Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
VICERRECTORADO DE FORMACIÓN
Actividad en el Foro.
Actividad Grupal.
Actividad Individual.
Atención.
Audio
Glosario.
Sugerencia.
Video.
Teniendo en cuenta que “nuestra fidelidad al Evangelio nos exige proclamar en todos
los areópagos públicos y privados del mundo de hoy, y desde todas las instancias de
la vida y misión de la Iglesia, la verdad sobre el ser humano y la dignidad de toda per-
sona humana”8.
1
Ex Corde Ecclesiae:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_constitutions/documents/hf_jp-ii_apc_15081990_ex-corde-
ecclesiae_sp.html
cfr. C.E.A., Presencia de la Iglesia en la Universidad y en la Cultura Universitaria, 1996
cfr. Zabalsa Miguel A., La enseñanza universitaria, el escenario y sus protagonistas, narcea, Madrid, 2007
2
Estatuto: http://www.ucasal.net/seccion1.php?secc=institucional&secc1=111
3
Artículo 20° del Estatuto, en el orden de la integración del saber, no solo como ilustración cultural o saber complementario,
sino como saber esencial y constituyente de la mente y el corazón del graduado en nuestra Universidad.
LECTURA COMPLEMENTARIA 1: La formación integral y sus dimensiones.
4
Espacio activo, no enciclopédico. Encarnado en la ciencia específica, partiendo de ella como realidad interpelante y regre-
sando a ella con reflexión enriquecida; y no concebido como extrapolación sintética de formación profesionalmente filosófica
o teológica.
5
Con precisión conceptual y terminológica; con método y actividad según las áreas mencionadas; buscando la propuesta
integradora al comienzo, durante y proyectando una síntesis posterior.
6
LECTURA 3: Pensamiento crítico.
7
LECTURA 4: Pensamiento creativo: 4.1 Pensamiento creativo, 4.2 Habilidades críticas y creativas.
8
D.A. 390
Cfr Compendio de la Doctrina Social N° 16
9
cfr. Giussani Luigi, El sentido Religioso, Edic. Encuentro, 1987
cfr. López Quintás Alfonso, la cultura y el sentido de la vida, ppc, 1993
cfr. Giussani L., El rostro del hombre, Edic. Encuentro, 1996
cfr. Frankl Víctor E., El hombre en busca del sentido último, el análisis existencial y la conciencia espiritual del ser humano,
Paidós, 8° reimpr., 2013
10
Decreto de Reforma de los Estudios eclesiásticos de Filosofía:
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20110128_dec-rif-
filosofia_sp.html
11
Decreto de Reforma de los Estudios eclesiásticos de Filosofía:
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20110128_dec-rif-
filosofia_sp.html
Este espacio se encuentra articulado tanto con los fundamentos y objetivos del Plan
de Estudios de las Carreras, como integrado con sus respectivos actores, los docentes
de las materias específicas en búsqueda de un auténtico diálogo fe y razón, fe y cultu-
ra, evangelio y vida.
Con ello se pretende que la intervención profesional del graduado de la Ucasal tenga
posibilidad de un accionar profesional entendido como intervención en su ámbito, libre
de toda inclinación a la imposición, cuidadosa en la orientación y dirección, y decidi-
damente signada por la impronta del acompañamiento transformador de la vida
humana; de modo especial inspirada en la intervención salvadora y liberadora de Dios
en la Historia humana: la KÉNOSIS o encarnación como método y lenguaje verda-
dero.
12
cfr. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Congreso Mundial sobre la Pastoral de los Derecho Humanos, Roma
1998.
cfr Compendio de la Doctrina Social N° 16.
cfr. Declaración Crisis económica, opción por los pobres y cuidado de la creación. Por un desarrollo humano, integral y soli-
dario, emitida por los miembros del departamento justicia y solidaridad del CELAM, febrero 2010.
cfr. A.A.V.V., Ciencias, Filosofía y Teología, en búsqueda de una cosmovisión, 2004.
cfr. Motto, Andrés Román M., Creer en Dios, ¿invención, costumbre o convicción?, S. Pablo, 2009.
cfr. Peacocke Arthur, Los caminos de la ciencia hacia Dios, sal terrae, 2008.
13
“Conocerán la verdad y la verdad los hará libres” Evangelio de San Juan 8,32
cfr. Ratzinger, ser cristiano en la era neopagana, Edic. Encuentro, 1994
cfr. Ladaria Luis F., Introducción a la Antropología Teológica, verbo divino, 1998
Nuestra Vida universitaria se nutre, también, del aporte de la larga experiencia de las
Universidades Católicas en general y en particular de nuestros 50 años como Institu-
ción Católica de Educación Superior en Salta.
Les reiteramos, sean Bienvenidos, esta es su casa, estos son sus espacios, y juntos
los compartiremos para siempre y por un mundo verdaderamente nuevo y auténtica-
mente humano, como Dios lo pensó y creó y por el cual envió a su Hijo Jesucristo,
derramando el Espíritu Santo para una humanidad nueva.
14
Así se llama también el Salón ofrecido a los estudiantes al lado de la Confitería en el Campus de la Universidad en Castaña-
res, Salta.
- Cartas a un espíritu inquieto (un texto que todo joven universitario debiera leer):
http://www.elsentidobuscaalhombre.com/v_portal/apartados/pl_listado.asp?te=
397
UNIDAD I:
TEOLOGÍA E HISTORIA DE
LAS RELIGIONES EN LAS UNIVERSIDADES HOY
1.- Teología e historia de las religiones en las universidades hoy.
2.- Etimología de la Palabra religión.
3.- El impacto de las religiones sobre la agenda social.
UNIDAD II:
EL HOMBRE "CAPAZ" DE DIOS
1.- INTRODUCCIÓN
La presente unidad es una invitación a profundizar y cuestionarnos sobre nosotros
mismos: el hombre. ¿Quiénes somos? ¿Qué significa ser hombres en una época de
cambios tan vertiginosos, en donde nos es fácil unirnos por medio de un ordenador, de
una PC o en donde no hay fronteras para el conocimiento ni límites para la imagina-
ción?
Nos encontramos ante un desafío y una serie de preguntas: ¿qué lugar ocupamos en
este mundo convulsionado, cambiante, invadido por los mass media y necesitado de
constante movimiento? ¿Qué lugar ocupa Dios en este mundo, en el espacio de cada
uno o en nuestros diferentes estados de vida? ¿Qué relación tiene Dios conmigo?
¿Quién soy yo para Dios?
Al mirar nuestra existencia reconocemos nuestra unidad, nos sabemos un todo: alma y
cuerpo, voluntad e inteligencia, fe y razón. Sin embargo, en no pocas oportunidades
nos sentimos fracturados y hasta abrumados por una profunda sensación de vacío. En
un mundo repleto de imágenes y sensaciones, nos acorrala la soledad. Frustrados por
calmar nuestros apetitos y deseos, corremos presurosos tras ellos y al final nos que-
damos sin nada. Es muy poco lo que nos sorprende o nos maravilla. Transitamos por
la vida sin descubrir que el sentido está en las pequeñas cosas de cada día y muchas
veces, al vernos atrapados por el sinsentido de nuestra vida, hasta nos interrogamos:
¿vale la pena vivir?, ¿vale la pena seguir?
Estos son los planteamientos fundamentales del hombre de hoy que no podemos sos-
layar; las características de la Postmodernidad, la New Age, las sectas, los gurúes, los
falsos profetas y sus consiguientes imágenes de una felicidad vacía de Dios y de su
amor como no menos vacía del amor por uno mismo y por nuestro prójimo.
Mas estas preguntas existenciales sobre nuestra identidad y sobre el ¿para qué vivir?
no encuentran ni encontrarán respuesta fuera de nosotros mismos, es decir, en el
mundo externo. Es nuestro mundo interior, ese lugar al que nos negamos acceder
porque nos cuestiona, nos plantea y nos hace volver nuestra mirada a Dios, el único
que puede darnos luces. Es en Dios, vivo y presente, que nos creó y nos llama a ser
hombres en esta sociedad, en Quien podemos volver a reconstruirnos y a resignificar-
nos.
Ningún contexto socio político ni cultural -de cualquier época que sea- puede acallar la
búsqueda de lo absoluto. Esto es lo que consideraremos en un segundo momento de
En definitiva, caminando hacia el interior del propio corazón, esta unidad nos propone
las vías o modos con que podemos conocer a Dios, pero no sin antes invitarnos a una
sincera y desafiante reflexión sobre nosotros mismos ante los profundos cambios que,
vertiginosamente, se dan en nuestro entorno.
Por lo tanto, antes de abordar nuestra reflexión antropológica (identidad humana, ca-
racterísticas, finalidades, etc.) creemos importante considerar algunos de estos pro-
fundos cambios -producidos últimamente-, como asimismo aclarar lo que entendemos
por “modernidad” y “postmodernidad”, para luego presentar este fenómeno en América
Latina. 15
Este cambio que afecta el ámbito familiar, gracias a los medios de comunicación so-
cial, también tiene un alcance universal. En 1865 se necesitaron 12 días para conocer
en Europa el asesinato de Lincoln (presidente de los Estados Unidos). Cien años des-
pués -el 22 de noviembre de 1963- sobraron 12 minutos para que se difundiera el ase-
sinato de John F. Kennedy. El planeta se ha convertido en una gran caja de resonan-
cia de todos los eventos.
El Santo Padre JUAN PABLO II, en la carta Novo Millennio Ineunte, con la que abría
este tercer milenio, agudamente reflexionaba:
“... son muchas en nuestro tiempo las necesidades que interpelan la sensi-
bilidad cristiana. Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de las
contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que
ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no sólo a millo-
nes y millones de personas al margen del progreso, sino a vivir en condi-
ciones de vida muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad huma-
na. ¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se mue-
re de hambre; quién está condenado al analfabetismo; quién carece de la
asistencia médica más elemental; quién no tiene techo donde cobijarse?...”
(NMI 50).
En el mundo occidental al cual pertenecemos, afirmar que gran parte de la cultura vi-
gente está enmarcada en este fenómeno de la postmodernidad, nos ayuda a orientar
la reflexión. Esta realidad -en tantos aspectos positiva y en tantas otras negativa-, ya
es parte de nuestras ciudades. Aunque nacida en el Primer Mundo es lo que los Obis-
pos latinoamenticanos en Puebla llamaron “cultura adveniente”.
Las instituciones, las leyes, las maneras de pensar y de sentir, heredadas del pasado,
no siempre se adaptan bien al estado actual de las cosas. De ahí, una grave perturba-
ción en el comportamiento y aún en las mismas normas reguladoras de éste.
Las nuevas condiciones ejercen influjo también sobre la vida religiosa. Por una parte,
el espíritu crítico más agudizado la purifica de un concepto mágico del mundo y de
residuos supersticiosos y exige cada vez más una adhesión verdaderamente personal
y operante a la fe, lo cual hace que muchos alcancen un sentido más vivo de lo divino.
Por otra parte, muchedumbres cada vez más numerosas se alejan prácticamente de la
religión. La negación de Dios o de la religión no constituye, como en épocas pasadas,
un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presenta no rara vez como exi-
gencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo. En muchas regiones
esa negación se encuentra expresada no sólo en niveles filosóficos, sino que inspira
ampliamente la literatura, el arte, la interpretación de las ciencias humanas y de la his-
toria y la misma legislación civil. Es lo que explica la perturbación de muchos (cfr. GS
7)
Este es el parecer de E. GERVILLA: “La religión ya no compromete. Uno puede ser cre-
yente y no practicante, ateo y casarse por la Iglesia, creyente y vivir un relativismo
moral... la religiosidad postmoderna es antropocéntica, sociológica o ambiental, blanda
y extremadamente cómoda... Es una religiosidad escéptica ante el heroísmo y lejana
ante cualquier entrega... una religiosidad alejada de la Iglesia-Institución y carente de
confianza en sus líderes... divorciada de la cultura”. 17
16
Cfr. EQUIPO EPISCOPAL DE EDUCACIÓN CATÓLICA, Educación y Proyecto de Vida, Ed. Oficina del Libro, Buenos Aires
1986, 4-5.
17
E. GERVILLA, Postmodernidad y Educación, Ed. Dykinson, Madrid 1993, 102.
También busca autonomía política. Surge la democracia: los pueblos reivindican su ne-
cesidad de autodeterminarse en forma popular. Fue la época de las grandes ideologías
filosóficas y políticas.
Y dejar de tener a Dios como punto de referencia, en toda época, no puede sino llevar
a la ruina. En el siglo XX, es decir, ya entrada la “postmodernidad”, estallaron dos gue-
rras mundiales. La sociedad se encuentra impotente ante la violencia que anida. Se
asiste al gran declive de las ideologías políticas y a la credibilidad de los mismos políti-
cos. La ciencia ha mostrado que, por sí sola, no puede resolver todos los problemas
del ser humano. Los hombres se sienten atemorizados ante su incapacidad para orien-
18
Cabe señalar la diferencia entre secularización y secularismo. La secularización es la justa autonomía de las realidades te-
rrenas que tiene sus leyes propias, sus valores propios independientes de la religión; mientras que el secularismo es la ver-
sión atea de la secularización, pues corta toda relación con Dios y deja al mundo sumergido en la inmanencia. El secularismo
es herencia de una modernidad mal dirigida y más que un “ateísmo militante” se trata de una “indiferencia agnóstica”. Cfr.
GASTALDI, El hombre un misterio, 15.
Estos y otros desafíos fueron retomados por los Obispos argentinos en un documento programático para el presente tiempo.
De manera sintética son mencionados algunos de los principales “retos” del nuevo milenio, comenzando por la crisis de la
civilización como desafío totalizante en el cual se inscriben los restantes, tales como: la búsqueda de Dios, el escándalo de la
pobreza y la exclusión social, la crisis del matrimonio y la familia, la necesidad de mayor comunión... cfr. CONFERENCIA
EPISCOPAL ARGENTINA, Navega mar adentro, Ed. Oficina del Libro, Buenos Aires 2003, 15-26 (no 21-48).
Surge, entonces, plantearnos la pregunta de si “el futuro tiene todavía porvenir”. Esa
sensación de desilusión o “desesperanza” se justifica por el desencanto que la pos-
modernidad sufrió frente a la fe en el progreso indefinido que ofrecía la modernidad. 20
... Cualquiera sea el caso, nos preguntamos si hay que pensar en un porvenir con
igual o todavía mayor grado de cambios (de cambios inesperados, añadamos)... Por
un lado, nos damos cuenta de un problema de ritmo. El hombre no es infinitamente
adaptable (son muchos hoy lo que, aún a una edad no tan avanzada, no alcanzan a
seguir). Se vive cada vez más en un estado de tensión extrema, de stress. Por otro
lado, el mundo cambió tanto en el siglo XX que, a diferencia de los seres humanos del
1900, no nos atrevemos a prever el siglo próximo”. 21
20
“La palabra "desencanto" me parece importante porque hace de eslabón, de empalme entre Modernidad y Postmodernidad.
La postmodernidad comienza a nacer cuando parece constatarse palpablemente la imposibilidad de ese cambio histórico so-
ñado. Cuando el hombre cae en la cuenta de que ya "hace siglos que pensaron las cosas mañana irán mejor" y, por tanto,
cuando la ilusión de Prometeo se transforma en la repetida constatación de Sísifo.” J. I. GONZÁLEZ FAUS, “Postmodernidad
Europea y Cristianismo Latinoamericano”, en SPECCHIA N. G. - MORELLO G. (eds.), Crisis, rupturas y tendencias. Lecturas
críticas de la globalización en la óptica de Cristianisme i Justicia, Ed. EDUCC, Córdoba 2003, 40.
21
J.-Y. CALVEZ, “La Iglesia que podemos pensar para el siglo XXI”, en AA.VV., La Iglesia de cara al siglo XXI, Ed. San Pablo,
Buenos Aires 1999, 61-62. Cabe recordar que CALVEZ, sacerdote francés de la Compañía de Jesús, participó como experto
en el Concilio Vaticano II y durante quince años ha sido consultor del Secretariado para los no creyentes.
“Es cierto que el progreso actual de las ciencias y de la técnica, puede fa-
vorecer cierto fenomenismo y agnosticismo y hasta corre con el peligro de
que el hombre, confiado con exceso en los inventos actuales, crea que se
basta a sí mismo y deje de buscar cosas más altas. Sin embargo, estas
lamentables consecuencias no son efectos necesarios de la cultura con-
temporánea ni deben hacernos caer en la tentación de no reconocer los
valores positivos de ésta. Entre tales valores se cuentan: el estudio de las
ciencias y la exacta fidelidad a la verdad en las investigaciones científicas,
la necesidad de trabajar conjuntamente en equipos técnicos, el sentido de
la solidaridad internacional, la conciencia cada vez más intensa de la res-
ponsabilidad de los peritos para la ayuda y la protección de los hombres, la
voluntad de lograr condiciones de vida más aceptables para todos, singu-
larmente para los que padecen privación de responsabilidad o indigencia
cultural. Todo esto puede aportar alguna preparación para recibir el men-
saje del Evangelio, informado con la caridad divina de Aquel que vino a
salvar el mundo” (GS 57)
22
M. GONZÁLEZ, “La globalización y la teología. Un enfoque desde Argentina”, en AA.VV., La Iglesia de cara al siglo XXI, 122.
23
Cfr. C. SCHICKENDANTZ, “El cristianismo es gracia (NMI 4). Algunas reflexiones sobre antropología y santidad”, en COMI-
SIÓN EPISCOPAL DE FE Y CULTURA, Caminemos con esperanza! Propuestas para un mundo que cambia, Ed. San Pablo,
Buenos Aires 2003, 85-89.
- La valentía y lúcida honradez de pensar que el hombre es, en algún sentido, más
pequeño de lo que pretende y, por lo tanto, se anima a denunciar algunos “mitos”
de la modernidad como, por ejemplo, la frase “el futuro será mejor” o la hipocresía
de identificar liberación con hacer “la real ganas”.
- Es posible percibir un sentido de dignidad y de amor a lo bello en medio de la trá-
gica mediocridad, un innegable afán de dignificar esa “insoportable entidad de lo
leve”.
- La búsqueda de lo comunicativo (aunque pequeño y aún no totalmente encontra-
do) ha pasado por encima del afán de lo productivo.
- El hombre “es en diálogo”. Desde que somos en diálogo y nos oímos unos a
otros, el hombre ha aprendido mucho y ha dado nombre a muchas cosas celestia-
les. Queda la verdad como acogida abierta, la verdad como comunión. Nadie pre-
tende venir al diálogo con toda la verdad ya construida, como una pretensión ab-
soluta.
La cuestión de Dios y del hombre adquiere una nueva dimensión. Sin menospreciar
los aportes de la modernidad y de la postmodernidad, deberíamos encontrar, a través
de la Palabra de Dios y de la vida cristiana, la resignificación de nuestra identidad, el
sentido de nuestro ser y de nuestro estar en el mundo que está en Dios, Quien ade-
más de Padre y Salvador (datos de fe) es Creador y Proveedor (como nos puede lle-
var a descubrir la razón).
24
EQUIPO EPISCOPAL DE EDUCACIÓN CATÓLICA, Educación y Proyecto de Vida, 16.
25
GONZÁLES FAUS, “Postmodernidad europea y cristianismo latinoamericano”, 61-64.
26
Cfr. GASTALDI, El hombre un misterio, 22-24.
Por eso América latina, para impedir o rechazar nuevas formas de opresión, se vio
impulsada a comprometerse en un proceso de liberación:
La “Nueva Era” o “Era de Acuario” propone una sabiduría global, universal, accesible a
todos y fundada sólidamente en la ciencia. Busca reencantar este mundo desencanta-
do, a través de las religiones orientales, concebidas como más “naturales” y en cuyo
resultado sincrético todo está permitido, todo es light y cool. Presenta una falsa teoría
explicativa del universo como de la vida y una nueva práctica individual y social que
contiene esoterismo, ocultismo, un pseudo pensamiento místico y mágico sobre los
secretos del buen vivir mezclados con un poco de Cristianismo y astrofísica.
Para quien huya encontrarse consigo mismo, con los interrogantes de su propio silen-
cio, con abrirse a lo trascendente o no quiera tener experiencia del Dios verdadero -
personal y cercano- y más bien prefiera el sincretismo o “cóctel religioso” de un “dios”
impersonal, cósmico y tan polimorfo que hasta incluso pueda ser demoníaco, la “New
Age” aparece como la solución a sus expectativas.
Ahora bien, preguntándonos por nosotros mismos y nuestro entorno, es como comen-
zaremos a encontrar la luz, pues en cada ser humano es donde hay que buscar la
huella de Dios. El hombre sigue siendo un camino válido para buscar y hallar a Dios
como, no menos, para hablar de Él.
Como dirá SAN AGUSTÍN: “el Dios que te ha creado sin ti, no quiere salvarte sin ti”. Dios
no abandonó al hombre a su indigencia sino que salió en su búsqueda y le ofrece su
perdón y gracia.
Ahora bien, la pregunta sobre el hombre puede darse por diversos motivos. Puede
provenir del asombro o de la admiración frente a las maravillas del universo: un cielo
estrellado, la belleza de una flor, la inmensidad del océano, la estabilidad de un tém-
pano de hielo... pero también el mismo hombre y sus tantas creaciones puede provo-
car el interrogante a cerca de ¿qué es el hombre? Asombro o admiración que suponen
una actitud contemplativa, muy sofocada en la civilización industrial pero no del todo
apagada, también ante la fascinación de la amistad, del amor, de los ojos inocentes de
un niño, de la audacia de un hombre que conquista la luna o del genio artístico...
Por otro lado, la inseguridad como el ver tambalearse o derrumbarse las estructuras
del mundo, pueden provocar serias crisis y con ellas la pregunta por el hombre. Aún
en medio a un terreno poco firme podemos preguntarnos: ¿En qué consiste lo humano
que es preciso salvar? El hombre busca ahí su identidad o autocomprensión.
Otras veces las experiencias de la frustración o de fracaso son las que suscitan la pre-
gunta: “¿Qué significa ser hombre?”. Por ejemplo un accidente, una bancarrota eco-
nómica, la muerte de un ser querido, una enfermedad que echa por tierra mil proyec-
tos... el contraste entre lo que somos y lo que quisiéramos ser, es decir, una frustra-
ción existencial pueden dar origen a la pregunta por el hombre.
Ahora bien, todas estas situaciones o experiencias que originan o hacen propicia la pre-
gunta sobre el hombre, no deberían ignorarse ni acallarse. Aunque en nuestra civiliza-
ción industrializada predomine la técnica y el funcionalismo, respetar al hombre en su
integridad, es también darle lugar y tiempo a estos profundos interrogantes existencia-
les. De lo contrario, la sensación de vacío o de nada, surgirá con fuerza.
31
L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, Colección Sapientia Fidei, Serie Manuales de Teología, Ed.
B.A.C., Madrid 2001, 3: “… la antropología teológica fundamental ha mostrado ya al ser humano como criatura de Dios he-
cha a su imagen y semejanza y los elementos fundamentales de su constitución… (la antropología teológica especial nos lle-
va a) considerar más directamente a este hombre en cuanto inmerso en el misterio del amor de Dios y de su gracia, en la his-
toria salvífica que arranca desde la creación y que alcanza en Jesucristo la definitividad de su sentido”.
El ya citado documento Educación y Proyecto de vida, en sus artículos 12-13 nos ilus-
tra acerca de esta realidad típicamente humana: ser dinámico y nos dice:
“El hombre no sólo es el único ser de la tierra capaz de proyectos, sino que
él mismo es proyecto, no ya solamente por su innata programación genéti-
ca, sino también por la riqueza de su espíritu encarnado que tiende a des-
plegar sus virtualidades. Estas podrán desarrollarse de variadas formas
accidentales, pero en lo esencial y profundo han de responder a las autén-
ticas exigencias del espíritu creado para el bien, la verdad y la belleza.
Toda vida lleva en sí un plan y un destino fundamentales que presiden el
desarrollo de las virtualidades. A ese proyecto básico, ínsito por Dios en la
naturaleza del ser humano nos referimos al decir que el hombre es un pro-
yecto dinámico...
Vivir humanamente es el resultado de un armónico desarrollo integral e in-
tegrado del triple nivel que caracteriza al hombre: el nivel vegetativo, el
perceptivo-motor del vivir animal y el nivel de la vida propia del espíritu que
penetra la esencia de las cosas, razona, decide y ama, crea el mundo de la
ciencia, de la técnica, del arte, descubre la vocación moral (ver GS 16) y la
dimensión religiosa. El hombre se percibe a sí mismo como un ser "llama-
do a elegir un proyecto de vida en conformidad con su propio ser, por lo
tanto "artífice de su destino".
Proyecto de vida no son pues, las ocurrencias antojadizas con que llena-
mos el tiempo de la vida, sino la orientación organizada de los esfuerzos
para dar vida a la vida.
Que el hombre sea un esencial proyecto dinámico no significa que su mi-
sión sea el activismo o el creativismo, como si él fuera valioso en la medida
en que la sociedad lo juzgue útil, eficiente u original. El dinamismo a que
aludimos es esa actividad interior que consiste en tomar conciencia de la
realidad, buscar la verdad, reflexionar, elaborar experiencia, brindar amor
profundo, crear orden y belleza, meditar, contemplar. Riqueza interior que
se traduce a veces en ejecución de actividades, a menudo en el intercam-
bio del diálogo enriquecedor y con frecuencia también en la aceptación del
sufrimiento y la quietud ineludibles reconociendo en ellos un llamado a un
mayor aprendizaje de interioridad y a una más íntima y depurada aproxi-
mación a los fines esenciales de la existencia”.
Además de un ser social, el hombre es un ser religioso, “capaz” de Dios que, relacio-
nándose con Él, puede conocerlo, amarlo, servirlo, adorarlo, reverenciarlo...
Como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica en su artículo 27, “el deseo de
Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por y
para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el
hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar. La razón más alta de la dignidad
humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es
invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado
por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la
verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador”. 32
A lo largo de toda la historia, múltiples son las maneras con que los hombres han ex-
presado esta búsqueda de Dios. Pensemos a la pluralidad de creencias, ritos y com-
portamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.) que, a pesar
de las ambigüedades que pueden entrañar, expresan universalmente la verdad de que
el hombre es un ser religioso.
Sin embargo, esta "unión íntima y vital con Dios" a la que todo ser humano está llama-
do puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hom-
bre 33, mas Dios, aunque el hombre lo olvide o lo rechace, no cesa de llamar a todo
32
Sobre la doctrina tradicional de santo Tomás de Aquino que enseña acerca del “deseo natural en el hombre” de ver y de encon-
trarse con Dios, profundiza S. PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental.”Dar razón de la esperanza” (1 Pe 3,15), Ed. Secretariado
Trinitario, Salamanca 20014, 110-173.
33
Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cfr. GS 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la
indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cfr. Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes
del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cfr. Gn
3,8-10) y huye ante su llamada (cfr. Jon 1,3). Cfr. Cat.I.C. nº 29. Además, para las distintas formas de ateísmo, cfr. GS 19-21.
Como conclusión, recordemos las famosas y siempre nuevas palabras orantes de San
Agustín:
Ahora bien, para comprender mejor esta posibilidad de buscar o conocer a Dios, es
necesario distinguir dos planos de conocimiento: el conocimiento natural y el conoci-
miento sobrenatural de Dios (ver punto 3.5).
a.- Imagen por la creación: todos los hombres participan de la imagen de Dios por el
hecho de ser creados. Se funda en la magnitud espiritual del ser humano, espe-
cialmente en las dos facultades que lo distinguen: inteligencia y voluntad. Estas ca-
pacidades espirituales han quedado oscurecidas y no destruidas por el pecado ori-
ginal y los pecados personales. El hombre no deja de ser nunca hijo de Dios, aun
cuando esté en pecado y por lo tanto su dignidad es incondicional. Además, por su
libertad y por la gracia de Dios es capaz de convertirse y volver a El.
b.- Imagen por la gracia: el hombre necesita también de la gracia para volverse a Dios.
Jesucristo nos ha revelado que podemos llegar a ser hijos de Dios: hijos en el Hijo.
En el evangelio de Juan, la Palabra de Dios afirma: a aquellos que lo recibieron, les
dio el poder de llegar a ser hijos de Dios (Jn 1,12).
El hombre puede aceptar libremente el ofrecimiento que Dios le hace. La imagen
herida por el pecado original fue sanada y elevada por Dios. El cristiano va configu-
rándose por la gracia a imagen de Cristo, transformándose en un hombre nuevo
(cfr. Jn 3,1-12). Jesús vino al mundo para que los hombres tengan vida y la tengan
en abundancia (Jn 10,10). En el dialogo con Nicodemo, Jesús nos dice que esta vi-
da es una novedad tan radical que para poseerla es necesario nacer de nuevo. So-
lo el que nace “de lo alto” por el agua del bautismo y por la acción del Espíritu pue-
de participar de la vida de Dios (Jn 3,3.5). Se nace a la vida de Dios mediante la
gracia.
c.- Imagen por la glorificación: El destino final del hombre para el cual fue creado es de
encontrarse con Dios cara a cara (cfr. 1 Co 13,12). El hombre tiene una vocación de
eternidad. Dios lo llama a compartir su gloria, el destino final del hombre es vivir jun-
to a Dios en la gloria eterna de la Trinidad. Dios quiere que el hombre participe de
esta su vida eternamente, por eso no escatimará esfuerzos, sino que llegará a en-
tregar a su propio Hijo a la muerte y muerte de cruz para que alcancemos esta glo-
ria. Como enseña la Escritura de las tres virtudes, Fe, Esperanza y Caridad al final
quedará solamente la Caridad, no será necesario ni la fe ni la esperanza porque ve-
remos al Señor y lo conoceremos tal cual es (cfr. Jn 14,15-20).
Esta revelación de parte de Dios es lo que posibilita que el hombre, primero, natural-
mente, y luego, sobrenaturalmente, pueda conocer a Dios. Es decir, antes de adherir-
se al Dios revelado por Jesucristo como Trino y Salvador (revelación sobrenatural),
puede conocer de Dios su ser Creador y Providente (revelación natural). Éste es un
conocimiento natural que, obviamente supone la iniciativa divina de darse a conocer,
pero a la que todo hombre puede acceder, incluso, sin conocer a Cristo. Mientras que
sin la revelación de Jesucristo hubiese sido (y de hecho lo es para quien no la conoce)
absolutamente imposible alcanzar el conocimiento de Dios Trino y los misterios rela-
cionados con la segunda persona de la Trinidad, como son, por ejemplo, la encarna-
ción, la resurrección o la segunda venida de Cristo en gloria. Es la magnitud del Dios
revelado por Jesús, que por sí va más allá de la capacidad de un conocimiento intelec-
tual o racional de Dios.
Esta verdad acerca de la capacidad y límites naturales del hombre para conocer a
Dios ha sido solemnemente definida en el Concilio Vaticano I (1870). He aquí su afir-
Existe, entonces, un camino transitable por el que la razón humana puede, a partir de
lo creado, conocer a Dios como Creador y Providente. Tradicionalmente se postularon
dos vías de acceso al conocimiento natural de Dios que sintetizan los dos aspectos
complementarios del Cosmos creado: el mundo material (la vía cosmológica) y el
hombre (la vía antropológica). Cfr. Cat.I.C. 32-35.
La primera vía que puede conducirnos al conocimiento de Dios es la que tiene como
punto de partida el mundo material. Desde lo creado, llego al Creador; desde lo bueno,
al Bien; desde el orden y la finalidad, a la Suma Inteligencia. “A partir del movimiento y
del devenir, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios como origen
y fin del universo” [Cat.I.C. 32]. Así lo expresa San Agustín en uno de sus sermones:
El principal representante de este método fue santo TOMÁS DE AQUINO (+ 1274) que, en
su Suma Teológica, postuló las tan célebres “cinco vías de prueba de la existencia de
Dios” (S.Th. 1, q2, a4):
34
Si bien santo Tomás se sirvió para esta vía del argumento del “primer motor inmóvil” que Aristóteles expuso en su Metafísica
(cfr. XII, 8), no deben confundirse ambos argumentos entre sí. El filósofo griego ubicaba este motor como primer eslabón en
la cadena causal, que movía la esfera de los cielos de un cosmos eterno e increado. Santo Tomás, en cambio, dejó clara-
mente a salvo la trascendencia y señorío de Dios, y el hecho que su acción causal no se ubica exclusiva mente al comienzo
de la serie universal de causas y efectos.
La cuarta vía se basa en los grados de perfección de los seres: se comprueba que
en el universo existen cosas con menor o mayor bondad, verdad y belleza, pero no
son causa de esa bondad, verdad y belleza. Por con siguiente, debe haber un ser que
sea verdadero, bueno y bello por excelencia, y por tanto el ser en plenitud en tal per-
fección. Pero aquello que es por excelencia un género de perfección es la fuente últi-
ma de dicha perfección, y por lo tanto debe existir el último principio o fuente de todas
las perfecciones: el ser perfecto por excelencia, la plenitud del ser, al cual llamamos
Dios.
La quinta vía se basa en el orden y finalidad del universo: vemos que los entes
carentes de inteligencia obran de un modo conforme a un fin. Por lo tanto, lejos de una
explicación por mero azar, existe una intención deliberada para arribar a ese fin. Pero
estos entes, al carecer de conocimiento, no pueden tender a un fin si no son dirigidos
por un ser inteligente que conoce este fin. Luego, debe existir ese ser inteligente que
conduce todas las cosas del universo a su fin, y éste es Dios.
En síntesis:
a.- Observamos que toda creatura cambia, se corrompe, nace, muere. Hay un movi-
miento constante en la naturaleza. La observación del universo nos muestra que
ellos no son su propia causa; es decir, no son capaces de dar razón de su existen-
cia. Dicho en otros términos, todo ser creado es contingente, o sea, existe pero po-
dría no haber existido. Su existencia no está incluida en la definición de su esencia.
Por lo tanto, puedo elevarme a una causa trascendente al mundo que es causa de
su movimiento y su ser. Es la Primera Causa Incausada, plenitud del ser.
b.- Existen en el mundo grados de bondad, belleza, verdad, orden y finalidad en los
diversos seres que nos llevan a Aquel que es Sumo Bien, Verdad, Bondad e Inteli-
gencia. Comprobamos que las diversas realidades creadas tienen belleza, son
buenas y verdaderas, pero no podemos identificarlas con el bien, la verdad o la
bondad, pues jamás pueden expresarlos plenamente. No son capaces de remitirnos
al Bien, Verdad y Belleza Plenas. Por lo tanto nos elevamos a un Bien, Verdad y
Belleza Plenas que es Dios.
c.- Captamos un orden y una finalidad en el universo, hay una teleología, o sea una
finalidad en las cosas. Por un lado, las cosas son inteligibles, permeables a la inteli-
gencia humana. Además, observamos que los seres tienen una finalidad que va
más allá de sí mismos. A través de ese orden y finalidad podemos llegar a la Suma
Pensadores como San Agustín, San Anselmo, Pascal y Descartes compartían la con-
vicción de que, mediante un proceso de introspección, es posible descubrir cómo el
hombre remite a Dios.
San AGUSTÍN (+ 430), en su comentario al Salmo 42,2, descubría una clara presencia
divina tanto en la sed de infinito como en el conocimiento de la verdad, es decir, en la
interioridad humana. En sus Confesiones 1,1,1, leemos: “Nos hiciste Señor para ti, y
nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en Ti”.
BLAS PASCAL (+ 1662) expresó otra idea agustiniana en sus Pensamientos 555, po-
niéndola en boca de Dios mismo: “Tú no me buscarías si no me hubieras ya encontra-
do antes”.
Un camino más reciente surgió a comienzos del siglo XX desde una vertiente no atea
del existencialismo, con pensadores como M. BLONDEL (+1949), M. BUBER (+1965), K.
JASPERS (+1969) y G. MARCEL (+1973) entre otros. Desde la experiencia de fracaso,
angustia y situación límite, y allí donde Sartre diagnosticaba que el hombre es “una
pasión inútil”, estos filósofos vislumbraron un punto de partida para la apertura a la
alteridad de Dios, el único que puede rescatarlo de su situación de paradoja existen-
cial.
35
Pensemos por ejemplo al Hinduismo, organismo socioreligioso grande y complejo que consta de innumerables sectas, cul-
tos y sistemas filosóficos e incluye varios rituales, ceremonias y disciplinas espirituales, como también la veneración a nume-
rosos dioses y diosas. Su origen espiritual se encuentra en las Vedas, colección de escrituras antiguas escritas por sabios
anónimos, llamados profetas Védicos. Por otro lado, como tradición espiritual dominante en la mayor parte de Asia, existe el
Budismo que, más que predicar creencias o dogmas acerca de la divinidad es más bien una filosofía integral de vida que
tiene como objetivo la transformación positiva del individuo para alcanzar su potencial de iluminación. Si el sabor del Hin-
duismo es mitológico y ritualista, el del Budismo es definitivamente psicológico. El Buddha no estaba interesado en satisfacer
la curiosidad humana sobre el origen del mundo, la naturaleza de lo divino o preguntas similares, su interés era la situación
humana con sus sufrimientos y frustraciones. Su doctrina, por ello, no es una metafísica sino una psicoterapia. Como 3º ej.
pensemos al Islamismo (Islam es una palabra árabe que significa paz, pureza, aceptación y compromiso) cuya meta es lle-
var a la aceptación y al sometimiento, a la enseñanza y al consejo de Dios-Alá. La originalidad del Islam es, no el haber des-
cubierto la función salvadora de la inteligencia, de la voluntad y de la palabra –pues esta función es evidente y toda religión la
Según la terminología teológica, entonces, valerse de analogías para hablar de Dios signi-
fica que después de dar una afirmación sobre Dios, la teología reconoce un momento
negativo que purifica la definición humana de los posibles antropomorfismos. Dios es in-
comparable en sentido estricto, ningún nombre lo expresa adecuadamente.
Esto es lo que nos ilustra el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 42-43) a cerca de
¿cómo hablar de Dios?:
Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especial-
mente el hombre creado a Su imagen y semejanza. Las múltiples perfec-
ciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan, por tan-
to, la perfección infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir
de las perfecciones de sus criaturas.
Sin embargo, Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin
cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por
medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir al Dios "inefable, in-
comprensible, invisible, inalcanzable" (Anáfora de la Liturgia de San Juan
Crisóstomo) con nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras
humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.
Al hablar de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo hu-
mano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expre-
sarlo en su infinita simplicidad... "Nosotros no podemos captar de Dios lo
que él es, sino solamente lo que no es y cómo los otros seres se sitúan
con relación a él" (S. TOMÁS de A., S.Gent. 1,30).
Sin embargo, a pesar de las múltiples limitaciones del lenguaje humano, éste es capaz
de un discurso verdadero sobre Dios. La proclamación eclesial de la fe católica se sir-
ve de tal lenguaje como único vehículo humano posible de expresión. El Espíritu San-
to, al transmitir aquello que Dios quiso darnos a conocer de Sí mismo y del hombre en
Jesucristo, es capaz de darnos un mensaje que nos llega a través de hombres concre-
tos y, aun así, sin error ni distorsiones.
conoce–, sino el haber hecho de ello, en el marco del monoteísmo semítico, el punto de partida de una perspectiva de salva-
ción y de liberación. Su profesión de la fe, afirmación esencial de esta doctrina absolutamente monoteísta, dice: “No hay otro
Dios que Alláh y Mahoma es su profeta”. Ver anexo I.
36
Analogía es el proceso mental mediante el cual afirmamos una cualidad de Dios (Dios es bueno), luego la negamos (Dios no
es bueno como los hombres) para finalmente afirmarlo en grado sumo (Dios es Buenísimo, es el sólo Bueno, el sumo Bien o
la suma Bondad).
Sabiendo quiénes somos, en qué mundo nos encontramos, cuáles son sus demandas
y exigencias, y conociendo a la vez la dimensión de infinito que late en nuestra interio-
ridad, la vida se transforma en un bello desafío para responder desde el propio lugar a
la verdad, cuya expresión más acabada, Jesucristo, es la Sabiduría y la Palabra eterna
de Dios que ha entrado en la historia de cada hombre.
Pues “lo queramos o no, late en nosotros la cuestión del absoluto, o del misterio abso-
luto de nuestra existencia. Esta cuestión ha tomado en la historia de la humanidad el
nombre de Dios. Por eso esta palabra misteriosa, que de alguna manera nos viene
dada y está presente en todas nuestras lenguas, tiene sentido, y un sentido inagota-
ble. La cuestión de Dios no nos viene del exterior, porque si tal fuera el caso no podría
interesarnos mucho tiempo. El filósofo HEGEL dijo a comienzos del siglo XIX: “El abso-
luto está junto a nosotros desde el principio”“. 37
Ponemos en tus manos estas herramientas teóricas que no sólo pretenden brindar
elementos cognitivos a la inteligencia, sino "razones a tu fe y tu esperanza". Quiera
Dios que este material, que seguiremos profundizando en el devenir de las unidades
siguientes, sirva de ayuda a tus interrogantes más profundos.
37
B. SESBOÜÉ, Creer. Invitación a la fe católica para las mujeres y los hombres del siglo XXI, Ed. San Pablo, Buenos Aires 19993,
39.
1.- INTRODUCCIÓN
A la pregunta “¿puede Dios hablarle al hombre?”, a pesar de las agudas objeciones
que se hacen al respecto 38, el cristianismo responde afirmativamente aportando el
testimonio bíblico, conservado en el seno de la comunidad creyente.
En semejante contexto, una vez afirmada la posibilidad de conocer a Dios por la luz
natural de la razón en la observación del universo (el mundo y el hombre), conviene
abocarse a este otro camino de manifestación abierto por Dios mismo en el interior de
la historia.
38
Cfr. B. SESBOÜÉ, Creer, 172-178. El autor sintetiza de manera clara estas objeciones planteadas a la posibilidad de la
revelación sobrenatural, sobre todo a partir del s. XVII.
39
K. RAHNER - J. RATZINGER, Revelación y Tradición, Ed. Herder, Barcelona 2005, 13. La frase pertenece a una lección
dada por el teólogo con ocasión de su promoción a doctor honoris causa en la universidad de Münster de Westfalia, en mayo
de 1964.
40
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 240.
Precisamente por esta característica central de la Revelación, tanto del Antiguo como
del Nuevo Testamento, como Palabra, una vía de acercamiento a este acontecimiento
divino puede ser analizar las funciones que la lingüística ve en el fenómeno de la pala-
bra humana 43.
1.- Dimensión dinámica: revelando, Dios actúa: por la cual crea y actúa realizando
signos “milagrosos” en el cosmos y en la historia personal y colectiva del pueblo de
Dios;
2.- Dimensión noética: revelando, Dios enseña: por la cual revela y enseña, desde la
ley, la profecía y la sabiduría hasta las bienaventuranzas y el Reino de Dios;
3.- Dimensión personal: revelando, Dios se autocomunica: por la cual progresivamente
se autocomunica de una manera total en Jesucristo, “palabra de Dios” (cf. Jn 1; Ap
19,13: “su nombre es palabra de Dios”).” 44
44
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 241-242.
45
Cfr. PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 252-257.
Justamente, por esta condición espacio temporal, el ser humano necesita realizar su
aprendizaje desde la experiencia existencial a través de sus errores y aciertos. Por
ello, Dios va revelándose a sí mismo y su plan divino para el hombre de manera paula-
tina, dentro de esa temporalidad y especialidad (cfr. DV 3-4; Cat.I.C. 54-64). Por esto,
el cristianismo es esencialmente un acontecimiento histórico.
Sin embargo, aún cuando la Biblia nos muestra la historia humana como historia de la
salvación, una enorme proporción de esta historia estuvo bajo el “silencio de Dios”, en
la que Él sólo se manifestó como Creador y Sustentador del universo (cfr. DV, 3). Sa-
bemos, en efecto, que por ejemplo, el homo habilis tiene 2.000.000 años de antigüe-
46
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 255-256.
La amplitud del tema obliga a dividir la larga vida de los orígenes, desarrollo y ava-
tares de la vida del pueblo de Israel en períodos, de algunos de los cuales abunda
información, y de otros que apenas se tienen datos fidedignos.
Por tratarse de una historia sagrada entrelazada en la historia profana, los docu-
mentos, testimonios y escritos que permiten narrar esta historia están entretejidos
del hecho en sí y la reflexión religiosa del mismo, al punto que resulta difícil o im-
posible de separar el hecho de su interpretación desde la fe. Dios actúa en la vida
de los hombres y la historia se transforma en historia de la salvación contada des-
de la fe del creyente que ha contemplado la intervención divina.
Una distinción fundamental tanto para entender la historia de la salvación como para
comprender la historia del texto sagrado que la cuenta, es la de períodos “preexílico”,
“exílico” y “postexílico”.
En efecto, el punto de inflexión en la historia de la vida del pueblo son los 48 años del
exilio en Babilonia durante el siglo VI a.C. A partir de este hecho traumático que signi-
ficó la perdida de lo más amado por el pueblo (tierra, templo, sacerdocio, etc), la co-
munidad tuvo que reestructurarse y purificar su concepto de la promesa, la alianza y la
ley.
El destierro (586-538)
Las crónicas de Babilonia indican que el 16 de marzo del año 597 el rey Nabucodono-
sor llevo cautivos a Babilonia a todos los miembros de la familia real del reino de Judá.
Pero los acontecimientos más graves ocurrirán en el 586, cuando Nabucodonosor
conquista Jerusalén, la incendia y deporta a numerosos judíos a Mesopotamia. Enton-
ces comienza el período del exilio, el momento más triste, semejante al de la opresión
en Egipto.
47
Cfr. J. L. SICRE, Introducción al Antiguo Testamento, Ed. Verbo Divino, Estella 19932, 289-299 (“Breve historia de Israel”).
El profeta Jeremías informa que 4.600 varones adultos fueron deportados (Jer 52,28-
30). Por su parte el profeta Ezequiel narra la vida de los deportados en Tel Abib (Ez
3,15) en Babilonia, donde además de construir sus casas y cultivar huertos (Jer 29,5-
7), mantienen sus prácticas religiosas que los van uniendo y fortaleciendo en la tradi-
ción de sus antepasados. 48
Con la entrada triunfal a Babilonia de Ciro rey de Persia en el 539 a.C. una nueva eta-
pa se abre para el pueblo de Israel 49. Ciro con una política de tolerancia religiosa y
cultural distinta a las de los caldeos, autorizó en el 538 mediante un edicto (Esd 1,2-4;
6,3-5) el regreso de los deportados a Jerusalén y la reconstrucción del Templo con la
ayuda del imperio. Además ordenó la devolución de los objetos sagrados que Nabu-
codonosor había sustraído del templo.
El retorno a Palestina fue difícil y lento, el primer contingente llego al mando de Ses-
basar (Esd 5-11), luego mediante el apoyo de Zorobabel, el sumo sacerdote Josué y la
acción alentadora de los profetas Ageo y Zacarías, reconstruyeron el Templo que con-
sagraron el año 515.
Posteriormente, luego de una dificultosa etapa debido a las penurias económicas, las
divisiones internas de la comunidad y la hostilidad de los samaritanos, accede al go-
bierno Nehemías, quien además de reconstruir las murallas de Jerusalén, lleva a cabo
una gran reestructuración de la comunidad (Neh 10). En el 445 se suma a esta reno-
vación el sacerdote Esdras, quien se ocupa del culto y de la instrucción del pueblo en
la Ley de Dios.
Gracias a la reforma religiosa y moral promovida por Esdras, toda la vida del pueblo
judío se fue centrando en la Torah (Ley), al punto de convertir al pueblo en el “pueblo
del Libro”. En adelante la figura de este sacerdote escriba dada su importancia en la
restauración, será puesta al lado de Moisés por las tradiciones judías.
La aparición del genio de Alejandro Magno en la historia, termina con el poderío persa,
y en sucesivas conquistas entre los años 356-323 a.C., logra consolidar un imperio
entre oriente y occidente. Su muerte prematura y la división de su potencia en manos
de sus generales no pudieron sostener esa unidad, y en el caso concreto de la tierra
de Palestina, paso de la mano de los Làgidas o Tolomeos de Egipto a la dinastía de
los Selèucidas de Siria. 50
48
Cfr. WRIGTH – MURPHY – FITZMYER, “Historia de Israel”, 482-483.
49
Cfr. SOGGIN, Nueva Historia de Israel, 327-350.
50
Cfr. SOGGIN, Nueva Historia de Israel, 351-390.
Como primer paso, su general Apolonio atacó al pueblo, degollando a muchos y esclavi-
zando a otros; la ciudad fue saqueada y parcialmente destruida, igual que las murallas.
Luego, viendo que la resistencia de los judíos se basaba sobre todo en sus convicciones
religiosas, prohibió la práctica de esta religión en todas sus manifestaciones. Fueron
suspendidos los sacrificios regulares, la observancia del sábado y de las fiestas; mandó
destruir las copias de la ley y prohibió circuncidar a los niños. Cualquier trasgresión de
estas normas era castigada con la muerte. No contento con estas medidas represivas,
Antìoco IV levantó al sur del templo una ciudadela llamada el Acra, colonia de paganos
helenizantes y de judíos renegados, con constitución propia; la misma Jerusalén era
considerada probablemente como territorio de esta “polis”. Además se erigieron santua-
rios paganos por todo el país y se ofrecieron en ellos animales impuros; los judíos fueron
obligados a comer carne de cerdo bajo pena de muerte y a participar en ritos idolátricos.
Como coronamiento de todo, en diciembre del 167 fue introducido dentro del templo el
culto a Zeus Olímpico.
La rebelión comenzó con Matatías y sus cinco hijos. Después de la muerte de su pa-
dre, Judas “el Macabeo” (166-160), quedó al frente de la resistencia; en el año 164
reconquistaron el templo de Jerusalén y luego establecieron un periodo transitorio de
independencia judía.
Con la muerte de Simón, el último de los hijos de Matatìas, asume su hijo Juan Hir-
cano (134-104 a.C.) quien funda la dinastía asmonea. 51 A pesar de algunos éxitos en
el aspecto militar, que le significan a Judá la recuperación de territorios, los disturbios y
las insurrecciones van minando esta independencia que acaba con la entrada de
Pompeyo en Jerusalén el año 63 a.C., quien convirtió a Siria y a Palestina en una pro-
vincia del imperio romano.
5.- JESUCRISTO:
MEDIADOR Y PLENITUD DE LA TODA LA REVELACIÓN
La larga historia apenas bosquejada en los párrafos anteriores es la preparación para
la llegada del Hijo de Dios al mundo. Este acontecimiento central y decisivo que marca
en el calendario un “antes” y un “después” de Cristo, constituye la cima de la revela-
ción de Dios.
51
RIVAS, Los libros y la historia de la Biblia, 115-116.
La economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que
esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nues-
tro Señor (cfr. 1 Tim 6,14; Tit 2,13).”(DV 4; cfr. Cat.I.C. 65-67.73.)
Las palabras de Jesús son la predicación del Reino, son las parábolas y las palabras
sobre el misterio de Dios y de la salvación. Sus obras son sus grandes iniciativas de
perdón a los pecadores, es la invitación a comer con ellos, son los signos que acom-
pañan a sus actos y, sobre todo, su muerte y su resurrección. Porque a su manera de
vivir corresponde su manera de morir, que suscita la fe en el centurión. La resurrec-
ción, en fin, es el sello divino en todo este itinerario.” 52
De este modo, Dios continúa fielmente su estilo humano para revelar- se, eligiendo
siempre para mediar su Palabra a una comunidad situada en un marco espacio-
temporal concreto, asumiendo sus limitaciones y aun sus miserias. Mediante la acción
inspiradora y unificadora del Espíritu Santo que obra a través de la Iglesia, Dios llega
de un modo indefectible a transmitirnos “todo y sólo lo que El quería” que conociése-
mos para nuestra salvación (cfr. DV 7-10).
“La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a
los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el
Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predica-
ción.”
6.1.- Tradición
La Iglesia heredó del judaísmo la noción de una tradición que, unida a la Escritura, nos
comunican la revelación. En el nuevo Israel, surge la predicación viva y, sólo después,
la fijación por escrito. La memoria de Jesús permanece viva en la comunidad cristiana
y es transmitida fielmente. En una doble vertiente, la tradición transmite la memoria, y
comunica a la vez los dones de la salvación (DV 7). 53
La Sagrada Escritura no es más que la misma tradición “en cuanto palabra escrita”, ya
que la Escritura es un momento privilegiado de la tradición y, por ende, la tradición es
el medio vital de la Escritura.
Esta tradición se vio enriquecida por el decisivo aporte de los llamados “Padres de la
Iglesia”, que desarrollaron su actividad teológica y apostólica en los primeros siglos de
nuestra era. La llamada “literatura patrística” conoció un primer período con los Padres
Apostólicos de los siglos I y II, quienes recogieron las enseñanzas evangélicas en car-
tas y máximas sencillas dirigidas a las incipientes comunidades cristianas. Con el en-
carnizamiento de las persecuciones a la Iglesia por parte del Imperio Romano surgie-
ron hacia el siglo III los Padres Apologistas, que con sus escritos defendieron la fe
ante sus detractores paganos. Luego del Edicto de Milán de tolerancia religiosa, pro-
mulgado por el emperador Constantino en el año 313, los Padres pudieron disponer de
la paz necesaria para profundizar y madurar su doctrina, estableciendo así las bases
53
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 59-65 (“La tradición en el tiempo del Antiguo y del Nuevo Testamento”).
No obstante este gran ámbito vital de la Tradición, es justo distinguir entre "Tradición
apostólica y tradiciones eclesiales".
“La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo
que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron
por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un
Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la
Tradición viva.
6.2.- Escritura
Desde el mismo Nuevo Testamento (cfr. Hech. 1,16; 2 Pe. 2,21; 2 Tim. 3,14-17), la
Iglesia poseyó siempre la convicción de que fue Dios mismo quien inspiró al redactor
sagrado. El Concilio de Florencia en el año 1442 declaró formalmente que Dios es el
autor de las Sagradas Escrituras. Por esta razón éstas “enseñan firmemente, con fide-
lidad y sin error” la verdad que Dios quiso comunicarnos para nuestra salvación (DV
11).
Ahora bien, la Escritura o Biblia no es un libro del pasado, sino es la siempre viva y
actual palabra de Dios. La Biblia, más que ser un libro, es una persona: Cristo Jesús
(DV 8; SC 7). Esto quiere decir que la Biblia, aunque está condicionada por un tiempo
y un espacio, una cultura y unos problemas concretos a que hace frente, no pierde su
dimensión universal y su reflexión profunda de las diversas realidades del ser humano.
La Biblia no tiene en cuenta realidades o problemáticas modernas, no es un libro de
recetas. Pero en ella encontramos el espíritu, los criterios, los valores que deben in-
formar nuestras respuestas; en ella encontraremos la luz que nos impulsará a respon-
der a las nuevas problemáticas de acuerdo a los valores y criterios que proclama.
54
Cfr. RAHNER - RATZINGER, Revelación y Tradición, 27-76 (“Ensayo sobre el concepto de Tradición”).
55
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 67-79 (“La Biblia es la memoria escrita del Pueblo de Dios”).
Pero estaríamos incompletos si, para hablar de la Palabra de Dios hoy, sólo tocáramos
el tema de la Biblia. Dios habla hoy también a través de los ACONTECIMIENTOS.
Estos acontecimientos pueden ser fruto de la libertad humana o resultado de la contin-
gencia y limitación del ser humano y de la naturaleza. No interesa el acontecimiento en
sí mismo, sino en cuanto revelador de las personas, fenómeno de conciencia colecti-
va. Los acontecimientos son palabra de Dios que nos interpela y cuestiona. No se trata
de sacralizar la historia o justificarla: hay acontecimientos contrarios a la voluntad divi-
na y hay otros que se suman en la dimensión del misterio incomprensible. Pero nues-
tra tarea sigue siendo saber leer e interpretar los signos de los tiempos y discernirlos a
la luz del evangelio, distinguir el elemento divino (gracia) del humano (pecado), discer-
nir la voz del Espíritu en medio de otras voces que quieren imponerse. Para llevar a
cabo esta tarea de interpretar los signos de los tiempos, es necesaria una verdadera
sensibilidad espiritual para escuchar la voz de Dios y mirar su obrar.
Por último, es necesario reafirmar que Dios nos habla a través del HERMANO, prota-
gonista muchas veces de esos signos de los tiempos. Estas palabras de Dios (Biblia,
acontecimiento, hermano) no son paralelas e independientes, sino que se relacionan
mutuamente. La Biblia interpela a la vida, pero la vida también interpela a la Escritura.
Vamos a ella con nuestras preguntas y salimos con las preguntas que ella nos lanza.
Leemos la Biblia y ella nos lee a nosotros.
6.3.- Magisterio
““El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido en-
comendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesu-
cristo” (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo
de Roma”. [Cat.I.C. 84]
Para que el Magisterio pueda llevar a cabo esta tarea, Jesús le ha otorgado, a través
de la acción inspiradora del Espíritu Santo, el carisma de la infalibilidad. Tal como fue
proclamado por los Concilios Vaticano I y II, el Papa goza de infalibilidad cuando pro-
clama, explícita y solemnemente y en cuestiones de fe o moral, una verdad para ser
creída por los fieles católicos. Asimismo, también el cuerpo episcopal posee este ca-
risma cuando ejerce su misión magisterial en comunión con el Papa, principalmente en
los Concilios Ecuménicos (cfr. Constitución Pastor Aeternus, 1870, cap. IV; LG 25;
Cat.I.C. 891).
¿Qué relación existe entre la tradición y la escritura? Lo que antes se veía como “dife-
rencias” entre dos fuentes paralelas, se vio en el Concilio Vaticano II como una rela-
ción íntima y complementaria. Desde la reforma, los protestantes sostuvieron la “sola
Scriptura” (solamente la Escritura como fuente de la revelación), mientras que el Con-
cilio de Trento se fue por la Escritura y las tradiciones apostólicas no escritas. En reali-
dad, más allá de la retórica, los católicos muchas veces relegamos a un segundo tér-
mino la Escritura y nos quedamos con la Tradición y el Magisterio. Por eso es impor-
tante ver los acentos que propone el Vaticano II (cfr. DV 9-10).
Entre Escritura y Tradición hay UNIDAD porque ambas proceden de la misma fuente,
las dos tienen un mismo servicio que prestar, poseen un mismo contenido y se orien-
tan a una misma finalidad: comunicar la salvación en Cristo.
Por último, hemos de señalar las diferencias, entre Escritura y Tradición: la Escritura
es única e irrepetible, mientras que la Tradición es continua y prosigue a lo largo de la
historia. En cuanto a estructura, la escritura es palabra formal de Dios, mientras que fa
tradición es palabra formal del ser humano...
7.- CONCLUSIÓN
A modo de conclusión de la unidad, y a riesgo de ser reiterativos enunciemos de ma-
nera sintética y esquemática algunos conceptos significativos que fueron ya desarro-
llados en el curso de la exposición.
La historia deviene así lugar de manifestación divina. En efecto, Dios no es sólo Señor
del universo sino también de la historia, a la que conduce hacia su consumación irre-
vocable; es por eso que su promesa dada al hombre se cumplirá de modo incondicio-
nal.
Los destinatarios de la revelación somos todos, sin exclusión de nadie (DV 14; GS 22).
Las etapas de la revelación encuentran su cumbre en Cristo, de ahí la división en Pri-
mer Testamento, con economía parcial y progresiva, palabras fragmentarias y múlti-
ples mediadores, y Segundo Testamento, con una economía nueva y definitiva en Je-
sús, único mediador. Jesús es, a la vez, autor y objeto de la revelación, predicador y
predicado, mensajero y contenido del mensaje.
UNIDAD IV:
LA SAGRADA ESCRITURA,
DIOS HABLA EN LENGUAJE HUMANO
1.- INTRODUCCIÓN
Dios se revela a través de obras y palabras. Esta revelación, como hemos estudiado,
se transmite en dos expresiones complementarias: Tradición y Escritura. El proceso de
formación de las Escrituras es lento: experiencia, memoria histórica y transmisión oral
y escrita.
2.1.- Inspiración
La misión del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento es, tanto para hablar, como
para actuar. Es el Espíritu el que está presente en los grandes momentos de la historia
de la salvación y es él quien se manifiesta en los diversos carismas que hay en torno a
la Palabra de Dios. Así, el Espíritu ACTÚA y HABLA en los grandes personajes (Juec
3,10; Num 24,2-3) y en el Mesías (Is 11,1-9). Hay diversos carismas en torno a la Pa-
labra: el profético o de proclamación (Jer 1,9; Is 42,1) y los funcionales en orden a la
conservación, desarrollo y elaboración de la palabra proclamada (Num 11,16-25; l
Cron 25,1-3; Sir 15,1-6). En el caso de los profetas, lo que ellos predicaban ya era
palabra de Dios; en orden a la consignación por escrito, se prolonga en ellos o en sus
discípulos la acción divina (Jer 29,30; Is 8,16).
Hay una equiparación entre la palabra profética y el Espíritu. Así se establece una re-
lación directa entre Escritura y Espíritu y de allí se deriva una autoridad (Neh 9,30; Is
59,21). En el origen de las Escrituras se sitúa al Espíritu (Hech 1,16). Todo esto se ve
claro en los dos textos considerados clásicos que vienen a coronar la conciencia que
se va dando en la misma Escritura sobre la Palabra de Dios. 56
1.- 2 Tim 3,14-1 7: se fija más en la obra inspirada sin hablar directamente del hagió-
grafo. “Toda Escritura” da idea distributiva y habla, en su concepto, de la colección
de libros del AT y aquellos escritos cristianos que para esa época circulasen ya
equiparados a las Escrituras.
2.- 2 Pe 1,19-21: se fija en los hombres movidos por el Espíritu, especialmente profe-
tas y, sólo por analogía, en los demás hagiógrafos. Insiste en que la interpretación
de la palabra profética escrita no puede ser privada, sino adecuada a su origen,
que es divino. No se hace distinción entre profecía hablada y escrita, y el concepto
de la carta incluye explícitamente escritos del NT (cfr. 2 Pe 3,14-16)
AUTORES INSPIRADOS: hay que entender en esta categoría a todos los que han
colaborado en la formación de las Escrituras en sus diversas facetas, desde la fase
oral hasta su fase propiamente escrita; la inspiración se da allí donde haya habido una
verdadera actividad de composición y redacción.
Los hagiógrafos tienen una gracia especial del Espíritu en orden a poner por escrito la
revelación, el anuncio auténtico de la palabra de Dios; la inspiración es un carisma del
lenguaje. Por eso distintas comparaciones o analogías antiguas deben ser situadas en
su momento y en el sentido en que nacieron; ninguna de ellas puede pretender abar-
car el misterio de la inspiración escriturística en su totalidad.
2.2.- Verdad
El Concilio Vaticano II, superando el planteo de la "inerrancia bíblica" (la Biblia no tiene
errores) que había conducido a un callejón sin salida, a través del CONCORDISMO o
del FUNDAMENTALISMO, se plantea más bien qué tipo de verdad enseña la Biblia.
Así, en la versión final de la Dei Verbum, el término “verdad” equivale a “revelación-
salvación”, o al menos se encuentra en un contexto en esta línea (DV 2 .7).
58
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 225-249 (“La verdad de la Biblia”); PETRINO, Dios nos habla, 89-158.
3.- CANONICIDAD
La palabra “canon” significa caña o vara de medir. Después de los siglos III-VI pasó a
designar la lista de los libros inspirados por Dios y aceptados como tales por la Iglesia,
en los que se contiene la regla de la fe. Llamamos canonicidad, pues, a la aceptación
oficial por parte de la Iglesia del carácter inspirado de un libro. Desde antiguo, como en
el caso de EUSEBIO DE CESAREA, se distinguieron dos tipos de libros: los aceptados por
todos desde el principio, sin ninguna discusión llamados homologoumenoi (unánime-
mente reconocidos), y los controvertidos discutidos llamados antilegomenoi (contradi-
chos), o también designados como amphiballomenoi (discutidos). Estas dos categorías
de libros posteriormente fueron designados por SIXTO DE SIENA (1569) como "protoca-
nónicos" y "deuterocanónicos". 59
El canon no nos llega por una revelación directa, sino que su reconocimiento ha sido fruto
de una toma de conciencia paulatina de la Iglesia, iluminada por la tradición. Antes que
una formulación clara y definitiva del canon, ha existido una prolongada praxis de la Iglesia
en esta línea, que se manifestó en la lectura litúrgica de algunos libros y el rechazo de
otros. En el campo católico se ha llegado a la conclusión de que la Escritura es reconocida
como tal por la Tradición; es decir, que no es la Iglesia o su jerarquía la que inventa el
canon, sino que éste se impone a la comunidad.
Algunos criterios que se han propuesto a lo largo de los siglos para entender el canon
son:
a.- La apostolicidad, que es el criterio articulante. Quiere decir que para declarar a un
libro canónico los apóstoles deben estar a la base de la transmisión, su contenido
ha de estar de acuerdo con el kerygma y debe tener la función de edificar a la co-
munidad.
b.- La presencia del Espíritu Santo en la Escritura, esto es, que la última fundamenta-
ciòn de la normatividad de las Escrituras es la autoridad del Señor Jesús, manifesta-
da por su Espíritu. Es el reconocimiento de la inspiración de un libro lo que lo hace
normativo. No es la Iglesia la que decide: ella reconoce lo que el Espíritu ha inspira-
do; este sometimiento al Espíritu de Jesús es el que nos hace descubrir su presencia
singular en unos libros determinados.
c.- La recepción de la comunidad es el llamado “criterio eclesial”. Es el criterio práctico
decisivo para considerar unos libros como inspirados. La iglesia entera, incluido su
magisterio, está sometida a la Palabra de Dios. No es, por tanto, un acto arbitrario
de la iglesia el que crea el canon, sino un acto de fe que expresa el reconocimiento
por parte de la comunidad del carácter inspirado y normativo de algunos libros.
59
Cfr. PETRINO, Dios nos habla, 37-54; RIVAS, Los libros y la historia de la Biblia, 31-40.
Nos encontramos ante textos del pasado, escritos en otra lengua, cultura y tiempo.
Además, la Escritura entierra los hechos y se hace difícil descubrir el acontecimiento
que está detrás del texto y el significado que tuvo en su situación originaria.
Para que se dé una auténtica interpretación bíblica, hay que recordar que ésta es PA-
LABRA HUMANA, por eso se requiere de la ciencia (“texto”); es también PALABRA DI-
VINA, por eso se exige la fe para su comprensión (“con-texto”); es también PALABRA
ACTUAL, por eso se requiere una referencia a la vida del lector y a su situación concreta
y actual (“pre-texto”) 61. Veamos cada característica por separado.
Por eso, para encontrar el sentido literal, es preciso conocer la intención del autor, es
decir, tratar de situar bien su tiempo y espacio, sus destinatarios, la problemática que
enfrentaban ambos, la intención del escritor, etc.
Pero también es necesario conocer el significado de las palabras con las que ese au-
tor se expresa, y para ellos es necesario leer bien y profundamente la obra, fijarse en
60
Cfr. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Ed. San Pablo, Buenos Aires 1993.
61
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 291-322 (“El problema hermenéutico en el concilio Vaticano II y en la
exégesis católica contemporánea”).
Otra cosa substancial es que, para escuchar y servir a la Palabra, hay que saber que
no estamos por encima de ella, sino que debemos dejarnos interpelar y juzgar por ella,
para poder proclamarla con libertad y valentía. Además, es sumamente importante el
horizonte hermenéutico del lector, es decir, la perspectiva existencial desde la que se
debe leer la Escritura, en otras palabras, el LUGAR SOCIAL en el que nos ubicamos
que debe ser siempre la tradición de los pobres, que es la tradición de Dios y de su
Mesías.
El Magisterio de la Iglesia al respecto enseña: “Para descubrir la intención del autor, hay
que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios. Pues la verdad se presen-
ta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos
o poéticos, o en otros géneros literarios. El intérprete indagará lo que el autor sagrado
dice e intenta decir, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios pro-
pios de su época. Para comprender exactamente lo que el autor propone en sus escri-
tos, hay que tener muy en cuenta los modos de pensar, de expresarse, de narrar que se
usaban en tiempo del escritor, y también las expresiones que entonces más se solían
emplear en la conversación ordinaria” (DV 12)
Para tener una visión global de la complejidad del texto bíblico y de la variedad de los
géneros que emplean sus autores humanos para expresar la palabra divina, presen-
tamos de manera general sus principales géneros literarios. 62
El Evangelio
“El género literario evangelio es único y singular como único y singular es el personaje
central y objeto de los mismos, Jesucristo. Es un estilo propiamente cristiano sin pre-
cedentes en la literatura religiosa.
Los santos Evangelios son a la vez escritos históricos, teológicos y apologéticos. Estas
tres notas caracterizan su identidad particular.”
Estamos frente a un género literario que en el mundo helenístico tiene semejanza (pe-
ro ningún paralelismo) con las narraciones populares que cuentan las gestas de los
hombres famosos (las praxeis), y en el judaísmo, con los “Dichos de los Padres” (Pirké
Abot) y sobretodo con la haggadá pascual. Se trata solo de semejanzas. Prácticamen-
te en el ambiente bíblico-judaico se encuentran todos los antecedentes necesarios,
pero no suficientes.
También existen: El género Hechos de los apóstoles o el género epistolar; pero uno
que llama mucho la atención es el:
El género apocalíptico
62
Cfr. PETRINO, Dios nos habla, 199-237.
63
R. FABRIS, “Evangelio” en ROSSANO P. - RAVASI G. - GIRLANDA A. (eds.), Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Madrid
1990, 587.
El género apocalíptico expresa sus profecías valiéndose del tipo y del anti-tipo, pro-
clamando sus anuncios a dos niveles, uno más próximo y el otro más remoto. Es ca-
racterístico de este género el dramatismo y la solemnidad de las escenas así como el
frecuente uso de imágenes y símbolos muy vivos y enfáticos. Es común el simbolismo
teriomorfo, aritmético y cromático.
Hay diversidad de preguntas que se pueden hacer a un texto, y por lo mismo habrá
variedad de significados y enfoques en torno a él. Esto ha creado una metodología
variada 64. Ningún método agota de por sí la riqueza de la Biblia, sino que todos son
complementarios. Las dos principales posiciones pueden resumirse así:
Esta doble metodología, sus ventajas y limitaciones, ha producido una gran cantidad de
lecturas o aproximaciones a la Escritura. Mencionaremos las más importantes:
1.- Lectura histórica crítica: pretende investigar el proceso de formación del texto, bus-
car la historia del texto actual y el suceso que está detrás del texto. Es la práctica
más difundida y que tiene una metodología más clara y desarrollada, pero tiene la
limitación de que lleva en ocasiones a despedazar el texto y presenta resultados, a
veces, demasiado conjeturales e hipotéticos, quedándose en consideraciones ar-
queológicas o históricas sin llegar al núcleo del significado para el hombre de
hoy. 65
64
Cfr. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 32-68.
65
Cfr. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 32-38.
a.- Eclesiales: hechas en comunidad, en unión con la iglesia del pasado y con las co-
munidades actuales.
b.- Espirituales: es decir, guiadas por el Espíritu Santo, abiertas al Señor, humildes
para saber que no somos dueños de la Palabra, sino sus servidores.
c.- Comprometidas: es decir, desde la solidaridad con los pobres y encaminadas a la
promoción de los valores del reino: justicia, paz, solidaridad, fraternidad, etc.
Toda la Iglesia escucha y transmite la Palabra de Dios (DV 8 y 10). Sin embargo, por
tratarse de una comunidad organizada y orgánica, existen algunas funciones específi-
cas:
1.- LOS EXÉGETAS: son los especialistas, a quienes les toca lo más técnico y espe-
cializado, la verdad histórico crítica, el conocimiento objetivo de los hechos, el dato
que está en el fondo de la Escritura. No son repetidores del Magisterio, sino perso-
nas que procuran hacer avanzar la comprensión de la comunidad, para que la Pa-
labra llegue a todos. Su función técnica tiene una finalidad pastoral.
2.- LOS FIELES: les toca la verdad “existencial” de la Palabra, es decir, buscar en la Pa-
labra la respuesta a las grandes interrogantes sobre el sentido de su vida.
3.- EL MAGISTERIO: en una actitud de escucha a la Palabra y unido al resto del Pue-
blo de Dios, le compete la proclamación e interpretación auténtica de la Palabra de
Dios. No se trata del juicio sobre las cuestiones técnicas, sino la palabra iluminado-
ra que oriente la interpretación a la Buena Nueva de origen apostólico. Sus inter-
pretaciones también están sujetas a la maduración de la iglesia que camina hacia
la verdad plena.
Una exigencia fundamental para todo creyente que quiera interpretar rectamente la
Escritura es observar los tres ángulos del llamado “triángulo hermenéutico”:
5.- CONCLUSIÓN
Los avatares sufridos por el texto hebreo, arameo y griego de la Biblia durante dos
milenios de su transmisión, la problemática de la verdad que transmiten en su condi-
ción única de inspirados por Dios, el discernimiento para distinguir los textos inspira-
dos de aquellos, que aún bellos e interesantes, no lo son, o sea la canonicidad de los
textos, más el trabajo de interpretación, han sido presentados de manera sintética en
esta unidad.
Gracias a Dios existe gente en la Iglesia y fuera de ella que consagra su vida a indagar
sobre la Sagrada Escritura, en su triple dimensión de palabra humana, divina y actual.
El resultado de sus investigaciones es lo que posibilita el acceso a un texto crítico por
parte de cualquier estudioso, investigador o simple lector. Luego sobre la base de este
texto crítico se efectúan las traducciones, que tienen por finalidad acercar a todos los
fieles un texto seguro para la lectura, estudio, meditación personal y grupal.
1.- INTRODUCCIÓN
“Los conocimientos que hemos adquirido nos permiten afrontar los demás enunciados
cristológicos fundamentales. En el curso de la historia de la fe cristiana se han desa-
rrollado dos líneas que se han ido separando cada vez más: la teología de la encarna-
ción, que nació del pensamiento griego y que se impuso en la tradición católica de
Oriente y Occidente, y la teología de la cruz, que irrumpió vigorosamente con los re-
formadores a partir de las afirmaciones de Pablo y de las primeras formas de la fe cris-
tiana.” 66
Siguiendo esa magistral enseñanza de nuestro actual Papa, que resume la contem-
plación maravillada de la Iglesia de tan gran misterio, expresada a lo largo de siglos de
pensamiento teológico, miremos la encarnación en el designio y la obra de la Santísi-
ma Trinidad.
Por esa distinción teológica entre “Trinidad inmanente” y “Trinidad económica”, es de-
cir, la distinción que describe a la Trinidad en sí misma, en su intimidad, y a la Trinidad
en su obrar hacia el mundo y el hombre, podemos afirmar que la Encarnación del Hijo
es obra de toda la Trinidad: del Padre que envía al Hijo, del Hijo que se hace hombre,
y del Espíritu Santo que obra en María para que esto sea posible (cfr. Cat.I.C. 258-
260).
66
RATZINGER, Introducción al cristianismo, 192.
67
RATZINGER, Introducción al cristianismo, 192.
La iniciativa del Padre se inscribe dentro del dinamismo íntimo del misterio de la Trini-
dad. Las “misiones” divinas que manifiestan el orden de las personas divinas y consti-
tuyen como una prolongación “hacia fuera” (ad extra) de la vida de la intratrinitaria nos
enseñan que el Padre, llegada la plenitud de los tiempos envió a su propio Hijo para
redimirnos y hacernos hijos adoptivos suyos (cfr. Gal 4,4-5).
En el intento de explicar la Encarnación como acto del Hijo, SANTO TOMÁS DE AQUINO
(1224-1274), se ve desafiado por dos cosas: entender el por qué y el cómo de la en-
carnación. Es precisamente lo que hará TOMÁS y de forma magistral.
Estudia el por qué explorando los motivos de conveniencia; observa que sólo pueden ar-
gumentarse motivos de conveniencia, no de necesidad, porque absolutamente hablando:
“Dios habría podido redimirnos con su omnipotencia en muchas otras maneras” (S. Theol.,
III, q. 1, a. 2.). Las razones de conveniencias aducidas por STO. TOMÁS son muchas pero
la más importante es la reparación del pecado, una reparación querida por la justicia divi-
na y que el hombre no estaba en grado de cumplir. Según el teólogo esta razón debe
considerarse como primera y más importante porque está claramente atestiguada por la
Escritura. STO. TOMÁS no excluye, en hipótesis, que hubiera podido encarnarse en la
eventualidad que el hombre no hubiera pecado. Afirma: “Hay dos opiniones en este pro-
pósito. Algunos dicen que el Hijo de Dios se hubiera encarnado también si el hombre no
hubiera pecado. Otros, en cambio, afirman lo contrario. Parece que esta última opinión se
deba preferir. Las cosas dependen de la voluntad de Dios, por encima de todo aquello que
es debido a las criaturas, no pueden ser notadas sino a través de la Escritura, en la cual la
voluntad divina se manifiesta. Por tanto, así como en la Sagrada Escritura el motivo de la
encarnación es considerado en relación al pecado del primer hombre (incarnationis ratio
ex peccato primi hominis), es más oportuno decir (convenientius dicitur) que la obra de la
encarnación ha sido dispuesta por Dios como remedio del pecado, de modo que, no exis-
tiendo el pecado, no se hubiera dado la encarnación. La potencia de Dios, no puede ser
delimitada en estos términos: Dios, de hecho habría podido encarnarse aunque no hubie-
ra existido el pecado” (S. Theol., III, q. 1, a. 3.).
Una vez explicado el por qué, STO. TOMÁS pasa a explicitar el cómo de la encarnación.
Comienza por considerar y criticar puntualmente las herejías de los primeros tiempos
de la Iglesia respeto de la relación entre el Verbo y la carne; entre la segunda persona
de la Trinidad y la humanidad asumida en el seno de María virgen.
Fiel a la definición del Concilio de Calcedonia (451), STO. TOMÁS explica el misterio de
Cristo con los términos de: única persona (la del Verbo) y dos naturalezas íntegras e
inconfusas, sustancialmente unidas (la naturaleza divina y la naturaleza humana). La
encarnación, que la llama “milagro de todos los milagros” (miraculum omnium miracu-
lorum), comporta para Cristo un estado de perfección singularísimo: no sólo porque la
naturaleza está exenta de toda mancha de pecado, sino también y sobre todo, porque
aquella ha recibido la máxima de las gracias de la unión hipostática con la divinidad
(cfr. III Sent. d. 3. q. 2 a. 2).
Es el Espíritu, quien en la “plenitud de los tiempos” (cfr. Gal 4,4) obra para que se
realice la autocomunicación de Dios con la humanización del Hijo de Dios en el seno
de la Virgen María (cfr. Lc 1,35). Es decir que el inicio biológico de Jesús se lleva a
cabo por “obra del Espíritu Santo”.
Ese hombre es el Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, de cuya plenitud
todos hemos recibido gracia sobre gracia (Jn 1,14.16). Ese hombre es visto en rela-
ción y equiparación dinámicas (conocimiento, amor, juicio) con el Padre y el Espíritu.
Este hecho hace surgir la pregunta por su identidad como sujeto en relación con los
otros dos sujetos: Padre y Espíritu; y la consiguiente cuestión de la persona, decisiva
en Trinidad y cristología.” 68 Esta pregunta crucial provocó la reflexión y la discusión
teológica desde los primeros tiempos.
La definición de BOECIO es clave para entender esta explicación del misterio. En efec-
to, él define a la persona como “sustancia individual de naturaleza racional”, es decir
que se sirve de tres conceptos fundamentales: “substancia”, “individualidad” y “racio-
nalidad”.
“En la segunda mitad del siglo XX han aparecido nuevos intentos de interpretación de
la unión hipostática, partiendo de la reflexión sobre la existencia espiritual del hombre,
mostrando su abertura al Absoluto; su trascendimiento hacia el otro como el lugar de
sus verdad y realización; la misión como la verdad de la persona; el prójimo como el
que nos está encargado y en cuya alteridad se funda y realiza nuestra autonomía; pa-
68
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, 443.
69
Cfr. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, 446-447.
“Siguiendo, pues a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confe-
sar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad y per-
fecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de
alma racional y cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad y consubstan-
cial con nosotros según la humanidad, "en todo semejante a nosotros, excepto en el
pecado" (Heb 4,15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y
por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María,
la Madre de Dios, según la humanidad.
Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas; sin
confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de
ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades
de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona
(DS 301-302).” (Cat.I.C. 467).
Concluyamos este apartado con la visión reasuntiva sobre la fórmula calcedoniana por
parte de SESBOÜÉ quien escribe: “esta definición llegará tal cual hasta nosotros como
una referencia fundamental de todo discurso sobre Jesucristo. Es sin duda la más cé-
lebre de toda la historia, aunque tardó cien años de imponerse y fue completada por el
trabajo de otros dos concilios (Constantinopla II y III). En la actualidad es objeto de un
amplísimo consenso ecuménico entre los cristianos. Pero también se han hecho pa-
tentes sus limitaciones y la inconveniencia de su lenguaje abstracto, demasiado in-
temporal.” 71
“Por lo tanto, la fe puede escrutar las circunstancias de la muerte de Jesús, que han
sido transmitida fielmente por los evangelios (cf. DV 19) e iluminadas por otras fuentes
históricas, a fin de comprender mejor el sentido de la Redención.” (cfr. Cat.I.C. 573).
En efecto, la visión histórico-salvífica del evangelista Lucas muestra las fases del ca-
mino de Jesús: sus obras del Reino y su predicación, su camino hacia Jerusalén. En
Lc 9,51, se afirma que “cuando se cumplían los días de su ascensión, Él, con determi-
70
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, 447-448.
71
SESBOÜÉ, Creer, 433.
En Lucas, el paso del Jesús terreno al Cristo elevado a los cielos es el objetivo final de
su exposición evangélica (cfr. Lc 24,46-48) y el comienzo del libro de los Hechos (cfr.
Hch 1,4-8). Este paso tiene lugar en la ascensión (cfr. Lc 24,51; Hch 1,9-11) que
muestra a su modo la continuidad de la vida de Jesús y la diferenciación de su activi-
dad salvífica, ahora desde su señorío a la derecha del padre por medio del Espíritu
santificador.
Por tratarse del misterio central por el cual se lleva a cabo la redención de los hom-
bres, aún cuando en la segunda unidad de nuestro módulo el tema ya fue tratado, sin
embargo, realizaremos un breve recorrido por los pasos que desembocan en la muer-
te-resurrección de Jesús.
“La profecía sobre el Templo (Mc 14,58; cf. Jn 2,19) junto a la expulsión de los vende-
dores del Templo, constituyen dichos y acciones que son interpretadas mesiánicamen-
te y culminan el creciente desentendimiento de Jesús con los sumos sacerdotes y los
escribas, brindando la ocasión para su acusación, proceso ante el Sanedrín como
blasfemo (Mc 14,61b-64) y luego ante Pilatos como sedicioso por proclamarse Mesías
atentando así contra el poder y orden romanos.” 72
Ante todo, debe tenerse bien presente que los textos que relatan la última cena no son
crónicas, sino relatos provenientes del ambiente litúrgico (cfr. Mt 26,26-29; Mc 14,22-
25; Lc 22,14-20; 1 Co 11,23-27; Jn 13,1-15)
Es indudable el clima pascual de la Cena: “El primer día de los ácimos, cuando se sa-
crificaba el cordero pascual...” (Mc 14,12.14; Mt 26,17.19); “He deseado ardientemente
comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión” (Lc 22,15) relatan los evangelios
sinópticos. Sin embargo Juan en el relato de la Pasión dice: “ellos no entraron en la
72
ESPEZEL, Jesucristo, 77-78.
También está enmarcada en el molde de una comida de despedida, una “comida tes-
tamentaria “(cfr. Gen 49; Deut 33,1-29; Hch 20,17-38; Jn 13-17).
4.3.- Gethsemaní
“La tradición dogmática descubrirá (Concilio de Constantinopla III, año 681, Concilio de
Letrán, año 649), gracias a la labor de SAN MÁXIMO EL CONFESOR, el sí humano de
Jesús (su voluntad propiamente humana) a la voluntad salvífica del Padre. El hecho de
que nuestra salvación fue querida también humanamente por una Persona divina. Este
sí -humano y divino- al Padre, que constituye una explicitación del contenido de las
dos naturalezas definido en Calcedonia, abre el desarrollo de los sucesos de la pa-
sión.” 73
73
ESPEZEL, Jesucristo, 82.
“La pretensión de ser el juez escatológico-Hijo del hombre significaba mostrarse ante
el Sanedrín como el verdadero juez sobre quienes allí lo estaban juzgando. Este
desacato ante el juez era castigable con la muerte, según Deuteronomio 17,2. La dis-
cusión de fondo versaba sobre quién representaba realmente al Dios de Israel y po-
seía en verdad el espíritu de Dios. Para el Sanedrín Jesús es blasfemo porque su pre-
tensión mesiánica, divina y escatológica es falsa. Por ello debe ser eliminado, y como
además, en el frágil equilibrio de supervivencia de los saduceos en el Sanedrín bajo el
poder romano, la pretensión mesiánica de Jesús era peligrosa, debía ser entregado a
los romanos para condenarlo a muerte. Por otra parte, el Sanedrín ya no condenaba a
muerte, carecía de “jus gladii”.
Vista por los romanos su pretensión mesiánica constituía un delito que chocaba con el
orden romano: según la lex Julia de Majestate (Digesta 48, 4, 1; 48, 4,11) el pretender
ser rey era un delito digno de muerte como causa de rebelión. Los saduceos acusan
entonces de sedición a Jesús ante el procurador romano.” 74
Por lo tanto, confluyen en la condena de Jesús, una causa religiosa y una causa políti-
ca. La inscripción en la cruz de Cristo como “rey de los judíos”, es todo una ironía.
“La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención de-
finitiva de los hombres (cfr. 1 Cor 5,7; Jn 8,34-36) por medio del “cordero que quita el
pecado del mundo” (Jn 1,29; cfr. 1 Pe 1,19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cfr. 1
Cor 11,25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios ( cfr. Ex 24,8) reconcilián-
dose con El por “la sangre derramada por muchos para la remisión de los pecados”
(Mt 26,28; cfr. Lev 16,15-16).” (cfr. Cat.I.C. 613).
Jesús después de ser cruelmente flagelado y coronado de espinas por los soldados
romanos, finalmente es llevado al Monte Calvario para ser ajusticiado a la hora tercia
(Mc 15,25) con dos ladrones. 75
74
ESPEZEL, Jesucristo, 85-86.
75
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 311-348.
““Por la gracia de Dios, gustó la muerte para bien de todos” (Heb 2,9). En su designio
de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente “muriese por nuestros pecados”
(1 Cor 15,3), sino también que "gustase la muerte", es decir, que conociera el estado
de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo com-
prendido entre el momento en que El expiró en la Cruz y el momento en que resucitó.
Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos.
Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba (cfr. Jn 19,42)
manifiesta el gran reposo sabático de Dios (cfr. Heb 4,4-9) después de realizar (cfr. Jn
19,30) la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo entero (cfr. Col
1,18-20).” (Cat.I.C. 624).
La afirmación bíblica de que Jesús resucitó de entre los muertos (Hch 3,15; Rom 8,11;
1 Co 15,20), supone que el Señor “conoció la muerte como todos los hombres y se
reunió con ellos en la morada de los muertos”, y es precisamente este lugar llamado
como sheol o infierno en el lenguaje bíblico (cfr. Hch 2,24; Flp 2,10; Ef 4,9; Ap 1,1,18;
cfr. Cat.I.C. 632-633).
76
ESPEZEL, Jesucristo, 91.
En los evangelios sinópticos los relatos de la aparición tienen una estructura común.
Un primer encuentro de Jesús con una o varias mujeres, con un primer anuncio de uno
o dos ángeles, que se da a continuación del descubrimiento de la tumba vacía en un
lugar próximo. Jesús les confía la misión de advertir y convocar a los discípulos, quie-
nes por su parte no les creen (cfr. Mt 28,1-10; Mc 16,1-11; Jn 20,1-18). Un segundo
encuentro tiene lugar algún tiempo después, esta vez al grupo de los once ya reuni-
dos, en Galilea (Mateo) o Jerusalén (Lc 24,49). Este encuentro tiene un carácter fun-
dacional y decisivo: Jesús se hace reconocer, da instrucciones, envía a la misión, les
da sus poderes (Mateo y Marcos), promete (Lucas) o les da el Espíritu Santo (Juan),
se despide, y en Marcos es elevado ya al cielo ante sus ojos (cfr. Mt 28,16-20; Mc
16,14-19; Lc 23,36-49; Jn 20,19-33).
No obstante estas semejanzas, puede apreciarse que Lucas reporta notables omisio-
nes y significativos cambios, que a riesgo de ser superficiales, apenas son menciona-
dos, a fin de percibir en ellos los matices introducidos por la particular teología de Lu-
cas.
77
ESPEZEL, Jesucristo, 93; cfr. Cat.I.C. 635.
78
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 403-404.
79
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 349-379.
En relación con el relato de la aparición a los once y a sus compañeros (cfr. Mt 28,16-
20; Mc 16,14-18; Lc 24,36-53; Jn 20,19-29), los cuatro evangelistas, a pesar de su
teología particular, revelan algunos elementos en común: Jesús aparece de manera
inesperada, misteriosa a la asamblea de los Apóstoles; Él les provee pruebas de la
realidad corporal de su resurrección; finalmente, venciendo la incredulidad de ellos, les
confía la misión de ser testigos de lo que han visto y oído.
En cuanto a las diferencias que ponen en evidencia los acentos teológicos de cada
evangelista, señalando solo algunas, puede observarse que en Lucas tanto esta esce-
na, como la sucesiva de la ascensión (cfr. Lc 24,50-53), están ambientadas en Jerusa-
lén y no en Galilea (cfr. Mt 28,16-20). Se puede apreciar, además, que sólo Lucas in-
siste en el rol de la Escritura y su consiguiente interpretación cristológica para com-
prender la necesidad de la pasión antes de la resurrección al tercer día (cfr. Lc 24,44-
46). Finalmente, a diferencia de Juan, el Espíritu viene presentado como una Promesa
del Padre que se debe esperar en la ciudad (cfr. Lc 24,49), mientras que en aquél, es
un don que Jesús infunde en el mismo día de pascua (cfr. Jn 20,22).
En los distintos relatos pueden notarse como los testigos del Resucitado subrayan su
presencia (cfr. Hch 10,40-42). Los testigos se encuentran con Cristo que se muestra a
sí mismo presente y viviente, pero también, de algún modo, de paso e inasible (cfr. Jn
20,17). Jesús aparece como el que se despide (cfr. Lc 24,23; Jn 20,14-16). (Cat.I.C.
641-644).
Jesús vive ahora para siempre en virtud de la resurrección. Jesús ha pasado al Padre
(cfr. Jn 16,28), es decir, ha pasado a una vida escatológica, incorruptible, definitiva. El
Señor, por haber experimentado la consumación del tiempo, vive para siempre en la
vida escatológica definitiva, ya no muere más. Por lo tanto, lo que la esperanza judía,
expresada en la apocalíptica, esperaba para el fin de los tiempos, ya ha acontecido en
él, ya se ha adelantado en él. El proceso salvífico de la resurrección final ha comenza-
do en Jesús, el primogénito de entre los muertos (cfr. 1 Cor 15,20; Col 1,18).
80
ESPEZEL, Jesucristo, 97.
El teología bíblica expresa que la Resurrección es obra del poder de Dios Padre, en la
fuerza del Espíritu Santo (cfr. Rom 8,11; 1 Ped 3,18), quien culmina su acción creado-
ra resucitando a Jesús de entre los muertos (cfr. Hch 2,24; 3,15; 4,10; 5,30; 10,40;
Rom 8, 11; 2 Co 4,14; Ef 1,19-20; Col 2,12).
“La resurrección de Jesús constituye el centro de la acción salvífica de Dios, quien culmi-
na, su acción creadora resucitando al Hijo. Es importante contemplar la resurrección en
continuidad con la acción creadora de Dios, si se quiere como re-creación, como acaba-
miento o plenitud de la creación (Rom 4,17). Además Jesús resucita como primicias (1
Cor 15,23), como primogénito de entre los muertos (Col 1,18). Todos han de revivir en
Cristo en su segunda venida, cuando sean sometidas todas las cosas y él se someta al
Padre para que Dios sea todo en todo (1 Cor 15,28).
En los escritos paulinos se insiste en la manifestación del poder de Dios en Cristo por
la acción del Espíritu Santo, después de su resurrección de entre los muertos. En efec-
to, el Espíritu ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado
glorioso de Señor (Cat.I.C. 648-650).
“No sólo Jesús es resucitado en la fuerza del Espíritu Santo (Rom 8,11), sino que co-
mo Resucitado es el último Adán, espíritu que da vida (1 Cor 15,45). Pablo se refiere a
ello en 2 Cor 3,17 llegando a firmar que "el Señor es el Espíritu", lo cual no debe ser
interpretado como una identificación personal, sino como expresión de una estrechísi-
ma relación entre ambas personas, lo cual no significa que el Jesús terreno se en-
cuentra ya ungido por el Espíritu, y obra en su fuerza (cf. Mc 1,9-13; Lc 4,14; Hech
10,38)...
81
ESPEZEL, Jesucristo, 95.
82
ESPEZEL, Jesucristo, 100.
5.- CONCLUSIÓN
De manera sintética, quizá demasiado, hemos abordado los temas ya tratados am-
pliamente en su desarrollo histórico, tanto en la Biblia como en el desarrollo de la for-
mulación del dogma en los primeros siglos.
La llegada de la Palabra eterna de Dios “en la plenitud de los tiempos” para compartir
la condición humana y desde ella salvarnos, para hacernos partícipes de la vida divina,
más allá de la incuestionable razón salvífica, deja abierta la pregunta, si hubiese acon-
tecido la encarnación si el hombre no hubiese pecado. Sin entrar, por cierto, en ese
dilema que ocupo mucho tiempo de los teólogos del Medioevo, hemos preferido exta-
siarnos frente al maravilloso intercambio de humanidad y divinidad que acontece en la
persona del Verbo eterno, y que ahora contemplamos como Jesús de Nazareth.
Se trata de misterios, por ello simplemente hemos deseado aproximarnos con respeto
y veneración para profundizar racionalmente en Jesús, Verbo hecho carne, Hijo de
Dios Resucitado, Señor de la historia y Salvador de la humanidad.
83
ESPEZEL, Jesucristo, 101-103.
Edición © UCASAL
Este material fue elaborado por el Vicerrectorado de Formación en conjunto a la Dirección de Diseño y Desarrollo Instruccional del Sistema de
Educación a Distancia con exclusivos fines didácticos. Todos los derechos de uso y distribución son reservados. Cualquier copia, edición o
reducción, corrección, alquiles, intercambio o contrato, préstamo, difusión y/o emisión de exhibiciones públicas de este material o de alguna
parte del mismo sin autorización expresa, están terminantemente prohibidos y la realización de cualquiera de estas actividades haría incurrir en
responsabilidades legales y podrá dar lugar a actuaciones penales. Ley 11.723 - Régimen Legal de la Propiedad Intelectual; Art. 172 C.P.