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EPILOGO

La felicidad se encuentra en emprender actividades


que valgan la pena, pero sólo existe una persona que
podrá
decirte con certeza lo que te hará feliz; tú mismo.
Los preceptos que se dan en este libro son en realidad los
límites del camino: al violarlos, somos como el
automovilista
que se precipita hacia el borde; el resultado puede ser la
ruina del momento, de una relación, de una vida.
Sólo tú puedes decir adónde va el camino, ya que tú
estableces las metas para una hora, para una relación,
para
una etapa de la vida.
En ocasiones, uno puede sentirse como una hoja al viento
en una calle sucia, puede sentirse como un grano de arena
atorado en algún lugar. Pero nadie ha dicho que la vida sea
algo ordenado y lleno de calma: no lo es. No somos una
hoja
raída, ni un grano de arena: podemos, en mayor o menor
grado hacer un mapa del camino y seguirlo.
Podemos sentir que todo ha llegado a tal punto que es
demasiado tarde para hacer algo al respecto, que nuestro
camino del pasado estuvo tan mal que no tenemos la
oportunidad de trazar un futuro que sea diferente:
siempre
existe un punto en el camino en el que se puede trazar
uno
nuevo. Y tratar de seguirlo. No existe una persona viva que
no pueda empezar de nuevo.
Podemos decir, sin temor a que nos contradigan, que
otros pueden reírse de nosotros y tratar por diversos
medios
de sacarnos del camino, tentarnos a llevar una vida
inmoral:
tales personas lo hacen para lograr sus propios fines y si
les
hacemos caso, acabaremos en la tragedia y el pesar.

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