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Cuando los arboles mueven el viento He ofdo decir que hay paises que no tienen una constitu- ci6n escrita. Son paises de una larga historia, donde los grandes asuntos de la vida y los pequefios asuntos del Es- tado se rigen por las tradiciones, por la costumbre, por el espititu de las leyes y por el sentido comin, Hay sociedades, en cambio donde, se piensa que cada cosa de la realidad tiene que estar reglamentada, y me re- cuerdan aquel libro oriental que legislaba sobre todas las circunstancias humanas y en el que se lee que un viernes por la tarde un sastre no puede salir a la calle con una agu- ja. Caprichosas normas afiadidas a la realidad por el ocio de algiin legislador y que estén en el otro extremo de las prolongadas costumbres, a las que se ha llegado sin duda por una experiencia de afios o de siglos. Es cuando faltan las costumbres cuando terminamos legislando sobre todo, y Nietzsche tenia raz6n cuando dijo que cualquier costumbre, hasta la més inexplicable, como la costumbre de los kamchadales de que no se puede qui- tar el hielo de las botas con un cuchillo, o la de los japo- neses de que no se deben pinchar los alimentos con los palillos sino solo tomarlos con ellos, cualquier costumbre, decia, es preferible a la falta de costumbres Hace dias tuve un suefio extrafio, sofié que alguien me decia que la Constitucién no es la solucién sino que la Constituciéa es el problema. Al despertar, me pregunté = 187 qué querria decir aquel suefio, y fue entonces cuando re- cordé que hay paises que no tienen una constitucién es: crita, que al menos no dependen de ella de una manera tan paralizante como el nuestro. Mis de una vez he oido decir que en los paises donde més abundan las leyes es donde mis s las transgrede, y Colombia parece hecha para demostrar esa afirmacién, Aqui no son unos cuantos infractores los que se atreven a transgredir la ley, a veces tiene la tendencia a transgreditla, y mas asombroso es ad: entimos que la sociedad entera vertir que incluso la transgreden los encargados de dictarla, los encargados de aplicarla, los encargados de sancionar su violacién. ce alza el grito de alarma, mas se proclama el anatema, mas nos es- Naturalmente, cuanto mis se la profana més de un sentimiento de escéndalo sincero 0 simulado. Y sin embargo nos resultan muy familiares las tremecemo' expresiones “por debajo de cuerda”, “por debajo de la mesa”, “aqui entre ns”, “cémo arreglamos”, “cémo voy yo”, “cémo le hacemos”. leyes severas, incluso inflexibles, como en la na- son necesatias, pero esas tienen que ser las que dictan la costumbre y el sentido comin: aquellas cuya va~ lidez todo el mundo reconoce. Lo extrafio es que haya leyes que nadie reconoce, que nadie acata, o peor atin, leyes que no logran tener utilidad porque ni siquiera tienen sentido. Siuna licencia de conduccién es la prueba de que alguien sabe manejar un vehiculo, gpor qué habria de tener cadu- cidad? Corre alguien el riesgo de que se le olvide manejar de la noche a la mafiana? ‘Yo llevo casi treinta afios hablando de los tertibles dra- mas de la convivencia en nuestro pais, de la violencia que _ _ fe nos attebata dia tras dia vidas de ciudadanos, de la falta escandalosa de trabajo formal, de la crisis tremenda de la las cosas que hacen que Colombia sea uno de justicia, d los paises mas desiguales del mundo, de nuestro pobre acceso al conocimiento, de la creciente pérdida de libertad que nos impone este modelo, de los antiguos y mezquinos poderes que continuamente impiden la paz. Qué asom- broso es leer, en el predmbulo de nuestra Constitucién, vigente hace ya treinta afios, estas palabras: El pueblo de Colombia, en ejercicio de su poder sobe- rano, teptesentado por sus delegatatios a la Asamblea Nacional Constituyente, invocando la proteccién de Dios, y con el fin de fortalecer Ja unidad de la nacién y asegurar a sus integrantes la vida, la convivencia, el tra bajo, lajusticia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y Ia paz, dentro de un marco jutidico, democritico y ‘patticipativo que garantice un orden politico, econémico y social justo, y comprometido a impulsat la integracién de Ia comunidad latinoamericana, decreta, sanciona y promulga la siguiente: “onstitucién Politica de Colombia, A veces parece que en nuestro mundo las palabras van por un camino y la realidad va por otro. Hace mucho tiempo Barba Jacob escribié aquellas palabras paradéjicas, “la paz cs mi enemigo violento y el amor mi enemigo sanguina- rio”: aqui pot lo menos es evidente que las palabras no han bastado para lograr que los hechos ocurran. Un famoso pensador afirmé que no son las constituciones las que ha- cen a los paises sino los paises los que hacen a las consti: tuciones, y que ¢s un error pensar que son los arboles los que mueven el viento. es 189 — Pero quisiera reflexionar aqui no solo sobre la ley sino sobre la letra de la ley, sobre el lenguaje. Ningain lenguaje es inocente, peto el de la ley bien podria ser el menos inc- cente de los lenguajes. Sabemos que son los pueblos los que hacen las lenguas y que son tardfamente los gramati- cos quienes las codifican y sistematizan sus leyes. Peto eso no significa que los pueblos no puedan volver a creat, modificar, reinventar los lenguajes. La lengua solo esta viva si se mueve, si dialoga con el mundo, si toma conti- nuamente el pulso de la realidad, si se deja electrizar y moldear por ella. Sin embargo, a menudo la gramftica, que es una patie de la lengua y no su duefia, tiende a asumir el papel de guardiana severa de una pureza que a menudo no es mis que un molde que inmoviliza la lengua y que corre el ries- 0 de fosilizarla, Grande era el latin, pero si unos tribuna- Jes hubieran impedido su transformaci6n, hoy no existitian el francés, ni el italiano, ni el portugués, ni el inglés, ni el rumano, ni esta lengua que hablamos, Alguna vez, Borges se atrevié a Ilamarla “ese latin ve- nido a menos, el castellano”, y es verdad que por mucho tiempo el castellano perdié el poder reflexivo del latin, su intensidad filos6fica, su perspicacia cientifica; siguid so- metido a las pautas y a veces a las tiranias taxonémicas del latin, perdié la fu cesplendor literatio de la lengua de Séneca, de Lucrecio, de Plinio, de Cicerén y de Virgilio. Pero fatalmente tenia que perder lo que perdié para poder ganar lo que ha ganaco. oratotia, la logica juridica y hasta el ara mi como esctitor siempre ha sido muy importante pensar en el modo como llegé a estas ticrras la lengua que hablamos. A un continente donde no existia la propiedad el principio de la propiedad lege en el filo de las ~ 499. ————____-——— espadas, pero el sentido de la propiedad Ilegé con la ley. Es quiza por eso que aqui, donde estaba el reino de la tra- dicién oral, el titulo de propiedad se llamé la escritura, con un sentido casi biblico, inquictantemente religioso. ¥ desde muy temprano el peso de la ley positiva primé sobre el poder de la costumbre. Mucho tiempo en los campos, ficles a la ver a la fuerza del mestizaje y acaso a una herencia de hidalgos, aqui se respetd la palabra antes que la intimidaci6n de los eédigos. Peto si ya habia una distancia, un vacfo, una zona de fiio ya veces incluso un abismo entre la realidad y el lenguaje, esa distancia empez6 ser mayor entre la letra de la ley y Ja conducta. Mucho se sabe que la ley es un limite, mucho se sabe que una vez. establecida legitimamente tiene poder coer- citivo, mucho se dice que la ley es la garante del orden social porque de no ser por ella el hombre seria un lobo para el hombre. Pero todavia nos falta garantizar que a cambio de que el hombre no sea un lobo para el hombre no estemos permitiendo que el Estado sea un lobo para el hombre. Qué E nuestra convivencia, nu stado es el que garantizara nuestro orden social, ra dignidad, nuestra prosperi- dad? :Basta que lo Ilamemos Estado para que autométi- camente se tenga por legitimo? zY qué podrfa pasar cuando muera el consenso, o cuando se haga evidente que el con senso no existia? Este Estado que les debemos a santo Tomés de Aquino, a Hobbes, a Montesquieu, a los collares de sangre —como la Revolucién francs los cafiones de Napoleén, zsf interpreta suficientemente este Jos llamé Giovanni Papini— de mundo distinto, su naturaleza, sum tizaje, su complejidad 191 — a En busca de la Colombia perdida Se dirfa que nada cambia tanto como el pasado. Cada ge- neracidn crece en una leyenda de su mundo que tiene gue corregit 0 reinventar a lo largo de la vida. Esto es mas evidente en tiempos de crisis, cuando las sociedades cam- bian, se abandonan las verdades, se cuestionan los valores y nadie parece crecer en Ia firmeza de unas tradiciones y en la seguridad de unas costumbres. Pero es mas drama- tico en sociedades que no alcanzaton a tiempo un relato de s{ mismas que sirviera de fundamento para un verda- dero orden social Fin eso, Colombia es un pais muy representative delos desafios de nuestra época, pues antes de lograr construir un relato coherente de su realidad natural y social, de su proceso hist6tico y de sus propésitos colectivos, ha visto derrumbarse las sucesivas versiones de si misma que le habia permitido articular la historia. Como en un poema de Miguel Hernandez, al siglo XXT Colombia llegé con tres heridas: la de la Conquista, ls de Ja Independencia y la del Desarrollo. Nuestro siglo XVI ha debido ser el del Encuentro de los Mundos, peto se con: figurd mas bien como un inmenso saqueo, un genocidio y tuna invasién opresiva; el principal resultado de la ocupaci6n europea del tertitorio consistié en borrar la memoria mi: lenaria del continente, y es verdad que casi todo lo que habia fue cubierto por lo que lleg6. 4 —- - ‘También en la Europa cristiana se construfan las igle- sias sobre las raina 6 los vestigios de los templos paganos, pero nadie en Europa podia negar aquella antigiiedad. Hasta los nombres se conservaban: esa iglesia recién cons- truida se llamaba Santa Maria sopra Minerva, la columna ‘Trajana seguia en pie, e incluso en condicién de derrotada la antigiedad no solo seguia brillando s realidad. En cl fondo, la continuidad fue tal que no estamos se- guros de que el cristianismo hubiera podido nacer sin la doctrina plat6nica del doble mundo, el Nuevo Testamento no pudo desprenderse del Antiguo, y el catolicismo ter- mind siendo una versidn eclesidstica del Imperio romano. “Aqui, en cambio, no solo se neg¢ la cultura de los pueblos vencidos sino que al principio hasta se les negaba la con- dicién de ‘A nosotros nos ha tocado, después de la Conquista y aun después de la Independencia, la curiosa tarea de vivir una y otra vez el descubrimiento de América. No hay ge- ino iluminando la sres humanos. neracién a Ia que no le haya tocado descubrir algo: las ciudades mayas, las cabezas olmecas, la profusién de las Ienguas nativas, el saber médico de los chamanes del Ama- zonas, la ingenieria hidréulica de los zenties de La Mojana, el mito de Yurupari, la cancién cuna para curar la locura, la filosofia de los kogis, las narrativas del gran rio, las al- turas de Machu Picchu, la maloca césmica de los hombres jaguar de la sierra de Chiribiquete. Nos educaron en la idea de que América surgié para la historia en 1492, de que su existencia se la dieron las cara- belas de Cristobal Col6n; pero cada dia descubrimos algin hecho més antiguo y més sorprendente. No hace medio siglo nos enteramos de que los refinados dibujos de las e s de las ciudades mayas no eran meros ornamentos tel suales, y se derrumbé la leyenda de que las lenguas de ‘América no habian alcanzado la fase de la escritura. Los colombianos acabamos de enterarnos de que los dibujos de los tepuyes de Chiribiquete tienen mas de veinte mil afios, cuando crecimos en la idea de que los primeros pobladotes del continente habfan llegado hace diez mil. Pero ademés Hegar hasta Chiribiquete para alzar alli esa capilla sixtina del atte americano, es algo que no pudo realizarse en poco tiempo. Qué cuentos de prehistoria: aqui la historia comenzé hace mas de veinte mil afios. Fspaiia fue sembrada en nuestro tertitorio con tal vo: cacién de hegemonia que aun la tardfa protecci6n benévola como tinico propésito ci vilizarlos: y eso significaba evangelizarlos, alfabetizatlos, artebatatles su cultura ¢ iniciarlos en los buenos habitos de la servidumbre, Han tenido que venir la etnologia y In antropologfa del siglo XX a mostratnos no solo la exis- tencia de las ciento veinte naciones indigenas que habita. ban el tertitorio de lo que hoy ¢s Colombia a la llegada de Jos europeos, sino las sesenta lenguas que se hablan todavia hoy, y los mitos de los u’was de la sierra del Cocuy, el ito de Aluna de la Sierra Nevada, los mitos de los desanas del Vaupés, el Canto de lr peces de los sikuanis del Vichada, el .0 del Arbol de los frutos, y las historias cho- de los indios en misiones te mito amaz6 coanas de las serpientes que dialogan con el trueno. Del mismo modo hemos ido aprendiendo que los na- tivos de este territorio: zenties, calimas, bacataes, tolimas, quimbayas, tayronas, eran exquisitos disefiadores y refina- dos orfebres; se hizo imposible negatlo, y el mas impor- tante museo de arte del pais es el Musco del Oro del Banco —— 196 de la Repéiblica, Las castas que se beneficiaron siempre de la negacién de nuestra complejidad persistieron en el viejo telato, pero ¢e6mo sostener en adelante la leyenda de que todo lo que habia aqui antes de Espafia era salvajismo y barbaric? ¢Cémo sostener que es un acto de benevolencia exagerada permitir a los indigenas tener derechos sobre las tiertas que eran de sus mayores hasta cuando legaron los duefios del papel sellado? De todos modos, la lengua que llegé se ha convertido en la lengua unificadora no solo del pais sino de toda His- panoamérica, No cs la misma lengua que nos trajeron hace quinientos afios: aqui el castellano pasé de set una lengua local a ser una lengua planetaria, y buena parte de su in- fluencia actual sobre el mundo se debe a la labor de las generaciones de nuestro continente, Ya no es solo la len- gua de Cervantes, de Quevedo y de Lope de Vega, ahora es la lengua de Rulfo, de Garcia Marquez, de Neruda y de Jorge Luis Borges. Pero yo tengo la conviccién de que lo que permitié que Ja lengua castellana permaneciera en América y se convit- tiera en la lengua unificadora del continente, no fue la opre sin de la Conquista, Para que una cultura arraigue en un territorio no basta una ocupacién militar: es necesario que esa lengua se enamore de ese mundo, lo exprese y lo des cifre. Los moros estuvieron siete siglos en Espafia y F pafia no terminé hablando arabe. El inglés no se convirtié Ja lengua principal de la India, a pesar de la formidable presidn del colonialismo, No fueron los guerreros, ni siquiera los medianamente ilustrados como Hernan Cort s 0. como Gonzalo Jimé ez. de Quesada, los que hicieron que la cultura espa artaigara en América, sino los cronistas y los humanistas. fiola 197 No los que trajeron la lengua para dominar, sino sobre todo los que aqui la utilizaron para nombrar el continen te, para expresar su asombro ante una naturaleza tan dis tinta; hombres como Gonzalo Fernindez de Oviedo, que habia aprendido de los italianos el amor por la lengaa popular frente a las infulas de la lengua académica y cel Jatin mayestatico; hombres como Bernal Diaz del Castilo, como Pedro Cieza de Leén y sobre todo como Juan de Castellanos, que no se propuso solo contar sino cantar el asombro del tertitorio y la minuciosa realidad del conti nente desconocido. Lo mis valioso de su esfuerzo no fue reconocido en- tigos curiosos, y hasta es comprensible que Espafia se negara a aprender de su tonces, se los vio apenas como t ejemplo, porque para Espafia alla en su interior nada habia cambiado: estaban muy lejos de esa aventura, no tenfan por qué apreciar que la lengua al otro lado del océano fue- 12 el testigo asombrado de un mundo nuevo y se volviera parte de él. Lo que sf fue anormal es que nuestra cultura, incluso después de la Independencia, se hubiera negado aentender el valor de ese esfuerzo, el mestizaje de la lea: gua que ellos propiciaron, y no percibiera la importancia de la naturaleza que esos primeros testigos supieron apre- ciar con los ojos del Renacimiento. Ver a Cortés entrando en Tenochtitlan era algo tan asombroso como si se hubieran encontrado frente a frente los principes del Renacimiento con los faraones del anti guo Egipto. No solemos pensar que este planeta hace ap:- nas cinco siglos estaba formado por dos hemisferios que ‘no se habfan visto nunca, cuyas culturas habian evolucio: nado independientemente durante mas de veinte mil aics. Cada uno poseia sus raz s, sus culturas, sus lenguas, sus 198, ———— dioses; ciudades, artes, mitologias, cosmovisiones, técnicas agricolas, barbaries y refinamientos Pero cl modo descomunal como una cultura se impuso sobre la otra marcé una profanacién que hemos tatdado siglos en entender: dejé una huella de silencio, de repul- sidn y de discordia que no nos ha permitido nunca mirat- nos como conciudadanos, Y hay que decir con claridad que hasta que no se reconozca como parte de lo que so- mos la majestad de esas culeuras, la sacralidad de sus tipos humanos, el sentido de esas divinidades de la naturaleza, lir de un laberinto de mezquindad y de no lograremos s2 sangre. Los paises que han hecho un esfuerzo por reconocer esa complejidad, han alcanzado niveles mayores de convi- vencia y de cohesién nacional, Nosotros hemos vivido de un modo persistente fendmenos de discordia dificiles de superar. El modo como Colombia, a pesar de su ex traordinatia naturaleza, sus paisajes espléndidos y sus cli mas benévolos, lleva sigios siendo un escenario de violencia y tertor para sus gentes humildes, ¢ incluso para los po derosos, es sobre todo consecuencia de esa lectura defor mada de lo que somos, que no siembra las bases del respeto y de la convivencia En una realidad asi es muy ficil que la politica desate ciclicas oleadas de intolerancia que perpetian la profana- cién original de la dignidad humana, Peto por fortuna ha llegado una época en la que del respeto por el territorio depende abrumadoramente el futuro, y de la valoracién compleja y creadora de la memoria y de la diversidad de- pende literalmente la salvacién del mundo. Temprano se urdié la leyenda del salvajismo y dela bar- barie: una leyenda interesada y manipulada. Los que vieron 199 - —— con escindalo cémo los aztecas sacrificaban guerreros enemigos en los altares de sus dioses no advertian con el mismo espanto las criptas de la Santa Inquisicién, ni las hhogueras en que se consumia alos herejes, ni las euedas de Flandes de las que cafan a pedazos los cuerpos de los eje- cutados. Bien dijo Montaigne que solo llamamos barbarie alos defectos de los otros. Peto el que quisiera comparar realmente los mundos tenia que poner frente a los altares aztecas El triunfo de la muerte de Brueghel, y frente a las pieles de indios desollados del cacique Petecuy en el Valle del Lili, los fragmentos de cuerpos humanos que Felipe II guardaba en El Escorial y a los que lamaba piadosa- mente reliquias de santos. “Tavimos que esperar a los estudios de Voltaire sobre las costumbres de los pueblos, a las noticias asombrosas de La rama dorada de Fear pologfa contemporanea, para emp espeto nuestro pasado, para entender que no podemos persistiten la violenta negacién de la dignidad de un mun- do, en la injusticia de una valoracién racista y eurocénttica de las culturas nativas. EI avance de los guerreros europeos por América solo puede compararse con lo que seria la ocupacién y la con- quista de otro planeta. Contarlo realmente requetitia la capacidad de asombro de Ray Bradbury, la sensibilidad de Marcel Proust, la nobleza comprensiva de Montaigne de Voltaire, la licida imaginacién de Jorge Luis Borges spafia se uni6 carnalmente con el mundo indfgena: tam- bién por esa tazén no tenia derecho a borrar su universo cultural, porque le impuso como sin advertitlo a Ia socie~ dad mestiza tesultante una versién de si misma, de su carne y de su espirita, en la que ese mundo mestizo no podia ——— 200 a caber. Nos oblig6 a mirarnos en un espejo en el que no podfamos reconocernos plenamente, Asi que ese gradual descubrimiento de Amética que ha sido nuestro destino no era una opcién sino sobre todo tuna necesidad, como los rasgos de alguien que ha pade- cido el fuego, y que al cabo del tiempo tienden a emerger de nuevo en el rostro vulnerado. No se trata de un mero ejercicio de reafirmacién étnica: es el respeto a un cono- cimiento milenario del tertitorio, sepultado por una cultura arrogante ¢ impaciente. Y tampoco puede consistir en la negacién de todo lo otro que somos, de los muchos apor: tes de Europa, de las grandes sintesis que desde entonces hemos conseguido. Pero hay un manantial sagrado ante el que tenemos que inclinarnos, porque como dijo Hol derlin, “lo que nace de una fuente pura es un misterio, y ni siquiera el canto lo puede revelar”. ‘También fue Hélderlin quien dijo que el encuentro con “América se debié a que Europa no cabia en si, a que ne- cesitaba desesperadamente salir de si misma, y eso ya po- dia advertirse en un libro que por entonces tenia mas de dos siglos, La divina comedia, donde el Ulises sofiado por Dante se lanza a una travesia temeraria mas allé de las co- Jumnas de Hércules, porque algo lo impulsa a “ir tras el sol por ese mar sin gente”, y al cabo de tres meses, antes de naufragar, ve aparecer detrés del mar una montafia inmen- sa, Bl encuentro tenia que ocurrir: fueron las circunstancias las que lo hicieron tan cruel y tan cargado de consecuen- cias dolorosas. A pesar de Bartolomé de las Casas, de Francisco de Vitoria, de Juan de Castellanos, Espafia no estaba en con- diciones de protagonizar un verdadero encuentro de los mundos. Y a pesar de tantos esfuerzos, la Conquista qued6 201 = en deuda con lo mejor del espiritu del Renacimiento, pues este, aunque estuvo marcado por la crueldad y a barbaric, se redimié en la curiosidad poliforme de Leonardo da Vinci ante la naturaleza, en la sensibilidad de Montaigne ante las costumbres distintas, en la humanidad compren- siva de Miguel de Cervantes, en la temeridad de la mente césmica de Giordano Bruno, en la comprensién shakes- periana del espectro de las emociones humanas, en la sutileza de la mirada de Velazquez ante las ceremonias del poder. ; BI modo como nuestro poeta Juan de Castellanos fue negado y borrado, expulsado del cielo de la poesia, y su obra considerada no un poema sino un engendro mons- teuoso de la lengua, es suficientemente expresivo de la incapacidad de la Espafa, tal vez de la Europa de su tiem- ‘po, para asimilar sus propios descubrimientos y estar ala altura del mundo que encontraba e invadia, Después, los siglos de la Colonia vivieron el lento dit- logo de lo americano con lo europeos el modo gradual e imaginativo como los pueblos fueron mezclando los s0- nidos y las formas, amalgamando las realidades y fundsn- do, mis allé del mestizaje a menudo brutal de los encuentros fisicos, el mestizaje ihuminado de los sincretismos, los sit- mos musicales, los injertos de la arquitectura; el modo como las aventuras estéticas consiguen crear alianzas don- de la politica solo sabe engendrar guertas. Es asi como podemos entender el tejdo desconcertante de los poemas de Dominguez Camargo, que algunos t0- man por una imitacién caprichosa de Géngota, cuando revelan mas bien ota invasién del cuerpo de la lengua por los espiritus desmesurados del territorio, otra fusi6n de lo presente con lo remoto, una liturgia de fantasmas, y un — 202 conjuro verbal contra la existencia periférica. Y también asi podemos entender Ia armoniosa belleza de las virgenes de Legatda, en las que algunos quisieron ver apeni representaci una in de la Virgen alada del Apocalipsis, pero en las que los indfgena de Quito vieron siempre la exaltacién de la Pacha Mama incaica, Ein la Guadalupana, en las tallas religiosas, en las fachadas de los templos barrocos, el ge- nio popular seguia intentando la alianza de los mundos, pero muy pronto las tensiones politicas y las furias de la historia hicieron inevitable la nueva herida. Si la Conquista quedé en deuda con el Renacimiento, la Independencia qued6 en deuda con la Tlustracién. Al fin y al cabo fue el Renacimiento, la edad de los descubri- mientos, con sus avances en la navegacién, con la cosmo- logia de la época, lo que hizo posible el viaje de Colén; y fueron las fuerzas del mercado mundial las que fortalecie- ron aquella descomunal rapifia de metales y de recursos. Por ello es extrafio que se impusiera esa ceguera histé- rica frente ala importancia de la naturaleza americana, esa incapacidad de los invasores para aprender la leccién de los pueblos que hallaban, esa imposibilidad de encontrar el sentido del globo, de concederle al equilibrio natural su lugar en el orden de la historia, y al mestizaje su dignidad y su sacralidad, Como en la novela Lugde agosto de Faulkner, el mestizo, que encarnaba la fusién de las razas enfrentadas, no ob- tuvo precisamente el favor de ambas, sino que por el con- trario despertaba el rechazo de unos y de otros; el simbolo del amor prohibido se convertia en objeto de todas las repulsiones. Durante siglos el mestizaje, fruto de la momenténea confusién de los invasores y los invadidos, de victimas y 203 verdugos, era lo més dificil de asimilar. Las supuestas ra- zzas, que se refugiaban cn la supersticién de la pureza, vefan en el mestizaje algo sucio, una profanacién, la prueba de un contacto prohibido, y por lo tanto, como ditia Nietas- che, un rebajamiento de su propio tipo. Por eso se entiende que haya sido tan lento, tan demo- ado, el surgimiento del orgullo mestizo, la valoracién de la tiqueza de la complejidad, del privilegio de ser herederos de tradiciones distintas. Mas ficil es tomar partido por uno de los componentes de a mixtura: jugar a ser curopeos co jugar a ser indios, y pretender impedir que ocurra lo que salir a las playas en 19920 ce- cirle a Colon que no desembarque. ya hace siglos ha ocurrido, El principal temor que los mueve es que el mestizaje borre la originalidad y el valor de cada cultura que entra en el didlogo, pero la aparicién de una musica nueva, como el tango 0 el jazz, no tiene por qué borrar la fuerza y la integridad de las tradiciones que alli convergieron. En Colombia la dificultad era extrema, porque en América hay paises mayoritariamente blancos europeos, como Estados Unidos, Canad o Argentina; paises ma- yoritariamente indigenas, como México o Bolivia; paises mayoritariamente afticanos 0 mulatos, como Haiti o B sil, Colombia no tiene ese predominio de ninguno de sus mestizos del con- componentes: ¢s uno de los paises mé tinente, pero crecié bajo el relato estrecho de ser una na- cién blanca, castiza, catélica, de muebles vieneses y de humor briténico, donde todo lo originario de la naturaleza americana carecia de estatuto poético, donde las cigiiefias y los camellos, los eipreses y los pinares eran dignos de la poesia, pero no las dantas ni los chigtiiros, los gualandayes ni los sietecueros. _ 204 —— Y lo que se dio en la Independencia no fue la reiyindi- cacién de lo indigena, de lo afticano, ni de lo ameticano, sino el europeismo de la casta criolla, que ni siquiera se crefa mestiza. Habia que dejar de ser Espafia, pero prefe- riblemente para ser Francia o Inglaterra, 0 en el caso del clero, una mera sucursal del Vaticano, Ya en la Colonia viviamos la espectralidad de no formar parte del cuerpo del imperio, de ser su periferia fantasmal. Llevabamos la lengua como un traje prestado, que se aver- gonzaba de nuestro cuerpo y servia menos para expresar- ‘nos que para ocultarnos. Podiamos tener la mayor variedad de aves del mundo, peto el pijaro de nuestras canciones era el ruisefior, que aqui solo existéa en el diccionario, y que nos pareefa, como dijo después Borges, mas afin al Angel que a la calandria. Ni los toches ni los sinsontes ni los batranqueros cabfan del todo en los poemas. Y ya sa- bemos qué cara habian puesto en Espafia cuando nuestros poetas se atrevieron a decir anaconda, chigiiito, jaguar, armadillo, lulo o guandbana. Tuvo que pasat mucho tiem- po para que Barba Jacob pudiera decir: La pitta y la guandbana aroman el camino 1y 40 vino de palmeras aduerme el corgi. La Independencia, lo sabemos muy bien, quedé en deuda con los pueblos indigenas y con los hijos de los africanos esclavizados. Pero también volvié a quedar en deuda con el tersitorio. No nos hizo americanos: preten- dié solo hacernos hijos de la Revoluci6n francesa, como si se pudiera ser hijo de una revolucién que no se ha vi- vido, hacetnos hijos del mercantilismo inglés, hacernos més que nunca sibditos del papa, y rompié con los pocos 205 — a sincretismos y las pocas ganancias de una sociedad de va- tos siglos. Una vez mis el pasado parecia proscrito, lo imbolos eran borrados, una vez mas habfamos toto el espejo. Aho- ra no solo habia que odiat al mundo indigena, al mundo africeno y a la naturaleza americana, sino que también habia que odiar a Espafia, a pesar de la lengua recibida y enriquecida, a pesar de las arquitecturas, a pesar de tanras costumbres, a pesar de los apellidos, de las leyendas, de las pasiones, Es asombroso cun ausent : memoria los tes siglos de la Colonia, Y asi empez6 ese tiempo extrafio y convulso que fue el siglo XIX, en una replica que no estin de nuestra ibia ni c6mo llamarse, ni cémo definirse, ni cmo organizarse; donde cada qui tenia una idea distinta del orden territorial, de la economia, dela cultura, y hasta los que se atrincheraban en las provin- cias fingian hacerlo en nombre de alguna verdad universal pero en realidad escondian un interés mezquino, Después de unos dias de visiblidad, por set de los pri- metos luchadores contra el colonialismo, el mundo nos perdi de vista. Después de la estatura continental de Si- mén Bolivar, el propio Libertador, a partir de su triunfo, empez6 a estorbar por todas partes, pues solo lo quisieron mientras lo necesitaron, cuando era el simbolo indoble- gable de la lucha contra Espafia y el tinico capaz de arti- cular un discurso en el que momentineamente todos se reconocian. C] 0 que también él quedé en deuda con el mundo indigena, con los esclavizados, con el tettitorio, con el espititu laico, con la civilidad, pero por lo menos supo mirar més lejos que sus generales, y creyé que po diamos ocupar un lugar singular en la historia. —— 26 - ———— Cuando ya cada quien vio posible armar su pequefia repiiblica, cada vez les resultaba mas fastidioso aquel so- iador de la uni6n continental, que algo entendia de la ne- cesidad de una lectura mas original del tertitorio y de una intetlocucién con el mundo marcada por la autenticidad y por el caricter. Habja hablado con Humboldt, sabia que lo primero que alenté aqui el suefio de la independencia fue la vox de las flores, el grito de las selvas, el iris dicién- dole cosas proféticas sobre la cima del Chimborazo. Lo primero que tenia que hacer la Independencia era escuchar la vor del tetritorio, de los suelos, los climas, las aguas, las montafias, las selvas, ya partir de esa afirmacion, fundar una economia, construir un relato, dejar aflorar una cultura. Pero con mas fuerza todavia que en la Colo- nia arreciaton las cartillas venidas de lejos, los catecismos, los manuales, asi como empezaton a necesitarse los em- préstitos, que naturalmente empezaron a desaparecer en bolsillos privados. Sobre todo, nadie sintié que eta verdad lo que decia Simén Rodriguez, que habia que dialogar con nosotros mismos, que habia que dejar hablar a los arboles y a los sos, que el didlogo con el mundo exterior solo podia darse desde un rostto preciso, desde un piso firme, desde una situacién geogrifica ¢ hist6tica. Mientras pretendiéramos ser franceses, 0 ingleses 0 ita- lianos, o después inchiso norteamericanos, seguitiamos sien- do tan irrelevantes como cuando fingfamos set espafioles, con la gran diferencia de que por lo menos algo de Espaiia si habfa en nosotros. Fue asi como se obré la segunda he- tida, y asi fue como la Independencia también quedé en deuda con la Hustracién, en la que se habfa inspirado, 97 aa Y lo que sigue es todavia mas dificil de decir, porque Jas buisquedas del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XXX fueron muchas, y 1o més probable es que hayan sido bienintencionadas, pero partfan de esa herencia inautén- tica y empobrecedora que fue el alimento de todas las discordias: la ceguera frente al tertitorio, Ia exclusi6n de nobles comunidades humanas, la falta de un relato que interpretara con grandeza nuestra complejidad. Los protagonistas de aquella historia abnegada pero pequeiia, pertinaz pero carente de humanidad profunda, se enfrascaban en debates que no siempre consultaron sus convicciones sino la conveniencia politica de ser ban- dos enemigos, de jugar a ser contemporaneos y parecerse a los mundos ilustres, de beneficiar a unos grupos ¢co- némicos 0 a otros. Asi convirtieron en incesantes y_ fe- roces y sanguinarias guerras de aldea la oposicién entre esclavistas y abolicionistas, entre centralistas y federalis tas, entre proteccionistas y librecambistas, entre liberales y conservadores. Un relato complejo de nuestra realidad habria permi- tido conjurar muchas de esas guerras. Los excluidos se convirtieton en carne de cafién de todas las carnicerias, las provincias apenas en escenatio de conflictos, las ideas no en argumentos para el debate sino en combustible para las conflagtaciones; y seguiamos viviendo la lengua como algo prestado, que no servia para unitnos sino apenas para enardecetnos y descalificarnos reciprocamente. Cada veinte o treinta afios el pais cambiaba de nombre, hasta que en 1886 empez6 a llamarse Republica de Co- lombia, el nombre que todavia lleva y que al parecer nadie quicre ya cambiar. Una serie de aventuras cientifieas y ar- tisticas en la segunda mitad del siglo XIX y la primera — 208, ——___—— 7 camino de reconciliarnos con el tertitorio y de valorar su diversidad, La Comisién Corogrifica, coordinada por Manuel An- cizar,y su gran libro, La peregrinacién de Aipha; la expedicion de Jorge Isaacs por el tertitorio y su novela Maria, que es el reconocimiento bello y sensible de una regién del pais; las colonizaciones campesinas y la formacién de la zona caterers Ja expedicién de Rafael Reyes; las expediciones de José Sustasio Rivera y su tremenda novela La vonigine, la aventura verbal de reconocimiento de Ia sociedad an- tioquefia hecha por Tomas Carrasquilla; el original esfucr- 20 filos6fico de Fernando Gonzilez; el trazado de los ferrocarriles, la apertura de caminos, la aceptacién de la vocacién agraria del tertitorio; la legada de los antropé- logos Paul Rivet y Gerardo Reichel-Dolmatoff y las ex- ploraciones de Ernesto Guhl; la formacién entrafiable del pais vallenato; los esfuerzos modernizadores en obras publicas, en el comercio, en la industria; la obra de Luis Carlos Lopez, la obra de Aurelio Arturo, la obra de Alvaro Matis; todo trabajaba para la consteuccién de ese relato nacional tan largamente aplazado, que por fin nos daria conciencia de nosotros mismos, el clima de entendimiento para las grandes tareas de la modernidad, la superacin de las mezquinas gueeras tribales, un rostro firme y sereno para hablar con el mundo, El diltimo coletazo de la antigua discordia iba ser la wetra de los Mil Dias, después de la cual el pais desan- grado que le impedia evitar el cercenamiento oprobioso del terri- totio mediante la secesién de Panam, alentada por Estados Unidos para hacerse al canal interoceiinico del que ya ha blaban a comienzos del siglo XIX Humboldt y Goethe, io cémo su conflicto interno lo debilitaba tanto SS 209 México habia hecho su reforma liberal en la segunda mitad del siglo XIX, Ecuador y Argentina en las primeras décadas del siglo XX, Colombia también se preparcba para su propia reforma liberal, que por fin pusiera en pri- mer lugar de la agenda republicana la gente y sus riquezas humanas y culturales, el tertitorio, la memoria, la herencia indigena, el inmenso aporte afticano, el valor de las co- munidades inmigrantes, la diversidad regional, la exube- rancia de la flora equinoccial que ya habia estudiado temprano la Expedicién Botinica de Mutis y que nos habia susurrado desde sus flores el deber de la Independencia, En 1930 se formul6 el primer propésito en ese sentido: Ja llamada Revolucién en Marcha de Olaya Herrera y de Lépez Pumarejo. El entusiasmo de los excluidos era inmenso, pero el temor de las viejas fuerzas, no solo de los terratenientes y del pais clerical sino del viejo relato excluyente, discriminador, exotista, subordinado a las gran- des metrdpolis, el viejo poder de las castas que se habian beneficiado de la ausencia del pueblo y del territorio en la leyenda nacional, todo eso reaccioné con violencia. Los lideres liberales le bajaron el volumen a su proyecto, y a partir del gobierno de Eduardo Santos lo declararon en pausa eterna. Pero como la gran transformacién era ne- cesatia, Jorge Eliécer Gaitin encarné de repente la espe- ranza de que ese relato largamente postergado surgiera. Gaitan, No lo maté simplemente una persona: lo mat6 esa vieja idea de que el pueblo es un peligro para la repti- blica, esa idea de que la periferia es un peligro para el cen- to, los fantasmas de la Conquista, el odio a los indios, el odio a los negros, cl desprecio por el pueblo, esa vieja idea de la pureza, de la verdad obligatoria, In negacién de la diversidad, la condena de la alegria, Todos los fantasmnas ot - acumulados durante siglos, todas las tareas no cumplidas teaccionaron entonces con locuta y frustraron el suefio del relato liberador. Pero aquella muerte se cumplié en un escenario donde estaban ocurriendo otras cosas. Acababa de terminar la Segunda Guerta Mundial, acababa de ser disefiado el nuc~ vo orden de la posguerra, y en ese orden nuestro papel seria el de paises subdesarrollados, es decir, que no podian trazarse un rumbo propio sino que tenian que asumir el de los paises hegemdnicos como el tinico rambo posible, del que nuestro deber era apenas ser los tributarios. gA qué llamaron entonces desarrollo? A la destruccién de la sociedad campesina, ala urbanizacién reciente, a la transformacién de las selvas y los ecosistemas en bodegas de recursos para la gran industria multinacional. En Bo- gota se estaba fandando el nuevo orden panameticano, y Colombia era el pais ideal para implantarlo, porque esti bamos hechos a los manuales y a las cartillas que legaban. de afuera; no tenfamos una ditigencia capaz de lect el pais y de proponer un ordenamiento y una dinémica econd- ‘mica y social nacidos de su propio conocimiento, No habia un Benito Juarez, no habia un Roca o un Isi- goyen, no habia un Eloy Alfaro, Bl sactificio de Gaitén nos dejaba irremediablemente en manos de Ospina Pérez, de Laureano Gémez y de Alberto Lleras, para quienes la civilizaci6n era la Iglesia catélica, o la Espaia franquista, o Estados Unidos. Para quienes Colombia solo podia exis- tir como obediente ejecutora de los modelos de desarrollo que nos dictaran las potencias mundiales. No podfa set para bien. Lo primero que se permitié fue el exterminio de la poblacién campesina y el sactificio de la vocaci6n agraria, Lo que siguié a las trompetas del desarrollo fue la violencia en los campos, estimulada por Jos partidos, que secretamente seguia la consigna de que las ciudades tenian que crecer. ¥ lo que siguié fue que en las ciudades no hubo industrializacién, a pesar de toda la mano de obra que legaba, porque no estaba en Ia cartilla del de sartollo que nos volviéramos sociedades industriales. No hubo proyectos agrarios para la poblacién campesina, Si no se sactificé del todo la zona cafetera fue porque de eso viviamos, aunque no respondiera de un modo or todoxo a la nueva teoria del Desarrollo. Esos cultivos fami: liares, refinados, artesanales, delicados atin tenfan su lugar cn el mercado internacional: por lo pronto los tolerarian. No entendieron que era eso lo que habia que replicar, aiar el conocimiento con las propiedades del territorio; pero el territorio no estaba en la agenda de nadie, salvo en los proyectos de saqueo de recursos naturales para la gran industria de las metr6polis. Y asi se consumé la tercera herida, Ia herida del desa- rrollo, que nos relegé durante décadas a un papel subal- terno: el de paises subdesarrollados, es decir, que estaban para siempre en la lista de aspirantes a ser Estados Unidos © Francia o Inglaterra, la mas vieja vocacién de nuestras lites, y que no podfan siquiera sofiar con un proyecto propio, que consultara su propio ser, para dialogar y ne- gociar con el mundo, El haber cancelado la vocaci6n agra- ria del pais, y el cerrar la posibilidad de una vocacién industrial, nos hizo mas dependientes todavia de un mer- cado mundial al que teniamos que comprarle todo pero al que no podiamos ofrecerle casi nada, salvo el suelo desnudo. Y fue eso lo que obligé a sectores emprendedores de Jas clases medias a optar por algo que cabe perfectamerte 212 en el gran modelo del capitalismo internacional: la econo- mia clandestina, las industrias ilegales, la droga. Por esa gtieta del capitalismo de las metrpolis que son los incon- tables consumidores de drogas, se infiltré la economia de rebusque, la tinica que nos dejaban, y nuestros empresatios mafiosos demostraron que podian hacer ingresar al pais un torrente de divisas, al precio de bafiar en sangre el te- ttitorio, corromper la politica, carcomer las instituciones y destruir los valores que quedaban del viejo e ingenuo mundo campesino. Lo que nadie esperaba es que al cabo de medio siglo de teoria del Desarrollo el modelo empezara a hacer agua de un. modo tan alarmante como ocurte hoy, hasta el punto de que ya nadie piensa que el futuro sea de verdad la sociedad hiperurbanizada e hipertecnol6gica; que de verdad tenga algdin futuro el mundo sin un nuevo pacto con la natura- leza, sin el retorno a unos minimos valores de convivencia, sin un abandono del modelo industrial depredador que altera el clima, calienta el planeta, amenaza con un colapso inmineate, llena las ciudades de males cada vez mas inso- lubles, y por otra parte arrasa las selvas, envenena los tios, destruye los paramos, altera las condiciones basicas de la vida, destruye el equilibrio narural del planeta y amenaza no solo a los humanos sino a la vida en su conjunto. ‘Todos los pais preguntindose cémo vamos a construir un modelo nuevo, s esti ahora releyendo su realidad, y donde la economia no solo sea un factor de convivencia y de prosperidad, sino donde y lograr que la civilizacién prevalezca, Entonces nos vol- ‘a posible salvar el mundo vemos a mirar lo que hemos sido y lo que somos, entonces comprendemos cudntas cosas valiosas hubo siempre en nuestro tertitorio y en nuestras culturas para enfrentar este 213: — momento crucial de la historia contemporiinea. ‘Todavia tenemos naturaleza, tenemos el privilegio de una inmensa Fabrica de agua que debemos salvar, tenemos el tesoro de mitos milenatios y su diélogo profundo con la naturaleza, tenemos selvas que proteger, que son el pulmén de la’Tie- 11a, la mitad de los paramos de este planeta, tesoros de la memoria que hay que rescatar, un relato pendiente que ya no solo podria salvarnos a nosotros sino que tendrfa ma- cho que ensefiarle al mundo. sas son las razones por las cuales necesitamos con ur- gencia un nuevo relato nacional, en el que quepa nuestra increfble riqueza natural, el mayor banco de biodiversidad imaginable, donde quepa el poder filoséfico y estético de Jos mitos naturales de los pueblos milenarios, donde quepa cl largo aprendizaje de ese laboratorio de mestizajes y de sincretismos que fue nuestra Colonia, y el tesoro de buis- queda tagonizado durante siglos y que el orden mental imperante hallazgos que los mejores colombianos han pro- ‘no supo escuchar ni aprovechar. Bs la hora de la memoria. Es la hora del tertitorio, Es la hora de los saberes mestizos. Fs la hora de las grandes tareas éticas y estéticas. La hora de aliar el conocimien:o con la imaginacién. Ahora ya no pueden llegarnos cartillas de afuera, ni manuales, ni catecismos, Ahora los que tene- mos que hablar somos nosotros.

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