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MORAL Y MODALES
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Recordemos una vez más —como al principio del capítulo 9— que en las
sociedades primitivas la religión, la moral, la ley, las costumbres y los moda-
les existieron como un todo indiferenciado. No podemos decir con certeza
qué fue primero. Suponemos que todas estas instituciones se produjeron jun-
tas. Solo en tiempos relativamente modernos se han podido diferenciar cla-
ramente unas de otras. A medida que esto ha ocurrido se han ido desarrollan-
do tradiciones también diferentes.
En ningún caso esta diferencia es tan marcada como la que existe entre
la ética religiosa y los modales. Muy a menudo, los códigos morales, sobre
todo los más vinculados a raíces religiosas, son ascéticos y severos. En cam-
bio, los códigos relativos a los modales, requieren por lo general que seamos,
al menos en apariencia, alegres, simpáticos, cordiales y corteses: en resumen,
una fuente de alegría contagiosa para otros. En algunos aspectos, tanto ha
crecido la distancia entre las dos tradiciones que un tema frecuente en las
obras de teatro y en la novela durante los siglos XVIII y XIX, y hasta hoy en
día, es el contraste del diamante en bruto, ese proletario o campesino ordina-
rio, de honestidad inflexible y corazón de oro, y la señora o señor afables,
pulidos, de modales perfectos, pero completamente amorales y con un cora-
zón de hielo.
El exagerado énfasis puesto en este contraste ha sido desafortunado. Ha
impedido a la mayor parte de autores que han escrito sobre ética reconocer
que tanto los modales como la moral descansan en el mismo principio sub-
yacente. Ese principio es la compasión, la bondad y la consideración para
con los otros.
Es cierto que una parte de cualquier código de modales es simplemente
convencional y arbitraria, como saber qué tenedor usar para la ensalada, pero
el corazón de cada código de modales es mucho más profundo. Los modales
se desarrollaron no para hacer la vida más complicada y torpe —aunque
algunos modales demasiado ceremoniosos solo a esto contribuyan—, sino
para hacerla, en el largo plazo, más tranquila y sencilla: un armónico baile, y
2 Los fundamentos de la moral
1. Miles Menander Dawson, ed., The Wisdom of Confucius (Boston, MA: International Pocket Library,
1932), pp. 57-58. Ver también The Ethics of Confucius, del mismo autor.
4 Los fundamentos de la moral
parezcan falsas o irónicas, el curso que usted ha tomado está de acuerdo con
los dictados de la moral no menos que con los de la etiqueta. No se gana
nada lastimando los sentimientos de otras personas —y no digamos de des-
pertar el rencor contra usted— sin ningún propósito. Técnicamente, usted
puede haber dicho una falsedad. Pero, como sus comentarios de despedida
son algo aceptado, esperado y convencional, no son una mentira. Además su
anfitrión y su anfitriona realmente no han sido engañados: ellos saben que
su elogio y su gratitud están de acuerdo con un código convencional, prác-
ticamente universal, y sin duda han tomado la sinceridad sus palabras con
el descuento del caso.
Las mismas consideraciones se aplican a todas las formas corteses de
correspondencia: “estimado señor”, “su seguro servidor”, “sinceramente
suyo”, e incluso, hasta hace poco, “su humilde servidor”. Hace siglos que
estas formas dejaron de ser tomadas en serio y literalmente. Pero su omisión
sería una grosería deliberada e innecesaria, desaprobada igualmente tanto por
el código de los modales como por el de la moral.
Una moral racional reconoce también que hay excepciones al principio
de que uno siempre debería decir toda la verdad, literal y exacta. ¿Deberían
decirle a una muchacha sencilla que, debido a su sencillez, difícilmente
encontrará marido? ¿Deberían decirle a una madre embarazada que su hijo
mayor ha muerto en un accidente? ¿Debe decírsele a un hombre, que tal vez
no lo sabe, que está muriéndose irremediablemente de cáncer? Hay ocasio-
nes en que puede ser necesario decir tales verdades, y ocasiones en que no
deben decirse o en que simplemente deben callarse. La regla de decir la ver-
dad, sobre bases únicamente utilitaristas, es, considerada correctamente, una
de las más rígidas e inflexibles de todas las reglas de la moral. Las excepcio-
nes a ella deberían ser raras y muy bien definidas. Pero casi todos los mora-
listas, con excepción de Kant, han admitido que hay tales excepciones. Lo
que éstas sean, y cómo deberían trazarse las reglas que rigen las excepcio-
nes, no tiene por qué ser detallado aquí. Simplemente debemos tomar nota de
que las reglas de moral y las reglas de los buenos modales pueden y deber
armonizarse entre sí.
Nadie en los tiempos modernos ha reconocido más claramente la impor-
tancia de los modales que Edmund Burke:
“Los modales tienen más importancia que las leyes. En gran medida,
sobre ellos descansan las leyes. La ley solo nos toca por aquí y por allá, de
6 Los fundamentos de la moral
vez en cuando. Los modales son lo que nos fastidia o calma, corrompe o
purifica, exalta o degrada, barbariza o refina, por una influencia constante
estable, uniforme, insensible, similar a la del aire que respiramos. Les dan a
nuestras vidas su forma completa y su color. Según su calidad, ayudan a la
moral, la suministran o la destruyen totalmente”2.