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RESEÑA SOBRE DIDÍ, EL ÍDOLO DE PELÉ

Johan Cruyff creció imaginando un día hacer los mismos regates que Faas Wilkes. Lo mismo le
pasó a Maradona años después, embobado viendo cómo gambeteaba Bochini. Y para Lionel
Messi, la magia de ‘Pablito’ Aimar fue su inspiración para un día llegar a ser futbolista profesional.
Todos, genios del fútbol, todos, tuvieron una figura en la que fijarse, una referencia para alcanzar el
cielo, y para Pelé, nunca hubo nadie como Waldir Pereira. O ‘Didí’, como le conocía el mundo del
fútbol. “Yo no soy nada comparado con Didí. Nunca llegaré a los pies de Didí. Él es mi ídolo, mi
referencia”, aseguró, a los 17 años, un joven Edson Arantes do Nascimento.

El 8 de octubre de 1928, la ciudad costera de Campos dos Goytacazes vio nacer al ídolo de ‘O
Rei’. Y fueron las calles de este municipio del estado de Río de Janeiro las primeras que pudieron
comprobar que aquel niño que a los 14 años a punto estuvo de perder una pierna por culpa de una
infección, era diferente al resto. Alto, esbelto, de planta erguida y con estilo, Didí destacó siempre
por destilar brotes de elegancia por sus pies. Su visión y lectura del juego eran minuciosas, no se
le escapaba ni el vuelo de una mosca sobre el césped. Su habilidad para el pase en largo, de una
precisión quirúrgica. Y la manera de conducir el balón, suave, como si en vez de patearlo quisiera
darle caricias para no dañarlo. Tal era su belleza al jugar al fútbol, que el histórico comentarista
Nelson Rodrigues le puso el apodo del ‘Príncipe etíope’; y Eduardo Galeano lo describió como una
“estatua erguida de sí mismo”.

Sus inicios en el mundo del fútbol fueron en clubes humildes de Brasil. Primero en el Americano,
después en el Lençoense y, más tarde, en el Madureira, donde comenzaría a hacerse un nombre
antes de dar el salto a uno de los grandes clubes del país, el Fluminense, con apenas 21 años. Y
en sus diez años en el ‘Flu’, le dio tiempo para pasar a la historia por diversos motivos. Para
empezar, probablemente sea uno de los más finos centrocampistas que haya visto nunca el
futebol, lo que le valió para ser reconocido por la IFFHS con uno de los 20 mejores futbolistas del
siglo XX. Si eso fuera poco, también fue el primer hombre en marcar un gol en Maracaná. El 16 de
junio de 1950, en el partido inaugural del estadio entre una selección de futbolistas ‘cariocas’ y otra
de ‘paulistas’, fue el primero en saber qué se sentía al celebrar un gol en la catedral del fútbol
brasileño. Y además de por todo aquello, debería recordársele como el tipo que inventó un nuevo
estilo de lanzar las faltas. Fue en 1956, en un partido contra el América de Río. Estaba renqueante
por una contusión que le impedía ejecutar las faltas de manera habitual. Por ello, intentó patear al
balón por el centro de la esfera, para ganar potencia sin sentir molestias. Y el chut hizo una
parábola extraña, nunca antes vista. Se fue alta, muy alta, para luego caer repentina hasta las
mallas. Había creado la “folha seca”, la manera en la que tantos otros buscan ahora sorprender a
los guardametas.

Sus días en el Fluminense acabaron cuando aterrizó en uno de los rivales ciudadanos de los
‘tricolores’, el Botafogo. Ahí, en el conjunto ‘albinegro’ solo pasó dos temporadas, coincidiendo en
el tiempo con el Mundial de Suecia’58, en el que, de la mano de un jovencísimo Pelé, conquistó la
primera de las dos Copas del Mundo que lucen en su palmarés. Aquel Mundial, en el que fue
escogido el mejor jugador del torneo, le sirvió para hacer un viaje poco habitual en la época. Por
aquel entonces no era habitual cruzar el charco para probarse en el fútbol europeo, pero Didí
aterrizó en el Real Madrid de Ferenc Puskás y Alfredo Di Stéfano, con el que, cuentan, tuvo sus
más y sus menos en el único año en el que el brasileño vistió la camiseta ‘merengue’. “A los
españoles les encantaban los jugadores que entraban en plancha, que caían al suelo. Y yo nunca
le hice un barrido a nadie. Salía del campo con la camiseta y las medias limpias, tenía que meter la
mano al barro y pasarla por la camiseta”, explicaba Didí, en una entrevista para la revista Placar.

Tras su efímero paso por Europa, rehizo el camino de vuelta a casa, y comenzó un recorrido que
nunca le llevaría a asentarse más de dos años en ningún equipo. Regresó al Botafogo, fue
campeón del Mundo en Chile’62, y su carrera comenzó a tener visos de futbolista que ve próximo
el retiro. Pasó por el Sporting Cristal peruano, también por el Veracruz mexicano y sus últimos días
sobre el césped fueron en el Sao Paulo.
Así fue la carrera del ‘Príncipe etíope’, el tipo del que Pelé dijo que jugaba tan fácil al fútbol que
“parecía que estaba comiéndose una naranja”; el amante del fútbol que confiaba que la mejor
manera de disfrutar de un buen partido era llevando al rival a su máximo nivel: “Si jugamos bien,
obligamos al rival a hacer lo mismo”. En resumen, uno de los hombres que acercó a Brasil al
idealismo del “jogo bonito”.

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