart. Terminando esta frase, siguió el
Credo III. Aquí el video:
https://www.youtube.com/watch?time_continue=2&v=a8IrK72t9jI

El orden en las procesiones


Las procesiones varían por el número de celebrantes, diáconos y de acólitos que
participan en una celebración litúrgica. Sin embargo, existen algunos principios
generales que deben observarse: primero caminan los acólitos, luego los diáconos, y al
final los presbíteros de acuerdo a lo siguiente:

1.- En primer lugar, debe de caminar el acólito que lleva el incensario y la naveta. Un
acólito puede llevar el incensario y otro la naveta; ambos caminan juntos, hasta delante.
2.- En segundo lugar, caminan los acólitos que llevan la cruz y los dos ciriales. En las
celebraciones presididas por el obispo en su diócesis, puede haber siete ciriales: otros
cuatro caminan detrás de dos en dos, y uno más camina detrás de la cruz.
3.- En tercer lugar, caminan los acólitos que sirven al altar, si hay otros además de los
encargados del incienso, los ciriales y la cruz. Caminan de dos en dos.
4.- Después caminan los diáconos de dos en dos. Uno de ellos ha de llevar el
evangeliario en alto.
5.- Caminan después todos los concelebrantes de dos en dos. En caso de que haya
obispos concelebrantes, caminan después de los presbíteros, de dos en dos.
6.- Al final camina el celebrante principal en medio del pasillo. Si celebra un obispo,
detrás de él pueden caminar los dos diáconos que lo asisten.

El lugar que ocupa el maestro de ceremonias no está determinado por los libros
litúrgicos. En algunos casos camina detrás de los acólitos. En otros casos camina detrás
del celebrante principal, a su izquierda. Este último es el uso de la liturgia papal.

Si hay ceremonieros, caminan a un lado del grupo al que te toca coordinar. Por ejemplo,
en la liturgia papal el ceremoniero encargado de los acólitos camina a su lado; lo mismo
el ceremoniero encargado de los diáconos, y los encargados de los celebrantes.

Procesión papal

El lavado de las manos


Aunque no es obligatorio, es conveniente que los sacerdotes se laven las manos antes de
celebrar la Santa Misa. Esto es independiente al rito de lavado de las manos que se hace
en el ofertorio, tras presentar los dones. Este lavado de manos se hace en la sacristía,
antes de empezar a revestirse.
En la forma extraordinaria si es obligatorio, y está prevista una oración para que los
sacerdotes digan mientras se lavan las manos. Por devoción también pueden decir esa
oración los sacerdotes que celebran conforme a la forma ordinaria.

Esa oración es: “Da, Domine, virtutem manibus meis ad abstergendam omnem
maculam; ut sine pollutione mentis et corporis valeam tibi servire. Amén”, que puede
traducirse como: “Purifica, Señor, de toda mancha mis manos con tu virtud, para que
pueda yo servirte con limpieza de cuerpo y alma. Amén."

Además de lavarse las manos antes de la Misa, durante ésta el sacerdote debe de volver
a lavárselas en el ofertorio, tras decir inclinado y en secreto la oración “Acepta, Señor,
nuestro corazón contrito”, o tras incensar el altar, si es que se emplea el incienso. En esa
oportunidad lo hace de pie, a un lado del altar, mientras dice en secreto: “Lava del todo
mi delito, Señor, limpia mi pecado.”

También se lava las manos durante la Misa en algunas otras circunstancias, como
después de imponer la ceniza, el Miércoles de Ceniza, o después de usar el crisma, el
óleo de los catecúmenos, o el óleo de los enfermos, cuando se celebra un sacramento
durante la Misa o cuando se consagra un altar. Asimismo, el sacerdote se purifica los
dedos tras la comunión.

Tanto en el lavatorio del ofertorio como en los otros, se acercan los acólitos al lugar en
donde se encuentre el sacerdote, sea la sede o el extremo del altar. Si hay tres ayudantes,
uno lleva la jofaina sosteniéndola con las dos manos, otro el aguamanil sosteniéndolo
con la mano derecha y colocando la izquierda sobre el pecho, y otro el manutergio
desplegado sosteniéndolo con las dos manos. Si hay dos ayudantes, uno lleva el
aguamanil en la mano derecha y la jofaina en la izquierda. Y si solo hay un ayudante, se
en el antebrazo izquierdo coloca el manutergio, con la mano derecha sostiene la jofaina,
y con la mano derecha lleva el aguamanil.
El sacerdote pone las manos sobre la jofaina en forma de cuenco y el ayudante vierte
agua con el aguamanil. Luego, escurre el agua que le quedó sobre la jofaina, toma el
manutergio y se seca las manos. Finalmente, devuelve el manutergio al ayudante o, si
solo hay uno, lo coloca nuevamente sobre el antebrazo izquierdo del acólito.

Para purificar los dedos tras la comunión hay dos opciones. A) Si el mismo celebrante
realiza las abluciones a los vasos sagrados, coloca los dedos pulgar e índice sobre el
cáliz, y el ayudante derrama agua sobre ellos. Luego, seca los dedos con el purificador y
bebe el agua. B) Si otro ministro realiza las abluciones, los acólitos le llevan a la sede la
jofaina, el aguamanil y el manutergio como se describió antes, o le acercan un pequeño
recipiente con agua y un purificador, para que meta los dedos al recipiente y luego los
seque con el purificador.

La incensación

A. Los ministros
Un acólito porta el turíbulo. A éste se le denomina turiferario. Una forma de tenerlo es
poner la argolla del disco en el meñique de la mano derecha, mientras sostiene la otra
argolla con el pulgar o con el índice de la mano derecha, al tiempo que coloca la mano
izquierda sobre el pecho. Mientras esté humeante el incensario, el turiferario debe de
estar balanceándolo.

Otro acólito puede portar la naveta. La lleva en la mano derecha, y pone la mano
izquierda sobre el pecho. Si no hay posibilidad de tener dos acólitos, el mismo
turiferario lleva la naveta en la mano izquierda, pegada al pecho, mientras que en la
derecha lleva el incensario.

B. La preparación del incensario

Antes de las celebraciones litúrgicas debe de prepararse el incensario en la sacristía,


colocando carbones encendidos en su interior.

Antes de cada incensación, debe de ponerse incienso en el turíbulo. La norma general es


que el celebrante principal sea quien ponga los granos de incienso, aunque en algunas
ocasiones, como para incensar el Cuerpo y Sangre de Cristo en la consagración, puede
hacerlo otro ministro.

Para poner el incienso debe procederse de la siguiente forma: el turiferario pasa el


turíbulo a la mano izquierda y, con la mano derecha, toma la cadena unida a la tapa, y la
levanta; luego, sujeta esa cadena con la mano izquierda y, con la mano derecha, toma
las cuatro cadenas por la mitad y eleva el incensario a la altura del pecho del celebrante.
Cuando ha hecho eso, otro acólito le acerca la naveta destapada al celebrante. El
celebrante toma incienso de la naveta con la cuchara y lo deposita sobre los carbones
encendidos. Luego bendice el incienso con el signo de la cruz, sin decir nada. Una vez
que el celebrante ha bendecido el incienso, el turiferario baja la mano derecha y suelta
las cadenas; luego, se pasa el disco de la mano izquierda a la derecha.

En el siguiente video se aprecia a Mons. Piero Marini enseñando a dos acólitos cómo
acercar el turíbulo al papa Benedicto XVI, en la Misa de inauguración de su pontificado.

En el caso de la liturgia episcopal hay unas variaciones. La primera es que, si se


encuentra en la cátedra o en la sede, se sienta para poner incienso en el incensario, de no
ser así, pone el incienso estando de pie. La segunda es que quien le presenta la naveta es
el diácono, si lo hay, cuando se prepara el turíbulo fuera de la cátedra.

Si el que va a incensar es el celebrante, como ocurre en el ofertorio, el turiferario toma


las cadenas por la mitad con la mano izquierda, y entrega el turíbulo al celebrante: le
pone el disco en la mano derecha del celebrante y las cadenas en la mano izquierda. En
caso de que el celebrante sea obispo, el turiferario le debe dar el incensario al diácono, y
éste se lo entrega al obispo en la forma que hemos dicho.
C. Cómo incensar
Quien va a incensar toma la con la mano izquierda el disco y la parte superior de las
cadenas, dejándola descansar contra el pecho. Con la mano derecha se deja que las
cadenas pasen entre el dedo índice y medio, a la vez que con el pulgar se asegura, de
modo que el incensario pueda controlar y dirigir fácilmente.

Una vez que ha tomado así el turíbulo, puede incensar. Pero antes debe de hacer una
reverencia hacia el objeto o persona que se incensará, salvo que sea el altar y las
ofrendas para el sacrificio de la Misa.

Tras la reverencia, se acerca el incensario hasta el pecho, y se levanta hasta la altura de


la cabeza, salvo cuando se inciensa el altar, que se queda en el mismo nivel. Luego
mueve el turíbulo hacia delante y hacia atrás de la persona u objeto que se inciensa. Si
se hace una sola vez este movimiento se denomina “ictus”. Si se hace dos veces este
movimiento se llama “ductus”.

Con tres ductus se inciensa: el Santísimo Sacramento, la reliquia de la Santa Cruz y las
imágenes del Señor expuestas solemnemente, también las ofrendas, la cruz del altar, el
libro de los Evangelios, el cirio pascual, el Obispo o el presbítero celebrante, la
autoridad civil que por oficio está presente en la sagrada celebración, el coro y el
pueblo, el cuerpo del difunto.

Debe decirse que el Santísimo Sacramento se inciensa de rodillas.


Con dos ductus se inciensan las reliquias e imágenes de los Santos expuestos para
pública veneración, y sólo al inicio de la celebración, cuando se inciensa el altar.
Finalmente, con ictus se inciensa el altar de este modo: a) si el altar está separado de la
pared, el sacerdote lo inciensa dándole enteramente la vuelta; b) en cambio, si el altar no
está separado de la pared, el sacerdote, mientras camina, inciensa primero la parte
derecha, luego la parte izquierda del altar. Si la cruz está sobre el altar o junto a él, se
inciensa antes que el mismo altar; si no, cuando el sacerdote pasa delante.

Cuando se hace la incensación del ofertorio, antes de hacerla al altar, deben de


incensarse las ofrendas. Esto puede hacerse con tres ductus, como se dijo, o haciendo la
señal de la cruz con el incensario sobre las ofrendas.
Es aconsejable, después de cada ductus, bajar un poco la mano derecha y volver a subir
hasta la altura de la cara para el siguiente ductus, para que se distingan bien los
movimientos de la incensación.

D. Cuándo se usa el incienso


En la Misa se usa el incienso:

a) durante la procesión de entrada;


b) al comienzo de la Misa, para incensar el altar;
c) para la procesión y proclamación del Evangelio;
d) en la preparación de los dones, para incensar las ofrendas, el altar, la cruz, al
celebrante, a los concelebrantes y al pueblo;
e) en el momento de mostrar la hostia y el cáliz, después de la consagración.
También se usa incienso, como se describe en los libros litúrgicos:
a) en la dedicación de una iglesia y de un altar;
b) en la consagración del sagrado crisma, cuando se llevan los óleos benditos;
c) en la exposición del Santísimo Sacramento con la custodia;
d) en las exequias de los difuntos;
e) en las procesiones de la Presentación del Señor, del Domingo de Ramos, de la Misa
en la Cena del Señor, de la Vigilia pascual, en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre
de Cristo; en la solemne traslación de las reliquias, y en general en las procesiones que
se hacen con solemnidad; y
f) En Laudes y Vísperas solemnes, que se puede incensar el altar, al Obispo y al pueblo
mientras se canta el cántico evangélico.

El beso litúrgico
Junto con las dos formas de inclinación y la genuflexión, el beso es otra forma externa
de veneración en la liturgia.

Ordinariamente se dan tres besos durante la misa:


1.- Al inicio de la misa, el diácono y el sacerdote, después de saludar al altar con una
inclinación profunda, lo besan.
2.- Después de que se proclama el Evangelio, el celebrante principal lo besa mientras
dice en secreto: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”
3.- Al final de la misa, el sacerdote y el diácono besan en altar después de la bendición
final y después se inclinan profundamente frente al altar junto con los demás ministros.

La genuflexión

La genuflexión es el máximo signo de reverencia y adoración que prevé la liturgia, por


lo cual queda reservada al Santísimo Sacramento y a la Cruz, desde los Oficios del
Viernes Santo hasta la Vigila Pascual.

La Instrucción General del Misal Romano indica: que “la genuflexión, que se hace
doblando la rodilla derecha hasta la tierra, significa adoración; y por eso se reserva para
el Santísimo Sacramento, así como para la santa Cruz desde la solemne adoración en la
acción litúrgica del Viernes Santo en la Pasión del Señor hasta el inicio de la Vigilia
Pascual.” (n. 274)

En la Misa el sacerdote que celebra hace tres genuflexiones siempre:


1.- Después de la elevación de la hostia
2.- Después de la elevación del cáliz
3.- Antes de la comunión.

Los concelebrantes únicamente hacen una inclinación profunda en estos momentos.


Adicionalmente puede hacer otras dos genuflexiones si el tabernáculo con el Santísimo
Sacramento está en el presbiterio. En este caso, el sacerdote, el diácono y los otros
ministros hacen genuflexión cuando llegan al altar y cuando se retiran de él, pero no
durante la celebración misma de la Misa. Debe indicarse que los ministros que llevan la
cruz procesional o los cirios, en vez de la genuflexión, hacen inclinación de cabeza
Antes se decía que había que debían hacerla cada vez que los ministros pasaban delante
del sagrario, pero eso se suprimió y ahora sólo se hace al inicio y al final.
Fuera de la Misa, todos los que pasan delante del Santísimo Sacramento hacen
genuflexión, a no ser que avancen procesionalmente.

La genuflexión doble implica poner las dos rodillas en el suelo e inclinar la cabeza. Este
gesto no se contempla en la liturgia actual. Anteriormente se realizaba frente al
Santísimo Sacramento cuando se encontraba expuesto. Sin embargo, por devoción
puede realizarse.

La Instrucción General del Misal Romano como signos corporales de reverencia y


adoración sólo contempla la genuflexión sencilla (pues dice que se hace doblando la
rodilla derecha hasta la tierra), en el núm. 274, y la inclinación (que puede ser de cabeza
o profunda) en el núm. 275. Así pues, no dice nada sobre la genuflexión doble, como
antes sí se decía.

En el mismo sentido, el Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto Eucarístico fuera de


la Misa (De Sacra Communione et De Cultu Mysterii Eucharistici Extra Missam)
dice textualmente en el número 84 de su praenotanda: “84. Ante El Santísimo
Sacramento, ya reservado en el sagrario, ya expuesto para la adoración pública, sólo se
hace genuflexión sencilla.” Es claro, por tanto, que indica que debe hacerse una
genuflexión sencilla cuando el Santísimo esté expuesto.

Las inclinaciones

En el rito romano actual hay dos clases de inclinación: de cuerpo o profunda, y de


cabeza.
A) La inclinación profunda se hace doblando todo el tronco superior, desde la cintura,
hacia delante.

Esta inclinación se hace:


1.- Al altar, todos los que se acercan al presbiterio, o se retiran, o pasan delante.
2.- En la oración “Purifica mi corazón”, que se dice antes de proclamar el Evangelio, si
lo dice el sacerdote; o el diácono mientras recibe la bendición antes de proclamarlo.
3.- En las palabras “Y por obra del Espíritu Santo…” del Credo.
4.- En la oración “Acepta, Señor, nuestro corazón contrito” durante el ofertorio.
5.- En el Canon Romano, durante las palabras “Te pedimos humildemente”.
6.- El sacerdote, además, debe pronunciar las palabras del Señor, durante la
Consagración, haciendo una inclinación.
7.- Los acólitos hacen la inclinación antes de acercarse a prestarle un servicio al
celebrante (acercarle el misal, lavarle las manos, ponerle la mitra)
8.- También se requiere la inclinación profunda al Obispo, antes y después de la
incensación.
Además, habrá que hacerla cada vez que los distintos libros litúrgicos lo ordenan
expresamente.

B) En la inclinación de cabeza, únicamente se mueve la cabeza desde el cuello, sin que


se mueva el tronco.
La inclinación de cabeza se realiza cuando se mencionan las tres Personas Divinas a la
vez (por ejemplo, en la primera parte del Gloria) el nombre de Jesús, el nombre de
María o el santo en honor a quien se celebra la misa. Textualmente dice la Instrucción
General del Misal Romano en el núm. 275: “La inclinación de cabeza se hace cuando se
nombran al mismo tiempo las tres Divinas Personas, y al nombre de Jesús, de la
bienaventurada Virgen María y del Santo en cuyo honor se celebra la Misa.”

La señal de la cruz

El celebrante debe de realizar la señal de la cruz del siguiente modo: se inicia con las
manos unidad; después, la mano derecha va, con los dedos juntos, desde la frente hasta
el pecho (justo encima de donde descansa la mano izquierda), mientras dice “en el
nombre del Padre y del Hijo”; después la mano derecha va del hombro izquierdo al
derecho mientras dice “y del Espíritu Santo”; y vuelve a unir las manos inmediatamente.

Al inicio del Evangelio, quien lo proclama, debe de trazar la señal de la cruz con el dedo
pulgar de la mano derecha sobre el libro, en el inicio del Evangelio que va a leer.
Después, debe trazar una clara señal de la cruz en la frente, en los labios y en el pecho,
con la yema del pulgar derecho, poniendo los demás dedos juntos señalando hacia la
izquierda, mientras la mano izquierda descansa sobre el pecho. Todos los que asisten a
la liturgia deben de realizar esta señal del mismo modo, con reverencia y claridad.

Hago notar esto último: antes de la proclamación del Evangelio, ni el que lee ni los
fieles deben de hacer el gesto que se hace mientras se dice “Por la señal de la Santa
Cruz, de nuestros enemigos…”, sino el gesto que hemos descrito: trazar tres cruces, una
en la frente, otra en los labios y una más en el pecho.

La posición de las manos en la liturgia


La posición de las manos en la liturgia es muy importante. Siempre es
significativa. Durante las celebraciones litúrgicas, el celebrante y los ministros, mientras
caminan o están de pie, tienen las manos juntas salvo que se indique otra cosa. Si tienen
un objeto en una mano, deben colocar la otra mano sobre el pecho, de forma extendida y
con los dedos juntos. Esto ocurre, por ejemplo, al llevar el incensario: con la mano
derecha se lleva y la mano izquierda se pone en el pecho.
Cuando los ministros se sientan, las manos deben de descansar en las rodillas y los
codos deben estar doblados de un modo relajado.

Mientras debe de realizarse una acción con una mano (por ejemplo, al bendecir o al
cambiar la página del misal), hay que evitar que la otra mano quede en el aire. Para ello,
debe colocar la sobe el pecho, cuando el celebrante está en la sede, o sobre el altar,
cuando está frente a éste.

En esto último hay una regla: al poner la o las manos sobre el altar, se suele apoyar toda
la mano extendida, y entre la consagración y la purificación se pone sobre el corporal;
fuera de este periodo, se coloca fuera del corporal.
En el caso del obispo cuando usa el báculo, lo toma con la mano izquierda, y con la
derecha bendice.

Hay disposiciones de las manos que hay que tratar con más profundidad: las manos
juntas y las manos extendidas:

A. Las manos juntas


Decíamos que, si no se dispone otra cosa, las manos de los celebrantes deben
permanecer juntas. Deben de observar esta disciplina mientras están en el presbiterio y
en las procesiones.

Ahora bien, existen muchas formas de tener las manos juntas. Todos los días
observamos distintas interpretaciones a la rúbrica de juntar las manos. Hay quien las
junta por debajo de la cintura, y hay quien entrecruza los dedos, como puede observarse
en la foto de abajo. Todos ellos tienen las manos juntas.
A todo esto, ¿cuál es la forma correcta? La indica el Ceremonial de Obispos, num. 107,
nota 80, citando el viejo Caeremoniale:
“Las manos se juntan, palma con palma, con todos los dedos unidos, y el pulgar derecho
cruzado sobre el izquierdo. El pulgar derecho debe pegarse al pecho.”

B. Las manos extendidas


Las manos se extienden durante el rezo de determinadas oraciones de petición de
misericordia. Es un gesto de las primeras épocas de la Iglesia. Con la celebración de la
misa “vesum populum”, este gesto se ha hecho más amplio.

Como puede notarse en las concelebraciones, no hay una regla sobre este gesto.
Algunos autores han dicho que deben extenderse las manos, con los dedos juntos, con
elegancia y no con rigidez, y que las palmas estén en una posición abierta y natural,
ligeramente adelantadas con relación a los hombros, teniendo los codos cerca del
cuerpo.

Lo que debe de evitarse es que las palmas queden de cara al pueblo, porque se da la
impresión de una actitud defensiva. También debe evitarse un alargamiento o extensión
excesiva de las manos, porque no se pueden mantener así mucho tiempo sin producir
cansancio). Asimismo, ha de procurarse no mover las manos hacia arriba y hacia abajo a
la par de que se va leyendo.

Las manos juntas


La posición de las manos en la liturgia es muy importante. Siempre es significativa. Si
no se dispone otra cosa, las manos de los celebrantes deben permanecer juntas. Deben
de observar esta disciplina mientras están en el presbiterio y en las procesiones.
Ahora bien, existen muchas formas de tener las manos juntas. Todos los días
observamos distintas interpretaciones a la rúbrica de juntar las manos. Hay quien las
junta por debajo de la cintura, y hay quien entrecruza los dedos, como puede observarse
en la foto de abajo. Todos ellos tienen las manos juntas.

A todo esto, ¿cuál es la forma correcta? La indica el Ceremonial de Obispos, num. 107,
nota 80, citando el viejo Caeremoniale:
“Las manos se juntan, palma con palma, con todos los dedos unidos, y el pulgar derecho
cruzado sobre el izquierdo. El pulgar derecho debe pegarse al pecho.”

La bendición al final de la Misa

A partir del siglo XII, el Rito Romano incorporó que el sacerdote impartiera la
bendición al final de la Misa, cuando aún se encontraba en el altar, con la fórmula que
todavía hoy se usa: “La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo”.

En la Edad Media se buscó que la bendición final fuera distinta dependiendo de si


celebraba un obispo o un sacerdote, por lo que el obispo bendecía con la mano, mientras
que los sacerdotes lo hacían con algún objeto sagrado, como un crucifijo. Con el
tiempo, se quitó este objeto, pero se diferenció la bendición del obispo con la del
sacerdote porque se agregan invocaciones al Nombre del Señor antes de que bendiga el
obispo.

Actualmente la bendición del obispo es de la siguiente forma. Con mitra dice: “El Señor
esté con ustedes”, a lo que se responde “Y con tu espíritu”. Luego dice: “Bendito sea el
nombre del Señor”, a lo que se responde “Ahora y por siempre”. El obispo dice:
“Nuestro auxilio es el nombre del Señor”, y se responde “Que hizo el cielo y la tierra.”
En ese momento toma el báculo con la mano izquierda y dice: “La bendición de Dios
todopoderoso, Padre, Hijo, y Espíritu descienda sobre ustedes”, mientras traza una cruz
en la mención de cada Persona Santa: la primera a la izquierda, a continuación, en el
centro, y finalmente a la derecha.
En la forma tradicional la bendición es distinta:
1.- El obispo, con mitra, dice: “Dominus vobiscum” (El Señor esté con ustedes), a lo
que se responde “Et cum spiritu tuo. (Y con tu espíritu).
2.- El obispo se hace una cruz en el pecho con la mano derecha mientras dice Sit nomen
Domini benedictum. (Bendito sea el nombre del Señor), a lo que se responde “Ex hoc
nunc et usque in sæculum” (Ahora y por siempre).
3.-El obispo se santigua mientras dice “Adjutorium nostrum in nomine Domini”
(Nuestro auxilio es el nombre del Señor), a lo que se responde “Qui fecit cælum et
terram” (Que hizo el cielo y la tierra).
4.- El obispo abre y levanta las manos al ancho de los hombros y la altura de la cabeza
mientras dice: “Benedicat vos omnipotens Deus” (La bendición de Dios todopoderoso).
5.- Une las manos nuevamente, toma con la mano izquierda el báculo y dice “Pater, et
Filius, et Spiritus Sanctus” (Padre, Hijo, y Espíritu descienda sobre ustedes), mientras
traza una cruz en la mención de cada Persona Santa.

En el caso de los sacerdotes, la Instrucción General del Misal Romano dispone que
deben de extender las manos y saludar al pueblo diciendo “El Señor esté con ustedes”, a
lo que el pueblo responde: “Y con tu espíritu.” Tras ello, el sacerdote debe unir las
manos, e inmediatamente poner la mano izquierda sobre el pecho y elevar la mano
derecha, agregando: “La bendición de Dios todopoderoso” y, mientras traza el signo de
la cruz sobre el pueblo, proseguir: “Padre, Hijo, y Espíritu Santo, descienda sobre
ustedes”.

En algunos manuales de liturgia, no obstante, señalan que en palabras “La bendición de


Dios todopoderoso” el sacerdote debe abrir y levantar las manos al ancho de los
hombros y la altura de la cabeza. Ello, porque el Evangelio de Lucas describe que
nuestro Señor, antes de ascender al cielo, bendijo a sus discípulos “levantando las
manos”.

Esto sí estaba prescrito en la forma tradicional, pero en la nueva forma no dice nada.
En esos manuales se indica, también, que el singo de la cruz de la bendición debe
hacerse sólo al mencionar al Hijo. Es decir, que mientras se menciona al Padre y al
Espíritu Santo las manos deben de estar juntas. La razón que se aduce es que fue por Él
que fuimos salvados en el sacrificio de la cruz. Señalan que una prueba de ello es que
los libros litúrgicos ponen una cruz después de que está escrito “y del Hijo”.
Las rúbricas no indican nada, e incluso en misas de la forma tradicional se traza la cruz
mientras se mencionan a las Tres Personas, y no solo cuando se menciona al Hijo.

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