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El niño Miguel me llamó ansioso por resolver este nuevo caso. Le pregunté intrigado:
- Pero … Usted no lee el diario? ¿No vió el fuego que hay en las islas del Río Paraná? ¡¡Parece una
chimenea infinita!!!
- Y yo que tengo que ver? Le recuerdo que yo soy el último espía y no el último bombero.
Entonces me dirigí hacia las islas con mi lancha, linterna, soga y un Off para los mosquitos. Al
llegar, tapé mi lancha con unas hojas que encontré. Empecé a caminar y me encontré con un
pescador.
- No.
- ¿Porque?
–Es el dueño de estas tierras. Quiere quemar la islas para poder plantar soja y venderla. ¡Lo único
que le importa es la plata!!!!
-¿Podrías describírmelo?
- Ahhhhh claro que sí!. Es muy alto, su pelo es de color blanco y tiene cara de amargado.
Me despedí deseándole buena suerte al pescador y con un solo objetivo: tenía que encontrar al Sr.
Martinelli. Estuve horas y horas caminando hasta que me lo crucé. Me escondí. Lo seguí y me
quedé observándolo hasta ver si conseguía alguna prueba. Pasaron dos días y nada. Pero a la
tercer noche lo vi salir de su casa con algo muy sospechoso en la mano. Caminó un rato largo,
sobre los pastizales. Se camuflaba con la noche. Yo lo seguía asustado y silencioso. De repente
Martinelli prendió una antorcha y la arrojó hacia los pastizales, que en un minuto se convirtió en
un infierno.
Martienlli salió corriendo rápidamente y nos encontramos cara a cara. Me tiró al suelo e intentó
escapar. Por arte de magia, apareció pero mi amigo el pescador y le hizo un trabada con el pié y
Martinelli se desplomó en el piso. Juntos lo noqueamos. Saqué mis mejores y únicas armas. Le tiré
off en los ojos. Martinelli lloraba como un bebé. Junto con el pescador le atamos las manos con la
soga que había llevado y lo llevamos a la policía.
Mágicamente empezó a llover para apagar ese horrible fuego y que de a poco las islas pudieran
renacer. Misión cumplida. Mi trabajo había terminado