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Pintura del barroco

Andrea Imaginario
Especialista en artes, literatura e historia cultural

La pintura del barroco es aquella que se produjo en el siglo XVII y parte del XVIII en
Europa, y que además se irradió en las colonias iberoamericanas.

Enmarcada en el contexto de la Contrarreforma, la pintura barroca fue particularmente


fecunda al auspicio de los países católicos, tales como Italia y España. Pero también fue
alentada por las diversas monarquías europeas y los sectores privados protestantes que
procuraban distinción social.

Puede decirse que en el barroco, la pintura fue una puesta en escena de recursos plásticos
que exaltaban el efectismo, el dinamismo, y los conceptos complejos. Fue también, sin
duda, un período glorioso para esta disciplina artística. Conozcamos, pues, las
características principales de la pintura barroca, y sus artistas y obras más importantes.

Características de la pintura del barroco


Lo primero que debemos comprender sobre la pintura del período barroco es que tuvo
expresiones diversas. Cada país desarrolló características particulares, conforme a los
intereses políticos y sociales, y conforme también a los gustos y sensibilidades.

Tenebrismo y clasicismo
Izquierda: Caravaggio: El descendimiento de la cruz. Derecha: Carracci: Domine quo
vadis?

La pintura del período barroco se expresó en dos grandes corrientes plásticas: el tenebrismo
y el clasicismo. La mayoría de las producciones del período pueden ser enmarcadas dentro
de estas dos tendencias.

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El tenebrismo es un estilo caracterizado por el contraste dramático entre luces y sombras.


La atmósfera dominante suele ser oscura, y es puntualmente invadida por focos de luz
intensa orientados en función del simbolismo de la escena. Al tenebrismo le interesa
también representar las escenas con el mayor naturalismo posible, sin esconder ni lo
grotesco ni lo desagradable. La técnica pictórica puede acudir a pinceladas gruesas o
inacabadas cuando la expresión así lo requiere. Su máximo exponente fue Caravaggio.

El clasicismo se acoge a un estilo más depurado e idealizado, que procura representar el


deber ser de las cosas. A diferencia del tenebrismo, la iluminación es clara y uniforme, en
lo que se percibe la influencia del manierismo de Miguel Ángel y Rafael. Idealiza las
escenas y deja por fuera la representación de los aspectos grotescos o desagradables.
Prefiere el dibujo bien delimitado, el tratamiento delicado de las superficies pictóricas y una
paleta de colores más diversa y luminosa. Su máximo exponente fue Annibale Carraci.

Importancia del color

Francisco de Zurbarán: Cristo y la Virgen en Nazaret, 1635-1640, óleo sobre lienzo.

El color es un valor dominante en la pintura del barroco, ya que a través de él se persigue


transmitir efectos, sensaciones y conceptos de diversa índole. En el caso del barroco
temprano, predomina el uso de una paleta basada en colores tierra, ocres y rojizos. Más
adelante se amplía la gama a colores más luminosos.

Diferentes soluciones espaciales


Diego Velázquez: Las meninas. 1656, óleo sobre lienzo, 381 x 276 cm. Museo del Prado,
Madrid.
El centro único del renacimiento se multiplica y da lugar a diversos focos de perspectiva.
Esto permite muchas soluciones espaciales. Por ejemplo, dentro de un cuadro podían existir
dos o más centros. También podían agruparse diferentes elementos de una escena (como
personajes u objetos) en distintos grupos geométricos como triángulos o círculos. Fue
común también el uso de la diagonal para separar ambientes o planos, y para crear mayor
dinamismo.

Dinamismo
Pedro Pablo Rubens: El desembarco de María de Médicis en el puerto de Marsella, 1622-
1625, óleo sobre lienzo, 394 cm × 295 cm, Museo del Louvre, París.

Buena parte de la pintura barroca se caracteriza por el dinamismo de las composiciones. En


el caso de la pintura italiana y flamenca, por ejemplo, predomina el interés por el
movimiento dramático de los personajes y la tensión entre ellos. No es el caso de la pintura
española, algo más reposada.

Trampantojo

Pietro da Cortona Barrettini: El triunfo de la Divina Providencia y el cumplimiento de sus


propósitos bajo el Papa Urbano VIII, 1636-1639, fresco del techo del Salone di Pietro da
Cortona, Palazzo Barberini.

El barroco empleó una técnica conocida como trampantojo, que consiste en disimular el
soporte físico para crear un efecto de continuidad espacial. Con esta técnica, se buscaba
sumergir al espectador en la ilusión de pertenecer a la representación.

Aunque usado también en la pintura de caballete, el trampantojo fue clave en la


arquitectura, donde sirvió para esconder las líneas de la estructura y transmitir la percepción
de un espacio continuo y dinámico. Por ejemplo, el decorado interior de bóvedas y cúpulas.

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