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POEMAS DEL ROMANTICISMO

1. Caed, hojas, caed


Autora: Emily Brontë

Caed, hojas, caed; morid, flores, marchaos;


que se alargue la noche y se acorte el día;
cada hoja es felicidad para mí
mientras se agita en su árbol otoñal.

Sonreiré cuando estemos rodeados de nieve;


floreceré donde las rosas deberían crecer;
cantará cuando la putrefacción de la noche
se acomode en un día sombrío.

2. Necedad de la guerra
Autor: Víctor Hugo

Estúpida Penélope, de sangre bebedora,


que arrastras a los hombres con rabia embriagadora
a la matanza loca, terrífica, fatal,
¿de qué sirves? ¡oh guerra! si tras desdicha tanta
destruyes un tirano y un nuevo se levanta,
y a lo bestial, por siempre, reemplaza lo bestial?

3. Desesperación
Autor: Samuel Taylor Coleridge

He experimentado lo peor,
Lo peor que el mundo puede forjar,
Aquello que urde la vida indiferente,
Perturbando en un susurro
La oración de los moribundos.
He contemplado la totalidad, desgarrando
En mi corazón el interés por la vida,
Para ser disuelto y alejado de mis esperanzas,
Nada resta ahora. ¿Por qué vivir entonces?
Aquel rehén, que el mundo mantiene cautivo
Otorgando la promesa de que aún vivo,
Aquella esperanza de mujer, la pura fe
En su amor inmóvil, que celebró en mi su tregua
Con la tiranía del amor, se han ido.
¿Hacia dónde?
¿Qué puedo responder?
¡Se han ido! ¡Debería romper el infame pacto,
¡Este vínculo de sangre que me ata a mí mismo!
En silencio lo he de hacer.

4. Tristeza
Autor: Alfred de Musset

He perdido mi fuerza y mi vida,


Y mis amigos y mi alegría;
He perdido hasta el orgullo
Que hacía creer en mi genio.
Cuando conocí la Verdad,
Creí que era una amiga;
Cuando la he comprendido y sentido,
Ya estaba asqueado de ella.
Y sin embargo ella es eterna,
Y aquellos que se han despreocupado de ella
En este bajo mundo lo han ignorado todo.
Dios habla, es necesario que se le responda.
El único bien que me queda en el mundo
Es haber llorado algunas veces.

Santa Naturaleza
Autor: Antonio Ros de Olano

¡Santa Naturaleza!... yo que un día,


prefiriendo mi daño a mi ventura,
dejé estos campos de feraz verdura
por la ciudad donde el placer hastía.

Vuelvo a ti arrepentido, amada mía,


como quien de los brazos de la impura
vil publicana se desprende y jura
seguir el bien por la desierta vía.

¿Qué vale cuanto adorna y finge el arte,


si árboles, flores, pájaros y fuentes
en ti la eterna juventud reparte,

Y son tus pechos los alzados montes,


tu perfumado aliento los ambientes,
y tus ojos los anchos horizontes?

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