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Hay una lista, bastante importante, de verbos que tienen dos participios pasivos: el

regular, formado desde el español, y el irregular, más directamente tomado del


latín. Iniciados con la letra E, los más importantes son: Elegir, elegido y
electo; enjugar, enjugado y enjuto; excluir, excluido y excluso; eximir, eximido y
exento; expeler, expelido y expulso; expresar, expresado y
expreso; extender, extendido y extenso; extinguir, extinguido y extinto. Lo propio
es que se utilice el regular como verbo y el irregular como adjetivo. Ej.: Habían
elegido al mejor; Habló el presidente electo.

El sujeto concuerda con su verbo en número y persona: Carlos tiene un


acordeón, Los niños juegan en el parque, Tú compraste un libro. Como bien se
sabe, el sujeto es un concepto sustantivo. Está fundamentalmente representado por
un nombre y bien se entiende que por cualquiera otra palabra o sintagma que haga
sus veces. Véanse estos ejemplos (aparece entre paréntesis la naturaleza del
sujeto): Carlos (sustantivo) lee; Nadie (pronombre) vino; Los inteligentes (adjetivo
sustantivado) aprendieron rápidamente; El
cantar (infinitivo) es agradable; Conviene que todos estén de
acuerdo (oración); Mañana (un adverbio pronominal) es muy pronto; La de las
manos largas (una frase nominal) es mi hermana.

Varias palabras francesas terminadas en -t han pasado al castellano en diferentes


épocas con pérdida de esa consonante final muda. En español se escribe y
pronuncia bidé, no bidet; carné, no carnet; corsé, no corset; capó,no
capot; bufé, no buffet; buqué, no bouquet.

La naturaleza está llena de ruidos. Saber qué nombre darles a los diferentes ruidos
emitidos por la naturaleza es una manera de utilizar un vocabulario preciso y
exacto. He aquí veinte de esos ruidos: El agua borbolla y borbota; el aire vibra; el
ánimo sobresaltado se estremece; el aquilón vibra; las armas de fuego detonan; las
auras susurran; las balas silban; el barco choca contra las rocas; la
bomba estalla; los bombos rimbomban; la botella, al vaciarse,gluglutea; el
bronce vibra; el caballo piafa y tasca el freno; las campanas repican,
repiquetean y clamorean; las campanillas retintinan y retiñen; la
carcoma carcome royendo y taladrando; las carretas chirrían; la catarata
seprecipita; los céfiros gimen y la champaña espuma.

Presencia de la cultura greco-latina en nuestro idioma


Por Roger Matus Lazo | Opinión
¿Se ha preguntado alguna vez por qué debemos estudiar raíces griegas y latinas?
¿Sabe usted que tres de cada cuatro palabras del español son latinas y que muchas
palabras de origen griego llegan a nosotros a través del latín?
La cultura grecolatina

La cultura griega es quizá la más importante de la historia de la humanidad.


Nuestra civilización se ha enriquecido con los aportes de esta antigua cultura en la
literatura, las artes y la filosofía. Mauro Rodríguez en su Presencia del griego en el
español, afirma: “Las bases de las matemáticas son griegas. Euclides dominó la
geometría por más de dos mil años. Arquímedes y Hierón crearon la física.
Hipócrates y Galeno la medicina. Aristóteles, la zoología, la psicología y la
metafísica. Herodoto, Tucídides y Jenofonte, la historia; etc.”
Hacia el año 150 antes de Cristo, Roma vence a Grecia. Pero el poder militar bien
poco pudo someter las bases de aquella cultura de fina sensibilidad, elegancia y
armonía que se imponía en las instituciones educativas. Y el gran siglo de la cultura
latina crece a la sombra de la griega. Por eso es que la cultura de Roma es greco-
latina.

Entonces, ¿por qué estudiar las raíces griegas y latinas? Porque nos permite
conocer el significado de dichas palabras y porque enriquece nuestro léxico. No
olvidemos que muchos neologismos de origen científico y tecnológico se han
formado del griego. Usted mismo ha empleado muchas veces algunos de estos
vocablos: mecanografía, helicóptero, fotografía, teléfono, micrófono, cardiólogo,
zootecnia, pedagogía, filosofía, etc.
También debe recordar que gran parte de las voces españolas que hemos tomado
del latín, son de origen griego. Citemos unos ejemplos: música, problema,
biblioteca, botica, horizonte, tragedia, blasfemia, cristal, misterio, etc.

Vocablos griegos y su incorporación al español

Los vocablos griegos que se han incorporado a nuestra lengua han tenido cuatro
etapas o estadios:

Primero, cuando las colonias griegas se establecieron en las costas de la Península


Ibérica, antes de la llegada de los romanos, las voces griegas se incorporaron en el
habla de los hispanos, que luego fueron invadidos por Roma.

Segundo, cuando los romanos conquistaron Grecia, los griegos –superiores en


cultura a los conquistadores- aportaron muchos términos al latín, los que fueron
difundidos por toda el habla del imperio.

Tercero, los movimientos artísticos y literarios –particularmente el Renacimiento,


el Neoclasicismo y el Modernismo- introdujeron muchos vocablos de origen griego.

Cuarto, la ciencia y la técnica han recurrido con frecuencia a términos de origen


griego para denominar un virus, una enfermedad, un proceso, un instrumento, un
invento, etc., con el fin de universalizar el objeto (o el concepto), y no
circunscribirlo a una lengua determinada.

Entrecruzamiento y relación de las raíces griegas y latinas


Observe cómo estas lenguas se entrecruzan y cómo en sus raíces advertimos su
íntima relación:
PALABRAS LATINAS:

    Raíz cord = corazón


    cordial, discordia

    Raíz dent = diente
    dentista, dental

    Raíz ped = pie
    bípedo, palmípedo

    Raíz machin = máquina
    maquinaria, maquinación

    Raíz lact = leche
    lácteo, lactante

    Raíz circ = circo, círculo


    circunferencia, circular

    Raíz form = forma
    formal, reformar

    Raíz os = hueso
    Óseo, osario, osamenta

    Raíz fer = llevar
    mamífero, diferencia

    Raíz urin = orina
    orinar, urinario

    Raíz de = dios
    Divino, endiosar, deísmo

    Raíz nomin = nombre


    nómina, pronominal

    Raíz nov = nuevo
    novedad, renovar

    Raíz matr = madre
     maternal, matrimonio
PALABRAS GRIEGAS
    Raíz kart = corazón
    cardíaco, cardiólogo

    Raíz odont = diente


    odontología, ortodoncia

    Raíz pod = pie
    trípode, miriápodo

    Raíz mecan = máquina
    mecánico, mecanografía

    Raíz galac t= leche


    galaxia, galactómetro

    Raíz kykl = circo, círculo


    bicicleta, hemiciclo

    Raíz morf = forma
    amorfo, metaformosis

    Raíz ost = hueso
    osteoporosis, osteolitis

    Raíz fer, for = llevar


    periférico, semáforo

    Raíz ur = orina
    úrico, urea

    Raíz theo = dios
    teología, ateo

    Raíz onom, onomat = nombre


    onomástico, sinónimo

    Raíz neo = nuevo
    neófito, neonato, neologismo

    Raíz metr = madre
    metrópolis, motropolitano
RAÍCES GRIEGAS Y LATINAS
¿Cuál es la importancia del estudio de las raíces griegas y latinas? La palabra
etimología significa, según el Diccionario de la Real Academia Española, “origen
de las palabras, razón de su existencia, de su significado y de su forma”. Etimología
es una palabra que viene del latín, idioma que la tomó del griego. 
La raíz de una palabra nos permite conocer el significado de dicha palabra. Asesino,
por ejemplo, viene del árabe (hassasí “consumidor de hachís”); guerra viene del
germano (alemán) werra (“pelea, discordia”); líder tiene su origen en el inglés
(leader, “guía”);heroína, la droga adictiva obtenida de la morfina en forma de polvo
blanco, deriva del francés (heroine); y el calzado que no pasa del tobillo, zapato, es
de origen turco (zabata). Como vemos, muchas palabras de nuestro idioma tienen
diversos orígenes. Pero la fuente más amplia es el griego y, sobre todo, el latín. Para
saber qué es un mamífero arterioesclerótico, por ejemplo, no necesitamos recurrir
al diccionario, porque en sus raíces porta el significado. Mamífero viene del
lat. mamma, teta, pecho o mama y el sufijo –fero significa “que tiene o que lleva” ;
y arterioesclerótico viene del griego: arterion, arteria; escleros, duro, y el sufijo -
ico significa “referente o relativo”. Un mamífero arterioesclerótico es un vertebrado
cuyas hembras tienen mamas que producen leche y adolece de un endurecimiento
de las arterias.

Neologismos
Róger Matus Lazo 

Las palabras, como la vida misma, corren la suerte del uso que le dan las personas
en el proceso comunicativo. Resulta ocioso repetir lo que los semantistas lo han
explicado hasta la saciedad: el léxico es la parte más cambiante de la lengua, si se
compara por ejemplo con la gramática, y la más dependiente –como afirma
Baylón- de “los hechos de la civilización, de las relaciones sociales, de la
organización política, del progreso científico”. Quién que es no observa los
continuos cambios que experimenta la lengua – pese a la resistencia y
conservadurismo de los puristas- con la creación de nuevas palabras, la
desaparición de otras, las modificaciones de la lengua escrita, las variaciones de
estilo y el surgimiento de modas en la manera de escribir. Cambios observables,
incluso, en la pronunciación en una misma comunidad lingüística si se comparan,
sea por caso, las formas de hablar de los más jóvenes y de los más viejos. Es la
necesidad de vocablos y giros nuevos – los neologismos- que se hace más
apremiante en un mundo que cambia a un ritmo cada vez más acelerado.

Don Fernando Lázaro Carreter dice que la Real Academia de la Lengua Española


tardó mucho tiempo en incorporar en su Diccionario voces nuevas que en el siglo
XIX, particularmente a raíz de las convulsiones políticas resultantes de la
Revolución francesa, emergieron para expresar “un cierto modo de vivir y
convivir”. Por ejemplo, el culto y políglota Simón Bolívar empleó muchas palabras
en sus documentos como patriota en 1812, vocablo que entró en el Diccionario
hasta en 1817; terrorismo lo emplea en 1813 y aparece registrado hasta en 1869;
liberticida lo emplea en 1826 y no llega a nuestro Diccionario hasta en 1931; el
término diplomacia lo usa en 1825 y tardó siete años en ser registrado; en 1936 se
incorporó la frase secretario de estado, sin embargo Bolívar la usó en 1818. El
académico agrega que mucho antes que Bolívar, ya habían sido empleados los
vocablos citados por escritores en España. Y concluye: “Incluso, anglicismos ahora
muy de moda como congreso, rifle y complot tardaron bastante tiempo en ser
registrados en el lexicón académico”.
En la actualidad, no sucede lo mismo. El avance de las ciencias, en especial el
desarrollo de la tecnología, ha impuesto la necesidad de incorporar muchos
términos nuevos. Sólo en el campo de la Informática podemos citar, a manera
demuestra, las palabras ciberespacio y cibernauta, ambas registradas en el
Diccionario de la lengua española, y chat, chatear y ciber (acortamiento del adjetivo
cibernético), registrados en el Diccionario panhispánico de dudas.

Todas las lenguas recurren a procedimientos diversos para formar ciertas palabras
nuevas. Son los llamados recursos neológicos. La neología es término que nos viene
del griego neos, nuevo y logos, palabra, discurso o razonamiento. El diccionario
académico lo define como “vocablo, acepción o giro nuevo en una lengua”.
La creación del término puede ser directa por onomatopeya (Baylon explica que
kodak fue creado por el inventor americano Eastman, hacia 1889, a imitación del
ruido del disparador del aparato) y por creación indirecta, a partir de las palabras
ya existentes en la lengua, procedimiento al que nos vamos a referir.

Neología formal (morfológica)

Los recursos neológicos pueden formar la palabra nueva a partir de cambios


morfológicos de vocablos ya existentes en nuestro propio idioma. Los más
importantes son la composición y la derivación; por ejemplo, de los sustantivos
aéreo y nave se forma otro, nuevo, aeronave (“vehículo capaz de navegar por el
aire”); o teledirigido (un adjetivo que se refiere a un “aparato guiado por un
mando a distancia”) formado del elemento compositivo tele (del griego tele, lejos
o a distancia) y dirigido (participio de dirigir). Puede ocurrir una reutilización del
recurso morfológico como el caso de telediario, formado del acortamiento de
televisión y diario, para significar la “información de los acontecimientos más
sobresalientes del día, transmitida por televisión”. Del habla nicaragüense
podemos citar, como muestra, dos verbos formados con el prefijo des- y los
sustantivos “chincaca” (rabadilla) y “marimba” (costillas de una persona),
respectivamente: “deschincacar” (golpear) y “desmarimbar” (caerse
estrepitosamente).

Hay, además, otros procedimientos como la abreviación – de origen oral- que


consiste en la reducción de una palabra mediante la supresión de determinadas
letras o sílabas. Son casos de abreviación los acrónimos, que son siglas que se
pronuncian como una palabra como sida, láser, ovni, etc. El otro procedimiento por
abreviación es el acortamiento, que consiste en la reducción de la parte final o
inicial de una palabra para crear otra nueva; por ejemplo, cine (cinematógrafo),
bici (bicicleta), bus (autobús) y taxi (taxímetro).

Neología semántica (de sentido o 


de contenido)
Una palabra nueva puede formarse también a partir de vocablos ya existentes en
nuestro idioma, los cuales sufren cambios semánticos o de significado. Se trata de
la neología de contenido, un recurso semántico de que se valen los hablantes para
asignar, en el plano del contenido de la lengua, un nuevo significado a una palabra.

Los recursos basados en la neología de contenido o neosemantismo consisten en


matizar el significado de un término existente en la lengua, ya sea ampliando,
restringiendo, o incluso alterando su contenido semántico. Puede ser resultado –
entre otros fenómenos- de una metáfora que ha pasado a la lengua y por un cambio
de sentido. Por ejemplo, la palabra araña, que denota un animal (artrópodo
arácnido) con muchas patas (cuatro pares) y veneno en un par de uñas en la boca,
se transforma en una palabra que pasa a designar coloquialmente a una “persona
muy aprovechada y vividora”, incluso a un “ladrón” en el uso popular de nuestro
país. Otro ejemplo es el de la palabra esqueleto que designa al “conjunto de piezas
duras y resistentes, por lo regular trabadas o articuladas entre sí, que da
consistencia al cuerpo de los animales, sosteniendo o protegiendo sus partes
blandas”. Por eso se habla de “esqueleto interior de los vertebrados”. Como el
esqueleto funciona como un soporte o sostén, ha pasado a significar también la
“armazón que sostiene algo”, como una casa, un mueble, etc. Y como un cuerpo sin
su parte muscular luce una figura muy flaca (“esquelética”), coloquialmente
denomina un “persona muy flaca”. En Nicaragua, se le llama con cierto matiz
despectivo “esqueleto” al cuerpo de la persona, de donde se han formado
locuciones como “exponer el esqueleto” (correr un riesgo), “mover el esqueleto”
(bailar) y “salvar el esqueleto” (librarse de un riesgo o peligro).

La huella del árabe en nuestro idioma


Róger Matus Lazo | Opinión
Georget al Jalabi --quien trabaja en la librería del antiguo monasterio de San Sergio
y San Baco, en Maalula, al norte de Siria-- informó a EFE, en una entrevista, que el
arameo, la lengua que hablaba Cristo, está al borde de la extinción, pues cuenta
apenas con unos dieciocho mil hablantes. El templo católico de Maalula --agrega el
entrevistado-- es uno de los pocos lugares del planeta donde se puede escuchar el
“Padre Nuestro” en arameo. Pero es el único momento de la liturgia, ya que el resto
se dice en árabe, y también las biblias que usan los feligreses están en árabe.

¿Qué significado tiene la lengua árabe para los hispanohablantes? ¿Se puede hablar
de una presencia del árabe en nuestro idioma? Veamos.

Aparte del inicial legado del latín (y recientemente de la gran influencia del inglés)
los dos aportes más enriquecedores al léxico del español han sido, en épocas muy
diferentes, los del árabe y los del francés.
En el año 711 (siglo VIII), los árabes iniciaron la conquista de la Península Ibérica.
Su avance fue vertiginoso. En sólo siete años ocuparon toda la Península, y
permanecieron hasta 1492, cuando se logra la total expulsión de los musulmanes.
Fueron en total siete siglos de convivencia, lo que significó una incorporación
masiva de palabras árabes a las diversas lenguas hispánicas. Incluso, después del
final de la reconquista, muchas morerías (barrios en donde habitaban los árabes)
no se despoblaron si no que sus habitantes (llamados a partir de entonces los
moros), forzados, tomaron la religión católica y ligaron ambos idiomas para
siempre.

Ramón Menéndez Pidal afirma que durante la época de esplendor del califato
(período histórico de los califas o soberanos descendientes de Mahoma, que
gobernaban a los musulmanes de todo el imperio musulmán) que los moros eran
superiores a los cristianos no sólo en la guerra sino en la cultura general. Esto
explica en parte la presencia de más de cuatro mil arabismos perfectamente
hispanizados y asentados en el uso común en nuestro idioma.

Como sabemos, muchas palabras que se inician con al- son de origen árabe. Así nos
encontramos con plantas, como albahaca; dulces, como alfajor, almíbar y
alfeñique.; funcionarios, como alcalde, alcaide y alguacil; compuestos químicos,
como alcohol y alcanfor; herramientas, como alicate; flores, como alhelí; árboles y
frutos, como albaricoque; condimentos, como alcaparra; arácnidos, como alacrán;
joyas, como alhaja; olores, como almizcle; acueductos, como albañal y alcantarilla;
pequeños poblados, como aldea; criaderos de plantas y vegetales, como almácigo;
aves bullangueras, como alcaraván; colores de animales, como alazán; estanques,
como alberca; utensilios para ahorrar dinero, como alcancía; piezas para asegurar
puertas, como aldaba; registros o catálogos de los días y los meses del año, como
almanaque; dormitorios, como alcoba; tienda de artículos, como almacén; maderos
para la armazón de una construcción, como alfajía; colchón para reclinar la cabeza,
como almohada; plantas malváceas, como el algodón; fabricantes de vasijas de
barro, como alfarero; operaciones matemáticas, como álgebra; la química mágica
medieval, como la alquimia; tejidos de lana y de otras materias, como la alfombra;
la remotísima alcahueta de los tiempos de La Celestina, de Fernando de Rojas; el
albacea de los testadores; la albarda y la alforja de los campistos chontaleños; o el
alambique que don Juan Valera insertó en el espaldarazo a nuestro Rubén Darío:
“Usted lo ha puesto todo a cocer dentro del alambique de su cerebro y ha sacado de
ello una rara quintaesencia”.

Pero hay también arabismos no necesariamente con al-. He aquí una lista de
términos muy usuales que comienzan con a: azotea (terraza), azote, azúcar, adalid
(caudillo o jefe), ademán, adobe (masa de barro empleada en construcción),
adoquín, ajuar (enseres y objetos personales), arancel (tabla de precios oficiales),
argolla, arrecife (banco marino de piedras y otros materiales), arroba, arrabal
(barrio), asesino, atabal (tamboril o tambor pequeño), atracar (arrimar una
embarcación a tierra), atún, arroz, acequia (zanja o canal por donde se conducen o
retienen las aguas), azucena, azufre y aduana (oficina de registro público en las
fronteras).
Y hay otras muchas de uso común también como berenjena, sandía, zaguán y estas
tres medidas de capacidad: quintal, arroba y fanega. “Contentose con dos arrobas
de pasas y dos fanegas de trigo”, dice Cervantes en el capítulo IX de la primera
parte de El Quijote.

Al respecto, nos dice don Alberto Vogl Baldizón, en su Nicaragua con amor y
humor: “Las medidas en Nicaragua pueden definirse en dos zonas: donde el
transporte se hace en carreta y donde impera el transporte a lomo de mula. En la
faja del Pacífico, el límite de peso de unidad es lo que un hombre puede levantar
para acomodarlo en la carreta. En los departamentos del norte de los lagos, lo que
la mula puede cargar. Por eso usamos aquí (en Matagalpa) como medida normal, la
fanega de veinticuatro medios. No es la antigua fanega de veinticuatro medidas de
un pie cúbico español, que aún rige en Costa Rica, para transacciones de café
maduro, sino una fanega de veinticuatro medios de 600 pulgadas inglesas cúbicas
cada uno. . Es pues, un cruce o un injerto creado y arreglado así por muchos
motivos”.
Como se sabe, la mayoría de las palabras son polisémicas, y no siempre se conocen
los diversos usos dialectales. Pendejo, según parece, nos viene del latín y tiene un
significado que ni siquiera imaginamos: “Pelo que nace en el pubis y en la ingles”.
Pero el pendejo propiamente nicaragüense (‘tonto’) es el mismo idiota (‘falto de
entendimiento’) de los guatemaltecos, hondureños, dominicanos y venezolanos, y
el mismo ‘inútil’ de los españoles, y el ‘cobarde’ de los ticos, cubanos, colombianos
y mexicanos.  Un argentino, un chileno o un uruguayo nos pregunta en casa si
nuestros hijos ya son pendejos (adolescentes). Pero un pendejo de marca mayor lo
encontramos en Perú y Bolivia: persona astuta, taimada.

Un boludo en Nicaragua es un tipo que tiene las


gónadas grandes y pesadas. Un haragán, también de
México y Honduras, que apenas empuja la carretilla
donde lleva las bolas. Un holgazán hasta para pensar:
“Somos demasiado boludos para tratar de cuestionar y
pensar por nosotros mismos” (END/14/12/2003/
suplemento El Alacrán). Individuos de esta misma
ralea los encontramos también en Costa Rica y en
muchos países de América del Sur, como Ecuador,
Perú, Bolivia, Chile, Paraguay y Argentina. Para los
ticos, un boludo no es un indolente sino un tonto, un
falto de razón o entendimiento; y para los cubanos, un
boludo es el calzado de puntera redonda. En Uruguay
podemos presenciar un juego de futbol entre boludos
(jóvenes); y en El Salvador podemos conversar, de
pura casualidad, con un boludo de peso completo: un
hombre adinerado.

La papaya es un exquisito fruto del papayo. En nuestro


país tiene también una connotación sexual: órgano
sexual de la mujer, como en El Salvador. Pero aquí, 
también significa ‘cabeza’. De manera que una
expresión como ‘Le dieron en la mera papaya” es
exactamente como el ‘papayazo’ de los nicas. (Para los
salvadoreños, un ‘papayazo’ es un trago grande de
licor, como el farolazo nuestro).

Papaya, decíamos, no tiene en nuestro país la fuerte


connotación sexual que se percibe en Cuba, en donde
lo sustituyen por fruta bomba. Sin embargo, escuchar a
una joven colombiana decir que le va a dar papaya a su
enamorado, no se sorprenda: simplemente, quiere
darle una oportunidad, aunque no sabemos qué.
Una polla es una gallina nueva; de ahí lo de ‘mujer
joven’, que los ticos consideran ‘guapa’. En El Salvador
significa ‘esputo’ (pollo, en Nicaragua). En Costa Rica,
‘aflojar el pollo (pagar o contribuir) no tiene nada que
ver con ´’echar el pollo’ (irse o marcharse) en Chile ni
con ‘echar el perro’, que en nuestro país significa
‘vomitar’. En Ecuador, ‘polla’ es el papelito lleno de
apuntes que el estudiante esconde para usar durante el
examen (la ‘piedra’, de los estudiantes nicas y la
‘chuleta’ de los españoles. Los mexicanos llaman polla
a una bebida con leche, huevos, canela y licor (el
ponche nuestro). En Nicaragua una polla es la novia; y
aunque tiene una connotación sexual (pene), no tiene
la fuerza semántica del uso peninsular. Por eso, si
usted oye en España decir comer la polla, no piense en
un asado de pollo, pues significa la estimulación bucal
del miembro viril.
Un chingado en nuestro país, como en Honduras  -
además de ser un individuo despreciable´’- es una
‘persona que molesta mucho’. En El Salvador es un
tipo bien jodido, maldito, perverso. Pero Chingada es
un sustantivo que en Nicaragua se usa sobre todo en
construcciones fraseológicas: Este reloj anda por la
chingada (marcando la hora alocadamente); Esta raya
te quedó por la chingada (torcida); La novia lo mandó
a la chingada (cortó relaciones sentimentales); Este
tipo piensa por la chingada (tiene ideas desacertadas);
Vive por la chingada (lejos). También es usual la
expresión coloquial para despedir a alguien con
desprecio o enfado: Andate a la chingada grande. En
México, chingada es ‘prostituta’, y un desagrado lo
matizan con la expresión “a la chingada”. En España
no se emplea este término, pero si una persona oye
decir ‘hijo de la gran chingada’, es exactamente como
‘hijo de la Gran Bretaña’, y nunca debe creer que lo
confundieron con un inglés.
Del chibcha nos vino la voz chivo, la cría macho de la
cabra; de ahí el cabrón de los cubanos, uruguayos y
venezolanos. En la jerga de los estudiantes
guatemaltecos se llama ‘chivo’ así al papelito con los
apuntes para usarlo subrepticiamente en los
exámenes. La “piedra” de los estudiantes de Nicaragua.
En Cuba llaman chivo también a la bicicleta, y a un
fraude, una malversación, un negocio ilícito. Entre
salvadoreños, es un juego de dados. Los ticos llaman
chivo al hombre mantenido por su mujer o compañera.
En el nivel popular de Nicaragua significa, como en El
Salvador, ‘hombre que convive con una prostituta’:
“No hay que confundir a los animalitos de Dios,
porque el que es chivo es chivo y el que es cabro es
cabro” (Jimmy Avilés Avilés, LP/22/01/2005). Ahora
bien, si usted es un hombre de gran prestigio, un
venezolano se lo diría en su lengua con deferencia y
especial amabilidad: ¡Usted es un gran chivo!
Culillo en nuestro país –como en los demás países
centroamericanos, así como en Colombia, Ecuador,
Puerto Rico y Venezuela- significa ‘miedo, temor’.
También lo empleamos con el significado de
‘preocupación, inquietud’: ¡Ya dejate de culillos!
(LP/29/02/04/EAS). En Cuba se usa como sinónimo
de ‘prisa, impaciencia’; y en República Dominicana
denota ‘rabia, ira, enojo’. No se conoce en España este
término, pero si un cubano o un dominicano le dice a
una española ‘me preocupa tu culillo”, ella entenderá
quizá que se refiere al fundillo de los nicas, mexicanos
y venezolanos. Lo que en nuestro país se le llama
también chiquito. Y otros más, como el raro ‘busiete’,
el eufemístico ‘culantro’, el económico ‘centavo’, el
chisporroteante ‘chispero’, el sonoro ‘cereguete’, el
armonioso ‘cupertino’, el metafórico ‘rosquete’, el
curioso ‘sanjuliana’. Pero el más usado es el inofensivo
‘chiquito’, hasta el punto de que un amigo  -después de
escuchar una larga conferencia- exclamó ante una
dama: “!Hombré: ya me duele el chiquito de estar
tanto tiempo sentado!”. 
El inglés, puente lingüístico de la vida moderna
Róger Matus Lazo | Opinión
El inglés no sólo nos ha prestado sus voces, sino que ha servido de puente
lingüístico a través del cual muchas palabras procedentes de otras lenguas han
enriquecido el español.
Australia, llamada Nueva Holanda por los holandeses en el siglo XVIII, fue
explorada por el capitán James Coock en 1770 y colonizada por navegantes
neerlandeses e ingleses en 1788. Sus primeros pobladores se denominaron
australoides y sus huellas datan unos cuarenta mil años. Es un continente-nación
que se distingue por su aislamiento geográfico y por su flora y su fauna únicas,
gracias precisamente a ese aislamiento, como el canguro, marsupial herbívoro de la
familia macropodidae.

Cuando los exploradores llegaron a Australia y preguntaron asombrados a los


pacíficos indígenas del estado de Queensland por el nombre de aquel animal que
daba saltos enormes, uno de los nativos respondió en su lengua: kan ghu ru (“no le
entiendo”). Los extranjeros, creyendo entonces que ése era el nombre del
marsupial, adoptaron el término inglés kangaroo. Rosenblat afirma que este idioma
lo tomó primero en sus formas kanguru y kangooroo (ya registradas en 1770) y
posteriormente en inglés moderno kangaroo. En nuestro idioma se adaptó
gráficamente como lo empleamos en la actualidad: canguro.

Otra voz de uso frecuente en nuestro idioma es yudo o judo (del japonés yu, blando,
y do, modo). Se trata de un sistema japonés de lucha, que hoy se practica también
como deporte, y que tiene por objeto principal defenderse sin armas mediante
llaves y movimientos aplicados con destreza. El inglés lo tomó en la forma juudos, y
de ahí también judokas, que se incorporó a nuestro idioma hispanizado: yudoca.

El karate o kárate, otra forma de lucha y de defensa sin armas, tiene en la


actualidad una gran difusión también en otros idiomas. El vocablo significa “mano
desnuda”, porque el arma fundamental es la mano, aunque también el pie.

Del alemán, figuran en nuestro idioma varias voces de uso frecuente: kindergarten
o kinder, empleado también con el calco jardín de infantes (establecimiento de
educación al que asisten niños de edad preescolar); búnker (del ing. bunker,
carbonera de un barco, a través del al. bunker), especie de fuerte pequeño o refugio,
por lo general subterráneo, para protegerse de bombardeos.

Esquí, especie de patín largo que se usa para deslizarse sobre la nieve, es una voz de
origen escandinavo (del noruego ski), idioma del cual la tomó el francés (ski), de
donde la tomó el inglés para emprender su acarreo hacia el español.

El inglés nos trajo también vocablos de origen turco: caviar, manjar que consiste en
huevas de esturión o de otro pescado grande, viene del turco khavyar. Rosenblat
documenta que el vocablo llegó al español en el siglo XVI desde el italiano (caviale),
y en el siglo XIX desde el francés; luego, adquirió gran difusión por medio del
inglés.

De la India, el inglés nos trajo caqui, voz perfectamente hispanizada y que muchos
todavía escriben caki o kaki, por influencia anglosajona (ing. khaki). Es de origen
indostánico, específicamente del urdu khaki (de khak “polvo”, “de color de polvo”,
“polvoriento”; del persa khak, “polvo”). En la India, se usó inicialmente como tela
para uniformes militares, costumbre también en Nicaragua en los años anteriores a
1979.

Toda comunidad lingüística enriquece su idioma a través de la incorporación de


voces de otros idiomas con los cuales establece, directa o indirectamente,
relaciones de comunicación. Un claro ejemplo es la palabra anglosajona manhol.
En español no existe una palabra precisa, sino que se recurre a toda una expresión:
hoyo o pozo para el mantenimiento de las aguas negras o residuales. Este
anglicismo es necesario hispanizarlo (manjol), incorporarlo a nuestra lengua.

Ninguna lengua de la tierra, como ningún país, es autosuficiente. La lengua


moderna es un producto de la convivencia de las naciones. En verdad, el
intercambio lingüístico y en general la integración de países y culturas es, amén de
inevitable, indispensable para facilitar la comunicación entre las comunidades que
hablan idiomas distintos. Aquí cabe la frase de don Fernando Lázaro Carreter, ex
director de la Real Academia Española: “El extranjerismo no es nunca un invasor;
acude porque se le llama”.

Dice Manuel Seco, en la “Advertencia preliminar” de su Diccionario de dudas, que


el extranjerismo no puede considerarse un mal para nuestro idioma si es necesario
y se acomoda bien al sistema de la lengua. La Academia misma no debe rechazar
este criterio pues, como lo reconoce su ex-Director, don Fernando Lázaro Carreter:
La Academia no tiene un lenguaje propio: su función es esencialmente notarial. Es
el pueblo el que fija el lenguaje, en ocasiones lo limpia, y de él suelen salir quienes
le dan esplendor... No aprobamos ni reprobamos, sino que reconocemos que algo
se ha implantado en el idioma...

En su ensayo “El español en los medios informativos especializados en


computación”, Guillermo Sander afirma:
El español es un símbolo de la identidad de los hispanohablantes, cuya riqueza
lingüística lo hace ser uno de los idiomas más completos del mundo. Sin embargo,
la globalización de la tecnología ha traído consigo la introducción de un sinnúmero
de extranjerismos, principalmente anglicismos, que han pasado a formar parte de
nuestra habla cotidiana.
Voces hispanizadas
Róger Matus Lazo | Opinión
Las lenguas no viven aisladas y los vocablos prestados, muchas veces, llenan una
necesidad comunicativa. Una vez que un préstamo se ha incorporado al español,
por ejemplo, sufre una modificación (adaptación) en su escritura acorde con las
formas de pronunciación de la lengua extranjera. Es lo que, en nuestro caso,
conocemos como hispanización o españolización, una tendencia moderna de
nuestro idioma. Ilustremos lo anterior con algunos ejemplos tomados del
Diccionario panhispánico de dudas (2005), publicado con el sello de la Real
Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española.
Hispanización de voces de la lengua inglesa

Hay muchas. Señalemos: baipás (ingl. by pass), bazuca (ingl. bazooka), blúmer
(ingl. bloomer), bluyín (ingl. blue jean), boicot (ingl. boycott), bistec (ingl.
beefsteak), bléiser (ingl. blazer), breque (ingl. braake), buldócer, la máquina de
gran potencia destinada a remover obstáculos (ingl. bulldozer), champú (ingl.
champoo), tique (ingl. ticket).

Algunas voces se adaptan con doble pronunciación. Veamos unos ejemplos. El


ejercicio físico aeróbico al ritmo de la música, del ingl. aerobics, se escribe
adaptado al español en la forma aeróbic (pronunciación grave o llana), aunque es
aceptable también la forma poco frecuente aerobic (pronunciación aguda).

Los anglicismos basketball y baseball se adaptan al español con doble grafía:


básquetbol y béisbol (pronunciación grave o llana) y basquetbol y beisbol
(pronunciación aguda). Los nicaragüenses preferimos la segunda forma. En España
no emplean la forma hispanizada básquetbol, sino el calco baloncesto, término
usado también en Nicaragua.

El arma arrojadiza que, cuando no da en el blanco, vuelve al punto de partida, se


designa con la voz inglesa boomerang, se adapta a nuestro idioma con doble
acentuación: búmeran, invariable en plural, y bumerán con su plural bumeranes. El
bungalow, la casa pequeña destinada al descanso, se adapta a la grafía española con
doble acentuación búngalo y, la más usual en nuestro país, bungaló. Sus plurales
son, respectivamente, búngalos y bungalós.

Hay casos en los que el extranjerismo entra tal como se escribe en la lengua de
origen, porque la voz española propuesta no cuaja entre los usuarios. Es lo que ha
ocurrido con la voz inglesa chat y el verbo chatear, frente a las propuestas
cibercharla y ciberplática.

En ocasiones, la voz adaptada se autoriza con doble escritura. Así, la voz inglesa
banjo (‘instrumento musical de cuerda, de caja redonda y largo mástil’) se adapta a
nuestro idioma con doble grafía: banyo y banjo, aunque se prefiere la primera.
Procedente del topónimo bikini, nombre de un atolón de las islas Marshall, este
anglicismo designa el atractivo traje de baño de dos piezas. Se ha hispanizado
biquini, menos difundido que el anglicismo incorporado como tal en nuestro
idioma: bikini.

Cuando dos extranjerismos entran en el uso, se decide por el más difundido. Por
ejemplo, la persona que sirve bebidas alcohólicas en el mostrador de un bar se
designa con el anglicismo necesario barman, que se incorpora como tal en nuestro
idioma, con su plural bármanes. El término angloamericano bartender, que ya se
oye en Nicaragua, debe desterrarse “por razones de unidad”.

Hispanización de voces de la lengua francesa


Son usuales: afiche (fr. affiche), bulevar (fr. boulevard), carné (fr. carnet), carrusel
(fr. carrousel), casete (fr. cassette), champán (champagne), brandi, el coñac
elaborado fuera de Francia (fr. cognac), brocheta, la carne asada ensartada en una
varilla (fr. brochette).

Hay galicismos de reciente hispanización, como baguete, la barra de pan larga y


estrecha (fr. baguette). Otros, son menos recientes como carné, la tarjeta de
identidad (fr. carnet); bufé, la comida servida de una vez en la mesa para que los
comensales se sirvan a voluntad, es adaptación gráfica de la voz francesa buffet. Su
plural es bufés. El despacho de un abogado se designa con la voz francesa buffete,
adaptada con la grafía bufete y su plural bufetes.

Pero en general, los galicismos hispanizados son de vieja data. Así, la voz francesa
boulevard, que designa la calle ancha con árboles en medio, se adapta gráficamente
bulevar y su plural bulevares. La voz francesa bouquet, ‘aroma de un vino’ y
‘pequeño ramo de flores’, se adapta gráficamente buqué y su plural buqués. Buró,
término con el que se designa una especie de mueble, es adaptación gráfica de la
voz francesa boureau. El galicismo designa también, en organizaciones políticas, el
“órgano colegiado de dirección”, como el buró de la Internacional. No es
recomendable el uso que se le da en Nicaragua con el significado de oficina o
agencia (*‘Buró de abogados’). La voz francesa cabaret, ‘local de diversión nocturna
en el que se ofrecen espectáculos’, se hispaniza cabaré con su plural cabarés. Caché,
sustantivo que significa ‘distinción, elegancia’, es adaptación gráfica de la voz
francesa cachet. En Nicaragua se lo emplea, más comúnmente, como adjetivo:
“Anda caché” (elegante). La cubierta del motor de automóvil, capó es adaptación
gráfica de la voz francesa capot. Su plural es capós. En Nicaragua se dice “capota”,
un sustantivo femenino. Chasis, armazón de un vehículo automotor, es una voz
francesa que se adapta a gráficamente a nuestro idioma con doble forma: 
chasis y chasís. Su plural es, respectivamente, chasis y chasises.

Otros extranjerismos

A cappella. Esta locución italiana puede, preferiblemente, escribirse a capela,


cuando se la emplea para referirse al hecho de cantar sin acompañamiento
instrumental. La variedad de col, parecida a la coliflor, se designa con la voz
italiana bróccoli, adaptada con la grafía brócoli y su plural brócolis. Canelón, la rica
pasta rellena en forma de tubo, es una adaptación gráfica de la voz italiana
cannellone. El café con espuma de leche se designa con el italianismo cappuccino,
que se adapta con la grafía capuchino. La voz alemana bunker, que hace referencia
al refugio blindado para protegerse de los bombardeos, se hispaniza búnker y su
plural búnkeres.

En síntesis, los vocablos que se han adaptado a la forma hispánica son de vario
origen: querubín (del hebreo kerubim), yudo (del japonés yu, blando, y do, modo),
yoga (del sánscrito, yoga: unión, esfuerzo), yogur (del turco yoghur), wolfram o
wolframio (del germanio Wolfram, tungsteno), tungsteno (del sueco tungsteno,
piedra pesada), trío (del italiano trio, conjunto de tres).
La lengua es un ente vivo que nace, crece y se va transformando con el uso. Muchas
palabras que hoy nos puedan parecer contaminadas, mañana resultarán no sólo
necesarias sino indispensables para la comunicación.
El burgués y otras curiosidades de la lengua
Róger Matus Lazo | Opinión
Australia, llamada Nueva Holanda por los holandeses en el siglo XVIII, fue
explorada por el capitán James Coock en 1770 y colonizada por navegantes
neerlandeses e ingleses en 1788. Sus primeros pobladores se denominaron
australoides y sus huellas datan unos cuarenta mil años. Es un continente-nación
que se distingue por su aislamiento geográfico y por su flora y su fauna únicas,
gracias precisamente a ese aislamiento, como el canguro, marsupial herbívoro de la
familia macropodidae.

La palabra canguro

Cuando los exploradores llegaron a Australia y preguntaron asombrados a los


pacíficos indígenas del estado de Queensland por el nombre de aquel animal que
daba saltos enormes, uno de los nativos respondió en su lengua: kan ghu ru, con lo
que quiso decir “no le entiendo lo que me está preguntando”. Los extranjeros,
creyendo entonces que ese era el nombre del marsupial, adoptaron el término
inglés kangaroo. Rosenblat afirma que este idioma lo tomó primero en sus formas
kanguru y kangooroo (ya registradas en 1770) y posteriormente en inglés moderno
kangaroo. En nuestro idioma se adaptó gráficamente como lo empleamos en la
actualidad: canguro.

Orígenes curiosos de las palabras

Como el marsupial australiano, muchas palabras de nuestro idioma tienen un


origen apasionante, sorprendente o curioso. Algunas de ellas tienen como
progenitor a un físico (voltio), un botánico (magnolia), un funcionario
gubernamental (silueta), un ingeniero (macadán), la estatua de un gladiador
romano (pasquín), un seudónimo (esperanto), un comediante (chovinismo), una
divinidad (ojalá), una constelación (pléyade), el dios del amor (erótico), un
personaje mitológico (anfitrión), un gnomo (cobalto), una hija del dios de la
Medicina (panacea), un millonario descendiente de reyes (mecenas), un embajador
francés (nicotina), un juez (linchamiento), un inventor (saxofón), un animal
fabuloso (quimera), un personaje de una obra (mefistofélico), un autor (dantesco),
una ciudad (burgués). Veámoslo con más detenimiento.

Figuras mitológicas y legendarias

El animal fabuloso de la mitología grecorromana, mezcla de cabra y león, muerto


por Belerofonte con la ayuda del caballo alado Pegaso, se llama quimera, término
que se introdujo como tal en nuestra lengua en 1438 como “aquello que se propone
a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo”.
De Eros, dios del amor para los griegos (Cupido para los romanos), deriva el
adjetivo erótico, que se refiere al amor sensual. Amatorio o amoroso, cuando se
refiere a obras literarias, como la poesía. La Academia incluye una acepción poco
conocida: “Atracción muy intensa, semejante a la sexual, que siente hacia el dinero,
el poder o la fama”.

Anfitrión fue un personaje de la mitología griega. La leyenda refiere que mientras


nuestro personaje luchaba contra sus enemigos en la isla de Tafos, Zeus (Júpiter
para los romanos) —transformado en la figura de Anfitrión— engañó a Alcmena, su
esposa, de cuya relación nació Hércules. En nuestro idioma, anfitrión se incorporó
con el significado de la persona que atiende a sus invitados a su casa, aunque no
como fue recibido Zeus en la casa de nuestro personaje.

Muchas personas, al automedicarse, llegan a emplear un mismo remedio (la


aspirina, por ejemplo) como cura para cualquier mal del que adolecen, una práctica
heredada de los antiguos alquimistas, quienes buscaban un fármaco para sanar
todos los padecimientos corporales. En este caso se dice que utilizan la aspirina
como panacea, término utilizado para referirse al medicamento eficaz para curar
diversas enfermedades.

El vocablo se emplea, también para designar aquello que soluciona todas las
dificultades, como cuando un político presenta su plan de gobierno como panacea
para resolver todos los problemas y desgracias que aquejan a un país. Esta
“mágica” palabra procede de la hermana de Higia, Panacea (del gr. pan todo y akos
remedio), hija de Asclepio (Esculapio para los romanos), dios de la Medicina y
nieta de Apolo, médico. En el antiguo juramento hipocrático, que data del siglo V
antes de Cristo, figuran estos cuatro personajes: “Juro por Apolo médico y por
Asclepio y por Higía y por Panacea y todos los dioses y diosas, poniéndoles por
testigos, que cumpliré, según mi capacidad y mi criterio, este juramento (...)”.

Continentes, ciudades y pueblos

Una de las versiones del origen del nombre de Europa es de índole mitológica:
Zeus, transformado en toro, raptó a Europa, una hermosa ninfa, y la llevó al lugar
donde actualmente es el continente del mismo nombre. De América se dice, por
una parte y con mucha fuerza, que su nombre proviene del marino y cosmógrafo
florentino Américo Vespucio (1454-1512), y por otra, aunque menos, de
Amerrisque, la cordillera chontaleña.

Algunas ciudades como Roma, por ejemplo, llevan el nombre de su fundador


legendario, Rómulo. Pero otras, deben su nombre a personajes de la historia como
Alejandría (Alejandro Magno, su fundador en 331 a. C.); Pompeya (Pompeyo
Magno, general romano, derrotado en Farsalia en el 48 a. C.); Colombia (Cristóbal
Colón: 1451-1506); San Petersburgo (Pedro I El Grande, zar de Rusia: 1672- 1725);
Bolivia (Simón Bolívar: 1783-1830), etc.

Por otra parte, hay palabras, como burgués, que tienen su origen en el nombre de
un sitio geográfico determinado, una ciudad o un pueblo. Burgués era el “habitante
de los burgos” o ciudades pequeñas y amuralladas de la Edad Media. Varios países
europeos incorporaron burgo a sus nombres, como el Ducado de Luxemburgo, y en
Alemania las ciudades Mecklenburgo Hamburgo, Magdeburgo y Brandeburgo. (En
mi reciente visita a Berlín, pude apreciar la famosa puerta de Brandeburgo,
construida en 1791 siguiendo el modelo de la puerta de acceso a la Acrópolis de
Atenas; tras la caída del Muro de Berlín en 1989, la Puerta de Brandeburgo se
constituyó en el símbolo de la reunificación de Alemania). Pero hay otras ciudades
europeas como Gotemburgo en Suecia, Salzburgo en Austria, Edimburgo en
Escocia, Estrasburgo en Francia y San Petersburgo en Rusia. En África está
Johannesburgo, la ciudad más grande y poblada de Sudáfrica y el principal centro
económico y financiero. Actualmente, es la sede de los Juegos de la Copa Mundial
del Fútbol 2010.

Un burgués era, en sus inicios, un ciudadano pobre, habitante de un barrio o


arrabal (“burgo”). Posteriormente, los burgueses se dedicaron al comercio,
acumularon riquezas y el término evolucionó semánticamente hacia un nuevo
significado, según concepto acuñado por Marx en el siglo XIX: individuo
perteneciente a la clase dominante del modo de producción capitalista. En la
actualidad se habla de burgués para referirse al ciudadano de la clase media, es
decir de las personas acomodadas. En sentido despectivo se dice de un individuo
vulgar o mediocre. El Diccionario académico incluye también otra acepción:
“Ciudadano de la clase media y dirigente acomodado que se caracteriza por un
cierto conformismo social”.
Mujer, machismo y lenguaje
Róger Matus Lazo | Opinión
(En ocasión del Día Internacional de la Mujer)

La historia de la sociedad humana es la historia de las desigualdades en las


relaciones entre hombres y mujeres. De niño, crecemos y nos desarrollamos en un
entorno en el que, consciente o inconscientemente, asimilamos de nuestros padres
y mayores sus valores. Muchos estudios reafirman el hecho de que los niños desde
la edad de tres o cuatro años aprehenden las diferencias sociales y a los siete u ocho
años los incorporan como formas de conducta y juicios de valor. A los nueve o diez
años, los niños tienen ya una idea estereotipada del varón y de la mujer, que no
cambia tan fácilmente.

Nuestra herencia de carácter patriarcal

A lo largo de siglos hemos heredado, sin haberlo superado en mucho, un sistema de


valores en el que se evidencia un pretendido dominio del varón y un papel social de
la mujer por una parte reducido sobre todo a su condición de madre, esposa y ama
de casa y, por otra parte, a un objeto de consumo sexual. En las sociedades
modernas, desarrolladas y progresistas, la mujer ha logrado importantes escalones
de emancipación; sin embargo, a la par de ser una profesional, sigue asumiendo
casi siempre sin la participación del esposo, la responsabilidad del cuido de los
niños y en general los quehaceres domésticos.

¿Cómo refleja el ser humano esta cosmovisión, es decir, esta manera de interpretar
la realidad? Por medio del lenguaje. Por ejemplo, la historia nos ha demostrado que
el empleo de títulos, cargos y tratamientos ha estado condicionado por la
valoración social. Una mujer no podía desempeñar el cargo de presidente de la
República, y se conformaba con ser “presidenta”, es decir esposa del presidente.

La lengua –coinciden muchos filólogos- es un reflejo de las ideas, usos y


costumbres de generaciones anteriores. A través de la lengua, muchas veces
podemos enterarnos cómo piensa y siente el individuo y el grupo social al cual
pertenece. Grandes lingüistas y pensadores en general convienen en que nuestros
conceptos, nuestras creencias, nuestra conducta, nuestra manera de aprehender la
realidad están determinados de alguna manera por el lenguaje. Heidegger decía
que “no somos nosotros quienes hablamos a través del lenguaje sino que es el
lenguaje el que habla a través de nosotros”.

La actitud machista de los hablantes frente a la lengua


Las actitudes lingüísticas no son innatas, sino un resultado de la socialización, o
sea, el proceso por medio del cual las personas internalizan juicios, valores,
actitudes y expectativas en una cultura específica.

¿Por qué el Diccionario académico registra la palabra “zorra” con la acepción, en


sentido figurado, de “prostituta”? Porque seguramente los hablantes han llamado
así, entre otras denominaciones, a la “mujer que mantiene relaciones sexuales con
hombres, a cambio de dinero”. ¿Por qué no llamar “zorro”, entonces, al “hombre
que comercia con su cuerpo a cambio de dinero”? Porque, salvo algún “zorro”
escondido en su propio piñal, no hay hombres que se dedican a este “oficio”. El
DRAE registra también sátiro que en sentido figurado significa “hombre lascivo”,
es decir, “propenso a los deleites carnales”. Sin embargo, no incluye el término
“sátira” con esa acepción, pese a que hay también mujeres lascivas.

A la Academia, entonces, no le queda otro recurso que incorporar en el Catálogo


Oficial lo que está en uso. Porque la Corporación lingüística –como afirma Zamora
Vicente- no dice las cosas que tengan que ser así, no manda. Lo que hace es recoger
los usos. Y solamente recoge los usos cuando están realmente arraigados, cuando
tienen una valía en la lengua.

De todas maneras, lo anterior no es más que un reflejo de la actitud machista frente


al idioma que vale la pena erradicar. Compárese, por ejemplo, la diferencia entre
hombre honrado u honesto (hombre correcto en los negocios) y mujer honrada u
honesta (mujer recatada, de honor intachable). Un hombre de mundo es el que
“trata con toda clase de gentes y tiene gran experiencia y práctica de negocios”; en
cambio, una mujer mundana es una “ramera”.

Nuestro idioma no es machista, sino la actitud que asumimos los hablantes frente a
la lengua. Como muestra, baste el caso de los nombres de los títulos, cargos u
oficios correspondientes a mujeres que ellas mismas prefieren el nombre del título
o del cargo en masculino, aunque el femenino sea perfectamente legítimo como el
de médica, arquitecta y cirujana, para señalar tres ejemplos. Podría pensarse en la
valoración social que hemos visto, pero ya es historia antigua. Además, ¿por qué
debe tener más prestigio un hombre que una mujer con una profesión determinada
o en un cargo público? Si una mujer reúne las cualidades para ostentar un título o
ejercer un cargo, prestigiará su profesión o funcionará eficientemente, como lo
puede hacer un hombre con iguales merecimientos. Pero parece que los
estereotipos “son de carácter inmutable”.

Un cualquiera es un individuo sin oficio ni beneficio; pero una cualquiera es una


mujer de mala vida. Señalemos dos ejemplos tomados del habla nicaragüense:
“sobrado” y “entrador”. Estos adjetivos, cuando se refieren a un hombre, no aluden
en absoluto al sexo. El primero significa “confianzudo” y el segundo se refiere a un
tipo “simpático”, agradable en la relación con los demás; una mujer sobrada, en
cambio, significa que “se ofrece a los hombres”, y una mujer “entradora” es aquélla
que “se insinúa en sólo la entrada”. Por último, piénsese en la diferencia entre puta
y puto. (Digámosle puto al oído a un hombre, aunque no lo sea, y veremos cómo
sentirá mucho gozo en su interior y hasta sonreirá discretamente en señal de
asentimiento o simplemente para hacernos creer que es cierto).

Son formas de conducta —rémoras— que entorpecen nuestro rumbo como seres en
desarrollo y que no desaparecen de la noche a la mañana, pero que significan para
las sociedades modernas un reto, un desafío insoslayable que se deben enfrentar
con inteligencia y decisión.

Nuestro idioma no es machista, sino la actitud que asumimos los hablantes frente a
la lengua y frente a la vida. A veces, las cosas llegan al extremo, como cuando una
mujer le dice a otra: “¡No, hombre!” O cuando un hombre le dice a otro: “¡Es tronco
de hombre esa mujer!”
El inglés como lengua intermediaria
Róger Matus Lazo | Opinión
En nuestra vida de relación y comunicación empleamos palabras que, en la
mayoría de los casos, suponemos de pura cepa española, pero que tienen un origen
muy diverso. Así, la palabra tarifa tiene su origen en árabe, espía es una voz de
influencia alemana, medalla es un término que nos viene del italiano, yogur tiene
su origen en el turco, garaje es un galicismo porque nos viene del francés, canguro
es una voz australiana, yoga procede del sánscrito, querubín nos viene del hebreo,
judo es de origen japonés, tugsteno es una voz de procedencia sueca, vampiro nos
viene del húngaro, piyama es un anglicismo porque procede del inglés y zombi es
de origen africano.

¿Cómo se explica este fenómeno? Sencillamente porque las lenguas, como las
sociedades que las hablan, no viven aisladas, sino todo lo contrario: viven y se
desarrollan a través de una relativa relación comercial y socio-cultural. En esa
relación, entra en juego el intercambio lingüístico.
El intercambio puede ser directamente a través de las lenguas que entran en
relación (“en contacto”), o a través de una lengua “prestataria” como el caso de las
palabras canguro y judo que no entraron directamente del africano y del japonés,
respectivamente, sino que lo hicieron a través del inglés.

Una de las formas más importantes que tienen las lenguas de enriquecer su léxico
es tomar palabras de otros idiomas para nombrar la realidad. Por lo tanto, el
préstamo lingüístico es uno de los principales medios de crecimiento y expansión.

En nuestro idioma -como en cualquier otro- no todo anglicismo es voz anglosajona.


Ya sabemos que un préstamo puede realizarse a través de una lengua
intermediaria. Es el caso de las palabras robot y piyama: la primera nos vino del
inglés, pero este idioma la tomó de la palabra checa robota; y la segunda, es de
origen indostano, de donde la tomó el inglés y del cual pasó finalmente al español.

En realidad un anglicismo, como todo extranjerismo -nos recuerda Ángel


Rosenblat en sus Estudios sobre el español de América- tiene cierto “carácter
universalista”. A veces, se asumen posiciones “puristas” frente al idioma, que más
bien limitan su evolución y entorpecen su desarrollo, como la del P. Mir con la
palabra utopia o utopía (del gr. ou, no, y topos, lugar “lugar imaginario, lugar que
no existe).

El término, que pasó al español por intermedio del inglés, fue tomado del libro
Utopía (1516), de Thomas Moore, hispanizado Tomás Moro (1478-1535), quien nos
describe un país imaginario con condiciones sociales ideales. Dice este distinguido
y obstinado defensor de la pureza de la lengua española: “O conserva su propio
sentido sin salir de compás, o arránquese de cuajo y devuélvase a los ingleses que
nos la dieron prestada, después de arrebatársela a los griegos artificiosamente”.

Bien. Muchas palabras del griego han venido a nosotros, no a través de su lengua
de origen, sino del inglés. Veamos unos ejemplos, algunos de ellos mencionados
por Rosenblat.

Simposio (del gr. symposion, festín, banquete, nombre también de una obra de
Platón y otra de Jenofonte). Se ha incorporado al español como un anglicismo para
significar la conferencia o reunión en que se examina y discute determinado tema.

Sicodélico (del gr. psycho, mente, actividad mental; de psykhon, mostrar,


manifestar; de psykhe, alma, aliento), voz que nos vino por medio del inglés
(psychodelic), quizá partiendo de drogas sicodélicas, nos dice Rosenblat. Una de las
acepciones tiene relación con las manifestaciones como consecuencia de los efectos
de las drogas como la marihuana y otros alucinógenos, significado con el que se
utilizó mucho en Nicaragua, sobre todo en la década de los setenta: “Raro,
extravagante, fuera de lo normal”.

Hay, además, muchas voces griegas con el prefijo auto- (del gr. auto, elemento
composicional que significa “propio” o “por uno mismo”) incorporadas en nuestro
idioma a través del inglés, como autodeterminación (decisión de los pobladores de
una unidad territorial acerca de su futuro estatuto político); automatización (acción
y efecto de convertir ciertos movimientos corporales en movimientos automáticos o
indeliberados, o ejecución automática de tareas industriales, administrativas o
científicas, sin intervención humana intermediaria); autopista (carretera con
calzadas separadas para dos sentidos de la circulación, cada una de ellas con dos o
más carriles, sin cruces a nivel); autoservicio (acto de servirse uno mismo en un
establecimiento público, y el establecimiento mismo) y muchos otros, algunos de
los cuales no registran los diccionarios incluyendo el de la Academia como
autodominio (dominio de sí mismo).

Existen además muchos grecismos que entraron en nuestro idioma por la vía del
inglés, los cuales están formados con tecnia- (del gr. teknhe, elemento
composicional que significa “técnica”, “arte”, “destreza”, “oficio”) como tecnología
(logos, estudio), que el Diccionario académico define como el conjunto de los
conocimientos propios de un oficio mecánico o arte industrial; tecnócrata (gr.
kratos, fuerza, poder): partidario de la tecnocracia o ejercicio del poder por los
tecnócratas, técnico o persona especializada en alguna materia con tendencia a
hallar soluciones eficaces por encima de consideraciones ideológicas o políticas.

En su prestigiado Diccionario, dice María Moliner -respecto a los tecnicismos- que


son, en general, considerados legítimos, sin necesidad de que estén sancionados
por la Real Academia, los tecnicismos necesarios para designar conceptos nuevos,
así como designaciones científicas formadas con una raíz culta para atender una
nueva necesidad, de acuerdo con las normas generales de la derivación.

Pues bien, hay una considerable cantidad de tecnicismos griegos formados con
tele- (del gr. tele, elemento composicional que significa “a distancia”) como
teléfono, telegrama, telegrafía, telefotografía, telefilme, telefax y muchos más.

Telescopio, instrumento que permite observar objetos lejanos, como los astros, es
una voz de origen griego: tele “a distancia” y skopion “aparato para observar”. En
1668 Isaac Newton construyó el primer telescopio, y en 1609 Galileo Galilei
construyó los primeros telescopios astronómicos, que recogen la luz con espejos en
lugar de lentes (telescopio de reflexión). A partir de 1993, se empezaron a utilizar
técnicas que producen una resolución 500 veces mejor que los telescopios ópticos.
El término es de pura cepa helénica, pero anglicismo al fin, porque vino a nosotros
a través de una lengua intermediaria: el inglés.

La mujer y las profesiones y oficios en nuestro idioma


Róger Matus Lazo 

En el Día Internacional de la Mujer


El uso de los títulos referidos a la mujer ha sido causa de frecuentes consultas a este
servidor, desde directores de centros de estudio de enseñanza media hasta rectores
de universidades. El asunto, que en verdad plantea no pocas dudas, merece
abordarlo desde la perspectiva de las profesiones, los oficios y en general toda
actividad realizada por una mujer.

Porque, ¿será adecuado llamar jurisconsulta a la mujer especialista en derecho y


banquera a la dueña o gestora de una entidad bancaria? ¿Puede decirse consulesa
a la mujer que desempeña el cargo de cónsul y mecánica a la que ejerce el oficio de
la mecánica? ¿Es apropiado decir fiscala y albañila para referirse respectivamente
a la mujer que ejerce el cargo de fiscal y a la que trabaja enalbañilería? ¿Debe
decirse estudianta y marchanta, respectivamente, de la mujerque estudia y la
que compra habitualmente en la misma tienda? ¿Se dice oficiala de la
mujer que trabaja en un oficio y generala si tiene un rango militar? ¿Es adecuado
decir aprendiza si la mujer aprende un arte u oficio y choferesa si conduce un
automóvil? ¿Puede decirse de la mujer capitana, comandanta, mayora, mayorala y
coronela, como se dice del hombre capitán, comandante, mayor, mayoral y
coronel?
La Real Academia Española recomienda, dentro de lo socialmente posible, el uso
de formas femeninas para los nombres de las profesiones y oficios –incluso
cualquier actividad- ejercidos por mujeres. Esto, particularmente, cuando responde
a la oposición morfológica o/a, como diputado/diputada, médico/médica,
cirujano/cirujana, arquitecto/arquitecta, abogado/abogada, notario/notaria,
consejero/consejera, recipiendario/ recipiendaria (‘persona que es recibida
solemnemente en una corporación para formar parte de ella’),
mayordomo/mayordoma, zapatero/zapatera. En el Diccionario de 2001 ya se
consigna el magistrado y la magistrada, el banquero y la banquera, el jurisconsulto
y la jurisconsulta (‘especialista en derecho’).

Ahora se dice perfectamente la física, la química, la matemática, la filósofa, la


gramática, la bióloga, la psicóloga, la literata... para referirse a las mujeresversadas
en estas ciencias y artes. Y para los oficios y actividades, igual: la mecánica, la
ganadera, la mandadera (‘persona que hace los mandados’), etc.

Cuando el término no marcado finaliza en -e o en consonante, se debe proceder con


más cautela, como estudiante y albañil, en los que todavía se usa la forma
masculina para ambos géneros: el o la estudiante, el o la albañil. (Albañila es ‘la
abeja que construye su nido en las paredes y muros’). No obstante, desde hace
varios siglos se usa el monje y la monja En el Diccionario de 1992 ya figura el
alcalde y la alcadesa, el concejal y la concejala, el juez y la jueza. Y el Diccionario de
2001 incluye el fiscal y la fiscala, el aprendiz y la aprendiza, el aviador y la aviadora,
el capitán y -en sentido coloquial- la capitana.

El término bailarín y su femenino bailarina figuran desde hace rato en el


Diccionario académico. Pero en su edición de 2001 no figura el femenino de
espadachín. Incluso, la definición misma excluye la posibilidad de una mujer
diestra en la espada, porque se lee: ‘Hombre que sabe manejar bien la espada’.
Nosotros enmendaríamos esa definición, sustituyendo “hombre” por “persona”. De
lo contrario, ¿cómo llamaríamos a la mujer diestra en el manejo de la espada? Los
términos comandanta, generala, mayora y mayorala se refieren a la esposa del
comandante, del general, del mayor y del mayoral (‘capataz’), respectivamente.

Canciller alude indistintamente al masculino y al femenino: el y la canciller. Sin


embargo, en el Diccionario de 2001 ya se registra el bachiller y la bachillera
(‘persona que ha culminado sus estudios de segunda enseñanza’), el chofer y la
choferesa. En esta misma edición, el Diccionario incluye el cónsul y la consulesa.
Sin embargo, son de vieja data: administrador/administradora,
supervisor/supervisora, director/directora, instructor/instructora,
regidor/regidora (‘que rige o gobierna’), corredor/corredora, corrector/correctora
(persona encargada de corregir), rector/rectora, corregidor/corregidora
(‘magistrado, a’), prior/priora (‘superior o superiora de un convento’).

Pero, como se sabe, existe una serie de sustantivos relativamente reacios a la


flexión. Así, algunos terminados en –e tienden a conservar en muchos casos su
forma: el y la consorte, el y la munícipe, el y la intérprete, el y la adolescente, el y la
paciente, el y la cómplice. No obstante, el Diccionario de 1992 ya incluye: el
pariente y la parienta, el infante y la infanta, el intendente y la intendenta, el
teniente y la tenienta, el comediante y la comedianta, el marchante y la marchanta.

Por regla general, los participios terminados en –ante y en –iente no se feminizan;


así se dice: el y la cantante, el y la estudiante, el y la amante, el y la viajante, el y la
pudiente, el y la terrateniente Sin embargo, ya el Diccionario de 1992 incorpora: el
presidente y la presidenta, el acompañante y la acompañanta. Y el Diccionario de
2001 registra: el regente y la regenta, el gerente y la gerenta, el principiante y la
principianta, el asistente y la asistenta (religioso o religiosa que asiste al superior o
superiora), el gigante y la giganta (persona que excede mucho en su estatura a la
que se considera normal).

Como dijimos, los sustantivos en –o no presentan esa resistencia: el ministro y la


ministra, el ingeniero y la ingeniera, el arquitecto y la arquitecta, el prelado y la
prelada (‘superior, a de un convento’), etc.; aunque podemos citar algunas
excepciones: el y la reo, el y la testigo, el y la miembro, el y la modelo.

En el caso de los sustantivos con las terminaciones –ista (‘partidario de o inclinado


a’), mantienen igualmente la misma forma para el masculino y el femenino: el y la
capitalista, el y la guitarrista, el y la pianista, el y la oficinista, el y la dentista. Sin
embargo, el Diccionario de 1992 ya incluye el modisto y la modista. ¿Cuándo
veremos, a la par de la cuentista, a “el cuentisto”? 

Cuando nos comunicamos, recurrimos a algunos medios para hacer más vivo, más expresivo e
interesante nuestro mensaje. Y es que el lenguaje con que expresamos los afectos está
profundamente vinculado al grado de emoción personal y a las circunstancias en las cuales nos
encontremos. La emoción, entonces, se traduce en cambios de entonación, en comparaciones,
en repetición de frases, en omisión de vocablos… Fernando Silva recoge en un poema una
expresión tomada de la lengua popular: “Viene el viento / chiflado como un perro”. Y Coronel
Urtecho con su descripción de un volcán: “Mombacho/Monte murruco/Volcán eunuco/Buey
muco/ Dios timbuco”.

Pues la vida diaria está llena de palabras y expresiones empleadas en sentido figurado. ¿Por
qué? Porque el lenguaje figurado nos permite comunicar nuestras ideas no sólo con mayor
viveza y expresividad, sino que con más claridad y precisión. Fíjese que cierto tipo de pez se
llama “pez espada” y otro “peje sierra”. Como una especie de escualo se llama “tiburón
martillo”. Un tipo de vehículo (el volswagen) lo llaman “escarabajo” y una especie de
candelabro colgante, sin pie y de varios brazos, es conocido como “araña”. ¡Cuántas palabras no
tendríamos que emplear para describir estos animales, vehículos y objetos!

A veces, no tenemos palabras para nombrar algunas cosas, pero el lenguaje figurado nos ayuda
a salir del paso fácilmente, como cuando hablamos de un mueble de tres patas que llamamos
“pata de gallina” o de una herramienta que llamamos “pata de chancho”. Un tipo de ave la
llamamos “tijereta” por la cola en forma de tijera; y a la luciérnaga en Nicaragua la conocemos
como “quiebraplata”, porque al producir una luz blanca (como el reflejo de la plata) emite un
sonido también con su cuerpo como si se “quebrara”.

Es el fondo de la metáfora popular porque el pueblo busca, en sus expresiones espontáneas,


una relación de semejanza entre el nuevo objeto y el nombre de otro conocido, como cuando
habla de un picadillo de naranja conocido como “pico de pájaro”.  ¿Ha visto usted una bandada
de zopilotes que en picada caen sobre una carroña? Pues el pueblo emplea la expresión “caerle
la zopilotera” para significar que alguien es agredido por varias personas a la vez.

¿Ha observado usted la “conducta” de los animales? ¿Se ha fijado que las mulas son tercas, los
machos –sobre todo viejos- son mañosos, las niguas molestan mucho y los monos hacen
muecas? Entonces usted comprenderá fácilmente las expresiones rurales que han hecho vida
urbana: “Es más terco que una mula”, “Es más mañoso que un macho viejo”, “Es una nigua
para joder”, “Es un mono para hacer muecas”. Son los refranes populares en los que el pueblo
establece una relación de semejanza entre determinadas actitudes de las personas y algunas
costumbres y características de los animales; por ejemplo: “hacerse el gato bravo” es hacerse el
loco con lo ajeno, y “rascarle la barriga al chancho” es adular a una persona.

Es el habla de todos los días que nos permite expresar con mayor intensidad nuestras
emociones. Porque no es lo mismo decir delincuentes de la misma banda que “chanchos del
mismo chiquero”. Nadie dice “loco”, “alocado” o “loquera”, porque todo mundo prefiere una
expresión matizada de color local: “Es más loco que una cabra”.

La vida ganadera de mi rica región chontaleña hace que hasta los niños conozcan la manera de
ser de los animales, y establecen una especie de paralelismo entre lo que éstos hacen y lo que
hacen las personas: “enzacatado” dicen en el campo de la persona que ha engordado por la
prolongada inactividad, y  “matacán” se dice del muchacho adolescente.

El lenguaje figurado tiene sus principios en lo más íntimo del alma popular, que no sólo
enriquece y renueva la lengua con nuevas palabras, sino que le imprime colorido y vivacidad.
La joven que “complace” al novio antes de casarse “le da un adelanto” y el novio –ya casado- en
“recompensa” “le da para sus puros” y, como si esto fuera poco, “le da sopa de muñeca”.
Cuando se alude a una persona viciosa e incorregible se la etiqueta con el refrán popular no
exento de intención peyorativo: “Gallina que come huevos ni que le quemen el pico”. En una
ocasión dos amigos, ya “encalichados” con sus buenos “guaspirolazos” adentro, conversaban
sobre el comportamiento de una mujer “de la vida alegre”, y cuando uno de ellos repitió la
primera parte del refrán: “Es que gallina que come huevos...”, el otro completó de esta manera:
“... ni que le quemen el huevo”.

La juventud frente al idioma


Róger Matus Lazo | Opinión
El idioma, como instrumento de comunicación del hombre, no necesita aprenderse en ningún
libro, porque el ser humano --como lo explica lúcidamente Chomsky-- posee capacidades
innatas para interpretar y construir mensajes.

Pero el idioma es un proceso individual y social complejo regido por una serie de normas y
condicionado por factores diversos. De modo que no basta comunicarse con los demás, sino
que se requiere del dominio de principios y reglas que orientan el funcionamiento de la lengua
para transmitir mensajes con claridad y corrección. Por eso insiste Andrés Bello, en que la
libertad de uso tiene un límite: la corrección gramatical, que gobierna “el buen uso” de la
lengua, o sea, “el de la gente educada”.

Quien hace uso del lenguaje, lo hace con una finalidad social, porque se mueve en un entorno
humano rodeado de un conjunto de valores (sociales, económicos, culturales, ideológicos, etc.),
que condicionan y al mismo tiempo amplían o limitan la significación.

La comunicación –entonces-- constituye el proceso social por excelencia, mediante el cual los
seres humanos no sólo intercambian ideas, sino que desarrollan sus capacidades y mantienen
viva la comunidad, la cultura y el progreso. Este proceso comunicativo implica dos momentos
perfectamente diferenciados, pero estrechamente vinculados entre sí: el oral y el escrito.

Para comunicarse oralmente, sólo se requiere tener ideas y saber expresarlas con cierto orden y
claridad. Y, salvo determinados casos de la comunicación formal, nadie se impone al hablar
rigurosas exigencias. En cambio, saber escribir bien --una aspiración natural de toda persona
cultivada-- obliga en primera instancia, el conocimiento y dominio de las normas que rigen el
empleo correcto de los signos gráficos con que se representan determinados sonidos. Es decir,
dominar la noble ortografía de nuestro idioma, que es para la escritura “lo que las buenas
maneras son para la vida en sociedad”, como afirma el recordado maestro Fidel Coloma.

Pero es necesario recordar que lo correcto desde el punto de vista ortográfico, responde a dos
criterios importantes: la norma y el uso. Como sabemos, la escritura de muchas palabras
obedece a determinadas reglas, porque esas palabras presentan condiciones idénticas y la
ortografía las puede encerrar en normas o preceptos. Otras, en cambio, no tienen más
explicación o razonamiento que el uso impuesto por las personas cultas.

No olvidemos que cuando alguien habla o escribe, lo hace a su vez con la intención de ser
entendido, y al instante. Esto significa que el receptor debe interpretar exactamente el
contenido del signo. Por eso, no debemos aislar la escritura de la palabra con su contenido
semántico, con su significado. El verbo “adolecer”, por ejemplo, nada tiene que ver con
“carecer”, ni el adjetivo “grande” con “sendo”. Sin embargo, seguimos escribiendo mal las
palabras y empleando equivocadamente su significado. Recordemos que quien prestó dinero --
dicho y escrito así-- puede haber dado o recibido dinero. Y si en los diarios leemos “apreta” y
“repitente”, debemos saber que “apretar” y “repetir” son verbos irregulares y que su forma
correcta es “aprieta” y “repitiente”. Porque hasta los anuncios comerciales compiten con los
periódicos y sus problemas del idioma: taller automotriz es un error que va más allá de la
escritura, porque triz (como mecánica automotriz) es la terminación de adjetivos femeninos. Es
como si dijéramos: perro flaca.

Los diarios nos informan de precipitaciones “lluviosas”, erario “público”, exequias “fúnebres”,
asociación “ilícita” para delinquir, matanzas “masivas”, dieta “alimenticia”, inauguración “de la
nueva obra”, “gran” megasalario, alusión “directa”, tráfico “ilegal” de menores, “pequeñas”
minifaldas, arsenal “de armas”, tucas “de madera”, constelación “de estrellas”, “personas”
promesantes, botiquín “de medicinas”, alza “de precios”, erario “público”…
Empleamos palabras con el significado que no corresponde: confundimos mortalidad (tasa de
muertes producidas en una población) por mortandad (gran cantidad de muertes), bimensual
(dos veces al mes) por bimestral (cada dos meses), fluvial (perteneciente o relativo al río) por
pluvial (relativo a la lluvia) …
El inglés no sólo nos ha prestado sus voces, particularmente porque vamos a la zaga en los
avances de la ciencia, la técnica y otras hierbas, sino que ha servido de puente lingüístico a
través del cual muchas palabras procedentes de otras lenguas han enriquecido el español. Del
inglés nos vino la voz australiana canguro, el judo y el karate de los japoneses, el búnker y el
kinder de los alemanes, el esquí de los escandinavos, el caviar de los turcos, el caqui de los
hindúes, el kayac de los esquimales, etc.

Pero algunas personas, en un alarde inusitado de anglomanía, se sienten mejor comprando en


un shopping center , un automarket o un minimarket, porque centro comercial, automercado y
minimercado --aún cuando son términos españoles perfectamente adecuados-- los sienten de
poca categoría. Por eso, no me sentí extrañado cuando vi en una tortillería en un barrio de
Managua, cómo una señora promociona su producto con un rótulo de lata clavado en un viejo
tronco de guanacastón: torty market. Debemos extremar nuestros esfuerzos y cuidados en el
uso de nuestro idioma, orgullo de nuestra raza. Recordemos que la lengua es, además de
instrumento de comunicación, producto y expresión de cultura, porque está íntimamente
vinculada con el vivir en sociedad.

Nuestra América indígena en su palabra


Róger Matus Lazo | Opinión
La expansión del español a partir del siglo XVI por el
continente americano y su contacto con esta realidad
constituye el hecho más significativo en la evolución y
desarrollo de este idioma. Básicamente, tres son las
circunstancias que influyen en su configuración: la influencia
de la lengua de los conquistadores y emigrantes de España, el
contacto con las distintas lenguas indígenas, y la misma
tendencia conservadora o innovadora del grupo humano en la
sociedad colonial e independiente. Vamos a referirnos
someramente a la influencia indígena.

Tres grandes culturas sobresalen de la variedad de pueblos


indígenas diseminados por América: maya (Honduras,
Guatemala y Yucatán), inca ((Perú, Bolivia y Ecuador), y azteca
(territorio central y meridional de México). Centenares de
idiomas hablaban estos pueblos, pero los más cultos fueron el
quechua del Perú incaico, el maya-quiché y el náhuatl de los
aztecas.

Se estima que antes de la llegada de los conquistadores


existían alrededor de mil lenguas y dialectos. De ellos, la
lengua náhuatl fue la más importante de las habladas en el
Valle de México, especialmente Tenochtitlán, Texcoco y
Cuautitlán. Luego vinieron los conquistadores quienes con el
respaldo de su fuerza y su poderío, impusieron una lengua
incapaz de nombrar nuestra flora y nuestra fauna y nuestras
propias costumbres y formas de vida. Por eso, a su retorno a
España llevaban consigo no sólo una nueva visión de estas
tierras ignoradas, sino las nuevas palabras. Ya en 1493 Colón y
sus acompañantes hablaban de las canoas indias, término que
el mismo Nebrija se apresuraba a registrar en su Diccionario
(1495).

Miguel León Portilla, uno de los principales investigadores de


la América precolombina, nos recuerda que si las lenguas
indígenas eran incapaces de expresar los misterios de la santa
fe cristiana --como se consigna en una cédula de Carlos V, de
1550-- tampoco los españoles podían expresar los misterios de
la religión mesoamericana.

Así, pues, se difundieron por el mundo entero y penetraron en


idiomas lejanos: tabaco, papa, maíz, hamaca, sábana y caníbal
–entre otras- del taíno de las Antilas; huracán, del quiché de
Yucatán; piragua, patata y manatí, del Caribe; cacao,
chocolate, chicle, tomate, tamal y coyote, del náhuatl de
México; quinina, alpaca, guano y pampa, del quechua del Perú;
coca, del aimará de Bolivia; ipecacuana, ananás (piña),
tapioca, jaguar y ñandú, del guaraní del Brasil y Paraguay.

Y es que cada país o región se caracteriza por el uso preferente


de su propio vocabulario indígena.

Así, el zopilote (también llamado zope, shope, chombo, nopo,


según las regiones) de México, cambia de nombre al cambiar
de país: zoncho o noneca (Costa Rica), aura tiñosa (Cuba), jote
(Chile), urubú (Paraguay), y chulo, galembo, chicara o
gallinazo en Colombia, según las regiones.

En Nicaragua, los conquistadores se encontraron con varias


etnias procedentes del extranjero: los miskitos, sumos y
matagalpas, vinieron del Valle del Orinoco (Venezuela); de
Texas y Guerrero (México), llegaron los subtiavas o maribios;
de Chiapas (México), los chorotegas o mangues, y del Anáhuac
(sur de México), los náhuatl.

Todas estas lenguas y dialectos han dejado su huella –


transitoria o duradera- en el habla nicaragüense. Por ejemplo,
del chorotega son de uso común vocablos como: lapa, ñoca,
ñámbar y nambira; dundo y las expresiones con la palabra
mejenga (va mejenga, dale mejenga, y pura mejenga),
constituyen una herencia del subtiava; el matagalpa nos dejó el
tafiste; del sumo nos queda el pipante, y del miskito: poponé,
congo, zajurín y pijibay. Del háhuatl, que constituye el
substrato del español de Nicaragua, hay más de seiscientas
voces, que Mántica recoge en El habla nicaragüense. Basta
citar las toponimias que nos proporcionan toda una
información enriquecedora: Nicaragua (“Aquí junto al agua” o
“aquí junto al Lago”); Ticuantepe (“cerro del tigre”); Asososca
(“lugar de agua azul”); Momotombo (“gran cumbre ardiente”);
Oyate (río de “agua espaciosa”), y Apoyo (“laguna de agua
salada”).
La presencia del maya –según Mántica- es casi nula: chele,
culumuco, cumba, pijul, pocoyo, cususa, garrobo, chiclán y
naborí (laborío). Del chorotega se conservan unas diez, de las
que cinco son las más difundidas: lapa, nambira, ñámbar,
ñoca, ñoño. Del subtiava: dundo y mejenga y sus expresones:
va mejenga, pura mejenga. Del matagalpa: tafiste; del sumu:
pipante; del miskito: poponé, congo, zajurín y pijibay.

Pero la mayor riqueza de voces indígenas no está en el habla


general, sino en lo regional o local, porque en cada región las
lenguas indígenas locales contribuyen con un número de
préstamos que quedan dentro de sus propios límites. En las
Antillas y la costa norte de Venezuela y Colombia abundan
arahuaquismos y caribismos que no se usan en otras partes
como auyama (ayote), cocuyo (quiebraplata), guanajo (especie
de pavo), jíbaro (individuo de una tribu indígena). En
Nicaragua, es probable que muchos topónimos náhuatl se usen
solamente en nuestro territorio, como el nombre de algunos
ríos (Malacatoya, ‘río que serpentea’); lagos (Cocibolca, ‘lugar
donde está el grande de los dos [lagos] gemelos); lagunas
(Apoyeque, ‘agua salada’); volcanes (Mombacho, ‘cerro
inclinado’); ciudades (Juigalpa, ‘ciudad grande’’); tipos de
terrenos (talolinga, ‘donde tiembla la tierra’).

La influencia indígena más importante es la de la lengua


náhualt, cuya pervivencia en el español de Nicaragua refleja los
siguientes rasgos:

1) Coexistencia con la voz española general, como mecate


(‘reata’), cusuco (‘armadillo’), etc.

2) Voces con matiz especial, distinto al de la voz hispánica


correspondiente: pepenar, diferente a ‘recoger’; mayate,
diferente a ‘amarillo’; chachalte, diferente a ‘acre’; cachipuco,
diferente a ‘cachetudo’ (cachetón), chacalín, diferente a
‘camarón’.

3) Voces que han desplazado a las españolas correspondientes:


zacate (‘hierbajo’); milpa (‘maizal’), chapulín (‘saltamontes’),
etc.

4) Voces que designan realidades nuestras para las cuales no


existe el equivalente en español: zapote, cenzontle, guatusa,
pozol, tamal, pinol, huacal, comal, tenamaste, etc. 

El aporte de las lenguas indígenas a la cultura universal no se


reduce solamente al aspecto léxico –con más de cuatro mil
voces-, pues en cada lengua y en cada región de América hay
una visión particular del arte, de la realidad y del mundo que
puede ser compartida con todos los hombres. En eso radica su
valor principal.

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