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En julio de 2011 se cumplieron 100 años del “descubrimiento” de Machu

Picchu. Pero el término “descubrimiento” lleva a engaño. Se conocía la


existencia del lugar inca mucho antes de que llegara Hiram Bingham, al igual
que América del Sur llevaba ocupada por sus pueblos indígenas miles de años
antes de que Cristóbal Colón llegara a sus orillas.

Hace 100 años, en Perú, un tipo alto que era profesor de historia de la
Universidad de Yale abandonó su campamento en un valle al noroeste de
Cusco, y atravesó la selva entre las nubes hasta llegar a una cordillera a más
de 2.200 metros sobre el nivel del mar. Allí, sobre el atronador río Urubamba,
encontró una antigua ciudadela de piedra: terrazas esculpidas y tumbas,
edificios de granito y paredes pulidas cubiertas por siglos de viñas y
vegetación.

Hiram Bingham se había encontrado con el lugar inca de Machu Picchu, que él
creía era la “ciudad perdida de los incas”. “Machu Picchu podrían ser las ruinas
más importantes jamás descubiertas en América del Sur desde los tiempos de
la conquista española”, escribió en un número de National Geographic de 1913.

 
© Martin St-Amant – Wikipedia – CC-BY-SA-3.0

Pero sus palabras llevaban a engaño. Bingham no había “descubierto” Machu


Picchu. Tampoco estaba “perdido”, Puede que él alertara de su existencia al
mundo académico occidental, ya que no había menciones a él en las crónicas
de los invasores españoles, pero los pueblos indígenas de la zona tenían que
conocer su existencia. Y sin embargo Christopher Heaney, investigador en la
Universidad de Texas y autor de un libro sobre Hiram Bingham, asegura que el
historiador se quedó asombrado al descubrir a una familia indígena que vivía
cerca de la ciudadela. “Cuando escaló la montaña se sorprendió al encontrar a
una familia indígena en lo alto”, dijo. Lo que resulta difícil de entender es la
propia sorpresa de Bingham.
No es probable que su terminología tuviera ramificaciones negativas para los
pueblos indígenas locales, pero el lenguaje de los colonizadores sí había
jugado un trágico papel en la destrucción de los pueblos indígenas en todo el
mundo. Durante siglos, se había hecho referencia a los territorios indígenas
como “vacíos” para justificar su robo por motivos comerciales, militares o
medioambientales. Después de todo, si una región no está habitada (según el
pensamiento oportuno), no hay, por definición, derechos humanos con los que
lidiar. De la misma forma, los prejuicios raciales (etiquetar a los pueblos
indígenas como “atrasados”, “incivilizados” o “salvajes”) han inculcado una
actitud popular de falta de respeto y temor, que cimienta (e incluso justifica, en
la mente del perpetrador) el lamentable trato al que se ha sometido a los
pueblos indígenas.

Cuando los colonos europeos llegaron a las costas de Australia, declararon que
las tierras eran “terra nullius”, es decir, tierras que no pertenecían a nadie. Pero
no lo eran. Los aborígenes habían vivido allí durante tal vez 50.000 años, y sin
embargo el concepto de “terra nullius” no fue eliminado formalmente hasta
1992, y por tanto los robos de tierras a las personas que antes habían ocupado
el continente eran legítimos. Según la legislación colonial británica, los
aborígenes no tenían derechos, se los consideraba demasiado “primitivos”
como para ser propietarios. En tan sólo 100 años desde la invasión, la
población aborigen quedó reducida a tan sólo 60.000 personas, de un millón
que había antes.

Algo parecido ocurrió cuando los vientos del comercio llevaron a Cristóbal
Colón al “Nuevo Mundo” en 1492. En realidad, había llegado a las tierras de
pueblos que habían vivido allí desde hacía milenios: pueblos indígenas que
tenían sus propias leyes, rituales, creencias, valores, modos de vida y
religiones, todos ellos exitosos. “Hoy los blancos gritan: ‘nosotros descubrimos
la tierra de Brasil’”, dice Davi Kopenawa, portavoz yanomami, “¡como si
estuviera vacía! ¡Como si no hubiera seres humanos que habían vivido en ella
desde el principio de los tiempos!”. Algo parecido dice Megaron Txukarramae,
un indígena kayapó: “La tierra que los blancos llaman Brasil pertenecía a los
indígenas. Vosotros la invadisteis y tomasteis posesión de ella”.

La realidad, por supuesto, es que ni América del Sur ni América del Norte eran
“nuevas”, ni Australia estaba “vacía” antes de la llegada de los europeos, ni
Machu Picchu fue “descubierto” en 1911. “La frase ‘descubrimiento de América’
es obviamente errónea”, escribió el lingüista y filósofo Noam Chomsky. “Lo que
descubrieron fue una América que había sido descubierta miles de años antes
por sus habitantes. Por lo tanto, lo que tuvo lugar fue la invasión de América,
una invasión por una cultura extranjera”.

Estos territorios eran los hogares de los pueblos indígenas. Declarar una tierra
“vacía” antes de la invasión de los colonizadores y “descubierta” una vez que
llegaron supone robar a los pueblos indígenas su identidad, su dignidad y sus
derechos territoriales: supone negar su propia existencia. “Si me robas mi
tierra, me robas la vida”, dijo Marcos Veron, un hombre guaraní-kaiowá de
Brasil.
Estos territorios aún son los hogares de los pueblos indígenas. En agosto de
2013, el presidente de Perú anunció que su Gobierno descartó un informe
oficial que advertía sobre los peligros de un polémico proyecto gasístico para
los pueblos indígenas aislados y al menos tres ministros dimitieron por la
presión creciente para dar luz verde al proyecto. La ONU ha pedido la
“inmediata suspensión” del proyecto. La invasión de sus tierras continúa. Su
existencia y sus derechos siguen siendo ignorados.

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