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Universidad San Buenaventura

Daniel Felipe Calderón.

¿Qué leo y qué escribo? ¿Cómo leo y cómo escribo?


El silencio de las sobrias celdas ha presenciado el despliegue del pensamiento y la
exteriorización tangible del ingenio de unos pocos. En la vigilia de las noches, esos pocos
fugitivos de las preocupaciones efímeras y del devenir histórico, han sabido, con magistral
agudeza, captar, comprender e interpretar el auténtico significado del mundo y, de modo
aún más excepcional, han sido ellos quienes fueron configurando el orden de la historia y
sus ideas. En la oscuridad de irrelevantes recintos y en los melancólicos corazones de los
inconforme, se ha generado la revolución, interminable, de la escritura y la lectura. Hubo y
hay libros que entrañan los misterios más arcanos del cosmos; y hay expertos, pero sobre
todo incautos y locos, que tomaron tales invaluables tesoros y fueron capaces de entrever,
en las marañas y sutilezas de los hombres, la esencia misma de la realidad, de la existencia
y la muerte.

Las preguntas que posibilitan el curso del presente texto, son someras aproximaciones a la
contemplación e intelección de lo planteado en las líneas precedentes. Navegamos en un
mar de oscuridad y de preocupaciones cuando, preguntándonos por la esencia de algo y el
modo en el cual se da como fenómeno, emprendemos un negocio que tiene por finalidad el
esclarecimiento de la misma subjetividad. Plasmar en el papel algunas machas de tinta que,
después de ser sistematizadas, den cuenta de una realidad interior, es decir, de la
subjetividad, desemboca en un problema fundamental: la alteridad, aquel que no soy yo, va
a ser partícipe del sentir propio y de los clamores que aforan en un procesos de
introspección que, de suyo, involucra la revisión de infinidad de posibilidades para expresar
algo cuya función es aclarar una perspectiva ajena o, en el peor de los casos, abrir
interminables senderos hacia los escabroso y contradictorio. Lo subjetivo y la alteridad se
ponen frente a frente, como un mundo que se encuentra con otro; una cultura con otra. Y la
historia misma es garante de que al suceder estos encuentros o choques, una de las dos
partes domina a la otra y la somete hasta su liquidación definitiva. No obstante, el lado
perdedor sigue respirando y manifestándose en el desarrollo y configuración de la parte
victoriosa.

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Ahora bien, el objetivo fundante del presente texto consiste en la exposición y análisis de
las habilidades y falencias, atributos y defectos de la subjetividad que habla en este
momento, en relación con la lectura y la escritura. Para ello, consideraremos, en primer
lugar, una cuestión que interroga por la esencia de las cosas o los hechos, en otras palabras,
desarrollaremos la idea ¿qué escribo y qué leo?, la cual se subdivide en dos partes: ¿Qué
escribo? y, por otro lado, ¿qué leo? En segundo lugar, tomando como molde el decurso de
la primera cuestión, analizaremos la pregunta ¿Cómo leo y cómo escribo?, subdividiendo
este punto en ¿cómo leo? y ¿cómo escribo? ya no respondiendo a la esencia de algo, sino al
modo particular en el cual se presenta algo.

1. ¿Qué leo y qué escribo?

El encuentro con un libro, en primer lugar y el encuentro con una hoja, en segundo lugar,
son dos experiencias que determinan los motivos recónditos de una exploración imaginaria,
pero también y, de modo más relevante, implica el curso o dirección que ha de tomar una
subjetividad en su ejercicio intelectual y búsqueda insistente conocimientos. Tal es la
situación, pero solo superficialmente. La otra cara de la moneda se caracteriza por el miedo
y la angustia producidos en el mismo instante de tomar un libro, cuya naturaleza es oscura,
y comprometerse con una hoja en blanco en compañía de un bolígrafo, cuya naturaleza es
incierta.

¿Qué leo? Hace unos cuantos años gozaba de libertad al momento de adquirir un libro y
devorarlo. La elección era indistinta, pero, al mismo tiempo, en ese ejercicio deliberativo,
era capaz de asumir una alteridad (libro), sin concurso de terceros u obligaciones de índole
diverso a la lectura en su sentido puro. No puedo afirmar que leía cualquier cosa que me
saliera al paso, porque mis preferencias se inclinaban hacia temas caracterizados por el
rigor filosófico. Empero, en la actualidad, cuando me hallo cursando estudios de
licenciatura en filosofía, no gozo de la misma libertad que antaño. Leo filosofía, pero no la
que yo quiero. En mis condiciones actuales tengo que leer por ciertas obligaciones y
disposiciones ajenas a mi voluntad. Mas, en mis tiempos de ocio literario, me dirijo a mi
biblioteca personal y selecciono una obra que me genere intriga. El noventa y nueve por
ciento de mis libros tiene que ver con temas filosóficos. Por consiguiente, respondiendo a la

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pregunta arriba planteada, leo textos (ensayos o artículos) de carácter filosófico. Aunque,
de vez en cuando, me intereso por la poesía y la literatura universal.

¿Qué escribo? Hace unos siete años, aproximadamente, la temática de mis escritos no ha
variado considerablemente. Quiero partir de la siguiente premisa: el sujeto escribe de
acuerdo a los temas que son objeto de su investigación y, por ende, asidua lectura. Si.
Como ya lo mencioné, el bagaje literario que poseo está íntimamente relacionado con la
filosofía, entonces no tengo más opción que escribir sobre ello. La anterior proposición
puede ser problemática y, por eso, quiero aclararla. Quien habla es una subjetividad y se
está refiriendo a sí misma, en consecuencia, tal obligación que circunscribe a ese sujeto que
trasmite las presentes líneas, es su único destino. O al menos eso parece. Últimamente he
incursionado en la poesía y en mis momentos de serenidad intelectual, que son mínimos,
derramo, como sangre, lagrimas o perfume, mis sentimientos sobre una hoja, y el producto
final es un poema. En esos momentos de sobreelevación lírica, cuando el paroxismo
intelectual llega a su culmen, este yo experimenta la misma sensación que tuvo Dios al
crear el universo, según lo describe el Génesis. En fin, siendo sintéticos y,
responsabilizándonos de la pregunta en discusión, escribo o hago el intento de escribir
textos filosóficos y poesía.

II. ¿Cómo leo y cómo escribo?

La explicitación y fundamentación de estos interrogantes posee una dificultad aún más


acentuada que la primera. Hace un momento llevé a cabo un pequeño esbozo de lo esencial
en lo que se refiere a los temas sobre los cuales leo y escribo. Claramente vemos que tal
empresa, hasta cierto límite, es superficial y puede ser comunicada de una manera más
concisa y fluida. Pero cuando nos enfrentamos a la pregunta directriz de esta sección,
descubrimos que el cómo está vinculado con algo mucho más profundo y complejo. Se
trata de hacer una arqueología del yo o, si se quiere, emprender un proceso de introspección
con el fin de articular y evidenciar los modos o metodologías que esta subjetividad sigue,
en relación con la lectura y la escritura. Una consecuencia de este proyecto será la
elucidación de las deficiencias o cosas por mejorar y las habilidades o aspectos a favor al
momento de ejecutar las dos actividades que hasta ahora hemos venido analizando.

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¿Cómo leo? el hecho de seleccionar un libro de entre los muchos que están a la mano, ya es
acción que trae consigo la problemática del cómo. No leo cualquier cosa y, por lo mismo, la
elección del libro determina, indudablemente, el gusto y la manera con las cuales va
llevarse a cabo la interacción entre una subjetividad (yo) y otra (el libro). El dialogo entre el
texto y el sujeto es la manera mediante la cual yo asumo los compromisos inherentes a la
lectura. No es un monologo, pues muchos llegarían a pensar que la lectura se reduce a la
acción activa del lector, mientras que lo leído sólo cumple una función pasiva, es decir, ser
leído y nada más. Los textos invitan a entablar una conversación entre dos modos de ver el
mundo y dos realidades que se encuentran en circunstancias totalmente distintas.

En cuanto a la relación externa entre la subjetividad y el libro, se puede asegurar que el


silencio y la soledad son el estado y el espacio precisos para adentrase en las profundidades
de las letras y, por qué no, la irrupción del libro en el ser del sujeto. El sosiego y la quietud,
tanto ambientales como interiores, pueden proporcionar al yo una oportunidad más
completa para comprender la carga semántica del texto. Su antípoda, el bullicio y los afanes
cotidianos, propician un clima de desconcierto y aridez al momento de interactuar con el
texto, quien, por naturaleza, merece la absoluta atención y preocupación por parte del
lector. Esto implica, obviamente, hacer pausas y relecturas minuciosas del texto. No se
puede para simplemente la mirada sobre las hojas y dejar, impunemente, líneas, párrafos y
capítulos enteros en la total tiniebla de la incomprensión.

¿Cómo escribo? el infortunado material que, eventualmente, produzco es el resultado de la


divagación y la insípida imaginación. El pensamiento recorre parajes ignotos e inhóspitos
hasta encontrar una isla placida, en la cual los estados de ánimo y la inspiración se
conjugan para crear una masa informe y devaluada que llamo escritura, mi escritura. Son,
desde esta perspectiva, los sentimientos y el estado espiritual los que determinan la manera
de escribir. Dado que las emociones y los sentimientos son elementos bastante complejos
de explicar y traducir al lenguaje natural, así mismo, mis escritos, son un conjunto de
proposiciones hiladas por una estructuración adquirida por los años, pero que, a simple
vista, son fragmentos inconclusos de un pensamiento errático. En palabras más breves, esta
subjetividad suele escribir demasiado complejo como para ser entendidos fácilmente por
una alteridad, este no es el caso, pues me estoy esforzando por hacerme comprensible. No

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quiero que se creen confusiones y disputas en relación con el comentario precedente, ya
que un lector acrítico y descalificado puede pensar que me estoy haciendo pasar por un
Heidegger o un Wittgenstein, pues, como se puede ver, no les llego ni a los talones. Esa no
es mi motivación. Solo quiero hacer transparente la verdad, mi verdad.

El silencio y la impasibilidad también juegan un rol importante en el desarrollo de mi


ejercicio de escritor. Preferiblemente en las noches, en las vigilias, y no en otro momento es
el tiempo y el espacio perfectos para violentar, sin censura, la inocencia de una hoja en
blanco y convertirla, aunque suene pretencioso y prepotente, en un océano de tinta. Ello
deja ver que escribo a mano. Entre el bolígrafo y mi subjetividad ha surgido una relación de
incomprensible magnitud. No acostumbro hacer mapas mentales o lluvias de ideas, no es
mi modo. Me dejo llevar por la inspiración y me aventuro sin seguro alguno al abismo de la
redacción textual.

III. Conclusión.

Los oficios de leer y escribir son como la interpretación, infinitos, pues su mismo carácter y
complejidad interpelan a la subjetividad para que no sea presa del conformismo, sino que la
avidez por el conocimiento y la producción se hagan cada vez más sólidas. Podemos
asegurar, por otro lado, que leer y escribir son sinónimos de pensar, en tanto que al realizar
estas actividades es menester la intervención de la mente o la razón, sin desmeritar, en
efecto, lo corporal. De esta forma, la disposición de pensar y exteriorizar lo pensado no son
rasgos que se desliguen de la subjetividad, sino que son prolongación y extensión de la
misma.

A este sujeto le faltan muchas cosas por aprender y es consciente de la necesidad de


ejercitar el pensamiento y la imaginación. Los errores que se cometen son demasiados, pero
aun así el proyecto debe segur configurándose hasta alcanzar un grado de
perfeccionamiento ideal.

La labor o misión que debe ser emprendida a partir de este momento es la revisión crítica
de aquello que será leído en ocasiones venideras y, también, la reestructuración de todo lo
que ha sido escrito en este texto, porque esta subjetividad puede concluir que, a pesar de tan
arduo intento de exponer los hábitos y vicios de lectura y escrita, desconoce ya no lo que

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escribe y el modo como lo expresa, sino la idea acerca de lo que debe escribir y, todavía
peor, lo que debió haber escrito e, indiscriminadamente, omitió.

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