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Según me acercaba más a la zona, era más consciente de la realidad que había obligado a
todos los habitantes a huir. Existía un antiguo camino que partía de una casa casi derruida,
que aún resistía en pie junto a un antiguo pozo y atravesaba las colinas, y un camino más
reciente, que giraba hacía el sur y las rodeaba.
Fue creado más tarde, cuando ‘aquellos extraños días’ marchitaron y pudrieron ese
marchito erial que parecía ser el triste resultado de un incendio: la tierra era de un triste
color gris ceniza y no crecía absolutamente nada de vida a su alrededor. Desprendía un
ligero olor a podredumbre, y los troncos de los árboles yacían muertos.
Decidí preguntar a los habitantes de Arkham sobre aquel oscuro y desolador camino
gris, pero se mostraron bastante reacios a contarme nada.
– ¿No te habrá contado tonterías el viejo Ammi? ¡Está loco! – dijo uno de ellos.
– Lo único que debe saber es que fue hace poco… desapareció una familia entera- dijo otro.
Tenía claro quién podría ayudarme: Ammi Pierce, aquel anciano del que todos hablaban. Y
por supuesto, fui a verle. Vivía en una casa a las afueras del pueblo, en una ruinosa casa
rodeada de espesa vegetación. El hombre, mucho más culto que sus rudos vecinos, no
parecía lamentar que todo aquello fuera a desaparecer bajo las aguas.
Todo comenzó, dijo Ammi, por la extraña aparición de aquel meteorito. Fue una noche
en la que se levantó una nube muy espesa seguida de varias explosiones. Al deshacerse la
inmensa columna de humo, quedó al descubierto una piedra de considerable tamaño, que
había caído junto al pozo de la casa de Nahum Gardner, justo en el lugar que ahora
ocupaba el siniestro erial gris.
Nahum se acercó al pueblo a contar lo que había pasado, y al día siguiente aparecieron en
su casa tres científicos de la Universidad de Miskatonic, dispuestos a llevarse una muestra
de aquel meteorito. Por increíble que parezca, el pedrusco pardo que aún mantenía el calor,
era más pequeño que la noche anterior.
Los hombres arrancaron sin esfuerzo un trozo de aquella piedra. Era más blanda de lo que
pensaban. La introdujeron en un tubo de vidrio y se fueron de allí.
Los profesores intentaron descubrir de qué material estaba hecho el meteorito, pero sus
pruebas no arrojaron ningún resultado. Ese extraño pedazo de roca no parecía alterarse por
nada, no por los disolventes empleados, ni ante los ácidos, ni siquiera ante el calor. Sin
embargo, los científicos descubrieron que no perdía su calor en ningún momento, que
emitía un ligero color verde resplandeciente en la oscuridad, y que, efectivamente, se hacía
cada vez más pequeño, hasta llegar a desaparecer junto con el tubo que le albergaba.
Esto fue tan desconcertante, que los científicos regresaron a por otra muestra del
meteorito. Para su sorpresa, ya era mucho más pequeño, y consiguieron hacerse con un
trozo de su núcleo. Gracias a él descubrieron que en su interior poseía un glóbulo y unas
bandas de color grisáceo, y que el material era muy magnético. Pero de nuevo desapareció.
Al acercarse hasta la casa de Nahum por tercera vez, descubrieron que el meteorito había
desaparecido, por culpa de una tormenta. El pedazo de roca magnético había atraído
numerosos rayos, que destruyeron lo poco que quedaba de piedra.
Por aquel entonces, Nahum y su familia salieron mucho en los periódicos. Él, su esposa y
sus tres hijos, se convirtieron en foco de atención de muchos periodistas, aunque pronto
pasó la noticia y se olvidaron de la historia.
Ese año, las frutas y verduras de las que vivía la familia Gardner, tardaron más en madurar,
pero cuando lo hicieron, eran extrañamente más grandes y abundantes. Estaban
contentos, pues pensaban que era una buena cosecha. Sin embargo, todos los frutos
resultaron incomibles. Eran amargos o ácidos… Todo lo que nacía en el lugar cercano a
donde cayó el meteorito, tuvo que tirarse. Solo pudo salvar los frutos que Nahum tenía más
allá, en el bosque.
Ese invierno, además, el hombre descubrió asustado extrañas huellas en la nieve. Eran de
animales conocidos, sí, pero no tenían ninguna relación con el caminar normal de cada
especie. Se lo contó a su amigo Ammi, con quien guardaba una estrecha relación, y al
principio él pensó que eran locuras pasajeras, pero un día, de camino a la casa de su amigo,
pasó por delante una liebre, que daba unos saltos tan increíbles que hasta el caballo se
asustó. Y poco después, unos niños descubrieron una marmota de dimensiones gigantes y
un extraño rostro.
Los habitantes de Akham, por su parte, pensaron que la familia Gardner estaba
enloqueciendo, aunque sí comprobaron que ocurrían cosas extrañas alrededor de la casa de
Nahum.
La primavera llegó antes a la casa de los Gadner. La nieve se derritió antes, los insectos
comenzaron a invadir la zona, con sus tremendos zumbidos y sus cuerpos extrañamente
grandes.
Un periodista viajó desde Boston un día a aquel lugar, y descubrió algo que Nahum no
había visto: un destello de luz verde fosforescente se deslizaba por su vivienda por la
noche. De nuevo su extraño caso fue noticia, y los habitantes de Arkham empezaron a tener
miedo.
Los frutos volvieron a crecer gigantes, pero incomibles. Y poco después, la cosa fue a peor:
la hierba empezó a crecer con un color grisáceo, y despedía un olor a podredumbre.
Nahum tuvo que llevarse las vacas de allí, ya que la leche que daban por pastar en aquel
lugar era mala.
Lo peor de todo fue que la mujer de Nahum empezó a enloquecer. Decía ver moverse los
árboles sin que hubiera ni una brizna de viento, escuchar sonidos perturbadores de insectos
por todas partes…
Nahum comprobó con horror que, por la noche, su mujer resplandecía con un ligero tono
verde… Y pocos días después, la mujer dejó de hablar y comenzó a andar a cuatro patas. El
hombre decidió encerrarla en el ático, creyendo que había enloquecido.
Poco después, los caballos se escaparon de allí. La vegetación se iba tornando cada vez más
gris, las flores crecían deformes… Nahum decidió arrancar hierbas y flores de aquel lugar
podrido. En aquel lugar solo quedó una ligera capa de ceniza. Los insectos murieron,
incluidas las abejas.
La mujer de Nahum tenía arranques de furia, y Ammi se dio cuenta en una de sus visitas a
la familia, que el agua del pozo de la que bebían no era buena. Aconsejó a su amigo
excavar otro pozo algo más lejos de allí. Pero él no hizo caso.
El hermano mayor no tardó en enloquecer también, asegurando que veía un color verde
en el fondo del agua. Su padre le encerró en una habitación enfrente a la de su madre.
Ambos se gruñían con sonidos indescifrables.
Pocos días después, el ganado murió. También las aves de corral, después de ponerse de un
color gris parduzco. Los cerdos, antes de morir, se deformaron hasta tal punto de quedar
irreconocibles.
La tragedia comenzó de verdad con la muerte del hijo mayor, al que su padre descubrió
una mañana al abrir la puerta de su habitación. Realmente no le reconocía, pero solo podía
ser él. No había nadie más en ese cuarto. Cavó un hoyo cerca de la casa y le enterró.
La situación era dantesca. Fue a ver a su amigo Ammi, pero él solo pudo quedarse unas
horas, las suficientes para comprobar el terrorífico lugar que ocupaba su amigo: un lugar
siniestro, gris, que despedía un olor a podrido.
El hijo pequeño no paraba de gritar. El hijo mediano tenía la mirada perdida. La mujer aún
daba gritos, encerrada en una habitación del ático. En cuanto Ammi notó los primeros
destellos fosforescentes de la hierba y el movimiento de los árboles, salió de allí.
– ¡Mi hijo pequeño ha desaparecido! - gritaba asustado- ¡Fue a por agua al pozo y no
regresó!
Al día siguiente, pudieron descubrir junto al pozo dos masas fundidas de metal: una
correspondía al asa del cubo que llevaba el niño, y la otra, al farolillo con el que se
alumbraba. No había nada más.
Dos semanas después, Ammi comenzó a preocuparse: su amigo no había vuelto y nadie le
había visto. Así que ensilló su caballo y se fue hasta allí.
Nahum se encontraba fuera de la casa, como sedado. Dijo haber mandado a su hijo a por
leña.
Ammi sospechó lo peor, y, armándose de valor, decidió comprobarlo por sí mismo. Cogió
las llaves de la habitación del ático y abrió la puerta. Un nauseabundo olor le hizo dar un
paso hacia atrás. De pronto sintió el roce en la cara de un extraño vapor fosforescente que
descendió las escaleras.
Aún aterrorizado por lo que acaba de ver en el ático, y mientras descendía por las escaleras,
escuchó el sonido de algo arrastrándose por la planta baja. Y antes de llegar a la
cocina, se encontró frente a aquella criatura… Con el cuerpo fragmentado, y los labios
agrietados, aquella forma que antes era la de su amigo Nahum ahora tenía otra forma y
desprendía una ligera luz fosforescente.
Ya no pudo decir más. Su cuerpo fue encogiéndose hasta quedar reducido a una masa
deforme. Ammi recordó el chapoteo en el agua del pozo… imaginó ese extraño vapor que
le hizo dar un paso atrás junto a la habitación del ático… Cubrió lo que quedaba de Nahum
con una manta y decidió regresar a su casa a pie.
Esa misma noche, la policía quiso comprobar qué había sucedido en casa de los
Gardner. Ammi les contó que la pareja había muerto, como el hijo mayor, y que los otros
hijos habían desaparecido. Al llegar, junto con un par de forenses, encontraron la masa de
cuerpos de la pareja. Una sustancia de color gris, como las hierbas que rodeaban la casa.
Los forenses más tarde descubrieron con horror que la composición de aquellos restos eran
similares a las del meteorito.
Ammi estaba nervioso. No hacía más que mirar hacia el enigmático pozo, y uno de los
policías se dio cuenta. Mandó vaciar aquel pozo y el olor que desprendían las aguas era tan
nauseabundo que tuvieron que usar máscaras para protegerse. Al vaciarlo, descubrieron en
el fondo los restos de los cuerpos de los dos hijos desaparecidos, junto con los restos de
un perro y una oveja. Todos estaban grises. ¿Por qué todo se volvía gris al contacto con
aquella zona?
Pero eso no fue todo: tanto el oficial de policía como el propio Ammi pudieron ver cómo el
pozo entero comenzaba a iluminarse con una extraña fosforescencia.
Todos estaban en la casa, y desde la ventana lograron ver lo que pasaba fuera: los árboles
comenzaron a agitarse con violencia, y entre las ramas, brillaban pequeñas y numerosas
lenguas de fuego verde, fosforescentes, como fuegos fatuos.
Los caballos relinchaban de forma enloquecedora, y todo comenzó a brillar con ese mismo
tono verde… Ningún hombre se atrevía a moverse, atenazado por el terror. De pronto el
suelo empezó a brillar, y ante el primer tono verde fosforito, Ammi les indicó que debían
abandonar aquella casa inmediatamente. Les indicó una puerta trasera y corrieron por un
sendero hacia el norte, en dirección a Arkham, sin darse media vuelta, sin parar ni un
instante, totalmente enmudecidos por el pánico.
Desde entonces, nadie volvió a aquel lugar. Ni siquiera Ammi. Por eso se alegraba de que
las aguas lo inundaran finalmente, que ahogaran aquel lugar endemoniado. Aunque él tenía
claro que jamás bebería de las aguas del nuevo lago. Nunca se sabe qué resquicios pueden
quedar de un ser que viene de otro mundo y del que nada conocemos.
(Adaptación de ‘El color que cayó del cielo’, escrita por Estefanía Esteban)