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Malvinas y el mar: enseñar Malvinas desde una perspectiva marítima

Clase 3: La guerra narrada desde el mar en la literatura


argentina

Les damos la bienvenida a la tercera clase del curso Malvinas y el mar: enseñar Malvinas desde una
perspectiva marítima, en la que incursionaremos en el mar desde la literatura.

Distintas obras literarias argentinas han narrado la guerra desde el mar, son varios los motivos que
explican este interés. En términos generales, estas obras comunican a la literatura argentina con una
larga tradición de la literatura marítima, que encuentra en Moby Dick (Melville, 1851) a uno de los
clásicos del género. En esta literatura, el mar suele aparecer connotado como un espacio
amenazante, en condiciones de devorar buques y tripulaciones, pero también como el espacio que
permite desplegar una aventura hacia lo desconocido, de modo que la incursión en el mar funciona
como punto de partida de una historia que provocará una profunda transformación en los
personajes. En más de un sentido, la literatura argentina sobre la guerra de Malvinas retoma y
resignifica varios de estos motivos.

Otra razón que vuelve relevante a esta literatura es que coloca en el centro de la escena al mar. Esta
dimensión no siempre ha sido considerada en la cultura e incluso en la política argentina como
espacio condensador de problemáticas nacionales, como sí lo ha sido, por ejemplo, la “pampa”, que
funciona como una “sinécdoque” de la nación en ensayos clásicos como Facundo de Sarmiento o
Radiografía de la pampa de Martínez Estrada.

Al mismo tiempo, esta literatura supone una innovación respecto a novelas, cuentos y poesías sobre
la guerra de Malvinas. De esta manera, se introduce un nuevo registro para pensar este conflicto, a
distancia de la picaresca de Los pichiciegos (Fogwill), el thriller de Las islas (Gamerro) o el registro
paródico de varios cuentos publicados a principios de los años noventa (como “Soberanía nacional”,
de Rodrigo Fresán). Esto se debe no sólo al hecho de que muchas de ellas han sido publicadas varios
años después de la guerra (algunos de estos relatos, treinta años después) y en virtud de ello
recogen las transformaciones en el régimen de la memoria de la guerra, sino también porque están
situadas en un espacio singular: un buque en tiempos de guerra, que funciona al mismo tiempo

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como vehículo que transporta a los soldados, como arma de guerra pero también como blanco de
ataque por parte del enemigo y como un espacio de convivencia donde se desarrolla la vida
cotidiana de muchas personas, una suerte de –tenso– hogar comunitario. Finalmente, pero no por
eso menos importante, estos relatos también merecen ser considerados en tanto pueden leerse
como trabajos en los que la experiencia misma de la navegación arroja no pocas pistas sobre el
modo mismo en que se construye socialmente la memoria, cómo si existiera algún tipo de afinidad
entre esos dos actos que sin estas obras parecerían distantes: navegar y recordar.

Si bien son varias las obras que han indagado la guerra desde el mar, aquí nos detenemos
brevemente en cuatro: Trasfondo (2012), de Patricia Ratto, Montoneros o la ballena blanca (2012),
de Federico Lorenz, Los viajes del Penélope (2007), del periodista y ex combatiente (como
conscripto de marina) Roberto Herrscher y Puerto Belgrano (2017), de Juan Terranova. La razón de
esta selección es que ofrecen referencias distintas y a la vez logradas del modo de trabajar con las
memorias de la guerra desde el mar.

Trasfondo: el silencio y el ruido de la guerra

Trasfondo es uno de los relatos que mejor consigue narrar la máxima tensión de la experiencia de la
guerra. La novela es una ficción basada en la campaña del ARA San Luis durante el conflicto del
Atlántico Sur. Ratto sigue el periplo de un personaje que circula entre su cucheta y las faenas que
tiene asignadas realizar a lo largo del viaje, para recorrer con él la suerte de una tripulación que es
enviada a la guerra en un submarino recientemente reparado, pero que cuenta con uno de sus
cuatro motores averiados y con serias fallas en el sistema de computación que impedirán el eficaz
lanzamiento de sus torpedos. Esta situación de indefensión y precariedad, al igual que el rumbo y
los objetivos del submarino, no es del todo conocida por la tripulación que se ha embarcado. En la
misma situación se encuentran quienes están leyendo, ya que la trama se desarrolla sin una
narración omnisciente por lo que alcanza a advertirla solo a lo largo de la trama. De esta manera, la
novela consigue una enorme eficacia alusiva acercando a quien lee a la máxima tensión que están
experimentando sus personajes. A medida que se suceden las páginas, el hundimiento del
submarino y la muerte de su tripulación parece ser inminente. Pero la tensión en la novela es tan
alta que incluso la tragedia se difiere sin llegar a desencadenarse, no obstante lo cual, los indicios de

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que la guerra ha comenzado se multiplican. Es así como esas noticias golpean a la tripulación –el
hundimiento del Crucero General Belgrano y la captura del ARA Santa Fe–, que no se anuncian
inicialmente por medio de comunicados oficiales, sino a través de visiones premonitorias en forma
de un sueño que persiguen a uno de los tripulantes.

“Sueño con Mancuso, Mancuso en el Santa Fe. Se lo ve cansado, muy cansado, con
rabia o preocupación, varias campañas navegamos juntos y le conozco la cara cuando
las cosas no están bien. Alguien se acerca, entra por la escotilla de batería de popa, no
es uno de los nuestros, porta un arma en el cinturón y se detiene a unos metros de
Mancuso, el intruso tiene los ojos demasiado celestes y parece que lo vigila. El sueño es
silencioso, no percibo sonido alguno y eso lo vuelve tremendamente irritante. De
pronto el submarino escora, Mancuso se levanta de golpe y comienza a abrir una de las
válvulas de babor para evitar un desastre, pero al instante lo veo desplomarse
abruptamente. El que no es de los nuestros mira con espanto su arma desenfundada,
llegan otros dos hombres con el mismo uniforme pulcro del que tiene el arma, pero ya
no los veo, sólo la cara de Mancuso, de costado contra el piso con una mueca de rabia,
como si hubiera hecho una pregunta que ya nadie le va a responder”. (Ratto, 2012)

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Este sueño premonitorio alude al episodio protagonizado por Félix Artuso
–transformado en Mancuso en la ficción de Ratto–, suboficial de la Armada Argentina a
bordo del ARA Santa Fe, submarino capturado por fuerzas británicas en las Islas
Georgias del Sur a fines de abril de 1982. Artuso muere siendo prisionero de guerra a
causa de los disparos ejecutados por un soldado británico que interpretó que intentaba
abrir una válvula para causar el hundimiento de la embarcación (Artuso había recibido
por un intercomunicador la orden de ajustar los sistemas de baja presión para
reequilibrar la embarcación que se encontraba escorada). “No sé por qué tengo estos
sueños que por momentos no parecen sueños, es como si estuviera viviéndolos, como
si accediera momentáneamente a otro tiempo y a otro lugar, como si todo eso fuera
también real”, sostiene más adelante el protagonista de Trasfondo.
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Ratto entrevistó, para escribir la novela, a varios tripulantes del ARA San Luis. Antes de que la
tragedia roce al submarino, la situación asfixiante ya podía percibirse a bordo, tal como puede
apreciarse en el siguiente pasaje, escrito en un tono patentemente alejado de la epopeya, la
parodia y todavía más, de cualquier lirismo:

“En inmersión el silencio es total, como una sordera, como cuando uno está resfriado y
se le congestionan los oídos. Todos estamos acostumbrados al ruido permanente, por
eso, de golpe, este silencio parece que lastima. Hasta que uno logra acostumbrarse se
tiene una sensación rara, como de vacío; después, el oído vuelve poco a poco a la
normalidad cuando recupera los sonidos de los movimientos internos: las voces, los
pasos, el tintineo de las herramientas, el entrechocar de las ollas del cocinero. Igual,
todo termina en un ruido ahogado: si uno está en la zona de las cuchetas, tiene cerca a
los que están en el comedor conversando pero el sonido apenas llega, convertido en
susurro algodonoso, aunque los otros estén hablando fuerte. Así son esas cosas aquí
adentro”. (Ratto, 2012:20)

Este pasaje condensa otro de los elementos novedosos de la novela: el inventario de sonidos y
silencios con que se narra la experiencia de la guerra. Trasfondo comienza con el ruido de motores
que raspan los oídos de la tripulación y que trazan una rotunda frontera distorsionada entre el antes
y el después de la partida del submarino desde Puerto Belgrano. En la novela se oyen también sin
mucha nitidez los rumores en forma de susurros que circulan entre los tripulantes desinformados, y
que se alimentan de los efectos de la guerra psicológica del enemigo, o simplemente de las noticias
nunca del todo claras anunciadas en medios argentinos y uruguayos sobre el transcurso de la
contienda. Si los ruidos distorsionan y desquician, los silencios en cambio encierran los momentos
de mayor tensión, pues surgen en el momento de suspensión de motores para no ser detectado por
la flota inglesa, ya sea porque la situación demanda maniobras evasivas para que el submarino no
se transforme en un blanco, sea para evadir los radares con vistas a provocarle un daño a un
objetivo militar.

En ese ambiente acechado por el “rumor hidrofónico”, y que detecta diversas intensidades de
sonidos y silencios, Trasfondo reconstruye la experiencia de la guerra desde una acústica que

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inquieta e incómoda, incluso o aún más cuando algunos de los personajes alcanzan a reconocer las
notas más familiares de una marcha militar. Toda esta fenomenología de lo que se escucha y deja de
oírse en el submarino acerca la novela de Ratto a Satisfaction en la ESMA (2021), el reciente ensayo
de Abel Gilbert sobre el sonido en el contexto del terrorismo de estado.

Dado que en Trasfondo la guerra se narra en un estado de máxima tensión, el mar se revela como
un espacio permanentemente amenazante. Como sostiene el escritor y ensayista Juan Bautista
Duizeide, “el mar de Trasfondo es siempre ominoso. Puede haber en él temporario escondite de los
enemigos que rastrean desde la superficie, pero no hay refugio duradero. Y siempre acecha la
posibilidad de que se convierta en tumba”. Pero, aun así, a través de la novela los personajes
quedan inscriptos en una trama que los reconoce como sujetos que lidian con la experiencia límite
de la guerra en medio de una intemperie que descubren a medida que navegan al sur del Atlántico.
De este modo, el mar en Trasfondo parece convocar a un ejercicio de memoria en movimiento hacia
lo que está sumergido, como una inmersión en los ruidos y silencios de la guerra que aún no fueron
atendidos, y que la novela revela sin apelar a un saber alegórico con efectos tranquilizadores para
las y los lectores.

Aventura, conjuro y duelo en Los viajes del Penélope

En Los viajes del Penélope, en cambio, la navegación y el movimiento de la memoria se asocian bajo
la hipótesis de que recordar supone iniciar algún tipo de viaje hacia el “sí mismo”. Pero como ese
viaje implica rememorar acontecimientos dolorosos de una guerra, esa navegación que es la
memoria necesariamente tendrá mucho de conjuro. Se entiende entonces que este relato se inicie
afirmando que “volver es, también, pulverizar y enterrar los recuerdos”. En este sentido, el libro de
Herrscher, que guarda relación con otros relatos de soldados y familiares que viajan a las Malvinas a
finales de los años noventa, se mueve entre la resignificación de ese verbo tan determinante para la
historia de las Malvinas que es “volver”, y los viajes a los que conduce el trabajo del recuerdo, que
no se agotan en pulverizar y enterrar el dolor agolpado, aun cuando la idea de que la memoria es el
tiempo del duelo es crucial en el libro.

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Si la memoria es un viaje que asimismo es conjuro y duelo, en el libro de Roberto Herrscher también
aparece asociada a la aventura, entendida como devenir hacia lo incierto. Ello se aprecia en el modo
en que es evocada la goleta más pequeña de la flota argentina (incautada a los pobladores de las
islas en abril de 1982), Penélope, a la que se le encargan misiones que parecen sobrepasar su
capacidad operatoria en medio de los insistentes y cada vez más contundentes ataques aeronavales
ingleses y el mar embravecido. Con la muerte acechando a cada instante, los tripulantes del navío
sin embargo consiguen auxiliar a otras embarcaciones argentinas o viajar desde la bahía de Fox
hasta Puerto Argentino mientras se desatan los combates más cruentos.

“Debimos llegar ya a las siete, todo oscuro. Pasamos cerca del faro, ¿te acordás del
faro?”, se entusiasma Eduardo. “Y teníamos miedo de que los mismos que estaban en
el faro nos tiraran con fusiles. Y finalmente pudimos comunicar que no tiraran, que
éramos nosotros... estaban meta a los tiros los buques”.
Ni Coló se recuerda repitiendo una y otra vez el mensaje por la radio, sin saber si el
mensaje llegaba y las baterías habían entendido que venía uno de los suyos.
«Avanzamos un poco más y por la radio oímos una voz que no sabíamos de dónde
provenía y que nos manifestaba lo siguiente: "Penélope, Penélope, no me contesten,
no me contesten. Patinen cerca de la costa porque hay toninas en la zona".» Toninas
eran helicópteros. [...]
“Cuando finalmente, sobre las nueve de la noche, divisamos las luces de Puerto
Argentino y entramos lentamente en la bahía parecía el final de un sueño. Sabíamos
que lo que venía iba a ser terrible, pero estábamos a punto de encontrarnos con
nuestros compañeros del Apostadero Naval, con las cartas de nuestra gente, con lo
conocido.
Saltamos a tierra y anudamos los cabos en el muelle donde poco más de un mes antes
había estado el Buen Suceso. Nos abrazamos con los colimbas del Apostadero y entre
mates chocolates les contamos las aventuras del Penélope como si fuéramos héroes de
un libro de aventuras. Yo, un chico de asfalto y de clase media de Buenos Aires, que
crecí leyendo las aventuras de Sandokän en el jardín de mi casa, me sentía marinero
aventurero y tigre de la Malasia”( Herrscher, 2007).

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En este fragmento se narra la parte final del viaje del Penélope, de Bahía Fox a Puerto
Argentino, en medio de incesantes bombardeos. Imagen: https://imgserver1.fierro
.com.ar/get/thumb/188/272/HCI-PLA7100028=9789871210589.jpg?randomize=1

Ahora bien, Herrscher recupera estos acontecimientos no en clave epopéyica, sino bajo la forma de
la crónica dolida, pues sin dejar de señalar cómo la tripulación se sobrepone a condiciones
extremadamente adversas. Los viajes del Penélope en la guerra de Malvinas busca narrar la
transformación radical en las vidas de su tripulación allí cuando se navega sin ninguna garantía de
llegar a destino. En ese viaje, las pérdidas son hondas (la muerte de los compatriotas, la despedida
abrupta de la juventud), pero también existen algunos logros que el recuerdo retiene y subraya: si el
hecho mismo de sobrevivir resulta el más patente en el otoño de 1982, la confraternidad alcanzada
al interior del navío se proyecta a lo largo del tiempo, como queda ratificado en el asado que reúne
a los tripulantes de la goleta en la ciudad bonaerense de Saladillo más de dos décadas después de
concluida la guerra.

Esta reunión de los tripulantes en los tiempos de la posguerra ilumina otro aspecto en común entre
la navegación y la memoria: el hecho de que ambas requieren, para desplegarse, de la acción
colectiva. De este modo, en el libro no sólo se tienen en cuenta los viajes de su narrador, sino
también los de sus compañeros de ruta, cuyas voces son permanentemente atendidas en el relato,
como si éste las requiriera para sostenerse. Entre esas voces no hay una lectura homogénea de la
guerra, ni marcas ideológicas del todo comunes, ni idénticas experiencias de posguerra, ni tampoco

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una filiación institucional compartida con la Marina; todo lo cual no impide, o aún más, favorece, la
constitución de esa comunidad de perspectiva diversas que es el Penélope, reunidas por una hoja
de ruta común en medio de una experiencia límite.

Además de colectiva, la memoria en Los viajes del Penélope es también múltiple: en el relato se
entraman, además de estas diversas perspectivas, muchos viajes. Aparece el viaje que condujo al
desembarco en las Malvinas en 1982, el viaje de regreso al continente tras la derrota en la guerra, el
viaje de retorno a las islas a finales de los noventa, el viaje de reencuentro con los compañeros de
ruta y también los viajes del navío desde que fue botado en Alemania, en la década del veinte,
hasta su regreso a Hamburgo ya en el siglo XXI; para inscribir a estos ex combatientes en la larga
historia de distintas comunidades de navegantes". El nombre de la goleta evoca a la mítica Penélope
de Homero y, de este modo, a una concepción circular del tiempo por la cual viajar consiste en
superar desafíos sobrehumanos para que los personajes vuelvan al mismo punto de partida. La
multiplicidad de la memoria que el lector reconoce en Los viajes del Penélope puede ser pensada,
en cambio, como un navegar doloroso –pero al mismo tiempo vital– sobre un mar que en su oleaje
acumula corrientes provenientes de diversos espacios y tiempos; como un viaje que oscila entre la
necesidad de conjurar, de pulverizar, el pasado que aún duele; y la necesidad de liberar las
memorias acongojadas para ofrecerlas como legado para nuevas generaciones de navegantes.

Un fragmento de Los viajes del Penélope ha sido publicado en la colección “Clama el


viento y ruge el mar” a cargo del Plan Nacional de Lecturas y del Programa Educación y
Memoria. Todos estos recursos están disponibles aquí.

El mar y las alucinaciones colectivas en Montoneros o la ballena blanca

Montoneros o la ballena blanca fue publicado en el mismo año que Trasfondo: 2012, al cumplirse
30 años del conflicto armado. En esta novela, Lorenz intenta vincular la experiencia de la militancia
revolucionaria en los años setenta con Malvinas. En efecto, el grueso del texto narra la historia de
un grupo montonero que se “desengancha” a fines de los setenta, por diferencias con la
conducción, en el contexto de mayor represión. Tiempo después, el grupo vuelve a reunirse de
modo independiente y a principios de los 80 planean una gran operación simbólica que impugne a

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la Dictadura. Luego de fracasar en su intento original por cruzar los andes a la manera de San
Martín, proponen partir hacia el litoral patagónico con el fin de desembarcar en las islas y concretar
un gesto en la estela de los Cóndores e incluso de Fitzgerald.

El vínculo con el mar comienza a partir de este viaje (de hecho, la sexta parte del libro se llama “El
mar”), aunque está presente en importantes marcas previas del texto: en el título (la ballena
blanca) y en el nombre del personaje principal, Ismael, ambas referencias a Moby Dick, un texto
liminar del género “literatura marinera”. ¿De qué modo se trama la relación con el mar en
Montoneros o la ballena blanca? En principio, el vínculo aparece marcado por el desconocimiento,
al menos de la mayoría de los personajes:

“- ¡Colorado, allá, a la izquierda! ¡Un puerto! ¡Un puertoooooo!

- A babor, animal, y no es un puerto. Son barcos que pescan calamar” (Lorenz, 2012).

Aquí habría que introducir un matiz: el desconocimiento se da en casi todos los


personajes del grupo original, excepto en un caso, el de Nemo, que fue criado en el
litoral patagónico. Esto nos permite sugerir modulación de la hipótesis de Duizede que
mencionamos arriba: el mar es extraño para las regiones dominantes del país, pero no
en espacios marginales para el imaginario hegemónico, como lo es el litoral patagónico.
Allí tal vez podamos encontrar núcleos de buen sentido para reconstruir nuestra
relación con el mar.

Sin embargo, este desconocimiento va dando lugar a una fascinación que acerca las descripciones
de los personajes a lo sublime romántico:

“Yo tenía la sensación de estar transitando un espacio de proporciones titánicas.


Pasamos por el granizo y la llovizna, las nubes y el cielo despejado, varias veces en el
día. A pesar del malestar que experimentaba por el mareo, me esforcé por permanecer
en el puente el mayor tiempo posible. No sabía si iba a tener la oportunidad de volver a
ver un paisaje como ese” (Lorenz, 2012).

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Unas páginas más adelante el personaje de Ismael sostiene:

“La belleza escalofriante del espectáculo me había paralizado y lloré de pura emoción.
A pesar del peligro no quería bajar. El agua barría la cubierta de babor a estribor,
salpicando espuma. El viento silbaba entre los cordajes mientras la bandera, a popa, ya
era un racimo de hilachas. El velero cabeceaba como un potro salvaje, trepaba a la
cresta de la ola, y luego parecía colgar del aire para caer en picada al pozo entre dos
ondas. La cabellera espumosa quedaba entonces bastante más arriba de la antena del
mástil: las olas superaban los doce metros” (Lorenz, 2012).

A estas descripciones, en las que el mar conforma un escenario en el que se percibe la fragilidad
subjetiva al interior de una experiencia que fascina al sujeto, le sigue el momento crucial de la
novela: el mar se muestra como el espacio de las alucinaciones colectivas. En efecto, la “ballena
blanca” que anuncia el título aparece al final de esta sección (la anteúltima de la novela). Pero el
animal, lejos de amenazar a la embarcación, sencillamente se muestra, deja ver su lomo que,
además de arpones, acarrea una multiplicidad de cuerpos humanos que “bamboleaban sus brazos y
sus piernas al compás de las olas. Tenían el cuerpo crecido y las cuencas vacías; sus bocas abiertas

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en gesto de asombro y espanto”. Entre los cuerpos se encuentran –sugiere el narrador– los de los
compañeros desaparecidos de los protagonistas: “Llorábamos sin poder quitar la mirada del cuerpo
de la ballena, buscando los rostros que tanto extrañábamos, perplejos ante cada nuevo
descubrimiento. Y nosotros apenas conocíamos a algunos” (Lorenz, 2012).

Esta escena alucinatoria, incrustada al interior de una novela hasta entonces predominantemente
realista, condensa una compleja operación teórica cuya clave interpretativa parece residir en las
marcas benjamineanas del texto. En efecto, en un texto célebre titulado “Tesis de filosofía de la
historia”, el filósofo y ensayista alemán Walter Benjamin, sostiene que el historiador (y recordemos
que el autor de esta novela lo es), si quiere atizar una chispa de esperanza para el presente, debe
estar “compenetrado con esto: tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y
este enemigo no ha cesado de vencer” (Benjamin, 2007). La reaparición de los muertos en la escena
de la ballena blanca tiene que ver con esa “cita generacional” entre el historiador y ese pasado
plagado de sufrimiento y muerte que fueron los años setenta. Esta idea, de raigambre teológica
(como el propio símbolo de la ballena blanca, que alude al Leviatán como monstruo marino) está
presente en una escena anterior: luego de viajar por la ruta 3, se dirigen a un bosque petrificado
para encontrarse con un amigo de uno de los personajes. En este bosque los sorprende una
tormenta de arena y viento que los recluye por varias horas en el colectivo en el que viajan. Durante
la noche escuchan aullidos que parecen humanos:

“La voz del temporal tomó forma. Entre los soplidos airados, las ráfagas traían lamentos de
ultratumba, y por la noche [...] oíamos voces, cabalgando sobre ellas como brujas medievales”.

Al concluir el temporal, los personajes hacen una breve excursión y se encuentran con restos
humanos, entre ellos una calavera con un tiro en la frente. Junto a ellas una cruz con la siguiente
inscripción:

‘A los caídos por la livertá

1921’” (Lorenz, 2012)

Se trata de una obvia referencia a la ola de huelgas y protestas y la posterior represión ocurrida en
el sur patagónico conocida como “La Patagonia trágica” y reitera el tema político-teológico presente
en la escena de la ballena blanca.

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De este modo, tanto en el bosque petrificado como –especialmente– en el mar, la naturaleza
sublime aparece como el espacio en el que las alucinaciones se despliegan. Pero estas visiones no
deben interpretarse como “imagen falsa” sino como el momento en el que una verdad profunda se
revela, una suerte de epifanía en la que tomamos contacto con las víctimas del pasado y
reconocemos su parentesco con quienes forman parte de este presente. El mar es, justamente, el
espacio por excelencia en el que esta epifanía puede desplegarse.

Puerto Belgrano, las alucinaciones individuales en un drama metafísico

Puerto Belgrano (2017), de Juan Terranova, es el más reciente de los textos que vamos a abordar. Se
trata de una novela que tiene a un médico militar como protagonista, el Teniente de Navío Eduardo
Dumrauf, que oficia de médico cirujano en el Crucero General Belgrano durante el conflicto armado.
El personaje principal (y narrador) de esta novela se caracteriza por una doble valencia en más de
un sentido: médico y a la vez militar, argentino y también alemán, tiende a pensar la guerra como
una suerte de reescritura de los conflictos armados europeos (en particular las dos guerras
mundiales). En efecto, su madre alemana le pregunta, al comienzo de la novela, si habría guerra:

“Es probable, le dije

Los ingleses otra vez, me respondió.

Sí, los ingleses otra vez, repetí yo” (Terranova, 2017).

La ambigüedad de esta doble valencia se reitera en la construcción general de las peripecias


narradas en la novela: encontramos, por un lado, una reconstrucción muy precisa de los
acontecimientos vinculados con la historia y el hundimiento del crucero; por el otro, se presentan
escenas de carácter fantástico cuyo origen parece radicar en los ansiolíticos que se inyecta el
personaje. Entre ambas lógicas se desarrolla la intriga metafísica que preocupa al personaje: el
sentido último de la guerra como modo de relación entre los sujetos. Se trata de una inquietud que
conduce las reflexiones del protagonista por un recorrido por la historia bélica de Occidente. En ese
contexto, la navegación y el mar aparecen como los espacios en los que esas reflexiones se puedan
desplegar:

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“Uno de los miedos más antiguos del hombre es la oscuridad. Y la más antigua y
perfecta oscuridad está en la noche del mar. Todo empezó ahí y donde está el principio
de la vida, también se mueve el final y la muerte. Recuerdo genético, marco atávico,
fantasía de génesis y destrucción, nuestro cuerpo está hecho de agua y del agua
venimos y al agua vamos [...] nadie puede contradecir que navegamos hace miles de
años y que nuestra raza aprendió a vivir con nuestras máquinas en el mar y lo
recorremos con felicidad, con una felicidad ancestral, protegidos por paredes flotantes,
velas y motores, cuando hay luz de día, y luego lo transitamos de noche abrigados y
seguros, lejos del extravío. Desde esas plataformas móviles que se deslizan sobre la
espuma y las olas, recordamos nuestra finitud y al mismo tiempo miramos las estrellas
y la negrura vacía y fría que las rodea y así podemos palpar el vértigo real del infinito”
(Terranova, 2017).

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Al interior de esta experiencia sublime que embarga al sujeto a lo largo de su viaje por el océano, el
barco es presentado como un refugio seguro y ordenado:

“Lo más hermoso del barco era su silencio. Un silencio sólido como las cuadernas de acero. Un
silencio lleno de ruidos monótonos como un bajo continuo, como una fuente en verano, un silencio
previsible espeso, puro. Incluso las calderas transmitían silencio. El rolido era silencioso, constante,
de un lado a otro. Se podía tocar con las manos como si uno tocara las olas, como si tocara el fondo
del mar. A veces me acostaba y pensaba en mi vientre apoyándose en la arena oscura de las playas
sin luz del suelo marino. Embarcar en un crucero de este tamaño me resultaba emocionante”
(Terranova, 2017).

El silencio del barco (y del mar) en Puerto Belgrano no remite, como en Trasfondo, a la tensión de la
muerte próxima, sino a una experiencia que nos acerca el espectáculo de lo sublime, pero a la vez
nos protege de sus peligros. Por eso puede ser emocionante y no aterrador (como en Trasfondo).

El registro fantástico alcanza su cénit con las apariciones de Reina, un misterioso marinero de 60
años, de sorprendente agilidad y un aspecto con marcas que remiten al Queequeg de Moby Dick:

“[Reina] no parecía nada. Quizá un marinero de principios de siglo. La camiseta blanca


manchada con sangre le había dado un aspecto de cazador de ballenas, de arponero.
Ahora con mejor color en la cara, su piel gastada contrastaba con sus ojos azules y
transparentes. Un cautivo de los indios, pero de indios lejanos, indios del océano
Pacífico, indios maoríes, pensé”. (Terranova, 2017)

Los encuentros con Reina alimentan las ensoñaciones metafísicas del personaje y a la vez extreman
las ambigüedades: como hombre de ciencia, Dumrauf no puede dar crédito a las cosas que surgen
con Reina (visiones, precogniciones, lectura del pensamiento). Sin embargo, todo se corta
abruptamente con el impacto de los torpedos sobre el crucero. A partir de aquí el registro fantástico
cede lugar a la crónica precisa de los acontecimientos: la primera conmoción, los heridos, la
evacuación del buque, las balsas. En ese contexto, en el que el crucero ya no es refugio seguro y
ordenado y el mar se impone con toda su potencia destructiva, Dumrauf reencuentra la dimensión
colectiva propia de la navegación: grita por primera vez “viva la patria” antes de dirigirse a la balsa y
una vez allí comanda (como el único oficial a cargo) a una comunidad compuesta por una docena de

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conscriptos y dos suboficiales. En esas condiciones extremas, descritas con enorme precisión,
Dumrauf genera un vínculo comunitario, con los conscriptos e incluso una relación de amistad con
Marconi, el suboficial, que continúa en los años posteriores. Una vez rescatados por el ARA
Gurruchaga, pese a su extrema fragilidad, Dumrauf colabora con las tareas de salvataje de las
restantes balsas.

En Puerto Belgrano encontramos entonces que el mar se inscribe en la doble valencia que
caracteriza al personaje: es el escenario que posibilita sus reflexiones metafísicas, un espacio
presentado con las características de lo sublime romántico, en el que encontramos a un sujeto que
contempla la amenaza desde la seguridad del barco; por otro lado, el mar aparece en el registro del
conflicto histórico, como un peligro concreto frente al cual es necesaria desplegar una “solidaridad
marinera” que nos inscribe en una comunidad nacional. Esto se expresa, sobre el final de la novela,
en un diálogo que el personaje mantiene con Dickson, médico militar psiquiatra: “estar embarcados
nos cambia, nos hace siempre mejores. Es una lástima que los argentinos no naveguemos más”
(Terranova, 2017).

Reflexiones finales

En esta clase hemos analizado las representaciones del mar y de la navegación presentes en cuatro
textos. Por un lado, la dialéctica del ruido y el silencio en Trasfondo, que parece convocar aspectos
de la guerra aún no atendidos. En Los viajes de Penélope, navegar implica recordar y a la vez
conjurar esos recuerdos dolorosos. A la vez, el ejercicio de memoria que propone este texto es
múltiple, en tanto repone los diversos destinos de la embarcación, de un modo que la inscribe en la
comunidad de los navegantes. Montoneros o la ballena blanca propone una representación del mar
que parte del usual desconocimiento para desplegar, rápidamente, la imagen del mar como el
espacio en el que tomamos contacto con una verdad: la de las víctimas de la violencia política del
pasado y su “cita” con el presente. En efecto, la ballena blanca arrastra en su lomo a los
desaparecidos arrojados al mar y al Río de la Plata. Por último, el mar aparece en Puerto Belgrano
como un espacio en el que se intenta resolver la tensión entre un registro histórico (colectivo) y otro
metafísico (individual). Más precisamente, el mar es un escenario que propicia las reflexiones
metafísicas, que son individuales. Simultáneamente, aunque en otro registro, el mar, el ethos

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marinero, posibilita un encuentro con los otros a partir del cuidado y la solidaridad, en los episodios
inmediatamente posteriores al hundimiento y a su rescate.

Confiamos que las representaciones reconstruidas en esta clase funcionen como un punto de
partida para trabajar en las aulas el modo en que pensamos ese espacio tan importante de nuestro
territorio. Se trata de una tarea colectiva en la que la escuela tiene mucho para aportar.

Actividad

Para debatir en el foro.

En la clase se presentaron cuatro obras para pensar el mar desde la literatura, con
un foco específico en la guerra de 1982. En la colección Clama el viento y ruge el
mar (https://www.educ.ar/recursos/156482/clama-el-viento-y-ruge-el-mar)
encontrarán algunos extractos de las obras que trabajamos en esta clase, como
Los viajes del Penélope, de Roberto Herrscher. Les pedimos que seleccionen entre
esta obra, la selección compartida de Ratto, Lorenz y Terranova, u otras que
conozcan que aborden la temática, para proponer una lectura sobre la
“perspectiva marina” que trabajamos en las clases anteriores. Una aproximación
podría elaborarse a partir de las siguientes preguntas:

¿Cómo imaginan los protagonistas al mar? ¿Cómo transforma sus vidas el mar y la
guerra que se desarrolla en él?

¿Qué imágenes del territorio aparecen? Puede pensarse a partir de la


contraposición mar / tierra, las “vueltas” a un lugar visitado, la vida al interior de
las embarcaciones en altamar, entre otras.

Bibliografía
Benjamin, W. (2007). Sobre el concepto de historia. Buenos Aires: Piedras de papel.

Herrscher, R. (2007). Los viajes del Penélope. Buenos Aires: Tusquets.

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Lorenz, F. (2012). Montoneros o la ballena blanca. Buenos Aires: Tusquets.

Ratto, P. (2012). Trasfondo. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.

Terranova, J. (2017). Puerto Belgrano. Buenos Aires: Random House.

Créditos 
Autores: Programa "Educación y Memoria", Dirección de Educación para los Derechos Humanos, Género y
Educación Sexual Integral.

Cómo citar este texto: 


Programa "Educación y Memoria", Dirección de Educación para los Derechos Humanos, Género y Educación
Sexual Integral. (2023). Clase 3: La guerra narrada desde el mar en la literatura argentina.Malvinas y el mar:
enseñar Malvinas desde una perspectiva marítima. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación. 

 
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