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GARRINCHA, LA ALEGRÍA DEL PUEBLO

Manoel Francisco Dos Santos, Mané Garrincha está parado en la banda derecha, pegado a
la raya, con la suela apretando la pelota contra el pasto. Acelera, frena, otra vez acelera,
otra vez frena, el defensa que intenta marcarlo pasa de largo. Garrincha acelera de nuevo y
engancha a la derecha, frena en seco pisando la pelota, da un giro, después arranca para la
izquierda, otro defensa queda sentado en el suelo, enredado en el nudo que le hizo
Garrincha en las piernas.

Mané Garrincha encandiló al planeta por su forma de jugar. Desbordes, centros, gambetas y
goles. Su juego irradiaba la alegría de la samba y de la cachaza juntas. Pícaro timador de
rivales. Parecía que iba a salir por un lado, pero terminaba saliendo por el otro, o a veces
salía por el mismo lado que el defensa creía, pero igual no lo podían parar. Extremo
derecho incontrolable, brillante como ojos de niño travieso. Su juego tenía el arte de la calle,
también una mezcla de picardía e inocencia metida muy adentro. Garrincha se divertía más
que todos. Cuando pequeño los doctores le dijeron que no podría jugar al fútbol, menos
profesionalmente. Su espalda parecía una S, su pierna izquierda era seis centímetros más
corta que la derecha. Sufrió una poliomelitis, enfermedad que afecta al sistema nervioso.
Por si fuera poco, tenía las piernas torcidas hacia adentro. Era pequeño y frágil, por eso una
de sus hermanas lo apodó Garrincha, que es un pajarito de la selva brasilera, común, débil
y no muy agraciado.

Garrincha recién se fue a probar a Botafogo a los veinte años. Antes había ido a Vasco pero
cuando llegó se dio cuenta que había olvidado sus zapatos en Pau Grande, su pueblo natal,
donde trabajaba en una fábrica textil. En la prueba en Botafogo le dio un baile al
consagrado defensa de la Selección Brasilera Nilton Santos. Apenas terminó la prueba
Nilton fue a hablar con el técnico y le dijo lo que todos se habían dado cuenta: “Ese chico
tiene que quedarse con nosotros. Que se quede y que además entrene siempre en el
equipo titular, no quiero volver a enfrentarlo”. Al poco tiempo Garrincha se transformó en el
mejor jugador y en el ídolo máximo de la historia de Botafogo. El técnico Vicente Feola lo
convocó para representar a Brasil en Suecia 58, pero el DT dudaba en alinearlo por su falta
de concentración e inmadurez. Feola contaba en su cuerpo técnico con un psicólogo
deportivo que diagnosticó que Mané no estaba en condiciones de ser parte del equipo.
Según el profesional no era capaz de entender el juego, ni tampoco relacionarse bien con
sus compañeros. Antes del Mundial el sicólogo realizó un test de destreza cognitiva,
Garrincha lo reprobó con 38 puntos sobre los 123 posibles. Fue por lejos el peor evaluado
de todo el equipo. En un partido preparatorio ante la Fiorentina, el campeón italiano,
Garrincha eludió a un defensor, luego a otro, después al portero. Con el arco a disposición
vio que otro defensor venía a marcarlo, lo esperó, lo superó con otro regate y recién
después anotó. Ese acto poético de potrero no le gustó nada a Feola, que en los dos
primeros partidos del Mundial lo dejó sentado, no quería arriesgarse. Didí y otra vez Nilton
Santos intercedieron por él, y también por Pelé que había llegado lesionado al Mundial y
tampoco había jugado. En el tercer partido ante la Unión Soviética ambos debutaron. El
prestigioso periodista francés Gabriel Hanot describió el arranque del partido como “los tres
minutos más hermosos en la historia del fútbol”. Garrincha se desató por la derecha dejando
atrás a cuanto ruso se le interpuso. Mané salió a esa cancha a jugar sin presión, para él,
Rusia era como cualquier equipo y un partido de Mundial como cualquier otro. La inmensa
Unión Soviética jamás sería más grande que su natal Pau Grande, ni Lev Yashin mejor
arquero que los que le atajaban cuando era niño. Garrincha ni sabía ni le interesaba lo que
era Rusia, tenía esa maravillosa inocencia juvenil de chico de pueblo que va por la calle
saludando a todo el mundo. Solo quería jugar. Ocho años antes cuando Brasil perdió la final
de la Copa del Mundo del 50, él ni siquiera se enteró. Todo el país estaba pegado a la radio,
pero Garrincha estaba pescando. Brasil se coronó campeón del 58 con Garricha como
figura. Los dos primeros goles de la final fueron después de grandes desbordes suyos.
Apenas terminó el partido, todos sus compañeros celebraban, la gente los aplaudía,
mientras él preguntaba si es que no había ronda de partidos de revancha. No podía creer
que un Campeonato del Mundo tuviera tan pocos partidos. Le resultaba inverosímil que se
jugaran más partidos para salir campeón carioca que campeón del mundo.

Garrincha era un ave mágica que no solamente volaba en la cancha, su mente también
volaba diferente. Vicente Feola explicó muy bien como jugaban los suecos antes de la final,
después le dijo a cada jugador brasileño qué debía hacer. Una charla técnica que tuvo al
equipo concentrado. Al término de la charla Garrincha le preguntó al técnico si se había
puesto de acuerdo con el equipo rival para que hicieran todo lo que él estaba diciendo.

Antes de un entrenamiento en Suecia, Garrincha llegó muy contento a mostrarle a Américo,


masajista de la Selección Brasileña, la radio que había comprado en cien dólares. El
masajista le pidió que la prendiera, cuando empezó a sonar obviamente se escuchaban
palabras en sueco. Américo le dijo que no le serviría en Brasil, que era una radio en sueco.
El masajista se la terminó comprando en cuarenta dólares.

Lo cierto es que Garrincha era un genio del fútbol, hacía todo bien, es considerado el mejor
regateador de la historia. Ante tantos comentarios respecto a su acotada inteligencia, el
periodista y escritor Nelson Rodrigues comentó: “Garrincha es considerado un retrasado,
pero demostró en la Copa que nosotros somos los retrasados, porque pensamos,
racionalizamos. A su lado, comparado con la prodigiosa instantaneidad de sus reflejos,
somos holgazanes, bovinos, hipopótamos”.

Para el Mundial de Chile 62, Garrincha junto a Pelé eran la dupla que concentraba todas las
miradas. La leyenda de ellos dos y Brasil ya se había extendido por todo el mundo del fútbol
y eran la principal atracción del torneo. Jugaron 40 partidos juntos, ganaron 36 y empataron
4. Invictos. El arte de vencer y encantar. Pelé diría de Garrincha: “A veces me engañaba
incluso a mí. Garrincha ya había pasado a los defensores, yo estaba esperando el centro, y
él volvía a enganchar para atrás para volver a pasarlos. Entonces yo le gritaba: “¡Mané,
desgraciado!”, nunca vi una habilidad tan grande como esa. Sin Garrincha yo nunca hubiera
sido tricampeón del mundo”.

En el Mundial del 62 Pelé sólo pudo jugar los dos primeros partidos, después quedó fuera
por una lesión. Ahí apareció en toda su expresión la calidad de Garrincha. Lideró a Brasil a
obtener su segundo título del mundo desde la banda derecha. Estuvo endiablado. Más libre
que de costumbre. Pases, amagues, frenos. Fue clave con sus desbordes, regates, centros
y asistencias, pero también por sus goles. Dos a Inglaterra en el 3 a 1 de cuartos de final,
uno de cabeza y otro con un potente disparo de derecha al ángulo. En semis otros dos, de
cabeza el 1 a 0 y de zurda desde fuera del área el 2 a 0 frente a Chile, en un partido que
Brasil terminaría ganando por 4 a 2. La final se la llevó La Verdeamarella por 3 a 1 frente a
Checoslovaquia. Garrincha fue uno de los goleadores del torneo con cuatro conquistas y
además fue elegido como el mejor jugador del campeonato. En Brasil le llamaban “El Ángel
de los pies torcidos”.

En el siguiente Mundial, Brasil sucumbió en primera ronda, hubo mucha violencia en


Inglaterra 66 para con el equipo brasilero. Garrincha igualmente anotó un gol de tiro libre en
la victoria del debut ante Bulgaria.

Mané jugó tres Mundiales y ganó dos de ellos. Disputó 12 partidos, ganó 10, empató uno y
perdió otro. Anotó cinco goles en Copas del Mundo. Sus regates, amagues y emociones
que generó con ellos son incontables.

En Brasil la gente empezó a gritarle en los estadios. No le gritaban Mané, tampoco


Garrincha. Le gritaban: “Alegría, alegría, alegría”.

Maestro del engaño, rey del regate, picardía hecha persona, niño risueño burlando adultos.
Garrincha jugaba por el simple gusto de jugar. Por el disfrute de la creación y la diversión.
Futbol en su estado más puro.

Sus piernas torcidas engañaban a los defensas y le hacían caso a él. La pelota, su eterna
compañera de juegos, también.

Fuera de la cancha siempre fue un bohemio. Nunca estuvo apegado a lo que la gente
valoraba en la sociedad convencional. Garrincha tenía una visión de la vida inocente y
particular. “Yo no vivo la vida, la vida me vive a mí”, dijo alguna vez. Despreciaba el dinero,
se refugiaba en el sexo, el bar y la cachaza. Poco a poco se fue hundiendo, no aceptaba
ayudas. Cuando se acabó el fútbol, Mané no pudo gambetear los problemas como hacía
con los defensas en la cancha. Sin una pelota en los pies su vida no encontraba el rumbo,
fuera de la cancha se sentía incómodo.

La muerte lo vino a buscar pronto, no la pudo regatear. Apenas a los 49 años murió solo, en
la indigencia a causa de la cirrosis. El pueblo de Río de Janeiro se volcó a las calles para
despedirlo, su lápida dice: “Acá descansa en paz el hombre que fue la alegría del pueblo:
Mané Garrincha”.

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