Está en la página 1de 2

¿Conoce el demonio lo que pensamos y oye lo que decimos?

Pregunta:

Consulta: Estimado Padre, escribo desde Brasil. Creo en la Biblia Sagrada como la Palabra
de Dios; pero acerca de Satanás, me gustaría que me hiciera algunas aclaraciones: ¿sabe el
demonio lo que pensamos?, ¿oye lo que decimos?, ¿hay peligro de rezar en voz alta, en el
sentido de que, sabiendo lo que pedimos a Dios, él perjudique nuestros planes?

 Respuesta:

Estimado:

El pensamiento del hombre, considerado en sí mismo, no puede ser conocido sino por Dios
y por la persona de quien tal pensamiento procede, como explica Santo Tomás(1). Esto
mismo dice la Sagrada Escritura: El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién
lo conoce? Yo, Yahveh, exploro el corazón, pruebo los riñones, para dar a cada cual según
su camino, según el fruto de sus obras (Jer 17, 9-10). También San Pablo lo
atestigua: ¿Qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está
en él? (1Co 2, 11).

Pero el demonio puede conjeturar cuáles son nuestros pensamientos por otra vía indirecta,
a saber, nuestros estados anímicos y físicos, del mismo modo que un médico reconoce una
afección psíquica por ciertos síntomas externos. Nuestros pensamientos, en efecto, se
traducen en alteraciones físicas, como el abatimiento corporal, la mirada opaca y la lentitud
de movimientos manifiestan pensamientos de preocupación. Si esto ayuda a que los
hombres entrevean con cierta probabilidad cuáles son los pensamientos ocultos de algunas
personas, mucho más puede hacerlo tanto el ángel bueno como el malo, pues tienen más
experiencia que nosotros sobre el modo de proceder de los hombres en general y de muchos
de ellos en particular (por ejemplo, nuestros ángeles guardianes conocen muy bien nuestro
modo habitual de pensar y obrar, sobre todo cuando tenemos mucha confianza con ellos y
acostumbramos a comunicarnos en la oración; y del mismo modo, los demonios conocen a
los pecadores, especialmente aquellos habituados a seguir sus inspiraciones). De aquí que
San Agustín diga que “los demonios a veces descubren con toda facilidad las disposiciones
de los hombres, y no sólo las que manifiestan de palabra, sino también las concebidas en el
pensamiento”(2), porque en el cuerpo se refleja el estado del alma; pero el mismo santo, en
su obra “Retractaciones” afirma que no puede asegurar cómo sucede esto(3). Este
conocimiento es, sin embargo, no sólo indirecto sino también puramente conjetural, es
decir, aproximado. Porque una misma persona puede tener movimientos físicos parecidos a
pesar de que sus pensamientos o deseos de la voluntad sean distintos (por ejemplo, puede
palidecer y quedarse helado ante un pensamiento nefasto que lo asusta, como, por ejemplo,
pensar en la muerte de un ser amado, o ante un pensamiento que considera demasiado
bueno, como la posibilidad de que le propongan matrimonio); más diferencia hay entre
personas distintas que pueden reaccionar con parecidas manifestaciones orgánicas ante
fenómenos psíquicos diversos. Ni el ángel bueno ni el malo pueden ir más allá de estos
hechos externos y tratar de atar cabos para deducir cuáles podrán ser nuestros
pensamientos. Dice al respecto Lépicier: “Si bien en el presente estado de vida no podemos
ejercitar nuestras facultades mentales sin el concurso de los sentidos, ya internos, ya
externos, no obstante, sí puede una sola y misma modificación orgánica dirigirse a varios
objetos; o en otros términos, puede servir para expresar diversos conceptos formales. Con
nuestra voluntad libre podemos imprimir a nuestras operaciones mentales una infinidad de
aspectos, y dirigirlas a finalidades diversísimas, de forma que no sea posible, ni siquiera a
la aguda inteligencia angélica, conocer, contra nuestra voluntad, cuál sea nuestro propósito
actual o la finalidad de nuestras operaciones mentales”(4). Y esto siempre y cuando Dios
no quiera, por su parte, entorpecer las observaciones de los demonios respecto de alguna
persona en particular. De aquí, por ejemplo, las grandes dudas que asaltaban a los demonios
respecto de Jesús, como se pone en evidencia en las tentaciones en el desierto donde el
diablo pone a prueba a Nuestro Señor para saber si realmente Él es el Mesías.

En cambio, de modo directo, es decir, los pensamientos tal cual están en nuestra mente o
los deseos e intenciones en nuestra voluntad, no los pueden conocer, a menos que nosotros
le abramos voluntariamente el alma. Así explica Santo Tomás hablando no sólo de los
demonios sino de los ángeles en general(5). En las “Colaciones de los Padres del Desierto”
Juan Casiano escribía: “Los espíritus inmundos no pueden conocer la naturaleza de
nuestros pensamientos. Únicamente les es dado columbrarlos (rastrear, divisar) merced a
indicios sensibles o bien examinando nuestras disposiciones, nuestras palabras o las cosas
hacia las cuales advierten una propensión por nuestra parte. En cambio, lo que no hemos
exteriorizado y permanece oculto en nuestras almas les es totalmente inaccesible. Inclusive
los mismos pensamientos que ellos nos sugieren, la acogida que les damos, la reacción que
causan en nosotros, todo esto no lo conocen por la misma esencia del alma, antes bien, por
los movimientos y manifestaciones del hombre exterior”(6).

Respondiendo, pues, a sus preguntas, debo decirle: el demonio no sabe lo que pensamos ni
lo que queremos a menos que nosotros voluntariamente le permitamos que lo conozca;
puede sospechar lo que pensamos, pero no puede estar seguro. No hay ningún peligro en
rezar en voz alta, pues aunque sepa cuáles son nuestros planes nada puede contra ellos sin
la permisión de Dios. Por otra parte, en nuestras oraciones no hay nada que debamos
ocultar ya que, como explican San Agustín y Santo Tomás, todo cuanto podamos rezar
correctamente, se puede resumir, en última instancia en el “Padrenuestro” (“la oración
dominical es perfectísima, porque, como escribe San Agustín,  si oramos digna y
convenientemente, no podemos decir otra cosa que lo que en la oración dominical se nos
propuso”(7), y esta oración el demonio la conoce y nada puede hacer contra ella; podrá
poner obstáculos, pero chocará siempre contra la eficacia que Jesús ha dado a las oraciones
que hagamos en su nombre: Todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis (Mt 21,
22; cf. Mc 11, 24); Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré (Jn 14, 13-14).

También podría gustarte