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El Cuerpo en Lacan
De la imago salvadora al parlêtre
Palabras preliminares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
1. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
1.1 El cuerpo: esa alteridad de la cual no se tiene ni idea . . . . 13
1.2. Clínica actual: que las palabras se anuden al cuerpo . . . . . 15
2. Marco teórico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
2.1. Habla con el cuerpo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
2.2. Saber hacer con . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20
2.4. La Imago, “inaccesible a nuestros ojos” . . . . . . . . . . . . 22
2.5. La inminencia intolerable del goce . . . . . . . . . . . . . . 24
2.6. El prójimo no es el semejante . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
2.7. El enemigo interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
3. Objetivos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
3.1 Objetivo general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
3.2 Objetivos específicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
3.3. Preguntas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
3.4. Hipótesis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
5. Estrategia metodológica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
5.1. El eje teórico de la locura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
5.2. La perspectiva del síntoma en el ser que habla . . . . . . . . 50
5.3. El lugar del saber . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
5.4. El “método” de Joyce . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
5.5. La alteridad en el eje imaginario . . . . . . . . . . . . . . . 53
E
ste libro contiene el desarrollo de una tesis doctoral sobre “El
cuerpo en Lacan: enseñanza y dirección de la cura”. Su texto
fue redactado durante el año 2020, pero abreva en los estudios,
lecturas y experiencias de mis anteriores años de práctica analítica. La
dirección de la investigación estuvo a cargo de Fabián Narparstek, a
quien no sólo agradezco sus indispensables indicaciones y acompaña-
miento, sino también la sugerencia del título: un tema que el vertiginoso
devenir de nuestra época impone cada día con mayor y exigente vigencia.
Bajo la coordinación de Gabriel Lombardi expuse la defensa de mi
tesis el 31 de mayo de 2021 en el ámbito de la Facultad de Psicología de
la Universidad de Buenos Aires. En su dictamen el jurado compuesto por
María Elena Elmiger; María Inés Sotelo y Osvaldo Delgado “consideró
que la tesis presentada constituye un trabajo riguroso que parte de un
problema de investigación bien delimitado que resuelve en el recorrido
de la tesis. Los objetivos resultan adecuados. A nivel metodológico la
tesis sostiene un trabajo de lectura y actualización de excelencia. Las
conclusiones son pertinentes, actuales y novedosas. Logra un nivel de
excelencia para el desarrollo de nuevas investigaciones, dando respuesta
a las problemáticas de la época”.
Recordaré por mucho tiempo ese grato momento de exposición y el
posterior intercambio suscitado con colegas tan valorados como estimados.
En lo que se refiere al desarrollo del presente volumen, en función
de facilitar la aprehensión de la propuesta que este trabajo de investi-
gación sugiere, opté por mantener la estructura formal de tesis (es decir:
Objetivos, Preguntas, Hipótesis, Estado del Arte, Metodología, Marco
teórico, etc.). Por lo que toda dificultad que el lector encontrare para
la comprensión del texto, obedece más a la inhabilidad de este escriba
que a las particularidades del formato académico. Vale agregar también
que decidí incluir –como apéndice al final del libro– algunos fragmentos
vertidos en el acto de la Defensa oral.
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Sergio Zabalza
Delta del Paraná, 20 de junio de 2021
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[…] todas las técnicas corporales […] son técnicas del significante
Amo, técnicas cuya esencia se basa en hacer marcar el paso. Eviden-
temente presento una imagen, en cualquier caso de lo que se trata es
de hacer entrar el cuerpo en un orden. Podemos decir que el psicoaná-
lisis en cierta manera es también una técnica del cuerpo, afirmación
que debemos justificar ya que en principio puede parecer sorpren-
dente. Es una técnica del cuerpo pero no hace marcar el paso. (p. 1,
los corchetes son nuestros)
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Por algo decía Lacan “que uno habla solo porque uno no dice jamás sino
una sola y misma cosa– salvo si uno se abre a dialogar con un psicoana-
lista” (Lacan, 1976-1977, clase del 11 de enero de 1977, p. 22, inédito). De
hecho la experiencia analítica testimonia que en el relato del hablaser
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1976a, p. 591, los corchetes son nuestros) con todo el tinte superyoico
que tal formulación comporta. Por algo Eric Laurent observa que a esta
altura de la enseñanza de Lacan:
Lo importante es desde qué punto –se suele decir «de vista» ¿lo
discutimos? – lo que importa pues sin precisar desde dónde, es darse
cuenta de1 LOM tiene un cuerpo –y que la expresión sigue siendo
correcta. (Lacan, 1976a, p. 592, la negrita y la cursiva son nuestras)
1. Seguimos aquí la traducción que Eric Laurent emplea en su texto (2016, p. 108).
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Y luego se pregunta:
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3.3. Preguntas
3.4. Hipótesis
Tal como más arriba manifestamos: si damos por cierto que es sólo
“como enteramente imaginario que el cuerpo subsiste” (Lacan, 1975a, p.
12), hablar del cuerpo y con el cuerpo en Lacan supone un recorrido por
el lugar que la alteridad ocupa en el eje Imaginario, cuyo trazo demuestra
que la concepción del cuerpo determina la dirección de la cura en cada
uno de los períodos de su enseñanza.
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Por nuestra parte, no nos sorprende esta ausencia habida cuenta del
olvido con que –la metafísica primero y cierta versión del psicoanálisis
después– relegaron al cuerpo hasta que Lacan recuperó para el mismo
el privilegiado lugar de alteridad que la experiencia clínica freudiana le
había otorgado en tanto sede de la pulsión, entendida ésta como “el eco
en el cuerpo del hecho de que hay un decir” (Lacan, 1975-1976, p. 18),
cuestión que convoca “la dimensión cabal del goce, esto es, la relación del
ser hablante con su cuerpo, puesto que no hay otra definición posible del
goce” (Lacan, 1971-1972b, p. 70).
Para decirlo con dos términos caros a la metafísica desde Platón hasta
nuestros días: por un lado, si es cierto que “para gozar hace falta un
cuerpo” (Lacan, 1971-1972b, p. 34), se trata de: “la sustancia del cuerpo,
a condición de que se defina sólo por lo que se goza” (Lacan, 1972-1973,
p. 32, la cursiva es nuestra). Y por el otro, un término clave en la historia
de la filosofía que Lacan menciona cuando dice que el ser hablante
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[…] el inconsciente no tiene nada que ver con el hecho de que uno
ignore montones de cosas respecto de su propio cuerpo. En relación
con lo que se sabe, es de una naturaleza completamente distinta. Se
saben cosas que dependen del significante. (Lacan, 1975-1976, p. 146)
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Ahora bien, como suele suceder, todo aquello que viene luego de un gran
hallazgo –en tanto el cambio de discursividad que supone un aconteci-
miento–, no hace más que bloquear, tapar u olvidar lo fundamental de ese
descubrimiento, en este caso ese cuerpo que por resultar de una escritura
excede el marco de las representaciones: el acontecimiento del cuerpo.
Sin desconocer la valía del recorrido y los aportes de los autores
contemporáneos a Freud y otros posteriores, observamos que la gran
mayoría de ellos redujeron su abordaje clínico al cuerpo imaginario
especular. De esta forma, salvo excepciones, entre los comentadores del
campo psicoanalítico lo escrito en el cuerpo sólo cobró justa relevancia
con las intervenciones de los autores post lacanianos.
Con los aportes de Roudinesco y Plon (1998); Chemama (1995);
Rodríguez Ribas (2015) y Murillo (2014, 2016) hemos trazado un breve
recorrido de aquellos tempranos psicoanalistas y los que les siguieron.
Según Roudinesco y Plon (1998), Paul Schilder (1886-1940)
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Ligado desde 1906 a Freud, del que por otra parte será el discípulo
favorito y uno de sus raros amigos, es, junto con E. Janes y K. Abraham,
uno de los que más contribuyeron al desarrollo del psicoanálisis fuera
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Radó sostuvo sin embargo la libido como puente entre las funciones
psíquicas y somáticas.
Dentro del campo somático, Wilhelm Reich (1897-1957) emergió con
una obra propia titulada La función del orgasmo (1927), en la que sostuvo
que las tensiones musculares impedían la descarga de cólera o ansiedad.
Consideraba que la realidad psíquica propuesta por Freud no expresaba
suficientemente la complejidad en que se desenvuelve el sujeto. Reich
proponía la cura por la palabra junto con ejercicios de distención muscular
con el fin de propiciar el reflejo orgiástico. Según Roland Chemama (1995):
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Para seguir con nuestro recorrido, Rodríguez Ribas (2015) hace mención
de Donald Meltzer (1922-2004). Apoyado en el hallazgo kleiniano de que
las fantasías infantiles remiten a objetos ubicados dentro del cuerpo de la
madre, Meltzer considera esta condición como la situación sexual básica.
Según este autor el primer estímulo es la belleza de la madre y la sed de
saber se debita del misterio de su interior. De esta manera, en el trans-
curso de un análisis surge el denominado ordenamiento de las confusiones
zonales, es decir las zonas erógenas en relación al objeto privilegiado.
Por su parte, Bruno Bettelheim (1903-1990) abordó la cuestión del
cuerpo desde la perspectiva aportada por el autismo. Según Chemama
(1995):
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4.3. La carne
No por nada, Freud (1938) señala que “Psique es extensa, nada sabe de
eso” (p. 302). Por su parte, Eric Laurent traduce el destino de esta escapada,
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evidente que el alma de cada uno desea otra cosa que no puede expresar
[…]” (Platón, 385–370 A.C [1997], 192c, p. 227, los corchetes son nuestros).
Es decir, parece que no tienen ninguna idea.
Podemos preguntarnos cuál es la razón para que Platón, luego de
señalarnos un camino erótico alejado de lo más propiamente humano,
introduzca un personaje cuya singularidad evidencia un impulso erótico
que proviene del cuerpo. De hecho, no de otra cosa trata esta tesis: la
carne, el cuerpo de goce. Por ahora nos basta con referir este objeto –
que los amantes no saben determinar qué es– al vacío de la No relación
Sexual, un campo propicio para la invención que el psicoanalista abona
cada vez que su abstinencia da lugar al testimonio del sujeto sobre el
núcleo elaborable del goce.
Ahora bien, tras dos milenios de metafísica en los que el cuerpo fue
degradado al compás de esta idealización forjada por el discurso socrático,
a partir del significante “carne” Edmund Husserl –tributario de la inten-
cionalidad de Brentano (1874)– no deja de rescatar el valor de la imagen
del otro cuando al criticar el giro “al parecer insignificante, pero fatal, que
hace del ego la sustantia cogitans, la humana menssiveanimus separado”
(Husserl, 1931, p. 66), señala que “ese cuerpo físico de allí, que está sin
embargo aprehendido como cuerpo vivo, tiene que poseer este sentido
por una transferencia aperceptiva a partir de mi cuerpo vivo” (Husserl,
1931, p. 173).
Se trata de una perspectiva que Maurice Merleau Ponty (1945)
cuestionará al decir que “Ya es la carne de las cosas la que nos habla de
nuestra carne, y que nos habla de la de otro” (p. 172); y que, por su parte,
Jean Luc Nancy (1992) radicalizará al articular carne, angustia y escrito
con la frase “Hoc est enim corpus meum” (éste verdaderamente es mi
cuerpo) que el sacerdote enuncia en la misa católica. Dice:
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brazo” (Freud, 1893, p. 207), o de cualquier otro miembro del cuerpo, por
supuesto. Para luego agregar un punto clave:
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En efecto, si es cierto que “lo que se descubre es de una sola vez, y aún
es necesario después de la invención hacer su inventario” (Lacan, 1976a,
p. 592), vale citar el caso de las neurosis actuales que poco tiempo después
de la formalización de las conversiones histéricas, Freud desarrolla en el
texto de las Neuropsicosis de defensa (1894), y cuya naturaleza deja ver
el punto de imposible tramitación que sin embargo causa y genera todo
el andamiaje del aparato psíquico. Ya en su 24° Conferencia de 1917,
Freud resumía la cuestión al formular:
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¿Qué dirías, por otra parte, si te señalara que toda mi nueva historia
primordial de la histeria era cosa ya consabida y publicada cientos de
veces, y aun varios siglos atrás? ¿Te acuerdas que siempre dije que
la teoría de la Edad Media y de los tribunales eclesiásticos sobre la
posesión era idéntica a nuestra teoría del cuerpo extraño y la escisión
de la conciencia? Pero, ¿por qué el diablo, tras posesionarse de esas
pobres, comete con ellas unas lascivias de las más asquerosas? ¿Por
qué las confesiones en el potro son tan semejantes a las comunicaciones
de mis pacientes en el tratamiento psíquico? Pronto me sumergiré
en la bibliografía sobre este tema. Las crueldades permiten además
comprender algunos síntomas de la histeria, hasta ahora oscuros. Los
alfileres, que salen a la luz por los más raros caminos; las agujas, por
causa de las cuales las pobres se dejan desollar los pechos y que no se
ven con rayos X, pero sí se encuentran en la historia de seducción. […]
Ahora los inquisidores vuelven a punzar con agujas para hallar los
stigmata díaboli, y dentro de esa situación semejante, a las víctimas
se les ocurre en imágenes poéticas (apoyadas quizá por unos disfraces
del seductor) la vieja y cruel historia. Así, no sólo las víctimas, también
los verdugos se acordarían de su primera infancia. (Freud, 1892-1899,
pp. 282-283, los corchetes son nuestros)
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(1905a) con los que provoca una revolución al anunciar la plena, determi-
nante e imborrable presencia de la sexualidad en la infancia. Se trata de
la existencia de pulsiones parciales y zonas erógenas en torno a diferentes
partes del cuerpo infantil que, animadas –siempre según Freud– por un
impulso autoerótico, se satisfacen en una suerte de ambivalencia bisexual.
Con el advenimiento del Edipo, la etapa fálica ordenará esta dispersión
libidinal, aunque por cierto, tal como vimos con el grano de arena, no sin
dejar restos. Por lo pronto, Freud explica que:
Quizás la observación según la cual Lacan nos aconseja pensar con los
pies no sea ociosa si tenemos en cuenta que las abundantes notas al pie
de página agregadas posteriormente a este texto fundamental sugieren
que la sexualidad humana es perversa, la pulsión no tiene objeto y por
lo tanto el hablaser carece de un programa instintivo para orientar el
impulso erótico, a no ser el principio ético que desde temprano Freud
planteó al observar que: “el inicial desvalimiento del ser humano es la
fuente primordial de todos los motivos morales” (Freud, 1895, p. 362).
De hecho bastaría este postulado, señalado precisamente al comentar
la vivencia de satisfacción del chupeteo, para cuestionar el autoerotismo
planteado en los Tres Ensayos.
No por nada, en la Conferencia de Ginebra, Lacan (1975d) se encarga
de decir que
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Paso seguido Freud dedica unos párrafos a esta zona erógena del
cuerpo infantil destinada “a grandes cosas en el futuro”. Se refiere al
glande en los varones y al clítoris en las niñas, ambas relacionadas con
la micción y que, estimuladas tanto por la suciedad que suelen acumular
como por las tareas de lavado que conllevan, se prestan al movimiento
de fricción sobre la ya de por sí sensible piel que las recubre, todo lo cual
incita a repetir una acción destinada a provocar placer. De esta manera
“se vuelve poco menos que forzoso concluir que mediante el onanismo del
lactante […] se establece el futuro primado de esta zona erógena para la
actividad sexual” (Freud, 1905, pp. 170-171, los corchetes son nuestros).
Freud señala la pulsión de saber como móvil que lleva al niño a pregun-
tarse acerca ¿De dónde vienen los niños? Y en lo que respecto a la presencia
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de dos sexos: “Para el varoncito es cosa natural suponer que todas las
personas poseen un genital como el suyo, y le resulta imposible unir su falta
a la representación que tiene de ellas” (Freud, 1905a, p. 177). Lo cierto es
que ante la evidencia según la cual hay seres que no tienen pene, emerge
lo que Freud dio en llamar el complejo de castración, cuyas consecuencias
en la conformación psíquica dan por resultado la amenaza de perderlo en
los varones y la envidia en las mujeres. Nos interesa destacar aquí el hecho
de que una parte del cuerpo determina de manera indeleble –y por la vía
simbólica que presta el falo– las fantasías, deseos y temores con las que el
aparato anímico cargará de mejor o peor manera a lo largo de una vida.
Al respecto otra nota al pie brinda una sustancial observación. En
efecto, al comentar que “la unificación de las pulsiones parciales y su
subordinación al primado de los genitales no son establecidas en la
infancia o lo son de manera muy incompleta” (Freud, 1905a, p. 181), en
1924 Freud agrega:
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7.1. Introducción
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Paso fundamental por el cual Lacan arriba al rasgo decisivo que distingue
al ser hablante por sobre cualquier otra criatura del planeta: el deseo es
el deseo del Otro. Es decir: el deseo del hombre carece de objeto “que se
constituya para su deseo sin alguna mediación”. Tras lo cual traza este
párrafo estremecedor: “Lo que quiere decir que en este movimiento que lleva
al hombre a una conciencia cada vez más adecuada de sí mismo, su libertad
se confunde con el desarrollo de su servidumbre” (Lacan, 1946, p. 172).
Cuestión que viene a poner al día toda la dialéctica respecto a la
supuesta libertad de la que gozaría el ser hablante, a juzgar por los
partidarios de la supuesta corrección o adecuación del Yo respecto a una
realidad que no tuviera otra cosa que ver que las caprichosas particu-
laridades con que una singularidad se maneja en el mundo a partir de
saber hacer con su imagen (que siempre es del Otro).
No por nada se pregunta: “¿Tiene, por tanto, la Imago la función
de instaurar en el ser una relación fundamental de su realidad con su
organismo?” Ante esa pregunta Lacan hace responsables al olvido y la
costumbre de la integración en el organismo de una relación psíquica
tan “desconocida y esencial como su cuerpo” (Lacan, 1946, p. 172) para
luego señalar al Complejo de Edipo como el forjador del sentimiento de
tal realidad.
A esta altura de su enseñanza Lacan considera tal complejo como una
relación de instancias imaginarias al punto de afirmar su expectativa
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Refiere:
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El título de este apartado intenta elucidar las vías por las cuales el
vacío del pensamiento –mentado por Lacan en Acerca de la causalidad
psíquica (1946) y cuyo nudo se manifiesta en el cuerpo–, construye una
realidad que poco le debe a la función de lo verdadero y mucho a las
particularidades de una alienación del Yo en el lenguaje, que a esta
altura de la enseñanza ya se insinuaba tan primordial como determi-
nante. Dice:
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No por nada citamos esta frase que Lacan vierte en sus últimos años:
“La pasta (étoffe) de la metáfora es lo que en el pensamiento hace materia
o, como dice Descartes «extensa», dicho de otro modo «cuerpo»” (Lacan,
1977-1978, p. 15).
En tal sentido, Jacques Alain Miller (2016), aborda la sustancia
gozante al articular el “cuerpo vivo (Leibhaft, carne)” de Husserl con esa
zona entre cuerpo y palabra aludida por Descartes en su Sexta meditación
(1641). Y, por su parte, Colette Soler (2013) observa:
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por ejemplo con el expediente de leer los estadios del desarrollo desde la
óptica de un supuesto patrón instintual que bajo la tríada frustración,
agresividad y regresión dieron aire al denominado análisis de las resis-
tencias. Vía y senda de un túnel que no llevan al analista a otro sin salida
que no sea el de “buscar la realidad del sujeto” (Lacan, 1953, p. 296) ni
a otra función que la de erigirse en conductor –ya no de la dirección de
una cura– sino del sujeto mismo. Dice Lacan:
No por nada tras este último ejemplo al final del párrafo citado Lacan
deja en claro una vez más que “La analogía no es la metáfora” (Lacan,
1953, p. 252). Es que si de albergar el vacío de la palabra se trata, nada
mejor que la sustitución metafórica. Así, cuando muchos años después
Lacan afirme que “La pasta (étoffe) de la metáfora, es lo que en el pensa-
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miento hace materia o, como dice Descartes «extensa», dicho de otro modo
«cuerpo»” (Lacan, 1977-1978, clase del 20 de diciembre de 1976, p. 15,
inédito) no estará más que haciendo explícito lo que aquí ya se insinuaba,
a saber: lo más íntimo del cuerpo habita en los orificios de la palabra.
Perspectiva que hace del abordaje del cuerpo el punto determinante de la
dirección de la cura, tal como señalamos en nuestra hipótesis. Cuestión
que esta altura se traduce en estas consideraciones:
este nombre contenía una «S» que él había puesto al final, e inmedia-
tamente antes del «amén» añadido. Por ende, tendríamos derecho a
decir que él había… juntado su semen (Samen, en alemán) con la
amada, o sea, se había masturbado con su persona en la represen-
tación. (Freud, 1909, p. 176)
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«He soñado que un hombre arranca las alas a una «Espe»». «¿Espe?»,
no pude menos que preguntar; «¿qué quiere decir usted?». «Pues el
insecto de vientre veteado de amarillo, capaz de picar. Debe de ser una
alusión a la grusha, la pera veteada de amarillo». «Wespe {avispa}, dirá
usted», pude corregirle. «¿Se llama Wespe? Realmente creí que se decía
Espe». (Como tantos otros, se valía del hecho de hablar una lengua
extranjera para encubrir sus acciones sintomáticas.) «Pero Espe,
ese soy yo, S. P.» (las iniciales de su nombre). La «Espe» es, natural-
mente, una Wespe mutilada. El sueño lo dice claramente: él se venga
de Grusha por su amenaza de castración. (Freud, 1914b, pp. 86-87)
[…] las palabras pueden sufrir ellas mismas las lesiones simbó-
licas, cumplir los actos imaginarios de los que el paciente es el sujeto.
Recuérdese la Wespe, (avispa) castrada de su W inicial para conver-
tirse en el S. P. de las iniciales del hombre de los lobos, en el momento
en que realiza el castigo simbólico de que ha sido objeto por parte de
Grouscha, la avispa.
Recuérdese también la S que constituye el residuo de la fórmula
hermética en la que se han condensado las invocaciones conjuratorias
del hombre de las ratas después de que Freud hubo extraído de su
cifra el anagrama del nombre de su bien amada, y que, unido al amén
final de su jaculatoria, inunda eternamente el nombre de la dama con
la eyección simbólica de su deseo impotente… (Lacan, 1953, p. 289)
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“Da, dijo Prajapati, el dios del trueno. ¿Me habéis entendido?” Y los
Devas contestaron: “Nos has dicho: Damyata, domáos” –con lo cual el
texto sagrado quiere decir que los poderes de arriba se someten a la
ley de la palabra.
“Da, dijo Prajapati, el dios del trueno. ¿Me habéis entendido?” Y
los hombres respondieron: “Nos has dicho: Datta, dad” –con ello el
texto sagrado quiere decir que los hombres se reconocen por el don
de la palabra.
“Da, dijo Prajapâti, el dios del trueno. ¿Me habéis entendido?” Y
los Asuras respondieron: “Nos has dicho: Dayadhvam, haced merced”
–el texto sagrado quiere decir que los poderes de abajo resuenan en
la invocación de la palabra.
Esto es, prosigue el texto, lo que la voz divina hace oír en el trueno:
sumisión, don, merced. Da da da.
Porque Prajapati responde a todos: “Me habéis entendido.” (Lacan,
1953, pp. 309-310, la cursiva es nuestra)
En este recorrido que cierne “la relación del ser hablante con su cuerpo,
puesto que no hay otra definición posible del goce” (Lacan, 1971-1972b,
p. 70) ubicamos otras varias estaciones. Por lo pronto, en el Seminario
1, tras mencionar el esquema freudiano del capítulo VII de La Interpre-
tación de los sueños (Freud, 1900-1901b), se observa que “todo el problema
reside entonces en la articulación de lo simbólico y lo imaginario en la
constitución de lo real” (Lacan, 1953-1954, p. 121).
Al desplegar este trazado hacia la constitución de lo real, procede
entonces a reproducir la denominada experiencia del ramillete invertido
(Lacan, 1953-1954, p. 126) en la cual, mediante el empleo de un espejo
cóncavo, la imagen real de un florero vacío aparece engalanado con la
imagen virtual de un ramillete de flores. Lacan ensaya así una primera
aproximación a la conformación de un cuerpo por medio de la articu-
lación entre el registro Imaginario y el Real a partir de la posición que
el orden simbólico otorga al sujeto, representado en el esquema por la
posición del ojo. Es decir, nuevamente el cuerpo como eje y escenario de
la elucidación clínica de la cura. Dice Lacan:
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no revela un cuerpo afectado por pasión alguna. Antes bien, Dick está
en la realidad, no hay apropiación de la misma por medio de una simbo-
lización que permita cierta imaginarización de su cuerpo y su entorno.
Es decir: imaginario y real no se articulan. Aquí es donde Lacan destaca
la intervención de la analista:
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términos del esquema óptico: “el ramillete y el florero no pueden estar ahí
al mismo tiempo, esta es la clave” (Lacan, 1953-1954, p. 133).
Es que lo decisivo, destaca Lacan, es la posición del ojo en tanto símbolo
del sujeto: “Más allá del ojo, los rayos continúan su trayectoria, y vuelven
a divergir. Pero, para el ojo son convergentes, y producen una imagen
real” (Lacan, 1953-1954, p. 126).
Tras esta puntuación que hace del ojo el símbolo del sujeto, Lacan concluye:
Por ahora, veamos cuál es la función del falo en esta operatoria. Tal
como más arriba indicamos la última oportunidad en que Lacan había
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[…] esa formación que se llama el Ideal del yo. Es aquello con lo
que el sujeto se identifica yendo en la dirección de lo simbólico. Parte
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Hay, por ende, un falo especular […] puede desempeñarse como signi-
ficación, pero cuando esto sucede, cuando se vuelve representable en
el espejo, deja de ser el (-φ) de la castración como operación simbólica,
(-φ) no representable, el (-φ) reserva libidinal, como lo llama Lacan en
«La Angustia». (Rabinovich, 1995, p. 25, los corchetes son nuestros)
Lo decisivo es que este texto que lleva por título Subversión del sujeto
y dialéctica del deseo termina con una clara referencia al falo como signi-
ficante del goce en tanto negatividad a partir de la cual se constituye la
imagen del cuerpo.
Es que, lejos de toda razón mítica, en este momento para Lacan el
goce está prohibido por el solo hecho de hablar a tal punto que “si la ley
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ordenase: Goza [jouis], el sujeto sólo podría contestar con un: Oigo [j´ouis]
donde el goce ya no estaría sino sobreentendido” (Lacan, 1960b, p. 801) y
para hacer explícito que se trata del complejo de castración expresa que
tal prohibición “implica un sacrificio: el que cubre en un único y mismo
acto con la elección de su símbolo: el falo” (Lacan, 1960b, p. 802). Y agrega:
Lacan precisa las condiciones por las cuales un objeto se puede separar
del cuerpo, cuestión que anticipa lo que luego sobrevendrá con la elabo-
ración del objeto a durante el seminario de La Angustia (1962-1963):
“En la medida en que se realiza aquí […], lo que llamé la imagen real,
imagen del cuerpo que funciona en lo material del sujeto como propia-
mente imaginaria, o sea libidinalizada, el falo aparece en menos, como
un blanco” (Lacan, 1962-1963, p. 50).
De esta manera se insinúa algo del cuerpo inaccesible a la tramitación
psíquica: lo real del cuerpo, de lo cual la Cosa (Das Ding) –tal como mencio-
nábamos en nuestra introducción– resulta ser un antecedente insosla-
yable: “Cuando se avanza en dirección a ese vacío central […] el acceso al
goce se nos presenta de esta forma, el cuerpo del prójimo se fragmenta”
(Lacan, 1958-1959, p. 244), dice en La Ética del psicoanálisis.
De esta manera, la imago “más inaccesible a nuestros ojos” (Lacan, 1946,
p. 182); “el otro de lo que él es” (Lacan, 1953-1954, p. 128), “el prójimo”, lo que
alberga el [Je] de la enunciación, el “cuerpo sutil del lenguaje” (Lacan, 1953,
p. 289), la serie del “rasgo unario” (Lacan, 1961-1962, clase 13 de diciembre
de 1961, p. 57, inédito), y otras referencias como localizaciones con las que
Lacan hasta ahora aborda la alteridad que la imagen del cuerpo insinúa
al tiempo que esconde, le impulsan a proponer –durante el seminario
sobre La Identificación (1961-1962)– una muy precisa perspectiva clínica
y ética, a saber: “si el sujeto no incluye en su definición, en su articulación
primera, la posibilidad de la estructura psicótica nunca seremos más que
alienistas”. Cuestión que extiende al:
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10.1. El objeto a
Me apremian para que diga más sobre todo aquello que se designa
textualmente como una superación que debe realizarse en mi propio
discurso. Quisieran una articulación más precisa entre el estadio
del espejo –es decir, como lo expresa el discurso de Roma, la imagen
especular– y el significante. Parece que queda ahí algún hiato, no sin
que mi interlocutor se percate de que el empleo de la palabra, corte o
escisión es aquí, nada más y nada menos, la respuesta esperada. (Lacan,
1962-1963, pp. 39-40)
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sólo sabe articular lo que cualquier oyente puede percibir como una
escapada. Se esconde tras un pretexto, a saber, que atrapó a su enemigo
en un momento demasiado santo –el rey está rezando– como para
decidirse, golpeándolo en ese instante, a hacerlo acceder directamente
al cielo. (Lacan, 1962-1963, p. 46)
Aquí podemos medir la distancia que hay entre dos clases de identi-
ficaciones imaginarias. Está la identificación con i (a) […] y está la
identificación más misteriosa, cuyo enigma comienza a desarrollarse
aquí, con el objeto del deseo en tanto tal, a. (Lacan, 1962-1963, pp.
46-47, los corchetes son nuestros)
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Ahora bien, toda la cuestión está en que esta parte del cuerpo cedida al
campo del Otro es –en tanto causa perdida– la condición para el deseo que
anima el trabajo psíquico, razón por la cual basta que allí donde se circuns-
cribe un vacío emerja algo que no debía estar para que aparezca la angustia.
Así lo refrenda Lacan (1962-1963) cuando expresa: “Cuando surge ahí, lo
que ocurre, si puedo expresarme así, es que la falta viene a faltar […] en ese
momento es cuando empieza la angustia” (p. 52, los corchetes son nuestros).
En los próximos apartados abordaremos los horizontes y consecuencias
que sobre el abordaje del cuerpo y la clínica conlleva la elaboración del
imaginario no especular a partir del objeto a.
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[…] si algún sentido tiene que Petit Jean me diga que la lata no me
ve se debe a que, en cierto sentido, pese a todo, ella me mira. Me mira
a nivel del punto luminoso, donde está todo lo que me mira, y esto no
es una metáfora. (Lacan, 1964, p. 103)
[…] al fin y al cabo, en ese momento –tal como me pinté, con esa
gente que se ganaba el pan a costa de su esfuerzo, enfrentándose a
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lo que era para ellos dura naturaleza –yo constituía un cuadro vivo
bastante inenarrable. Para decirlo todo, yo era una mancha en el
cuadro. Y porque me daba cuenta de ello, el que me interpelasen así,
en esa cómica e irónica historia, no me hacía mucha gracia. (p. 103)
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miento del fantasma ocupa en el fin de análisis según el saber hacer allí
con el síntoma propio de la época del parlêtre.
Al respecto Graciela Brodsky (2018) señala que
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Para continuar entonces con este excurso por la relación del cuerpo y
la pulsión nos toca abordar la cuestión de la denominada laminilla, tan
presente en este seminario de Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis (Lacan, 1964) y en el escrito Posición del inconsciente (Lacan,
1960a) como así también en los últimos desarrollos de la enseñanza. Vaya
como ejemplo, la conferencia Joyce el Síntoma del año 75 en la que, a
propósito de James Joyce, Lacan postula el denominado l.o.m al decir: “Él
es aquel que tiene el privilegio de haber llegado al extremo de encarnar
en él el síntoma” (Lacan, 1975c, p. 165); y un año después la segunda
versión de la misma exposición cuyo texto deja ver de qué se trata el
cuerpo hablante para Lacan: “LOM quetieneun Kuerpo y notiene más
Keuno […] LOM se hombrelamina a cada cual mejor” (Lacan, 1976a, p.
591, los corchetes son nuestros).
Toda la cuestión es que este LOM que se hombrelamina –tal como señala
Eric Laurent en su texto El Reverso de la biopolítica (2016, p. 63)– evoca
por vía homofónica a la laminilla, “una forma infinitamente más primaria
de la vida, y que no estaría muy dispuesta redoblar el mundo en micro-
cosmos”, según refiere el mismo Lacan en Posición del inconsciente (1960a,
p. 824), texto en el que para ilustrar el concepto se sirve de la imagen de:
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Lacan imagina que en una lucha “contra un ser tan temible […] puede
suponerse que la ausencia de aparato sensorial en la Homelette no le deja
para guiarse sino lo real puro…”, lo que “le daría ventaja sobre nosotros,
hombres, que debemos siempre proveernos de un homúnculo en nuestra
cabeza para hacer de lo real mismo una realidad” (Lacan, 1960a, p. 825,
los corchetes son nuestros).
El punto convoca la función del significante en lo que la constitución del
cuerpo hablante se refiere. Al respecto, Jacques Alain Miller (2007) señala
que “Lacan está en ese límite donde el goce precisa de un cuerpo pero
solo encuentra el cuerpo significante que le da el falo” (p. 43). Por algo, en
Subversión del sujeto y dialéctica del deseo Lacan (1960b) precisa que: “Esto
es lo que predestina al falo a dar cuerpo al goce en la dialéctica del deseo”
(p. 782). No por nada, Eric Laurent (2016) señala que “La lamelle, por el
contrario, es una especie de cuerpo de goce que no es significante” (p. 64).
Lacan justifica este desarrollo medular en torno a la laminilla que se
contrapone a toda reducción biológica de la subjetividad cuando refiere:
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Como bien se ve, aquí cuadra la crítica que Miller formula a este
abordaje cuyo enfoque deja a cargo del dominio de lo natural –la placenta,
el pecho– lo que después estará a cargo de la imposibilidad lógica que
instaura el significante. De hecho, el empleo del término real que aquí
se efectúa se asemeja más a la realidad –una parte efectiva del cuerpo–
que al del registro incluido entre aquellos con que Lacan compone su
enseñanza, a saber: imaginario, simbólico y real.
10.3.2. Conjunción/disyunción
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exceso, sea en más, sea en menos. Cuestión que por otra parte funda-
menta la indicación clínica que aquí brinda Lacan según la cual: “El
objetivo de la interpretación no es tanto el sentido, sino la reducción de
los significantes a su sin-sentido para así encontrar los determinantes
de la conducta del sujeto” (Lacan, 1964, p. 219).
Por ahora lo cierto es que al señalar la relación del sujeto viviente con
lo que pierde al tener que pasar por el ciclo sexual de la reproducción,
Lacan (1964) afirma de esta manera explicar “la afinidad esencial de toda
pulsión con la zona de la muerte” (p. 207) con lo cual –dice– se concilian
las dos caras de la pulsión: la sexualidad y la muerte. De allí que aborde
al inconsciente –tal como la boca que se besa a sí misma– en tanto algo
que se abre y se cierra: “… su esencia consiste en marcar el tiempo en que,
por nacer con el significante, el sujeto nace dividido” (Lacan, 1964, p. 207).
La laminilla en tanto órgano de la libido enlaza el inconsciente a la
pulsión oral, anal, escópica e invocante, esta última cuyo privilegio –dice–
es no poder cerrarse. Toda pulsión –afirma Lacan– debe abordarse bajo
la fórmula de hacerse ver, oír, chupar, cagar, cuestión que deja a cargo de
un imaginario no especular la condición de objeto con que el ser hablante
entra en la estructura.
Ahora, que el cuerpo es un aparejo cuya localización se advierte por:
1) la tensión entre el sujeto y las exigencias de la pulsión;
2) la conjunción disyuntiva donde el principio “de realidad hace barrera
al saber del mismo modo que el placer es una defensa frente al acceso de
goce” (Lacan, 1966-1967, p. 377); y
3) la “objetalidad” entendida como “el correlato de un pathos de corte”
(Lacan, 1962-1963, p. 232),
bien podemos concluir en que el silencio del analista oficia como la
maniobra propiciatoria de la cesión de goce enquistado en el objeto.
Brindamos aquí un ejemplo clínico del manejo del silencio al servicio del
corte que propicia un cambio de posición subjetiva.
Se trata del testimonio que Pierre Rey brinda de una memorable sesión
de su experiencia de análisis. En su texto Una temporada con Lacan este
analizante cuenta que acostumbraba a apresurarse para decir todo antes
de que el analista cortara la sesión, hasta que:
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Desde ya, tal movimiento puede adoptar distintas modalidades. “Si ella
[la madre] no tiene mediación (normalmente asegurada por la función del
padre), deja al niño abierto a todas las capturas fantasmáticas”. En otros
términos: “El niño realiza la presencia de lo que Jacques Lacan designa
como objeto a en el fantasma”, tal como el propio Lacan señala en su Nota
sobre el niño (Lacan, 1969, p. 394, los corchetes son nuestros). En este caso,
con probabilidad el cuerpo del pequeño no accederá al espacio necesario
para constituir su propio objeto fuera de cuerpo, su propia singularidad.
La relación del niño con la madre “no se la comprende sino oponiéndose
a que sea el cuerpo del niño el que responda al objeto a” refiere, no por
nada, en su Alocución sobre la psicosis del niño (Lacan, 1967a, p. 388).
Es decir, propiciando que el pequeño cuente con la posibilidad de
ocupar un lugar sintomático en la pareja parental. Será el caso entonces
de “esta esencia problemática, el objeto a, cuyos ejercicios nos dejan
estupefactos no importa donde, es ejecutada por el niño en el fantasma.
Es a su nivel que se ven los juegos y las vías mejor trazadas” (Lacan,
1966-1967a, clase del 26 de abril de 1967, inédito).
Para brindar un ejemplo: se trata de ese mismo espacio o intervalo con
el que el nieto de Freud traducía la actividad de su psiquismo a partir de
dos fonemas. La operación consistía en arrojar un carretel al grito de Fort
para luego recogerlos con el propio de Da, un juego cuya sola condición
consistía en la ausencia del objeto amado, a saber: la madre, cada vez
que la dama se ausentaba para ir a su trabajo (Freud, 1920, p. 14). En
términos del objeto Voz la cuestión está en que ese carretel que el niño
arroja al grito de Fort habita un silencio convocante del Da. Ese silencio
o intervalo alberga lo más íntimo de esa pequeña persona cuya subjeti-
vidad –vía la metáfora– goza en el lugar del Otro ausente.
No por nada observa Lacan (1966-1967a) que: “Si un cuerpo es algo
que puede gozar, solamente se lo hace aparecer como la metáfora del goce
de otro” (clase del 7 de junio de 1967, inédito). Quien no dispone de este
intervalo que la sustitución metafórica habilita, de esta ausencia por la
cual un cuerpo ingresa en la dialéctica de intercambios, está excluido
de la comunidad hablante, es decir y para explicitarlo de una vez: es un
objeto del Otro invasivo que distingue a la psicosis.
Por otra parte, el “registro del sujeto por debajo del cuerpo” (Lacan,
1966-1967, clase del 10 de mayo de 1967) que menciona sobre el final de
esta clase se insinúa como antecedente del giro que el texto Radiofonía
(1970) imprimirá sobre la concepción del cuerpo en Lacan, tal como más
abajo detallaremos (cf. infra p. 170)
133
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Uno es lo que tiene. No hay nada más contento que un tipo que no
ha visto más allá de la punta de su nariz y que les expresa la fórmula:
tener o no tener. Uno es lo que no tiene, ustedes saben… y luego se
tiene lo que es, las dos cosas se tienen, lo que es el objeto de deseo,
es la mujer. (Lacan, 1966-1967, clase del 19 de abril de 1967, inédito)
135
Ahora bien, dice Lacan que “para intentar volver a juntar este goce y
este cuerpo separado por el significante […] en el acto sexual hay para
cualquiera de los partenaires, un goce, el del otro que queda en suspenso”
(Lacan, 1966-1967a, clase del 14 de junio de 1967, inédito, los corchetes
son nuestros).
De esta manera que el cuerpo sea el lugar del Otro supone que los
objetos se constituyen como metáfora del goce del propio cuerpo. Se
retraduce aquí el estadio del espejo en términos de goce. Por algo en su
texto Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad, dice que del
cuerpo: “…sólo disponemos de él haciéndolo ser su propia fragmentación,
poniéndolo en disyunción con su goce” (Lacan, 1967b, pp. 377-378).
¿Cómo podríamos abordar entonces un análisis de este episodio con
los instrumentos teóricos que Lacan provee en esta etapa, es decir: los
objetos fuera de cuerpo por los cuales el goce de un cuerpo está en el
lugar del otro? En principio vale destacar el objeto Mirada presente en
el pedido del hombre: que se acueste con otro hombre a ver qué pasa. Él
136
quiere ver. Ella escucha el deseo y lo traduce, como no puede ser de otra
manera, desde su propio cuerpo, dado que “No me es dado ni dable otro
goce que el de mi cuerpo” (Lacan, 1966-1967a, clase del 22 de febrero de
1967, inédito). Aquí está el punto a destacar en la operación que el sueño
de la dama, y en especial el hecho de que ella le hable del mismo, provoca
–cual plena intervención– en el sujeto, al punto que Lacan (1958b) llega
a decir: “Por no ser un sueño del paciente, puede tener no menos precio
para nosotros, si por no dirigirse a nosotros como sucede con el analizado,
se dirige a él tan bien como pueda hacerlo el analista” (p. 612).
Entonces, por empezar: si en “En el hecho de que se pueda disponer del
cuerpo del otro sin tener ningún poder sobre su goce, reside la función del
a como plus de gozar” (Lacan, 1968-1969, p. 337), bien podemos decir que a
falta de coincidencia de los goces entre los partenaires, al menos el goce de
ella resultó convenir al deseo de él. En especial el objeto Voz presente en el
relato de la dama y al que –si bien todavía sin especificarlo– Lacan (1958b) se
encarga de destacar al señalar que ella le habla (p. 611) al hombre del sueño.
Por su parte, si asumimos que –tal como refiere una vez más en La
lógica del fantasma–: “Yo gozo de mi cuerpo, es decir, tu cuerpo deviene
la metáfora de mi goce” (Lacan, 1966-1967a, clase del 7 de junio de 1967,
inédito), ¿cómo no convenir que el no tener que ella le muestra en el relato
le posibilita a él –vía metafórica– acceder al no ser que él le demuestra en
su perfomance? No en vano si es cierto que “el cuerpo forma el lecho del
Otro por la operación del significante”, este vaciamiento permite “derivar
la voz y la mirada, carne devorable o bien su excremento, esto es lo que de
él llega a causar el deseo, que es nuestro ser sin esencia” (Lacan, 1967b, p.
378), tal como señala una vez más en Del psicoanálisis en sus relaciones con
la realidad. A propósito de este ser sin esencia –del cual Lacan (1972-1973)
propone: “Hay que habituarse a sustituir este ser que huye por el para-ser, el
para ser, el ser de al lado” (p. 58) tal como veremos en el apartado dedicado
al semblante–, Miller (2001) aporta una muy significativa observación:
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Un día, alguien que tal vez esté aquí y que sin duda no se hará notar,
me abordó en la calle cuando iba a subir a un taxi. Paró su pequeño
ciclomotor y me dijo –¿Es usted el doctor Lacan? –Pues sí, le dije, ¿por
qué? –¿Va a reemprender su seminario? –Pues sí, pronto. –¿Dónde? Y
entonces, y sin duda tenía mis razones, espero que me crea, le respondí
–Ya se enterará. Dicho esto, se fue en su pequeño ciclomotor, que había
139
Brillante apólogo para lo que del goce se trata: ese exceso del cual
nos cuesta hacernos cargo y que explica el duro trabajo que una cura
analítica conlleva.
Por otra parte, son numerosas las oportunidades en que Lacan
solicitaba a su asistencia que le formulen preguntas. Es decir: como
cualquier analizante, el que demandaba era Lacan: solicitaba aportes,
dudas, inquietudes, hasta protestas para recoger el silencio como toda
respuesta. Un silencio que, sin embargo, era escuchado como una
invitación para tomar la palabra y continuar el trabajo. Dice en la clase
del 13 de abril de 1976:
Por lo general, tengo algo para decirles. Pero hoy, ya que tengo
un pretexto –es mi cumpleaños–, desearía poder verificar si sé lo
que digo. Pese a todo apunta a ser escuchado. Me gustaría verificar,
en suma, si no me contento con hablar para mí –como hace todo el
mundo, por supuesto, si el inconsciente tiene un sentido. Así pues,
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12.1. La Pantalla
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Ahora bien, con la salvedad que la singularidad del caso por caso
requiere, intentemos cernir en función de nuestra investigación las
razones por las cuales, para llegar a su término, una experiencia analítica
requiere de la presencia actualizada de los cuerpos en el dispositivo.
Por lo pronto, la actualidad de los cuerpos ofrece múltiples formas
de intervenir de las que la comunicación digital carece, para no hablar
de los inestimables datos que su efectiva presencia suele aportar. Basta
recalar en los historiales freudianos para verificar la riqueza significante
de los movimientos de un paciente. Sean los dedos de la joven adolescente
Dora jugando con su “carterita” (Freud, 1901, p. 61), acción sintomática
de la que el analista extrae importantes conclusiones para el análisis de
un sueño; o el episodio en que el Hombre de las Ratas “se pone de pie y
me ruega dispensarlo de la pintura de los detalles” (Freud, 1909, p. 133),
según relata Freud respecto de una práctica de tortura que atraía toda
la atención y angustia del paciente. Este último caso aporta una especial
significación a efectos de las líneas que aquí desarrollamos.
Es que en aquel famoso historial, una vez invitado el paciente para que
continúe el relato, Freud (1909) precisa que el analizante “se expresaba de
manera tan poco nítida que no pude colegir enseguida en qué postura” (p.
133, la cursiva es nuestra) se practicaba el tormento, para luego deslizar
esta frase cuya sola mención abarca todo el aporte que el psicoaná-
lisis ha vertido sobre la controvertida naturaleza del ser hablante. Dice
Freud (1909) respecto de su paciente Hombre de las Ratas: “En todos los
momentos más importantes del relato se nota en él una expresión del
rostro de muy rara composición, y que sólo puedo resolver como horror
ante su placer ignorado (unbekennen) por él mismo” (p. 133).
Desde ya una apreciación sobre el goce a la que difícilmente podría
haber arribado si esta sesión hubiera tenido lugar por vía telefónica u
otro medio. Intentemos avanzar por la vía que esta satisfacción insensata
que habita Más allá del principio de placer (Freud, 1920) nos brinda.
Al respecto, Lacan (1953-1954) se formula una temprana y decisiva
pregunta que apunta al corazón de nuestra indagación: “¿De qué se trata
sino de ver cuál es la función del otro, del otro humano, en la adecuación
de lo imaginario y lo real?” (p. 211).
Para responder a este interrogante acudimos una vez más a la
experiencia del ramillete invertido en la cual, merced a la confrontación
de un espejo cóncavo y uno plano, la imagen real de un florero vacío se
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La mujer que se pinta los labios para luego salir a la calle con un
prolijo tapabocas es el mejor y actualizado ejemplo de esta perspectiva.
Bien, y aquí el punto que, de manera más implícita o explícita, o más
o menos ajustada según los períodos de su enseñanza, resume toda la
clave de la concepción del cuerpo en Lacan. Dice:
Esta forma está fuera nuestro, no en tanto está hecha para captar
un comportamiento sexual, sino en tanto está fundamentalmente
vinculada con la impotencia primitiva del ser humano. El ser humano
sólo ve su forma realizada, total, el espejismo de sí mismo, fuera de
sí mismo. […] Pueden comprender entonces que la regulación de lo
imaginario depende de algo que está situado de modo trascendente
[…] siendo lo trascendente en esta ocasión ni más ni menos que el
vínculo simbólico entre los seres humanos. (Lacan, 1953-1954, p. 213,
los corchetes son nuestros)
Palabras más, palabras menos, Lacan está diciendo que lo más íntimo
e inquietante de un cuerpo –tal como atestigua la anécdota del Hombre de
las Ratas–, está en el afuera que la imagen del otro alberga. ¿Esta imagen
es la que aparece en una pantalla o en un teléfono o, por el contrario, es
necesaria la presencia del otro humano allí actualizada?
Por lo pronto, Lacan puntúa el rol decisivo que el registro simbólico
comporta en la regulación de lo imaginario y lo real, cuando detalla que
“La distinción se efectúa en esta representación entre el Ideal-Ich y el
Ich –Ideal, entre yo ideal e ideal del yo. El ideal del yo dirige el juego
de relaciones de las que depende toda relación con el otro” (Lacan,
1953-1954, p. 214)
147
Los objetos reales, que pasan por intermedio del espejo y a través
de él, están en el mismo lugar que el objeto imaginario. Lo propio de
la imagen es la carga por la libido. Se llama carga libidinal a aquello
por lo cual un objeto deviene deseable, es decir, aquello por la cual se
confunde con esa imagen que llevamos en nosotros, de diversos modos,
y en forma más o menos estructurada. (Lacan, 1953-1954, p. 214)
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De hecho, tras varios años de enseñanza, Lacan dirá que los semblantes
están en la naturaleza: por eso un cuerpo que habla también. “Todo lo
que es discurso solo puede presentarse como semblante, y nada se
construye allí sino sobre la base de lo que se llama significante” (Lacan,
1971, p. 15), para luego referirse a su título De un discurso que no fuera
del semblante y precisar que la frase: del semblante no se agota con la
referencia discurso. Dice: “El semblante en el cual el discurso es idéntico
a sí mismo –es un nivel del término semblante– es el semblante en la
naturaleza” (Lacan, 1971, p. 15).
Al respecto, Miller (2001) observa:
El meteoro más característico, más original, ése que sin duda se liga
a la estructura misma de lo que es discurso, es el trueno. Si terminé
mi «Discurso de Roma» recordando el trueno, no fue en absoluto por
capricho. No hay Nombre-del-Padre que se sostenga sin el trueno.
(Lacan, 1971, p. 15)
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¿acaso no es verdad que el lenguaje nos impone el ser y nos obliga como
tal a admitir que del ser, nunca tenemos nada? Hay que habituarse
a sustituir este ser que huye por el para-ser, el para ser, el ser de al
lado. (p. 58)
Para ilustrar el punto bien podemos servirnos de los ejemplos que brinda
el arte. Tomemos por caso El baile de Ettore Scola, una película de señero
linaje cuya sola escena consiste en un salón de baile donde los cuerpos dejan
mostrar la tensión, angustia y ansiedad previa a la aceptación o rechazo del
partenaire anhelado. “No hay diálogos. Sólo el duelo que unos seres muy
particulares sostienen con su propia imagen en el duro trance de abordar
al Otro sexo. Como si cada uno bailara con su propia soledad” (Zabalza,
2010b, s/n). En definitiva, para decirlo de una vez: lo que un cuerpo logra
reservar en potencia preserva al sujeto de la irrupción del pasaje al acto.
De hecho, así parece señalarlo Lacan (1971) cuando observa que:
152
Ahora bien, pocas referencias podrían ser tan amables con nuestra
hipótesis según la cual la concepción del cuerpo determina la dirección de
la cura cuando, luego de todo este recorrido por el semblante y el cuerpo,
Lacan afirma: “Lo Real, es el sentido en blanco (le sens en blanc), dicho
de otro modo el sentido-blanco (sens-blanc) por el cual el cuerpo hace
semblante (semblant), semblante por el que se funda todo discurso” (Lacan,
1974-1975, clase del 11 de marzo de 1975, p. 113, inédito). Si el cuerpo
hace semblante de una nada, veamos entonces cómo opera el analista en
el dispositivo para hacer lugar al real que alberga el cuerpo del sujeto.
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al goce que teje los lazos sociales–, se mantienen más allá del desvarío o
lucidez con que una comunidad elige transitar su errático devenir.
En este punto la desgarradora circunstancia por la cual, en virtud de la
pandemia, no podamos brindar nuestro último adiós a los seres queridos
no hace más que actualizar la irreemplazable función que la presencia
simbólica de los cuerpos actualiza en el dispositivo: la castración que a
todo ser hablante afecta.
Dato a tener en cuenta para que las soluciones precarias con que la
tecnología nos permite atravesar este tan especial momento no se trans-
formen en hábitos y costumbres que atentan, no sólo contra la práctica
psicoanalítica, sino contra la dimensión social que otorga ánimo, vitalidad
y pasión a los cuerpos. Intentemos ampliar esta temática a partir de la
función del fantasma y el sinthome en el cuerpo vivo del analista.
158
Tal como más arriba adelantamos (cf. supra p. 119) Fabián Naparstek
(2018) señala que a partir del Seminario X “habría un síntoma en su
esencia, en su naturaleza, dice Lacan, que es goce. Goce a secas, goce putre-
facto que se autoabastece, lo cual indica qué tipo de goce es, que es un goce
autístico…” (p. 62). Sin embargo, también advierte que: “Lacan abandona
esta noción de síntoma-goce del Seminario 10 por diez años por lo menos,
se dedica a hablar del fantasma durante un tiempo, y retoma ya con esta
noción de síntoma después del seminario 20” (Naparstek, 2018, p. 63). Lo
cierto es que la consideración del cuerpo aparejo propuesto en el seminario
de Los Cuatro Conceptos… (Lacan, 1964) convoca un analista en el lugar
del objeto a de forma de propiciar la separación del Otro: maniobra que
supone la destitución subjetiva por parte del analizante y el de-ser del
analista. Se trata de una perspectiva, tal como señalamos con una cita
de Brodsky (cf. p. 120), contemporánea a los seminarios de La Lógica
del fantasma (Lacan, 1966-1967) y El Acto analítico (Lacan, 1976-1968)
y afín con la Proposición del 9 de octubre de 1967, cuya concepción del
fin de análisis responde al atravesamiento del fantasma, rubicón tras el
cual sólo restaría el vacío del de-ser. Una expectativa, dicho sea de paso,
basada en que: “Nuestra única elección es enfrentar la verdad o ridicu-
lizar nuestro saber” (Lacan, 1967d, p. 271).
Veremos que la perspectiva del síntoma propia del parlêtre, lejos
de poner el acento en la verdad y el saber hará del saber hacer allí, es
decir: de lo que no depende de acumulación alguna de conocimiento o
experiencia, el eje de un fin de análisis. Si la Proposición del 9 de octubre
de 1967 mostraba un Lacan muy enfocado en los matemas, en la Nota
Italiana dice:
159
formulación. No hay por ese hecho ningún progreso que sea notable
a falta de saber su continuación. Hay únicamente el descubrimiento
de un saber en lo real. Orden que no tiene nada que ver con aquel
imaginado antes de la ciencia, pero que ninguna razón asegura que
sea una felicidad. (Lacan, 1974d, p. 329)
Para luego concluir en que “La verdad no sirve nada más que como el
lugar en el que se denuncia ese saber” (Lacan, 1974d, p. 330).
Intentemos advertir a través de un testimonio de pase la concepción
del cuerpo presente en el fin de análisis según el saber hacer allí con el
síntoma que Lacan propone en sus últimos seminarios, perspectiva en la
que se advierte “cómo cambia si articulamos el fantasma al síntoma […] la
noción de fantasma en tanto tal” (Naparstek, 2018, p. 63, los corchetes son
nuestros). Se trata en este caso del testimonio de Graciela Brodsky (2012):
El sujeto señala dos mitos en torno a su nacimiento. En primer lugar,
los médicos habían prevenido a su madre que un embarazo podría
agudizar la ya considerable sordera aparecida sin explicación alguna
tras contraer matrimonio. Lo cierto es que diez años después de aquellas
nupcias, esta persona aquejada de hipoacusia queda embarazada y así
nace una niña con el imperativo pulsional –ya presente en el discurso
de los padres– de hacerse oír. Advertidos los padres de no tentar a la
suerte con un nuevo embarazo, la consecuente condición de hija “única”
se refuerza con el mito de la supuesta impotencia del padre, confiada
por la madre al sujeto cuando la irrupción de la sexualidad llegaba
a su vida. De esta manera “hacerse oír” y ser la “única” en sostener
la potencia del padre se constituyeron en los principios con que este
parlêtre conformó un cuerpo, y con él una realidad para orientarse en
la escena del mundo.
Ahora bien, con estas premisas el sujeto sitúa un punto traumático
a partir de un hecho acontecido durante su temprana niñez, a saber: los
padres llegan de una fiesta y mientras charlan y ríen sientan a la entonces
niña en un mueble. Así lo describe el sujeto: «El clima era gozoso, pero
en mí, que todavía no disponía del lenguaje, esas risas incomprensibles,
ese sonido, esa excitación enigmática, provocaron un grito y un llanto
que aún recuerdo». (2015, p. 85)
Se trata de una situación que el sujeto resume en la frase: “arruinarle
la fiesta al Otro”.
Ocurre que mucho tiempo después, cuando ya el análisis parecía
haber llegado a su fin, se suscita el siguiente episodio: el sujeto ve a su
analista bailar y disfrutar de la fiesta durante un encuentro organizado
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por otro lado un complemento de ser gracias al objeto, ser la voz que
se hace oír, que traduce, que despierta, que divide, que quiere arrui-
narle la fiesta al Otro. El atravesamiento del fantasma que se inicia
en la fiesta, que además de experimentar con angustia la insensatez
del significante Amo, percibo que el Otro goza sin necesidad de mi voz
ni de mi auxilio. Atravesamiento sin el cual el sinthome sería iloca-
lizable, ilegible. No soy la única cada uno se las arma solo, según su
propio fantasma. (Brodsky, 2012, p. 61, los corchetes son nuestros)
lo que aparece por primera vez es el analista vivo […] el analista con
su cuerpo y con su goce, cosa que Lacan había discutido fuertemente
en su momento. Teníamos más bien una versión del analista vacío de
goce. Se ha machacado mucho sobre el asunto de que el analista no
goza en el momento en que es analista, tiene que sustraerse de ese
goce. Cosa que no está contradicha acá porque de lo que se trata es de
que se sustraiga del goce de su propio fantasma… (Napartsek, 2018,
p. 66 Los corchetes son nuestros)
Se trata de “la hiancia que hay entre lo real del analista y su cuerpo
y su goce y el fantasma del analizante” (Napartsek, 2018, p. 66).
El texto del testimonio concluye:
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¿Acaso eso que ahora localizo como carácter, eso que pesco como
estilo, ¿no será una manera de entender de qué se trata eso real
incluido en el fantasma y que más allá de la ficción, una vez desva-
necida la fiesta, sigue dando cuerpo a lo que llamamos la identificación
al síntoma? (Brodsky, 2018, p. 181, las cursivas son nuestras)
163
interesa esta cita por cuanto trasluce un abordaje del cuerpo con matices
diferentes al que desliza la Proposición del 9 de octubre de 1967, texto
que –por su énfasis en el saber– aún insinúa un cuerpo asimilado a la
superficie de la imagen. No en vano, según Miller (2013c): “En esa nueva
geometría [lo que Roch denomina segunda enseñanza] Lacan nos hace
perder toda esperanza de alcanzar lo real a través de la representación
imaginaria, mediante su proyección sobre una superficie simbolica” (p.
364, los corchetes son nuestros).
No hay que olvidar que, ya desde Platón, la Idea remite a lo imagi-
nario por excelencia, de manera que la mención a un objeto del “cual no
se tiene ni idea”, convoca ese punto irreductible a la representación que,
no por nada, Lacan denomina el “inmundo” (Lacan, 1974d, p. 27) . Si las
ideas claras y distintas eran el vehículo con que Descartes, sin dejar de
apoyarse en su Dios garante, avanza para establecer puntos de certeza
sobre el mundo, las certezas de un final de análisis se han desprendido
de las garantías del Otro para recalar en el punto de satisfacción que el
cuerpo testimonia más allá de las representaciones, la verdad y el saber.
Miller señala que tanto en el texto de 1967 (Proposición…), como en
el de 1974 (Nota italiana), el análisis se articula a una experiencia de
saber. En el caso del primero “concerniente a la verdad del ser del sujeto
como ser de deseo” (Miller, 2013c, p. 370). En el caso de 1973 lo que sabe
el analizado es que es un desecho. Se aborda entonces el análisis como
experiencia de saber pero que implica una mutación, una transformación
entre ése que comienza el recorrido y aquel que lo concluye. Se trata de
un duelo. Se duela aquello que se era antes de la experiencia de saber.
El pase capta ese momento de metamorfosis, de duelo.
En la Nota Italiana (1974d), Lacan introduce la cuestión de la ex
sistencia. Por un lado la existencia del objeto a, por otro la inexistencia
de la relación sexual. El saber que está en juego en esta versión del pase
entonces es el saber de que no hay relación sexual, saber que llega mucho
más allá que la verdad del ser del deseo. Un saber articulado a lo Real.
Surge una noción del fin de análisis afín con desembarazarse de la
verdad que obstaculiza el acceso al saber sobre lo real. Es el inicio de un
movimiento que va a concluir en que no hay verdad sobre lo real
En el texto Prefacio a la edición inglesa del seminario 11 (Lacan,
1976b, p. 599) ya no hay soluciones a los problemas, sino una verdad
mentirosa que, sin embargo, transmite la disposición del cuerpo hacia
una nueva satisfacción.
Aquí la verdad está cuestionada. El pase consiste en “hystorizarse por
sí mismo” (Lacan, 1976b, p. 600). El pase es una hysterización del análisis.
164
Por otro lado, dice Miller (2012a): “El acto de reconocimiento del final
consiste en no ser distraído en el buen momento y atrapar el real que surge
del inconsciente, para elevarlo a la dignidad del objeto precioso” (p. 205).
Como para preguntarse si este acto de reconocimiento consiste en
alcanzar una idea última y definitiva o más bien en atrapar ese real que
agujerea toda representación y nos desembaraza de la verdad.
Intentemos ahora apreciar el paso que inicia Lacan para llegar a esta
propuesta clínica que el saldo de la práctica parece imponer.
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[…] que hay que entender como fuera de toda metáfora. Prueba
de ello es que nada sino él aísla el cuerpo a tomar en sentido ingenuo,
es decir, aquel del que el ser que se sostiene en él no sabe que es el
lenguaje el que se le concede, hasta el punto de que él no sería aquí,
a falta de poder hablar de este. El primer cuerpo [el cuerpo de lo
simbólico] hace al segundo, al incorporarse en él. (Lacan, 1970, p. 431,
los corchetes son nuestros)
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tratamiento comenzó sin que los cuerpos se hicieran presentes. (Es que
la biblioteca, el escritorio o el cuadro que está frente al diván, también
forman parte del cuerpo del analista.)
Se trata de un punto de vista que arrojará decisivas consecuencias
en la clínica y que, al equiparar los tres registros, ubicará al cuerpo en
el conjunto vacío, un incorporal en que “el ser que se sostiene en él no
sabe que es el lenguaje el que se lo concede”. Vaya como ejemplo de este
incorporal la manera en que un sujeto ordena sus objetos en el ámbito
de su cotidiano quehacer. Por ejemplo: un consultorio. No por nada “El
atributo […] no es un ser; sino una manera de ser […] Es ése carácter
singular del hecho al que los estoicos iluminaban, diciendo que era incor-
poral” (Bréhier, 2011, p. 28, los corchetes son nuestros).
Se trata de cuestiones cuyo horizonte apunta por vía de la lógica al
parlêtre, término con el que Lacan termina por reemplazar al sujeto
por el cuerpo. De esta manera, el “registro del sujeto por debajo del
cuerpo” (cf. supra, p. 133) mencionado sobre el final de la clase del 10 de
mayo de 1967 durante el seminario de La Lógica del Fantasma (Lacan,
1966-1967a, inédito) comenzaba a tener formales consecuencias en la
enseñanza. Una perspectiva cuyo nudo no logra captarse si no se aborda
la relación entre el significante y el goce a partir de la cual se esboza el
nuevo lugar que le cabe al signo.
No por nada dice Lacan en Radiofonía: “Que esto nos ayude a poner el
«no hay humo sin fuego» al mismo paso que el «no hay plegaria sin dios»,
para que se entienda lo que cambia”. (Lacan, 1970, p. 437)
Es decir: aquí el abordaje del signo en tanto “algo para alguien” recusa
toda comunión con el sentido. Sucede que para Lacan, el “alguien” remite
en definitiva a Dios (a una garantía, al Padre) si la estructura no se
aborda desde su falla, y en esa falla está el cuerpo con sus objetos en la
singularidad de su goce.
De esta manera, abordar el significante desde su falla traduce la
imposibilidad de que a partir del Uno se llegue al Dos. No por nada señala:
“el significante no es apropiado para dar cuerpo a una fórmula que sea la
de la relación sexual. De ahí mi enunciación: no hay relación sexual –se
sobreentiende: formulable en la estructura”. (Lacan, 1970, p. 436) Este
signo que marca la carne porta al goce como partenaire, “algo” apunta
a la división del sujeto allí donde el Uno nunca llega al Dos. Antes bien,
repite el imposible que supone atrapar el referente: Uno, Uno, Uno….
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14.2. La repetición
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[…] hay una relación primitiva del saber, de los significantes, con
el goce. No hay primero la articulación significante con su lógica y
después, por añadidura, sus efectos, su combinación con el ser vivo
y con su pérdida de goce. La relación entre los significantes y el goce
no se establece en un segundo tiempo, sino que es primitiva y origi-
naria […] La relación con el goce es intrínseca al significante, y Lacan
destaca la repetición como repetición de goce. (Miller, 2013a, p. 239,
los corchetes son nuestros)
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todos nosotros creemos más o menos formar parte, ser hablante, es esa
relación perturbada con su propio cuerpo que se denomina goce” (Lacan,
1971-1972a, p. 41) y precisa que: “Gozar es gozar de un cuerpo. Gozar es
abrazarlo, es abarcarlo, es hacerlo pedazos” (Lacan, 1971-1972a, p. 31).
De esta manera el cuerpo accede de manera paulatina a un lugar
fundamental en la enseñanza de Lacan que va más allá de la otorgada
por Freud:
a partir del discurso Freud hizo surgir que lo que se producía en el nivel
del soporte tenía relación con lo que se articulaba mediante el discurso.
El soporte es el cuerpo. Hay que seguir prestando atención cuando
decimos que es el cuerpo. No es forzosamente un cuerpo. Una vez que
partimos del goce, eso quiere decir que el cuerpo no está solo, que hay
otro más. No por eso el goce es sexual, ya que este año acabo de expli-
carles que lo menos que cabe decir es que ese goce no está relacionado.
Es el goce de cuerpo a cuerpo. Lo propio del goce es que cuando hay dos
cuerpos, mucho más aún cuando son más, no se sabe, no se puede decir
cuál goza. Por ello en este asunto puede haber varios cuerpos involu-
crados, e incluso series de cuerpos. (Lacan, 1971-1972a, p. 221)
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Ese lugar al que hace referencia Lacan (el “que creíamos escudriñar
en el microscopio”) no apunta más que al signo, que no es de amor: sino
que repite la muerte del cuerpo: es el goce (aun en corps), la pulsión de
muerte freudiana. La suerte de un sujeto en el amor depende de lo que
haga con eso que porta el cuerpo y del ser que sólo la palabra construye.
Desde ya el neologismo amuro convoca el poema de Antoine Tudal que
Lacan cita en Función y campo de la palabra y el lenguaje:
Ahora bien, según Jacques Alain Miller (2016): “Amuro significa que es
preciso atravesar cada vez el muro del lenguaje para tratar de acercarnos
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Ella seguía no todo sino una parte del todo, prestaba atención con
interés, repetía con esmero, recordaba con dificultad, olvidaba con
facilidad, volvía a recordar con temor, volvía a repetir equivocándose.
¿Qué sistema había demostrado ser el más efectivo?
La sugestión indirecta que implicaba un interés personal.
¿Ejemplo?
A ella le disgustaba el paraguas con lluvia, a él le gustaba la mujer
con paraguas; a ella le disgustaba el sombrero nuevo con lluvia, a él
le gustaba la mujer con sombrero nuevo; él se compró un sombrero
nuevo para lluvia; ella llevaba paraguas con sombrero nuevo.(Joyce,
1922, p. 641)
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A poco que leamos con algo de atención este título: Una mujer es
síntoma de otro cuerpo bien podemos conjeturar que la actitud de la
amante en la viñeta clínica –doblemente comentada en capítulos previos
(cf. supra p. 105 y p. 136)– cuadra perfectamente en esta descripción. Se
trata de alguien que, lejos de identificarse con la demanda de su alicaído
rival: “que se acuesta con alguien a ver qué pasa”, elige consentir a su
deseo –para decirlo en los términos de La dirección de la cura… de 1958–;
se presta a ser objeto del fantasma del partenaire según la perspectiva del
Seminario XI en 1964; y –tal como desarrollamos en el actual capítulo–
consiente a la contingencia en que acontece el goce propiamente femenino.
Cuestión que nos permite acceder a otro de los ítems con que la confe-
rencia Joyce El Síntoma (Lacan, 1976a) aborda la particularidad del
cuerpo en el ser hablante: una mujer como síntoma de otro cuerpo. Dice:
“Así pues, individuos que Aristóteles toma por cuerpos pueden no ser
nada más que síntomas ellos mismos relativamente a otros cuerpos. Una
mujer, por ejemplo, es síntoma de otro cuerpo” (Lacan, 1976a, p. 595).
Aquí Lacan enfatiza la diferencia entre Una mujer y el sujeto histérico,
a juzgar por la manera en que prosigue la frase:
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Creer allí, ¿qué quiere decir? Creer allí, eso estrictamente sólo
quiere decir esto, eso sólo puede querer decir semánticamente
esto: creer en unos seres en tanto que ellos pueden decir algo. […]
cualquiera que viene a presentarnos un síntoma allí cree. ¿Qué quiere
decir eso? Si nos demanda nuestra ayuda, nuestro socorro, es porque
él cree que el síntoma es capaz de decir algo, que solamente hay que
descifrarlo. Ocurre lo mismo con una mujer, excepto, lo que sucede,
pero lo que no es evidente, esto es que uno cree que ella dice efecti-
vamente algo. (Lacan, 1974-1975, clase del 21 de enero, inédito, los
corchetes son nuestros)
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Ahora bien, Lacan (1976a) precisa que “Tener, es poder hacer algo con”
(p. 592), cuestión que no remite al falo y la copulación sino a “poder hacer
algo con lo imposible de escribir de la relación sexual” (Laurent, 2016, p. 72).
Entonces, una vez desprendido de la trascendencia de la estructura,
Lacan reemplaza el Gran Otro que otorgaba sentido por el Uno del
síntoma: ahora “…encontramos una pragmática e incluso una pragmática
social” (Miller, 2003, p. 259), que se explica en virtud del hilo conductor
que supone la No Relación Sexual: “[…] el ser es el goce del cuerpo como
tal, es decir como asexuado, ya que lo que se llama goce sexual está
marcado, dominado, por la imposibilidad…” (Lacan, 1972-1973, p. 14).
Es así que, para citar tan solo algunos ejemplos: la contingencia, el nuevo
amor o el goce femenino, se constituyen como horizontes y consecuencias
de un saber hacer allí con lo imposible de resolver que la epopeya literaria
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Vemos que aquella metáfora de “la boca que se besa sí misma” citada
por Lacan en el Seminario XI (Lacan, 1964, p 186) –y comentada en
nuestro capítulo correspondiente (cf. supra p. 116)– retorna una vez más
en este pasaje, en el que a partir de la figura del chupeteo se realiza una
muy breve mención de los objetos fuera de cuerpo que alojan el goce. Dice:
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tenía el pito algo flojo, si puede decirse así, su arte suplió su firmeza
fálica. Y siempre ocurre así. El falo es la conjunción de lo que he llamado
ese parásito, que es el pitito en cuestión, con la función de la palabra. Y
por eso su arte es el verdadero garante del falo. (Lacan, 1975-1976, p. 16)
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Aquí lo que cuenta es el recurso que se arma Joyce para suplir la falta
de inscripción de Lalengua en el cuerpo. De esta manera, Lacan extrapola
la experiencia de Joyce a todo ser hablante, es decir: nos habita un agujero
ante el cual cada Uno hace frente como puede. Por algo en esta época
llegará a decir que “todo el mundo es loco” (Lacan, 1978). Cuestión que
de alguna manera ya había anticipado cuando en su texto Acerca de la
causalidad psíquica del año 1946, decía:
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Hace poco hablé del botón. Este botón debe tener algo que ver con
la manera en que se llama un órgano. El clítoris, para nombrarlo,
es en este asunto algo así como un punto negro. Digo punto negro,
metafórico o no. El asunto tiene por otra parte algunos ecos en el
comportamiento, que no se advierte bastante, de lo que se llama una
mujer. Resulta muy curioso que justamente una mujer se interese
tanto en los puntos negros. Es una metáfora de lo que ocurre con su
propio punto negro, que ella no querría que ocupe tanto lugar. (Lacan,
1975-1976, p. 82)
Lacan está hablando del resto de goce fálico, ese retoño por el cual La
mujer –en tanto universal– no existe y que hace de la relación sexual
un imposible. No en vano es aquí cuando se pregunta si Joyce estaba
loco. Es que de lo que se trata es qué se hace con aquel goce imposible de
negativizar: “lo real parásito del goce” (Lacan, 1975-1976, p. 70). Desde
ya este posicionamiento respecto de aquello de lo cual no tenemos idea,
y que por lo tanto ya no se apoya en el sentido, explica el énfasis puesto
en la distinción entre lo verdadero y lo real. “Lo real se encuentra en los
embrollos de lo verdadero” (Lacan, 1975-1976, p.83). Al respecto, agrega:
Todo esto sugiere que el saber hacer allí con el síntoma o el saber
arreglárselas con la imagen está convocado cuando lo verdadero –cuando
se guía por el sentido– no alcanza para tocar lo real del cuerpo. Por el
contrario: “Cuando se escribe, se puede tocar lo real del cuerpo” (Lacan,
1975-1976, p. 77), cuestión que testimonia la epopeya literaria del escritor
James Joyce, de la cual Lacan –para abonar nuestra tesis sobre la
concepción del cuerpo que determina la dirección de la cura– toma nota en
su fina elaboración clínica. Indaguemos en qué consiste este tocar lo real.
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del goce fálico, razón por la cual bien podemos aventurar que el escabel
es el nombre que la sublimación adquiere a esta altura de la enseñanza
de Lacan. Según Jacques Alain Miller (2016):
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Que esté en el lugar donde el nudo falla, donde hay una especie
de lapsus del nudo mismo, está bien pensado para retenernos. Me
ocurre a mí mismo fallar, a veces, como he mostrado aquí, y es preci-
samente lo que confirma que un nudo falla. Asimismo, el inconsciente
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16.4. Síntoma
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202
Para que resuene este decir, para que consuene […] es preciso que
el cuerpo sea sensible a ello. De hecho lo es. Es que el cuerpo tiene
algunos orificios, entre los cuales el más importante es la oreja, porque
no puede taponarse, clausurarse, cerrarse. Por esta vía responde en el
cuerpo lo que he llamado la voz. Lo molesto, por cierto, es que no está
solo la oreja, y que la mirada compite notablemente con ella. (Lacan,
1975-1976, p. 18, los corchetes son nuestros)
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16.5. Lalengua
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205
Lalengua nos afecta primero por todos los efectos que encierra
y que son afectos. Si se puede decir que el inconsciente está estruc-
turado como un lenguaje es por el hecho mismo de que los efectos de
Lalengua, ya allí como saber, van mucho más allá de todo lo que el
ser que habla es capaz de enunciar. (Lacan, 1972-1973, pp. 167-168)
Para luego dejar advertido lo que del dispositivo analítico está compro-
metido en esta perspectiva:
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Esa vía férrea que recorta, desvitaliza y cadaveriza el mapa del cuerpo
es la traza de un goce solitario, acéfalo y sin destino que –por habitar en
la siempre traumática juntura entre cuerpo y palabra– no responde a
la operación del desciframiento. En psicoanálisis, lo escrito abriga como
principal partenaire al goce, no al significado.
Ahora bien, Lacan advierte que: “no hay letra sin Lalengua”, para luego
enfatizar que “Ese es incluso el problema: cómo puede la –lengua preci-
pitar en la letra? Nunca se ha hecho nada serio acerca de la escritura,
pero por cierto valdría la pena, ya que sin duda allí hay una pista” (Lacan,
1974b, p. 23). Para aventurar alguna conjetura sobre tamaña pregunta,
presentamos a manera de ejemplo una breve ficción clínica:
Un niño de nueve años de edad que llegó a la consulta por padecer una
incesante inquietud motora al punto de chocar contra todo lo que se le
cruzara en el camino, se quedaba extasiado ante los videos que mostraban
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Lacan observa que el carácter narcisista del ego explica que un cuerpo
se sostenga gracias a la escritura que soporta una imagen. En el caso de
Joyce este ego cobra una función muy particular.
16.7. Père-versión
Es aquí donde se introduce una vez más la función del padre: “La
père-versión sanciona el hecho de que Freud sostiene todo en la función
del padre”, esto es: ese amor al que se califica como eterno “en virtud de
que se lo considera portador de la castración”. Así lo prueba el mito de la
horda: “Los hijos aman al padre en la medida en que están privados de
mujer”. Pero he aquí que Lacan se desmarca del padre Freud: “Yo intento
dar otro cuerpo a esta intuición en mi nudo […] La Ley de la que se trata”
(Lacan, 1975-1976, p. 148, los corchetes son nuestros).
Al respecto, vale citar aquí lo referido por Lacan sobre la père-versión
en la clase del 21 de enero de 1975 durante el seminario inédito R.S.I:
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16.8. Nominación
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Eric Laurent (2016) observa que: “Está claro que tal remisión afecta
la definición del significante «uno completamente solo». Sobre el nombre
propio fundador se basa una operación distinta de la del significante amo,
por aislado que este se encuentre” (p. 92).
Al respecto, en su conferencia Joyce El Síntoma del año 1975, Lacan
especifica que:
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16. 9. Equívocos
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“[…] a no ser por el que la mujer calla, tal vez porque no lo conoce, el que
la hace no-toda” (Lacan, 1972-1973, p. 75, los corchetes son nuestros).
Como se ve, en la versión de Joyce El Síntoma correspondiente al
año 1976, el acento está dirigido hacia lo obsceno del goce fálico, en una
dimensión anterior al sujeto del significante, perspectiva que remite al
cuerpo de una manera muy precisa: “LOM: en francés eso dice bien lo
que eso quiere decir”.
Desde ya LOM remite a l´homme, pero su escritura tiene un alcance
mucho mayor, por lo pronto el término hace homofonía con lam que
resuena en laminilla, esa forma de vida extraplana con la que Lacan
aborda la libido como un órgano fuera de cuerpo que comentamos en
el capítulo correspondiente. Aquí aparece ubicada en ese borde entre
lo obsceno y lo bello que “Basta con escribirlo fonéticamente: eso lo
faunético (faun…), a su medida: lo ollebsceno [l’eaubscéne]” (Lacan,
1976a, p. 591).
No en vano, Eric Laurent (2016) rescata el título en francés al que
hace referencia la frase traducida como Jesúsnosampare –a saber: Jésus-
la-Caille– para así introducirnos en la particularidad del goce al que
aquí Lacan hace referencia. Se trata del título de una novela de Francis
Carco publicada en 1914, fecha en que Joyce comienza a escribir Ulises
y publica Dublineses: …Jesús-la-Caille relata historias de un proxeneta
homosexual, de tono morboso. Laurent agrega: “Lacan concluye este
párrafo [sommes z’hommes] marcando al hombre con una letra suple-
mentaria, la Z, inicial de uno de los términos del argot para designar el
falo” (Laurent, 2016, p. 60): Zizi, a saber.
Laurent ensaya entonces una condensación que da como resultado
LOM=ZEAUB, palabra esta última importada del árabe y que remite al
falo. Permítasenos introducir la definición de belleza que el poeta Reiner
María Rilke brinda en sus Elegías de Duino cuya fulgurante lucidez
explica la admiración que Freud profesaba por los poetas y que en este
caso coincide con el registro en que Lacan está dando cuenta del cuerpo
en su más íntima constitución: “la belleza es el último grado antes de lo
terrible” (Rilke, 1923, p. 9). Vale agregar que en el texto de La Tercera
Lacan precisa que la abolición de sentido que supone la intervención por
vía del equívoco significante permite incidir en “todo lo que concierne al
goce, y en especial al goce fálico” (Lacan, 1974b, p. 28).
Tanto la agudeza freudiana como la poesía confluyen en el efecto de
agujero destacado por Lacan al expresar que en la intervención analítica
se trata de hacer resonar otra cosa que el sentido. Por algo, tras enfatizar
que “La interpretación siempre deber ser […] el ready-made de Marcel
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16.10. Letra
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Por eso la cuestión del Otro que regresa al sujeto desde el lugar
de donde espera un oráculo, bajo la etiqueta de un Che vuoi? ¿qué
quieres?, es la que conduce mejor al camino de su propio deseo, si se
pone a reanudar, gracias al savoir-faire de un compañero llamado
psicoanalista, aunque fuese sin saberlo bien, en el sentido de un: ¿Qué
me quiere? (Lacan, 1960b, p. 794)
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zación del cuerpo del período anterior deja paso a un cuerpo concebido
como un escenario donde se suscita la tensión entre el sujeto del signi-
ficante y la pulsión, esa “conjunción disyuntiva” (Lacan, 1967b, p. 377)
que la laminilla traduce en términos de mito para dar cuenta de la forma
infinitamente primaria de la libido.
De allí que hayamos desarrollado este capítulo bajo el título “El cuerpo
«aparejo»” tal como Lacan denomina en este momento el lugar y la función
del cuerpo (Lacan, 1964, p. 188).
Es así como el corte de sesión cobra ahora una renovada elucidación
clínica en virtud de su incidencia sobre los orificios del cuerpo donde se
aloja el goce de las pulsiones: boca, ano, ojos, mirada. No por nada, en esta
etapa la separación del objeto a respecto del Ideal del yo se constituye
como horizonte de todo análisis. Aquí “la presencia del psicoanalista
es irreductible, por ser testigo de esa pérdida” (Lacan, 1964, p. 133), es
decir: la cesión de goce producida por el corte que habilita un cambio de
posición subjetiva.
No en vano es en este período que Lacan (1964) señala que el “deseo del
analista es el deseo de obtener la diferencia absoluta” (p. 284) a partir de
sostener, según nuestra conjetura, la hiancia que los orificios del cuerpo
actualizan en su búsqueda del perdido objeto de satisfacción.
Si a efectos de realizar un breve recorrido desde el inicio de la
enseñanza propiamente dicha nos dejamos guiar por el objeto Voz,
podemos señalar que “el cuerpo sutil del lenguaje” (Lacan, 1953, p. 289)
que Lacan proponía en ese entonces hacía del silencio el resorte para el
“advenimiento de una palabra verdadera y la realización por el sujeto
de su historia en su relación con un futuro” (Lacan, 1953, p. 249), con la
elaboración del objeto a el cuerpo pasa a considerarse un aparejo cuya
localización se advierte por:
1) la tensión entre el sujeto y las exigencias de la pulsión;
2) la “conjunción disyuntiva” donde el principio “de realidad hace
barrera al saber del mismo modo que el placer es una defensa frente al
acceso de goce” (Lacan, 1966-1967b, p. 377); y
3) la objetalidad entendida como “el correlato de un pathos de corte”
(Lacan, 1962-1963, p. 232).
Lo suficiente para concluir en que a esta altura de su enseñanza el
silencio del analista oficia como maniobra propiciatoria de la cesión
de goce en el cuerpo del Otro, posición cuya eficacia –lejos de suponer
la mudez del practicante–, descansa en el silencio que sus palabras
imprimen con el corte de su enunciación. Al respecto, el relato que Pierre
Rey brinda de una sesión con Lacan nos permitió apreciar que –angustia
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mediante– “no hay otro soporte del cuerpo que el corte que preside su
desmontaje” (Lacan, 1966-1967a, clase del 10 de mayo de 1967, inédito),
cuestión que explica “la lógica de bolsas y cuerdas” (Lacan, 1975-1976,
p. 144) con que el analista opera para anudar un cuerpo de manera
menos sufriente, según Lacan propone al final de su enseñanza a partir
del episodio en que James Joyce deja caer su cuerpo “como una cáscara”
(Lacan, 1975-1976, p. 147).
Por ahora, y para continuar con nuestra reseña, en el capítulo titulado
“El Otro es el cuerpo” abordamos el seminario de La Lógica del Fantasma
(Lacan, 1966-1967a) en el que durante esa misma clase de mayo de 1967
Lacan señala que el cuerpo es el Otro, y más aún: que uno goza de su
propio cuerpo en el lugar del otro. El goce es intransferible, razón por
la cual afirma que el acto sexual no existe, cuestión que anuncia la No
relación Sexual, ese imposible que guiará sus elaboraciones hasta el final.
La disyunción del cuerpo y el goce nos permitió abordar un apartado
titulado “El Cuerpo de Lacan” para así ilustrar la posición de analizante
que el mismo Lacan se atribuyó en el acto de transmitir su enseñanza,
si es cierto que el inconsciente es más una experiencia que un concepto.
Con estas premisas –tal como nos propusimos como objetivo–
dedicamos un capítulo al cuerpo del analista en el que consideramos
al mismo en tanto una presencia a la que solo le cabe sustraerse –una
“conjunción disyuntiva” (Lacan, 1966-1967b, p. 377)–, cuestión que nos
permitió destacar que la presencia virtual de los cuerpos de ninguna
manera coincide con el modo online de las actuales tecnologías y de
esta manera precisar la función que –en tanto semblante– al cuerpo del
practicante le cabe para hacer de la angustia el motor del tratamiento
merced a la abstinencia que su presencia impone. Por algo citamos a
Lacan cuando refiere que: “una alcoba donde no pasa nada más que el
acto sexual que se presenta como preclusión (Verwerfung), es lo que se
llama comúnmente el consultorio del analista” (1966-1967a, clase del 21
de junio de 1967, inédito).
Es que, desde esta perspectiva, el cuerpo del analista es un objeto
pulsional, un objeto que la maniobra analítica –semblante mediante–
terminará de vaciar. De hecho, en la conferencia Joyce El Síntoma con
que terminamos nuestro recorrido, Lacan se sirve de la homofonía entre
sinthome y saint homme (1976a, p. 593) para reiterar lo que ya había
adelantado en el texto Televisión, a saber: “Solo el santo se queda seco
[…] el santo es el deshecho del goce” (Lacan, 1973b, p. 546). Cuestión a
precisar según los matices que se desprenden entre el fin de análisis
según el atravesamiento del fantasma propuesto por Lacan en 1967 y la
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la que un niño o niña acompaña el júbilo ante el espejo con una “elisión
bajo la forma de un gesto: la mano que pasa por delante, la elisión de esto
que quizás era un falo o quizás su ausencia, un gesto que netamente lo
retiraba de la imagen”. Para Lacan esto es prueba de que “el falo es lo que
da cuerpo a lo Imaginario” (1974-1975, clase del 11 de marzo de 1975, p.
99, inédito): el (-φ) que habilita un imaginario no especular.
Lo cual de ninguna manera supone que tales aspectos “a revelar de la
Imago” se hayan resuelto en su totalidad ni que Lacan estuviese conforme
con estos resultados. En este punto acordamos con la cita de Colette Soler
apuntada en nuestro estado del arte (2017, p. 18). No podría ser de otra
manera habida cuenta de que el síntoma del sujeto es un incurable cuya
estructura, tal como apunta Lacan en la clase del 21 de enero de 1975
del seminario R.S.I., adopta la forma de puntos suspensivos.
Hemos constatado que cada una de las concepciones del cuerpo presen-
tadas por Lacan en cada uno de los períodos de su enseñanza determinaba
una particular dirección de la cura. De esta manera, a la prematuración
devenida de la asunción de la imagen en el espejo le corresponde un Aba
erlebnis: una suerte revelación que habilita la unidad de la conciencia de
la imagen. El cuerpo sutil de la palabra ubica al analista como quien educa
al paciente para acceder al capítulo censurado de su historia y así desena-
jenar al sujeto; el cuerpo que se ordena según las coordenadas del ser y el
tener fálico propone un analista en el lugar del Gran Otro para así habilitar
“el tipo ideal de su sexo” al sujeto (Lacan, 1958a, p. 665); el abordaje de
la Cosa y la fragmentación del prójimo es correlativo de la consideración
del analista como un compañero con quien enfrentar la crucial pregunta
acerca de “¿Qué me quiere?”; momento de máxima angustia que, tras la
elaboración de los objeto a, hace del cuerpo un aparejo donde “la presencia
del psicoanalista es irreductible, por ser testigo de esa pérdida” (Lacan,
1963-1964, p. 133) es decir: la cesión de goce en el corte –la disyunción–
que habilitan los objetos fuera de cuerpo; la disyunción entre el cuerpo y
el goce mentada en La Lógica del fantasma (Lacan, 1966-1967) hace del
analista un hueco donde ceder el exceso que el síntoma carga consigo; por
otra parte el cuerpo de los incorporales propuesto en Radiofonía (Lacan,
1970) que hace del cuerpo un conjunto vacío, convoca al analista en el lugar
del semblante, es decir: como aquello que por velar la nada reproduce un
modelo de la neurosis; en tanto que el cuerpo del partenaire como sede
del advenimiento de la contingencia nos persuadió de la posición propia-
mente femenina que distingue al analista.
Todos estos abordajes se complementan, se superponen, conviven entre
sí, pero cobran efectiva actualidad y operatividad en la medida en que se
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Sergio Zabalza*
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cambista, que aquello cuya huella imperceptible sabe ver el cazador del
desierto: la pisada de la gacela en las peñas; pero algún día se revelarán
los aspectos de la imago” (Lacan, 1946, pp. 182-183). Por cierto un señala-
miento que, al describir el propósito que signó la elaboración de la clínica
lacaniana desde el comienzo hasta el final, también abona nuestra
hipótesis según la cual la concepción del cuerpo en Lacan determina la
dirección de la cura en cada uno de los períodos en que hemos escandido
los antecedentes y su enseñanza propiamente dicha. Con esta convicción
recorrimos los distintos momentos de una elaboración clínica que no cesó
de interrogar los impasses propios de la práctica
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del misterio, la carne sufriente, informe, cuya forma por sí misma provoca
angustia. Visión de angustia, identificación de angustia, última revelación
del eres esto: Eres esto, que es lo más lejano de ti, lo más informe” (Lacan,
1954-1955, pp. 235 y 236, los corchetes son nuestros). No extraña entonces
que años después, cuando se refiera al cuerpo como una sustancia gozante,
Lacan hable del “misterio del cuerpo que habla” (1972-1973) p. 158).
Es que el cuerpo es una superficie de inscripción cuya función de sostén
radica en sustraerse de la marca que lo determina y despedaza: cuestión
que hace toda la diferencia entre la concepción psicoanalítica del cuerpo y
la de cualquier otra práctica, ciencia o disciplina. ”Se me fue el alma a los
pies”; “me partió en dos”; “se quebró”; “me cortó el rostro”; son algunas de las
frases que testimonian el punto. Por algo dice Lacan “No hay otro soporte del
cuerpo que el corte que preside su desmontaje” (clase del 10/5/1967, inédito).
De esta manera, nos creemos ser un cuerpo cuando en realidad apenas lo
tenemos porque hablamos, y hablar siempre supone un Otro, aunque sea
la pared. (Vaya como ejemplo el patético diálogo con los muros al que los
niños recurrían para aliviarse del encierro al que nos obligó la pandemia)
De hecho, si el espejo es el primer recurso para construir esa ficción
que nos permite decir: mi cuerpo: “Yo gozo de mi cuerpo, es decir, tu cuerpo
deviene la metáfora de mi goce” (clase del 7/6/1967, inédito). Así, la satis-
facción pulsional se encuentra y desencuentra en el campo del Otro, de lo
contrario emerge la angustia que hoy los laboratorios venden como ataque
de pánico. No por nada el régimen de satisfacciones de corte autoerótico
y adictivo imperante en el planeta es correlativo de un empobrecimiento
de la relación del sujeto con su propio cuerpo, verdadero escenario de la
crisis del lazo social que la pandemia puso en primer plano al demostrar
que no hay salud del Uno sin el Otro. Tanto es así que nuestras plató-
nicas lágrimas más arriba mentadas retornan cuando en su seminario
“Aún” (1972-1973) Lacan observa que el cuerpo sólo funciona afectado por
otro: “si llegaran a secarse las lágrimas, el ojo dejaría de funcionar bien.
A eso llamo yo milagros del cuerpo. […] el hecho es que lloriquea, […],
en cuanto le pisan a uno el pie corporal, imaginaria o simbólicamente.
Lo afectan a uno….” (p. 133, los corchetes son nuestros)
Los incorporales
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vizarlas”, dice Lacan (1970, p. 432). Va de suyo entonces que, para inter-
venir sobre el goce, la jugada analítica apunta al casillero que está “en el
límite de la acción” del tablero, esto es: en el límite de lo escrito en el cuerpo.
Ahora bien, según Eric Laurent (2016): “Lo que Lacan subraya aquí
y que luego repetirá con insistencia, es que el encuentro del cuerpo de
lo simbólico desprende el objeto a como incorporal, como efecto fuera de
cuerpo, como «goce-sentido»” (p. 39). Es decir, hasta aquí, Lacan considera
que el inconsciente y el síntoma están hechos de gozo sentido. De hecho,
hay homofonía entre jouis-sense y (“gozo sentido”) y jouissance (“goce”).
Lo cierto es que, en virtud de la orientación que imprime a sus últimos
desarrollos, el goce del síntoma se separa del sentido que le otorga el
inconsciente. No en vano hay quienes afirman que RSI, resuena en herejía
(heresí en francés), habida cuenta de este paso que, Joyce mediante, Lacan
emprende con Freud para ir más allá de Freud: el síntoma como “función
de una letra” (1974-1975, clase del 21 de enero de 1975, inédito).
Entonces: la pregunta sobre ¿cómo hacer que la carne –albergue de
la angustia, si los hay– se haga palabra? ahora se traduce en: ¿Cómo
Lalengua se hace letra?
Esa vía férrea que recorta, desvitaliza y cadaveriza el mapa del cuerpo
es la traza de un goce solitario, acéfalo y sin destino que –por habitar
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Para concluir
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