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Siegfried Kracauer

ESTETICA SIN
TERRITORIO

Edición y traducción de

VICENTE JARQUE

COLEGIO OFICIAL DE APAREJADORES Y ARQUITECTOS


TÉCNICOS DE LA REGIÓN DE MURCIA
CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN Y CULTURA
DE LA REGIÓN DE MURCIA
FUNDACIÓN CAJAMURCIA

MURCIA 2006
Región de Murcia

8 Consejería
de educación
y Cultura

mm FUNDACIÓN CAJAMURCIA

<£> De esta edición: José López Albaladejo, 2006


Avda. Teniente Montesinos, 8, Torre Z, 9‘ planta
30100 Murcia
(Tel.: 968 21 02 44)

Ilustración de la cubierta: Berliner "Film-Kurier”, 13 de diciembre, 1930.

Traducción de Vicente Jarque

PRINTED IN SPAIN

IMPRESO EN ESPAÑA

I.S.B.N.: 84-89882-28-2

DEPÓSITO LEGAL: V. 5.081 - 2006

A r t e s G r á fic a s S o l e r , S. L . - L a O l ív e r e t a , 28 - 46018 V a l e n c ia - 2006


ÍNDICE

Pág.

I n t r o d u c c ió n

Siegfried Kracauer en tierra de n adie................................... 11


Cronología............................................................................... 39
Bibliografía.............................................................................. 43

E s t é t ic a s in t e r r it o r io

Cambio de destino del a rte .................................................... 49


Georg Sim m el......................................................................... 59
Nietzsche y Dostoievski......................................................... 107
La Teoría de la novela de Georg von Lukács ...................... 131
Los que esperan ...................................................................... 141
La crisis de la ciencia .......................................... ................... 157
¿Decadencia? .......................................................................... 173
Aburrimiento .......................................................................... 181
El viaje y la d an za.................................................................... 187
El artista en nuestro tiempo .................................................. 201
Culto de la distracción........................................................... 215
Las lámparas Júpiter siguen encendidas .............................. 225
Las pequeñas dependientas van al cin e ................................ 231
Publicidad luminosa .............................................................. 251
El ornamento de la masa ....................................................... 257
La fotografía............................................................................ 275
Sobre los escritos de Walter Benjamín................................. 299
La biografía como arte neoburgués...................................... 309
Franz K a fk a ............................................................................. 317
¿Un experimento sociológico? ............................................. 335
La tarea del crítico cinematográfico..................................... 347
Figura o política?................................................................... 351
Viaje al fin de la n och e........................................................... 361
Visto con ojos europeos................................... !...................... 369
CULTO DE LA DISTRACCIÓN.
SOBRE LAS SALAS DE ESPECTÁCULO
CINEMATOGRÁFICO BERLINESAS

L a s grandes salas de espectáculo cinematográfico en Berlín


son palacios de la distracción; llamarlas cines sería despecti­
vo. Estos ya sólo se alinean en el viejo Berlín y en los subur­
bios, en donde se cuidan del público minoritario; su núme­
ro disminuye. Más ,que por ellos o por el teatro hablado, el
rostro de Berlín queda determinado por esos locales de
cuento de hadas óptico. Los Talados de la Ufa -sobre todo
el del Zoo-, el Capitol erigido por Poelzig1, la Casa de már­
mol, y todos los otros que se podrían mencionar, consiguen
cada día agotar las localidades. El proceso se desarrolla en
la dirección por la que se han internado, como lo demues­
tra la reciente construcción del Palacio Gloria.
Bien cuidado fasto de la superficie: tal es el rasgo carac­
terístico de estos teatros de masas. Al igual que los vestíbu­
los de los hoteles, son lugares de culto de la diversión; el
objeto de su brillo es la edificación. Pero aun cuando la ar­
quitectura abra fuego en salvas de emociones para los yisi-

1 Hans Poelzig (1869-1936). Arquitecto. Diseñó la Casa de la Radio


de Berlín.
tantes, no por ello vuelve a caer, en modo alguno, en el
bárbaro esplendor de los templos profanos de la época
guillermina; como, por ejemplo, el del Oro del Rhin, que
pretende hacernos creer que salvaguarda el tesoro wagne-
riano de los Nibelungos. Esa arquitectura se desarrolla más
bien en una forma que evita los excesos estilísticos. El gus­
to ha prevalecido sobre las dimensiones y, en alianza con la
fantasía altamente cultivada de las artes aplicadas, ha pro­
ducido esa preciosa decoración. El Palacio Gloria se ofrece
como un teatro barroco. El vecindario, que se cuenta por
miles de personas, puede estar satisfecho: sus lugares de
reunión son una digna parada.
Incluso las representaciones son de una lograda gran­
diosidad. Ha pasado el tiempo en que se proyectaba una
película detrás de otra con el correspondiente acompaña­
miento musical. Los grandes teatros, como mínimo, han
adoptado el principio americano de las representaciones
unitarias en donde la película se encuadra como parte de
un todo mayor. Así como los folletos de los programas se
amplían en forma de revistas, las representaciones se con­
vierten en una plétora articulada de distintas produccio­
nes. Del cine ha salido una brillante creación a modo de
espectáculo de revista: la obra de arte total de los efectos.
Esta se descarga para todos los sentidos y por todos los
medios. Los proyectores vierten sus luces en el espacio, se
esparcen en solemnes cortinajes o manan a través de vege­
taciones de cristales multicolores. La orquesta se afirma co­
mo un poder autónomo, sus ejecuciones son sostenidas por
los responsos de la iluminación. Toda sensación recibe su
expresión sonora, su valor en el espectro cromático. Un ca­
leidoscopio óptico y acústico al que se asocia el juego escé­
nico corporal: pantomima, ballet. Hasta que al fin descien­
de la superficie blanca para que, inadvertidamente, los
acontecimientos de la escena espacial cedan su lugar a las
ilusiones bidimensionales.
Representaciones como éstas son hoy en Berlín, junto a
las revistas auténticas, la atracción decisiva. La distracción
alcanza en ellas su propia cultura. Se dirigen a la masa.

También en la provincia se reúnen las masas; pero en


ella se les mantiene bajo una presión que no les permite
realizarse espiritualmente en la medida en que correspon­
dería a su cantidad y a la realidad de su significación social.
En los centros industriales donde se presentan juntas, se
encuentran demasiado fuertemente solicitadas como masas
de trabajadores para poder realizar su propia forma de vi­
da. Se les administran los desperdicios y las distracciones
anticuadas de la clase superior, la cual, por interesada que
esté en la acentuación de su más alto valor social, tiene ella
misma pocas aspiraciones culturales. Por el contrario, en
las grandes ciudades de provincia no dominadas prepon-
derantemente por la industria, las relaciones tradicionales
son demasiado poderosas para que las masas, por sí mis­
mas, puedan imprimir su sello en la estructura espiritual.
Los estratos burgueses intermedios permanecen al margen
de ellas, como si la plenitud de este reservorio humano no
significase nada, y hasta pueden imaginarse que son los
guardianes de una cultura superior. Su arrogancia, que se
crea oasis ilusorios, empuja a las masas hacia abajo y propi­
cia el deterioro cualitativo de sus distracciones.
Los cuatro millones de Berlín no pueden pasarse por al­
to. La sola necesidad de su circulación transfigura la vida
de las calles en una inexorable calle de la vida, y crea acce­
sorios que penetran hasta el interior de las cuatro paredes.
Sin embargo, cuanto más se perciben los hombres como
masa, tanto más pronto adquiere la masa, incluso en el ám­
bito espiritual, fuerzas formativas que compensa financiar.
Ya no es que quede abandonada a sí misma, sino que se
impone en su abandono; no tolera que les sean arrojados
los restos, sino que exige que se le sirva con la mesa puesta.
Al lado de ello, poco espacio queda para los estratos sedi­
centemente cultivados. Deben compartir mesa o mantener­
se al margen en su esnobismo; en todo caso, esta provincia­
na separación tiene su final. A través de su absorción en la
masa surge el público homogéneo cosmopolita que, desde el
director de banco hasta el empleado de comercio, desde la
estrella de cine hasta la dactilógrafa, comparte un mismo
sentido. Las lacrimosas lamentaciones a propósito de este
giro hacia el gusto de las masas han hecho tarde. Pues los
bienes culturales cuya recepción rehúsan las masas no son
ya, en parte, sino una propiedad histórica, porque la reali­
dad económica y social de la que dependían ha cambiado.

Se acusa a los berlineses de ávidos de distracción; este


reproche es pequeño-burgués. Ciertamente, el afán de dis­
tracción es aquí mayor que en la provincia, pero mayor aún
y más sensible es también la unción de las masas trabajado­
ras -una unción esencialmente formal, que le ocupa el día
entero sin llenarlo. Lo que se ha echado en falta debe ser
recuperado; pero sólo puede ser indagado en la misma es­
fera de la superficie en la que uno ha sido forzado a echar­
se en falta a sí mismo. A la forma empresarial de la activi­
dad corresponde por necesidad la de la “actividad” en ge­
neral.
Un certero instinto se cuida de que esa necesidad que­
de satisfecha. Todos los preparativos de las salas cinemato­
gráficas no tienen sino un único objetivo: encadenar al pú­
blico en la periferia, de modo que no se hunda en el suelo
sin fondo. Las excitaciones de los sentidos se suceden aquí
de manera tan apretada, que no se puede introducir entre
ellas ni la menor reflexión. Las luces propagadas por los
proyectores y los acompañamientos musicales se mantie­
nen en la superficie como los flotadores de corcho sobre el
agua. La dependencia de la distracción exige y encuentra
como respuesta el despliegue de la exterioridad pura. De ahí,
precisamente en Berlín, la ineluctable pretensión de con­
figurar todas las representaciones como revistas; y de ahí,
como apariencia paralela, la acumulación de material ilus­
trado en la prensa diaria y las publicaciones periódicas.
Esta exteriorización cuenta por sí con la franqueza. No
es por ella por lo que peligra la verdad. Esta sólo es amena­
zada por la afirmación ingenua de valores culturales deveni­
dos irreales, por el desconsiderado abuso de conceptos co­
mo los de personalidad, interioridad, tragedia, etc., que en
sí, ciertamente, designan elevados contenidos, pero que, co­
mo consecuencia de las transformaciones sociales, han per­
dido en buena parte el fundamento que los definía, y, en la
mayoría de los casos, han adquirido hoy un mal regusto,
pues desvían más de lo justo la atención desde los daños ex­
ternos, sociales, a la persona privada. En los dominios de la
literatura, el teatro y la música, tales fenómenos de despla­
zamiento son bastante frecuentes. Se presentan bajo el as­
pecto del arte elevado; en realidad, no son sino productos
periclitados que miran de soslayo las actuales miserias de la
época -una evidencia indirectamente confirmada por el he­
cho de que la mencionada producción, incluso desde el
punto de vista internamente estético, es epigónica. El públi­
co berlinés actúa de acuerdo con la verdad, en un sentido
profundo, cuando evita más y más estos eventos artísticos
que, por otro lado, y por buenas razones, quedan atascados
en la mera pretensión, y cuando concede preferencia al ful­
gor superficial de las stars, a las películas, a las revistas, a los
elementos de decoración. Es aquí, en la pura exterioridad,
donde se encuentra a sí mismo: la desmembrada sucesión
de las espléndidas impresiones sensoriales hace salir a la luz
su propia realidad. Si se le mantuviese oculta, no podría
asirla ni modificarla; el hecho de que se manifieste en forma
de distracción tiene un significado moral.
Aunque sólo, por supuesto, cuando la distracción no es
un fin en sí mismo. Justamente el hecho de que las repre­
sentaciones pertenecientes a su esfera constituyan una mul­
titud tan exterior como el mundo de las masas de la gran
ciudad, carentes de cualquier auténtico contexto objetivo
-salvo la masilla de la sentimentalidad, que sólo recubre la
carencia para hacerla más visible-, el hecho de que trans­
miten exacta y francamente el desorden de la sociedad a
miles de ojos y oídos, es esto lo que las capacita para susci­
tar y conservar en la memoria esa tensión que debe prece­
der al necesario vuelco. En las calles de Berlín no es raro
verse sorprendido unos instantes por la idea de que un día,
de improviso, todo estalle y se rompa. También las diver­
siones hacia las que el público presiona deberían tener ese
efecto.

Pero la mayor parte de las veces carecen de ese efecto;


las representaciones de las grandes salas cinematográficas
vienen a demostrarlo de manera ejemplar. Puesto que, ape­
lando a la distracción, lo que hacen es robarle inmediata­
mente su sentido, en cuanto que quisieran que la multipli­
cidad de los efectos, que por su propia esencia exigen per­
manecer recíprocamente aislados, quedasen soldados en
una “unidad” artística; querrían comprimir la serie multi­
color de las exterioridades en una totalidad provista de una
determinada configuración. Ya el marco arquitectónico
tiende a la acentuación de la dignidad que les era propia a
las instituciones artísticas superiores. Estima lo elevado y lo
sacral, como si abrazase creaciones de duración eterna; só­
lo un paso más allá, y se encienden los cirios. La presenta­
ción misma aspira a igual nivel de elevación; debe ser un
organismo bien temperado, una totalidad estética como
sólo lo es la obra de arte. La sola película ofrecería poco;
no tanto porque se quisieran acumular más distracciones
todavía, sino más bien a causa del acabado que se quiere
artístico. El cine ha adquirido un valor independiente del
teatro; las salas cinematográficas que marcan la pauta anhe­
lan un regreso al teatro.
A la meta que se establecen, que podría ser entendida
también como la de la vida social berlinesa, le son inheren­
tes tendencias reaccionarias. Las leyes y las formas de esa
cultura idealista, que hoy sigue existiendo sólo como fan­
tasma, han perdido ciertamente sus derechos, pero, con los
elementos de la exterioridad hacia los que han avanzado
con éxito, querrían preparar una cultura nueva. La distrac­
ción, que sólo tiene pleno sentido como improvisación, co­
mo reflejo de la confusión no dominada de nuestro mun­
do, queda cubierta de draperie y se le fuerza a regresar a
una unidad que ya no existe. En lugar de adherirse a la des­
integración, que es lo que les incumbiría representar, vuel­
ven luego a pegar los fragmentos y a ofrecerlos como una
creación natural.
Un proceder que se venga de manera puramente artís­
tica. Puesto que, mediante el entretejimiento en un progra­
ma unitario, se priva a la película de su efecto potencial. Ya
no vale por sí misma, sino como coronación de una especie
de revista que no tiene ningún respeto a sus propias condi­
ciones de existencia. Su bidimensionalidad engendra la
apariencia del mundo corporal sin que necesite un comple­
mento. Entretanto, si se asocian al “juego de luces” escenas
de una corporeidad real, entonces recae en la superficie, y
el engaño queda desenmascarado. La vecindad de aconte­
cimientos poseedores de una profundidad espacial destru­
ye la espacialidad de lo mostrado en la pantalla. La película
exige por sí que el mundo reflejado sea el único; se la ha­
bría de arrancar de todo entorno tridimensional; de no ser
así, fracasa como ilusión. También la pintura pierde su po­
der cuando aparece en medio de imágenes vivientes. Por
nada decir del hecho de que las ambiciones artísticas que
conducen a integrar la película en la totalidad aparente no
tienen sitio en este marco y, por ello, deben quedar incum­
plidas. Lo que surge es, en todo caso, un arte aplicado.
Pero las salas cinematográficas tienen tareas más ur­
gentes que desempeñar, que la de preocuparse del arte
aplicado. Sólo cumplirán su vocación -estética, sólo en la
medida en que se halla en concordancia con su vocación
social- cuando dejen de coquetear con el teatro y de tratar
de restituir angustiosamente una cultura pretérita, sino
que liberen sus representaciones de todos los ingredientes
que privan al cine de sus derechos y apunten radicalmente
hacia una distracción que ponga al descubierto la desinte­
gración, y que no la oculte. Podrían hacerlo en Berlín, don­
de viven las masas que, si se dejan narcotizar fácilmente, es
sólo porque se encuentran cerca de la verdad.

{Frankfurter Zeitung, 4/3/1926)

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