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GOBIERNO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES

HOSPITAL GENERAL DE AGUDOS DR. JOSÉ M. RAMOS MEJÍA


DEPARTAMENTO DE ÁREA PROGRAMÁTICA DE SALUD
Jefa de Departamento (a cargo): Dra. María Teresa Saggio

I JORNADAS DE CONCURRENTES Y RESIDENTES DE SALUD MENTAL

5 Y 6 DE DICIEMBRE DE 2013

“SALUD MENTAL E INTERDISCIPLINA, DESAFÍOS EN LA PRÁCTICA”

“A mover el esqueleto:
Transformarse, transformando”
Autoras:
- Ana Isabel Figueroa. Lic. en Psicología. Residente de 1º año de la Residencia
Interdisciplinaria de Educación para la Salud, Hospital General de Agudos Carlos G.
Durand. Ex Concurrente de Psicología Clínica en Área Programática del Hospital General
de Agudos J. M. Ramos Mejía, 3º año completo.

- María Macarena Fernández. Lic. en Psicología. Concurrente de 1er año de


Psicología Clínica en Área Programática del Hospital General de Agudos J.M. Ramos
Mejía.

Resumen:
A raíz de nuestra inserción en el equipo interdisciplinario de Gerontología del Área
Programática del Hospital General de Agudos “J. M. Ramos Mejía”, hemos tenido la
oportunidad de incorporarnos y participar de un taller de movimiento para adultos
mayores. Este dispositivo, basado en la promoción de la salud, entiende a la vejez como
una etapa más de la vida que debe ser transitada con calidad.
Nuestro relato contará la experiencia de dos profesionales de la salud en formación
que en los inicios de su inserción profesional se encuentran, en forma inesperada y
sorpresiva, trabajando con adultos mayores.
El paso por este espacio ha implicado la confrontación e interpelación sobre los
propios prejuicios en relación a la vejez, permitiéndonos problematizar nuestra práctica y
repensar prácticas en salud que permitan construir nuevas miradas y sentidos sobre esta
etapa vital, a partir de la participación activa y protagónica de los sujetos.
Encontrarse con otros. Encontrarse en otros y en ese encuentro la vida se
multiplica.

Somos Ana y Macarena, Macarena y Ana, y por esas vueltas, casualidades, y no


tanto, nos encontramos.

La oportunidad de emprender juntas este escrito, en el marco de las primeras


jornadas de trabajadores en formación de salud mental de este Hospital, ha suscitado en
nosotras el deseo de transmitir y compartir algunas reflexiones, preguntas y sorpresas
que la experiencia de trabajo con adultos mayores ha despertado en estos primeros
tiempos de inserción profesional. Reflexiones y preguntas que nos interpelan como
psicólogas y como mujeres que envejecen.

El equipo de Gerontología del Departamento Área Programática de Salud


desarrolla desde el año 2010 un taller de movimiento para adultos mayores, bautizado por
sus integrantes “A mover el esqueleto”. Dicho equipo está coordinado por un licenciado en
kinesiología y se encuentra conformado por profesionales de diversas disciplinas:
enfermería, nutrición, trabajo social, geriatría, salud mental y educación para la salud.
Asimismo, cabe señalar que dicho departamento es el servicio del Hospital que
corresponde al primer nivel de atención del sistema de salud y tiene como función
principal acercar la salud a la comunidad, para promover y proteger la calidad de vida de
la población, adoptando una perspectiva de salud integral.

En la Ciudad de Buenos Aires, el trabajo con adultos mayores cobra particular


relevancia en tanto es la jurisdicción más envejecida de la Argentina, presentando el
mayor porcentaje de adultos mayores de 65 años del país, 16,4% (INDEC, 2010). En lo
que respecta a nivel local, según los datos correspondientes al Censo 2010, en la comuna
3, en la cual el Hospital Ramos Mejía se encuentra asentado, el porcentaje de personas
mayores de 60 años asciende a un 21,12% del total de la población de la comuna,
acentuándose el peso demográfico de este grupo etáreo.

Como un juego de casualidades, y no tanto, el ingreso de ambas al taller de


movimiento estuvo determinado por una elección: elegir estar allí. “A mí me llevó el
movimiento”, se escucha. Aún sin tener claras las razones de dicha elección, razones por
las cuales todavía nos seguimos interrogando, algo nos convocó y nos convoca cada vez.

Transmitir, contar, compartir una experiencia ¿de qué se trata eso?


Según un pequeño diccionario consultado, experiencia es “conocimiento que se
adquiere con la práctica”; “conocimiento de algo, o habilidad para ello, que se adquiere al
haberlo realizado, sentido o vivido una o más veces”. Sin demasiadas sorpresas. Sin
embargo, el asombro nos asalta al remontarnos a su origen del latín, experiri, que se
traduce como “aprender tratando”. Y agregamos, entonces, con cada intento y más allá
del intento. Hacer la prueba, arriesgarse, apostar. “Aprender tratando”. La definición de
aprender, del latín apprehendere, es “asir”, tomar, agarrar con la mano, con el cuerpo,
hacerlo propio y transformarlo en una herramienta. Sabiamente ya decía el poeta
“caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Otra vez, el movimiento nos
sorprende.

Y en ese andar, la entrada en el hospital y la tarea con adultos mayores puso en


jaque la ilusión cientificista de un saber acabado y cerrado, para dejar lugar, entonces, a
una confrontación con la complejidad y lo desconocido de las situaciones del trabajo
cotidiano, así como abrió un espacio de interpelación respecto a las propias
representaciones, creencias, mitos y prejuicios que nos atraviesan, surcan y dividen en
relación a la vejez. Hubo que autorizarse a no saber.

¿Qué es la vejez? ¿Qué es ser viejo? ¿Todos los viejos son iguales? ¿Buenos,
malos? ¿Gruñones, sabios? ¿Santos, puros? ¿Niños? ¿Nos incomoda envejecer? ¿Le
tememos? ¿A qué? Y la salud ¿qué es la salud? ¿Qué entendemos por salud en la vejez?
El desafío de interrogarnos implica el valor de vencer el temor a encontrarnos. Abiertos
los interrogantes, construyendo las respuestas.

Nos empeñamos en buscar una definición de vejez y nos encontramos con que hay
vejeces. Nos empeñamos en homogeneizar al más heterogéneo de los grupos etáreos y
la diversidad se despliega ante nuestros ojos. Como señala Leopoldo Salvarezza, “de
todas las posibilidades terapéuticas que se le ofrecen a un profesional desde el punto de
vista del factor evolutivo humano, es decir niños, adolescentes, adultos y viejos, son estos
últimos los que se presentan como los objetos vivenciales más desconocidos”. Y lo
desconocido genera temor, inseguridad, desconcierto. “De todas las realidades, la vejez
es quizás aquella de la que conservemos durante más tiempo en la vida una noción
puramente abstracta”. Sin embargo, el envejecimiento no es algo que está fuera de
nosotros, en el futuro, sino que es un proceso constante y largo que comienza cuando
nacemos y finaliza con la muerte. Desde el punto de vista individual, es inexorable, todos
envejecemos; pero no es un proceso lineal y presenta rasgos diferenciales y particulares
en cada persona. Si bien la edad cronológica es una variable importante, no es la única,
puesto que no todas las personas envejecen o cambian físicamente al mismo tiempo y de
igual manera, sino que la historia y el estilo de vida, la educación, el trabajo, las relaciones
familiares, el contexto social, diferencian a las personas en la vejez. Por lo tanto, debemos
distinguir entre la definición cronológica de la vejez y la construcción social que se realiza
de ella, siendo variables los modos en que se establece su significado a lo largo de la
historia.

En la actualidad existen valoraciones múltiples y disímiles respecto a ella, aún


cuando hallemos parámetros sociales preeminentes. Sin embargo, la representación del
envejecimiento se encuentra fuertemente negativizada y se asocia a una visión de
decrecimiento, improductividad, desinterés, retraimiento, que reduce una perspectiva más
amplia y compleja acerca de la identidad de los adultos mayores. Estos prejuicios y
estereotipos negativos se basan en supuestos que carecen de fundamento científico, y
aun así, tienen un amplio consenso social. Tal como propone Irene Meler, el sentido que
se le atribuya a la vejez influye el modo de vivirla, así como sus manifestaciones de
malestar físico y subjetivo.

Surge la pregunta, ¿todos los viejos están enfermos? Preguntas que abren más
preguntas y cuya tentativa de respuesta provisoria nos permite avanzar. Hacer camino al
andar.

Si pensamos que viejo es aquel que ve pasar la vida sentado en su sillón, que es
espectador de lo que le sucede a otros, que puede caer, quebrarse si le proponemos salir
de la quietud ¿qué sentido tendría ofrecerles un taller de movimiento? Ya nos advertía
Spinoza: nadie sabe lo que un cuerpo puede. Se trata de habilitar, ofrecer, alojar, sin
obturar.

Entrenar el equilibrio y la marcha: “paso corto, paso largo, puntas de pie, talón y
siento toda la planta al caminar”; coordinar sin enredarse: “levanto brazo derecho y pierna
izquierda, alto, alto, alto, hasta donde cada uno puede”; elongo y estiro y “siento que tira,
tira, tira pero mantengo” y entre movimiento y movimiento alguien nos advierte:
redescubrir el cuerpo, festejar el cuerpo. Y entonces, es que desprevenidamente
comienzan a aparecer los mounstros, los animales, las superficies se transforman: arena,
agua, hielo, nubes, la música marca el paso, el baile se deja discurrir y el juego se torna
“cosa seria”. Salimos a la plaza, llevamos la pelota, el sol está tibio aunque a veces
también se esconde. Nos encontramos con los vecinos y las mascotas del barrio. “¿Qué
loco tener que venir a un hospital a reírme?” refiere una compañera del taller y nos
permite reflexionar sobre el potencial transformador de las prácticas en salud cuando
éstas ofertan modelos de atención alternativos al Modelo Médico Hegemónico,
biologicista y fragmentado, y aparecen las personas en su dimensión integral. El hospital
como espacio de salud para sus usuarios… y sus trabajadores también. Porque ¿quién
oferta salud a quien cuando caminamos juntos en la plaza, cuando el cuerpo de ese
trabajador agradece compartir una hora y media de movimiento junto a esos viejos y
cuando ese joven trabajador descubre, no sin contradicción, que hoy está construyendo
de una manera vital su propia vejez? Las palabras del Dr. Emerson Merhy nos resuenan
una y otra vez: “producir vida en nosotros es producir vida en el otro” y nos recuerda que
“la necesidad de hoy en el campo de la salud es pelearnos contra la mirada de la
biomedicalización de la vida y construir una práctica de producción de vida en el
encuentro con los otros”. Comunidad, reciprocidad, horizontalidad, participación se cargan
de sentido y la construcción de saberes en salud se torna una tarea y potestad de todos.

Y entonces, el “se van a quebrar” se va transformando en un quiebre para


nosotras: nuestras ideas, nuestras representaciones, nuestros prejuicios en relación a la
vejez se quiebran para dar lugar a nuevas construcciones. Y advertimos que inhabilitar al
otro, ahogar al otro, anteponer “un no” puede estar de nuestro lado si se anda distraído:
paternalismo, sobreprotección, infantilización, indiferencia son sus riesgos.

Florentina es una mujer de 82 años, bajita, su columna está encorvada. Se pierde


rápidamente entre la muchedumbre. Viste de pollera, nunca un pantalón. Es retraída, de
pocas palabras. Desde lejos, acompañada por su hija, se acerca al taller de movimiento;
largo es el viaje para llegar. Su vida ha girado en torno a la vida familiar y los quehaceres
del hogar: “me gusta cocinar, limpiar, las cosas de la casa”. Su voz es suave y cálida. Por
primera vez se va a subir a una bicicleta, para arrancar una bicicleta fija. Las piernas se
traban, se enredan entre los hierros, no responden, falta fuerza y coordinación. El cuerpo
no se reconoce en esos movimientos. Pero ella insiste, resiste. Lo intenta sin
desanimarse. Observamos la escena, tratamos de ayudar con torpeza, tememos que se
golpee y se lastime, nos cuesta creer que lo vaya a lograr, nos apena ¿su desilusión o la
nuestra? La tentación de protegerla como si fuera una niña dando sus primeros pasos es
grande. ¿Acaso no vemos a una mujer allí? ¿Qué vemos? ¿Sólo un cuerpo encorvado,
arrugas, cabello blanco? Aun creyéndonos advertidas, caímos en nuestra propia trampa.
Con tenacidad, paciencia y dándole tiempo al proceso, Florentina lo ha logrado: anda en
bicicleta.

Potenciar lo posible, trabajar desde “lo que cada uno puede”, pues ahí donde “se
acepta la limitación se descubre, en el cuerpo, lo que no está limitado” (Fajn, Sergio;
2011), habilitando así una puerta de posibilidad para generar nuevos cambios, proyectos
y el encuentro con nuevas formas de placer y disfrute.

Y en ese descubrimiento, la sorpresa llega también para nosotras al poder trabajar,


pensar, repensar desde y para la salud.

Pero ¿qué es la salud? La salud es un derecho social básico y universal y


asimismo, es una construcción. Algunos autores argentinos señalan que la salud funciona
“como una búsqueda incesante de la sociedad, como apelación constante a la solución de
los conflictos que plantea la existencia... La esencia del proceso de salud-enfermedad
reside en su carácter histórico y social; lo saludable no es un estado perdurable sino un
tránsito permanente”. De esta manera “la salud es… una visión de la vida misma,
atendiendo a la personalidad del hombre y al ambiente total – condiciones físicas,
biológicas, culturales, psíquicas, económicas a las cuales debemos adaptarnos o
transformarlas…” (Marcos, Martiñá y otros). El dinamismo del proceso salud-enfermedad
como proceso incesante “hace la idea de acción frente al conflicto, de transformación ante
la realidad” (Floreal Ferrara, 1985).

En estos términos, podemos concebir a la salud como un recurso para la vida, un


bien a construir, un derecho a proteger y un motor de transformación de la realidad.

De este modo, entendemos que repensar prácticas en salud que permitan construir
nuevas miradas y sentidos sobre la vejez no sólo redunda en efectos salugenicos para
esos adultos mayores destinatarios de las acciones, sino para los trabajadores de la salud
y la comunidad en su conjunto, propiciando la emergencia de sociedades más justas e
inclusivas. Y en este desafío el trabajo interdisciplinario, el encuentro e intercambio con
los compañeros de equipo, la escucha atenta de las resonancias producidas por la tarea,
la habilitación de un espacio y un tiempo para la reflexión resultan indispensables. No hay
respuestas de una vez y para siempre, no hay recetas infalibles. Hay interpelación. Hay
construcción. Y en esa construcción, no sólo evitamos anticipar la muerte de los otros
como sujetos deseantes, sino que también evitamos la propia, el cese del pulso del propio
deseo, secándonos, burocratizándonos y volviéndonos tecnócratas de nuestras prácticas.
Tal como dice la Dra. Graciela Zaresky hay quienes proponen curar la vejez, pero
“curar la vejez es pretender curar la vida” y “según J. Lacan, la vida no quiere curarse. La
vida va hacia la muerte y a lo sumo podemos aspirar a que llegue despacito e
imperceptiblemente… Este puede ser un buen plan de envejecimiento: el desgaste natural
de la vida, la vida que se va agotando en el vivir”. Y si tenemos suerte, también nosotros
llegaremos a viejos. No hay tiempo sin edad, no hay tiempo por vencer. La toma de
conciencia de esta realidad y la aceptación del curso del tiempo y de la vida, supone una
herramienta fundamental para nuestro accionar profesional en el trabajo con adultos
mayores. Caso contrario, caemos en la trampa de creer que la juventud es indispensable
para vivir y gozar la vida. Florentina no es una excepción, día a día los integrantes del
taller nos sorprenden demostrándonos nuevos modos de vivir y transitar la vejez, aún en
el dolor y la enfermedad.

La vejez no es un punto de anclaje pues en ella hay dudas, temores, enigmas,


nuevas libertades. La vejez tampoco es la otrora de la muerte, porque a lo largo de toda
la vida siempre hay límites, hay pérdidas, vacíos que se abren. La vejez es una etapa
propia de la vida y, como todas las etapas de la vida, en ella se puede disfrutar, seguir
aprendiendo y jugar. Dicen que la muerte supone la eterna quietud, el alcance de un
equilibrio absoluto. Habrá que apostar entonces al vaivén constante, ese movimiento de
avances y retrocesos que supone todo cambio, toda renovación, toda transformación.

Si hay movimiento, hay vida.

Ana y Macarena
Bibliografía
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Lopez, S; Maeda, E; Osuna, J; Robles, J; Rojas, G; Saggio, M; Tulian, Y. “A mover
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Departamento Área Programática de Salud, Hospital Gral. Agudos J.M. Ramos
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Espacio para la creación de nuevas versiones acerca del envejecer. Apunte.
Cátedra de Psicología de la Tercera Edad y Vejez. Facultad de Psicología. UBA.

 Ferrara, Floreal A. “Teoría Social y Salud”, Editorial Catálogos, Año: 1985 –


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Documento de trabajo. “Saludable indisciplina: primeras aproximaciones a un
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