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Segundo Cuatrimestre
2021
Bibliografía obligatoria:
Oberti, Alejandra (2015). Las revolucionarias. Militancia, vida cotidiana
y afectividad en los 70. Buenos Aires: Edhasa. (Capítulos 1 y 5).
Bibliografía optativa:
Passerini, Luisa (2016). “Una Memoria para la Historia de las Mujeres:
Problemas de Método e Interpretación”. Aletheia, volumen 7, número 13.
Presentación
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CITAR COMO: OBERTI, Alejandra (2021). “Género y afectos en las militancias” (Módulo 3), El
género en las memorias (Curso virtual), Núcleo de Estudios sobre Memorias, Instituto de Desarrollo
Económico y Social, Buenos Aires.
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extendida a partir de la década de 1980: el movimiento de derechos humanos, el
movimiento de mujeres y el feminismo.
El recorrido que vamos a hacer está relacionado con lo que trabajaron en los módulos
anteriores, de modo que en algunos puntos del recorrido vamos a volver sobre lo que
vieron en las clases de las profesoras Elizabeth Jelin y Claudia Bacci.
Como hemos visto en el Módulo 1, a partir de los años sesenta y con más fuerza en la
década posterior, con el agotamiento de los modelos de industrialización substitutiva y
la expansión de los regímenes autoritarios, que asumen formas renovadas, los
movimientos sociales crecen y las formas de protesta y organización de los sectores
populares se transforman y diversifican. Son años en lo que el proceso de movilización
político-social tuvo como signo distintivo la heterogeneidad.
La experiencia militante de las mujeres que tuvo lugar en esos momentos en diferentes
puntos de América Latina es parte también del profundo movimiento de activación
política y social y de contestación cultural que fue creciendo de manera heterogénea
desde la segunda mitad de los años cincuenta dando lugar a la emergencia y
proliferación de una gran variedad de grupos políticos que conformaron el fenómeno de
la “nueva izquierda” y también en un contexto de transformaciones en los modos en que
se organizaban la vida cotidiana, las relaciones familiares y las costumbres sexuales
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Esos cambios culturales, de los cuales los jóvenes eran protagonistas importantes, se
nutrían de la movilización social y política y a la vez influenciaban en esta. Por otro
lado, en la década del sesenta el tamaño de la población se constituyó en un factor
geopolítico importante en el contexto de la Doctrina de Seguridad Nacional. Estados
Unidos impulsó una campaña para reducir la natalidad en los países de América Latina;
en el ámbito argentino, el nacionalismo católico y la izquierda marxista coinciden, por
razones diversas, en el rechazo a cualquier acción que tuviera como objetivo la
planificación familiar. Es el tiempo de la expansión del uso de la píldora anticonceptiva.
En este vasto clima de reivindicaciones, también tuvieron presencia grupos de mujeres
feministas en menor medida y con un peso relativo diferente de lo que estaba
sucediendo en Estados Unidos y en algunos países de Europa. Sin embargo, y aunque
de modo incipiente y con un nivel de intervención más discreto que en los países
desarrollados, distintos colectivos de mujeres tuvieron presencia en la escena pública de
aquellos años y se plantearon la construcción de un movimiento social y un programa
de acción, la creación de espacios de discusión y la producción de teoría y praxis
feministas.
Una de las dimensiones relevantes de la conflictividad de este período fue la cada vez
menos sorda lucha por el control de las condiciones y formas de producción entre
empresarios y trabajadores (especialmente en los países del Cono Sur), pero también
con variaciones, en toda la región. Sindicalismo combativo, movimientos campesinos,
renovación conciliar y Teología del Tercer Mundo son algunos ejemplos que
acompañan también el fraccionamiento o la renovación de la izquierda, vista por
muchxs jóvenes que ingresan en esos años a la política como “reformista”, dando lugar
a la emergencia y proliferación de una gran variedad de grupos políticos de la “nueva
izquierda”. La heterogeneidad característica de este proceso de activación política,
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social y cultural de sectores tan diversos se manifestaba en un creciente grado de
autonomización de los movimientos de masas. Es en y junto con parte importante de
esta pluralidad de expresiones, muchas de ellas distintivas porque nuevas, que se
configuró un fenómeno que, tanto para destacar su diversidad como su unidad, ha
tratado de ser englobado bajo el concepto de Nueva Izquierda. Como indica Cristina
Tortti, fue este un “sujeto en proceso de constitución, socialmente heterogéneo...
[oscilando]... entre movimiento social y actor político” (Tortti, 1998: 13). Es así que el
término Nueva Izquierda abarca al conjunto de fuerzas sociales y políticas que
protagonizó el proceso de protesta social y radicalización política que incluyó estallidos
sociales, diversas formas de movilización, revueltas culturales y artísticas y el accionar
guerrillero. En ese marco, las organizaciones cuya práctica y discurso privilegiaron la
lucha armada fueron parte del mismo agitado contexto, aunque en ocasiones hayan
sostenido vínculos complejos con la protesta social. Entre las muchas formas en que la
politización de masas se concretó, la aparición de la práctica guerrillera, además de
concitar una gran convocatoria, dio a la época un tinte particular. Las organizaciones
armadas colocaban en el terreno de la práctica lo que era una noción cada vez más
extendida entre la nueva izquierda: aquella idea de la violencia como herramienta
central no sólo del tránsito veloz hacia las transformaciones sociales sino como el único
derrotero posible para oponerse a la perpetuación de gobiernos autoritarios de distintos
signos. El momento de la violencia en la transformación de las estructuras sociales,
económicas y políticas era también, en esas perspectivas teórico-políticas, no sólo un
momento ineludible sino también fundante; y esa violencia era tematizada casi
exclusivamente en los términos de la lucha armada —tal como era representada a partir
de las experiencias internacionales que servían de referente al interior de los
movimientos en cada país como es el caso de la Guerra de Vietnam o de la Revolución
Cubana.
El fragmento del testimonio de María Cristina Pinal que pueden escuchar a
continuación refiere al modo en que lxs jóvenes, y especialmente las mujeres, recuerdan
esas transformaciones, los efectos que tenían en sus vidas y también la fuerte presencia
de las discusiones de la Nueva Izquierda en la vida política.
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María Cristina Pinal (Buenos Aires, 1944) fue una
activa militante política en los años 70. Estuvo presa
entre diciembre de 1974 y octubre de 1979. Osvaldo
Testimonio de
Domingo Balbi, su marido y padre de su hija,
María Cristina Pinal
también era militante y está detenido-desaparecido
desde agosto de 1978
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CyR: Se ha observado la presencia casi invariable de algunas
mujeres en los grupos de acción de las FAP. ¿Qué significado se le
da a este hecho?
FAP: Nosotros partimos por principio de una amplia concepción
revolucionaria de acuerdo a la cual la mujer tiene que tener el
mismo grado de participación que el hombre en todos los procesos
de la sociedad y, sobre todo, en el proceso de cambiar una sociedad
que la ha sumergido en una situación de marginación y
dependencia. Es por ello que en las FAP, mujeres y hombres
tenemos el mismo grado de participación en todas las tareas
revolucionarias y en todo tipo de responsabilidades, especialmente
en la primera línea de combate. Además es la continuación de toda
una trayectoria en nuestro movimiento, ejemplificada no sólo por
Eva Perón sino también por las medidas concretas del gobierno
peronista que elevaron a la mujer argentina en todos los órdenes,
especialmente el político.
Cristianismo y Revolución (1970) n° 25
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las subjetividades militantes, cuál era el grado de coincidencia entre discursos que
valoraban la igualdad y prácticas que en ocasiones perpetuaban jerarquías?
Muchos de los ejemplos que vamos a mencionar se refieren a la Argentina, sin embargo,
en todos los procesos de radicalización política de las décadas de 1960 y 1970 se
incorporaron mujeres en proporciones considerables.
Elizabeth Jelin (2002; 2017) se refiere a los procesos de memoria como un trabajo
social de dar sentido e interpretar los hechos del pasado desde el presente. La
temporalidad de ese trabajo es compleja y en ella intervienen diferentes capas de pasado
que usualmente se superponen. Esto implica, en cierto modo, que los temas, los
enfoques y los énfasis se van transformando de acuerdo a los contextos y marcos
sociales en los que las memorias tienen lugar. No vamos a volver a discutir esta
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cuestión porque ha sido tratada extensamente en los dos Módulos anteriores de este
Seminario, solo quiero resaltar que es importante tenerla en cuenta a la hora de
considerar las memorias de la participación de las mujeres en la militancia
revolucionaria y también la creciente importancia que se la ha dado a algunos temas
como la vida cotidiana y los afectos.
El testimonio de la militancia de las mujeres constituye una voz distintiva en una trama
dominada por voces masculinas, no solo por los temas que trae sino también porque el
relato de sus experiencias nos permite re visitar el pasado y leerlo atravesado por las
nuevas categorías que provee el sistema de género y la diferencia sexual. Dicho de otro
modo, en un contexto en el cual quienes hablan de la militancia revolucionaria son
varones, otras miradas retrospectivas han podido re-visitar las prácticas de las
organizaciones armadas desde una óptica crítica, aportando nuevas interpretaciones y
dando visibilidad a cuestiones no abordadas anteriormente, o que no tenían el mismo
peso que tiene en la actualidad (la cotidianeidad, los afectos y la relación entre lo
público y lo privado). Estos elementos resultan claves para comprender los sentidos
profundos de una política que se pretendía transformadora de todas las relaciones. El
discurso de la violencia (clandestinidad, violencia naturalizada, paridad entre varones y
mujeres en la asunción de las acciones militares, distribución de lugares en las
organizaciones, participación en operativos, entrenamiento militar) y la organización
de lo cotidiano (trabajo, dinero, administración, tareas domésticas, comida, cuidado de
los niños, moral sexual, separación, sexualidades, cuerpo, maternidad, violencias en los
vínculos interpersonales) constituyen dos series que han sido tradicionalmente ubicadas
en universos diferenciados, opuestos y excluyentes, pero la política revolucionaria tensa
esa distinción y en las memorias de las mujeres militantes las dos series aparecen
superpuestas o sobredeterminadas.
¿Es posible afirmar que la militancia femenina alteró las formas de la política y
también las de la vida cotidiana, la familia y los afectos?
1.4 ¿Anacronismo?
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señala el riesgo de hacer un uso anacrónico de las categorías y de producir una mirada
sesgada, deformada por una mirada anacrónica que coloniza el pasado. El uso de la
categoría de género es un ejemplo de esas supuestas amenazas. En ese sentido, la
historia oral ha contribuido de manera sustancial en ese debate mostrando
acertadamente todo lo que aporta el testimonio y la entrevista biográfica. La
consistencia de los sujetos rememorantes está dada justamente por la compleja relación
entre lo que permanece y lo que cambia, entre la posibilidad/necesidad de “hacerse
cargo” y aquello que el tiempo y las interacciones con otrxs aportan, antes que
obstáculo el transcurso del tiempo se presenta como una oportunidad.
Ciertamente, revisitar el pasado a partir de un relato personal implica una lectura que
contiene mucho del tiempo en el que el testimonio se produce y puede entonces incluir
referencias a elementos que no se corresponden o parecen no corresponderse con el
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momento al cual hace referencia. Un procedimiento que se puede calificar de
anacronismo siguiendo el planteo de Michel Foucault en su debate con los historiadores
y que quedó plasmado en “El polvo y la nube” (1982). Al igual que plantea Foucault en
ese texto, una mirada sobre el pasado orientada por problemas del presente no consiste
en colonizar el pasado, transponiendo conceptos o categorías, sino en buscar en el
pasado la genealogía de los problemas del presente.
El testimonio procede de manera análoga, una mirada presente, imbricada en otras
relaciones sociales, en otras condiciones puede interrogar el pasado estableciendo
vínculos y relaciones invisibles en su época, mirar hacia el pasado para aislar objetos
que tal vez entonces no hayan tenido la misma importancia. En esta especial forma de
anacronismo no se trata entonces de proyectar sentidos actuales hacia atrás en la
historia, sino de renunciar al proyecto de encontrar verdades fijas y ya cerradas. Como
señala Walter Benjamin “Si se quiere considerar la historia como un texto, vale a su
propósito lo que un autor reciente dice acerca de [los textos] literarios: el pasado ha
depositado en ellos imágenes que se podría comparar a las que son fijadas por una
plancha fotosensible. Sólo el futuro tiene los desarrolladores a su disposición, que son lo
bastante fuertes como para hacer que la imagen salga a luz con todos los detalles”
(Benjamin, 1995: 86). Las huellas de memoria invitan a ser leídas.
2.1 La subjetividad militante como tema para las izquierdas de los años 60/70
El sujeto de las izquierdas
Las preguntas acerca de la subjetividad de los revolucionarios no son ajenas a la
tradición de la izquierda y anteceden y exceden los planteos que harían en relación a
este problema las organizaciones de izquierda latinoamericanas. Alain Badiou se refiere
específicamente a esta cuestión al caracterizar al siglo XX como el tiempo en el cual las
transformaciones no podrían confiarse exclusivamente al propio devenir histórico sino
que requerirán de una intervención subjetiva: “el siglo XX es el siglo del acto, de lo
efectivo, del presente absoluto, y no el siglo del anuncio y el porvenir” (Badiou, 2005:
83). Cómo sería esa intervención y las características de los sujetos que la llevarían
adelante, constituyen parte ineludible de la reflexión política. De ahí que el ideario
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revolucionario propio del siglo XX no pueda pensarse por fuera del advenimiento de
una “subjetividad revolucionaria”. El proyecto del hombre nuevo es parte de ese ideario.
El filósofo argentino León Rozitchner, se preguntaba -en un texto publicado en la
revista La Rosa Blindada en 1966- cómo formar “hombres adecuados al trabajo de
realizar la revolución”. Se trata, según señala, de encarar una serie de tareas que no
deben detenerse en el plano político sino que deben alcanzar también al sujeto que
interviene en él. De este modo, el pasaje de la cultura burguesa a la cultura
revolucionaria implicaría enfrentar la permanencia de la estructura burguesa en el
individuo mismo que adhiere al proceso revolucionario. A partir de esas definiciones, el
texto explora tanto la necesidad acuciante como las dificultades que se presentan a la
hora de producir estas transformaciones ya que –dice- “la burguesía está en nosotros
como un obstáculo para comprender y realizar el proceso revolucionario” (id.: 8) y en
consecuencia los cambios no pueden ser proyectados “sólo a nivel de la objetividad
política —que es el plano de la máxima generalidad— sino [que es necesario] también
convertir en política la propia subjetividad” (id.: 13).
La revolución necesita de “hombres revolucionarios” capaces de descubrir la
contradicción impuesta por la burguesía entre un mundo privado asociado a lo sensible
que estaría separado del ámbito social, que sería externo y racional. Al mantener esta
separación, el militante de izquierda se desconecta del proceso histórico que lo produjo
y deja los proyectos revolucionarios librados a racionalidad burguesa.
Es así que el desafío para una política revolucionaria consistiría en producir una
perturbación o una transgresión que alcance no solo las estructuras sociales sino
también las divisiones tradicionalmente admitidas de lo público y lo privado, esto es
producir una crítica de esa escisión.
El texto de Rozitchner, titulado “La izquierda sin sujeto”, muestra que las preguntas
acerca de la subjetividad de los revolucionarios no fueron ajenas a la tradición de la
izquierda y antecedieron los planteos que harían en relación a este problema en los años
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siguientes las organizaciones revolucionarias en el continente latinoamericano.
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podrían ser la “retaguardia”, el lugar de refugio y el apoyo para la lucha política. Las
organizaciones imaginaron unas relaciones de pareja más equitativas, pero muy
similares a la pareja monogámica burguesa y las relacionas familiares que en torno a
ella se asientan constituyeron un modelo alejado del “la revolución sexual” que fue
calificada como falsa revolución, del amor libre, visto como nueva forma de esclavitud
para las mujeres y de la libertad sexual. La crianza de las/os hijas/os se postuló como
una tarea de todos, una tarea militante más a cumplir en el mismo sentido de cualquier
otra obligación revolucionaria porque la pareja revolucionaria no era vista como una
unidad cerrada que empieza y termina en la misma, sino como la célula básica de la
actividad político militar de la organización. Ser un buen padre o una buena madre era
indicado como una tarea revolucionaria a ser llevada a cabo sin descuidar el resto y los
hijos de los revolucionarios debían compartir todos los aspectos de la vida de sus
padres, incluso a veces sus riesgos.
Estos tópicos se repitieron, con sus matices en los casos de los partidos de izquierda del
Cono Sur, como señala Tamara Vidaurrázaga para el caso de Movimiento de Izquierda
Revolucionaria de Chile (MIR).
Quizás el producto cultural que mejor evidencia este amor revolucionario para
el Cono Sur, es el poema de Benedetti Te quiero (1998), que describe
claramente los rasgos buscados en el compañero-compañera con quien se
elegía compartir la cama, la familia y la revolución.
Versos como: “te quiero porque tus manos trabajan por la justicia”, “te quiero
por tu mirada que mira y siembra futuro”, “y tu llanto por el mundo, porque
sos pueblo te quiero” y “te quiero porque tu boca sabe gritar rebeldía”;
evidencian cómo la elección de pareja no se vincula solo con la atracción
sexual primera, la creación del afecto posterior, o la vida familiar a largo plazo;
sino primordialmente con un proyecto político común. El verso “si te quiero es
porque sos mi amor, mi cómplice, y todo. Y en la calle codo a codo somos
mucho más que dos”, describe a una pareja sin vínculo jerárquico, puesto que
el ideal de amor compañero implicaba la complicidad que resultaría en un todo
entre la pareja y la organización, cuestión que multiplicaría la fuerza
revolucionaria siendo mucho más que dos, al integrar un proyecto de alcance
mundial, lo que se evidencia al señalar: “somos pareja que sabe que no está
sola”, indicando la alianza con el pueblo y otros revolucionarios del orbe.
El autor uruguayo creó también el poema Ustedes y Nosotros (1998),
musicalizado en Chile por Toño Suzarte a mediados de los ochenta, y en cuya
letra se plasmó, de manera dicotómica y pedagógica, cómo se diferenciaban
burgueses y revolucionarios en la vida de pareja. En este, Benedetti centra las
diferencias en la necesidad o prescindencia de bienes materiales, señalando:
“ustedes cuando aman, exigen bienestar, una cama de cedro, y un colchón
especial. Nosotros cuando amamos, es fácil de arreglar, con sábanas qué
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bueno, sin sábanas da igual”. Esta centralidad del bienestar económico, es
reiterada cuando ejemplifica la diferencia entre un amor interesado y uno real,
interpelando a los burgueses al decirles “ustedes cuando aman, calculan
interés, y cuando se desaman, calculan otra vez. Nosotros cuando amamos, es
como renacer, y si nos desamamos, no la pasamos bien”.
Así, el amor compañero se plantea como alternativa al amor burgués,
distanciándose del modelo romántico y engarzado por el compromiso y la
prioridad de la militancia en la vida de quienes componen la pareja
revolucionaria, cuestión que los testimonios de mujeres del MIR describen
ampliamente.
Tamara Vidaurrazaga, 2019
Los relatos dan cuenta de que muchos y muchas militantes abandonaron otros espacios
de sociabilidad y afectividad debido a la falta de tiempo, a problemas de seguridad o la
imposibilidad de compartir con otros aspectos de la actividad política. Y refieren
también al modo pasional en que la militancia se asumía.
Como dice en su testimonio para Memoria Abierta Alicia Sanguinetti:
Teníamos la idea de que la única salida posible era abrazar la lucha armada,
estaban la revolución cubana, la revolución vietnamita. […] Creo que el
Cordobazo fue la llamarada que nos decía que estaba todo dado para que
pudiéramos encauzar la lucha armada hacia delante. El ERP empieza en los 70
y las acciones de los montos también. Mientras pude, yo traté de que mi familia
sepa poco, pero como digo, era una llamarada y cuando caí presa…
Memoria Abierta (2002), Testimonio de Alicia Sanguinetti
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bonaerense, hasta el retorno de la democracia en 1983.
Alberto José Munárriz, su compañero y padre de su hijo,
militante también del ERP, fue secuestrado en noviembre
de 1974 y permanece desaparecido.
El cuerpo, los cuerpos de lxs militantes, también debían moldearse para política
revolucionaria. En relación a esta cuestión se ha señalado que las organizaciones
mostraron cierta confianza en la posibilidad de adaptación de los cuerpos para
transformarse en soldados disciplinados a partir de un ejercicio férreo de la voluntad
que los acomodara a las necesidades de la lucha revolucionaria. No un ejército regular,
pero si sujetos capaces de adaptarse militarmente a las dificultades que les planteaba
una realidad política cada vez más adversa. El análisis de documentos internos y
códigos normativos deja ver el modo en que se destinaban al disciplinamiento de los
militantes con la intención de construir al hombre nuevo. Estas normas escritas
intervenían no sólo sobre cuestiones político-militares sino también sobre la vida
cotidiana. Aunque conviene señalar que esas intervenciones no implicaban obediencia,
ni siquiera adhesión, se trata de efectos subjetivos que modelan las prácticas.
Afectos y revolución
La presencia en los códigos de tópicos referidos a la vida privada no supuso una
revalorización de los espacios de la vida cotidiana sino la subordinación de éstos a la
política. En los momentos de creciente militarización, el militante pasó a ser un
combatiente y predominó un “modelo de instrucción militar”. Esa lógica es observable
no sólo en las normas que intentaban disciplinar los cuerpos para convertirlos en
combatientes sino también en el modo en que los discursos partidarios nombraban al
trabajo político por la negativa (“nivel no armado”).
El juzgamiento en ausencia de Roberto Quieto (un dirigente de larga trayectoria en la
izquierda peronista) por parte de la organización Montoneros resulta un ejemplo de la
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mirada sobre los afectos y habilita interpretaciones sobre los sentidos de la revolución
que las organizaciones armadas quisieron llevar adelante.
El juzgamiento y la publicación del juicio en la prensa permiten no sólo acceder a las
normas que regían la vida de los militantes (sus aspectos políticos, militares y privados)
sino también a las infracciones cometidas. Quieto vivía desde hacía largo tiempo en la
clandestinidad y fue detenido en una playa en la zona norte del Gran Buenos Aires en
diciembre de 1975, donde había ido a encontrarse con su familia. En el momento de su
secuestro estaba viviendo diferencias con las posiciones políticas y organizativas de la
agrupación y, a la vez, sufría por la escisión entre militancia y vida cotidiana, que le
impedía verse con sus hijos pequeños. Diferentes testimonios señalan que necesitaba
ver a sus seres queridos, por lo que a pesar de saber que violaba las reglas de seguridad
organizó un encuentro en la playa. Los encuentros con familiares que no estaban
clandestinos violaban todas reglas de seguridad, sin embargo, en más de una ocasión
Quieto no toleró el vacío afectivo y buscó encontrarse con su familia. El gesto de ir en
contra de las normas de seguridad, de dejar que la vida afectiva interrumpiera el flujo de
la guerra, se muestra también en el Juicio Revolucionario del cual la publicación
clandestina Evita Montonera citó algunos fragmentos en febrero de 1976.
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política entendida como una forma de acción diferenciada y del sujeto como una
sumatoria de elementos desarticulados. Estos modos de pensar la subjetividad de los
revolucionarios, los alcances de la política, el cuerpo, los afectos y los deseos difieren
poco de las nociones con las que el capitalismo contabiliza mercancías, ganancias y
seres humanos (Schmucler, 1980).
Pero es preciso señalar que si la disciplina y el encuadramiento necesitaban mostrarse
de manera tan contundente es seguramente porque la adhesión a los aspectos más
rígidos de la militancia no era incondicional, mostrando que la construcción de una
subjetividad revolucionaria no es un proceso homogéneo.
Imágenes
La presencia extendida de mujeres en las organizaciones político-militares, añadió una
preocupación adicional. Integrarlas, convocarlas y establecer los términos para su
participación, fueron cuestiones que estuvieron presentes en los discursos de las
organizaciones y, si bien no constituyeron un elemento central de los programas, fueron
aplicadas y sostenidas sistematicidad. ¿Qué hicieron los partidos frente a la constatación
de la diferencia de género? Intentaron ponerla al servicio de la causa revolucionaria.
En líneas generales, los argumentos para promover la presencia de las mujeres en sus
filas han sido fundamentalmente instrumentales: ya sea porque su incorporación influía
sobre la familia (es decir, sobre los militantes varones y los jóvenes) y si no se las
consideraba podrían boicotear la política revolucionaria, ya sea por número o por el
modo en que podrían ejercer las tareas de cuidado y protección de los compañeros.
Y aunque en ocasiones los discursos que las convocaban las desplazaban hacia
posiciones novedosas (las guerrilleras cargando mochilas y fusiles, las trabajadoras
proletarias o proletarizadas) luego las reenviaban hacia atributos tradicionales del
género (trabajo doméstico, cuidado, belleza, gracia).
En la prensa del Partido Revolucionario de los Trabajadores en Argentina, por ejemplo,
se puede leer la preocupación por cómo sería la participación de las mujeres en las
condiciones extremadamente duras de la guerrilla rural. Las expectativas de los
militantes acerca de lo que sucedería ante la llegada de mujeres, las dudas sobre si
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serían capaces de soportar las condiciones, las preguntas sobre su capacidad de
combate, entre otras cuestiones, se dirimen con rapidez en un movimiento que resalta
los atributos domésticos por sobre los militares:
Importantes han sido las mejoras que se han producido en la vida diaria de los
combatientes de la Compañía desde el momento en que se incorporaron
compañeras a sus filas. Ellas han contribuido a mejorar el orden, la calidad de
las comidas, la limpieza y la higiene general. El trato con los compañeros es
de total camaradería y respeto, son las compañeras quienes cuando notan a un
compañero preocupado o decaído inmediatamente se acercan a preguntarle
qué le sucede, si pueden ayudarlo. Desde la llegada de las compañeras han
desaparecido las rudezas del lenguaje, los compañeros son cuidadosos en las
palabras que emplean
Estrella Roja (1975) n° 65: 9.
En el caso argentino, a esos emblemas se suma la figura de Eva Perón juvenil y con el
pelo suelto que fue ampliamente difundida en clave revolucionaria por Montoneros.
Estas imágenes no son solamente ilustraciones, por el contrario son parte indisoluble de
aquello que las organizaciones quisieron transmitir. Se puede señalar que, vistas desde
la perspectiva aquí propuesta producen figuras de la militancia que construyen
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representaciones de lo que es y puede hacer una mujer. Esas representaciones, que por
un lado ampliaban las posibilidades de acción para las mujeres, a la vez buscaban
domesticar la perturbación que implicaba su presencia extendida en las organizaciones
político-militares.
Veamos, como ejemplo, el modo en que Montoneros incorporó a sus emblemas la
imagen de Eva Perón:
Se trata de una imagen que contrasta con esta otra, la que elige Montoneros.
En ésta foto, que El Descamisado publica en
1974, el cielo de fondo se diluye, solo le sirve
de marco, no hay paisaje, ni colores, no
aparece ningún objeto. La ropa muestra
superposiciones, es informal, deja intuir
aperturas, el pelo está suelto, no se nota el
maquillaje. Dos elementos se destacan: la
sonrisa “natural” que le toma el rostro y lo
marca, lo pliega (muy contrastante con la
sonrisa perfecta y distante de la otra imagen)
y la mirada que, si bien toma la misma
dirección de la foto anterior, no transmite una
sensación de distancia sino de presencia
plena.
Fuente: El descamisado (1974)
Mientras que la primera imagen aparece congelada, eternizada como figura de Estado,
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la segunda mira de frente el futuro. La Evita reina es para siempre joven porque se la
detiene en esa representación. La Evita Montonera es joven porque tiene frente a ella
todo el futuro y hacia él se dirige.
La elección por parte de la prensa de Montoneros de esta imagen no es casual. Una
figura de Evita joven y con todo el futuro por delante la muestra combativa y feliz,
lejana a la imagen oficial. La imagen en sí misma representa un espejo para las mujeres
militantes que se están sumando de manera masiva a las filas de las organizaciones
revolucionarias. Es ciertamente un llamamiento pero a la vez un intento de explicar (de
explicarse) quienes son esas mujeres jóvenes.
Se trata de modos discursivos de traducir el imaginario de una diferencia de género que
inquieta y lleva a que las mujeres se encuentren cargadas de definiciones y de
características que no son otras que los atributos del género.
Experiencias militantes
La participación política implicó para las mujeres salir de los lugares tradicionalmente
asignados a la feminidad, como las tareas domésticas y la maternidad, entendidos como
una opción excluyente, para adquirir nuevas destrezas (militares y políticas). Y aunque,
la ampliación de lugares y posiciones no siempre significó que los mandatos imperantes
en la sociedad hayan sido dejados de lado, hay elementos de esa experiencia que
subvierten (o modifican) las prácticas tradicionales de género.
En el Archivo Oral de Memoria Abierta encontramos algunos relatos que ejemplifican
estas cuestiones:
Susana Brardinelli militó activamente en Montoneros. Su testimonio es una lúcida
reflexión acerca de las disyuntivas en las que se vio colocada. En él evoca, a través de
recursos narrativos diversos, las limitaciones de cada una de las acciones que realizó, las
consecuencias, incluso aquellas que no pudo o supo pronosticar.
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lucha de generaciones porque había otra para hijos de militantes que la
postura en otras organizaciones que era organización estableció en La Habana
no tener hijos para dedicarse durante los años de la dictadura. Esa
absolutamente a la guerrilla, a la lucha, a guardería albergó a los hijos de los
la militancia y no arriesgar los chicos. militantes montoneros que estaban
Nosotros siempre tuvimos una cosa más desaparecidos o que volvieron a la
de familia normal, con matices, con todos Argentina en ocasión de las
los matices que te puedas imaginar, pero contraofensivas (1979 y 1980).
el criterio general sería este.
Este testimonio muestra cómo se manifestaron en ella algunas de las formas del
estereotipo: esposa de un dirigente montonero, se transforma ella misma en militante;
madre en épocas de actividades intensas, lava pañales mientras su compañero se
compromete cada vez más; sostenedora en todas y cualquiera de las situaciones que se
le plantean. Pero, al mismo tiempo su testimonio presenta de manera implacable
evaluaciones de cada uno de los sucesos en los que participó, de cada posición que
fue/fueron tomando.
Los relatos acerca de la decisión que llevó a las militantes a intentar compatibilizar la
militancia con la vida en pareja y la maternidad, con sus diferencias según las
organizaciones y los momentos, dan cuenta de una tensión indecidible que, si bien se
resuelve en cada caso de distintas maneras, implicó para muchas una superposición de
actuaciones muchas veces incompatibles. En una etapa donde los métodos
anticonceptivos alcanzaron una fuerte inserción cultural e influyeron en la liberación de
las costumbres sexuales, el hecho de que se trate de mujeres en edad reproductiva no
implicaba, necesariamente al embarazo y la maternidad. Sobre todo tratándose de una
población de mujeres activas políticamente y, en una proporción importante,
provenientes de sectores con recursos económicos y con un nivel de educación medio o
superior. Sin embargo, la maternidad se multiplicaba y en muchos casos, se trataba de
una maternidad decidida de manera consciente superpuesta con una militancia también
decidida y aceptada en todas sus consecuencias. Había muchas razones para tener hijos,
entre ellas que se transformarían en los hombres nuevos del mañana. En el mismo
sentido, no habría razón para no tenerlos dado que el futuro aparecía como una promesa.
La maternidad era un deber militante que no se contradecía con la exigencia de una
entrega absoluta a la causa de la revolución. Una revolución que, a su vez, demandaba
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que los cuerpos de varones y mujeres se dispusieran por igual a la producción de un
futuro en el cual ver realizados los ideales revolucionarios.
Extraer de los cuerpos todo lo que estos puedan dar era la consigna obligada para
aquellos varones y mujeres que estuvieron dispuestos a la maternidad y paternidad con
la misma intensidad con la cual se preparaban para entregar su vida por la causa
revolucionaria. Lo extremo de la exigencia tiene, sin embargo, diferencias según se trate
de cuerpos femeninos o masculinos. Ciertamente, en el marco de la lucha
revolucionaria, ser un buen padre o una buena madre era indicado como una tarea
revolucionaria más, que debía ser llevada a cabo sin descuidar todas las otras, pero la
maternidad es una práctica social que presenta una indiscutible marca de género: sólo
las mujeres pueden parir, por lo tanto para ellas esa parte especifica de la procreación, la
de gestar y parir, es indelegable.
En momentos de represión creciente y de militancias clandestinas, no sólo para quienes
militaban en las organizaciones armadas, sino para muchos activistas sindicales,
militantes estudiantiles y sociales que fueron perseguidos por las fuerzas de seguridad o
estaban amenazados por las bandas paramilitares, tener cierta seguridad para cuidar
resultaba una tarea muy difícil. La visión que indicaba que los hijos de los militantes
debían compartir todos los aspectos de la militancia de sus padres, junto con la idea de
que es necesario sostener una actitud revolucionaria también frente a lxs niñxs
integrándolos al concepto de pareja y de unidad familiar revolucionaria se multiplica.
La naturalización de la violencia vivida y ejercida y una noción de sacrificio
fuertemente instalada se conjugaron para indicar modos de subjetivación donde el
compromiso con la revolución excede cualquier idea de cuidado de sí.
2. 3 Politizar la vida
22
A modo de ejemplo, les propongo escuchar un fragmento del testimonio Graciela
Iturraspe. Militante activa, Graciela había pasado una parte de su embarazo detenida en
la cárcel de Villa Devoto y una vez en libertad continuó militando clandestinamente,
como lo había hecho desde mediados del año 74. Pero en los momentos previos al
nacimiento, no sólo su militancia era clandestina sino todos los aspectos de su vida.
23
discurso sobre el cuidado colectivo de los niños, la necesidad de traer hijos al mundo
para que sean los hombres nuevos del mañana y la maternidad socializada no encuentra
lugar en el relato de este parto que se produce en soledad. Una soledad inducida por las
condiciones mismas de la clandestinidad en la cual vivían con el agravante de que en las
reglas o normas de convivencia de las organizaciones no estaba previsto el
acompañamiento para las mujeres en esta situación extrema. Eso supone, de parte del
colectivo y de las mujeres militantes también, una naturalización —en este caso por
omisión flagrante— de una circunstancia de extremo shock físico y emocional que las
mujeres debieron afrontar prácticamente sin apoyo.
Por otra parte, tampoco se preparaban para los partos escenas ficcionales semejantes a
aquellas de los operativos político-militares para los cuales se inventaban relaciones de
pareja o familiares que permitían que los militantes pasen desapercibidos y circulen en
lugares públicos. La elaboración de estas operaciones —independientemente de los
resultados, muchas veces francamente fallidos— muestra que la planificación y la
eficacia era un valor ligado a la lucha armada, pero no al sostén afectivo o emocional de
la vida cotidiana.
Abordar la pregunta por cómo se producen los procesos de subjetivación militante y sus
alcances y límites, puede implicar el riesgo de elaborar imágenes homogéneas,
unidimensionales de esa militancia. Por el contrario, bien podría pensarse que la
experiencia militante se expresó en la emergencia de una diversidad de acciones y
discursos que atestaban la extensión de los procesos de subjetivación que tomaban para
sí distintos nombres, que por su existencia cuestionaban política y culturalmente las
nomenclaturas y los órdenes.
Al mismo tiempo, es posible observar que muchas de las formas de organización que
asumían esas nuevas subjetividades tendían a encuadrar a la militancia emergente, es
decir, a darle un lugar (limitando la variabilidad y la movilidad que esas formas plurales
constituyeron, que iban desde los modales y la vestimenta a las ideas políticas y re-
agrupamientos colectivos). Pero es preciso apuntar que allí donde la disciplina y el
encuadramiento, la adherencia incondicional a una militancia caracterizada por
parámetros rígidos se hiciera más estricta, no dejaban de existir sus transgresiones, las
indisciplinas, los apartamientos de la línea y la conducta supuestamente revolucionaria.
Las y los mismos militantes que alababan y sostenían organizaciones verticalistas y
24
ciertamente autoritarias eran los que las perturbaban con sus incorrecciones, sus
infracciones más o menos abiertas, en definitiva sus prácticas.
25
como proyecto de oposición al autoritarismo y a las dictaduras. En el Cono Sur, en
Argentina y Uruguay se realizaron elecciones en 1983 y en 1984, en Brasil el proceso
de “apertura democrática” culminó con las elecciones directas de 1984 y en Chile en
1990.
Conviene en este punto repasar los primeros Módulos del curso para considerar
especialmente el clima internacional de esos años. El discurso de los derechos humanos
se fue tornando hegemónico, se extendieron las discusiones en torno a la cuestión de la
democracia, se construyeron agendas políticas diferentes en relación a las décadas
anteriores e incluso se crearon nuevos términos o nuevos sentidos para viejos términos.
Pasaron a un segundo plano los análisis de las condiciones económicas y sus bases
sociales.
En el caso argentino, de modo similar a otros países de la región, el movimiento de
derechos humanos le imprimió a la etapa post dictatorial un sello singular marcándola
con su impronta de memoria, de búsqueda de justicia y de verdad, de movilizaciones
callejeras y de demandas ante las instituciones. El movimiento de derechos humanos es
una parte fundamental de las condiciones políticas de la transición en adelante y ha
sabido enfrentar las amenazas al sistema político en diferentes ocasiones. Se trata de un
movimiento capaz de regenerarse cada vez que medidas o conductas de cualquier
gobierno o actor social amenazan con tocar un piso básico de lo que se considera son los
logros alcanzados recreando alianzas y estrategias y que se expresa en organizaciones
diversas pero también en un movimiento que excede en mucho las agrupaciones y que
crece generación tras generación agregando nuevas camadas que no relevan a las
anteriores.
Se trata de un movimiento que tiene una fuerte presencia de mujeres (especialmente en
el caso argentino las Madres) que hicieron de la maternidad un emblema, llevando los
afectos al ámbito de lo público. Violentaron la separación nítida entre lo público y los
valores privados, la esfera del interés público y la de las necesidades privadas. Sin
emabargo, como señala Elizabeth Jelin, desde una perspectiva feminista, nos
interrogamos si esta salida pública a partir del dolor privado podía transformar a las
Madres en mujeres conscientes de sus demandas de género, y si las predisponía a luchar
por estas reivindicaciones.
A pesar del innegable sesgo de género que tienen los movimientos de derechos
humanos de Argentina (y de otros países de América Latina) en su conformación, esa
26
característica no ha sido resaltada en términos identitarios por el movimiento. Por otro
lado, el género no ha sido un operador conceptual central para leerlo, esa es,
ciertamente, una mirada analítica retrospectiva que algunas feministas comenzaron a
elaborar en los primeros años de democracia en consonancia con los desafíos a la
distinción entre lo público y lo privado que está en la base del pensamiento feminista y
del movimiento de mujeres. Es así que una parte del feminismo acompañó activamente
las acciones al movimiento de derechos humanos, especialmente a las Madres, ya sea
por compromiso con su lucha que era el principal espacio de resistencia a la dictadura o
porque leían en ese gesto una forma de rebelión que las acercaba al feminismo aun sin
plantearlo en esos términos.
También, para muchas militantes el feminismo representó un modo desde el cual
repensaron sus prácticas políticas y sus vidas.
https://www.youtube.com/watch?v=3jbwTMd_EPc&list=PLO2MPpHCy
1nwggslsS9ciKskLfC4n4c7t&index=5
27
3.2 Movimiento feminista, movimiento de mujeres, lo local y lo continental
28
estructuras de la personalidad o las que propician un replanteo de la cultura. En
Bogotá, estas posiciones no estuvieron ausentes entre las mujeres
latinoamericanas [pero la conclusión mayoritaria fue que] las condiciones
históricas, socioeconómicas y políticas de América Latina exigen que el
feminismo forme parte de la lucha antiimperialista. En lo concreto, debe
centrar su lucha en los problemas enfrentados por la población femenina en lo
que atañe a su salud, educación, discriminación y la violencia que sufre en el
trabajo o en la falta de preparación para el mismo, a su sexualidad, a sus
condiciones de vida, a la manipulación que hacen de ella los programas de
desarrollo.
Marysa Navarro, 1982
Siguiendo este enlace pueden ver un video que registra algunas de las
discusiones que tuvieron lugar en el Primer Encuentro:
https://www.youtube.com/watch?v=8bUZKRDk3o0
29
Brujas. Boletín feminista (1985) n° 9.
Cabe resaltar que desde los años 80 en adelante los movimientos de mujeres y
los feminismos han sido objeto de estudio en diferentes campos de estudio
aunque de modo mucho más limitado que otros movimientos.
30
lucha, recuperando temas, formas organizativas y actoras de procesos políticos
precedentes e imaginando alternativas para el presente y el futuro. La
emergencia de organizaciones y redes transnacionales en la región en torno a
diversas cuestiones de las agendas feministas y de las mujeres ha revitalizado las
luchas populares con nuevos enfoques sobre las estrategias de acción y
organización para resistir los embates del neoliberalismo. A su vez, estas
reemergencias recuperan y reformulan con mirada crítica las prácticas y
articulaciones políticas del pasado reciente, en particular aquellas que durante la
segunda mitad del siglo XX se centraron en la conquista y expansión de
derechos sociales y políticos.
31
Algo de la afirmación de Collin resulta adecuado para interpretar la tensión entre la
militancia activa en las organizaciones revolucionarias y la reproducción de formas de
desigualdad sexista al interior de esos mismos espacios. El ejercicio de poder por parte
de las militantes de los 70, aunque no se inscribió en una lógica de “liberación de la
mujer”, implicó praxis y como tal un proceso de subjetivación que las desplazó del
lugar tradicional. Y, aunque la revolución deseada por quienes militaron en esos años se
reveló limitada y problemática (en lo que hace a las relaciones de género pero no
solamente) en el mismo momento en que se jugaba su destino, la experiencia que las
mujeres hicieron en esos ámbitos implicó, en cierta medida, un modo de alterar el
género. Ambas cuestiones (la apertura a lo nuevo y sus límites) aparecen marcadas en
las lecturas críticas que de ella se han hecho en testimonios y en otras producciones.
Inscriptas en una época donde las transformaciones propias de la modernización de la
sociedad argentina se sumaban a un feminismo incipiente que no terminaba de decir su
nombre, las militantes protagonizaron el conflicto de género de un modo excéntrico.
Pusieron en cuestión el estatuto cultural de inferioridad física femenina a través de
prácticas corporales que lo desafían (entonces y ahora); plantearon que la política les
compete; discutieron su lugar en las organizaciones, aunque las jerarquías de género se
reprodujeran, y en el espacio público aunque éste las desconociera.
En las décadas posteriores, los movimientos de derechos humanos tuvieron a las
mujeres, en todo el continente, como protagonistas principales y a través de una
demanda sostenida crearon redes y articulaciones en la defensa de la vida y en contra de
los autoritarismos. Fueron parte de nuevas maneras de pensar la democracia, aun
cuando no lo hicieran en nombre de la lucha contra el patriarcado y en ocasiones
reforzaron el discurso de la familia y la posición maternal. Su activismo por los
derechos humanos se relaciona de diferentes maneras con las militancias de las décadas
precedentes y hay también numerosos ejemplos en toda la región de mujeres que se
involucraron fuertemente en la defensa de los derechos humanos a partir del asesinato,
el encarcelamiento o la desaparición de un familiar, pero que ya tenían una trayectoria
política anterior, en partidos, sindicatos o movimientos sociales.
Surgen preguntas que son intentos de provocar el debate, no de agotarlo: ¿Cómo pensar
esa presencia en el espacio público argentino, su anclaje material y simbólico? ¿Cómo
interpretar el rol adquirido por las mujeres que encabezaron las luchas por los derechos
humanos? ¿Cómo relacionarlo con la militancia de mujeres en las organizaciones
32
revolucionarias? ¿Cómo relacionar esa actividad pública con la concepción de la
política del feminismo?
Las últimas décadas han visto multiplicarse a los feminismos con la creación de una red
continental, de redes nacionales y regionales, con la presencia de mujeres que demandan
derechos en todos los ámbitos y con una presencia sostenida de temas propios del
movimiento de mujeres en todas las agendas políticas. Se reconoce la estela del
movimiento feminista y sus efectos que –aunque no siempre son medibles en términos
de “logros” – se perciben en los modos en que viejos valores patriarcales dejan de ser
completamente naturales y se generan nuevas sensibilidades. Son movimientos que han
mostrado un gran dinamismo a la hora de reformular críticamente sus prácticas y
estrategias de intervención y lucha, recuperando temas, formas organizativas y actoras
de procesos políticos precedentes e imaginando alternativas para el presente y el futuro.
En esta historia reciente de los movimientos emancipatorios, pensar en términos de
procesos de subjetivación política implica revisar críticamente los impulsos militantes
de cada momento atendiendo al modo en que éstos lidian con su tiempo.
Los relatos personales contienen en ocasiones mucha información, muchos gestos,
silencios, cuestiones que no somos capaces de procesar. Elementos agregados, muchas
veces marginales, que difícilmente se pueden prever en el armado de un testimonio,
pero son parte de aquello que queda registrado. Uno de los desafíos que se presentan
ante estas irrupciones es no intentar domesticarlas. Dejarse atravesar por la sorpresa y
aceptar que constituyen momentos para la experiencia que se despliega justamente en
los intersticios. ¿Qué tenemos para ver? ¿Qué es visible del pasado? ¿Qué es
interpretable de un relato en el momento en que este se produce? Seguramente no todos
los sentidos que podría abrir. La escucha está condicionada por marcos sociales,
contextos históricos, prejuicios, estados del conocimiento y las imágenes que quedan
depositadas requieren condiciones de lectura.
Las huellas de la memoria invitan a ser leídas. La pregunta acerca de si podemos revisar
las militancias y activismos de las décadas pasadas iluminadas por la experiencia
feminista del presente, va a encontrar respuestas que pueden parecer contradictorias. Tal
vez encontremos muchas divergencias si miramos “las marcas” (en el sentido que le da
a ese término F. Collin). Pero también encuentro huellas (nuevamente Collin) y estelas.
Esas estelas están muy presentes hoy, de eso no tenemos dudas, lo vemos en las calles,
lo expresan con claridad las jóvenes generaciones, pero tienen una historia. Rescatar esa
33
historia no implica encontrar en las militantes revolucionarias un feminismo que
rechazaron, ni forzar una lectura de las Madres en esa clave. Por el contrario, implica
reconocer que el feminismo no es doctrina, es una inestable razón de ser. Una praxis.
***
Para ir cerrando esta clase, algunos materiales más. Les sugiero que lean el artículo de
Luisa Passerini (2016) que les dimos como parte de la bibliografía. El texto, que refiere
a la experiencia de crear una colección de entrevistas sobre la memoria del activismo de
las mujeres, sugiere algunas líneas, caminos que siguieron, que se podrían seguir, con el
interés de elaborar y transmitir formas de la memoria feminista que no necesariamente
dicen ese nombre.
Passerini insiste que se trata de un camino a recorrer. Y en ese camino, las feministas
revisan varios aspectos de lo que entienden como legado porque al mismo tiempo que
se relacionan con sus contemporáneas, están preocupadas por establecer relaciones entre
diferentes generaciones políticas de mujeres.
¿Qué legamos? ¿Cómo releemos las experiencias militantes sin perder de vista lo que
tienen de su tiempo, de actuantes en el presente y de producidas por el presente?
Les dejo, ahora si, para cerrar esta imagen que encuentro que diáloga con el texto de
Passerini y con mucho de lo que vimos a lo largo de este seminario.
34
Intervención realizada por el colectivo HIJAS sobre las tradicionales fotos de
desaparecidxs que utiliza el movimiento de derechos humanos. La intervención se
realizó en La Plata, en ocasión de 34 Encuentro Nacional de Mujeres (octubre de 2019).
Foto: Nayla Vacarezza
35
Referencias bibliográficas
36
tradução após a abertura da política brasileira: Letras em ação. São Paulo: Rafael
Copetti.
PEDRO, Joana Maria, WOLFF, Cristina Scheibe (orgs.) (2010). Gênero, feminismos e
ditaduras no Cone Sul. Florianópolis: Mulheres.
PEDRO, Joana Maria, WOLFF, Cristina Scheibe, VEIGA, Ana Maria (orgs.) (2011).
Resistências, gênero e feminismos contra as ditaduras no Cone Sul. Florianópolis:
Mulheres.
PERICÁS, Luiz Bernardo (1998). “Bolívia: militares, movimentos sociais e guerrilhas
(1964-1971)” En Anais Eletrônicos do III Encontro da ANPHLAC. São Paulo.
PORTELLI, Alessandro, Prólogo (2018). En Flier, Patricia (coord.) Historias detrás de
las memorias: Un ejercicio colectivo de historia oral. La Plata: UNLP. Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/libros/pm.552/pm.552.pdf
ROZITCHNER, León (1966). “La izquierda sin sujeto”. En La Rosa Blindada, 9.
Buenos Aires. Disponible en: http://www.rosa-blindada.info/b2-img/
TORTTI, María Cristina (1998). “Protesta social y Nueva Izquierda en la Argentina del
Gran Acuerdo Nacional”. Taller. Revista de sociedad, cultura y política n° 3 (6).
VIDAURRAZAGA, Tamara (2007). Mujeres en Rojo y Negro, reconstrucción de la
memoria de tres mujeres miristas, Concepción: Escaparate.
VIDAURRAZAGA, Tamara (2019), “’Te quiero porque tu boca sabe gritar rebeldías’.
El amor compañero en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR chileno”.
Ponencia presentada en las XIV Jornadas de Historia de las Mujeres. Mar del Plata.
WOLFF, Cristina Scheibe (2007). “Feminismo e configurações de gênero na guerrilha:
perspectivas comparativas no Cone Sul, 1968-1985”. En Revista Brasileira de História
n° 27.
37